Revista VIDA CRISTIANA (1953-1960)


Revista VIDA CRISTIANA (1953-1960)

LA PAZ CON DIOS, LA PAZ DE CRISTO, LA PAZ DE DIOS

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también como Santa Biblia "Vida Abundante")

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

LA PAZ CON DIOS, LA PAZ DE CRISTO,

 LA PAZ DE DIOS

 

 

         La Palabra de Dios menciona tres características o aspectos de la paz:

 

1.- La paz con Dios que corresponde en su posesión a un estado de conciencia justificada delante de Dios en Cristo. (Romanos 5:1).

 

2.- La paz de Cristo que tiene su morada en el corazón del creyente, como consciente del amor del Padre y en el bien de la posesión de la paz primera: "mi paz os doy" (Juan 14:27).

 

3. - La paz de Dios que se refiere a las circunstancias del creyente, como una conciencia que acepta la bondad de sus designios en nuestras vidas para llenarlas de Cristo (Filipenses 4:7).

 

*   *   *

 

         1.- "La paz os dejo". Dicen las Sagradas Escrituras: "habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz." (Colosenses 1:20 - VM) y "haciendo así la paz" (Efesios 2:15 - RVA), y después de haber hecho la paz: "vino y anunció las buenas nuevas: paz para vosotros que estabais lejos." (Efesios 2: 15, 17 - RVA). El Señor se refería a esta paz cuando dijo: "La paz os dejo". Esta tiene rela­ción con la justificación, como está escrito: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para CON Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo." (Romanos 5:1). Dijo también el Señor: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8: 31, 32). Los creyentes están libres del juicio de Dios con respecto al pecado, por haber reci­bido la verdad, la cual pone en su propio lugar a Dios, al hombre, a la justicia, al pecador, al pecado, al amor, a la gracia y a la conciencia del creyente, quien por la gracia ha sido hecho "justicia de Dios en Él [en Cristo]." (2 Corintios 5:21). De otro modo no sería la verdad. Por consiguiente, la conciencia, en vez de estar sujeta al temor de la muerte, está libre de todo cuanto pudiera perturbarla, porque el creyente está tan lejos del juicio de Dios como Cristo mismo lo está, quien lo sufrió todo por el creyente, y por esta razón éste tiene paz con Dios, la cual ni aun el diablo puede perturbar; porque si pudiera tocarla, no sería la paz que Cristo hizo por la sangre derramada en la Cruz.

 

         ¡Qué triste es pensar que los verdaderos principios del Cristianis­mo, con respecto a ese asunto, se tengan en tanto olvido hoy día, aun por muchos de aquellos que enseñan! ¡Ojalá que sus primeros principios fueran mejor comprendidos! Como por ejemplo, las gran­des distinciones que existen entre el Judaísmo y el Cristianismo, prin­cipios que habiendo sido 'enterrados', es preciso resucitar.

 

         Cuando el hombre estaba bajo la ley mosaica, no había ningún conocimiento de la distinción que existe entre la carne y el Espíritu: y tal Escritura, como Gálatas 5:17, no se podía comprender hasta que el Señor Jesucristo no hubiese cumplido Su obra sobre la Cruz, resucitando, ascendiendo, y enviando el Espíritu Santo desde el cielo. El hombre estaba, hasta entonces, bajo la prueba de la ley, la cual era la medida de su responsabilidad y de su conducta. El Señor no había todavía hecho perfectas para siempre las conciencias de los san­tificados con una sola ofrenda (Hebreos 10:14). "Porque no entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros. Ni tampoco fué necesario que se ofreciera a sí mismo muchas veces, como el sumo sacerdote entra en el Lugar Santo año por año con sangre ajena; de otra suerte le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde la fundación del mundo: mas ahora, una sola vez en la consumación de los siglos, él ha sido manifestado para efectuar la destrucción del pecado, por medio del sacrificio de sí mismo." (Hebreos 9: 24-26; VM). Y dicen también las Escrituras con respecto a los tiempos entretanto el primer tabernáculo estuviese en pie: "Esto es una figura para el tiempo presente, según la cual se ofrecían ofrendas y sacrificios que no podían hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que rendía culto." (Hebreos 9:9 - RVA).

 

         Es muy claro, pues, que nunca había una conciencia perfecta an­tes de la Cruz, y que nada menos que el derramamiento de la pre­ciosa sangre de Aquel "que no estimó el ser igual a Dios" (Filipenses 2:6) podía hacer perfecta la conciencia del pecador. Deberíamos, pues, te­ner nuestras conciencias perfectas por la obra de la Cruz, y según el testimonio del Espíritu Santo acerca de su valor, porque los cre­yentes tenemos todo lo que vale la obra de Cristo delante de Dios en lugar de nuestros pecados, y creyéndolo tenemos paz con Dios.

 

2.- "Mi paz os doy". Esta paz tiene un carácter completamente diferente porque, en primer lugar, sería blasfemia decir que el Señor necesitó paz para la conciencia o paz con Dios. Esta paz era la misma que el Señor siempre gozó en comunión con su Padre hasta la Cruz, donde tuvo que exclamar: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?" Pero para que nosotros tuviésemos y gozásemos de esa paz en nuestros corazones, era necesario primeramente tenerla en la conciencia, y también que el Hijo revelase perfectamente al Padre como Él mismo le conoció. El Señor se refiere a esta paz en Juan 14:27, "mi paz os doy" así como en los últimos versículos del Evangelio de Juan, capítulos 16 y 17: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Juan 16:33). "Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos." (Juan 17:26). Pero ninguna persona podía comprender esto hasta que la obra de la Cruz no hubiese sido consumada, y el Espíritu Santo no hubiese venido de los cielos para morar en el creyente, y tomar de las cosas del Señor y enseñárselas (Juan 16: 7-12).

 

         Hay dos caracteres de esta revelación (Juan 17:26): uno en testimonio durante Su vida, y el otro en redención por Su muerte. Para efectuar lo primero, Él quiso someterse a ser desechado, y tenía títu­lo para manifestar esta gracia a fin de que el Padre fuese revelado en testimonio. Para cumplir lo segundo, fue a la Cruz para soportar toda la ira de los cielos con respecto al pecado, y para desplegar todo, todo el amor de Dios; y tenía el derecho de hacer esto por el sacrificio de Sí mismo, dándose como un holocausto para Dios.

 

         Después de estas dos revelaciones tenemos no solamente paz con Dios como pecadores, sino paz como hijos en el conocimiento de esta perfecta revelación de Dios y del Padre por el Hijo de Su amor. Se dice en Juan 8:36, "Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres". Es decir, confiando los afectos a Él mismo, y libres por la virtud de sus derechos propios y personales - no solamente por la verdad de una manera moral ante Dios - (como nos enseña el ver­sículo 32), sino hechos capaces para gozar la paz del mismo Cristo en posesión de un objeto para el corazón: el Hijo Eterno del Padre, que ha revelado a Éste perfectamente por medio de los desprecios y escarnios sufridos por el Hijo de Su amor.

 

3.- "La paz de Dios". Esta no es "la paz CON Dios", ni la "paz de Cristo", la cual Él gozó cuando estaba aquí como el Hombre perfec­to, siempre obediente y dependiendo del Padre, sino que es la paz del mismo Dios en los Cielos. El Salmo 93 nos enseña algo acerca de esta paz. Aquí vemos a Dios revestido de magnificencia, de poder y eterna­mente firme sobre su trono. Porque ¿dónde están los enemigos que puedan perturbar la paz que Dios goza en medio de tan divina mag­nificencia, de su poder omnipotente, y eternidad?, según está escri­to: "Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar. Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre." (Salmo 93: 4, 5).

 

         Esto nos da una idea de la paz de Dios, "que sobrepasa todo en­tendimiento". (Filipenses 4:7). No sobrepasa todo entendimiento la paz con Dios para la conciencia, ni tampoco la paz de Cristo que se goza en el corazón pero esta es la paz de Dios mismo, y nos la da a cambio de algo. Obsérvese que no recibimos esta paz gratuitamente como las otras dos, porque tenemos que llevar algo a Dios para que nos la confiera. Sí, tenemos que llevarle todos nuestros afanes. Así dice la Palabra: "Por nada estéis afanosos." (Filipenses 4:6). Y cuando llevamos nuestros  afanes a Dios no debemos volverlos a tomar; sino siendo notorias nuestras peticiones delante de Él en toda oración y ruego con acciones de gracias, debemos ponerlos en Sus manos por la fe, y dejarlos a Su disposición, no dudando que Él puede disponer de ellos.

 

         Entonces, según Su Palabra, Él nos da a cambio de nuestros afa­nes, "la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento", y que guardará nuestros corazones y nuestro entendimiento en Cristo Jesús. (Filipenses 4:7).

 

         Obsérvese que no son nuestros corazones y nuestros entendimien­tos los que guardarán esta paz, sino al contrario, es la paz de Dios, que toma completa posesión de nuestros pobres corazones, guardándoles de todos los enemigos (Filipenses 4: 7-9); sabiendo que todas las cosas nos ayudan a bien. (Romanos 8:28).

 

Traducido de "Le Messager Evangélique"

 

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 19.-

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