EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

La Historia de la Gracia (J. G. Bellett)

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La Historia de la Gracia

 

Todas las citas bíblicas corresponden a la Versión Reina-Valera Revisada en 1960.

 

Revista "Bible Herald": Volumen 2

 

El corazón, si puedo expresarlo así, entra en el cielo cuando escucha en fe la historia o relato de la gracia.

 

La obra y el fruto de la gracia es todo nuestro título para el cielo mismo tarde o temprano. La historia o relato de la gracia, escuchada por medio de la fe es toda nuestra forma, y nuestra única forma, para entrar al cielo en espíritu ahora.

 

Los juicios propios del principio santo, y las acciones y la obediencia del principio justo, en nosotros, son buenos y necesarios; pero no es propiedad de tales cosas llevarnos al cielo y sentarnos allí. Es la actitud silenciosa de la fe que escucha la historia de la gracia de Dios lo que constituye el cielo actual del alma.

 

Nosotros tenemos algunas ilustraciones de esta escucha silenciosa de la fe, mientras la gracia está siendo narrada o ejercitándose, presentadas en la Escritura.

 

Considere Génesis 3. Dios habla a Adán, entre los árboles del huerto, de las inmediatas sanciones sobre él y su mujer; pero en Sus palabras a la serpiente Él permite que Adán escuche el relato de la gracia que le dijo que el encantamiento de la promesa de la serpiente sería quebrantado; que en vez de una alianza entre el engañador y el engañado habría enemistad; y que en esa enemistad Aquel que representaba al engañado (el don de Dios también) sería, a todo costo personal, plena y gloriosamente el conquistador.

 

Adán escucha este relato de la gracia evangélica, escucha en silencio. No hay nada más para él. Pero a través del Espíritu, esto obra tanto en su alma que sale de su distancia a la presencia de Dios, y su corazón está tan lleno con el relato de la gracia, y sólo con eso, que él parece olvidar por completo la sanción presente. Él sale, llamando a su mujer "madre de todos los vivientes", reconociendo así el misterio que le había sido revelado, y sólo eso. Esto está lleno de bendiciones. Es una hermosa ilustración de la virtud que reside en la escucha crédula, silenciosa del relato de la gracia. Adán fue llevado en espíritu, no sólo lejos de esa distancia a la que el pecado y la culpabilidad y la conciencia lo habían llevado, sino más allá del temor o del pensamiento del dolor presente, a los que su historia en el mundo estaba a punto de exponerlo. Él estuvo a la puerta del cielo en espíritu. Considere además Zacarías 3.

 

Josué está delante del ángel de Jehová, y está también allí el acusador o adversario de Josué. Josué aparece en toda contaminación y degradación. Las andrajosas vestiduras de un pródigo que pobremente cubren su vergüenza y desnudez — no, ellas más bien lo atestiguan y lo publican; él no tiene nada que decir por sí mismo, y su única sabiduría es no intentar o afectar nada; está profunda y completamente callado. Pero hay Uno en la escena que puede hablar, y habla, y Josué escucha. ¿Y qué escucha Josué? ¿Qué relato llega a los oídos de este contaminado, cuya mismas contaminaciones lo hacen enmudecer? La misma historia preciosa de la gracia. Pues Josué (en sus vestiduras viles) escucha a Jehová mismo — a nadie más o menos que Él — reprendiendo a su acusador. Él escucha al propio Jehová humillándolo como una rama apta para la quema, no mejor que un vaso de ira preparado para destrucción; pero él oye al mismo tiempo que él fue elegido, y que todas las provisiones de la casa de Jehová iban a ser usadas para él, y que a los siervos de la casa se les mandó estar activos y ponerse manos a la obra para él.

 

Este fue el relato de la gracia que el silente y oyente pecador escucha. ¡Y qué puerta del cielo fue para él ese momento! Para Josué, en espíritu, el cielo se había abierto para él ahora, y él entra y se sienta allí.

 

Considere el mismo cielo abierto nuevamente en Lucas 15.

 

La tierra misma se había mostrado como una escena de completo cansancio y desilusión para el corazón y la mente de Cristo, como vemos en el capítulo 14 de Lucas.

 

Ello no fue debido a que dicha escena fuera un lugar de violencia y fraude, o del león y la serpiente. El variado escenario moral del capítulo 14 se había cimentado en la religión y en la amistad social de la familia humana. Nada tosco o repulsivo lo había marcado — ninguna sangre lo había manchado, ni la astucia de la serpiente lo había desfigurado. Pero el corazón de Cristo hace todo el recorrido, entristecido, cansado, y desilusionado, y nada Le da descanso o refrigerio, hasta que pecadores y publicanos vienen y Le escuchan (Lucas 15: 1). ¡Oh, la bienaventuranza de tal actitud y tal momento tanto para Él como para nosotros! Allí esta eso con lo que nosotros (y el espíritu de Jesús cansado del hombre) obtenemos el resplandeciente cielo de Dios. Jesús dejó el banquete de los fariseos y la compañía de una multitud admiradora y que Le sigue, y Él se halla ahora escuchado por pecadores, no seguido por una multitud que había calculado mal su fortaleza para estar en semejante camino, sino escuchado por pobres rameras y publicanos que no tenían nada que dar, nada que prometer, nada que emprender o suplicar para sí mismos, pero que vinieron sólo por lo que podían obtener de las reservas de gracia ilimitada de Cristo, y por tanto el cielo se abre — y las parábolas que la fe que escucha es invitada a escuchar hablan del gozo del cielo por pecadores que escuchan.

 

Tal como un alma sencilla, poco después de que la palabra de gracia le diera vida con la vida de Cristo, manifestó —

 

'No es por lo que Le doy;

Es cuando Le creo,

Cuando siento este amor y Le escucho

Decirme que sea feliz cerca de Él'.

 

Cuando el Señor leyó del capítulo 61 de Isaías, esa Escritura maravillosa que publica las riquezas de benignidad de la gracia, Él enrolló (o, cerró) el libro (Lucas 4).

 

Esta acción estuvo llena de significado, y también de consuelo. Ella nos dice que cuando Jesús hizo que nosotros escucháramos el relato o historia de la gracia, Él había cumplido Su ministerio. Y esa historia (si es escuchada y recibida por medio de la fe) sería todo para nosotros; y, en un buen sentido, podríamos cerrar el libro, como lo hizo Jesús; podríamos hacer una pausa, y reflexionar, y meditar, y una y otra vez volver en nuestras mentes a este feliz, poderoso y elevador relato de la gracia.

 

Ello obraría libertad, gozo, y confianza, y una real santificación del Evangelio para nosotros y en nosotros (por medio del Espíritu), como lo ha hecho en miles de pecadores como nosotros. Pero así como este relato de la gracia es escuchado en silencio, también debe ser escuchado en soledad. No sólo hemos de escuchar mientras Dios mismo nos la narra en el evangelio, sino que hemos de estar allí a solas con Él, aparte de nuestros semejantes. Ello debe ser entre Dios y nuestras propias almas; no debemos pensar en los demás en absoluto. Esto perturbaría el alma en un momento tan sagrado. Porque el hecho de pensar en los demás podría entramparnos; podríamos recordar la excelencia y la fortaleza de ellos más allá de nuestra medida, y ser llevados al temor y a la incredulidad. Por lo tanto, así como debemos callar ante Dios cuando habla así en gracia, también debemos estar a solas con Él; es decir, nuestros semejantes, así como nosotros mismos, deben ser dejados de lado; porque Dios debe ser el todo para nosotros cuando el asunto de nuestra paz deba ser tratada.

 

J. G. Bellett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020.-

Título original en inglés:
 The Story of Grace, by J. G. Bellett
Traducido con permiso


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