Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)


Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)

"PERO EL MAYOR DE ELLOS"

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"…PERO EL MAYOR DE ELLOS…"

 

(1ª. Corintios 13)

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

 

Desear ardientemente los mejores dones (1 Corintios 12:31 – VM), es una buena cosa, pero este deseo no ocupa su lugar ni tiene valor alguno, si no andamos o abundamos en amor siguiendo ese "camino aun más exce­lente" que todos los dones juntos.

 

Algunas veces se habla del 'don del amor' – un himno 'reclama', con intención sin duda loable, 'el rico don del amor' – pero el amor no es un 'don': en cambio, el amor es el mo­tivo de la acción de los dones, y una expresión de la natura­leza de Dios, mientras que los dones espirituales, testifican de atributos divinos, tales como el poder, el conocimiento y la sabiduría. Sin amor, aun con el más bello don de lenguas, no sería otra cosa que un sonido; con el más grande entendi­miento y ciencia y la más profunda fe, "nada soy" (1 Corintios 13: 1 al 3). Este alarde de actividad llamará la atención y la admiración de los hombres, puede ser que ello me complazca, pero es inútil, puede ser peligroso, y yo juntamente con ello. Un mú­sico de gran talento que se plazca en tocar su instrumento a toda hora, y aún cerca de su madre enferma a la cual fatigue, demostrará que puede ser un gran artista y sin embargo, no tener amor por su madre.

 

El apóstol no tiene porqué definir el amor: La Escri­tura no se preocupa de definiciones, sino que nos coloca – eso – en presencia de lo que el amor es. Esta es la razón por la cual el amor no se define: en cambio se da a conocer por acciones que tienen su propio sello; el sello divino.

 

Dios ha manifestado Su amor al enviar su Hijo unigénito (1 Juan 4: 9-10). A su vez, el corazón lleno de ese amor que el Espíritu ha derramado, lo derrama fuera de sí, pues el amor toma posesión del alma, no para ocuparse de ella sino de Dios y después de los otros; no para replegarse en sí misma, mas para proyectarse al exterior, pues el amor se derrama.

 

No es cuestión de sentimientos naturales experimentados hacia personas con quienes seamos afines. Aquí no se trata de inclinaciones por legítimas que puedan ser. El amor no es sus­citado por cualidades propias que dimanan de los que son su objeto. Sus motivos no los tiene fuera de sí, mas en sí mismo; es el efecto de un movimiento interior de quien ama. Se manifestará en tal o cual circunstancia, pero no son estas las que lo producen: las circunstancias proveerán solamente a su ma­nifestación. Esto es precisamente lo que le hace ser superior a las circunstancias y a los hombres, y le permite situarse por encima del mal. No busca su propia satisfacción, si no la de los otros. Es un libre don de sí, y en definitiva su origen pro­viene también de la libre voluntad de Dios: ¿no es acaso el efecto de la naturaleza divina en nosotros? No es porque fué­semos amables a los ojos de Dios que Él nos amó, al contra­rio, éramos "aborrecedores de Dios", indignos de ser amados, y Dios mostró Su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores Cristo murió por nosotros. (Romanos 1:30; 5:8).

 

Pero por el hecho de que es la esencia, y más que esencia, el mismo ser de Dios el amor "nunca deja de ser". ¿Cómo po­dría ser de otra forma? El amor no se concibe fuera de la presencia de Dios. ¡Qué gran distancia media entre este amor y aquello a lo cual el lenguaje humano le aplica el mismo nombre! ¡Cuánto cui­dado hemos de tener en guardarnos de toda confusión en rela­ción con esto! Aun lo que la acción del Espíritu podría pro­ducir de más notable en un hombre, sin el amor no sería otra cosa que un "nada soy". El hecho de 'entregar su cuerpo para ser quemado' es una cosa, entregar el corazón y el alma es otra cosa bien diferente. Las formas de obrar (y hay quince) que se enumeran en 1 Corintios 13, versículos 4 al 7, no son exclusivamente caracteres por los cuales el amor pueda ser reconocido, pues fluyen directamente del manantial profundo y puro que es Dios mismo. Son cualidades sin las cuales el amor no existiría y a su vez sin este, no tendrían en sí realidad alguna. No se im­ponen, ni tampoco pueden simularse. Suponen, eso sí, la co­munión con Dios, y corresponden a un orden de cosas unido a esta comunión. Dios se halla presente.

 

Resulta obvio decir, hasta qué punto el amor "se goza de la verdad", es inseparable de esta verdad. "Siguiendo la verdad en amor", dice Pablo a los Efesios: sin esta verdad en el amor no hay crecimiento posible (Efesios 4:15). Un amor sin verdad, so­lamente sería una máscara sin vida, disimulando la faz del egoísmo; eso sería la negación del amor. Un amor que solo quedara en palabras, paralelamente a lo antedicho, sería ficticio: hemos sido enseñados a amar "con hecho y de verdad" (1 Juan 3:18 - BTX).

De donde se desprende, también, que el amor no anda separado de la obediencia. "El que tiene mis mandamientos, y los guar­da, ése es el que me ama", dice Jesús (Juan 14:21). Cuan­do hay amor por los demás: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos … y sus mandamientos no son gravosos." (1 Juan 5: 2, 3). Y aun: "Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas … amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro." (1 Pedro 1:22 – LBLA). Por otra parte, aun cuando Pablo tenía mucha libertad en Cristo para mandar lo que convenía a Filemón en relación con Onésimo, le rue­ga que lo reciba más bien por amor; su deseo es que Filemón practique la obediencia del amor (Filemón 9 y ss.).

 

No nos engañemos; el amor no puede servir de tapadera ni a la mentira, ni al error, ni a la voluntad propia. Si bien es cierto que "no toma en cuenta el mal recibido" (1 Corintios 13:5 – LBLA), que "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" 1 Corintios 13:7), no hallamos en ningu­na de estas cosas visos de indulgencia para el mal. El amor no es ni ciego, ni débil. Solamente, que al contrario de nues­tro corazón natural, no se complace en descubrir, ni en pu­blicar, el mal; el amor no supone su existencia; cuando le halla en su camino se aflige y en lugar de exponerlo a la ma­lignidad pública, busca para este, un remedio. Pero jamás trata al mal con indiferencia. Soporta y sufre las consecuen­cias que le alcanzan personalmente sin quejarse ni vengarse, pero nunca se asocia con él. Por el hecho de querer el bien de aquel a quien ama y que a su vez obró mal, trabajará con todas sus fuerzas para librarlo de ese mal. Tolerar el mal bajo la capa del amor, en realidad no es otra cosa que amarse a sí mismo, hacer pasar su propio consentimiento y tranquilidad por encima de los intereses de Cristo y de los suyos. El perjuicio peor que mi hermano puede ocasionarme, será el de animarme a proseguir mi mal camino, absteniéndose de reprenderme en amor sobre mi marcha pecaminosa, por el solo hecho de no disgustarme.

 

Tengamos cuidado, hermanos amados del Señor, con las falsificaciones del amor. Esto sitúa al hombre en el lugar de Dios. "Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro." (1 Pedro 1:22 - LBLA).

 

A. C.

 

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1962, No. 58.-

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