EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

ACTUAR EN COMUNIÓN EN ASUNTOS DE DISCIPLINA (H.F.Witherby)

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Actuar en Comunión en Asuntos de Disciplina

 

H. F. Witherby.

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Cuando una asamblea local actúa, lo hará, si actúa correctamente, como estando en la presencia de Dios, por medio de la autoridad del Señor, y siendo guiada por el Espíritu Santo. Si ella actúa así podemos asumir justamente dos cosas, a saber: en primer lugar, que ha habido sujeción a la Palabra de Dios para la formación de la decisión sobre la cual es tomado el carácter de la acción; en segundo lugar, que las conciencias de los individuos que forman la asamblea han estado en contacto directo con la Palabra de Dios y han sido gobernados por ella en cuanto al asunto en cuestión. La acción de la asamblea efectuada de este modo será la de un mismo sentir, y será hecha en comunión.

 

En una asamblea reunida al nombre del Señor que con frecuencia va en aumento por la incorporación de personas nuevas, es obviamente de crucial importancia que se haga referencia a la Palabra de Dios cuando una acción dada sea necesaria; o, en todo caso, que las conciencias de los recién llegados sean llevadas a ejercitarse por la Palabra de Dios, para que ellos, ignorando las Escrituras con respecto a la cuestión que está ante la asamblea, no participen, y se sientan obligados, por una acción que, aunque correcta en sí misma, no domina sus conciencias como siendo aquello que Dios ha ordenado que se haga. Si este cuidado no es ejercitado constantemente, el resultado será — suponiendo que transcurren los años — que en algunas personas de la asamblea se producirá un espíritu de seguimiento de un líder o de una mayoría, y por lo tanto, que en un cierto número de los individuos que componen la asamblea se pondrá en peligro la sujeción práctica de la conciencia en relación con la acción de la asamblea. Y cuando un estado tal de cosas ocurre a gran escala en una asamblea dada, el resultado será ciertamente el dictamen de los líderes y no el actuar en comunión; y el terreno mismo de la asamblea, como reunida al nombre del Señor Jesús, estará en peligro. Ello no será reunirse al nombre del señor Jesús y buscar la guía del Espíritu de manera práctica, con relación al asunto que está ante la asamblea, y, como consecuencia, los santos actuando como uno, sino que será de manera práctica la autoridad de A o B, y la guía de este o de este otro hermano, En una palabra, será el hombre, no Dios.

 

El criterio del líder o de la mayoría puede ser correcto, pero se requiere más que hacer lo correcto. Es de importancia moral que la conciencia de cada individuo de la asamblea tenga el sentido de responsabilidad ante Dios, y que todos actúen juntos como estando a la vista de Dios. Cuando, ya sea por ignorancia o por inercia, las personas de una asamblea se dedican a seguir a un líder o a alinearse con la mayoría, hay una debilidad muy grande, si no una renunciación, en sus almas a los principios de la responsabilidad individual de cada santo hacia Dios, y también de la realidad de la presencia del Espíritu Santo en una asamblea. Ellos están aceptando meramente un estado de cosas que pertenece a la asamblea de ellos, y no están actuando como guiados por el Espíritu. Asimismo, aunque la acción haya sido aprobada, como podemos decir, por toda la asamblea, y así exteriormente todo esté tranquilo, y aunque la acción sea en sí misma correcta, no obstante, hay decadencia espiritual en cuanto a la comunión y al sometimiento a Dios.

 

Cuando las conciencias no están en ejercicio, y la Palabra de Dios no es consultada, seguramente están creciendo semillas que se convertirán en ministerialismo, y en la entrega del criterio y de la conciencia a los ministros. El Espíritu Santo, en Su obra en una asamblea, es así desechado de manera práctica; y cuando este estado está completo, sólo quedará el nombre de una asamblea de Dios. De hecho, individuos piadosos pueden unirse de manera profesada en el terreno de la asamblea, pero la vitalidad de la reunión de ellos ya no subsistirá, porque será el hombre, no Dios, el que mantenga las cosas unidas.

 

La verdadera idea de actuar en comunión se pierde en almas que siguen a un líder o a una mayoría, o, si se quiere, a una minoría, porque no es en el caso de ellos el Espíritu Santo guiando el criterio de la asamblea a la obediencia de la Palabra de Dios, sino el criterio de A o B, o de la parte influyente de la asamblea. Esta es una obra extremadamente triste y totalmente indigna de la gracia de Dios, que es Aquel que ha abierto nuestros ojos al hecho de que es nuestro privilegio y deber esforzarnos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. El dictamen de un hombre no es la unidad del Espíritu, y seguirlo es un retroceso incluso al estado de cosas a todo nuestro alrededor, donde, desde Roma hacia abajo, los hombres entregan sus conciencias a sus líderes en cuanto a los asuntos de disciplina. Y nosotros sólo tenemos que considerar el actual estado dividido de la Cristiandad para tener una visión exacta del resultado del principio de seguir a un líder, o de ir con una mayoría o una minoría; sí, en efecto, y para ser advertidos de nuestro cierto fin si hacemos como lo hace la Cristiandad en general.

 

Aquellos a quienes Dios ha establecido en una asamblea como líderes o guías, son especialmente responsables ante Dios de dirigir las mentes de Su pueblo hacia Él mismo en estos asuntos. Es de enorme importancia que la fe esté en ejercicio en cuanto al hecho de la presencia del Espíritu Santo en una asamblea, y que Él puede, y lo hace, conducir al pueblo de Dios a una identidad de criterio. Decimos que la fe debe estar en ejercicio en cuanto a esto porque si la doctrina simplemente es aceptada, y los resultados prácticos de la verdad de que Dios el Espíritu Santo está con nosotros son ignorados, sencillamente estamos exponiéndonos a Satanás, sosteniendo una verdad intelectualmente, y sin embargo negándola de manera práctica. Si hay fe en la presencia del Espíritu Santo guiando nuestras mentes, necesariamente también habrá dependencia de Dios y paciencia. Asimismo, en proporción a nuestro grado de fe real en Dios, nuestros propios modos de obrar y energías carnales serán totalmente rechazados. Los esfuerzos para obtener una mayoría, o para forzar la voluntad de una minoría, o para adoptar las opiniones especiales de un líder, son marcas seguras de independencia del Espíritu Santo.

 

Si la responsabilidad de los líderes en una asamblea es grande con respecto a dirigir las mentes a la realidad de la presencia de Dios el Espíritu Santo, así también grande es su responsabilidad en cuanto al estado de sus propios espíritus cuando un asunto de disciplina está ante la asamblea. "Vosotros que sois espirituales" (Gálatas 6: 1) son reconocidos por Dios, y, ¡hay! de la asamblea que considera como espirituales a los que actúan de manera contraria al "espíritu de mansedumbre", o que recurren a otros medios que no concuerdan con la santidad y la verdad de Aquel que es el Espíritu Santo y el Espíritu de verdad. Las acciones hechas de manera profesada en el Espíritu, pero que niegan el carácter del Espíritu de Dios, son un agravio a Él y al Señor.

 

De hecho, las acciones de disciplina, o digamos, tentativas de disciplina, siempre ponen a prueba a un cuerpo de Cristianos. Incluso en este momento más de un gran cuerpo religioso está temblando ante los resultados probables que las tentativas de disciplina amenazan traer sobre él. Y nosotros mismos sabemos que si un caso de disciplina está presente en una de nuestras asambleas, el estado de tal asamblea será revelado mediante su presencia. En un momento tal se oirán voces que rara vez, o nunca, son oídas en la reunión de oración o de lectura, y habrá personas activas cuya actividad espiritual pública no suele ir más allá de asistir a la reunión de adoración del domingo por la mañana. Estas personas activas, generalmente hablando, también ocasionarán dificultades por medio de su actividad.

 

La disciplina es la cosa más difícil con que la asamblea tiene que ver, y aunque el criterio del hombre que toma una parte prominente sea absolutamente correcta, no obstante, si su alma no está en comunión con Dios él no tendrá el peso moral que inspira confianza. Sus palabras carecerán de poder y él será un obstáculo; porque siempre hay que tener en cuenta que los asuntos de la asamblea son los asuntos de Cristo, y que Sus ojos son como llama de fuego que penetra los pensamientos e intenciones de todos los corazones, y que la disciplina verdadera no puede ser llevada a cabo con nuestra propia fuerza.

 

No obstante lo débiles que somos, si nos ponemos en la mano del Señor y buscamos honestamente la guía del Espíritu, habrá, por no decir criterio, a lo menos instinto para detectar quién está en comunión con Dios y quién tiene razón, y también habrá un sentido muy poderoso de la diferencia entre lo correcto y el poder. Necesitamos, de manera muy especial, estar cerca de Dios cuando actuamos para la gloria del Señor en asuntos de disciplina. Necesitamos sentir el mal como si fuera el nuestro, de lo contrario, lidiar con el mal tiene el efecto de desquiciar el espíritu, y afectar perjudicialmente el sentido moral.

 

Satanás está activo donde el mal está presente, y la disciplina está relacionada con el mal; por tanto, se trata de un conflicto, y la victoria sólo puede ser obtenida mediante la obediencia a la Palabra de Dios y en sujeción al Espíritu Santo. Y además, siempre existe una tendencia contaminante cuando nos ocupamos del mal; incluso aunque sea para juzgarlo y quitarlo; de ahí la absoluta necesidad de juicio propio en tales momentos. De hecho, cuando estamos juzgando el mal en los demás, nosotros mismos propendemos a ser arrastrados por el enemigo a un estado de soberbia.

 

Y, debido a esto, no es infrecuente el caso de que haya una crisis en una asamblea ocasionada por una obra doble del mal en ella. Por una parte, el mal específico al cual la asamblea ha dirigido sus pensamientos con el objetivo de tratar con él; por otra parte, el mal de aquellos que actuarían por Dios en el asunto, actuando en sus propias fuerzas y mediante medios humanos y no en el Espíritu, procurando poner las cosas en orden para Dios con manos no santificadas. Y por eso Dios, que nunca se niega a Sí mismo, tiene una controversia con la asamblea, no solamente por el mal que ella juzgaría, sino también por la forma en que los hombres tratan de juzgarlo.

 

La disciplina siempre pone de manifiesto la condición de aquellos que forman la asamblea, en tales momentos se manifiestan los motivos de los hombres, así como sus criterios. Supongan que hay un hombre, ostensible y justamente indignado con el mal, pero disgustado por motivos personales con el que ha hecho lo malo; ¿pensamos nosotros que Dios, el cual prueba los corazones y escudriña y pesa las acciones, pasará por alto un pecado como este? Hay solamente una forma en que es posible cualquier seguridad cuando se trata con el mal, o se procura tratar con él, y esa es, actuar en la luz. Si consideramos la iniquidad en nuestros corazones el Señor no nos oirá, y usar el nombre del Señor como un manto para cubrir nuestros propios sentimientos es una iniquidad. La santidad conviene a tu casa para siempre.

 

Otra cosa que es evidente cuando la disciplina está ante la asamblea es esta, que la detección de un mal conduce frecuentemente a la detección de otro. A menudo es que en primera instancia ello sea como tener la atención atraída al brote de una hoja diminuta del suelo, pero nosotros no sabemos si hay una fibra pequeña, o muchas raíces largas que se extienden bajo la superficie. Dios permite que las cosas salgan a la luz, y abre los ojos de Su pueblo a lo que antes eran ciegos, y Su modo de obrar parecería ser llevar las cosas ocultas desde las tinieblas a la luz por grados. Por tanto, hay aún más necesidad de que haya una ferviente espera en Aquel que conoce todas las cosas. ¡Cuántas largas historias de dolor en una asamblea podrían no haber sido escritas nunca, si los primeros indicios de maldad hubieran sido abordados mediante oración y ayuno!

 

Si el mal está presente en una asamblea, la primera consideración debe ser la honra del Señor. Esto debe ser aclarado a toda costa, pero el deseo más intenso debe llenar cada corazón de que sea la honra pura y verdadera del Señor lo que se denomina la honra del Señor. Es un engaño terrible cuando los Cristianos comienzan a llamar la honra del Señor a la honra que es de ellos. Ha habido muchos conflictos en varias épocas de la Iglesia en cuerpos Cristianos entablados ostensiblemente por la honra del Señor, pero realmente por motivos equivocados, y lo que ha existido, no sólo existirá, sino que existe. Pero siendo la honra del Señor preciada para la asamblea por encima de todo, se debe considerar que cada persona de la asamblea es una parte viviente del todo, y que, por tanto, en cada persona debe haber una limpieza en ella misma según la Escritura, y una conciencia ejercitada delante de Dios en cuanto al mal. Esto ciertamente creará un estado de humildad y juicio propio en toda la asamblea.

 

La siguiente consideración debe ser la recuperación del transgresor o de los transgresores. Si nosotros estamos en la luz ciertamente tendremos el real deseo de que aquel que ha hecho el mal pueda ser conducido por Dios a ver el mal y arrepentirse. Cuando este es el caso al transgresor no le será difícil reconocer a la asamblea el pecado que él ha confesado a Dios. Aquel que ha confesado su pecado a Dios y a quien Dios ha perdonado y limpiado de toda injusticia sería el mismo que vindicaría a Dios en vez de vindicarse él mismo. Un alma restaurada — una que ha estado en la luz y ha sido perdonada — no necesitaría que se la presionara para que pueda reconocer su agravio. Y donde hay arrepentimiento verdadero — dolor por el pecado, y apartamiento de él — la asamblea tiene el camino libre para poner su sello sobre la obra que el Espíritu Santo ha hecho en el alma del individuo. Donde Dios ha restaurado Su asamblea puede recibir.

 

Dios es justo, y en Él no hay injusticia. (Salmo 92: 15). La asamblea simplemente está actuando por Cristo. Ella se está limpiando del mal en el nombre del Señor; por eso, cuando no hay santidad absoluta, ciertos problemas seguirán a causa de ese estado; porque con la medida con que medimos se nos medirá.  Debemos recordar también que un espíritu sereno, judicial, es raro en una asamblea que está conturbada con una cuestión de disciplina. Porque se trata de una hora crucial para las almas de los hombres, y a menos que estén descansando en la presencia de Dios, y así estén en espíritu por encima del mal que está en acción, y que tiene que ser juzgado, faltará el sosiego santo. Asimismo, a menos que ello sea verdaderamente en la luz, el hombre es tal que no habrá libertad de la parcialidad, y sin esto, no existirá el santo espíritu no sesgado que debe caracterizar nuestras acciones en el nombre del Señor.

 

Habitualmente se da el caso de que si una asamblea al principio es laxa para juzgar el mal, cuando ella comienza a tratarlo será demasiado dura con el transgresor. Se moverá de un extremo a otro. Pero Dios requiere que Su Palabra sea obedecida, y nosotros tenemos que seguir pacientemente en Su Palabra. Ni la laxitud ni la injusticia son de Él, y tampoco existirían en las almas si estuviéramos en comunión con Él. Puede ser que no haya un aborrecimiento del mal demasiado grande en nuestras almas, pero puede haber una severidad reprensible contra el transgresor. Los hombres que están 'fuera de la mesa' podrían haber sido restaurados si la misma mano que hirió — e hirió necesariamente — hubiese sido guiada por un ojo de compasión. Si un padre tiene que golpear a su hijo con la vara de corrección, más de la mitad de esa acción perderá su valor para su hijo si el padre es movido a ira. El hijo tendrá su castigo, pero el padre perderá su influencia. El Señor no aceptará que Su pueblo lleve a cabo una obra de disciplina por Él en Su asamblea, excepto la que es dirigida por Él. Tampoco se haría lo correcto de una manera incorrecta si hubiera sujeción a Su Espíritu. Y cuando hay severidad, no de acción, porque la disciplina debe ser severa, sino de corazón, usualmente encontraremos que ella surge ya sea de aquellos cuyas almas no están libres de la misma clase de maldad con la que están tan enfadados en la persona del transgresor, o de aquellos que no se han juzgado a sí mismos delante de Dios. Y sólo es necesario observar la historia de aquellos cuya indecorosa severidad contra el trasgresor evoca venganza, para enterarnos, a medida que pasa el tiempo, que los mismos hombres cuyos duros espíritus — duros, no hacia el mal, sino hacia el transgresor — afligieron tanto a sus hermanos, habían tenido en sus corazones las semillas de la misma clase de error que ellos denunciaron en otros. Los tiempos de cosechar se cumplen, y lo que los hombres siembran, ciertamente cosecharán.

 

Este es uno de los notables síntomas de la perversidad del corazón humano y de lo engañoso que este es. Y ello es una injusticia con la que el Señor ciertamente tratará. Cuando lidiamos con el mal nosotros necesitamos recordar las palabras del Señor acerca de la viga en nuestro propio ojo, de lo contrario, ¿cómo podemos obtener Su luz para juzgar de manera justa? En realidad, visto el asunto desde cualquier punto en que nos encontremos, nos vemos forzados constantemente a regresar al estado de alma de los que juzgan, y al sentido de incapacidad total de una asamblea para actuar en comunión a menos que haya la guía de Dios el Espíritu Santo.

 

La comunión práctica, la unanimidad, alcanzadas en la presencia de Dios, en cuanto a la disciplina, resultando en la acción de asambleas locales, no es tan común como debería ser. Y no rehuiríamos expresar esta afirmación en la forma de responsabilidad, porque deberíamos estar más juntos en la oración y en la lectura de las Escrituras en cuanto a los principios de la disciplina que surgen en la asamblea local de la cual podemos formar parte. Es más fácil conquistar un país que gobernarlo. No basta con que un número dado de hombres haya sido separados de los sistemas religiosos a los cuales una vez adhirieron, y que sean conquistados por la verdad para tomar el terreno de la expresión de la unidad del Espíritu; es también necesario que cada uno y todos ellos vivan bajo el gobierno y la guía de la Palabra de Dios y del Señor. En días pasados, estas verdades relacionadas con la Iglesia de Dios tuvieron que ser conseguidas; los hombres vienen ahora a un estado de cosas donde estas verdades son aceptadas; pero allí donde esta y esa verdades son asumidas como conocidas, rara vez son aprendidas realmente, porque la conciencia no está entonces en ejercicio. La gran pregunta para nuestras almas cuando surge cualquier asunto en una asamblea local es, «¿Qué dice la Escritura?», y nosotros estamos en un bajo estado de conciencia con respecto a Dios si para obtener la respuesta nos contentamos con preguntar, «¿Qué dicen A o B?»

 

Habrá decoro en los varones más jóvenes en cuanto a tomar parte en la deliberación acerca de asuntos de disciplina, pero las conciencias de todos deben estar en ejercicio. Y es un triste día para la asamblea cuando sus líderes, en vez de esperar en la conciencia de sus hermanos, toman la ley en sus propias manos, y sin consulta, imponen su sentencia sobre la asamblea. Esto es ministerialismo y descuido de las conciencias de los demás, ciertamente ello no es actuar en comunión como guiados por el Espíritu.

 

Lo que puede ser llamado la conciencia colectiva de una asamblea debiera ser considerado en primer lugar; y así como debe haber un criterio común, así también debe haber en toda asamblea tal identidad de conciencia que no es utópico hablar de ella en su carácter temeroso de Dios como teniendo una conciencia común; y si una asamblea está así delante de Dios y en la luz, así pueden estar dos, o cualquier número. A menos que una asamblea, como tal, esté en la presencia de Dios y sometida a Su Palabra, lo que puede ser llamada su conciencia está en un estado insatisfactorio.

 

Nosotros no podemos apresurar la conciencia de un hombre, y puede existir en hombres piadosos una falta de conocimiento de las Escrituras, lo cual explica la indecisión de ellos. No es raro que encontremos una asamblea completamente perpleja por una cuestión de disciplina, ya que algunos que la componen tienen dificultades de conciencia en cuanto a la línea de acción deseada por los demás. ¿Qué es lo que ha de unir las conciencias de todos en un caso tal? Lo único que puede unirlas — la autoridad de la Palabra de Dios.

 

Si un varón tiene conciencia acerca de un día o de comidas, nosotros debemos respetar su conciencia (Romanos 14), aunque él pueda ser débil en la fe. Ciertamente, también debemos respetar la conciencia de una asamblea si ella es débil en la fe, y debemos buscar paciencia para andar en gracia y unidad con ella. Sin embargo, no se trata del hecho de creer que ella ha sido guiada por el Espíritu Santo, sino de su obediencia a la Palabra de Dios, que es el verdadero poder, y que, eventualmente, debe unir las conciencias de las demás asambleas. Una asamblea puede transgredir, como puede hacerlo un individuo, al anunciar que ella ha sido guiada por Dios el Espíritu Santo, pero que una asamblea haga esto es un mal mucho más grave que hecho por un individuo particular.

 

Si una asamblea es débil, y un caso muy difícil para ella está ante ella, o si una asamblea está dividida en su juicio, entonces con frecuencia es buscado el consejo de un "hermano" o de "hermanos" de otra asamblea. Y lo más sencillo es que un hermano que tiene sabiduría o que es imparcial, imparta lo que Dios le ha dado a los demás; pero una cuidadosa distinción debe ser celosamente mantenida entre el consejo que es dado amablemente, y el hecho de prescindir o no tener en cuenta las conciencias. Un "hermano" que no es de la asamblea local donde el asunto produce desconcierto tiene la ventaja de abordar el tema de manera imparcial; pero también está bajo la desventaja de escuchar un aspecto del tema de parte de aquellos con quienes puede estar al principio en contacto inmediato. Pero, ¡ay! del hermano que procura resolver las cosas con su propia sabiduría, por muy sabio que él pueda ser, o con su propia fuerza, por muy fuerte que sea, porque si la conciencia colectiva de la asamblea local no es considerada, ¡Dios es ignorado!

 

Cuando un hermano va a una asamblea local con un poder con el cual él mismo se ha investido, y con una imaginada habilidad interior para enmendar las cosas, su misión terminará en quebranto. Por una parte él desafía las conciencias, y por otra, desafía la acción del Espíritu. Aun el apóstol actuó primero sobre las conciencias de los santos en Corinto — aunque usando su poder apostólico para enmendar las cosas entre ellos — mientras que en nuestros días, sin poder apostólico y con profesada debilidad, el principio de esforzarse por imponer una línea de acción que tal vez sea errónea y no apostólica en sabiduría, sobre una asamblea, simplemente contradice lo que nosotros aceptamos que es el principio de las Escrituras. No es de extrañar, pues, que cuando se hacen o se intenta hacer estas cosas, los resultados sean tan miserables. Y también ese debe ser el estado de cualquier asamblea que, cuando el mal está ante ella, se contenta impasiblemente con dejar que la conciencia duerma y que el ministerialismo dirija sus asuntos. El ministerialismo termina en división.

 

Que el mal sea enfrentado en la presencia de Dios, y si no hay identidad de criterio, que se haga oración, y si todos son honestos, Dios dará identidad de criterio. Hay un solo Espíritu, y donde todos son de corazón sencillo el un solo Espíritu dará identidad de pensamiento. Y entonces el resultado será el de actuar en comunión. La gran consideración debe ser siempre poner la conciencia de la indolente asamblea en acción. Si una asamblea no trata con el mal perderá su carácter como asamblea de Dios; pero habitualmente se encontrará una gran proporción de varones honestos en cada asamblea, aunque algunos pueden estar somnolientos, y otros pueden estar en ignorancia; por tanto, es necesaria la paciencia.

 

Cuando una asamblea local trata de ocuparse de los asuntos de otra asamblea local, el resultado es confusión, porque Dios no reconoce tal interferencia. Es más o menos lo mismo que un hermano individual que va a enmendar las cosas en una asamblea, a mayor escala. Los asuntos empeoran porque el principio vital — a saber, que la propia asamblea debe actuar delante de Dios — es ignorado. Es ciertamente correcto solicitar a una asamblea indecisa que actúe, estimulando así a entrar a la presencia de Dios, pero que otra asamblea, o que un individuo, establezcan la ley, es simplemente ignorar el estado en que la asamblea debe estar delante de Dios, y es quitar el asunto de las manos de Dios.

 

También es necesaria la paciencia porque, como norma, el criterio de una asamblea acerca de cualquier tipo de mal no es sino una expresión del estado moral de esa asamblea. Por ejemplo, existen cuerpos de Cristianos que consideran con prisa y sin reflexión doctrinas que realmente subvierten la honra misma de Cristo. ¿Por qué es esto? Porque sus miembro son generalmente indiferentes al mal de las doctrinas. Cada pocos años oímos acerca de separaciones desde cuerpos Cristianos organizados debido a que algún u otro Cristiano, no puede tolerar una cosa mala a la cual el cuerpo del que él es un miembro es indiferente; pero la mayoría continúa como antes, y también encontramos un proceso gradual de leudado, y por tanto, a Cristianos que se vuelven dolorosamente más y más indiferentes con respecto a las más gravosas doctrinas que están siendo enseñadas por miembros de sus denominaciones. Entonces, cuando una mala doctrina encubierta se expresa a sí misma en una asamblea local, rara vez encontramos que todos, al principio, perciben su gravedad, y esto muestra cuán bajo es el estado de la asamblea local, e indica que cada individuo no es consciente de la importancia del mal que se manifiesta.

 

En algunos aspectos tratar con la doctrina es más fácil que tratar con la práctica. Y nuevamente aquí el estado de alma y el carácter de la conciencia de la asamblea es puesta a prueba por una mala práctica que ocurre en una parte que la compone. Los eruditos y dotados Corintios estaban ciegos y eran indiferentes a su estado dividido, y también se jactaban de la presencia de un crimen horrible en su asamblea, y vemos así cuál era la verdadera condición moral de ellos. Podemos estar seguros que la forma en que nosotros vemos el pecado es realmente la forma en que estamos, o no estamos, en la luz de manera práctica. Si hay honestidad delante de Dios, habrá sencillez con respecto a lo correcto y a lo incorrecto. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz. (Mateo 6: 22 – VM). Ningún procedimiento subrepticio será aceptable para la honestidad, ni el sentimiento partidario para proteger al transgresor será aceptable para aquel que está en la presencia de Dios. Y lo que se debe desear fervientemente es que toda la asamblea este también en la luz para que no haya ninguna voluntad, excepto la de hacer la voluntad de Dios. Pero se debe insistir en ello, a saber, que para este fin es de suma importancia que cada individuo esté delante de Dios con una conciencia limpia y honesta.

 

Nosotros sabemos que es necesario que haya facciones entre nosotros para que sean manifestados los que son aprobados (1ª. Corintios 11: 19 – VM), y ya sea que consideremos a Éfeso (Apocalipsis 2), o a Corinto, o que leamos las Epístolas posteriores, encontramos, lamentablemente, que incluso en tiempos apostólicos, y desde los tempranos días, los santos de Dios estuvieron expuestos a este peligro. Ser zarandeados y puestos a prueba debe ser nuestra porción. El camino a la gloria no está bordeados de rosas; felices son los que vencen.

 

Tampoco en estos días podemos enviar nuestras dificultades a "Jerusalén" por medio de la mano de uno o dos apóstoles y ancianos, "para tratar esta cuestión". (Hechos 15). No hay un concilio divinamente designado para que los santos de Dios recurran a él. Los apóstoles no están, ¿y dónde están los ancianos? Nosotros no decimos que ellos, como los apóstoles, no existen, porque ciertamente existen, pero, ¿dónde están ellos? No hay ahora ningún apóstol que encargue con autoridad y sabiduría divinamente dadas a un Tito, que corrija "lo deficiente", y establezca "ancianos en cada ciudad". (Tito 1: 5). Tampoco existe una asamblea unida compuesta por todos los creyentes en alguna ciudad sobre la cual designar ancianos. Si bien con respecto a los ancianos mismos, refiriéndonos a nuestras asambleas, hay muchas ciudades y pueblos donde existen nuestras asambleas locales en las que los ancianos no se reúnen con nosotros al nombre del señor Jesús, sino que todavía están en ¡iglesias o capillas! Estamos viviendo en días cuando la Cristiandad está en un estado de desorden y confusión, y cuando la organización de la Cristiandad es humana; por eso que nosotros, quienes como un remanente pequeño, como unos pocos pobres y débiles, nos reunimos al nombre de nuestro Señor, debemos ser humildes y encontrar nuestra fuerza en nuestra debilidad misma. Ancianos o no ancianos, todo estará bien si dependemos del Señor y obedecemos Su palabra, e incluso si hubiéramos vivido en los días apostólicos y hubiésemos tenido ancianos en cada ciudad, no habríamos madurado en absoluto si hubiéramos dependido de los ancianos. No debemos confiar en el hombre, sino en Dios.

 

¿Y qué valor tiene un hombre que está en un cargo a menos que él mismo sea una realidad? Puede haber en una asamblea local tanto ancianos como gobernantes, pero tal vez en ella no haya ninguno. Así como hay entre nosotros maestros, pastores y evangelistas, así también hay ancianos y los que gobiernan, pero no podemos decir que ellos existen en cada asamblea, y el hombre no puede designar un anciano o al que gobierna así como tampoco puede instituir un maestro, un pastor, o un evangelista. Por eso nosotros, sin ninguna organización a los ojos de los hombres, estamos en la posición, como cuerpo eclesiástico, de ser verdaderos y honestos delante de Dios en el día de confusión y debilidad. ¿Qué puede ser mejor que esto en nuestro día? Siempre y cuando seamos honestos y verdaderos, en el lugar de debilidad y dependencia de Dios.

 

Si el estado de debilidad que surge de la desordenada condición de la Cristiandad es permitido, y la actitud de honesta debilidad es mantenida delante de Dios, Él guiará por medio de Su Espíritu con respecto a todo asunto que provoca inquietud. Que los hermanos de la asamblea local deliberen a partir de lo que dice la Palabra de Dios acerca de asuntos en medio de ellos y busquen Su guía. ¿Qué dice la Escritura? es la pregunta decisiva, y la que, respondida, vincula la conciencia. Cuando una asamblea, aunque sea muy débil, está fielmente delante del Señor, y espera en Él, Él estará junto a ella, y eventualmente será guiada por el Espíritu Santo de acuerdo con la Palabra de Dios. Entonces la acción de la asamblea será en comunión, comunión producida por el Espíritu de Dios, y lo que ellos aten en la tierra en gobierno será ratificado en el cielo.

 

H. F. Witherby.

 

 Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Septiembre 2019.-

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés: Acting in Fellowship in Matters of Discipline, by H. F. Witherby
Traducido con permiso
Publicado en Inglés por:
Bible Truth Publishers
59 Industrial Road
P.O. Box 649
Addison, IL  60101
U.S.A.

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