EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

CRISTO VISTO EN LAS OFRENDAS (Robert F. Kingscote)

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Cristo Visto en las Ofrendas

 

 

Robert F. Kingscote

 

 

ÍNDICE DE CONTENIDOS

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: 1. EL HOLOCAUSTO

Cristo Visto en las Ofrendas: 2. LA OFRENDA VEGETAL

Cristo Visto en las Ofrendas: 3. LA OFRENDA DE PAZ

Cristo Visto en las Ofrendas: 4. LAS OFRENDAS POR EL PECADO Y POR LA CULPA

Cristo Visto en las Ofrendas: 5. LA VACA ALAZANA

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

JND = Una traducción literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby (1800-82), traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)

RVR1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: El Holocausto

 

         Cristo Visto en las Ofrendas Notas de Sermones I EL HOLOCAUSTO

         Levítico 1; Levítico 6: 8 al 13.

         Mi intención es ocuparme de un modo sencillo, tal como el Señor pueda ayudarme, de algunas de las ofrendas mencionadas en el Libro de Levítico, porque ellas exponen de una manera especial la Persona y obra del Señor Jesucristo, y podemos añadir también, las bendiciones que han llegado a ser nuestras por medio de lo que Él ha hecho. Leamos, por tanto, dos versículos en el último capítulo de Éxodo (versículos 34 y 35), Levítico 1 completo, y "la ley del holocausto" en Levítico 6: 8 al 13.

         Probablemente todos los que están aquí presentes son conscientes de que las ofrendas que son traídas ante nosotros en el Libro de Levítico son, tal como yo he insinuado, tipos o imágenes presentadas por el Espíritu Santo de la Persona y obra del Señor Jesucristo, y también de qué resultados redundan para nosotros por medio de esa obra, gracias a Dios. Pero alguien podría decir, «¿Está usted seguro que en realidad son tipos? ¿O está solamente en la imaginación del hombre que ellos son eso?»

         Al responder este interrogante nosotros acudiremos al Nuevo Testamento, donde aprenderemos de las palabras del propio Señor Jesucristo, así como de las inspiradas palabras de un apóstol, que las ofrendas del Antiguo Testamento son en realidad tipos del Salvador y Su obra.

         En primer lugar, leeremos un pasaje en Lucas 24. El Señor Jesús, hablando a aquellos dos que iban a Emaús, dijo,

         "¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!  ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras." (Lucas 24: 25 al 27 – LBLA).

         La expresión " comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas", comprende en realidad la totalidad del Antiguo Testamento. "Comenzando por Moisés", es decir, los cinco libros de Moisés — Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio — y después "por todos los profetas", "les explicó lo referente a El en todas las Escrituras es decir, Las Escrituras del Antiguo Testamento)."

         ¿Han leído ustedes alguna vez el Libro de Levítico y aprendido de él lo que del Señor Jesús dice? ¿O han hecho ustedes lo que muchos del pueblo del Señor hacen hasta este día? Ellos comienzan a leer la Biblia, pero cuando llegan a Levítico, lo pasan por alto. Ellos no lo leen en absoluto, porque piensan que es solamente un libro de formas y ceremonias Judías — un ritual que no tiene absolutamente nada que ver con Cristianos. Pero nosotros aprendemos de este pasaje en Lucas que el Señor explicó a esos dos viajeros "en todas las Escrituras lo que de Él decían.

         Un poco más abajo en este capítulo de Lucas leemos,

         "Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos." (Lucas 24:44).

         "La ley de Moisés" no significa meramente los diez mandamientos, sino los cinco primeros libros de la Biblia.

         "Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día." (Lucas 24: 45 y 46).

         ¡Oh, que maravillosa exposición debió haber sido esa! Fue a partir de las Escrituras del Antiguo Testamento — la ley de Moisés, los profetas y los Salmos — que Él les explicó lo que de Él decían. Cuán maravilloso llega ser, entonces, este libro de Levítico para nuestros ojos cuando encontramos que, en lugar de ser solamente algún ritual Judío, nosotros tenemos cosas preciosas en él concernientes al propio Señor Jesús. Y cuando encontramos que cada una de estas ofrendas nos presenta un retrato del Señor Jesús, sea en Su Persona o en Su obra, ¡cuán interesante ello llega a ser! Es realmente muy misericordioso por parte de Dios enseñarnos de esta forma, por medio de tipos o retratos, porque nuestras pobres y estrechas mentes no podrían aprehender de inmediato la gloria de la Persona del Señor Jesús, o el valor de Su obra. Por consiguiente, Dios presenta estos tipos para que podamos, por así decirlo, considerar un aspecto de la Persona u obra del Señor Jesús a la vez. Entonces, habiendo considerado un tipo, nos volvemos a otro, lo que nos presenta un aspecto diferente.  Así, reuniéndolos todos, nuestros corazones se llenan de asombro, adoración y alabanza, mientras aprendemos, de una forma en que no podríamos haber aprendido por otra parte, cuál es la gloria de Su Persona y cuál el valor de Su obra.

         Nosotros encontramos en este Libro de Levítico que hubo cuatro ofrendas principales. El primer capítulo presenta el holocausto; el segundo capítulo, la oblación u ofrenda vegetal, el tercer capítulo, el sacrificio de paz; y el cuarto capítulo, la ofrenda por el pecado. Cuatro ofrendas son traídas ante nosotros por el Espíritu Santo con el fin de aclarar a nuestras mentes cuatro diferentes aspectos de la Persona y obra del Señor Jesucristo, tal como en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo nos ha presentado, en los cuatro Evangelios, cuatro diferentes aspectos de la Persona del Señor.

         Ahora bien, si ustedes van a Hebreos 10, encontrarán mencionadas estas cuatro ofrendas:

         "Por lo cual cuando entra en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo me has preparado: en holocaustos y ofrendas por el pecado no te complaciste" (Hebreos 10: 5 y 6 – VM).

         "Sacrificio y ofrenda", en el versículo 5, responderían al sacrificio de paz y a la oblación u ofrenda vegetal, y en el versículo 6 tenemos " holocaustos y ofrendas por el pecado." De modo que nosotros encontramos todas estas cuatro ofrendas mencionadas. Luego en Hebreos 10:7 el Señor Jesús es visto viniendo a cumplir la voluntad de Dios.

         Es muy evidente, a partir de estos versículos, que las ofrendas son tipos de Aquel que dijo, "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad—es decir, del Señor Jesús.

         Otra Escritura que puede ser mencionada está en Hebreos 9:

         "Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie." (Hebreos 9: 6 al 8).

         Entonces; mediante Aarón entrando sólo una vez al año en el lugar santísimo, el Espíritu Santo quiere decir algo. De hecho, el acto era típico; todo el ritual lo era. Nosotros encontramos realmente, de la lectura de Hebreos 9:23, que el tabernáculo y las cosas que estaban en él fueron llamados "representaciones de las cosas en los cielos" (Hebreos 9:23 - LBLA).

         Yo pienso que hemos visto ahora lo suficiente del Nuevo Testamento para mostrarnos claramente que todas estas ofrendas son realmente tipos del Señor Jesús mismo presentados a nosotros por el Espíritu Santo. Regresaremos por tanto a nuestro tema.

         Es muy útil conectar el final de Éxodo con el comienzo de Levítico. Esto no se lleva a cabo a menudo, pero yo creo que podemos sufrir pérdida no haciéndolo, y es la razón por la cual yo leo esos versículos finales.

         En ellos encontramos esta expresión dos veces: "la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. (Éxodo 40: 34 y 35). Moisés no se atrevió a entrar debido a la gloria que estaba allí.

         Leamos ahora Levítico 1:1: "Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo…"Fue desde el interior del tabernáculo que Jehová habló. Él no habló desde el monte Sinaí, donde Él dio la ley. No. La gloria de Jehová llenó el tabernáculo, y de esa gloria Él habló a Moisés y dijo, "Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová…" Él divulgó todas esas instrucciones, no acerca de guardar la ley, sino acerca de las ofrendas.

         ¿No es eso significativo? En primer lugar, nosotros encontramos la gloria llenando el tabernáculo, y luego a Dios hablando desde esa gloria en cuanto a la manera en que un pecador, como usted y yo, podía ser hecho apto para morar toda la eternidad en esa gloria. ¡Cuán sencillamente, cuán hermosamente, ello es sacado a luz en este capítulo! El holocausto está primero, porque muestra de qué manera un pecador por naturaleza puede ser aceptado delante de un Dios santo en el terreno de la ofrenda. Ello saca a relucir de manera clara y bienaventurada de qué manera un pecador que está lejos de Dios, alejado de Él por malas obras, el cual aborrece a Dios en su corazón, que tiene una voluntad rebelde, y está lleno de pecado — de qué manera ese pecador podía ser aceptado delante de Dios en el terreno del valor, a Sus ojos, del sacrificio de Cristo. Eso es lo que tenemos que es sacado a relucir en el holocausto. Yo no digo que es el primer pensamiento, pero es lo que nosotros encontramos que es sacado a relucir.

         Pues bien, ¿de qué habla este holocausto? Usted dice, "de la obra de Cristo." Pero, ¿qué aspecto de la obra de Cristo? Bueno, la ofrenda por el pecado, que es la última en el orden, habla por sí misma. Eso es un tipo de Cristo llevando nuestros pecados, lo que hemos hecho, quitándolos para siempre. Pero, ¿qué es el holocausto? El holocausto es aquello que tipifica a Cristo viniendo a hacer la voluntad de Dios, a toda costa para Él, a pesar de todo ese padecimiento y agonía terribles de la cruz. Él vino a cumplir la voluntad de Dios y a glorificarle a Él en la muerte. Gracias a Dios, fue por nosotros también. La voluntad de Dios fue nuestra salvación, así el Señor Jesús, al venir a cumplir la voluntad de Dios, vino también a consumar nuestra salvación. Supongan que yo planteara esta pregunta al pueblo del Señor de manera general: «¿Cuál piensan ustedes que fue el primer objetivo del Señor Jesús al venir a este mundo?» ¿Qué respuesta piensan usted que ellos darían? Nueve de diez dirían que el primer objetivo fue a salvar pecadores, obviamente. Sin embargo, ese no fue el primer objetivo. Ello fue un objetivo. Pero, ¿cuál fue el primer objetivo del Señor al venir a este mundo? ¿Acaso no hemos leído recién de Hebreos 10?

         "Por lo cual cuando entra en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo me has preparado: en holocaustos y ofrendas por el pecado no te complaciste: entonces dije: He aquí yo vengo… para hacer, oh Dios, tu voluntad." (Hebreos 10: 5 al 7 – VM).

         El primer objetivo que el Señor Jesús tuvo al venir a este mundo fue cumplir la voluntad de Dios y glorificarle. ¿Y cuándo fue esta obediencia perfecta a la voluntad de Dios más perfectamente expresada que cuando Él por nosotros fue hecho pecado en la cruz? ¿Cuándo descendió Él a la muerte para hacer la voluntad de Dios, y eso por nosotros? Fue cuando Él tomó nuestros pecados sobre Él y fue hecho pecado que Dios adquirió Su más elevada y mayor gloria (Juan 13: 31 al 32). Es muy importante entender eso.

         Por consiguiente, El holocausto viene, de manera muy natural, en primer lugar, porque representa a Cristo, no tanto como tomando nuestros pecados, sino como ofreciéndose Él mismo sin mancha a Dios, para cumplir la voluntad de Dios y glorificarle, y eso en muerte.

         Si ustedes acuden a Efesios 5:2 encontrarán que hay dos aspectos de la obra de Cristo presentados a nosotros en un versículo:

         "andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros"; ese es nuestro aspecto:

         "ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante"; ese es el otro aspecto, y ese es el aspecto que es presentado en el holocausto — ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma. Yo estoy seguro que nosotros perdemos mucho en nuestras almas por no considerar ese aspecto del sacrificio de Cristo — lo que es para Dios, y no meramente lo que es para nosotros. Nosotros obtenemos una paz mucho más profunda considerándolo de ese modo. Nos beneficiamos inmensamente mediante ello. Permítanme preguntarles, ¿Han contemplado ustedes alguna vez ese aspecto de la muerte del Señor Jesús? Yo confío que todo el que está aquí puede decir desde el corazón, «El Señor Jesús murió por mi; en el amor de Su corazón Él se entregó por mi.» ¡Hecho maravilloso y bienaventurado! Nosotros jamás lo olvidaremos a través de toda la eternidad. Pero permítanme preguntarles, ¿Han pensado ustedes de manera insistente en lo que esa obra de Cristo fue para Dios? ¿Han considerado ustedes alguna vez cuales fueron los pensamientos de Dios con respecto a Aquel bendito cuando Él se ofreció así sin mancha? Regresando a Levítico 1 leemos:

         "Si fuere su oblación holocausto tomado de la vacada, presentará a este efecto un macho sin tacha: a la entrada del Tabernáculo de Reunión lo presentará; para que sea acepto en favor suyo (esta es la lectura correcta) delante de Jehová." (Levítico 1:3 – VM).

         Presten atención: el animal no es inmolado aún. Es traído, o presentado en primer lugar, sin defecto, para la aceptación del oferente delante de Jehová. Un animal imperfecto no podía ser aceptado. Vayan solamente a un pasaje en Levítico 22.

         "Habla a Aarón y a sus hijos, y a todos los hijos de Israel y diles: Cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros residentes en Israel, que quisiere presentar su oblación, por cualquier voto suyo, o por cualquiera ofrenda voluntaria suya, de las que suelen presentar a Jehová como holocausto, a fin de que sea acepto por vosotros",  (o "para que vosotros podáis ser aceptados", véase la 'Revised Version' en Inglés), "habrá de ser macho sin tacha, ora sea de la vacada, ora de las ovejas o de las cabras. No podréis presentar ninguna cosa que tuviere defecto; porque no será acepto de vosotros. Asimismo en cuanto a cualquier hombre que quisiere presentar sacrificio de paces a Jehová, por cumplir un voto o por ofrenda voluntaria, ya sea de la vacada ya del rebaño, ha de ser perfecto para que sea acepto; ningún defecto ha de haber en él." (Levítico 22: 18 al 21 - VM).

         En primer lugar, la ofrenda tenía que ser perfecta para ser aceptada. Si hubiese habido una sola mancha, una sola imperfección, en ese becerro, no podía haber sido aceptado, y si el becerro no había sido aceptado, el oferente no habría sido aceptado, porque el animal era ofrecido para que él fuese aceptado. ¿A qué señala esto? A la Persona santa, inmaculada, del bendito Señor Jesús, nacido en este mundo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, Aquel que no estimó el ser igual a Dios (Filipenses 2) como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, viniendo a este mundo, no como un hombre adulto como Adán, sino como un niño recién nacido, y pasando después a través de este mundo como Uno santo, inmaculado y ofreciéndose sin mancha a Dios. La totalidad de esa vida bienaventurada, inmaculada (sobre lo cual no me detengo ahora, porque ello está tipificado en la oblación u ofrenda vegetal), la totalidad de esa vida, toda palabra que Él habló, toda acción que Él llevó a cabo, ascendieron a Dios como fragante aroma. Y encontramos después que Él fue a la muerte.

         La obediencia que Le caracterizó en Su vida sólo fue perfeccionada, por así decirlo, en Su muerte. O, tal como leemos en Filipenses 2, Él fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Nosotros conocemos los pensamientos de Dios acerca de Aquel bendito. Los cielos fueron abiertos dos veces, y la voz del Padre fue oída, "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", o, "en quien hallo mi delicia" (JND). Todo pensamiento de Su corazón fue para Dios un fragante aroma. Vino después la hora terrible en el huerto de Getsemaní, cuando fue traído ante el Señor Jesús todo aquello a través de lo cual Él tendría que pasar si Él persistía en esa bienaventurada senda de obediencia — por lo que Él tendría que pasar si Él llevaba a cabo la voluntad de Dios perfectamente. Todo fue traído de tal manera ante Él que el Señor dijo, "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú." (Mateo 26:39). Así que Él va a la cruz en obediencia perfecta y bienaventurada y Él mismo se ofrece, una víctima voluntaria, para cumplir la voluntad de Dios.

         Yo no les pregunto, amados amigos, cuál es el pensamiento que ustedes albergan acerca de este hecho maravilloso, ese hecho de obediencia y consagración bienaventuradas a la gloria del Padre, sino, ¿han considerado ustedes alguna vez cuál es el pensamiento de Dios acerca de Aquel bendito y Su obediencia hasta la muerte? Si el Padre pudo decir acerca de Él durante Su vida aquí, "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", cuánto más ahora que Él ha ido a la muerte misma, por obediencia y amor al Padre. En Juan 14:31 nosotros encontramos dos cosas, Su amor y Su obediencia al Padre, ambas cosas mostradas al ir Él a la muerte. "Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí." Él se levantó de la cena para ir a la cruz.

         Suponiendo que un amigo al cual amamos mucho pasara a través de gran tribulación y padecimiento para hacer algo que nosotros deseásemos que sea hecho, ¿no deberíamos apreciar su consagración a nosotros? Piensen entonces en el Señor Jesucristo, a todo costo para Él mismo, a expensas de esa horrible agonía de la cruz, en obediencia perfecta viniendo a hacer la voluntad de Dios; como Él dijo, " Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra." (Juan 4:34). El Padre tuvo siempre Su complacencia en Él. Pero Él iba ahora a poner Su vida en amor y obediencia al Padre y dice; "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar." (Juan 10:17). ¡Por eso! ¿Acaso el Padre no amó siempre al Hijo? No obstante Él dice, " Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida." Hubo una causa nueva, un motivo nuevo, por así decirlo, para que el amor del Padre fluya hacia el Hijo; y cuando en la cruz el Señor fue hecho pecado, Él nunca fue más el Objeto del deleite del Padre de manera personal. El haber sido Él hecho pecado fue la perfección de Su obediencia. Él fue a la muerte por obediencia a Dios. Él fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Oh amados amigos, ¿qué piensa Dios acerca de eso? Ello está expresado en nuestro capítulo en estas palabras:

         "Y lavará con agua los intestinos y las piernas," (es decir, el sacrificio era hecho limpio para mostrar lo que Cristo era por naturaleza — perfecto, puro, santo) "y el sacerdote hará arder todo sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová."(Levítico 1:9).

         "Ofrenda encendida de olor grato para Jehová." ¿Qué idea comunican esas palabras a nuestras mentes? ¿Acaso no es un olor grato algo en lo cual nosotros nos complacemos, algo que es agradable a nosotros? Estas son las palabras que el Espíritu Santo usa para darnos a conocer los pensamientos de Dios acerca de Aquel bendito y Su sacrificio. "Ofrenda encendida de olor grato para Jehová." ¿Qué significa "fuego" en la Escritura? Fuego significa generalmente el juicio probatorio de Dios. Fuego y olor grato van juntos. Consideren a Aquel bendito en la cruz. Cuando Él estuvo allí, todas las ondas y las olas del juicio de Dios pasaron sobre Su cabeza. Cuando Él, el que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado; cuando Él estuvo allí, cargando con todo el peso de nuestro juicio, en Su gracia infinita, ¿qué salió a luz? Nada más que perfección infinita, nada más que un olor grato para Dios, nada más que aquello en lo que Dios encontró infinita complacencia. Probado hasta lo sumo, y mientras más probado más olor grato salió. Mientras más nosotros somos probados, más salen a relucir nuestras imperfecciones. Mientras más fue Él probado, más salieron a relucir Sus perfecciones — más olor grato salió delante de Dios. ¡Cuán bienaventurado es mirar hacia atrás y ver al Señor Jesús por nosotros hecho pecado, y no obstante el olor grato de lo que Él era subiendo a Dios! En aquel olor grato nosotros nos encontramos aceptados, tal como veremos más adelante.

         Hasta este momento nosotros hemos estado pensando en lo que Cristo es para Dios; y si preguntamos, «¿Qué piensa Dios acerca del sacrificio maravilloso del Señor Jesús? ¿Qué piensa Él acerca de Aquel bendito que fue a la cruz para consumar Su gloria a todo costo para Él mismo?» El tema es tan grande que nosotros no podemos conocerlo jamás en su plenitud. Pero el Espíritu Santo lo ha expresado para nosotros en estas palabras: "Ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante." (Efesios 5:2).

         Ahora bien, ¿cuál es nuestra parte en el holocausto? ¿Dónde entramos nosotros? Ha sido dicho verdaderamente que el holocausto era todo para Dios; el sacerdotes tenía que hacer arder "todo sobre el altar." Pero debemos recordar que se habla de expiación, se habla de derramamiento de sangre; y Levítico 1:4 dice.

         "Luego pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto; y será acepto en favor suyo, para hacer expiación por él." (VM).

         Esa es nuestra parte — nuestra obtención del beneficio del mismo, por así decirlo. Es el holocausto lo que nos dice de qué manera Cristo "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero." (1ª. Pedro 2:24). Eso se relaciona con lo que nosotros hemos hecho. El holocausto trata más con la cuestión de lo que nosotros somos — de nuestro estado delante de Dios como pecadores, como en Romanos 5:19: "por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores" — lo que nosotros somos por naturaleza. Esa es realmente la cuestión a resolver, y de qué manera un pecador por naturaleza puede ser aceptado delante de un Dios santo. Esa es una dificultad para miles del pueblo de Dios. Muchos dicen, «Yo no tengo ninguna dificultad acerca de mis pecados; yo se que el Señor los llevó todos. No obstante, yo no puedo decir que tengo paz estable delante de Dios.» ¿Cómo es eso? Usted dice, «Yo veo que mis pecados están perdonados, pero siento que no alcanzo lo que yo debiese ser como Cristiano, Me parece tener tan poco amor por el Señor y por Su Palabra.»

         Yo creo que el holocausto representa aquello que responde plenamente esta pregunta, porque trata más con nuestro estado por naturaleza, y de qué manera nosotros somos aceptados delante de Dios. Esta no es la primera vez que leemos acerca de un holocausto en la Escritura. El sacrificio de Abel llevó el carácter de un holocausto; y mediante él Abel alcanzó el testimonio de que él, un pecador por naturaleza, era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; es decir, dando testimonio del valor del sacrificio. (Hebreos 11:4).

         Noé ofreció también un holocausto después del diluvio. Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: "No volveré más a maldecir la tierra" aunque "el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud." (Génesis 8:21). Además, Job ofreció holocaustos por sus hijos. "Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones." (Job 1:5).

         Ustedes observarán que Levítico 1:4 dice, "Pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto." La acción significa que el oferente era identificado con todo el valor del sacrificio. En otras palabras, si Dios aceptaba el sacrificio, Él aceptaba a aquel que venía con él. Si Dios encontraba en el sacrificio olor fragante, y hallaba complacencia en él, Él encontraba la misma complacencia en aquel que venía con él. El oferente era identificado plenamente con el valor del sacrificio delante de Dios. Tal como leemos, "y será aceptado", en lugar de él. ¡Oh, cuán sencillo y bienaventurado es eso! El sacrificio de Cristo aceptado por Dios por nosotros, conforme a todo el valor que Él le confiere — Cristo aceptado en lugar de nosotros. En vez de estar delante de Dios con nuestros pecados y nuestro aborrecimiento hacia Él, en lugar de nuestra desobediencia y falta de consagración, nosotros somos aceptados conforme a todo el valor de esa obra en la cruz, donde todos nuestros pecados fueron expiados, y donde la obediencia, la consagración de Cristo y Su amor al Padre fueron manifestados plenamente. "Será aceptado para expiación suya. (Levítico 1:4).

         Con independencia de lo que el oferente era, fuese él consagrado o no; cualesquiera que fuesen sus sentimientos, sus experiencias, o sus pensamientos en cuanto al valor del sacrificio — todo esto no tenía nada que ver con su aceptación. Se trataba sólo de cuál era el valor de la ofrenda a la vista de Dios. El oferente podía haber dicho, «Si Dios acepta el sacrificio, yo soy aceptado; si Él rechaza el sacrificio, yo soy rechazado también. Si Dios encuentra complacencia en el sacrificio que traigo, Él encuentra complacencia en mi también.» ¡Cuán sencillo es cuando aplicamos eso a nuestro caso! En otras palabras, es Cristo y Su obra aceptados por Dios en mi lugar. De eso se trata realmente. Gracias a Dios, si una vez hemos venido como pecadores perdidos, y hemos tomado nuestro verdadero lugar delante de Él, nosotros nos encontramos aceptados, a pesar de todo lo que somos — nuestra indignidad, nuestra falta de consagración, y nuestro aborrecimiento y rebelión contra Dios; aceptados en el terreno de lo que Cristo fue para Dios cuando Él mismo se ofreció como un sacrificio voluntario — cuando Él, que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado. (2ª. Corintios 5:21).

         ¿Acaso eso no lo deja claro? Yo estoy cierto de que nosotros perdemos mucho por no pensar con insistencia en lo que esa obra fue para Dios.

         Nosotros debemos recordar que estas cosas presentan sólo diferentes aspectos de la misma obra. Fue cuando el Señor por nosotros fue hecho pecado, cargando con nuestro juicio, que el fragante aroma de Su sacrificio subió a Dios. ¿Ha cambiado el valor de ese sacrificio delante de Dios? Gracias a Dios, no ha cambiado. El valor de aquel sacrificio es tan nuevo delante de Dios como el del día en el cual fue ofrecido.

         Consideraremos solamente "la ley del holocausto" en Levítico 6 antes de finalizar.

         "Manda a Aarón y a sus hijos, y diles: Esta es la ley del holocausto: el holocausto estará sobre el fuego encendido sobre el altar (presten atención a la siguiente expresión) toda la noche, hasta la mañana; el fuego del altar arderá en él." (Levítico 6:9).

         ¡Yo pienso que es una expresión tan hermosa! Permanecía quemándose "toda la noche, hasta la mañana." En las tinieblas de la noche, cuando Israel dormía, o quizás estaban murmurando en sus tiendas; en medio de las tinieblas estaba el olor grato subiendo delante de Dios. ¿Acaso no es ahora la noche? "La noche está avanzada, y se acerca el día." (Romanos 13:12). ¿Acaso no es de noche durante la ausencia del Señor Jesús, hasta que Él venga como la estrella resplandeciente de la mañana? Es bienaventurado pensar que, durante la larga y oscura noche, cuando la ruina de la iglesia profesante está llegando a ser cada vez más evidente, y en medio de todo el fracaso del pueblo de Dios por todas partes, el olor fragante del sacrificio, cuando el propio Cristo se ofreció, es tan nuevo delante de Dios como en aquel momento cuando fue ofrecido. ¿Acaso no podemos aplicarlo también de manera personal? Sí. Si nos alejamos del Señor en corazón, y volvemos a deslizarnos en el mundo, y en las cosas del mundo — separándonos del Señor— ¿es nuestra aceptación delante de Dios cambiada? No; porque el olor fragante del sacrificio de Cristo delante de Dios es tan nuevo como siempre, y en eso nosotros somos aceptados. ¿Es alterado ese olor fragante alguna vez? Jamás. Por lo tanto, la aceptación del creyente nunca sufre alteración. Nuestra apreciación de ello puede alterarse; ¡lamentablemente! sufre alteración. Tal como cantamos a menudo —     

         "Mi amor es a menudo bajo,

         Mi gozo decae y fluye aún,

         Pero la paz con Él permanece la misma:

         Jehová no conoce variación." [*]

 

[*] N. del T.: Traducción libre de la cuarta estrofa del himno "I Hear the Words of Love" Palabras por Horatius Bonar (1861), música por Henry Gauntlett (1858).

 

            Hay otro asunto bienaventurado sacado a relucir en Levítico 6, y ese es, la eficacia y el valor eternos de la obra de Cristo. "El fuego ha de arder perpetuamente sobre el altar; nunca se apagará. " (Levítico 6:13 – VM). Nunca se apagará. ¿Qué implica eso? Cuando nosotros habremos estado en la gloria de Dios por edades innumerables, estaremos allí en el mismo terreno que aquel sobre el cual somos aceptados ahora, a saber, el valor de la obra de Cristo delante de Dios. Cuando Dios introduzca los cielos nuevos y la tierra nueva, en los cuales mora la justicia, el fundamento sobre el cual reposará toda esta escena de bienaventuranza será el olor fragante del sacrificio de Cristo, cuando Él se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios.

         Yo no conozco una verdad más dadora de paz que esta de la cual nosotros estamos hablando tan extensamente. Si alguien pregunta, «¿Sobre qué están ustedes construyendo? ¿Sobre qué están ustedes basándose para su salvación eterna?», nosotros podemos responder, «Sobre el valor que Dios adjudica a la obra de Su Hijo amado.» ¡Qué fundamento seguro, sólido para nuestras almas!  Sólo últimamente yo estuve diciendo a algunos Cristianos, «Es una gran cosa ver que ustedes y yo somos tan aptos para el cielo como lo seremos siempre a través de toda la eternidad.» Al principio ellos no lo pudieron entender, y no lo creyeron completamente. Ellos no pudieron respaldar esa afirmación. Entonces les formulé la pregunta, «¿Qué nos hace aptos para morar con Cristo en gloria?» Ellos dijeron, «Vaya, la obra de Cristo, obviamente.» Pero, ¿será la obra de Cristo de más valor a la vista de Dios cuando nosotros estemos en gloria de lo que es ahora? Ni un solo átomo. Por consiguiente, si somos creyentes, la verdad bienaventurada es esta: que en el terreno de esa obra nosotros somos ahora tan aptos para la gloria como lo seremos siempre cuando estemos realmente en ella, si bien libres de la presencia del pecado en aquel entonces, y con un cuerpo glorificado a semejanza del de Cristo. Y si bien nosotros podemos fracasar, y alejarnos del Señor, y nuestros corazones llegar a ser tan fríos como piedra; aunque la iglesia profesante toda se haya malogrado, cuán bienaventurado es pensar en el holocausto ardiendo toda la noche; su olor fragante como nuevo delante de Dios en este momento como el día cuando el sacrificio fue ofrecido. Y a lo largo de todas las incontables edades de la eternidad será aún lo mismo — lo que Cristo fue para Dios cuando mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios (Hebreos 9:14).

         Que el Señor nos conceda, amados amigos, conocer más de esa obra maravillosa del Señor Jesús en la cruz — lo que ella es para Dios, y lo que ha llevado a cabo para nosotros.

Este será nuestro tema de alabanza en la gloria, cuando conoceremos tan cabalmente de qué manera somos conocidos (1ª. Corintios 13:12 - RVR1977). El mismo bendito Salvador nos ocupará entonces, y sacará a relucir la acción de gracias de nuestros labios, y la adoración de nuestros corazones. Que Dios pueda otorgar que ello pueda ser así cada vez más ahora.

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: La Ofrenda Vegetal

 

         Cristo Visto en las Ofrendas Notas de Sermones II LA OFRENDA VEGETAL

         Levítico 2; Levítico 6: 14 al 18

         Nosotros estuvimos diciendo la semana pasada que el holocausto, el cual viene en primer lugar en el libro de Levítico, es un tipo del Señor Jesucristo ofreciéndose a Sí mismo para cumplir la voluntad de Dios, a toda costa, incluso hasta la muerte. Tenemos derramamiento de sangre y expiación en aquella ofrenda, porque, si bien el Señor Jesús fue a la muerte en obediencia a Dios, ello fue a causa de lo que nosotros somos por naturaleza, debido a nuestra condición como hijos perdidos de Adán.

         El caso de la ofrenda vegetal es bastante diferente. No hay aquí derramamiento de sangre alguno. Esta ofrenda estaba compuesta de flor de harina (harina molida muy fina), o podía ser de espigas verdes. No había ninguna muerte relacionada con ella. La flor de harina tenía que ser mezclada o ungida con aceite, e incienso tenía que ser puesto sobre ella. Parte de la ofrenda vegetal — "la porción memorial de ella" (Levítico 2:2 – RVA) como se la denomina — con todo el incienso, era ofrecida sobre el altar como ofrenda encendida de olor grato para Jehová. Esta ofrenda era así muy diferente del holocausto, la totalidad del cual subía a Dios, exceptuando solamente la piel, la cual el sacerdote la tenía para sí mismo. El resto de la ofrenda vegetal lo comían Aarón y sus hijos.

         Ahora bien, mientras que el holocausto tipifica a Cristo ofreciéndose a Sí mismo a Dios como olor grato en Su muerte — obediente hasta la muerte, la ofrenda vegetal nos habla de la humanidad perfecta, sin pecado, del Señor Jesús — lo que Él fue como un hombre en la tierra, pero como ofrecido a Dios; "una ofrenda", como lo declara aquí Levítico 2, "encendida" (o presentada por fuego). Este fuego, como ustedes saben, representa el juicio probatorio; y ciertamente el bendito Señor fue probado en toda Su senda a través de este mundo, y en la cruz también, y mediante la muerte misma. Pero mientras más Él era probado, más era sacada a relucir Su perfección infinita delante de Dios. Cada pensamiento, cada palabra, cada acción era un olor grato para Dios. El Señor fue perfecto en cada paso de Su camino a través de este mundo — perfecto en obediencia, perfecto en dependencia, perfecto en mansedumbre, perfecto en compasión, perfecto en humildad; de hecho, no hay una sola gracia en la cual ustedes pueden pensar que el Señor Jesús no exhibió en toda Su perfección durante Su vida en la tierra. La ofrenda vegetal tipifica esto. Todo el incienso tenía que ser quemado con la ofrenda vegetal, y el aroma fragante de ese incienso nos habla de todas las gracias del Señor Jesús, todo siendo perfectamente aceptable para Dios — un olor grato.

         Algunos podrían preguntar por qué el holocausto viene en primer lugar, puesto que la vida del Señor, como un asunto de tiempo, vino antes de Su muerte. Pero la sabiduría divina es mostrada presentándonos el holocausto antes de la ofrenda vegetal, porque si el Señor hubiese desistido de la muerte, y de cargar con el juicio como por nosotros hecho pecado; si Él hubiese fracasado cuando sobrevino la última prueba — cuando, en el huerto de Getsemaní, fue traído ante el Señor todo el terrible padecimiento por el cual Él tendría que pasar al sobrellevar el juicio de Dios si Él asumía nuestro caso — si Él hubiese dicho entonces, «Ello es demasiado; yo no puedo continuar hasta eso en obediencia a Dios», Su obediencia no habría sido perfecta. Por consiguiente, tenemos en Filipenses 2, que Él se

hizo "obediente hasta la muerte." La perfección de Su obediencia llegó hasta la muerte [*]

 

[*] Esto es visto también en la ofrenda vegetal; pero la diferencia es que en el holocausto se trata de la muerte, el derramamiento de sangre, y la expiación del Señor, mientras que en la ofrenda vegetal se trata de Su vida aquí en la tierra. Por eso que en la última no hay ningún derramamiento de sangre o expiación.

 

         La obediencia que Le caracterizó durante toda Su vida fue llevada a su prueba más severa en Su muerte. Entonces esa obediencia fue perfeccionada al dar Él Su vida en expiación. Nosotros encontramos por tanto, en primer lugar, la muerte del Señor sacada a relucir en el holocausto, puesto que eso era el fundamento de todo. Después, en la ofrenda vegetal, Nosotros encontramos que Él fue un hombre aquí en la tierra — Su vida aquí, pero como ofrecida a Dios.

         Es un tema realmente muy bienaventurado, pero uno se siente totalmente incapaz de hablar extensamente y sin prisa de las perfecciones del Señor Jesús en Su vida aquí abajo. ¡Ojalá uno pudiese mejorar! Hay, sin embargo, un aspecto muy práctico para que consideremos; y nosotros siempre nos beneficiamos conociendo los pensamientos de Dios con respecto a la Persona de Cristo, sea ello en Su vida o en Su muerte.

         Cuando estuvimos considerando Su muerte, y el valor de ella, nosotros vimos cuán infinitamente aceptable todo fue para Dios. Todo fue un olor grato. Nosotros vimos que cada creyente en Cristo es aceptado delante de Dios en aquel mismo olor grato.  Eso muestra de qué manera nos beneficiamos conociendo los pensamientos de Dios acerca de la muerte del Señor. De modo que cuando los pensamientos de Dios acerca de la vida de Cristo en la tierra son conocidos por nosotros, nosotros somos grandes beneficiados. Vemos la complacencia que Dios halla en Él, y podemos decir, como creyentes, que somos aceptados en Aquel bendito. Nosotros pudimos estar en Él después de Su muerte y resurrección, obviamente; pero Aquel mismo en Quien nosotros somos aceptados fue el Objeto de la complacencia de Dios aquí abajo. Mientras más conocemos los pensamientos de Dios acerca de Cristo, mejor conocemos los pensamientos de Dios acerca de nosotros, los que estamos en Cristo. Según ese versículo en 1ª. Juan 4:17, "como él es, así somos nosotros en este mundo", no hay una sola gracia, ni una sola hermosura, ni una sola perfección del Señor Jesús que nosotros vemos sacada a relucir en los evangelios respecto a las cuales nosotros, como creyentes, no podamos decir, «Eso es mío.» Ustedes preguntan, ¿cómo puede ser eso? Yo respondo, ¿acaso no es Cristo la vida de ustedes? "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste" (Colosenses 3:4). ¿Quieren ver lo que la vida de ustedes es en su perfección? Ustedes no deben considerarse a ustedes mismos, o a su prójimo Cristiano; ustedes deben considerar a Cristo aquí en la tierra. "porque la vida fue manifestada" — demostrada (1ª. Juan 1:2). ¿Qué vida? La vida eterna. Esa es la vida que ustedes y yo poseemos como creyentes. ¡Cuán a menudo ese bienaventurado y aun así sencillo versículo, el último versículo de Juan 3, es citado y se predica a partir de él! ¡Y cuántos miles de almas han obtenido paz de ello!

         "El que cree en el Hijo tiene vida eterna." (Juan 3:36).

         Muchos, creyendo en aquel versículo, han conocido que son salvos; pero cuando llegamos a inquirir, «¿Cuál es esa vida eterna que poseemos?», nosotros hemos hecho referencia un asunto mucho más profundo que el de la salvación del alma. Yo digo, «Bueno, ustedes no deben mirar a mí para averiguarlo, porque muy a menudo, una gran cantidad de lo que sale a relucir no es la vida de Cristo; muy a menudo el pecado, la naturaleza Adánica, se muestra a sí misma. No; si ustedes desean ver la vida eterna que yo poseo manifestada perfectamente, ustedes deben mirar al Señor Jesucristo como un hombre en la tierra.»

         La ofrenda vegetal expone la vida de Jesús como un hombre en la tierra, no obstante, como ofrecida a Dios. Él es ahora nuestra vida como resucitado de los muertos; ¿y acaso no fue esa vida manifestada en Su Persona aquí en la tierra? La mayoría de ustedes recordarán ese versículo en 2ª. Corintios, donde encontramos la expresión misma, "la vida de Jesús."

         Consulten por un momento 2ª. Corintios 4:10:

         "Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús."

         Ahora bien, esta es la parte a la cual yo tenía la intención de llamar a prestar su atención:

         "Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo." (LBLA).

         La Escritura no proporciona relato alguno de la vida del Señor en gloria, donde Él está ahora. Nosotros sabemos solamente que Él está allí, y está allí para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Pero Dios nos ha presentado en los evangelios un relato de la vida del Señor Jesús en la tierra en cuatro aspectos diferentes, tal como hay cuatro grandes ofrendas típicas en el Libro de Levítico, como observamos cuando estuvimos hablando del holocausto. Y la vida de Jesús, esa vida eterna, que estaba con el Padre, fue manifestada, o demostrada. El Señor, habiendo muerto ahora, y habiendo llevado nuestros pecados, hecho por nosotros pecado, todo ello resulta en que hay un final de lo que nosotros éramos como hijos de Adán, y, como resucitado de la muerte, el Señor nos comunica Su vida de resurrección. Tal como leemos en Juan 20:22, Él sopló sobre los discípulos y les dijo, "Recibid el Espíritu Santo", es decir, Él impartió vida en resurrección en el poder del Espíritu Santo. ¿No hace esto que sea más interesante cuando nosotros recordamos esto al considerar la vida del Señor Jesús aquí en la tierra?

Volviendo a nuestro capítulo, leemos:

         "Cuando alguna persona ofreciere oblación a Jehová, su ofrenda será flor de harina" (Levítico 2:1).

         La flor de harina es un tipo de la humanidad sin mancha, sin pecado, del Señor Jesús. El Señor habla de Él mismo una o dos veces, a lo menos, en los evangelios, como trigo, y pan también. Un ejemplo está en Juan 6:

         "Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo." (Juan 6:33).

         Ustedes ven allí un Cristo humillado — Aquel que descendió — es llamado "el pan de Dios." Y Juan 12:24 dice,

         "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo."

         El Señor habla allí de Él mismo como un grano de trigo. En Juan 6, tal como vimos, Él habla de Él mismo como el pan de Dios. Así, no es muy difícil entender el lenguaje de los tipos cuando acudimos al libro de Levítico con la luz del Nuevo Testamento. Nosotros encontramos que una de las ofrendas, que nosotros sabemos que tipifica a Cristo, está compuesta de flor de harina o harina fina. Esta representa a Aquel que descendió del cielo, el hombre Jesucristo, en Su humanidad sin mancha, sin pecado, aquí. ¡Y cuán hermosa es la flor de harina! Cuando nosotros pasamos nuestra mano a través de ella no hay aspereza alguna, ninguna desigualdad; todo es perfectamente suave. Es así en el Señor Jesús. No hubo desigualdad alguna en Él; no hubo nada en Aquel bendito sino lo que era absolutamente conforme a los pensamientos de Dios.

         En algunos casos la flor de harina era amasada con aceite; en otros casos ella era untada con aceite.

         "Mas si ofrecieres ofrenda de sartén, será de flor de harina sin levadura, amasada con aceite." (Levítico 2:5).

         "Amasada con aceite." ¿De qué nos habla ello? Bueno, nosotros sabemos que el bendito Señor Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, tal como el ángel anunció a María. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios." (Lucas 1:35).

         Por lo tanto, en Su naturaleza como un hombre, Él fue concebido por el Espíritu Santo, y todo lo que Él hizo fue mediante el poder del Espíritu Santo. El amasado con aceite nos habla de eso, sin duda.

         Algunas de las ofrendas vegetales eran untadas con aceite, lo cual habla por sí mismo. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con el versículo, "Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret." (Hechos 10:38). El Señor fue ungido con el Espíritu Santo cuando Él tenía unos treinta años de edad. En el bautismo de Juan el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en la forma de una paloma, y vino sobre Él. Allí fue el ungimiento.

         Hay otra cosa que debe ser mencionada en esta ofrenda, y es la ausencia total de levadura. Ninguna de estas ofrendas debía tener levadura.

         "Ninguna ofrenda que ofreciereis a Jehová será con levadura; porque de ninguna cosa leuda, ni de ninguna miel, se ha de quemar ofrenda para Jehová." (Levítico 2:11).

         La levadura es en la Escritura un tipo o símbolo del mal. No hay un solo lugar en la Escritura donde ella tipifica algo bueno. Yo soy consciente de que algunas personas, las cuales no pueden negar que ella representa el mal en muchos lugares, dicen que en un lugar ella da entender lo bueno. El supuesto pasaje excepcional está en Mateo 13:

         "El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado." (Mateo 13:33).

         Esas personas dicen que esto significa la extensión gradual del bien en el mundo, hasta que al final el mundo entero llega a convertirse. Nosotros sabemos, sin embargo, que ello no es así. Cada vez que la palabra levadura es encontrada, ella se refiere al mal. Será suficiente citar dos pasajes. En 1ª. Corintios 5:8 nosotros leemos, "la levadura de malicia y de maldad"; y en Lucas 12:1 el Señor dijo, "Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía." En este mismo Evangelio de Mateo (Mateo 16:12) el Señor muestra a Sus discípulos que, cuando Él les mandó guardarse de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos, Él se refería la doctrina de ellos; y esta parábola en Mateo 13 nos habla sin duda de la extensión de la así llamada religión Cristiana, en contraste con otras religiones, pero no nos habla tanto de la extensión de la fe real y la conversión verdadera, sino como del hecho de propagar doctrinas, dogmas, etc., en el mundo, siendo su resultado la Cristiandad profesante. Las doctrinas son sostenidas allí donde no hay conversión verdadera, y toda religión meramente exterior debe estar relacionada con el mal. Por ejemplo, Babilonia, en el libro de Apocalipsis, representando la religión mundana, será juzgada por Dios como totalmente corrupta y maligna. Cuando nosotros comprendemos por medio de la Palabra de Dios que la iglesia profesante aquí en la tierra se va a corromper cada vez más, los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor (2ª. Timoteo 3:13), no necesitamos procurar alterar el significado de la palabra levadura en Mateo 13. Todo es sencillo y claro. No debía haber levadura alguna en ninguna ofrenda para Jehová. Eso habla por sí mismo. En la Persona del bendito Señor Jesús, no hubo pecado alguno; "el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios." (Lucas 1:35). Y la excepción en el versículo 12 de nuestro capítulo (Levítico 2) solamente saca a relucir de manera más sorprendente la maravillosa exactitud del Espíritu de Dios al usar estos tipos, y muestra que los registros son inspirados por Dios de una forma muy admirable.

         "Estas cosas las podréis presentar a Jehovah como ofrenda de los primeros frutos, pero no serán puestas sobre el altar como ofrenda de grato olor." (Levítico 2:12 – RVA).

         Los pormenores de la oblación de primeros frutos son presentados en Levítico 23: 15 al 21. La ofrenda vegetal a la cual se hace referencia allí, es un tipo de la Iglesia, de los Cristianos como un cuerpo, santificados por el Espíritu Santo de Dios y aceptados en todo el valor de la obra de Cristo. La levadura iba a estar presente solamente en ese caso. ¡Qué hermosamente precisa es la Escritura! Solamente en este tipo, el cual nos representa como creyentes en Cristo, iba a estar presente la levadura, debido a que, si bien nosotros estamos delante de Dios según todo el valor de la obra de Cristo, aún tenemos pecado en nosotros. Si un hombre no inspirado hubiese escrito el libro de Levítico, ¿habría él incluido una cosa de este tipo? Imposible. Estas son imágenes presentadas por Dios el Espíritu Santo de las cosas celestiales y de Aquel que estaba por venir.

         Asimismo, el sacrificio no debía llevar miel alguna. Se entiende que la miel tipifica aquello que es dulce para nosotros como hombres aquí — el afecto familiar y cosas semejantes — pero cuando se trataba de estar completamente consagrado a Dios, u ofrecido a Él, como en el lenguaje de nuestro tipo, todo esto tenía que ser desechado. El bendito Señor cuando estuvo en la tierra reconoció plenamente las relaciones naturales, pero (para usar el lenguaje de otro), Él pudo decir, "Mujer, he ahí tu hijo", y al discípulo, "He ahí tu madre" (Juan 19: 26 y 27) incluso en el terrible momento de la cruz, cuando todo fue consumado, y pudo decir también, "Qué tienes conmigo, mujer?" cuando Él estaba en la realización más sencilla de Su servicio (Juan 2:4).

         Muy poco se dice acerca de la vida del Señor antes de Su ministerio público. Nosotros tenemos solamente una mención de Él cuando tuvo doce años de edad. Él estaba en el templo con los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Fue entonces que Él dijo a Su madre, "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2: 41 al 52). Él era el Hijo del Padre de manera consciente; sin embargo, el siguiente versículo mismo dice que Él volvió con Sus padres, y estaba sujeto a ellos (Lucas 2:51). Eso muestra la perfección de lo que Él era, incluso a los doce años de edad — un Hijo sujeto a Sus padres terrenales. ¡Cuán hermosamente las perfecciones del Señor salieron a relucir en cada paso del camino! Lo que sucedió desde el tiempo en que Él tuvo doce años de edad hasta que tuvo treinta, el Espíritu Santo no nos lo revela, pero todo ese tiempo los ojos del Padre estuvieron sobre Él; y todos Sus pensamientos, hechos, palabras, y oraciones, estuvieron subiendo a Dios como olor grato.

         Con respecto al comienzo de Su ministerio público, nosotros leemos en Mateo 2, "Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia." (Mateo 3: 16 y 17).

         ¿Han entendido ustedes alguna vez la fuerza de esa expresión "le fueron abiertos"? No dice que los cielos fueron abiertos sobre Él, sino "los cielos le fueron abiertos", lo cual significa que Él mismo era el Objeto en la tierra sobre el cual los cielos miraron abajo. "Los cielos le fueron abiertos", y entonces el Espíritu Santo descendió en una forma corporal, en la forma de una paloma, y reposó sobre Él. Nunca, desde el momento que Adán pecó y deshonró a Dios, nunca hasta este momento hubo un hombre aquí en la tierra en quien Dios pudo encontrar perfecta complacencia. Nunca antes hubo un hombre sin pecado aquí en la tierra, un hombre en quien Dios pudo encontrar Su deleite. Por lo tanto, los cielos, por así decirlo, deben abrirse, y la voz del Padre declarar, " Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia."

         Estas palabras fueron repetidas en el monte de la transfiguración, más adelante en el ministerio del Señor, más cerca de Su muerte. La voz vino nuevamente desde la magnífica gloria, tal como el Apóstol Pedro nos dice: "Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia (o, "he encontrado mi deleite"), (2ª. Pedro 1: 17 y 18). El Padre dice, Yo he encontrado Mi deleite en Él. Es maravilloso y bienaventurado pensar acerca del deleite que el Padre encontró en Él. El mundo no Le conoció; ellos Le rechazaron. Le vieron solamente como el hijo del carpintero. Le llamaron Beelzebú (Mateo 10:25). "Ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?" (Juan 10:20). Ellos no conocieron quién era Él, pero el Padre Le conocía. "Este es Mi Hijo amado, en el cual Yo he encontrado Mi deleite." (Versión JND).

         Muchos no tienen claridad acerca de la vida del Señor Jesús en la tierra. Nosotros sabemos que muchos miles de Cristianos creen que Su vida en la tierra, perfecta y sin mancha, les es contada por justicia. El pensamiento de ellos es que Él guardó la ley durante Su vida, y en la cruz llevó sus pecados, y que la justicia de Su vida les es contada a los que creen. Pero no hay Escritura alguna que muestra que Cristo guardó la ley por nosotros, o que Su vida justa en la tierra es imputada al creyente. Dios Le hizo para nosotros sabiduría (1ª. Corintios 1:30), y nosotros hemos sido hechos justicia de Dios en él (2ª. Corintios 5:21); pero esto es solamente en resurrección.

         Por otra parte, nosotros tenemos la tendencia de ir al otro extremo, y a adjuntar demasiada poca importancia a la vida del Señor. No obstante, es muy evidente que Su vida no es para nuestra justificación, y no podemos ser demasiado claros acerca de ello; porque si Él hubiese vivido aquí abajo diez mil años, y no hubiese muerto, nosotros no podríamos haber entrado nunca en la gloria de Dios. Jamás. Por consiguiente, podemos decir con toda confianza que la vida del Señor en la tierra no quitó nuestros pecados. Solamente Su muerte y derramamiento de sangre pudieron hacer eso.

         Si se pregunta, «¿Cuál fue el objetivo de Su vida en la tierra?» Yo respondo que en todas las cosas nosotros tenemos la tendencia a pensar en nuestro propio aspecto, y en los beneficios que nosotros obtenemos de lo que Cristo ha hecho. ¿Han considerado ustedes alguna vez que por 4.000 años la historia del mundo, desde la época en que Adán pecó hasta que el Señor vino, es una historia de pecado, de deshonra hecha a Dios, de rebelión contra Él, de independencia y voluntad propia en todas las formas imaginables? Solamente tenemos que leer el Antiguo Testamento para encontrar que este fue el caso, tanto antes del diluvio como después de él. Todo es la misma historia — nada más que una historia del pecado del hombre, su rebelión, y su independencia de Dios, excepto cuando hubo fe verdadera obrada por el Espíritu de Dios. ¿Y se ha de permitir que todo esto suceda sin que se le preste atención alguna? No.

         Es muy interesante ver que el Señor Jesús, en Su vida aquí abajo, se ocupó, y glorificó a Dios, en cada cuestión en que el primer Adán y su raza fracasaron. Es muy bienaventurado ver que Adán y toda su raza se caracterizan por la desobediencia. "Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores." (Romanos 5:19). ¿Qué caracterizó al Señor Jesús? Obediencia, obediencia perfecta. La independencia caracterizó al primer Adán y a toda su raza desde él hacia abajo. Consideren la torre de Babel, por ejemplo. ¡Qué expresión fue eso de independencia! Ellos dijeron, "Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre,... Y dijo Jehová: ...  y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer." (Génesis 11: 4 al 6). Estaba allí la auto exaltación del hombre en la tierra en independencia de Dios.

         Pero, ¿qué caracterizó al Señor Jesús? La dependencia perfecta. En el desierto Él tuvo hambre; y cuando el diablo vino a Él y dijo, "Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan", Él respondió, "Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mateo 4: 1 al 4). Dependencia perfecta, obediencia perfecta, caracterizaron al Señor Jesús en todas las maneras posibles. Él trajo gloria infinita a Dios en el lugar mismo donde nada más que la deshonra Le había sido traída por el primer hombre y su raza. Es muy bienaventurado pensar acerca de que Él estaba haciendo la voluntad del Padre a toda costa para Él mismo. ¿Piensan ustedes que sufren pérdida al contemplar los pensamientos de Dios acerca de Cristo? Yo les presentaré un ejemplo de lo opuesto a esto. Acudan solamente a Juan 6: 37 y 38.

         "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera."

         ¿Por qué?

         "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió."

         La hermosura de aquel bien conocido pasaje — "al que a mí viene, no le echo fuera", no es entendido generalmente por el hecho de no leer el contexto; porque "al que a mí viene, no le echo fuera" es solamente la última mitad del versículo. El versículo completo es rara vez citado. ¡Cuán hermosamente la obediencia de Cristo es sacada a relucir aquí! En primer lugar, "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí." Luego, "y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió." ¡Cuán bienaventuradamente confortante eso es! Si yo pregunto a cualquier alma que no tiene paz, «¿Ha venido usted a Cristo?» y esa alma responde, «Sí», yo puedo decir, «Eso muestra que usted es uno que el Padre ha dado a Cristo; porque Él dijo, "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí", y usted ha venido a Él. El Señor dice, "al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió." El Padre envía estas ovejas a Cristo, y recibiéndolas, Él está haciendo la voluntad del Padre. ¿Cómo estaría Él haciendo la voluntad del Padre si Él echase fuera aquellos que el Padre Le ha dado? Recibiendo a ustedes y a mí, Él está haciendo la voluntad del Padre, porque el Padre nos envió, y nosotros vinimos. Nosotros no lo sabíamos en aquel momento, pero lo sabemos ahora, gracias a Dios.» Este es un ejemplo de la manera en que nosotros obtenemos beneficio al ver que el Señor estuvo aquí haciendo la voluntad del Padre perfectamente.

         Ciertamente la vida del Señor Jesús en la tierra tuvo utilidad, si bien, como yo dije, ninguna utilidad para nosotros como pecadores. Pero ahora que somos santos de Dios, cuán bienaventurado es mirar hacia atrás a la vida sin mancha del Señor Jesús aquí en la tierra, leer los evangelios en la luz de esta ofrenda vegetal, y ver al Hombre Cristo Jesús pasando a través de este mundo, siendo del todo un aroma fragante para Dios, dejándonos ejemplo, para que sigamos Sus pisadas (1ª. Pedro 2:21).

         Ustedes pueden haber notado la diferente intensidad de las pruebas a las cuales el Señor como hombre fue sometido aquí. Esto fue tipificado por las diferentes maneras en que la ofrenda vegetal era preparada. En un caso ella era cocida en horno (Levítico 2:4). En otro caso ella era cocida en un sartén — una lámina o rodaja plana (Levítico 2:5). En un tercer caso ella era cocida en una cazuela (Levítico 2:7). Estos modos diferentes de ofrecer la ofrenda vegetal exponen, sin duda, los diferentes grados de intensidad en las pruebas a las cuales el Señor fue sometido aquí. El "horno" puede referirse a la senda oculta de Su vida, aquello que los hombres no podían ver, aquello que era sólo entre Él mismo y Dios. ¡Cuán bienaventurado es que se nos permita entrar en todo esto! Será el gozo de nuestras almas en aquel día de gloria que está por venir cuando estemos con Él, estar repasando y rememorando la senda de aquel bendito Señor el cual Se humilló tanto en este mundo — Aquel que, al venir a hacer la voluntad de Dios también, en el amor y gracia de Su corazón, se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, haciéndose hombre para hacerlo.

         En Levítico 2:13 nosotros encontramos otra cosa: a saber, la sal nunca debía faltar en la ofrenda vegetal, o en realidad, en ninguna ofrenda. "Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal."

         La sal, como ustedes saben, es un conservante, y puede hablarnos aquí de aquello que es eterno, tal como leemos en Marcos 9:49: "Porque todos serán salados con fuego, y todo sacrificio será salado con sal." [*]

 

[*] Otro ha dicho, «Todos serán juzgados — los santos, para que ellos no sean condenados con el mundo — el resto mediante el juicio final; pero la sal, la separación del mal, pertenecía a sacrificios presentados así a Dios. "Y todo sacrificio será salado con sal." A los que fueron consagrados para Dios, cuya vida fue una ofrenda para Él, no les debe faltar el poder de la gracia santa que une el alma a Dios, y la conserva internamente del mal». J. N. Darby.

 

         La condenación eterna es la porción de todos los hombres que mueren en sus pecados. Pero en el caso del sacrificio, la eficacia de él y su resultado perdurarán para siempre. Ella es "la sal del pacto de tu Dios" en la cual Dios, por así decirlo, se obliga a Sí mismo a bendecirnos conforme a Su propio corazón en el terreno de la eficacia eterna del sacrificio del Señor Jesús. En relación con esta ofrenda vegetal, el olor grato de lo que Cristo fue para Dios aquí como hombre en la tierra no será un aroma pasajero, sino que permanecerá por toda la eternidad, tal como lo hará también nuestro gozo al alimentarnos de Él como el Hombre humillado en la tierra.

         Sólo nos referiremos, para concluir, a "la ley de la ofrenda vegetal" (Levítico 6: 14 al 18). Este pasaje saca a relucir nuestra porción en esa ofrenda. Esa ofrenda vegetal debía ser hecha arder sobre el altar por memorial en olor grato a Jehová.

         "Y el sobrante de ella lo comerán Aarón y sus hijos; sin levadura se comerá en lugar santo; en el atrio del tabernáculo de reunión lo comerán. No se cocerá con levadura; la he dado a ellos por su porción de mis ofrendas encendidas; es cosa santísima, como el sacrificio por el pecado, y como el sacrificio por la culpa." (Levítico 6: 16 y 17).

         "La he dado a ellos." Yo pienso que es hermoso. Dios dice, "la he dado a ellos." ¿Qué les ha dado? La ofrenda vegetal, ¿A quiénes? A Sus sacerdotes, a nosotros — "por su porción de mis ofrendas." Era la ofrenda de Dios, toda ofrecida a Dios, tal como la vida del Señor Jesús aquí, pero nosotros tenemos nuestra porción en ella. Nosotros, como sacerdotes de Dios, podemos alimentarnos de Aquel que se humilló; nuestras almas se pueden alimentar de Él y deleitarse en Él en Su perfección como un hombre pasando por este mundo. ¡Qué maravilloso es eso! ¿Y acaso no es muy notable el hecho de que cada vez que estas Escrituras hablan de Aarón y sus hijos comiendo de esta ofrenda, se dice, "es cosa santísima"?

         Lean Levítico 2:3: "Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová." Levítico 2:10 también, "Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová." Y en Levítico 6:17, "No se cocerá con levadura; la he dado a ellos por su porción de mis ofrendas encendidas; es cosa santísima, como el sacrificio por el pecado, y como el sacrificio por la culpa. "Debe comerse como tortas sin levadura en lugar santo." (Levítico 6:16 – LBLA). ¿Cuál es el lugar santo para nosotros? La presencia de Dios, ciertamente. La porción de los sacerdotes debía ser comida sin levadura en el lugar santo; como tortas sin levadura — es decir, la ausencia de todo pecado permitido. En la presencia

de Dios, con la carne juzgada y mantenida en el lugar de muerte; solo allí y así nosotros podemos, como sacerdotes de Dios, alimentarnos de la Persona sin mancha, de la santa Persona del Señor Jesucristo en Su vida como hombre aquí abajo. La ofrenda vegetal y el sacrificio por el pecado se caracterizan por igual por el hecho de ser "cosa santísima." Todos los esfuerzos y ataques de Satanás contra la verdad, en casi todas las falsas doctrinas, están dirigidas, directa o indirectamente, a la Persona u obra del bendito Señor — no tanto a lo que Él es ahora en gloria, como a lo que Él fue como hombre aquí abajo en la tierra.

         Un Cristo humillado parece ser el objeto del ataque del enemigo en toda falsa doctrina. Así fue en el principio. Consideren los problemas en los primeros días de la Iglesia — la doctrina Arriana o Arrianismo, por ejemplo, dirigiendo un golpe a la Persona de Cristo — y la doctrina que niega el castigo eterno, en nuestro día, socavando la verdad tanto con respecto a la Persona como a la obra de Cristo.

         Pero nosotros leemos, en primer lugar, que los sacerdotes comerán de la ofrenda vegetal. Solamente una persona convertida puede comprender y alimentarse del Señor Jesús en Su senda a través de este mundo. En segundo lugar, "debe comerse como tortas sin levadura" (Levítico 6:16 – LBLA). Ningún pecado debe ser permitido en nosotros. Si el pecado estuviese sin juzgar en nosotros, el Espíritu Santo se contristaría, y no nos podría revelar la hermosura del Señor Jesucristo en Su humillación en la tierra; y es solamente el Espíritu Santo el que puede hacer eso. Por otra parte, nada es más terrible que una persona no convertida criticando y juzgando la vida del Señor Jesús aquí en la tierra, o el ejercicio de los pensamientos de un corazón no renovado en cuanto a la Persona del Hijo de Dios. Los sacerdotes de Dios se alimentan de un Cristo humillado en el lugar santo.

         Que el Señor pueda permitirnos alimentarnos de Él en el poder del Espíritu Santo. Ciertamente eso es de lo que el Señor nos habla en el mensaje a la iglesia en Pérgamo en Apocalipsis 2: "Al que venciere, daré a comer del maná escondido." ¿Qué es el "maná escondido"? Allí en la gloria nosotros, en el poder del Espíritu Santo, miraremos atrás y entraremos plenamente en el deleite de Dios en las perfecciones del bendito Señor en Su humillación en la tierra; y, ciertamente, ello es ahora nuestra porción. Ciertamente Su humillación es mucho más maravillosa para nosotros que Su exaltación — la humillación de Aquel que siendo en forma de Dios, se despojó a Sí mismo, se humilló a Sí mismo, descendió en obediencia perfecta "hasta la muerte, y muerte de cruz." (Filipenses 2: 6 al 8). Que el Señor pueda permitirnos, en Su gracia, estar alimentándonos de Él cada vez más.

         'Allí en el escondido pan,

         De Cristo — una vez humillado aquí —

         El atesorado depósito de Dios, alimentó para siempre,

         Su amor mi alma aclamará.' [*]

 

            [*] N. del T.: traducción libre de la tercera estrofa del himno 'Hid with Him' compuesto por J. N. Darby.

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: La Ofrenda de Paz

 

         Cristo Visto en las Ofrendas Notas de Sermones III LA OFRENDA DE PAZ

         Levítico 3: 16 Y 17, Levítico 3: 1 al 5; Levítico 7: 11 al 18; Levítico 3: 31 al 34

         El término "sacrificio de paz" transmite un pensamiento erróneo acerca de la ofrenda de la cual se habla en las Escrituras que hemos leído recién. Muchas personas dan por cierto de antemano que esta ofrenda tipifica a Cristo haciendo nuestra paz con Dios. Pero ese no es un pensamiento correcto. La ofrenda de paz es más bien un sacrificio de acción de gracias o alabanza. "Sacrificio de prosperidad", como es traducido en Francés, expresa mejor el pensamiento. La ofrenda de paz tipifica nuestra comunión, como santos de Dios, en el terreno del valor de la obra y la sangre preciosas de Cristo delante de Dios — nuestra comunión con Dios mismo, nuestra comunión con el Señor Jesús, y nuestra comunión de unos con otros como sacerdotes de Dios. Eso es lo que es presentado en la ofrenda de paz. Se trata realmente de una ofrenda o sacrificio de comunión, y la acción de gracias y la alabanza fluyen de manera natural de la comunión. Por consiguiente, nosotros tenemos esa expresión, "Si se ofreciere en acción de gracias" (Levítico 7:12). Alabanza y acción de gracias fluyen necesariamente de la comunión. El terreno de todo ello es el valor de la obra de Cristo. Ese es, sin duda, el por qué nosotros encontramos en Levítico 3 que la ofrenda de paz está fundamentada, por así decirlo, sobre el holocausto.

         "Y los hijos de Aarón harán arder esto en el altar, sobre el holocausto que estará sobre la leña que habrá encima del fuego." (Levítico 3:5).

         ¡Qué hermoso es eso! El holocausto, ustedes son conscientes, tipifica a Cristo ofreciéndose Él mismo a Dios en la muerte como olor grato, y en el lugar mismo donde Él por nosotros fue hecho pecado trayendo la gloria más plena a Dios. Allí ciertamente nosotros encontramos el fundamento para todos nuestros gozos, toda nuestra comunión, toda nuestra adoración, y toda nuestra alabanza. El fundamento de todo está en el holocausto.

         Nosotros podríamos, aprovechando la ocasión, considerar una ilustración. Véase 2º. Crónicas 7: 1 al 3:

         "Y cuando Salomón hubo acabado de orar, el fuego descendió del cielo, y consumió el holocausto y los sacrificios." (2º. Crónicas 7:1 – VM).

         El holocausto fue ofrecido allí, y Dios indicó Su aceptación de él enviando fuego desde el cielo. Ese fue un retrato de Cristo ofreciéndose a Sí mismo como el holocausto verdadero, y Dios ha mostrado Su aceptación de él y Su deleite en él colocando a Cristo a Su diestra en gloria.

         "Cuando vieron todos los hijos de Israel descender el fuego y la gloria de Jehová sobre la casa, se postraron sobre sus rostros en el pavimento y adoraron." (2º. Crónicas 7:3).

         Entonces, cuando nosotros vemos ese sacrificio maravilloso del Señor Jesús, y conocemos el lugar en que Dios Le ha colocado en gloria, nosotros adoramos como los que son aceptados en todo el valor infinito de ese único sacrificio. Por lo tanto, el terreno en el cual nosotros somos adoradores es el sacrificio de Cristo como olor grato para Dios.

         Hay otro pensamiento relacionado con la ofrenda de paz que debiéramos observar, y es que si bien esta ofrenda tipifica comunión y acción de gracias y adoración, estas cosas no son individuales, sino colectivas. Es muy bienaventurado ver que ellas están relacionadas con la mesa del Señor, y con nuestro lugar allí como adoradores. Estas cosas son sacadas a relucir muy clara y distintivamente en la ofrenda de paz.

         Dicha ofrenda tipifica comunión, porque todas las personas involucradas participaban de la misma ofrenda. Dios tenía Su porción, el sacerdote tenía la suya, Aarón y sus hijos tenían las de ellos, y el resto del animal era comido por aquel que lo trajo, y los que estaban con él. Nos referiremos a los versículos que hablan de esto, para que ello pueda estar impreso en la mente: "Vianda es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová; toda la grosura es de Jehová." Levítico 3:16. Especialmente "la grosura que cubre los intestinos" (Levítico 3:3); Pero toda la grosura era ofrecida a Dios sobre el altar. Era la parte de Dios del sacrificio; o, como está hermosamente expresado, "vianda (alimento) es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová." ¿Alimento de quién? Alimento de Dios. Aquello de lo cual Él se podía alimentar, esa era la porción de Dios.

         Levítico 7:31 nos presenta la relación. Nosotros vimos en Levítico 3 que toda la grosura era de Jehová, y encontramos aquí que "la grosura la hará arder el sacerdote en el altar, mas el pecho será de Aarón y de sus hijos." (Levítico 7:31). Aarón y sus hijos tipifican siempre a los creyentes — a todos los creyentes en Cristo — no considerados como un cuerpo, sino considerados como sacerdotes individuales para Dios. Aarón, cuando está solo, es un tipo de Cristo. Léase Levítico 7: 32 y 33:

         "Y daréis al sacerdote para ser elevada en ofrenda, la espaldilla derecha de vuestros sacrificios de paz. El que de los hijos de Aarón ofreciere la sangre de los sacrificios de paz, y la grosura, recibirá la espaldilla derecha como porción suya."

         Relacionando estos versículos nosotros descubrimos muy claramente, en primer lugar, que la grosura era de Dios, y era quemada sobre el altar en olor grato; en segundo lugar, que el pecho pertenecía a Aarón y sus hijos; y en tercer lugar, que la espaldilla derecha pertenecía al sacerdote oferente — un tipo del Señor Jesús. Tal como dije anteriormente, el resto del animal era comido por aquel que lo trajo, y por sus amigos. Por lo tanto Dios, el sacerdote oferente, y Aarón y sus hijos, y la persona que trajo el animal en sacrificio, todos se alimentaban de la misma cosa — del mismo animal. Ello llega a ser, por consiguiente, un tipo muy sencillo de la comunión con Dios, y con el Señor Jesucristo — el Sacerdote oferente — y de unos con otros como creyentes. Podríamos añadir, con toda la Iglesia; dado que cuando nosotros pensamos en nuestras alegrías, nuestras bendiciones, nuestra comunión, nuestra alabanza, nuestra adoración — si ellas son realmente en el poder del Espíritu Santo — todos los santos están necesariamente incluidos, porque ellos tienen una salvación común, una porción común, y alegrías comunes.

         Pasaremos ahora a un pasaje en 1ª. Corintios, a fin de obtener un entendimiento más claro del tema (1ª. Corintios 10: 15 al 20): "Como a sabios os lo digo; juzgad de lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque habiendo un solo pan, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; porque todos participamos de aquel pan, que es uno solo. Mirad a Israel, al que lo es según la carne. ¿Acaso los que comen de los sacrificios, no tienen comunión con el altar? ¿Qué digo pues? ¿que lo que se ofrece en sacrificio a los ídolos es algo? ¿o que el ídolo mismo es algo? Al contrario, digo que las cosas que los gentiles ofrecen en sacrificio, a los demonios las sacrifican, que no a Dios: y no quiero que tengáis comunión con los demonios." (1ª. Corintios 10: 15 al 20 - VM).

         En el versículo 18 nosotros leemos, " Mirad a Israel, al que lo es según la carne. ¿Acaso los que comen de los sacrificios, no tienen comunión con el altar?" Yo pienso que muchos del pueblo del Señor leen este versículo sin pensar a qué se refiere. Este versículo se refiere, sin duda, a la ofrenda de paz; así que entonces, a menos que la ofrenda sea entendida, nosotros no podemos entender 1ª. Corintios 10:18. Tampoco podemos entender acerca de qué está hablando el Apóstol en los otros versículos. Por eso que yo los leo en relación con esta ofrenda en Levítico. Nosotros leemos, "los hijos de Aarón harán arder esto en el altar, sobre el holocausto que estará sobre la leña encendida; es ofrenda de olor grato para Jehová." (Levítico 3:5 – RVR1977).

         Nosotros hemos visto que el holocausto habla de esa obra maravillosa en la cual Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios sin mancha. En el lugar mismo en que Él por nosotros fue hecho pecado, Él quitó nuestros pecados, así que todos ellos han desaparecido para siempre delante de Dios; y nosotros, como creyentes, podemos añadir, «Y nosotros mismos, como hijos de Adán, hemos desaparecido también.» ¿Qué queda? Nada más que un olor grato de lo que ese sacrificio fue para Dios, y que en eso nosotros mismos nos encontramos aceptados; en otras palabras, no se trata de nuestros pensamientos, de nuestra apreciación de la obra de Cristo, o de cómo la valoramos, sino que la verdad bienaventurada es que si usted es el creyente en el Señor Jesucristo más débil, el más desfallecido — uno que ha quitado sólo una vez la mirada de sí mismo para mirar a Cristo como Salvador — es cierto acerca de usted en este momento que usted es aceptado delante de Dios según Su estimación de todo el valor infinito de la obra del Señor Jesús en la cruz. Poco podemos, usted y yo, involucrarnos o entenderlo, y no obstante esa es la verdad bienaventurada. ¿Varía alguna vez la aceptabilidad de Cristo? ¿Cambia alguna vez el olor grato? Nunca. Tampoco Su aceptación cambia jamás, querido creyente en Cristo. El olor grato, el aroma fragante, es ahora tan nuevo delante de Dios como lo fue cuando Cristo mismo se ofreció; y en aquel olor grato usted y yo nos encontramos delante de Dios. Este es el terreno de nuestra paz.

         No necesito decir que a menos que una persona tenga paz con Dios, a menos que todo asunto acerca del pecado esté resuelto, no puede haber comunión alguna, ninguna adoración en espíritu y en verdad. El terreno de todo ello es el valor de la obra del Señor Jesús — toda su eficacia ante los ojos de Dios. Quizás la razón del por qué muchos Cristianos parecen no tener mucho corazón o inclinación a involucrarse en la Palabra de Dios, y buscar las cosas preciosas contenidas en ella — parecen no estar muy interesados en lo que concierne a los intereses del Señor, y lo que el Señor es en Su propia persona — es, en nueve de diez casos, porque ellas no tienen paz con Dios realmente; el gran asunto de sus pecados no ha sido resuelto jamás. Por consiguiente, cuando estas personas vienen a la presencia de Dios, o piensan acerca de las cosas de la eternidad, la pregunta está surgiendo siempre en sus mentes, «¿Soy yo aceptado realmente después de todo? ¿Soy yo un hijo de Dios real y verdaderamente? ¿O me he estado engañando a mí mismo todo este tiempo?» Un alma semejante no es libre para ocuparse de los pensamientos de Dios acerca de Cristo, no está en libertad de ocuparse del propio bendito Señor. Un alma semejante tiene que pensar necesariamente acerca de ella misma, de su aceptación; y por eso que su primera gran pregunta es, «¿Soy yo apto para estar en la serena luz de la presencia de Dios, en esa gloria donde ni un solo rastro de pecado puede ser encontrado? ¿Puedo yo estar de pie allí? ¿Puedo sentirme cómodo allí?» Si nosotros, cualquiera de nosotros, nos consideramos a nosotros mismos, todos debemos confesar que no podemos estar de pie ni por un momento; pero si quitamos la mirada de nosotros mismos, y vemos a Cristo ofreciéndose a Sí mismo a Dios, nosotros oímos las palabras bienaventuradas, "y será aceptado para expiación suya." (Levítico 1:4). Nos enteramos de que el asunto de nuestros pecados fue resuelto en la cruz y ellos fueron borrados allí, y que nada queda ahora sino el olor grato del sacrificio, y que nosotros estamos delante de Dios según el valor infinito que Él adjudica a la obra de Cristo. ¡Qué paz eso da!

         "Y el sacerdote hará arder esto sobre el altar; vianda es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová; toda la grosura es de Jehová." (Levítico 3:16).

         La grosura, especialmente la que cubría los intestinos, como se dice en Levítico 3:3, era de Jehová. La grosura significa la energía de la voluntad interior. Cuando la voluntad está en oposición a Dios, dispuesta contra Él, la Escritura llama a eso 'pecado'. El hecho mismo de que nosotros tenemos una voluntad propia independiente es pecado. Eso es lo que se quiere decir en 1ª. Juan 3:4, versículo que no está traducido correctamente en nuestra versión de la Biblia en Español (RVR60). Me alegro, sin embargo, ver que está traducido correctamente en la 'Biblia de Jerusalén': "Todo el que comete pecado comete también la iniquidad, pues el pecado es la iniquidad..."

         La lectura correcta es "El pecado es iniquidad." Es iniquidad disponer nuestra voluntad propia en oposición a Dios. Esa es la razón por la cual yo digo que si cualquiera de nosotros tuviese una voluntad independiente de la voluntad de Dios, eso, en sí mismo, es pecado. Por eso que Dios reclama toda la grosura para Él mismo, porque si la voluntad no pertenece a Dios, ello es pecado; no es la voluntad de Dios. El Señor Jesús pudo decir, "he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió." (Juan 6:38). "¡He aquí que vengo," Él dijo "oh Dios, para hacer tu voluntad!" Él vino a cumplir la voluntad de Dios a toda costa para Él mismo, aunque Le llevase hasta la muerte, y muerte de cruz. Él no retrocedió incluso en el huerto de Getsemaní, donde Él oró, "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú." (Mateo 26:39). Toda la grosura fue de Jehová; todo subió a Dios como olor grato. La energía de esa voluntad del Señor Jesús estuvo perfectamente de acuerdo con la voluntad de Dios. Esa es una expresión hermosa en Levítico 3:16: "vianda es de ofrenda que se quema en olor grato." ¡Cuánto está involucrado en estas pocas palabras! — la vianda, el alimento de Dios. ¿Dónde fue hecha la ofrenda? En la cruz. ¿Cómo fue ella hecha arder? La prueba del juicio de Dios fue allí, y mientras más Cristo era probado, más fue sacada a relucir la perfección de Aquel bendito que vino a hacer solamente la voluntad de Dios. Dios encontró Su vianda, Su alimento, en Jesús; Él pudo alimentarse de Él, Él pudo deleitarse en Él; y nosotros podemos decir, «Nunca fue Él más el objeto del deleite o complacencia de Su Padre que cuando Él fue hasta la muerte por nuestros pecados, cuando fue abandonado por Dios en la cruz»; porque la Escritura jamás dice, como algunas personas dicen, que el Padre abandonó a Cristo. Él dijo, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). Yo supongo que la única vez que Él usó esa expresión antes de Su resurrección fue cuando Él estuvo en la cruz, cuando Él tomó el lugar del pecador delante de un Dios santo; pero, personalmente, Él nunca fue más un olor grato que en aquel momento.

         El sacrificio de Cristo nos ha situado en la gloria de Dios sin una falta, y esa gloria puede escudriñarnos completamente y no hallar ni una sola mancha o arruga. ¿Por qué?  Porque nosotros estamos allí en todo el valor de la obra de Cristo; y si Dios fuese a encontrar una mancha sobre uno que está delante de Él en el terreno del valor de la obra de Cristo, Él tendría que decir que la obra no fue perfecta. Él tendría que decir, «El valor del sacrificio no es suficiente; ha limpiado algunos pecados, pero no todos.» ¿Podría Dios decir eso alguna vez? Mientras más estamos en la luz de la gloria, más ello hace evidente cuán limpios estamos, porque hemos sido lavados en la sangre preciosa de Cristo. "Vianda es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová; toda la grosura es de Jehová." (Levítico 3:16). Todo Le pertenecía. ¿Acaso no es un pensamiento muy bienaventurado para nosotros pensar que aquello en lo que Dios encuentra Su principal deleite — ese sacrificio maravilloso— es la obra misma que nos ha situado sin mancha en la presencia de Su gloria?

         Consulten ahora Levítico 7: "Y la grosura la hará arder el sacerdote en el altar, mas el pecho será de Aarón y de sus hijos." (Levítico 7:31).

         Tal como hemos visto, esta era la vianda (alimento) de la ofrenda quemada en olor grato. Nosotros relacionaremos esto con la mesa del Señor. Es allí donde nuestra adoración debiese fluir. Nuestra comunión debiese ser manifiesta cuando nos reunimos allí alrededor del bendito Señor mismo, con los memoriales de Su muerte delante de nosotros — Su cuerpo entregado y Su sangre derramada mostrando que la redención ha sido realizada. Ciertamente si hay cualquier lugar donde nosotros podemos adorar, debiese ser allí. Leemos en 1ª. Corintios 10, "El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (1ª. Corintios 10:16). Pues bien, yo pienso que muchísimos del pueblo del Señor leen ese versículo sin pensar realmente qué significa. Yo he oído a un hermano pedir al Señor en oración que el pan que partimos pudiese ser la comunión del cuerpo de Cristo para nuestras almas. El Apóstol no dice, «Que el pan que partimos pueda ser la comunión del cuerpo de Cristo»; él dice, "El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y él se refiere después a las ofrendas bajo la ley de Levítico 7. Él dice, "Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar [o, no están en comunión con el altar]?" (1ª. Corintios 10:18). Las palabras "comunión de" y "partícipes de" son dos traducciones diferentes de una expresión en el original. La palabra es usada también en conexión con los sacrificios paganos; eso es de lo que el Apóstol está hablando aquí — "no quiero que vosotros os hagáis partícipes [tengáis comunión] con los demonios." (1ª. Corintios 10:20).

         Pero cuán bienaventurado es saber que se trata de la comunión del cuerpo de Cristo. ¿Qué significa eso? ¿Tiene usted alguna vez el pensamiento cuando parte el pan en la cena del Señor? Yo creo que ello significa esto: que usted, mediante ese acto, profesa delante de todos los ángeles y principados, espíritus ministradores y potestades, que usted está identificado delante de Dios con todo el valor de la obra del Señor Jesús cuando Él se ofreció a Sí mismo a Dios como olor grato; que usted está identificado con el valor del sacrificio sobre el altar; que usted está en comunión con el Dios al cual dicho sacrificio fue ofrecido, y con el Señor Jesús el cual se ofreció a Sí mismo. La misma cosa es aplicable a la copa. El que bebe de la copa dice, mediante ese acto, «Yo estoy identificado para toda la eternidad con el valor ante los ojos de Dios de la sangre preciosa de Cristo, la cual fue derramada por mí.» Por lo tanto, aunque el pan permanece siendo pan, y el vino permanece siendo vino, no es como comer un pedazo de pan o beber vino en casa.

         Si ello no es como yo digo, ¿qué es? Solamente una forma vacía, una mera profesión, una realidad no existente; y si usted lee Levítico 7:15 usted verá que cualquier adoración aparte del sacrificio de Cristo es solamente una abominación para Dios.

         "Y la carne del sacrificio de paz en acción de gracias se comerá en el día que fuere ofrecida; no dejarán de ella nada para otro día." Si él lo dejaba, ¿qué sucedía? Lea Levítico 7:18:

         "Si se come parte de la carne del sacrificio de paz al tercer día, el que lo ofrezca no será aceptado, ni le será tenido en cuenta. Eso será considerado inmundo, y la persona que coma de ella cargará con su culpa." (Levítico 7:18 – RVA).

         Si alguna adoración o alabanza Dios no está relacionada con el valor de la obra de Su Hijo, ello es sencillamente una abominación ante Sus ojos. En otras palabras, las personas que nunca han sido lavadas en la sangre preciosa de Cristo no son aceptadas como adoradores delante de Dios. No existe nada acerca de lo que Dios es tan celoso como la manera en que Él es adorado, y eso es generalmente la última cosa en la que un Cristiano piensa. «Con tal que seamos salvos, y lleguemos al cielo», ellos dicen, «tiene muy poca importancia el hecho de cómo adoramos a Dios; es una cosa del todo secundaria.» Pero cuando Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño, delante de Jehová, ellos murieron debido a que no se acercaron de la manera en que Dios había ordenado. ¿Y qué dijo Moisés?

         "Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré." (Levítico 10:3).

         Para una persona no convertida, pretender adorar a Dios es, al igual que Caín, ignorar el pecado y el hecho de que dicha persona es una criatura caída. Cuando nosotros estamos reunidos alrededor de la mesa del Señor, el pan que partimos es la comunión del cuerpo de Cristo. Nosotros estamos allí reunidos al nombre del Señor. Identificados como creyentes verdaderos en todo el valor de ese sacrificio único, cuyo olor grato está delante de Dios en toda su frescura, aceptados sin mancha delante de Él en la luz de Su presencia. Nosotros sabemos que somos aptos para estar allí "con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz." (Colosenses 1:12). Dios encuentra deleite en ese sacrificio maravilloso; nosotros, en nuestra pobre y débil medida, encontramos deleite en él también. Y vemos el amor que dio el Hijo, y vemos la eficacia maravillosa de ese sacrificio, y qué olor grato fue para Dios; y entonces encontramos que la cosa misma en la que Dios encuentra deleite nos ha situado, sin una mancha, en Su propia presencia santa. Esto, ciertamente, extraerá alabanza y adoración del corazón — no una oración para pedir al Señor que pueda haber adoración — eso es confesar que no hay allí adoración alguna. Cuando nosotros nos ocupamos de Cristo y Su hermosura, la acción de gracias y la alabanza deben fluir; no podemos evitarlo.

         ¿Acaso no piensan ustedes — y lo presento a aquellos que han tenido una experiencia por más tiempo que yo — que es un error suponer que nosotros vamos a la mesa del Señor a adorar porque nos ocupamos de la adoración en lugar de ocuparnos del Señor? ¿Para qué vamos? Los discípulos se reunieron para partir el pan. Ellos no vinieron para tener una reunión de adoración, o para tener un servicio religioso; ellos vinieron a partir el pan, a recordar al Señor en la muerte. "Haced esto", dice el Señor, "en memoria de mí." (Lucas 22:19). Si Le recordamos, nosotros pensamos en esa obra; pensamos en la vianda de Dios de la ofrenda, de Su deleite en ella; pensamos en todos sus resultados infinitos, y la gloria que está por venir; y no podemos evitar regocijarnos, como consecuencia de nuestra bendición. De modo que acción de gracias y alabanza deben fluir. Esa es la parte de Dios; nuestra parte es mencionada en Levítico 7:31:

         "Y la grosura la hará arder el sacerdote en el altar, mas el pecho será de Aarón y de sus hijos."

         Aarón y sus hijos tipifican a todos los creyentes. El pecho era la porción de ellos. ¿De qué nos habla el pecho? El lugar del afecto, y el amor inefable del Señor Jesús a nosotros es nuestra porción para siempre. Nosotros debemos recordar siempre que el bendito Señor Jesús ama a todo Su pueblo. Nosotros decimos individualmente, Él "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20); pero colectivamente decimos, Él "amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:25). Fue amor lo que Le llevó a descender del cielo, desde esa gloria que Él tenía con Su Padre antes que el mundo existiera (Juan 17:5). Aun en aquel entonces Sus delicias eran con los hijos de los hombres (Proverbios 8:31). El amor Le trajo al pesebre, y Le condujo a través de este mundo hasta que Él llegó a la cruz, y llegó allí para entregarse a Sí mismo por nosotros. Y está bien mencionar que las palabras del Señor en la última cena, en cuanto al pan y el vino, fueron más expresivas de lo que Su obra fue para nosotros, que el aspecto relacionado con el holocausto de ella, lo que era para Dios. "Esto es mi cuerpo," Él dijo, "que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí." (Lucas 22:19). Porque en la cena del Señor no es ciertamente tanto la doctrina lo que nos ocupa; se trata del ejercicio del corazón y los afectos cuando recordamos a Aquel que se entregó a Sí mismo por nosotros. Nosotros pensamos en todo el amor del Señor Jesús entregándose a Sí mismo de este modo, y lo recordaremos para siempre. Nosotros lo conoceremos en toda su plenitud cuando Le veremos tal como Él es (1ª. Juan 3:2), cuando Le contemplaremos en toda Su gloria y hermosura, cuando Le contemplaremos allí, la plenitud de la Deidad habitando en Él corporalmente (Colosenses 2:9), y la gloria de Dios resplandeciendo de Su faz. Nosotros nos inclinaremos delante de Él en adoración, y podremos decir individualmente, Él "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20). "El pecho será de Aarón y de sus hijos." (Levítico 7:31). ¡Ah! Nosotros nunca lo olvidaremos; por el contrario, el recuerdo de ello se intensificará cuando estemos en la gloria — ¡esa bendita, bienaventurada realidad! — Él nos amó, Él se entregó a Sí mismo por nosotros. Aun ahora nosotros decimos, "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1: 5 y 6). Lo decimos ahora; cuánto más cuando estaremos en la gloria, ¡y semejantes a Él! (1ª. Juan 3:2).

         Hemos visto, por tanto, que Dios tiene Su parte, y que nosotros tenemos nuestra parte, en el sacrificio de Cristo. Pero hay Otro que tendrá Su parte también, y ese es Aquel que ocasionó toda esta bendición — el propio Señor Jesús. Nosotros encontramos el tipo de esto en Levítico 7:33:

         "El que de los hijos de Aarón ofreciere la sangre de los sacrificios de paz, y la grosura, recibirá la espaldilla derecha como porción suya."

         El sacerdote oferente es un tipo del Señor Jesús, el cual se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios. Él debe tener Su parte, sin duda, en todos estos bienaventurados comunión, gozo, y adoración, porque es por medio de Él que todo ha ocurrido, tal como estuvimos cantando — «Todo nuestro gozo en la tierra, en el cielo, nosotros lo debemos a Tu sangre.»[*]

 

[*] N. del T.: Traducción libre del Inglés al español de parte de la quinta estrofa del himno 'PRAISE ye the Lord," again, again, compuesto por Mary Bowley (Mrs Peters) (1813-1856).

 

         El Señor Jesús — es hermoso y bienaventurado pensar en ello — encuentra Su gozo y Su delicia, aun ahora, al ver el fruto de la aflicción de Su alma. Cuán poco pensamos, cuando estamos reunidos alrededor de la mesa del Señor, en el gozo del Señor por tenernos reunidos alrededor de Él; y cuando nosotros estaremos en la eternidad, cuando seremos semejantes a Él, y cuando Él verá plenamente el fruto de la aflicción de Su alma, y quede satisfecho, ¡qué gozo Él tendrá entonces! Si nosotros hemos hecho alguna obra que nos ha costado una gran cantidad de dolores y problemas, quedamos satisfechos al ver el resultado de nuestro trabajo. ¿Acaso ustedes no piensan que el Señor Jesús tiene gozo al ver el resultado de Su obra? ¿No somos nosotros el resultado de Su obra? ¡Qué gozo debe Él tener al vernos reunidos a Su alrededor para recordarle! Y cuando estamos congregados así, y, de hecho, en todo momento, nosotros debiésemos vernos y ver a nuestros prójimos creyentes tal como Él nos ve; es decir, en todo el valor de Su obra, y aceptación en Él mismo delante de Dios.

         Yo no puedo dejar este tema sin referirme a un pasaje ilustrativo en el Evangelio de Mateo, capítulo 26, versículo 29. Este pasaje está relacionado también con la cena del Señor. El Señor dijo,

         "No beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre."

         Nosotros leemos también acerca del reino del Padre en Mateo 13: "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre." (Mateo 13:43). Se trata del aspecto celestial del reino. Habrá el aspecto terrenal de este reino; pero el aspecto celestial de él será la magnífica gloria, tal como Pedro la denomina. (2ª. Pedro 1:17). El vino es un tipo del gozo. ¿Qué quiere el Señor decir cuando dice que Él lo beberá nuevo en el reino de Su Padre? Él quiere decir que no se trata del gozo de la tierra; se trata del nuevo gozo que pertenece a aquel lugar de bendición al cual Él nos ha llevado. Hay dos pequeñas palabras en este versículo que yo pienso que son muy bienaventuradas — "con vosotros." Lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre." Él compartirá el gozo con nosotros en aquel día de gloria. Y el Padre tendrá Su gozo cuando Él nos vea bendecidos como Sus hijos amados, santos y sin mancha delante de Él en amor, conforme a Su propio corazón, y según Su propio consejo antes incluso de que el pecado entrase. (Efesios 1: 3 y 4). El Señor podrá decir entonces, en el lenguaje del "Cantar de los cantares de Salomón", "Mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados." (Cantar de los Cantares 5:1). En aquel día no tendremos necesidad de tener nuestros lomos ceñidos; no tendremos necesidad de estar velando; no habrá peligro alguno de ser contaminado; sino que compartiremos en esos gozos eternos que el Señor nos suministrará con Sus propias manos. Él hará que nos sentemos a la mesa, y saldrá y vendrá a servirnos.

         Pero, hermanos amados, nosotros no estamos obligados a esperar hasta que lleguemos al cielo para disfrutar esas cosas. Podemos comenzar aquí; y la mesa del Señor, ciertamente, está relacionada íntimamente con todas estas cosas. Cuando estamos reunidos alrededor de Él, nosotros pensamos en el cuerpo de Cristo entregado por nosotros, en el amor que nos habla, en el derramamiento de la sangre de lo cual la copa nos recuerda. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (1ª. Corintios 10:16).

         Que el Señor pueda concedernos que, cuando nos reunimos alrededor de Él, participemos en todo ello en el poder pleno, sin estorbo, del Espíritu Santo. No necesitamos pensar acerca de la adoración. Estamos seguros de adorar si nuestros corazones están llenos con Cristo, y con el recuerdo de lo que Él ha hecho mediante esa ofrenda única, cuando Él se ofreció a Sí mismo sin mancha en olor grato a Dios.

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: Las Ofrendas por el Pecado y por la Culpa

 

         Cristo Visto en las Ofrendas Notas de Sermones IV LAS OFRENDAS POR EL PECADO Y POR LA CULPA

Levítico 4; Levítico 5; Levítico 6: 1 al 7; Levítico 6: 24 al 30; Levítico 7: 1 al 7

         Sería necesario demasiado tiempo para leer todos los pasajes que hablan de la ofrenda por el pecado, de modo que leeremos solamente porciones de aquí y allí. En primer lugar, entonces, Levítico 4.

         La ofrenda por el pecado y la ofrenda por la culpa, aunque son diferentes en el detalle, eran exactamente lo mismo en carácter y principio. Yo soy consciente de que algunas personas han pensado que la ofrenda por el pecado trata más con el pecado en nuestra naturaleza, y la ofrenda por la culpa con los actos de pecado — pecados cometidos por nosotros. Pero yo difícilmente puedo ver cómo podría ser eso, por esta razón: que en el caso de las ofrendas por el pecado, con la excepción de los pecados del sacerdote, nosotros encontramos esta expresión, "y será perdonado."

         Ahora bien, la mayoría de nosotros sabemos que en la Escritura nunca se dice que el pecado en nuestra naturaleza es perdonado. Este es juzgado, o condenado (Romanos 8:3). Los pecados son perdonados; el pecado es juzgado, o condenado. Leeré solamente, en Levítico 5, lo que se dice en cuanto a una o dos de las ofrendas por la culpa, con el fin de entender la idea más claramente.

         "Si alguien, sin darse cuenta, toca alguna impureza humana, sea cual sea la impureza con que se contamine, aunque no se haya dado cuenta de ello, cuando llegue a saberlo, será culpable. También la persona que descuidadamente jura hacer algo, sea malo o bueno, respecto a cualquier asunto por el cual se jura, como se acostumbra a jurar sin pensar, cuando llegue a saberlo, será culpable por cada una de estas cosas.  Y sucederá que cuando alguien peque respecto a cualquiera de estas cosas, confesará aquello en que pecó, y traerá a Jehovah como su sacrificio por la culpa…" (Levítico 5: 3 al 6 – RVA).

         Ustedes ven que una culpa y un pecado son muy similares: "cuando alguien peque respecto a cualquiera de estas cosas, confesará aquello en que pecó, y traerá a Jehovah como su sacrificio por la culpa." (Levítico 5: 5 y 6 – RVA). Los dos, pecado y culpa, están asociados. Él ha pecado, y ha de traer, no una ofrenda por el pecado, sino una ofrenda por la culpa. Por otra parte, "por su pecado cometido... una oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. El sacerdote le hará expiación por su pecado." (Levítico 5:6 – RVA). Eso demuestra que una culpa es un pecado, tanto como cuando es llamada pecado. Y en este versículo 6 las expresiones "sacrificio por el pecado" y "sacrificio por la culpa" son aplicadas al mismo animal. De modo que los dos son muy semejantes.

         Nosotros leeremos Levítico 5: 14 al 19, y la ley de la ofrenda por el pecado en Levítico 6: 24 al 30.

         Yo podría haber mencionado, antes de leer estos pasajes, que es una gran ayuda para la comprensión de todas estas ofrendas y sacrificios mencionar que cuando nosotros tenemos la expresión "Habló Jehová a Moisés, diciendo", ello es siempre la introducción a un tema nuevo. Ahora bien, los tres primeros capítulos de Levítico — los cuales hablan del holocausto, la ofrenda vegetal, y la ofrenda de paz, son todas, de una manera, una, porque ellas son todas ofrendas de "olor grato", lo que la ofrenda por el pecado no es en sí misma. Y ustedes no encontrarán esa expresión en ninguna parte en esos capítulos después de Levítico 1:1. Pero cuando se habla del asunto de la ofrenda por el pecado, en Levítico 4, ustedes encontrarán allí la expresión nuevamente, porque una ofrenda por el pecado es un carácter de ofrenda diferente, en lugar de una ofrenda quemada de olor grato. Nosotros comentaremos la diferencia en breve. Ustedes encontrarán que ella no aparece por tercera vez hasta que lleguen a Levítico 5:14. La ofrenda por el pecado, llamada así correctamente, comienza con este versículo. Los primeros trece versículos de Levítico 5 parecen relacionar la ofrenda por el pecado y la ofrenda por la culpa en conjunto, tal como hemos visto. Yo creo que tengo razón en decir que, a lo largo de este libro de Levítico, al comienzo de cada tema nuevo se encuentra esta expresión.

         Es importante ver que los sacrificios están divididos en dos grandes clases — las ofrendas de olor grato, u, 'ofrendas encendidas de olor grato para Jehová', y las ofrendas por el pecado. En las ofrendas de olor grato, cuando el oferente ponía su mano sobre la cabeza de la ofrenda, ello significaba que toda la aceptabilidad del sacrificio era de él; él era identificado con todo el olor grato del sacrificio. Pero en la ofrenda por el pecado, era justo a la inversa. En lugar del oferente siendo identificado con el olor grato del sacrificio, el animal — la ofrenda — era identificado con el pecado del hombre; su pecado era transferido a la cabeza del animal. Ahora bien, existen estos dos aspectos de la obra del Señor Jesús: El primero es que el Señor Jesús fue cargado con nuestros pecados — Él "se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo." (Gálatas 1:4). El Espíritu Santo ha puesto en nuestras bocas esas palabras que están en Apocalipsis 1: "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre." (Apocalipsis 1:5).

         El Señor Jesús en la última cena, en la noche que Él fue traicionado, cuando tomó la copa, dijo, "Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados." (Mateo 26:28).

         Esa es nuestra parte, por así decirlo, y nosotros nunca olvidaremos durante toda la eternidad que Él se dio a sí mismo por nuestros pecados. En un sentido es aún más maravilloso que el otro aspecto, a saber, nuestra aceptación en Él. Nosotros pensamos que es maravilloso tener Su lugar de aceptación delante de Dios; pero yo pienso que es aún más maravilloso que Aquel santo, sin mancha — Aquel que no estimó ser igual a Dios, Aquel que estaba en la gloria con el Padre antes que el mundo existiera — esa Persona gloriosa se hiciera hombre, a fin de que Él pudiera cargarse a Sí mismo con los pecados que nosotros habíamos cometido contra Dios — a fin de que Él pudiera llevarlos en Su propio cuerpo en el madero. Eso es lo que el sacrificio por el pecado tipifica; y cuando el oferente ponía su mano sobre la cabeza del animal, ello significaba que el pecado del oferente era transferido a la víctima.

         El otro aspecto era representado por el holocausto. En ese caso el oferente ponía también su mano sobre la cabeza de la ofrenda, pero eso significaba que toda la aceptabilidad del sacrificio era transferido a aquel que lo traía.

         De modo que están allí los dos aspectos de la obra de Cristo. Él se dio a Si mismo por nuestros pecados, a fin de quitarlos todos, para no ser recordados nunca más delante de Dios. Pero en el mismo lugar donde Él llevó nuestros pecados, Él fue un "sacrificio a Dios en olor fragante." (Efesios 5:2). El fuego del juicio de Dios consumió nuestro pecado; y ahora, en lugar de que haya juicio para nosotros, todo el juicio ha pasado, y no queda nada más que el olor fragante de aquel sacrificio en el cual nosotros somos aceptados. Comparen con Efesios 5:2 — Cristo nos amó y Se dio a Sí mismo por nosotros; esa es nuestra parte — "ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante — esto es lo que esa obra fue para Dios.

         Por lo tanto, la ofrenda por el pecado, tal como el nombre lo implica, tipifica al Señor Jesús llevando nuestros pecados. Es notable que la ofrenda por el pecado, u ofrenda por la culpa, sea inseparable, en casi todos los casos, del holocausto. La ofrenda por el pecado tenia que ser inmolada en el lugar del holocausto; y en un caso ustedes encuentran la expresión "olor grato" relacionada con ella (Levítico 4:31). En cada caso toda la grosura de la ofrenda tenía que ser quitada. Tal como dice, "De la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz." (Levítico 4:31).

         Cuando la grosura era quitada del sacrificio de paz, ella subía a Dios en olor grato, y vianda era de ofrenda que se quema en olor grato a Dios. (Levítico 3:16); y nosotros, como sacerdotes de Dios, somos llamados a entrar en comunión con Dios, y con el Señor Jesús, para ver todo el resultado de la obra que Él ha consumado. Entonces la ofrenda por el pecado era el otro aspecto. Nosotros aprendemos allí de qué manera el Señor Jesús se identificó a Si mismo con nuestros pecados; pero fue en el mismo lugar donde Él llevó nuestros pecados que nada sino un olor grato subió a Dios. Es muy bienaventurado recordar que cuando el Señor tomó nuestros pecados sobre Él, ello fue en obediencia perfecta a Dios. Por consiguiente, Él nunca fue personalmente más el objeto del deleite de Su Padre. Si bien Dios es santo, nosotros sabemos que Él tuvo que ocultar Su rostro de Aquel bendito Ser, lo cual ocasionó que Él clamase, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). Ustedes no pueden separar las dos — la ofrenda por el pecado del holocausto. Dichas ofrendas son, por así decirlo, ofrecidas al mismo tiempo. En el antitipo fue todo un único hecho bienaventurado.

         Hay otra cosa sobre la cual nosotros debemos tener claridad al considerar esta ofrenda por el pecado. Yo recuerdo que fue desconcertante para mí una vez. Yo me pregunté por qué este pueblo de Israel tenía que ofrecer ofrendas por el pecado, en vista de que ellos eran un pueblo que estaba ya en relación con Dios. La sangre rociada en el gran día de la expiación (Levítico 16) había establecido un terreno justo en el cual Dios pudo estar en relación con ellos, y pudo morar en medio de ellos. Nosotros podemos preguntar entonces, ¿qué necesidad había allí para cualesquiera ofrendas adicionales? Si la sangre dentro del velo, en el gran día de la expiación, resolvía el asunto de la justicia de Dios, y todos los pecados de Israel eran puestos sobre la cabeza del macho cabrío expiatorio (Levítico 16: 8, 10, 26 – LBLA), ¿qué necesidad había de algunas otras ofrendas? Bueno, yo supongo que estas ofrendas por el pecado no eran realmente para llevar al pueblo a una relación con Dios, sino para restaurar a la comunión a los que estaban ya en relación con Él. Y, por lo tanto, si el sumo sacerdote pecaba o la congregación pecaba, la comunión de todo el pueblo quedaba interrumpida, porque el sumo sacerdote representaba al pueblo. Por consiguiente, la sangre de la ofrenda por el pecado por el sumo sacerdote, o por la congregación, era llevada al interior del tabernáculo, y rociada delante del velo, y parte de la sangre era puesta sobre el altar del incienso, donde el sumo sacerdote, el cual representaba a todo el pueblo, se acercaba (Éxodo 30:8). Cuando un individuo del pueblo pecaba, ello no interrumpía la comunión de toda la compañía, sino meramente la de aquel individuo en particular; de modo que la sangre de su ofrenda por el pecado era rociada sobre los cuernos del altar del holocausto solamente, donde el pueblo se acercaba a Dios. Nosotros debemos recordar esto.

         En Hebreos 10 la Escritura dice, "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas." (Hebreos 10:1).

         ¿Han ustedes considerado alguna vez esa expresión — "no la imagen misma de las cosas"? Se trataba de una imagen, pero no la imagen misma, es decir, no era una imagen perfecta; era sólo una sombra. ¿Por qué la ley no era una imagen perfecta del Cristianismo? Por dos razones, a lo menos. Una de las razones es que bajo la ley no había entrada alguna para el pueblo al lugar santísimo. Nadie se atrevía a entrar en ese lugar muy santo. El velo estaba allí, y, como se ha dicho a menudo, Dios estaba allí 'enclaustrado', y nadie se atrevía a entrar; al pecador no se le dejaba entrar, y Dios jamás salía; es decir, Él nunca manifestó lo que Él era en gracia. Por consiguiente, la ley no era una imagen perfecta del Cristianismo. Dios ha salido ahora; es decir, todo lo que Dios es ha sido revelado perfectamente en la Persona y obra del Señor Jesucristo aquí en la tierra. Por otra parte, ha existido un Hombre que entró en el lugar santo no hecho con manos, en el cielo mismo. ¿Qué hombre es ese? El hombre Cristo Jesús. Él ha entrado. Tal como ha sido expresado bellamente por otro, «Él descendió en gracia, y subió en justicia.» Yo recuerdo a alguno preguntando una vez, «¿Cuál es la diferencia entre el evangelio de la gracia de Dios y el evangelio de la gloria de Dios?» La respuesta fue, «El evangelio de la gracia de Dios es que Dios descendió en gracia, se manifestó aquí en la Persona de Cristo; y el evangelio de la gloria es que el Hombre ha subido en justicia a Dios.»

         Otra cosa caracterizaba los tipos y la ley del Antiguo Testamento, la cual demostró que ellos no eran una imagen perfecta; a saber, la repetición constante de los sacrificios. Cada vez que un pecado era cometido, ellos debiesen haber traído una nueva ofrenda. La sangre estuvo fluyendo constantemente; por tanto, ello no fue la imagen misma de las cosas celestiales; no fue una imagen perfecta; y yo pienso que eso nos ayuda al considerar estos tipos. El Judío bajo la ley, a fin de que su comunión fuese restaurada cuando él había pecado, aunque él estaba en una relación exterior con Dios, tenía que ofrecer un sacrificio nuevo. Cuando un Cristiano peca no es así. Cristo no tiene que morir nuevamente, ni la sangre de Cristo tiene que ser aplicada a nosotros nuevamente, tal como muchos piensan y dicen. Para nosotros es, "si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." (1ª. Juan 2:1). Pero el medio mediante el cual los Israelitas eran restaurados a la comunión (es decir, mediante la ofrenda por el pecado), es solamente un tipo o retrato de la manera en que con la sola ofrenda de Cristo nosotros hemos sido hecho perfectos para siempre; "porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (Hebreos 10:14). Yo pienso que es evidente que estas ofrendas por el pecado son tipos de esa sola ofrenda del Señor Jesús mediante la cual Él nos perfeccionó para siempre cuando vinimos por primera vez como pecadores a Dios. Ello está en contraste con las muchas ofrendas por el pecado bajo la ley, tal como lo encontramos sacado a relucir en la epístola a los Hebreos.

         La mayoría del pueblo del Señor en el día actual piensa que cada vez que ellos pecan deben ser rociados de nuevo con la sangre de Cristo. Si ustedes dicen que no es así, ellos imaginan realmente que ustedes están infravalorando la sangre preciosa. Pues bien, es justamente lo contrario, tal como yo confío que veremos. La manera más sencilla será tomar el caso de la ofrenda por el pecado para las personas del pueblo en Levítico 4.

         "Si alguna persona del pueblo pecare por yerro." (Levítico 4:27).

         Yo podría decir que un sacrificio podía ser ofrecido solamente para pecados de ignorancia. No había ningún sacrificio proporcionado bajo la ley para pecados deliberados, descarados. El Espíritu Santo, en Hebreos 10:26, se refiere a esto indudablemente. "Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados"; no más ofrenda por el pecado. Algunos de los que están aquí les gustaría conocer el significado de esa Escritura. Explicar esto, sin embargo, ocuparía ahora mucho tiempo; pero sólo puedo decir que cuando se habla de pecar deliberadamente no se hace con referencia a un verdadero hijo de Dios alejándose del Señor, y cayendo en pecado. Pecar deliberadamente se refiere a uno que renunció al Cristianismo totalmente, a un apóstata de la fe, uno que niega el valor de la sangre preciosa; no se refiere a un Cristiano reincidente en absoluto.

         "Si alguna persona del pueblo pecare por ignorancia, obrando contra cualquiera de los mandamientos de Jehová relativos a cosas que no deben hacerse, y así se hiciere culpable." (Levítico 4:27 – VM).

         "Y así se hiciere culpable. "Como en Romanos 3, "para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios." (Romanos 3:19). Todo pecador, no obstante lo sepa o no, no obstante que él haya sido despertado a un sentido de ello o no, esta es su condición — está "bajo el juicio de Dios", es culpable delante de Dios. Esa es la primera cosa.

         "Luego que conociere su pecado que cometió " (Levítico 4:28).

         La cosa siguiente es que él llega a ser consciente de su culpa. Así es en cuanto a nosotros. Todos nosotros éramos culpables delante de Dios. La cosa siguiente fue que se nos hizo conocer el pecado: Dios en Su gracia nos mostró lo que éramos.

         "Traerá por su ofrenda." (Levítico 4:28).

         Él es culpable; el pecado viene a su conocimiento; y entonces Dios se encuentra con él de inmediato con la ofrenda. En el momento que él confiesa, toma su lugar delante de Dios como un culpable, está la ofrenda para encontrarse con él. Hay un cuadro hermoso de eso en Mateo 3, donde el Señor Jesús toma Su lugar con el remanente de Israel que estaba confesando sus pecados, reconociendo ellos su verdadera condición como pecadores, tomando su primer paso correcto delante de Dios. A Jesús se Le encuentra con ellos — no llevando sus pecados todavía — eso fue después en la cruz—sino que a Él se Le encuentra con ellos. ¿No es ese un cuadro hermoso? En el momento que una persona reconoce su culpa delante de Dios, en el momento que dicha persona toma su verdadero lugar como un pecador arrepentido, merecedor del infierno, ¿con quién se encuentra dicha persona en compañía? Con el Salvador mismo. El pecador viene a Dios, reconociendo su culpa, y Dios muestra de inmediato el Salvador; el arrepentido se encuentra en compañía con el Señor Jesús. Lo mismo es aquí; en el momento que el individuo reconoce su culpa "traerá por su ofrenda una cabra, una cabra sin defecto, por su pecado que cometió. Y pondrá su mano sobre la cabeza de la ofrenda de la expiación, y la degollará en el lugar del holocausto." (Levítico 4: 28 y 29).

         Nosotros hemos visto ya que cuando el oferente ponía su mano sobre la cabeza de la ofrenda, ello daba a entender que el pecado del hombre era transferido a la ofrenda. ¡Verdad maravillosa, bienaventurada! Cuando nosotros venimos como pecadores perdidos delante de Dios, cuando venimos confiando en el Señor Jesús para la salvación de nuestras almas, entonces conocemos que no meramente un pecado, como aquí, sino todos nuestros pecados, todos los que hemos cometido alguna vez, fueron puestos sobre el Hijo amado de Dios mismo, hace muchos siglos. Y ello está tipificado aquí. Al poner el hombre su mano sobre la cabeza de la ofrenda, el pecado es transferido a ella. Y entonces él "degollará" la ofrenda por el pecado. En el momento que el pecado está sobre el sacrificio, él "degollará" la ofrenda por el pecado, porque "el alma que pecare, esa morirá." La muerte debe entrar. ¿Dónde era la ofrenda por el pecado degollada? En el lugar del holocausto. Ustedes no pueden separar estas dos ofrendas. En el lugar mismo donde el Señor tomó todos nuestros pecados sobre Él, allí también el olor grato de Su sacrificio subió delante de Dios en toda su perfección. Además, "el sacerdote tomará de la sangre, y la pondrá sobre los cuernos del altar del holocausto, y derramará el resto de la sangre al pie del altar." (Levítico 4:30).

         "La sangre es la vida (Deuteronomio 12:23) — toda la vida del animal era derramada, entregada a Dios. ¿Qué es la expiación? Es, como ha sido expresado por otro, vida dada y aceptada en sacrificio por una vida que se ha perdido. El hombre había perdido su vida por sus pecados; "El alma que pecare, esa morirá." (Ezequiel 18:4). En lugar de que el hombre muriese, su pecado era transferido a la cabra en lugar de él. ¡Cuán sencillo! Cuando nosotros, como pecadores culpables, merecíamos la muerte — nuestra porción era morir "una sola vez, y después de esto el juicio" (Hebreos 9:27), y después el lago de fuego, la muerte segunda — Dios dijo, por así decirlo, «Yo aceptaré la muerte de otro en lugar de tu muerte», y esa es la muerte de Su propio Hijo amado, el cual Él dio en el amor y la gracia de Su corazón, el cual llevó el juicio debido a nuestros pecados, entregando Su vida en expiación por nosotros. De modo que toda la sangre era derramada al pie del altar; la vida era entregada a Dios. En el evangelio de Mateo, evangelio en el cual nosotros encontramos más la muerte del Señor en el aspecto de la ofrenda por el pecado, leemos (Mateo 26), "Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados." (Mateo 26: 27 y 28).

         ¡De qué buena manera la palabra "derramada" se corresponde con esta ofrenda por el pecado! "Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados." Su sangre preciosa fue derramada, tal como la sangre de la ofrenda por el pecado era derramada al pie del altar; la vida fue entregada a Dios, tomada a cambio de la vida del hombre que había perdido su vida por sus pecados. Parte de la sangre era rociada sobre los cuernos del altar del holocausto; y la grosura (Levítico 4:31) era quitada, "de la manera que fue quitada la grosura del sacrificio de paz; y el sacerdote la hará arder sobre el altar en olor grato a Jehová." El olor grato del sacrificio está relacionado allí con la ofrenda por el pecado, si bien la ofrenda por el pecado no era un sacrificio de olor grato en sí misma. "Así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado. (Levítico 4:31).

         ¿Hay alguno aquí que duda en cuanto a si él tiene perdón de pecados en absoluto? Se trata de un asunto sumamente importante que debe ser resuelto. El propio Espíritu Santo dice, "Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos." (Romanos 4:7). No es ninguna cosa liviana el hecho de poder decir, «Todos mis pecados han sido perdonados.» Mi querido amigo, ¿ha entendido usted alguna vez que el Señor Jesús en Su gracia tomó su lugar en la cruz, y murió allí por usted? ¿Ha visto usted a Dios por medio de la fe, al Dios santo, el cual conoce cada pecado que usted ha cometido alguna vez en pensamiento, palabra, y hecho, tomándolos y poniéndolos sobre la cabeza de esa Víctima inmaculada, el Señor Jesucristo, Su Hijo amado, en la cruz? ¿Le ha visto usted llevando allí el juicio debido a sus pecados? Pues bien, en el tipo, la Palabra de Jehová en cuanto al Israelita fue, "será perdonado." Suponga que usted se ha encontrado con dicho Israelita regresando de ofrecer su sacrificio con un corazón sosegado y un alegre semblante, y le hubiera preguntado,

         «¿Qué es lo que hace que te veas ahora tan feliz?»

         Él pudo haber dicho, «Yo se ahora que mi pecado está perdonado.»

         «¿De verdad? ¿Cómo sabes eso?»

         «Yo he hecho lo que Jehová exigía; he llevado una cabra al sacerdote, y la he inmolado. Yo vi toda la sangre derramada, y la grosura quemada en olor grato a Jehová.»

         «Pero, ¿cómo sabes que tu pecado está perdonado?»

         «Debido a la Palabra de Jehová. Yo tengo Su palabra para ello, de que si yo traigo mi ofrenda por el pecado, y la sangre es derramada, mi pecado me será perdonado.»

         Él pudo confiar en la Palabra de Jehová, y él sabría de este modo que él estaba perdonado.

         Es así con nosotros. ¿Acaso no hemos regresado a ello una y otra vez, y otra vez? ¡Ah! En efecto, lo hemos hecho; todos estarán de acuerdo con ello. ¿Acaso no hubo muchos padres en Cristo establecidos los cuales, hasta su muerte, han debido regresar al valor de la sangre preciosa de Cristo, y a la Palabra escrita de Dios, una y otra vez? ¡Ah!, sí; Y no hay ninguna otra cosa de valor sobre la cual descansar para salvación, nada más cierto, nada más seguro, nada sino el valor de la sangre preciosa de Cristo y la Palabra escrita de Dios — estas dos cosas. ¿Qué Palabra tienen los Cristianos? Nosotros tenemos muchas, gracias a Dios.

         Está esa sencilla Palabra en Hechos 10:

         "De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre." Hechos 10:43).

         ¡Qué bienaventurado mensaje para proclamar! ¿Se atreve usted a dudar esa Palabra de Dios mismo? Si usted ha estado esperando a 'sentirse' perdonado, ¡oh, no espere ya más! Si usted ha estado esperando ciertas experiencias para asegurarse que usted está perdonado, yo digo, no espere más tiempo. Sólo acéptele usted a Dios Su Palabra:

         "Todos los que en él [Jesús] creyeren, recibirán perdón de pecados." Hechos 10:43).

         ¿Acaso no responde eso a las palabras en cuanto al tipo que tenemos aquí, "y será perdonado."? (Levítico 4:31).

         Hay otro punto importante. Yo acabo de decir que la ley no era la imagen verdadera del Cristianismo, porque había una repetición constante de los sacrificios. Un Judío, cuando pecaba, tenía que traer su ofrenda; después, si él pecaba nuevamente, él tenía que traer otra ofrenda; y si él pecaba una tercera vez, él habría tenido que traer una tercera ofrenda. Pero si fuese lo mismo que eso en el Cristianismo, Cristo habría tenido que sufrir a menudo. Cada vez que usted y yo cometiésemos un pecado, Cristo tendría que dejar la gloria, y descender y morir por nosotros. Eso no podría ser. El contraste es trazado de manera hermosa en Hebreos 10.

         "Todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados." (Hebreos 10:11). El sacerdote, bajo la ley, estaba de pie y ofrecía muchas veces. Observen ahora el contraste.

         "Pero éste [es decir, el Señor Jesucristo], habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados [o, una sola ofrenda por el pecado en contraste con muchas], se sentó para siempre [en contraste con estar de pie] a la diestra de Dios..., Porque con una sola ofrenda [una sola ofrenda por el pecado] ha perfeccionado para siempre a los santificados." Hebreos 10: 12 y 14 – RVA).

         Se ha dicho a menudo que si todo el asunto de nuestros pecados no fue resuelto en la cruz, jamás puede ser resuelto a lo largo de las edades innumerables de la eternidad; porque Cristo no está viniendo a morir de nuevo. Él ofreció una sola ofrenda por el pecado en la cruz. ¿Cuántos de sus pecados estuvieron allí? ¿Estuvieron todos allí? Gracias a Dios, ellos estuvieron, si usted es un creyente verdadero. ¿Fueron llevados allí solamente los pecados que usted puede recordar? No; todos fueron puestos sobre Él. Tal como leemos, "aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable." (Levítico 5:17). Ese es un punto importante; debido a que muchos Cristianos han pensado que cada vez que pecan, ellos tienen que orar pidiendo perdón, y que si no oran ellos no serán perdonados. Y muy a menudo ellos están atribulados en cuanto a si algunos pecados que ellos pueden haber cometido han sido dejados sin confesar.

         Un cristiano preguntó una vez a otro, «Suponiendo que usted muriese ahora en un accidente ferroviario, y usted no hubiese confesado sus pecados del día, ¿que sucedería con usted?» La respuesta fue, «Bueno, yo estoy cierto que no lo se. No estoy seguro de qué sucederá conmigo.» Y muchos piensan que ellos no obtienen perdón de sus pecados a menos que pidan a Dios que los perdone, y entonces la petición se convierte muy a menudo en una cosa formal. Por la noche, cuando ellos 'dan gracias', como se le denomina, ellos hacen sólo una confesión general de pecados diciendo, «Perdona todos nuestros pecados en el nombre de Cristo.»  Eso no es confesión a Dios; eso no es en absoluto lo que Dios quiere dar a entender por confesión. "Aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable" (Levítico 5:17), porque un pecado es un pecado ante los ojos de Dios, no obstante sea usted consciente de él o no; y el pecado es juzgado según el estándar de Su santidad y no según nuestros pensamientos acerca de él. "La intención del insensato es pecado (Proverbios 24:9 – RVA), y todo acto de nuestra voluntad independiente es pecado.

         ¿Cuántos pecados nosotros hemos cometido hoy? Sólo Dios sabe. ¿Qué ha de suceder con nosotros si dejamos alguno sin confesar? No hay duda alguna de que nosotros hemos cometido algún pecado del cual no somos conscientes. Mientras más crecemos en la gracia, más vemos lo que el pecado es; pero Dios vio el pecado antes de que usted lo descubriese. Es una cosa bienaventurada pensar que Dios mismo, en Su santidad, conoce cada uno de los pecados que hemos cometido alguna vez; Él los conoce todos. Él no omite ninguno, tal como Él no omitirá ninguno para el alma no convertida en el día del juicio; del mismo modo Dios no omitió ni uno de los pecados de aquellos que creen cuando Él los puso sobre la cabeza de Su Hijo amado, el cual los llevó todos. Esa es la razón por la cual fue necesario que una Persona divina llevara a cabo la obra, Uno que pudiese ver el pecado tal como Dios lo ve; ¿y quién sino una Persona divina pudo hacer eso? Fue el Señor Jesús el cual sabía lo que el pecado es a la vista de Dios, el cual conocía nuestros pecados, el cual los tomó todos, cada uno de ellos, y los llevó en Su propio cuerpo en el madero. Yo no digo pecados pasados, actuales, o futuros, porque la Escritura nunca habla de esa manera. Nosotros no debiésemos pensar en pecados futuros en absoluto. Es una cosa monstruosa decir, «Yo voy a cometer pecados mañana.» Nosotros podemos hablar solamente de pecados pasados; no se debe pensar en pecados futuros. La sencilla pregunta es, ¿Cuántos pecados usted y yo habíamos cometido cuando Cristo murió? Todos ellos eran futuros en aquel entonces. Él respondió a Dios por todos, bendito sea Su Nombre. ¿Qué leímos en Hebreos 10?

         "Éste [el Señor Jesucristo], habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios." (Hebreos 10:12 – RVA).

         En algunas Biblias este pasaje está mejor puntuado que en otras. Nosotros deberíamos leer de esta manera: "Este hombre, una vez que hubo ofrecido un solo sacrificio por los pecados [debería haber una coma], se sentó para siempre." Esa expresión "para siempre" no es la misma que la que es usada para "eternidad." Ella significa 'continuando ininterrumpidamente a lo largo de toda la eternidad. Yo creo que si ustedes leen en primer lugar Hebreos 10:14, ello se simplifica.

         "Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados." Hebreos 10:14).

         Y porque Él nos ha hecho perfectos (o, nos ha perfeccionado) para siempre con una sola ofrenda, debido a que Él no tiene nada más que hacer por usted y por mí, en cuanto a quitar nuestros pecados para toda la eternidad, Él "se sentó para siempre" (Hebreos 10:12 – RVA), en contraste con el sacerdote bajo la ley, el cual estaba siempre de pie. Cuán bienaventurado es mirar a lo alto al cielo por fe, y ver allí a Aquel bendito que "se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas." (Hebreos 1:3). ¿Por qué? Porque Él nos ha hecho perfectos para siempre con una sola ofrenda. Él no se va a levantar nuevamente para hacer algo más en cuanto a quitar nuestros pecados. Él se va a levantar para tomarnos consigo (Juan 14:3). Esa es una cosa muy distinta.

         Que el Señor pueda, en Su gracia, darnos a conocer la realidad y la bienaventuranza del Señor Jesús llevando nuestros pecados, y la gracia que Le hizo descender a identificarse por completo con nosotros en nuestros pecados; a morir por nosotros. Tal vez algunos son propensos a pensar demasiado livianamente en esto, a considerar el conocimiento del perdón de pecados y al Señor muriendo por nuestros pecados como un aspecto inferior de la verdad. Yo pienso que ese es un gran error. Yo hago una pregunta. ¿Cuál fue una de las más grandes demostraciones del amor de Dios hacia nosotros? En la primera epístola de Juan nosotros leemos,

         "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." (1ª. Juan 4:10).

         Allí está la demostración de Su amor. Él dio a Su Hijo para morir por nuestros pecados, esos mismos pecados que nosotros habríamos pensado que alejarían Su amor de nosotros. Nuestro pecar contra Él sacó a relucir el amor tanto más fuerte, porque Él dio a Su Hijo amado para quitar nuestros pecados. ¿Olvidaremos nosotros alguna vez ese amor? Jamás.

         Que el Señor pueda hacernos conocer más de Su gracia, más del amor que Le llevó a descender en gracia para ocuparse de nuestro caso, y perfeccionarnos para siempre con una sola ofrenda, a fin de que pudiésemos compartir Su gozo en la casa del Padre a lo largo de todas las edades de la eternidad, por amor a Su Nombre.

 

 

Cristo Visto en las Ofrendas: La Vaca Alazana

 

         Cristo Visto en las Ofrendas Notas de Sermones V LA VACA ALAZANA

         Números 19

         Tal vez si nosotros hubiésemos escrito la Biblia, habríamos puesto el pasaje acerca del sacrificio de la vaca alazana junto con los relatos de los otros sacrificios en el libro de Levítico. Es notable que el Espíritu de Dios no lo haya hecho así, sino que lo ha puesto en el medio del libro de Números, libro que presenta al pueblo de Dios viajando a través del desierto. El tema del libro de Levítico es la manera en que nosotros nos acercamos a Dios en el terreno del sacrificio. El libro de Números podría ser denominado como un libro del desierto. En él son relatadas las conductas de los hijos de Israel, lo que ellos hicieron durante su viaje a Canaán, sus murmuraciones, sus reincidencias, sus concupiscencias.

         Ahora bien, este mundo debería ser un desierto para el Cristiano mientras él va de camino a la gloria de Dios. Cuando vemos esto, nosotros entendemos la pertinencia del sacrificio de la vaca alazana. El pueblo está en el desierto, yendo a su reposo, tal como nosotros que creemos ahora en el Señor estamos aún en el mundo, expuestos a contaminación, sin pecado en nosotros, el mundo afuera de nosotros (y el diablo, también) mientras vamos de camino a la gloria de Dios. Y es mientras vamos viajando a través de este mundo que nosotros necesitamos ser limpiados de toda contaminación que contraemos por el camino.

         Yo no puedo intentar entrar ahora en todos los detalles de esta Escritura. Nos ocuparemos solamente de los puntos principales. En Números 19:2 leemos,

         "Esta es la ordenanza de la ley que Jehová ha prescrito, diciendo: Dí a los hijos de Israel que te traigan una vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo."

         Esa es la primera cosa. Debe ser un sacrificio inmaculado. Así se presentó el propio Señor Jesús para hacer la voluntad de Dios, según esas palabras en 1ª. Pedro 1:19:

         "Un cordero sin defecto e inmaculado." (1ª. Pedro 1:19 – VM).

         "Sobre la cual no se haya puesto yugo." ¿Qué significa eso? El Señor Jesús, en cuanto a Su propia Persona, nunca estuvo bajo el yugo del pecado. Nosotros, por naturaleza, estamos bajo ese yugo. Leemos,

         "Todo aquel que comete pecado, siervo [o, esclavo] es del pecado." (Juan 8:34).

         Nosotros estamos bajo el yugo del pecado. El Señor Jesús, tal como sabemos, nació en este mundo siendo santo — " El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios." (Lucas 1:35). Ningún yugo de pecado vino jamás sobre Él. Él no pecó; Él no conoció pecado.

         "Y la daréis a Eleazar el sacerdote, y él la sacará fuera del campamento, y la hará degollar en su presencia." (Números 19:3).

         Vayan ahora al último capítulo de Hebreos:

         "Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta." (Hebreos 13: 11 y 12).

         "Fuera del campamento", "fuera de la puerta." ¡Cuán claramente el antitipo responde al tipo! La vaca alazana era llevada fuera del campamento, tal como Jesús fue llevado fuera de la puerta. "Y la hará degollar en su presencia." Aquel sin mancha es llevado fuera de la puerta, y entonces se Le da muerte.

         Hay tres aspectos del valor de la sangre de la vaca:

         "Eleazar el sacerdote tomará de la sangre con su dedo, y rociará hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión con la sangre de ella siete veces." (Números 19:4).

         "Y hará quemar la vaca ante sus ojos; su cuero y su carne y su sangre, con su estiércol, hará quemar." (Números 19:5).

         "Luego tomará el sacerdote madera de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca." (Números 19:6).

         En cada uno de estos versículos tenemos un aspecto diferente de la obra del Señor Jesús:

         (1) Derramar la sangre y rociarla hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión (Números 19:4), era hecho realmente como delante de Dios. Ese era el pensamiento. Ello presentaba la sangre preciosa de Cristo, que ha sido derramada una sola vez, y en virtud de la cual nosotros tenemos redención, el perdón de pecados.

         (2) El animal quemado completo fuera del campamento hasta convertirse en cenizas muestra, yo creo, que el fuego del juicio de Dios, por así decirlo, consumió todos nuestros pecados en la cruz, de modo que ellos han sido quitados enteramente, y jamás pueden ser imputados a nosotros. Ellos han desaparecido para siempre para los que creen.

         (3) Con respecto a la madera de cedro y al hisopo, ustedes pueden recordar lo que 1º. Reyes 4:33 dice acerca de Salomón: "disertó sobre los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared." Es decir, yo supongo, desde la cosa más grande en el reino vegetal a la más pequeña, y lo demás abarcado entre las dos. Entonces la madera de cedro y el hisopo tipificarían todo lo que pertenece a nosotros como hijos de Adán, todo aquello en que nos vanagloriamos y de lo que nos jactamos como hombres naturales. El escarlata es un tipo bien conocido de la gloria de este mundo. La mujer en Apocalipsis, de la cual se habla como estando ella sentada sobre la bestia, estaba vestida de escarlata, y la bestia era una bestia de color escarlata. (Apocalipsis 17: 3 y 4). De modo que todas estas cosas eran consumidas en medio del fuego en que ardía la vaca.

         Más abajo en Números 19 nos enteramos de qué manera una persona se contaminaba. Dicha persona llegaba a estar contaminada si tocaba alguna cosa relacionada con la muerte. Ese es el modo en que ello es expresado en este capítulo. Un hueso de un hombre, o un sepulcro, o un muerto a espada sobre la faz del campo; si él llegó a estar en contacto con cualquiera de estos, él se contaminaba — él era inmundo. Ahora bien, la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23); ella fue el resultado del pecado. Y yo pienso que no hay ningún capítulo en la Biblia, a lo menos en el Antiguo Testamento, que nos presente un sentido tal de la santidad de Dios como lo hace este capítulo. Ello es muy notable. Si el hombre tocaba sólo un hueso, él era inmundo. Pero no solamente el hombre que tocaba el hueso era inmundo, sino que si otra persona le tocaba, o tocaba cualquier cosa que él había tocado, la otra persona era inmunda también; y si una tercera persona tocaba a la segunda, esa tercera persona era igualmente inmunda; y ello se propagaba así de una a otra persona. Por tanto, después de todo, se trata de lo que Dios llama limpio, y no de lo que nosotros llamamos limpio; y Dios no llama limpio a nada más que lo que es absolutamente apto para Su gloria. Gracias a Dios, nosotros estamos lavados en la preciosa sangre de Cristo, y estamos limpios y aptos para Su presencia.

         Pues bien, consideremos brevemente estos aspectos uno por uno.

         1) Lo primero es el fundamento de toda bendición.

         "Y Eleazar el sacerdote tomará de la sangre con su dedo, y rociará hacia la parte delantera del tabernáculo de reunión con la sangre de ella siete veces." (Números 19:4).

         El número "siete" en la Escritura es un símbolo de la perfección divina. La sangre era rociada siete veces hacia la parte delantera del tabernáculo; es decir, delante de los ojos de Dios. Este es una imagen hermosa de esa sangre preciosa del Señor Jesús; y, presten atención, es Dios, el único que conoce el valor de ella, el que la llama preciosa (1ª. Pedro 1:19). Dios el Espíritu Santo habla en Hebreos 9 de la sangre preciosa de Cristo. Consideren el versículo 22:

         "Casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión [o, perdón de pecados]."

         Noten esa expresión, "sin derramamiento de sangre." Ella no dice sin aplicación de la sangre, sino sin derramamiento (o, efusión) de sangre no puede haber ningún perdón de pecados. Ahora bien, (yo hablo a todos los creyentes que están en esta sala) ¿cuándo fue la sangre preciosa de Cristo derramada? ¿Fue ella derramada cuando usted fue llevado a Dios? No, ciertamente. ¿Ha sido ella derramada desde que usted se convirtió? No, ciertamente. Si eso fuese necesario, "le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo." (Hebreos 9:26).

         No; esa sangre preciosa fue derramada, o vertida, en la cruz, y ello no se va a repetir jamás a lo largo de toda la eternidad. "Sin derramamiento de sangre no se hace remisión."

         Cuando usted y yo fuimos despertados por el Espíritu de Dios por vez primera para ver nuestra necesidad, nosotros creímos la preciosa Palabra de Dios, y vinimos a Cristo. En esa Palabra vimos, cuando estábamos turbados acerca de nuestros pecados, "que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados." (Hechos 10:43). Y nosotros lo creímos. Nosotros podemos decir ahora, «Gracias Dios, yo se que tengo el perdón de mis pecados, porque Dios me lo dice así en Su bendita Palabra.»

         Pero, ¿cuándo fue esa obra llevada a cabo, cuándo fue esa sangre derramada, en cuyo terreno usted obtuvo el perdón?

         En la cruz.

         ¿Cuándo fue el valor de esa sangre aplicado a usted, un pecador culpable?

         Cuando usted creyó.

         ¿Por cuánto tiempo la aplicación es aplicable a usted? ¿Cuánto tiempo la eficacia de esa sangre que fue, por así decirlo, rociada sobre usted cuando creyó — cuánto tiempo dura su eficacia?

         Para toda la eternidad. ¡Bienaventurada, preciosa verdad! Cuando la eficacia de esa sangre preciosa, cuando el valor de la sangre de Cristo es aplicado a un pecador, ello es por toda la eternidad. No es por seis meses; no es por un año; no es hasta que pecamos de nuevo; es para siempre. ¿Hay una Escritura que corrobore eso? Lean Hebreos 10:14:

         "Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados."

         Ahora bien, nosotros estamos siempre dispuestos a ponernos al corriente de una u otra cosa, y hacer que ella sea una dificultad. Algunos han dicho así, «Yo no estoy seguro si estoy entre aquellos que son santificados. La Palabra dice, "Hizo perfectos a los santificados."» "Santificados", en la epístola a los Hebreos, nunca significa santificación interior por el Espíritu de Dios. Nosotros no encontramos santificación del Espíritu en esta epístola. No se habla aquí de santificación por el Espíritu, sino de santificación por la sola ofrenda de Cristo. "Santificar" significa 'separar, apartar'. Entonces, cuando una persona cree, Dios la separa del resto del mundo poniendo todo el valor de la sangre preciosa de Cristo sobre dicha persona. Por lo tanto, esa persona es separada, apartada, o santificada, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez. (Hebreos 10:10). Eso no es santificación interior o progresiva por el Espíritu Santo, lo cual es una cosa del todo diferente. Por consiguiente, Hebreos 10:10 es cierto con respecto a todo creyente, y el creyente es 'hecho perfecto o, perfeccionado para siempre, "con una sola ofrenda." (Hebreos 10:14).

         Para ilustrarlo mediante un caso, suponga que hace seis meses que usted y yo nos hemos convertido a Dios. En el momento de nuestra conversión nosotros fuimos, obviamente, lavados en la sangre preciosa de Cristo, y el valor de esa sangre preciosa fue aplicado a nosotros. Pero suponiendo que nosotros hemos caído en algún pecado grave y hemos deshonrado al Señor, y que la sangre tuviese que ser aplicada a nosotros nuevamente, ¿cuánto tiempo la eficacia de ella ha durado desde que nos convertimos? Pues, seis meses solamente, porque nos convertimos hace seis meses, y ahora, después de seis meses ella tiene que ser aplicada de nuevo. Eso mostraría que la eficacia de esa sangre de Cristo fue por seis meses solamente. Pero Hebreos 10:10 dice, "Con una sola ofrenda hizo perfectos", no por seis meses, o por seis años, sino "para siempre", lo que significa que la eficacia de la ofrenda permanece a lo largo de las innumerables edades de la eternidad. La bienaventurada, sencilla verdad está allí en la Palabra: pero entonces nuestros corazones están siempre dispuestos para criticar la Palabra de Dios; y muchos dicen, «Esa doctrina parece ser peligrosa: 'Cuando la sangre de Cristo ha sido aplicada una vez, ello es para toda la eternidad; el valor de ella dura para siempre; y, por tanto, un creyente jamás se puede perder.' Eso parece ser casi permitir una licencia para pecar.» Nosotros veremos, sin embargo, que no lo es. Es exactamente lo contrario. En lugar de ser una licencia para pecar, es un poder bienaventurado para evitar que pequemos. No hay nada que nos haga evitar, y nada que nos quebrante más cuando hemos pecado, que la conciencia del amor de Cristo, el amor de Aquel que padeció  toda la agonía de esa cruz, a fin de salvarnos de todos esos pecados que ¡lamentablemente! nosotros Cristianos cometemos aun ahora, porque "en muchas cosas todos tropezamos." (Santiago 3:2 – VM).

         La primera cosa es la sangre rociada delante de Dios siete veces. De qué manera nosotros vemos el asunto de nuestros pecados resuelto para siempre. Yo preguntaré a cada uno de ustedes, ¿ha usted conocido realmente en su alma que el asunto de todos sus pecados está resuelto? ¿Puede usted decir, «El asunto de mis pecados fue tratado entre Dios y Su Hijo en la cruz, y ese asunto ha sido resuelto para nunca más ser planteado a lo largo de toda la eternidad'?» Si usted lo hace, Dios no lo planteará; allí está el bienaventurado consuelo. Muchos Cristianos quieren remover el asunto nuevamente. Dios dice, por así decirlo, «Yo no lo plantearé nuevamente. Este asunto ha sido resuelto para siempre en el terreno de la sangre preciosa de Cristo.» Y Dios puede decir (aunque a uno no le agrada poner palabras en Su boca), «Si yo tuviera que volver a plantear el asunto de tus pecados nuevamente, yo estaría poniendo en duda la eficacia eterna de la sangre de Mi Hijo,» lo cual Él nunca podría hacer o haría.

         "Y hará quemar la vaca ante sus ojos; su cuero y su carne y su sangre, con su estiércol, hará quemar." (Números 19:5).

         No se trata meramente de la sangre derramada; todo el animal es sacado fuera del campamento, y consumido enteramente. Es quemado hasta convertirse en cenizas. ¿Qué significa eso para nosotros? Tal como dijimos anteriormente, es una figura de cuán enteramente todos nuestros pecados fueron llevados y quitados para siempre en la cruz. El fuego del juicio de Dios consumió allí todos nuestros pecados cuando el Señor Jesús en Su gracia incomparable los tomó sobre Él, y sobrellevó el juicio debido a nosotros, de modo que ellos no pueden ser jamás imputados a nosotros los que creemos en Él; y es importante ver que no solamente se dice, 'Él llevó nuestros pecados', sino que Él, Aquel que "no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado." (2ª. Corintios 5:21). En Romanos 8:3 nosotros leemos que Dios "enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne." (Romanos 8:3 – LBLA). Así que el pecado en la carne, nuestro estado por naturaleza como hijos de Adán, no meramente nuestros pecados, fue condenado o juzgado por Dios cuando Su Hijo amado por nosotros fue hecho pecado en la cruz. Cientos de creyentes dicen, «¡Ah, no son mis pecados lo que me aflige; lo que me aflige es lo que yo soy! Yo no soy lo que me gustaría ser. Yo encuentro tantos pensamientos necios y malos, y exactamente la misma disposición en mí ahora como cuando yo no me había convertido aún. Algunas veces eso me hace considerar si acaso no me he engañado a mí mismo, y si acaso soy un hijo de Dios en absoluto.» Muchos se dicen a ellos mismos, «Si tu fueras un hijo de Dios no tendrías estos raciocinios, y todos esos pensamientos ociosos y malos; tú no puedes ser un hijo de Dios.»

         Ah, amado amigo, esa no es ninguna prueba de que usted no es un Cristiano, un hijo de Dios, de que usted no se ha convertido. Usted no se afligiría por ellos en absoluto si usted fuera una persona no convertida. Usted sería un pecador descuidado, indiferente en sus pecados, como todos nosotros fuimos una vez. Pero hay una cosa bienaventurada que hay que entender, y es que la cosa por la cual usted se está afligiendo — lo que usted es como hijo de Adán — fue condenada por Dios en la cruz cuando Su Hijo amado, el cual no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado.

         ¿Ha entendido usted alguna vez que no solamente sus pecados, sino lo que usted es por naturaleza, fue expiado en la cruz? ¿Que cuando el Señor por nosotros fue hecho pecado Él sobrellevó el juicio que nos correspondía a ti y a mí como pecadores? Dios condenó al pecado en la carne — no los pecados, sino la naturaleza que los producía. Yo pienso que este es un consuelo maravilloso para un creyente. Quizás, querido amigo, usted ha estado descubriendo durante años pasados, o quizás sólo durante semanas, el mal de su naturaleza; y usted dice, «Mientras más yo progreso, mientras más envejezco, yo empeoro más.» Y entonces usted tiene mucha tendencia a pensar que Dios también está descubriendo gradualmente cuán malos nosotros somos. Él lo conoció desde el principio. Cientos de años atrás Él conoció cuán malos usted y yo somos por naturaleza; y la verdad bienaventurada es que cuando Él conoció cuán malos éramos, y cuán dados al error demostraríamos ser después de ser salvos — en otras palabras, cuando Él conoció lo peor acerca de nosotros — Él fue todo amor hacia nosotros, y dio a Su Hijo amado para reparar el asunto de nuestros pecados en la cruz, y para reparar este asunto mucho más profundo también, de lo que nosotros somos por naturaleza.

         Yo pienso que es importante entender que la muerte del Señor Jesús fue la muerte de Uno que sobrellevó el juicio de Dios por nosotros. Él fue abandonado por Dios durante esas tres horas de tinieblas, cuando Su alma fue hecha un sacrificio por el pecado. Sin duda fue entonces que el gran asunto del pecado fue enmendado, y resuelto para siempre mediante su condenación en la cruz. Pero, antes de morir, Él dijo nuevamente, "Padre." Cuando Él estaba en la cruz, en la hora de tinieblas. Él dijo "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). Y después, antes de que Él entregase el espíritu, Él dijo, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." (Lucas 23:46). Él sobrellevó todo el juicio de Dios que correspondía a nosotros, y murió, y por tanto, nada puede ser imputado a nosotros los que creemos. "Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado." (Romanos 4:8).

         "Luego tomará el sacerdote madera de cedro, e hisopo, y escarlata, y lo echará en medio del fuego en que arde la vaca." (Números 19:6).

         Hay algo más allá de que el asunto de nuestros pecados ha sido resuelto. Nosotros leemos en Gálatas 6,

         "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo." (Gálatas 6:14).

         Sí, queridos amigos, el mundo puso a Cristo en la cruz; el mundo aborreció al Señor Jesús cuando Él entro en él. Todo terminó con respecto al mundo cuando éste echo fuera y rechazó al Hijo de Dios. Su condenación fue determinada. El Señor Jesús, anticipando Su muerte, dijo, "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera." (Juan 12:31). Además, el mundo crucificó al Señor de gloria, Aquel que tiene toda la importancia para los Cristianos; por lo tanto, el mundo es puesto en su verdadero lugar, como mereciendo vergüenza y degradación y muerte.

         De manera que el apóstol dice, "el mundo me es crucificado a mí"; y por otra parte, "el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" — yo he muerto a él. En lo que ha mi se refiere, el mundo a llegado a su fin.

         La cruz es el final del mundo para mí. Cuando nosotros entendemos que el Hijo de Dios, el Señor de gloria, vino a morir debido a lo que nosotros éramos, ¿en qué queda nuestra miserable soberbia, y todo lo que el mundo estima glorioso y a lo cual presta atención? Nosotros consideramos la cruz de Cristo, y echamos todo allí, tal como la madera de cedro, el hisopo, y la lana escarlata (Números 19:6- VM) eran todos quemados en medio de la quemazón de la vaca. ¿Qué es el mundo para nosotros cuando entendemos que él crucificó a nuestro Señor Jesús? Cuando nos cercioramos de que Él padeció semejante agonía para salvarnos del juicio que va a ser derramado sobre él, ¿qué es, entonces, el mundo para nosotros? Nada. El mundo ha sido crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo.

         Tenemos después instrucciones acerca de la contaminación.

         "El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. "Números 19:11).

         Si un Israelita tocaba cualquier cosa relacionada con la muerte él llegaba a estar contaminado, porque la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Cuerpos muertos, huesos de hombres muertos, y sepulcros, existen por causa del pecado. Ha sido bien comentado que en los cielos nuevos y en la nueva tierra, en los cuales mora la justicia, no existirá ninguna de estas cosas de las cuales huir. No habrá tal cosa como un sepulcro, o un hueso yaciendo por doquier; no habrá allí tal cosa como un cuerpo muerto. ¿Por qué? Porque no habrá más pecado. El pecado estará afuera de esas regiones bienaventuradas debido al derramamiento de la sangre preciosa de Cristo. Nosotros estamos rodeados ahora por el pecado y la muerte, y poco sabemos cuán frecuentemente nos contaminamos. Muy a menudo llegamos a estarlo debido a que estamos ocupados en el mal. El hombre que rociaba el agua se contaminaba. Piensen en eso solamente. Así que si nosotros nos ocupamos en el mal, nosotros nos contaminamos por él, porque tenemos una naturaleza en nosotros que responde al mal.

         El Señor Jesús no se contaminó en este mundo, debido a que Él no tenía naturaleza pecadora alguna que respondiera al mal. Nosotros tenemos tal naturaleza; y es una cosa notable que cuando una mención de un crimen muy notorio, o cualquier cosa terriblemente malvada, es anunciada en las calles, o en un escaparate de una tienda, cientos de personas se detendrán y lo leerán; o si se ha de ver alguna fotografía que ilustra algún crimen terrible, ¡qué multitudes se detienen y la miran! Pero si hay cualquier cosa hermosa, preciosa, o encantadora a la vista, ustedes no encontrarán tales multitudes estando cerca. ¿Por qué? Porque al hombre natural le gusta más el mal que el bien. Nosotros conocemos lo que nuestros corazones son. La única cosa que da poder a un Cristiano es ocuparse en nada más que el bien. "Cuantas cosas sean conforme a la verdad, cuantas sean honrosas, cuantas sean justas, cuantas sean puras, cuantas sean amables, cuantas sean de buen nombre; y si hay otra virtud alguna, y sí hay otra cosa alguna digna de alabanza, pensad en las tales cosas." (Filipenses 4:8 – VM). No tengan sus mentes llenas con el mal, sino ténganlas llenas con el bien; entonces no hay peligro de contaminarse.

         En los versículos que leemos en Números 19: 16 al 19 hay un hermoso cuadro de lo que sucede cuando un hijo de Dios comete un pecado, o se contamina por estar en contacto con el mal en su senda a través de este mundo. Cuando un Israelita contraía contaminación, ¿era la sangre rociada sobre él nuevamente? No. ¿Qué era rociado sobre él? No sangre, sino cenizas y agua. ¿Qué implican estos dos elementos? Las cenizas eran sencillamente el memorial de esa sangre que era rociada, y aquel cuerpo que era quemado fuera del campamento — la recordación de los padecimientos y la muerte de Cristo. El "agua corriente" es un símbolo del Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos eso? Si ustedes consideran Juan 7 por un momento, ustedes verán muy claramente el modo en que el propio Señor usó el símbolo.

         "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado." (Juan 7: 38 y 39).

         Es digno mencionar que en las versiones de la Biblia en Español "Torres Amat", "La Biblia Textual", "Biblia de Jerusalén", "Nacar Colunga", "Reina-Valera 1865", "Reina Valera 1909" y "Reina-Valera 1977", en Números 19:17, ustedes verán que el término es agua viva; así que agua viva o corriente representa al Espíritu Santo. Las cenizas de la vaca presentan la recordación de los padecimientos y muerte de Cristo, cuando Él resolvió para siempre el asunto de todos nuestros pecados, y de nuestro pecado también. El Espíritu Santo, cuando nos hemos contaminado con el mal, toma, por así decirlo, los padecimientos de Cristo, y los trae a nuestra mente, trae a nuestro recuerdo los padecimientos de Cristo por nosotros, y el valor de Su muerte. ¿Acaso no es eso maravilloso? ¿Piensan ustedes que eso nos haría pecar? Jamás. Ahora bien, consideren por un momento. Suponiendo que ustedes y yo cometiésemos un pecado hoy, y se nos dijera por parte de Dios, «Has pecado ahora, y no hay nada más que juicio para ti. Has perdido toda bendición por haber pecado contra la gracia, y no hay esperanza alguna.» ¿Qué sería de nosotros? Nosotros seríamos impulsados a las profundidades de la desesperación. Ello no nos ayudaría en absoluto. Pero suponiendo que, cuando hubiésemos cometido un pecado, el bendito Señor mismo apareciese personalmente a nosotros y dijese, «Yo padecí indecibles agonías en la cruz, incluso el juicio de Dios, a fin de que tú nunca pudieses ser condenado por el pecado mismo que has cometido recién», ¿Qué deberíamos decir entonces? Deberíamos avergonzarnos tan completamente de nosotros mismos que no deberíamos saber cómo mantener nuestras cabezas levantadas; deberíamos estar quebrantados completamente, y deberíamos aborrecernos a nosotros mismos por haber hecho aquello que, para salvarnos de lo cual, el Señor Jesús padeció en la cruz.

         Eso es lo que el Espíritu Santo hace, como está tipificado en este capítulo. Nosotros pecamos, consciente o inconscientemente, y nos contaminamos; nos hemos puesto en contacto con el mundo y las cosas del mundo. Quizás hemos estado con los impíos, y no hemos confesado al Señor; podemos incluso habernos unido en su necio conversar, y, por tanto, nos hemos contaminado. ¿Qué hace el Espíritu Santo? Él trae de regreso a nuestro recuerdo lo que el Señor Jesús padeció en la cruz para salvarnos de la cosa misma que nosotros hemos hecho. ¿Cuál es la consecuencia de eso? La consecuencia es que nos avergonzamos de nosotros mismos; nos entristecemos por aquello que hemos hecho, y vamos y lo confesamos al Señor. ¿Por qué lo confesamos? El Espíritu de Dios ha traído esos padecimientos de Cristo a nuestro recuerdo, y nos conduce a la confesión de lo que hemos hecho en respuesta al bienaventurado servicio del Señor Jesús en lo alto, como nuestro abogado para con el Padre. Es tan bienaventurado pensar en eso. "Si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." (1ª. Juan 2:1). No dice, 'si alguno confiesa su pecado.'

         Antes de que confesemos alguna vez el pecado, quizás antes de que fuésemos conscientes de él, está Aquel bendito con el Padre; y el resultado de Su intercesión para con el Padre es que el Espíritu Santo trae a nuestra mente lo que nosotros hemos hecho, y al mismo tiempo trae a nuestro recuerdo lo que el bendito Señor padeció para librarnos del pecado mismo que hemos cometido. Nosotros somos así humillados, y vamos y confesamos a nuestro Dios y Padre. Toda la Trinidad, valga la expresión, está comprometida con la restauración de nuestras almas cuando hemos pecado. Dios el Hijo, el Señor Jesús, está allí como nuestro abogado para con el Padre; Dios el Espíritu Santo, en respuesta a la intercesión de Cristo, hace que nuestra conciencia se percate del pecado, conduciéndonos a la confesión; y Dios el Padre nos perdona. Él es fiel y justo para perdonarnos en el terreno de esa sangre preciosa derramada una sola vez y para siempre. Es muy interesante prestar atención a la diferencia entre el perdón una vez y para siempre para todos los pecadores, y el perdón que, como santos, nosotros obtenemos del Padre.

         Unas pocas palabras más y he terminado. El hombre era rociado en el tercer día (Números 19:19), pero no era sino hasta la segunda aspersión, en el séptimo día, que el era declarado limpio. Yo pienso que esto nos enseña que Dios no piensa livianamente acerca del pecado, y que es mucho más fácil salir de la comunión que volver a entrar. Cuando se nos hace ser conscientes por primera vez de nuestro pecado, nosotros estamos descontentos, y nos humillamos en el polvo delante de Dios por lo que hemos hecho. Ello no es gozo; es dolor. Entonces vamos y lo confesamos, y encontramos que el Señor se entregó a Sí mismo por el pecado mismo que hemos cometido. Después que nosotros hemos reconocido nuestro pecado, ello sólo aumenta nuestro sentido del amor del bendito Señor, y el valor de Su obra; entonces, por medio de la gracia de Dios, nosotros somos conducidos, quizás, a un conocimiento más profundo de Él mismo y del valor de la obra de Su Hijo del que teníamos anteriormente.

         Bueno, yo he podido presentar sólo los pensamientos principales de este hermoso capítulo, pero confío que ustedes han adquirido algún conocimiento de las verdades que enseña. Estudien estas cosas tranquilamente, y recurran a Dios para la guía del Espíritu Santo para que las revele a ustedes, y la bendición debe venir.

         Que el Señor pueda, en Su gracia, conceder a cada uno de nosotros ser mantenido cerca de Él para que no necesitemos Su amable, bienaventurado servicio como nuestro abogado. Es difícil no contaminarse en este mundo malo; pero, oh, recordemos siempre que con una sola ofrenda hemos sido hecho perfectos para siempre, mediante Su sangre preciosa; y que cuando cometemos pecado, el Espíritu Santo trae a nuestro recuerdo que el padecimiento de Cristo en la cruz nos ha librado para siempre de él. ¡De qué manera alabaremos a Dios cuando, en Su presencia en la gloria, nosotros miraremos atrás a nuestra historia pasada, y a todos nuestros fracasos aquí, y al mismo tiempo miraremos a la historia de Sus modos de obrar de gracia para con nosotros! Que nosotros podamos conocer más del amor incesante de Aquel que se entregó por nosotros, el cual limpia la Iglesia por el lavamiento del agua por la Palabra, y que Se la presentará a Sí mismo como una iglesia gloriosa, que no tendrá mancha ni arruga ni cosa semejante. (Efesios 5: 26 y 27). ¡Oh, Cuán bienaventurado será aquel día cuando, por vez primera, gustemos lo que la santidad absoluta significa, y adoremos sin impedimento, cuando la carne y todo lo relacionado con ella haya desaparecido, y nosotros seremos para siempre semejantes a Él, y estaremos para siempre con Él! ¡Que el Señor pueda mantenernos cerca de Él hasta aquel día!

 

Robert F. Kingscote

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Septiembre/Noviembre 2016

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
Christ as Seen in the Offerings, by Robert F, Kingscote 
Traducido con permiso
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VERSIÓN INGLESA