Sinopsis de los Libros de la Biblia - Nuevo Testamento (J. N. Darby)

JUAN 13 - 21

ÍNDICE SINOPSIS N.T.
INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO
MATEO 1 - 14
MATEO 15 - 28
MARCOS
LUCAS 1 - 8
LUCAS 9 - 24
JUAN 1 - 12
JUAN 13 - 21
HECHOS
LAS EPÍSTOLAS: INTRODUCCIÓN
ROMANOS
1 CORINTIOS
2 CORINTIOS
GÁLATAS
EFESIOS
FILIPENSES
COLOSENSES
1 TESALONICENSES
2 TESALONICENSES
1 TIMOTEO
2 TIMOTEO
TITO
FILEMÓN
HEBREOS
SANTIAGO
1 PEDRO
2 PEDRO
1 JUAN
2 JUAN
3 JUAN
JUDAS
APOCALIPSIS

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA (La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso)

RVR77 (Versión Reina-Valera Revisión 1977, Editorial Clie)

Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

JUAN

Capítulos 13 – 21 (Sinopsis)

 

J. N. Darby

 

 

SINOPSIS

de los Libros

de la Biblia

 

JUAN

Capítulos 13 - 21

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA (La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso)

RVR77 (Versión Reina-Valera Revisión 1977, Editorial Clie)

Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

 

Capítulo 13

 

El odio incesante del hombre; el amor inmutable del Señor

 

Ahora, entonces, el Señor ha tomado Su lugar yendo al Padre. El tiempo había llegado para ello. Él toma Su lugar en lo alto, conforme a los consejos de Dios, y ya no se halla más en relación con un mundo que le había ya rechazado; pero Él ama a los Suyos hasta el fin. Dos cosas están presentes para Él: por una parte, el pecado que toma la forma más dolorosa para Su corazón; y por otra, el sentido de toda la gloria que le es dada como hombre, y desde donde Él vino y adonde Él iba; es decir, Su carácter personal y celestial en relaciones con Dios, y la gloria que le fue dada. Él vino de Dios e iba a Dios; y el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos.

 

El servicio de amor: nuestro Abogado en lo alto

 

Pero, ni Su entrada en la gloria, ni la falta de piedad del pecado del hombre, apartan Su corazón de los discípulos, o incluso de sus necesidades. Sólo que Él ejerce Su amor para ponerlos en relación consigo mismo en la nueva posición que Él estaba creando para ellos, entrando de este modo en ella. Él no  podía permanecer más con ellos en la tierra; y si los dejaba, y debía hacerlo, no los abandonaría, sino que los haría aptos para que estuvieran donde Él estaba. Los amaba con un amor que nada podía detener. Este amor continuó hasta perfeccionar sus resultados; y Él debía hacerlos aptos para estar con Él. ¡Bendito cambio que el amor realizó incluso estando Él con ellos aquí abajo! Tenían que tener una parte con Aquel que vino de Dios e iba a Dios, y en cuyas manos el Padre había puesto todas las cosas; pero entonces ellos tenían que ser hechos aptos para estar con Él allí. Con este fin, Él es todavía siervo de ellos en amor, e incluso más que nunca. No hay duda de que Él lo había sido en Su gracia perfecta, pero fue mientras estuvo entre ellos. Ellos eran así, en cierto sentido, compañeros. Ellos estaban todos aquí cenando juntos a la misma mesa. Pero Él abandona esta posición, así como Él lo hizo con Su  asociación personal con Sus discípulos al ascender al cielo, yendo a Dios. Pero, si Él lo hace, Él todavía se ciñe para servirles, y toma agua [49] para lavar

 

[49] No se trata de sangre aquí. Es seguro que debe haberla. Él no vino solamente por agua, sino por agua y sangre. Pero aquí el lavamiento es, en todo aspecto, el del agua. El lavamiento de los pecados en Su propia sangre no se repite nunca en absoluto. Cristo tendría que haber sufrido a menudo para este caso. Ver Hebreos 9 y 10. Con respecto a la imputación, no hay más conciencia de pecados.

sus pies. Aunque está en el cielo, Él todavía nos está sirviendo [50]. El efecto de este servicio es

que el Espíritu Santo se lleva, en forma práctica, por la Palabra, toda la contaminación que recogemos cuando andamos por este mundo de pecado. En nuestro camino nos ponemos en contacto con este mundo que rechazó a Cristo. Nuestro Abogado en lo alto (comparen con 1 Juan 2), Él nos limpia de las contaminaciones de este mundo por medio del Espíritu Santo y la Palabra; Él nos limpia en vista de las relaciones con Dios Su Padre, a las cuales Él nos ha traído cuando Él mismo entró en ellas, como hombre, en lo alto.

 

[50] El Señor, al hacerse hombre, tomó sobre Él la forma de un siervo (Filipenses 2). Él nunca renuncia a esto. Podría pensarse que fue así cuando Él subió a la gloria, pero Él está mostrando aquí que esto no es así. Él está ahora como en Éxodo 21, diciendo: "Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no saldré libre" (Éxodo 21: 5), y haciéndose un siervo para siempre, aun cuando hubiera podido tener doce legiones de ángeles. Aquí Él es un siervo para lavar los pies de ellos, contaminados al pasar a través de este mundo. En Lucas 12, vemos que Él guarda el lugar de servicio en gloria. Es un dulce pensamiento que incluso allí Él ministra la mejor bendición del cielo para nuestra felicidad.

 

Lavando los pies de los discípulos: el medio

 

Se requería una pureza que conviniera a la presencia de Dios, pues Él iba allí. Sin embargo, son solamente los pies los que se tienen en cuenta. Los sacerdotes que servían a Dios en el tabernáculo eran lavados al ser consagrados. Su lavamiento no se repetía. De modo que, una vez renovados espiritualmente por la Palabra, esto no se repite para nosotros. En la frase "el que está lavado", en el original Griego se usa una palabra diferente de la que usa en "no necesita sino lavarse los pies." (Juan 13:10). La primera palabra se refiere a bañar todo el cuerpo; la última se refiere a lavar manos y pies. Nosotros necesitamos esto último constantemente, pero una vez que nacemos por la Palabra, no somos lavados otra vez completamente, de igual modo que no se repetía la primera consagración de los sacerdotes. Los sacerdotes se lavaban las manos y los pies cada vez que se involucraban en su servicio - para que pudieran acercarse a Dios. Nuestro Jesús restaura la comunión y el poder para servir a Dios, cuando la hemos perdido. Lo hace con vistas a la comunión y el servicio; pues ante Dios estamos enteramente limpios a modo personal. El servicio era el servicio de Cristo - de Su amor. Él enjugó los pies de ellos con la toalla con que se ceñía (una circunstancia expresiva del servicio). El medio de purificación era el agua - la Palabra, aplicada por el Espíritu Santo. Pedro se encoge ante la idea de Cristo humillándose de esta manera; pero debemos someternos a este pensamiento, que nuestro pecado es tal que nada menor a la humillación de Cristo puede, en algún sentido, limpiarnos de él. Ninguna otra cosa nos hará conocer realmente la perfecta y deslumbrante pureza de Dios, o el amor y la entrega de Jesús; y en la comprensión de éstos consiste el tener un corazón santificado para la presencia de Dios. Pedro, entonces, quería que el Señor le lavara también sus manos y su cabeza. Pero esto ya fue llevado a cabo. Si somos de Él, nosotros hemos nacidos de nuevo y limpiados por la Palabra que Él ha aplicado ya a nuestras almas; sólo que nosotros contaminamos nuestros pies al andar. Es según el modelo de este servicio de Cristo en gracia que tenemos que actuar con respecto a nuestros hermanos.

 

La traición de Judas conocida por el Señor

 

Judas no estaba limpio; no había nacido de nuevo, no estaba limpio por medio de la Palabra que Jesús había hablado. No obstante, siendo enviado por el Señor, aquellos que le habían recibido también habían recibido a Cristo. Y esto es cierto también de aquellos a quienes Él envía por Su Espíritu. Este pensamiento trae la traición de Judas a la mente del Señor; Su alma se conmovió al pensar en ello, y alivia Su corazón declarándolo a Sus discípulos. De lo que se ocupa Su corazón aquí no es de Su conocimiento del individuo, sino del hecho que uno de ellos iba a hacerlo, uno de aquellos que habían sido Sus compañeros.

 

El amor de Juan y Pedro a su Señor

 

Por consiguiente, fue a causa de que Él dijera esto que los discípulos se miraron unos a otros. Ahora bien, había uno cerca de Él, el discípulo al cual Jesús amaba; pues tenemos, en toda esta parte del Evangelio de Juan, el testimonio de la gracia que responde a las diversas formas de maldad e impiedad en el hombre. Este amor de Jesús había formado el corazón de Juan - le había dado confianza y constancia de afecto; y, consecuentemente, sin ningún otro motivo que éste, él estuvo lo suficientemente cerca de Jesús como para recibir comunicaciones de Él. No era a fin de recibirlas que se puso cerca de Jesús; él estaba allí porque amaba al Señor, cuyo propio amor le había ligado a Él; pero, estando allí, él era capaz de recibir estas comunicaciones. Es de este modo, que nosotros podemos todavía aprender de Él.

Pedro le amaba; pero había demasiado de Pedro, no útil para el servicio, si Dios le llamaba a ello - y Él hizo esto en gracia, cuando Él le hubo abatido enteramente, y le hizo conocerse a sí mismo - pero íntimamente. ¿Quién, entre los doce, dio testimonio como Pedro, en quien Dios fue poderoso para con la circuncisión? Pero no hallamos en sus epístolas lo que hallamos en las de Juan [51]. Además, cada uno tiene su lugar, dado en la soberanía de Dios. Pedro amaba a Cristo; y vemos que, unido también con Juan por este afecto común, ellos están constantemente juntos; así como también al final de este Evangelio él está ansioso por conocer la suerte de Juan. Por lo tanto, él utiliza a Juan para preguntar al Señor cuál de entre ellos le traicionaría, como Él había dicho. Recordemos que estar cerca de Jesús por causa de Él, es la manera de tener Su mente cuando surgen pensamientos ansiosos.

 

[51] Por otra parte, Pedro murió por el Señor. Juan fue dejado para cuidar de la asamblea; no parece que haya llegado a ser un mártir.

 

Judas poseído por Satanás: tinieblas y desesperación

 

Jesús señala a Judas mediante el pan mojado, con el cual podría haber indicado a cualquier otro, pero que para Judas fue sólo el sello de su ruina. Sucede realmente así, en proporción, con todo favor de Dios que cae en un corazón que rechaza este favor. Después del bocado, Satanás entra en Judas. Él ya era impío por la codicia, y al ceder habitualmente a tentaciones comunes; aunque él estaba con Jesús, endureciendo su corazón contra el efecto de esa gracia que siempre estaba ante sus ojos y a su lado, y la cual, en cierto modo, fue ejercida hacia él, él había cedido a la sugerencia del enemigo, y se hizo a sí mismo el instrumento de los sumos sacerdotes para traicionar al Señor. Él sabía lo que ellos deseaban, y va y se ofrece. Y cuando, por su larga familiaridad con la gracia y la presencia de Jesús mientras se dedicaba a pecar, esa gracia y el pensamiento de la Persona de Cristo habían perdido completamente su influencia, él estaba en un estado de insensibilidad cuando le traiciona. El conocimiento que él tenía del poder del Señor, ayudó a que él se entregara al mal, y fortaleció la tentación de Satanás; pues, evidentemente, estaba seguro de que Jesús tendría nuevamente éxito escapándose de las manos de Sus enemigos; y,  en cuanto a lo que se refería al poder, Judas tenía razón al pensar que el Señor podía haberlo hecho así. Pero, ¿qué sabía él de los pensamientos de Dios? Todo era tinieblas, moralmente, en su alma.

Y ahora, después de este último testimonio, que fue tanto una señal de la gracia como un testimonio  del verdadero estado de su corazón que era insensible a este testimonio (como se expresa en el Salmo que aquí se cumple), Satanás entra en él, toma posesión de él hasta el punto de endurecerle contra  todo lo que podría haberle hecho sentir, aun como hombre, la horrenda naturaleza de lo que él estaba haciendo, y debilitarle así al llevar a cabo este mal; de modo que ni su conciencia ni su corazón fuesen  despertados en el acto de cometerlo. ¡Terrible condición! Satanás le poseyó, hasta que se vio obligado a dejarle en el juicio del cual él no podía ocultarle, y el cual será suyo en el momento señalado por Dios - juicio que se manifiesta a la conciencia de Judas cuando el mal ya estaba hecho, cuando ya era demasiado tarde (y el sentido del cual es mostrado por una desesperación que su vínculo con Satanás no hacía más que aumentar), pero un juicio que le obliga a dar testimonio de Jesús ante aquellos que sacaron partido de su pecado y quienes se burlaron ante su angustia. Porque la desesperación hace que uno diga la verdad; el velo es rasgado; deja de existir el autoengaño; la conciencia queda descubierta ante Dios, pero esto sucede antes de Su juicio. Satanás no engaña allí; y no la gracia, sino la perfección de Cristo es conocida. Judas dio testimonio de la inocencia de Jesús, como lo hizo el ladrón en la cruz. Es de este modo que la muerte y la destrucción oyeron la fama de Su sabiduría: sólo Dios lo sabe (Job 28:22-23).

 

La omnisciencia del Señor

 

Jesús conocía su condición. No fue sino el cumplimiento de aquello que Él iba a hacer, por medio de uno para quien no había ya ninguna esperanza. "Lo que vas a hacer," dijo Jesús, "hazlo más pronto." Pero, ¡qué palabras cuando las oímos de labios de Aquel que era el amor mismo! Sin embargo, los ojos de Jesús no estaban fijos sobre Su propia muerte. Él está solo. Nadie, ni siquiera los discípulos, tenían parte alguna con Él. Estos no podían seguirle adonde Él iba, no más que los propios Judíos. ¡Hora solemne, pero gloriosa! Siendo un hombre, Él se iba a encontrar con Dios en aquello que separaba al  hombre de Dios - iba a encontrarlo en el juicio. Esto, de hecho, es lo que Él dice, tan pronto como Judas salió. La puerta que Judas cerró tras de sí separó a Cristo de este mundo.

 

La cruz: la manifestación más resplandeciente de

la gloria de Dios, el centro de la historia de la eternidad

 

"Ahora" dice Él, "es glorificado el Hijo del Hombre." Él había dicho esto  cuando llegaron los Griegos; pero entonces se trataba de la gloria venidera - Su gloria como cabeza de todos los hombres, y, de hecho, de todas las cosas. Pero esto no podía ser aún; y Él dijo: "Padre, glorifica tu nombre." (Juan 12:28). Jesús debía morir. Era eso lo que glorificaba el nombre de Dios en un mundo donde el pecado estaba. Era la gloria del Hijo del Hombre la que iba cumplir esto aquí, donde todo el poder del enemigo, el efecto del pecado, y el juicio de Dios sobre el pecado, eran exhibidos; donde la cuestión quedó moralmente zanjada; donde Satanás (en su poder sobre el hombre pecador - el hombre bajo el pecado, y ese estado, plenamente desarrollado en abierta enemistad contra Dios), y Dios se encontraron, no como en el caso de Job, que fue instrumento en las manos divinas para disciplina, sino para justicia - aquello en lo cual Dios estaba contra el pecado, pero aquello en lo cual, por medio de Cristo entregándose a Sí mismo, todos Sus atributos fuesen ejercidos, y fuesen glorificados, y mediante lo cual, de hecho, mediante lo que sucedió, todas las perfecciones de Dios han sido glorificadas, siendo manifestadas por medio de Jesús, o mediante lo que Jesús hizo y padeció.

Estas perfecciones habían sido develadas directamente en Él, hasta donde alcanzaba la gracia; pero ahora que la oportunidad del ejercicio de todas ellas había sido dada a conocer, al tomar Él un lugar que le sometió a prueba conforme a los atributos de Dios, la perfección divina de estos atributos por medio del hombre en Jesús allí donde Él estaba en el lugar del hombre; y (hecho pecado, y, gracias a Dios, para el pecador) Dios fue glorificado en Él. Porque vean todo lo que, de hecho, se encontró en la cruz: todo el poder de Satanás sobre los hombres; Jesús solo y excluido; el hombre en perfecta y abierta enemistad contra Dios en el rechazo de Su Hijo; Dios manifestado en gracia; luego en Cristo, como hombre, el perfecto amor hacia Su Padre, y obediencia perfecta, y eso en el lugar de pecado, como hecho pecado (porque la perfección del amor a Su Padre y la obediencia se revelaron cuando Él fue hecho pecado ante Dios en la cruz); entonces la majestad de Dios se cumplió, glorificada (Hebreos  2:10); Su juicio perfecto, justo, contra el pecado sufrido como el Santo; pero en ello estaba Su amor perfecto hacia los pecadores al dar a Su Hijo unigénito. Pues por medio de esto nosotros conocemos el amor. Para resumir esto, en la cruz hallamos: al hombre en la maldad absoluta - el odio hacia lo que era bueno; el pleno poder de Satanás sobre este mundo - el príncipe de este mundo; al hombre en  perfecta bondad, obediencia, y el amor al Padre a un costo total para Él; a Dios en justicia absoluta, infinita contra el pecado, y en divino infinito amor por el pecador. El bien y el mal fueron plenamente zanjados para siempre, y la salvación forjada, y fue puesto el fundamento de los cielos nuevos y la tierra nueva. Bien podemos decir: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él."  Completamente deshonrado en el primero, Él es infinitamente glorificado en el Segundo, y, por consiguiente, Él pone al hombre (Cristo) en la gloria, e inmediatamente, sin esperar el reino. Pero esto  requiere algunas palabras menos abstractas, pues la cruz es el centro del universo, según Dios, la base de nuestra salvación y nuestra gloria, y la manifestación más resplandeciente de la gloria propia de Dios, el centro de la historia de la eternidad.

 

"Es glorificado el Hijo del Hombre" en Jesús en la cruz,

y "Dios es glorificado en él" allí

 

El Señor había dicho, cuando los griegos desearon verle, que había llegado la hora para que el Hijo del Hombre fuese glorificado. Él habló entonces de Su gloria como Hijo del Hombre, la gloria que Él tomaría bajo ese título. Él sintió realmente que a fin de introducir a los hombres en esa gloria, necesariamente Él debía pasar por la muerte. Pero Él quedó absorto por una cosa que separaba Sus pensamientos de la gloria y de los sufrimientos - el deseo que poseía Su corazón de que Su Padre fuese glorificado. Todo había llegado ahora al punto en que esto tenía que ser cumplido; y el momento había llegado cuando Judas (excediendo los límites de la paciencia justa y perfecta de Dios) salió, dando rienda suelta a su iniquidad, para consumar el crimen que conduciría al maravilloso cumplimiento de los consejos de Dios.

Ahora bien, en Jesús en la cruz, el Hijo del Hombre ha sido glorificado de una manera mucho más admirable incluso de lo que Él lo será por la gloria positiva que le pertenece bajo ese título. Él será, lo sabemos, vestido con esa gloria; pero, en la cruz, el Hijo del Hombre llevó todo lo necesario para la perfecta manifestación de la gloria de Dios. Todo el peso de esa gloria fue traído para que lo llevara   sobre Sí, para someterle a prueba, para que se evidenciara si podía Él soportarla, verificarla y exaltarla; y todo ello en el lugar donde el pecado ocultaba esa gloria, y, por así decirlo, donde lo acreditaba con la mentira. ¿Era capaz el Hijo del Hombre de entrar en una lugar tal, de acometer una tarea así, y de cumplir la tarea, y mantener Su lugar sin fracasar hasta el final? Esto es lo que Jesús hizo. La majestad de Dios tenía que ser vindicada contra la rebelión insolente de Su criatura; Su verdad, la cual le había amenazado con la muerte a Él, tenía que ser mantenida; Su justicia tenía que ser establecida contra el pecado (¿quién podría resistirla?), y al mismo tiempo, Su amor tenía que ser plenamente demostrado. Teniendo aquí Satanás todos sus lastimosos derechos que él había adquirido mediante nuestro pecado, Cristo - perfecto como hombre, solo, separado de todos los hombres, en obediencia, y teniendo como hombre únicamente un objeto, es decir, la gloria de Dios, de forma tan divinamente perfecta, sacrificándose Él mismo para este propósito - glorificó plenamente a Dios. Dios fue glorificado en Él. Su justicia, Su majestad, Su verdad, Su amor - todas estas cosas fueron verificadas en la cruz así como están en Él mismo, y reveladas solamente allí; y eso, con respecto al pecado.

 

Todos los atributos de Dios exhibidos libremente y plenamente al pecador

 

Y Dios puede ahora actuar libremente, conforme a aquello que Él es conscientemente para Él, sin que ningún otro atributo obstaculice, o contradiga a otro. La verdad condenaba al hombre a la muerte, la justicia condenaba para siempre al pecador, la majestad demandaba la ejecución de la sentencia. ¿Dónde, entonces, estaba el amor? Si el amor, como el hombre lo concebiría, tenía que pasar por sobre todo, ¿dónde estarían Su majestad y Su justicia? Además, eso no podía ser; ni tampoco hubiese podido ser realmente amor, sino indiferencia hacia el mal. Por medio de la cruz, Él es justo, y Él justifica en gracia; Él es amor, y en ese amor Él otorga Su justicia al hombre. Para el creyente, la justicia de Dios toma el lugar del pecado del hombre. La justicia, así como el pecado, del hombre, desaparece ante la luz resplandeciente de la gracia, y no oscurece la gloria soberana de una gracia como esta hacia el hombre, quien estaba realmente apartado de Dios.

 

Dios glorificando al Hijo del Hombre en Sí mismo

 

¿Y quién ha cumplido esto? ¿Quién ha establecido así (en cuanto a su manifestación, y a restituirla adonde había estado, en cuanto al estado de las cosas, comprometida por el pecado), toda la gloria de Dios? Fue el Hijo del Hombre. Por lo tanto, Dios le glorifica con Su propia gloria; porque fue, de hecho, esa gloria la que Él había establecido y había hecho honorable, cuando ante Sus criaturas fue anulada por el pecado - ella, en sí misma, no puede ser anulada. Y no sólo fue establecida, sino que fue apreciada de modo tal que no hubiera podido serlo por otros medios. Nunca hubo un amor como el don del Hijo de Dios para los pecadores; nunca hubo una justicia (para la cual el pecado es insoportable) como aquella que no perdonó ni al Hijo cuando llevó el pecado sobre Él; nunca hubo una majestad como aquella que hizo al Hijo de Dios responsable de la plena magnitud de sus exigencias (comparar con Hebreos 2); nunca hubo una verdad como aquella que no cedió ante la necesidad de la muerte de Jesús. Ahora conocemos a Dios. Dios, siendo glorificado en el Hijo del Hombre, se glorifica Él en Sí mismo. Pero, consecuentemente, Él no espera el día de Su gloria con el hombre, conforme al pensamiento del capítulo 12. Dios le llama a Su propia diestra, y le hace sentarse allí en seguida y solo. ¿Quién podría estar allí (salvo en espíritu) sino Él? Aquí Su gloria está relacionada con aquello que Él  podía hacer solo - con aquello que Él tenía que hacer solo; y de lo cual Él debe tener el fruto, Él solo con Dios, pues Él era Dios.

 

Solo en la cruz, único y preeminente en gloria

 

Otras glorias vendrán a su tiempo. Él las compartirá con nosotros, aunque Él tiene la preeminencia en todas las cosas. Aquí Él está solo, y debe estarlo siempre (es decir, en aquello que pertenece  propiamente a Su Persona). ¿Quién compartió la cruz con Él, sufriendo por el pecado, y cumpliendo la justicia? Nosotros, verdaderamente, la compartimos con Él en lo que respecta al sufrimiento por causa de la justicia, y por el amor de Él y Su pueblo, incluso hasta la muerte: y así participaremos también de Su gloria. Pero es evidente que no podíamos glorificar a Dios por el pecado. Aquel que no conoció pecado, Él solo podía ser hecho pecado. Únicamente el Hijo de Dios pudo soportar esta carga.

 

El mandamiento nuevo dado a los discípulos:

amor fraternal

 

En este sentido el Señor - cuando Su corazón halló alivio derramando estos gloriosos pensamientos, estos maravillosos consejos - se dirigió a Sus discípulos con afecto, diciéndoles que su relación con Él aquí abajo pronto terminaría, que Él iba adonde ellos no podían seguirle, no más de lo que podían seguirle los Judíos incrédulos. El amor fraternal tenía, en cierto sentido, que tomar Su lugar. Tenían que amarse unos a otros como Él los había amado, con un amor superior a los errores de la carne en sus hermanos - amor fraternal de gracia en estos aspectos. Si la columna principal contra la cual muchos alrededor de ella se estaban apoyando era quitada, ellos se soportarían unos a otros, aunque no mediante sus fuerzas. Y así serían conocidos los discípulos de Cristo.

 

 

 

 

La confianza propia de Simón Pedro

 

Ahora bien, Simón Pedro desea penetrar en aquello que ningún hombre, salvo Jesús, podía entrar - en la presencia de Dios por la senda de la muerte. Esto es confianza carnal. El Señor le dice, en gracia, que eso no podía ser ahora. Él debía secar aquel mar insondable para el hombre - la muerte - aquel Jordán desbordante; y luego, cuando ella no fuese más el juicio de Dios, ni fuese manejada por el poder de Satanás (pues en ambos caracteres Cristo ha destruido completamente su poder para el creyente), entonces Su pobre discípulo podría pasar por ella por causa de la justicia y de Cristo. Pero Pedro le seguiría con sus propias fuerzas, declarándose capaz de hacer exactamente aquello que Jesús iba a hacer por él. Con todo, de hecho, aterrado ante el primer movimiento del enemigo, él retrocede ante la voz de una mujer, y niega al Maestro a quien amaba. En las cosas de Dios, la confianza carnal no hace más que conducirnos a una posición en la que ésta no puede sostenerse. La sinceridad sola no puede hacer nada contra el enemigo. Tenemos que poseer la fortaleza de Dios.

 

Capítulo 14

 

En vista de Su partida; sólo el Señor es un objeto de la fe

 

El Señor comienza ahora a conversar con ellos en vista de Su partida. Él se iba adonde ellos no podían ir. Para el ojo humano ellos serían dejados solos en la tierra. Es por el sentido de esta condición aparentemente desolada que el Señor habla de Él mismo, mostrándoles que Él era un objeto para la fe, igual que Dios lo era. Al hacer esto, Él les descubre toda la verdad con respecto a la condición de ellos. Su obra no es el asunto tratado, sino la posición de ellos en virtud de esa obra. Su Persona debería haber sido para ellos la llave a esa posición, y es lo que iba a ser ahora: el Espíritu Santo, el Consolador, quien iba a venir, sería el poder mediante el cual ellos la disfrutarían, y, verdaderamente, más aún.

 

La revelación de lo que hay más allá de la muerte para la fe;

lo que la partida del Señor significaba

para Sus discípulos; con Él

 

A la pregunta de Pedro, "Señor, ¿a dónde vas?" (Juan 13:36), el Señor responde. Sólo cuando el deseo de la carne intenta entrar en la senda en la que Jesús estaba entrando entonces, el Señor no podía más que decir, que la fortaleza de la carne no servía para nada allí; pues, de hecho, él se propuso seguir a Cristo en la muerte. ¡Pobre Pedro!

Cuando el Señor ha escrito la sentencia de muerte sobre la carne para nosotros, al revelar su impotencia, entonces Él puede (cap. 14) revelar aquello que está más allá por la fe; y aquello que nos pertenece mediante Su muerte devuelve su luz, y nos enseña quién era Él, estando aún en la tierra, y siempre, antes de que el mundo fuese. Él no hacía más que regresar al lugar de donde vino. Pero Él  comienza con Sus discípulos donde ellos estaban, y satisface la necesidad de sus corazones explicándoles de qué manera - mejor, en un cierto sentido, que siguiéndole aquí abajo - estarían ellos con Él cuando estuvieran ausentes del lugar en el cual Él estaría. Ellos no veían al Padre presente corporalmente entre ellos: para gozar de Su presencia ellos creían en Él; debían hacer lo mismo con respecto a Jesús. Debían creer en Él. Él no los abandonaba al irse, como si solamente hubiera lugar para Él en la casa del Padre. (Él alude al templo como figura). Había lugar para todos ellos. Ir allí era aún Su pensamiento - Él no está aquí en esta escena como el Mesías. Le vemos en las relaciones en las que permaneció conforme a las verdades eternas de Dios. Él siempre tenía Su partida a la vista: en caso de no haber habido lugar para ellos, Él se los habría dicho. El lugar de ellos estaba con Él. Pero Él iba a prepararles lugar. Sin presentar allí la redención, ni presentándose Él como el nuevo hombre conforme al poder de esa redención, no podía haber ningún lugar preparado en el cielo. Él entra en ese lugar en el poder de esa vida que los introduciría a ellos también. Pero no irían solos para volverse a juntar con Él, ni Él se volvería a juntar con ellos aquí abajo. El cielo, no la tierra, estaba en consideración. Ni tampoco mandaría llamarlos por medio de otros, sino que Él mismo vendría a buscarlos, como a aquellos que tanto apreciaba, y los recibiría a Sí mismo, para que donde Él estaba, ellos también estuviesen. Él vendría desde el trono del Padre; allí, por supuesto, ellos no se pueden sentar; pero Él los recibirá allí, donde Él estará en gloria delante del Padre. Ellos estarían con Él - una posición mucho más excelente que Su permanencia aquí abajo con ellos, incluso como Mesías en gloria en la tierra.

 

Yendo al Padre; Él mismo es el camino

 

Ahora, asimismo, habiéndoles dicho adónde iba, es decir, a Su Padre (y hablando conforme al efecto de Su muerte para ellos), Él les dice que ellos sabían dónde Él iba, y el camino. Él iba al Padre, y, al verle a Él, ellos habían visto al Padre; y así, habiendo visto al Padre en Él, ellos conocían el camino; pues, al venir a él, venían al Padre, quien estaba en Él así como Él estaba en el Padre. Él mismo era, entonces, el camino. Por consiguiente, Él reprocha a Felipe el hecho de que no le haya conocido aún. Él había  estado largo tiempo con ellos, como la revelación del Padre en Su propia Persona, y debieron haberle conocido, y haber visto que Él estaba en el Padre, y el Padre en Él, y así haber sabido donde Él iba, ya que iba al Padre. Él les había declarado el nombre del Padre, y si eran incapaces de ver al Padre en Él, o ser convencidos de ello por Sus palabras, deberían haberlo sabido por Sus obras, pues el Padre que habitaba en Él - era Él quien hacía las obras. Esto dependía de Su propia Persona, estando todavía en el mundo; pero una prueba sorprendente estaba relacionada con Su partida. Después que se hubiese ido, ellos harían obras aún mayores que las que Él hizo, porque actuarían en relación con Su mayor cercanía  al Padre. Esto era indispensable para Su gloria. Esto, incluso, era ilimitado. Él los situó en una relación inmediata con el Padre por el poder de Su obra y de Su nombre; y todo lo que ellos pidieran al Padre en Su nombre, Cristo mismo la haría para ellos. La petición de ellos sería oída y concedida por el Padre -  mostrando qué cercanía Él había adquirido para ellos; y Él (Cristo) haría todo lo que le ellos pidieran. Pues el poder del Hijo no era, y no podía ser, falto para la voluntad del Padre: no había límite para Su poder.

 

Discipulado caracterizado por la obediencia;

la promesa del Espíritu Santo, para estar para siempre

 

Pero esto condujo a otro asunto. Si ellos le amaban, esto debía ser demostrado, no en lamentos, sino en guardar Sus mandamientos. Tenían que caminar en obediencia. Esto caracteriza al discipulado hasta el momento presente. El amor desea estar con Él, pero muestra que es real obedeciendo Sus mandamientos. Cristo también tiene derecho a ordenar. Por otra parte, Él buscaría el bien de ellos en lo alto, y se les concedería otra bendición; a saber, el Espíritu Santo mismo, el cual nunca los abandonaría, como Cristo estaba a punto de hacerlo. El mundo no le pudo recibir. Cristo, el Hijo, había sido mostrado a los ojos del mundo, y debió haber sido recibido por él. El Espíritu Santo actuaría, siendo invisible; ya que por el rechazo de Cristo, todo había terminado con el mundo en sus relaciones naturales y de creación con Dios. Pero el Espíritu Santo sería conocido por los discípulos; pues Él no sólo permanecería con ellos, como Cristo no pudo, sino que estaría en ellos, no con ellos, como Él estuvo. El Espíritu Santo no sería visto entonces o conocido por el mundo.

 

El camino, la verdad, y la vida

 

Hasta ahora, en Su discurso, Él había conducido a Sus discípulos a seguirle (en espíritu) en lo alto, por medio del conocimiento que la familiaridad con Su Persona (en la cual el Padre era revelado) les dio de adonde Él iba, y del camino. Él era el camino, como hemos visto. Él era la verdad, en la revelación (y la  revelación perfecta) de Dios y de la relación del alma con Él; y, realmente, de la condición verdadera y carácter real de todas las cosas, al mostrar la luz perfecta de Dios en Su propia Persona, la cual le revelaba. Él era la vida, en la cual Dios y la verdad podían ser conocidos. Los hombres venían por medio de Él; ellos hallaron al Padre revelado en Él; y poseyeron en Él aquello que les capacitaba gozar del Padre, y aquello que en cuya recepción vinieron, de hecho, al Padre.

 

La corriente de bendición fluyendo para los discípulos

en este mundo; vida en Cristo

 

Pero ahora, no es lo que es objetivo lo que Él presenta, no se trata del Padre en Él (al cual deberían haber conocido), ni Él en el Padre cuando estuvo aquí abajo. Por consiguiente, Él no eleva los pensamientos de los discípulos al Padre por medio de Él y en Él, y Él en el Padre en el cielo. Él les presenta aquello que les sería dado aquí abajo - la corriente de bendición que fluiría para ellos en este mundo, en virtud de aquello que Jesús era, y lo que era para ellos, en el cielo. Una vez presentado el Espíritu Santo como enviado, el Señor dice, "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros." Su presencia,  en espíritu, aquí abajo, es el consuelo de Su pueblo. Ellos le verían; y esto es mucho más verdadero  que verle a Él con los ojos de la carne. Sí, es más verdadero; es conocerle de un modo mucho más real, aunque, por gracia, ellos habían creído en Él como el Cristo, el Hijo de Dios. Y, además, esta visión espiritual de Cristo por medio del corazón, mediante la presencia del Espíritu Santo, está relacionada con la vida. "Porque yo vivo, vosotros también viviréis." Le vemos, porque tenemos vida, y esta vida está en Él, y Él está en esta vida. "Esta vida está en su Hijo." (1 Juan 5:11). Esto es tan seguro como su duración. Esta vida deriva de Él. Porque Él vive, nosotros viviremos. Nuestra vida es, en todo, la manifestación de Él, quien es nuestra vida. Como el apóstol lo expresa: "Para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal." (2 Corintios 4:11 - Versión Moderna). ¡Es lamentable! la carne resiste; pero ésta es nuestra vida en Cristo.

 

Los discípulos en Cristo en virtud de la presencia

del Espíritu Santo

 

Pero esto no es todo. Habitando el Espíritu Santo en nosotros, sabemos que estamos en Cristo [52]. "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros." No es, 'El Padre en mí [lo cual, no obstante, fue siempre cierto], y yo en Él' - palabras, las primeras de las cuales, omitida aquí, expresaban la realidad de Su manifestación del Padre aquí en la tierra. El Señor  expresa solamente aquello que pertenece al hecho de que Él es real y divinamente uno con el Padre - "Yo estoy en mi Padre." Es de la última parte de la verdad (implicada, sin duda, en la otra, cuando se comprende bien) de la que el Señor habla aquí. Podía, realmente, no ser así; pero los hombres podrían  imaginar una cosa tal como una manifestación de Dios en un hombre, sin ser este hombre un hombre tal - tan verdaderamente Dios, es decir, en Sí mismo - que sea menester decir también que Él está en el Padre. La gente sueña con semejantes cosas; ellos hablan de la manifestación de Dios en la carne. Nosotros hablamos de Dios manifestado en carne. Pero aquí toda ambigüedad es obviada - Él estaba en el Padre, y es esta parte de la verdad la que es repetida aquí; añadiendo a ello, en virtud de la presencia del Espíritu Santo, que mientras los discípulos debían conocer plenamente a la divina

 

[52] Observen, esto es individual, no es la unión de los miembros del cuerpo con Cristo; ni tampoco la palabra 'unión' es realmente un término exacto para ello. Nosotros estamos en Él. Esto es más que unión, pero no es la misma cosa. Se trata de naturaleza y vida, y de la posición en ello, nuestro lugar en esa naturaleza y en esa vida. Cuando Él estuvo en la tierra, y ellos no tenían el Espíritu Santo, ellos deberían haber sabido que Él estaba en el Padre y el Padre en Él. Desde que Él estuvo en el cielo, y ellos tuvieron el Espíritu Santo, sabrían que ellos estaban en Él y Él en ellos.   

 

Persona de Jesús, debían conocer, además, que ellos mismos estaban en Él. "Aquel que se une con el Señor, un mismo espíritu es con él." (1 Corintios 6:17 - Versión Moderna). Jesús no dijo que deberían haber conocido esto mientras Él estaba con ellos en la tierra. Ellos deberían haber conocido que el Padre estaba en Él, y Él en el Padre. Pero en eso, Él estaba solo. Los discípulos, sin embargo, habiendo recibido al Espíritu Santo, conocerían su propia posición de estar en Él - una unión de la que el Espíritu Santo es la fuerza y el vínculo. La vida de Cristo fluye de Él en nosotros. Él está en el Padre, nosotros en Él, y Él también en nosotros, conforme al poder de la presencia del Espíritu Santo.

 

Protección y gobierno constantes;

el amor del hijo, el amor del Padre, y el de Cristo,

mostrados en el camino de obediencia

 

Éste es el asunto de la fe común, verdadera en todos. Pero hay una protección y un gobierno constantes, y Jesús se manifiesta a nosotros en relación con nuestro andar, y de una manera que depende de este andar. Aquel que está atento a la voluntad del Señor la poseerá, y la observará. Un buen hijo no sólo obedece cuando conoce la voluntad de su padre, sino que adquiere el conocimiento de esa voluntad prestándole atención. Éste es el espíritu de obediencia en amor. Si actuamos así con respecto a Jesús, el Padre, quien tiene presente todo lo que se refiere a Su Hijo, nos amará. Jesús nos amará también, y se manifestará a nosotros. Judas (no el Iscariote) no comprendió esto porque no veía más allá de una manifestación corporal de Cristo, tal como la podía percibir el mundo. Jesús añade, por  tanto, que el discípulo verdaderamente obediente (y aquí Él habla más espiritualmente y de modo más general de Su Palabra, no meramente de Sus mandamientos) sería amado por el Padre, y que el Padre y Él vendrían y harían morada con él. Así que, si hay obediencia mientras esperamos el momento en que iremos y moraremos con Jesús en la presencia del Padre, Él y el Padre moran en nosotros. El Padre y el Hijo se manifiestan en nosotros, en quienes el Espíritu Santo está morando, así como el Padre y el Espíritu Santo estaban presentes, cuando el Hijo estaba aquí abajo - sin duda de otra manera, pues Él era el Hijo, y nosotros sólo vivimos por Él - habitando sólo el Espíritu Santo en nosotros. Pero con respecto a estas Personas gloriosas, ellas no están desunidas. El Padre hizo las obras en Cristo, y Jesús echó fuera demonios por el Espíritu Santo; sin embargo, el Hijo obró. Si el Espíritu Santo está en nosotros, el Padre y el Hijo vienen y hacen su morada en nosotros. Sólo que se observará aquí que hay gobierno. Nosotros somos, conforme la vida nueva, santificados para obedecer (1 Pedro 1:2). No se trata aquí del amor de Dios en gracia soberana hacia un pecador, sino de los tratos del Padre con Sus hijos. Por lo tanto, es en el camino de la obediencia donde se hallan las manifestaciones del amor del Padre y del amor de Cristo. Nosotros amamos, pero no acariciamos, a nuestros hijos díscolos. Si contristamos al Espíritu, Él no será en nosotros el poder de la manifestación a nuestras almas del Padre y del Hijo en comunión, sino que más bien actuará en nuestras conciencias en convicción, aunque dándonos el sentido de la gracia. Dios puede restaurarnos mediante Su amor, y testificando a nuestras conciencias cuando nos hemos extraviado; pero la comunión es en obediencia. Por último, Jesús tenía que ser obedecido; pero fue la Palabra del Padre a Jesús, observen, la que Él habló aquí abajo. Sus palabras eran las palabras del Padre.

 

Cristo verdaderamente y siempre Hombre,

pero Dios manifestado en carne

 

El Espíritu Santo rinde testimonio de aquello que Cristo era, así como de Su gloria. Es la manifestación de la vida perfecta del hombre, y de Dios en el hombre, del Padre en el Hijo - la manifestación del Padre por el Hijo que está en el seno del Padre. Tales fueron las palabras del Hijo aquí abajo; y cuando  hablamos de Sus mandamientos, no hablamos solamente de la manifestación de Su gloria por el Espíritu Santo, cuando Él está en lo alto, y sus resultados; sino que hablamos de Sus mandamientos cuando Él habló aquí abajo, y habló las palabras de Dios; pues Él no tenía el Espíritu Santo por medida, de modo que Sus palabras hubieran sido mezcladas, y en parte imperfectas, o cuando menos no divinas. Él fue verdaderamente hombre, y siempre hombre; pero era Dios manifestado en carne. El antiguo mandamiento del principio es nuevo, puesto que esta misma vida, que se expresó en Sus mandamientos, ahora nos mueve y nos anima - cierto en Él y en nosotros (comparar 1 Juan 2). Los mandamientos son aquellos del hombre Cristo, no obstante son los mandamientos de Dios y las palabras del Padre, conforme a la vida que ha sido manifestada en este mundo en la Persona de Cristo. Ellas expresan en Él, y forman y dirigen en nosotros, esa vida eterna que estaba con el Padre, y la cual ha sido manifestada a nosotros en el hombre - en Aquel que los apóstoles podían ver, escuchar y tocar; y cuya vida poseemos nosotros en Él. Sin embargo, el Espíritu Santo nos ha sido dado para llevarnos a toda verdad, según este mismo capítulo de la epístola de Juan: "Tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas." (1 Juan 2:20).

 

La diferencia entre los mandamientos de Cristo y la ley

 

Dirigir la vida es diferente de conocer todas las cosas. Las dos cosas están relacionadas, porque, al caminar de acuerdo a esa vida, no contristamos al Espíritu, y estamos en luz. Dirigir la vida, allí donde existe, no es lo mismo que dar una ley impuesta sobre el hombre en la carne (de manera justa, no hay duda), prometiéndole la vida si guardaba esos mandamientos. Ésta es la diferencia entre los mandamientos de Cristo y la ley; no en cuanto a autoridad - la autoridad divina es siempre igual en sí misma - sino que la ley ofrece vida y es dirigida al hombre responsable en la carne, ofreciéndole vida como resultado; mientras que los mandamientos de Cristo expresan y dirigen la vida de uno que vive por el Espíritu, en relación con el hecho de que él está en Cristo, y Cristo en él. El Espíritu Santo (quien, además de esto, enseña todas las cosas) les recordó los mandamientos de Cristo - todas las cosas que Él les había dicho. Se trata de la misma cosa en detalle, por Su gracia, con los Cristianos  individualmente ahora.

 

Su propia paz como don del Señor

 

Finalmente, el Señor, en medio de este mundo, dejó la paz a Sus discípulos, dándoles Su propia paz. Es cuando se iba, y en la plena revelación de Dios, que Él podía decirles esto; de modo que Él la poseía a pesar del mundo. Él había pasado por la muerte y había bebido la copa, había quitado los pecados en   lugar de ellos, había destruido el poder del enemigo en la muerte, y había hecho propiciación glorificando plenamente a Dios. La paz fue hecha, y hecha para ellos ante Dios, así como todo en lo que fueron introducidos - a la luz tal como Él era, de modo de que esta paz era perfecta en la luz y perfecta en el mundo, porque los llevaba de un modo tal a una relación con Dios que el mundo no podía siquiera tocar, ni alcanzar su fuente de gozo. Además, Jesús había consumado esto de un modo tal para ellos, y Él lo otorgó sobre ellos de manera tal, que les dio la paz que Él mismo tenía con el Padre, y en la cual, consecuentemente, Él anduvo en este mundo. El mundo da una parte de sus bienes sin ceder la totalidad de ellos; pero lo que da, lo da y ya no lo tiene más. Cristo introduce en el gozo de aquello que es Suyo - Su propia posición delante del Padre [53]. El mundo no da, ni puede dar, de esta manera. ¡Qué perfecta debe haber sido esta paz, la cual Él gozaba con el Padre - esa paz que Él nos da - Su propia paz!

 

[53] Esto es bienaventuradamente cierto en todo aspecto, excepto, por supuesto, de la Deidad esencial y de la unidad con el Padre: en esto, Él permanece divinamente solo. Pero todo lo que Él tiene como hombre, y como Hijo en humana naturaleza, Él lo presenta en las palabras, "a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." (Juan 20:17). Su paz, Su gozo, las palabras que el Padre le dio, Él nos los ha dado a nosotros; la gloria dada a Él, Él nos la ha dado a nosotros; con el amor con que el Padre le ha amado, nosotros somos amados. Los consejos de Dios no eran meramente satisfacer nuestra responsabilidad como hijos de Adán, sino para situarnos ante el mundo en la misma posición con el segundo Adán, Su propio Hijo. Y la obra de Cristo ha convertido esto en justicia.

 

En la gloria y en la felicidad del Señor

hallamos las nuestras

 

Queda aún un pensamiento precioso - una prueba de gracia inefable en Jesús. Él cuenta de tal modo con nuestro afecto, y esto como algo personal para Él, que les dice, "Si me amaseis, os regocijaríais por cuanto me voy al Padre." (Juan 14:28 - Versión Moderna). Él nos concede que nos interesemos en Su propia gloria, en Su felicidad, y, en ello, para hallar las nuestras.

 

El deseo del corazón del Cristiano

 

¡Buen y precioso Salvador, de cierto nos regocijamos de que Tú, que has sufrido tanto por nosotros, hayas cumplido ahora todas las cosas, y que estés reposando con Tu Padre, cualquiera que sea Tu  amor activo hacia nosotros! ¡Ojalá te conociéramos y te amáramos mejor! Pero todavía podemos decir con plenitud de corazón: ¡ven pronto, Señor! Deja una vez más el trono de Tu reposo y de Tu gloria personal, para venir y tomarnos a Ti mismo, que todo pueda cumplirse también para nosotros, y que podamos estar contigo en la luz del semblante de Tu Padre, y en Su casa. Tu gracia es infinita, pero Tu presencia y el gozo del Padre serán el descanso de nuestros corazones, y nuestro gozo eterno.

 

La plenitud de gracia y perfección

mostrada en la Persona de Cristo

 

El Señor concluye aquí esta parte de Su discurso [54].

 

[54] El capítulo 14 nos ofrece la relación personal del Hijo con el Padre, y nuestro lugar en Él, quien está en esa relación, conocido por el Espíritu Santo, que nos fue dado. En el capítulo 16 tenemos Su lugar y posición en la tierra, la Vid verdadera, y después Su estado de gloria exaltado y enviando al Consolador para revelar aquello.

 

Él les había mostrado en su totalidad, todo  aquello que seguía como consecuencia de Su partida y de Su muerte. La gloria de Su Persona, observen, es siempre aquí el asunto; pues, aun con respecto a Su muerte, se dice, "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre." (Juan 13:31). No obstante, Él les había prevenido acerca de ello, para pudiese fortalecer y no debilitar la fe de ellos, puesto que Él no hablaría ya mucho con ellos. El mundo estaba bajo el poder del enemigo, y él estaba viniendo: no porque tuviera algo en Cristo - él no tenía nada - por consiguiente, él no tenía ni siquiera el poder de la muerte sobre Él. Su muerte no fue el efecto del poder de Satanás sobre Él, sino que por ella mostró al mundo que Él amaba al Padre, y que Él era obediente al Padre, costase lo que costase. Y esto fue perfección absoluta en el hombre. Si Satanás era el príncipe de este mundo, Jesús no buscó mantener Su gloria Mesiánica en él. Pero Él mostró al mundo, allí donde el poder de Satanás estaba, la plenitud de la gracia y de la perfección en Su propia Persona, a fin de que el mundo pudiese acudir desde sí mismo (si puedo usar tal expresión) - aquellos, al menos, que tuviesen oídos para oír.

El Señor, entonces, cesa de hablar, y sale. Él ya no se encuentra sentado con los Suyos, como si fueran de este mundo. Él se levanta y abandona el lugar.

 

Resumen del discurso del Señor

en los capítulos 14 al 16

 

Aquello que hemos dicho de los mandamientos del Señor, dados durante Su permanencia aquí abajo (un pensamiento al cual los sucesivos capítulos darán un interesante desarrollo), nos ayuda mucho a comprender todo el discurso del Señor aquí hasta el final del capítulo 16. El asunto está dividido en dos partes principales:- La acción del Espíritu Santo cuando el Señor esté lejos, y la relación de los discípulos con Él durante Su estancia en la tierra. Por un lado, se trata de aquello que fluía de Su exaltación a la diestra de Dios (lo que le elevó sobre la cuestión del Judío y el Gentil) y, por otra parte, aquello que dependía de Su presencia en la tierra, centrando necesariamente todas las promesas en Su propia Persona y las relaciones de los Suyos consigo mismo, vistas en relación con la tierra y estando ellos mismos en ella, incluso cuando Él estuviese ausente. Había, en consecuencia, dos clases de testimonio: el del Espíritu Santo, estrictamente hablando (es decir, aquello que Él reveló referente a Jesús ascendido a lo alto), y el de los discípulos, como testigos oculares de todo lo que habían visto de Jesús en la tierra (cap. 15: 26, 27). No es que para este propósito estuviesen ellos desprovistos de la ayuda del Espíritu Santo; pero este último testimonio (el de los discípulos) no fue el testimonio nuevo de la gloria celestial por el Espíritu Santo enviado desde el cielo. Él les recordó aquello que Jesús había sido, y lo que Él había hablado, mientras estuvo en la tierra. Por lo tanto, en el pasaje que hemos estado leyendo, Su obra se describe de la siguiente manera (cap. 14:26): "Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (comparar con el versículo 25). Las dos obras del Espíritu Santo son presentadas aquí. Jesús les había hablado muchas cosas. El Espíritu Santo les enseñaría todas las cosas; además, Él les recordaría todo lo que Jesús había dicho. En el capítulo 16, versículos 12 y 13, Jesús les dice que Él tenía muchas cosas que decir, pero que ellos no podían sobrellevarlas a la sazón. Después, el Espíritu de verdad los conduciría a toda la verdad. Él no hablaría por Su propia cuenta, sino que hablaría todo lo que oiría. El Espíritu Sano no era como un espíritu individual, que hablase por su propia cuenta. Siendo uno con el Padre y el Hijo, y descendido para revelar la gloria y los consejos de Dios, todas Sus comunicaciones estarían relacionadas con ellos, revelando la gloria de Cristo ascendido a lo alto - de Cristo, a quien pertenecía todo lo que el Padre tenía. Aquí no se trata de recordar todo lo que Jesús había dicho en la tierra: todo está celestialmente relacionado con lo que está en lo alto, y con la plena gloria de Jesús, o bien se relaciona de otro modo con los propósitos futuros de Dios. Volveremos a este asunto más tarde. He dicho estas pocas palabras para marcar las distinciones que he señalado.

 

Capítulo 15

 

La vid verdadera; Cristo en la tierra en contraste con Israel

 

El comienzo de este capítulo, y de aquello que se refiere a la vid, pertenece a la porción terrenal - a aquello que Jesús era en la tierra - a Su relación con Sus discípulos en la tierra, y no va más allá de esa posición.

"Yo soy la vid verdadera." Jehová había plantado una vid hecha venir de Egipto (Salmo 80:8). Esto es Israel según la carne; pero no era la verdadera Vid. La verdadera Vid era Su Hijo, a quien hizo venir de Egipto—Jesús [55]. Él se presenta así a Sus discípulos. Aquí no se trata de aquello que Él será después de Su partida; Él era esto en la tierra, y claramente en la tierra. Nosotros no hablamos de plantar viñas en el cielo, ni de podar ramas allí.

 

[55] Para esta sustitución de Cristo por Israel, comparen Isaías 49. Él dio un nuevo comienzo a Israel en bendición, así como hizo con el hombre.

 

Los pámpanos llevando fruto:

la responsabilidad individual de los discípulos

 

Los discípulos habrían considerado al Señor como la rama más excelente de la Vid; pero así, Él habría sido sólo un miembro de Israel, mientras que Él mismo era el vaso, la fuente de bendición, conforme a las promesas de Dios. La vid verdadera, por lo tanto, no es Israel; bien al contrario, es Cristo en contraste con Israel, pero Cristo plantado en la tierra, tomando el lugar de Israel, como la Vid verdadera. El Padre cultiva esta planta, evidentemente en la tierra. No hay necesidad de ningún labrador en el cielo. Aquellos que están unidos a Cristo, como el remanente de Israel, los discípulos, son los que necesitan este cultivo. Es en la tierra donde se espera que se lleve fruto. Por consiguiente, el Señor les dice: "Ya vosotros estáis limpios, por la palabra que os he hablado"; "Vosotros (sois) los pámpanos." Judas, quizás puede decirse, fue quitado, así como los discípulos que no anduvieron más con Él. Los demás serían probados y limpiados, para que llevaran más fruto.

Yo no dudo que esta relación, en principio y en una analogía general, todavía subsista. Aquellos que hacen una profesión, que se unen a Cristo para seguirle, serán, si hay vida, limpiados; si no, aquello que ellos tienen les será quitado. Observen, por lo tanto, que el Señor habla aquí sólo de Su Palabra - la del verdadero profeta - y de juicio, ya sea en disciplina o para ser cortado. Consecuentemente, Él no habla del poder de Dios, sino de la responsabilidad del hombre - una responsabilidad que el hombre no será ciertamente capaz de afrontar sin la gracia, pero que, no obstante, tiene aquí ese carácter de responsabilidad personal.

 

Podados por el Padre; el fruto como la prueba de

un vínculo vital y eterno

 

Jesús era la fuente de toda su fortaleza. Ellos tenían que permanecer en Él. Así - pues éste es el orden - Él permanecería en ellos. Hemos visto esto en el capítulo 14. Él no habla aquí del ejercicio soberano del amor en salvación, sino del gobierno de hijos por parte de su Padre; de modo que la bendición depende del andar (Juan 14: 21, 23). Aquí el labrador busca fruto; pero la enseñanza dada presenta una completa dependencia de la Vid como el medio de producirlo. Y Él muestra a los discípulos que, cuando anduvieran en la tierra, serían podados por el Padre, y un hombre (pues en el versículo 6 Él cambia cuidadosamente de expresión, porque Él conocía a los discípulos y los había declarado ya limpios) - un hombre, alguno que no llevara fruto, sería cortado. Porque el asunto aquí no es el de esa relación con Cristo en el cielo por el Espíritu Santo, la cual no puede ser quebrantada, sino el de aquel vínculo que incluso entonces fue formado aquí abajo, el cual podría ser vital y eterno. El fruto sería la prueba.

En la anterior vid, esto no era necesario, ellos eran Judíos de nacimiento, estaban circuncidados, guardaban las ordenanzas, y permanecían en la vid como buenos pámpanos, sin llevar ningún fruto en absoluto. Sólo eran cortados de Israel por una violación voluntaria de la ley. No se trata aquí de una relación con Jehová fundamentada en la circunstancia de nacer de una cierta familia. Aquello que se busca, es glorificar al Padre llevando fruto. Esto es lo que mostrará que son discípulos de Aquel que ha  llevado tanto fruto.

 

Lo que precede al fruto; la fuente de fortaleza y fruto;

permaneciendo en Cristo

 

Cristo, entonces, era la Vid verdadera; el Padre, el Labrador; los once eran los pámpanos. Tenían que  permanecer en Él, lo cual es efectuado sin pensar en producir ningún fruto si no es en Él, mirando primero a Él. Cristo precede al fruto. Se trata de dependencia, la cercanía práctica habitual de corazón a Él, y confianza en Él, estando unidos a Él por medio de la dependencia de Él. De esta manera Cristo sería en ellos una fuente constante de fortaleza y de fruto. Él estaría en ellos. Fuera de Él, nada podían hacer. Si, permaneciendo en Él, ellos tenían la fuerza de Su presencia, llevarían mucho fruto. Además,  ("Si alguno no permaneciere en mí, será echado fuera como un sarmiento, y se secará; y a los tales los recogerán, y los echarán en el fuego, y serán quemados." Juan 15:6 - Versión Moderna), "si alguno" (Él no dice 'ellos', pues ya los conocía como pámpanos verdaderos y limpios) no permanecía en Él, éste sería echado para ser quemado. Nuevamente, si permanecían en Él (es decir, si existía la dependencia constante que se origina en esta fuente), y si las palabras de Cristo permanecían en ellos, dirigiendo sus corazones y pensamientos, ellos gobernarían los recursos del poder divino; ellos pedirían lo que quisieran, y les sería hecho. Pero, además, el Padre había amado divinamente al Hijo mientras Él habitó en la tierra. Jesús hizo lo mismo con respecto a ellos. Tenían que permanecer en Su amor. En los versículos anteriores, era en Él; aquí, es en Su amor [56]. Al guardar los mandamientos de Su Padre, Él permaneció en Su amor; al guardar los mandamientos de Jesús, ellos permanecerían en el Suyo. La dependencia (la cual implica confianza, y referencia a Aquel de quien nosotros dependemos para la fuerza, incapaces de hacer nada sin Él, y, de este modo, apegados junto a Él) y la obediencia, son los dos grandes principios de la vida práctica aquí abajo. Así caminó Jesús como hombre; Él conocía por experiencia la verdadera senda para Sus discípulos. Los mandamientos de Su Padre eran la expresión de lo que el Padre era; guardándolos en el espíritu de obediencia, Jesús anduvo siempre en la comunión de Su amor; mantuvo la comunión consigo mismo. Los mandamientos de Jesús cuando estuvo en la tierra, eran la expresión de lo que Él era, divinamente perfecto en el camino del hombre. Al caminar en ellos, Sus discípulos estarían en la comunión de Su amor. El Señor habló estas cosas a Sus discípulos, a fin de que Su gozo [57] estuviese en ellos, y que el gozo de ellos fuese cumplido.

 

[56] Están las tres exhortaciones: "Permaneced en mí"; "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis" (Juan 15:7 - RVR77); "Permaneced en mi amor."

 

[57] Algunos han pensado que esto significa el gozo de Cristo en el fiel andar de un discípulo: yo no lo creo así. Se trata del gozo que Él tenía aquí abajo, tal como Él nos dejó Su propia paz, y nos dará Su propia gloria.

 

El camino de un discípulo es lo que se trata aquí;

no la salvación de un pecador

 

Vemos que el asunto que se trata aquí no es la salvación de un pecador, sino el camino de un discípulo, a fin de que pueda gozar plenamente del amor de Cristo, y que su corazón pueda estar sereno en el  lugar donde se halla el gozo.

 

Obediencia: el medio de permanecer en el amor del Señor

 

Tampoco se ha entrado aquí en la cuestión de si un verdadero creyente puede separarse de Dios, porque el Señor hace que la obediencia sea el medio de permanecer en Su amor. Ciertamente Él no podía perder el favor de Su Padre, o cesar de ser el objeto de Su amor. Eso era imposible; y, con todo, Él dice, "He guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor." Pero esta era la senda divina en la que Él gozó de este amor. De lo que se habla aquí es del andar y de la fortaleza de un discípulo, y no del medio de salvación.

 

Amor de unos a otros: su medida

 

En el versículo 12 empieza otra parte del asunto. Él quiere (éste es Su mandamiento) que se amen unos a otros, como Él los había amado. Antes, Él había hablado del amor del Padre por Él, el cual manaba del cielo hacia Su corazón aquí abajo [58].

 

[58] Él no dice 'me ama', sino "me ha amado"; es decir, Él no habla meramente del amor eterno del Padre por el Hijo, sino del amor del Padre mostrado hacia Él en Su humanidad aquí en la tierra.

 

Él los había amado de la misma manera; pero también había sido un compañero, un siervo, en este amor. Así tenían que amarse los discípulos unos a otros con un amor que se elevaba por encima de toda la debilidad de los demás, y el cual era al mismo tiempo fraternal, y que causaba que cualquiera que lo sentía se hiciera siervo de su hermano. Iba tan lejos como para dar la propia vida por la de un amigo. Ahora bien, para Jesús, aquel que le obedecía, era Su amigo. Observen, Él no dice que sería amigo de ellos. Él fue nuestro amigo cuando dio Su vida por los pecadores: somos Sus amigos cuando disfrutamos de Su confianza, tal como Él lo expresa aquí: "todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer." Los hombres hablan de sus asuntos, según la necesidad de hacerlo que pueda surgir, con aquellos que están interesados en estos asuntos. Yo comunico todos mis pensamientos a uno que es mi amigo. "¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?" (Génesis 18:17) y Abraham fue llamado el "amigo de Dios." (Santiago 2:23). Ahora, no fueron  cosas concernientes a Abraham mismo lo que Dios le contó entonces (Él lo había hecho como Dios), sino de cosas concernientes al mundo - a Sodoma. Dios hace lo mismo con respecto a la asamblea, en forma práctica con respecto al discípulo obediente: tal discípulo sería el depositario de Sus  pensamientos. Además, Él los había escogido para esto. No fueron ellos quienes le habían escogido a Él  por el ejercicio de su propia voluntad. Él los había escogido y les había ordenado ir y dar fruto, un fruto que permaneciese; de modo que, siendo escogidos así por Cristo para la obra, recibieran del Padre, el cual no podía fallarles en este caso, todo lo que pidieran. Aquí el Señor llega a la fuente y certeza de la gracia, a fin de que la responsabilidad práctica, bajo la cual los coloca, no oscureciera la gracia divina que actuaba para con ellos y que los situaba allí.

 

Aborrecidos por el mundo: en la misma posición de su Maestro

 

Ellos tenían que amarse unos a otros [59]. Que el mundo los odiara no era sino la consecuencia natural de su odio hacia Cristo; esto sellaba su asociación con Él. El mundo ama aquello que es del mundo: esto es bastante natural. Los discípulos no eran de él; y, además, el Jesús que el mundo había rechazado los había escogido y los había separado del mundo: por tanto, el mundo los odiaría por causa de ser elegidos así en gracia. Estaba, asimismo, la razón moral, a saber, que ellos no eran de él; pero esto demostraba la relación de ellos con Cristo, y Sus derechos soberanos, por los cuales Él los había tomado para Sí de un mundo rebelde. Tendrían la misma porción que su Maestro: sería por causa de Su nombre, porque el mundo - y Él habla especialmente de los Judíos, entre quienes había trabajado - no conocía al Padre que le había enviado a Él en amor. El hecho de jactarse en Jehová, como su Dios, les venía muy bien. Ellos habrían recibido al Mesías sobre esa base. Conocer al Padre, revelado en Su verdadero carácter por el Hijo, era algo muy diferente. Sin embargo, el Hijo le había revelado, y, tanto por Sus palabras como por Sus obras, había manifestado al Padre y Sus perfecciones.

 

[59] Escogiéndolos y poniéndolos aparte para gozar juntos de esta relación con Él fuera del mundo, Él los había puesto en una posición de la cual el amor mutuo era la consecuencia natural; y, de hecho, el sentido de esta posición y el amor van juntos.

 

Criaturas caídas en presencia de misericordia y gracia

demostrando que preferían el pecado antes que a Dios;

el Padre y el Hijo vistos y odiados

 

Si Cristo no hubiera venido y les hubiera hablado, Dios no habría tenido que reprocharles ningún pecado. Ellos todavía podían continuar interminablemente, incluso si lo hacían en un estado no purgado, sin ninguna prueba (aunque había suficiente pecado y trasgresión como hombres y como un pueblo bajo la ley) de que ellos no aceptarían a Dios - de que no regresarían cuando se les llamase por misericordia. El fruto de una naturaleza caída estaba allí, sin duda, pero no así la prueba de que esta naturaleza prefería el pecado antes que a Dios, cuando Dios estaba allí en misericordia no imputándoles esto. La gracia estaba tratando con ellos, no imputándoles pecado. La misericordia los había estado tratando como caídos, no como criaturas voluntariosas. Dios no tomaba el terreno de la ley, el cual imputa, o el del  juicio, sino el de la gracia en la revelación del Padre por medio del Hijo. Las palabras y las obras del Hijo revelando al Padre en gracia, rechazado, los dejó sin esperanza (comparar con cap. 16:9). De otro modo la verdadera condición de ellos no hubiera sido sometida enteramente a prueba, Dios habría tenido aún medios para utilizarlos; Él amaba demasiado a Israel para condenarlos mientras hubiera uno que no fuese probado.

Si el Señor no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre había hecho, ellos podrían haber permanecido como estaban, podrían haber rechazado creer en Él, y no habrían sido culpables ante Dios. Ellos habrían sido aún el objeto de la paciencia de Jehová; pero, de hecho, habían visto y habían aborrecido tanto al Hijo como al Padre. El Padre había sido manifestado plenamente en el Hijo - en Jesús; y si cuando Dios fue manifestado plenamente, y en gracia, ellos le rechazaron, ¿qué podía hacerse si no dejarlos en el pecado, lejos de Dios? Si Él hubiese sido manifestado sólo en parte, ellos habrían tenido una excusa; podrían haber dicho: '¡Ah! si nos hubiera mostrado gracia, si le hubiéramos conocido como Él es, no le habríamos rechazado.' Ellos no podían decir esto ahora. Habían visto al Padre y al Hijo en Jesús. ¡Lamentable! ellos habían visto y habían aborrecido. [60]

Pero esto fue sólo la consumación de aquello que fue predicho acerca de ellos en su ley. En cuanto al testimonio que el pueblo dio de Dios, y de un Mesías recibido por ellos, todo había terminado. Le habían aborrecido sin una causa.

 

[60] Observen, hay aquí otra vez una referencia a Su Palabra y Sus obras.

 

El Espíritu Santo prometido: nuevo testimonio

del Hijo de Dios a ser rendido

 

El Señor se refiere ahora al asunto del Espíritu Santo que vendría a mantener Su gloria, la cual el pueblo había derribado a tierra. Los Judíos no habían conocido al Padre manifestado en el Hijo; el Espíritu Santo vendría ahora del Padre para dar testimonio del Hijo. El Hijo le enviaría del Padre. En el capítulo 14, el Padre le envía en el nombre de Jesús para la relación personal de los discípulos con Jesús. Aquí Jesús, ascendido a lo alto, le envía a Él, el testigo de Su gloria exaltada, desde Su lugar celestial. Éste era el nuevo testimonio, y tenía que rendirse de Jesús, el Hijo de Dios, ascendido al cielo. Los discípulos también darían testimonio de Él, porque habían estado con Él desde el principio. Tenían que testificar con la ayuda del Espíritu Santo, como testigos oculares de Su vida en la tierra, de la manifestación del Padre en Él. El Espíritu Santo, enviado por Él, era el testigo de Su gloria con el Padre, desde donde Él había venido.

 

La posición de los discípulos después de la partida de Cristo

 

Así en Cristo, la vid verdadera, tenemos a los discípulos, a los pámpanos, ya limpios, estando Cristo presente todavía en la tierra. Después de Su partida, ellos tenían que mantener esta relación

práctica. Debían estar en relaciones con Él, así como Él, aquí abajo, lo había estado con el Padre. Y ellos tenían que ser unos con otros como Él había sido con ellos. Su posición era fuera del mundo. Ahora, los Judíos aborrecieron tanto al Hijo como al Padre; el Espíritu Santo daría testimonio del Hijo con el Padre, y en el Padre; y los discípulos testificarían también de aquello que Él había sido en la tierra. El Espíritu Santo, y, en cierto sentido, los discípulos, toman el lugar de Jesús, así como el de la antigua vid, en la tierra.

 

La presencia y el testimonio del Espíritu Santo en la tierra

 

La presencia y el testimonio del Espíritu Santo en la tierra son ahora descritos.

Es bueno notar la conexión de los asuntos en los pasajes que estamos considerando. En el capítulo 14 tenemos a la Persona del Hijo revelando al Padre, y al Espíritu Santo dando el conocimiento del Hijo estando en el Padre, y de los discípulos estando en Jesús en lo alto. Ésta era la condición personal de ambos, de Cristo y de los discípulos, quedando todo unido; sólo que primero el Padre, estando el Hijo aquí abajo, y luego el Espíritu Santo enviado por el Padre. En los capítulos 15, 16, se observan las distintas dispensaciones - Cristo, la Vid verdadera en la tierra, y luego el Consolador venido a la tierra,  enviado por el Cristo exaltado. En el capítulo 14 Cristo ruega al Padre, el cual envía el Espíritu en el nombre de Cristo. En el capítulo 15 Cristo exaltado envía el Espíritu desde el Padre ("el cual procede del Padre"), un testigo de Su exaltación, como los discípulos, guiados por el Espíritu, lo fueron de Su vida de humillación, pero como Hijo en la tierra.

 

El Espíritu enviado por el Padre en el nombre de Cristo

como un Consolador permanente después de la

partida del Señor

 

Sin embargo, hay un progreso así como una conexión. En el capítulo 14, el Señor, aunque dejando la tierra, habla en relación con aquello que Él era sobre la tierra. Es (no Cristo mismo) el Padre quien envía al Espíritu Santo a petición Suya. Él va de la tierra al cielo, por ellos, como Mediador. Él rogaría al Padre, y el Padre les daría otro Consolador, quien continuaría con ellos, no dejándoles como Él lo estaba haciendo. Al depender de Él la relación de ellos con el Padre, sería creyendo en Él que les sería enviado el Espíritu - no al mundo - no a los Judíos, como tales. Esto sería hecho en Su nombre. Además, el Espíritu Santo mismo les enseñaría y les traería a la memoria los mandamientos de Jesús - todo lo que Él les había dicho. El capítulo 14 da toda la posición que resultó de la manifestación [61] del Hijo, y aquella del Padre en Él, y desde Su partida (es decir, su resultado con respecto a los discípulos).

 

[61] Observen aquí el progreso práctico, con respecto a la vida, de este asunto que tiene el más profundo interés, en 1 Juan 1 y 2. La vida eterna que estaba con el Padre había sido manifestada (pues en Él, en el Hijo, estaba la vida, Él era también la Palabra de vida, y Dios era luz. Comparen con Juan 1). Ellos tenían que guardar Sus mandamientos (cap. 2: 3-5). Era un antiguo mandamiento que ellos habían tenido desde el principio - es decir, de Jesús en la tierra, de Aquel que tocaron con sus manos. Pero ahora este mandamiento era verdadero en Él y en ellos: es decir, esta vida de amor (de la cual estos mandamientos eran la expresión), así como aquella de justicia reproducida en ellos, en virtud de su unión con Él, por medio del Espíritu Santo, según Juan 14:20. Ellos también permanecían en Jesús (1 Juan 2:6). En Juan 1 hallamos al Hijo que está en el seno del Padre, quien le da a conocer. Él le revela así como Él le ha conocido - como aquello que el Padre era en Sí mismo. Y Él ha traído este amor (del cual Él era el objeto) al seno mismo de la humanidad, y lo colocó en el corazón de Sus discípulos (ver cap. 17:26); y esto se conoce ahora en perfección por medio de Dios habitando en nosotros, y siendo Su amor perfecto en nosotros, mientras permanecemos en el amor fraternal (1 Juan 4:12; comparar con Juan 1:18). La manifestación de haber sido amados así consistirá en nuestra aparición en la misma gloria que Cristo (cap. 17: 22, 23). Cristo manifiesta este amor viniendo del Padre. Sus mandamientos nos lo enseñan; la vida que tenemos en él lo reproduce. Sus preceptos dan forma a esta vida, y la guían a través de los modos de la carne y de las tentaciones en medio de las cuales Él, sin pecado, vivió por mediante esta vida. El Espíritu Santo es su fuerza,  siendo el vínculo poderoso y vivo con Él, y Aquel por quien estamos conscientemente en Él, y Él en nosotros. (Unión, como la del cuerpo a la Cabeza, es otra cosa, la cual nunca es el asunto de la enseñanza de Juan). De su plenitud recibimos gracia sobre gracia. Por lo tanto, se trata de que deberíamos andar como Él anduvo (no ser lo que Él fue); pues no deberíamos caminar en la carne, aunque está en nosotros y no estaba en Él.

 

El Espíritu va ser enviado también por Cristo

desde el cielo, un testimonio de Su exaltación

 

Ahora, en el capítulo 15 Él había agotado el asunto de los mandamientos en conexión con la vida manifestada en Él aquí abajo; y al cierre de este capítulo Él se considera como ascendido, y añade: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre." Él viene, ciertamente, del Padre; pues nuestra relación es, y debería ser, inmediata con Él. Es allí donde Cristo nos ha situado. Pero en este versículo no es el Padre quien envía el Espíritu a petición de Jesús, y en nombre de Él. Cristo ha tomado Su lugar en la gloria como Hijo del Hombre, y esto conforme a los frutos gloriosos de Su obra, y Él envía el Espíritu Santo. Consecuentemente, Él da testimonio de aquello que Cristo es en el cielo. Sin duda que Él nos hace percibir aquello que Jesús fue aquí abajo, donde en gracia infinita Él manifestó al Padre, y lo percibimos mucho mejor de lo que lo percibieron ellos, quienes estuvieron con Él durante Su estancia en la tierra. Pero esto es en el capítulo 14. No obstante, el Espíritu Santo es enviado por Cristo desde el cielo, y Él nos revela al Hijo, a quien conocemos ahora como habiendo manifestado (aunque como hombre y en medio de hombres pecadores) perfecta y divinamente al Padre. Conocemos, repito, al Hijo, con el Padre, y en el Padre. Es desde allí que Él nos ha enviado el Espíritu Santo.

 

Capítulo 16

 

El Espíritu Santo contemplado como estando ya aquí;

sufrimientos y gozo predichos

 

En este capítulo, se da un paso más allá en la revelación de esta gracia. El Espíritu Santo es contemplado como estando ya aquí abajo.

En este capítulo el Señor da a conocer que Él ha presentado toda Su enseñanza con respecto a Su partida; los sufrimientos de ellos en el mundo por mantener Su lugar; el gozo de ellos, estando en la misma relación con Él como aquella en la que Él había estado con Su Padre mientras estuvo en la tierra; su conocimiento del hecho de que Él estaba en el Padre, y ellos en Él, y Él en ellos; el don del Espíritu Santo, a fin de prepararlos para todo lo que sucedería cuando Él no estuviese, para que no tuvieran tropiezo. Pues ellos serían expulsados de las sinagogas, y aquel que los matase pensaría que estaba sirviendo a Dios. Éste sería el caso de aquellos que, descansando es sus viejas doctrinas como una forma, y rechazando la luz, utilizarían solamente la forma de la verdad con la cual darían crédito a la carne como estando conformada para resistir la luz la cual, según el Espíritu, juzgaría la carne. Ellos harían esto porque no conocían ni al Padre ni a Jesús, el Hijo del Padre. Es la verdad nueva la que prueba al alma y la fe. La antigua verdad, recibida generalmente y por la que se distingue un cuerpo de gente de aquellos que los rodean, puede ser un motivo de orgullo para la carne, incluso donde se trata de la verdad, como fue el caso con los Judíos. Pero la verdad nueva es un asunto de fe en su origen: no  existe el apoyo de un cuerpo acreditado por esta verdad, sino la cruz de hostilidad y aislamiento. Ellos pensaban que servían a Dios. No conocieron al Padre y al Hijo.

 

Dolor natural ante la partida del Señor; la ganancia de la fe

 

La naturaleza se ocupa de aquello que es pérdida. La fe mira al futuro al que nos lleva Dios. ¡Precioso pensamiento! La naturaleza actuaba en los discípulos: ellos amaban a Jesús; se lamentaban ante Su partida. Podemos entender esto. Pero la fe no se habría detenido aquí. Si hubieran aprehendido la gloria esencial de la Persona de Jesús, si el afecto de ellos, animado por la fe, hubiera pensado en Él y no en ellos mismos, habrían preguntado: "¿A dónde vas?". Sin embargo, Aquel que pensaba en ellos les asegura que incluso perderle a Él sería ganancia para ellos. ¡Fruto glorioso de los modos de Dios! Su ganancia sería en esto, que el Consolador estaría aquí en la tierra con ellos y en ellos. Aquí, observen, Jesús no habla del Padre. Se trataba del Consolador aquí abajo en Su lugar, para mantener el testimonio de Su amor por los discípulos, y Su relación con ellos. Cristo se iba: pues si Él no se iba, el Consolador no vendría; pero si partía, Él lo enviaría. Cuando Él hubiera venido, actuaría demostrando la verdad con respecto al mundo que rechazó a Cristo y que persiguió a Sus discípulos; y actuaría para bendición de estos últimos.

 

 

 

 

El testimonio del Consolador al mundo:

su pecado al rechazar a Cristo

 

Con respecto al mundo, el Consolador tenía un solo asunto de testimonio, a fin de demostrar el pecado del mundo. El mundo no había creído en Jesús - en el Hijo. Sin duda había pecado de toda clase, y, a  decir verdad, no había nada más que pecado - pecado que merecía juicio; y en la obra de la conversión, Él hace que el alma se dé cuenta de estos pecados. Pero el rechazo de Cristo colocó al mundo entero bajo un juicio común. Sin duda cada uno responderá por sus pecados; y el Espíritu Santo me hace sentirlos. Pero, como sistema responsable para con Dios, el mundo había rechazado a Su Hijo. Este era el terreno sobre el cual Dios trataba con el mundo ahora; esto es lo que hacía manifiesto el corazón del hombre. Era la demostración de que, habiendo sido Dios plenamente manifestado en amor tal como Él era, el hombre no le recibiría. Él vino, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados; pero ellos le rechazaron. La presencia de Jesús no era la del Hijo de Dios manifestado en Su gloria, ante la cual el hombre retrocedería temeroso, aunque no pudiese escapar; se trataba de lo que Él era moralmente, en Su naturaleza, en Su carácter. El hombre le odiaba: todo testimonio para traer al hombre a Dios fue inútil. Cuanto más claro era el testimonio, más el hombre se alejaba de él y se le oponía. La demostración del pecado del mundo era que éste había rechazado a Cristo. Terrible testimonio, ¡que Dios en bondad excitara el aborrecimiento porque Él era perfecto, y perfectamente bueno! Tal es el hombre. El testimonio del Espíritu Santo al mundo, como antiguamente el de Dios a Caín, sería, ¿Dónde está mi Hijo? No era que el hombre fuera culpable; lo era cuando Cristo vino, sino que estaba perdido, el árbol era malo [62].

 

[62] El hombre es juzgado por lo que ha hecho; está perdido por lo que él es.

 

El convencimiento de justicia:

Cristo a la diestra de Dios

 

Pero este era el camino de Dios hacia algo totalmente diferente - el convencimiento de justicia, en que Cristo fue a Su Padre, y que el mundo no le vio más. Fue el resultado del rechazo de Cristo. Justicia humana no había ninguna. El pecado del hombre fue probado por el rechazo de Cristo. La cruz fue realmente el juicio ejecutado sobre el pecado. Y en ese sentido, fue justicia; pero en este mundo fue el único Justo condenado por el hombre y abandonado por Dios; no fue la manifestación de justicia. Fue  una separación final judicial entre el hombre y Dios (ver capítulos 11 y 12:31). Si Cristo hubiera sido librado allí, y hubiese llegado a ser Rey de Israel, esto no habría sido una consecuencia adecuada al hecho de que Él hubiera glorificado a Dios. Al haber glorificado a Dios Su Padre, Él se iba a sentar a Su  diestra, a la diestra de la Majestad en las alturas, para ser glorificado en Dios mismo, para sentarse en el trono del Padre. Establecerle allí fue justicia divina (ver capítulos 13: 31-32; 17: 1, 4-5). Esta misma justicia privó al mundo, dicho de esta forma, de Jesús para siempre. El hombre no le vio más. La justicia a favor de los hombres estaba en Cristo a la diestra de Dios - en juicio en cuanto al  mundo, en ello el mundo le había perdido sin esperanza y para siempre.

 

Satanás, el príncipe de este mundo, juzgado

 

Además, se había demostrado que Satanás era el príncipe de este mundo conduciendo a todos los hombres contra el Señor Jesús. Para cumplir los propósitos de Dios en gracia, Jesús no resiste. Él se entrega a la muerte. Aquel que tenía el imperio de la muerte se dedicó enteramente. En su deseo de arruinar al hombre, tuvo que arriesgar todo en esta empresa contra el Príncipe de la Vida. Fue capaz de asociar al mundo entero con él en esto, Judío y Gentil, sacerdotes y pueblo, gobernantes, soldados y súbditos. El mundo estaba allí, encabezado por su príncipe, en ese día solemne. El enemigo había puesto todo en juego, y el mundo estaba con él. Pero Cristo resucitó, ascendió a Su Padre, y ha enviado el Espíritu Santo. Se demuestra que todos los motivos que gobiernan al mundo, y el poder por el cual Satanás mantuvo cautivos a los hombres, son de él; él es juzgado. El poder del Espíritu Santo es el testimonio de esto, y supera todos los poderes del enemigo. El mundo aún no es juzgado, es decir, el  juicio aún no se ha ejecutado - lo será de otra manera; pero es moralmente, su príncipe es juzgado. Todos sus motivos, religiosos y profanos, lo han llevado a rechazar a Cristo, colocándolo bajo el poder de Satanás. Es en ese carácter que él ha sido juzgado, pues condujo al mundo contra Aquel que manifestó ser el Hijo de Dios por la presencia del Espíritu Santo, después de que Él quebrantara el  poder de Satanás en la muerte.

 

La presencia del Espíritu Santo aquí es la prueba

del rechazo del mundo al Hijo de Dios

 

Todo esto tuvo lugar por medio de la presencia del Espíritu Santo en la tierra, enviado por Cristo. Su sola presencia era la demostración de estas tres cosas. Pues, si el Espíritu Santo estaba allí, era porque el mundo había rechazado al Hijo de Dios. La justicia fue evidenciada al estar Jesús a la diestra de Dios, de lo cual la presencia del Espíritu Santo era la prueba, así como en el hecho de que el mundo le había perdido. Ahora, el mundo que le había rechazado no fue exteriormente juzgado, pero, habiéndolo conducido Satanás a rechazar al Hijo, la presencia del Espíritu Santo probó que Jesús había destruido el poder de la muerte; que aquel que había poseído ese poder fue juzgado de esta manera; que él demostró ser el enemigo de Aquel a quien el Padre reconoció; que su poder ya no existía, y que la victoria pertenecía al Postrer Adán, cuando todo el poder de Satanás combatió contra la debilidad humana de Aquel que en amor cedió ante este poder. Pero Satanás, así juzgado, era el príncipe de este mundo.

 

La obra del Espíritu Santo en y para los discípulos

 

La presencia del Espíritu Santo sería la demostración, no de los derechos de Cristo como Mesías, ciertos como eran, sino de aquellas verdades que se referían al hombre - al mundo, en el cual Israel se hallaba ahora perdido, habiendo rechazado las promesas, aunque Dios guardaría a la nación para Sí mismo. Pero el Espíritu Santo estaba haciendo algo más que demostrar la condición del mundo. Él llevaría a cabo una obra en los discípulos; los guiaría a toda la verdad, y les mostraría las cosas que habrían de venir; pues Jesús tenía muchas cosas que decirles que todavía no eran capaces de sobrellevar. Cuando el Espíritu Santo estuviera en ellos, Él sería su fortaleza así como su maestro; y sería un estado de cosas completamente diferente para los discípulos. Aquí Él es considerado como estando presente en la tierra en lugar de Jesús, y morando en los discípulos, no como un espíritu individual hablando desde Él, sino como dijo Jesús: "Según oigo, así juzgo", con un juicio perfectamente divino y celestial: de este modo el Espíritu Santo, actuando en los discípulos, hablaría aquello que venía de arriba, y del futuro, conforme al conocimiento divino. Sería del cielo y del futuro aquello de lo que Él hablaría, comunicando  lo que era celestial desde arriba, y revelando acontecimientos que vendrían en la tierra, siendo testigos lo uno y lo otro de que era un conocimiento que pertenecía a Dios. ¡Qué bendito poseer aquello que Él tiene para dar!

 

El Espíritu Santo tomando en lugar de Cristo aquí

 

Pero además, Él toma aquí el lugar de Cristo. Jesús había glorificado al Padre en la tierra. El Espíritu Santo glorificaría a Jesús, con referencia a la gloria que pertenecía a Su Persona y a Su posición. Aquí Él no habla directamente de la gloria del Padre. Los discípulos habían visto la gloria de la vida de Cristo en la tierra; el Espíritu Santo les develaría Su gloria en aquello que le pertenecía como glorificado con el Padre - aquello que era Suyo.

Ellos aprenderían "en parte." Ésta es la medida del hombre cuando se trata de las cosas de Dios, pero su alcance es declarado por el Señor mismo: "Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber."

 

El nombre y la gloria de Cristo;

Su posición en virtud de Su obra como Hijo del Hombre;

Sus derechos como Hijo del Padre

 

Así tenemos el don del Espíritu Santo presentado de diversos modos en conexión con Cristo. En dependencia de Su Padre, y representando a los discípulos como habiéndose ido a lo alto separado de ellos, Él se dirige al Padre, en nombre de ellos; Él ruega al Padre que envíe el Espíritu Santo (cap. 14:16). Más adelante, hallamos que Su nombre es todopoderoso. Toda bendición del Padre viene en Su nombre. Es debido a Él, y conforme a la eficacia de Su nombre, de todo lo que en Él es aceptable al  Padre, que el bien viene a nosotros. Así, el Padre enviará al Espíritu Santo en Su nombre (cap. 14:26). Y siendo glorificado Cristo en lo alto, y habiendo tomado Su lugar con Su Padre, Él envía el Espíritu Santo (cap. 15:26) del Padre, como procediendo de Él. Finalmente, el Espíritu Santo está presente aquí  en este mundo, en y con los discípulos, y Él glorifica a Jesús, y toma de lo Suyo y lo revela a los Suyos (cap. 16: 13-15). Aquí, toda la gloria de la Persona de Cristo es expuesta, así como los derechos pertenecientes a la posición que Él ha tomado. "Todo lo que tiene el Padre" es de Él. Ha tomado Su posición conforme a los consejos eternos de Dios, en virtud de Su obra como Hijo del Hombre. Pero si Él ha entrado en posesión de esto en este carácter, todo lo que posee en éste es Suyo, como un Hijo a quien (siendo uno con el Padre) pertenece todo lo que el Padre tiene.

 

La partida venidera del Señor a Su Padre;

los discípulos estimulados a acercarse al Padre

 

Allí Él debía permanecer oculto por un tiempo: los discípulos le verían después, pues se trataba sólo de la consumación de los caminos de Dios; no se trataba de estar, por así decirlo, perdido mediante la muerte. Él iba a Su Padre. Sobre este punto, los discípulos no entendieron nada. El Señor desarrolla el hecho y sus consecuencias, sin mostrarles aún toda la importancia de lo que Él decía. Él lo plantea en el aspecto humano e histórico. El mundo se regocijaría de haberse deshecho de Él. ¡Gozo miserable! Los discípulos lamentarían, aunque fuera también la fuente misma de gozo para ellos; pero su tristeza se convertiría en gozo. Como testimonio, esto tuvo lugar cuando Él se mostró a ellos después de Su resurrección; se cumplirá totalmente cuando Él regresará para recibirlos a Sí mismo. Pero cuando ellos le hubieran visto otra vez, comprenderían la relación en que Él los había situado con Su Padre, ellos la gozarían por el Espíritu Santo. No sería como si ellos no pudieran acercarse al Padre, mientras Cristo sí podía hacerlo (como dijo Marta: "sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará." - Juan 11:22). Ellos podrían ir directamente al Padre, quien los amaba, porque habían creído en Jesús, y le habían recibido cuando Él se había humillado en este mundo de pecado (en principio es siempre así); y pidiendo lo que ellos quisieran en Su nombre lo recibirían, a fin de que su gozo pudiera ser cumplido en la conciencia de la bendita posición del favor infalible al que eran llevados, y del valor de todo aquello que poseían en Cristo.

 

La comprensión limitada de los discípulos de

lo que el Señor quería dar a entender

 

No obstante, el Señor ya les declara la base de la verdad - Él salió del Padre, Él iba al Padre. Los discípulos creen entender aquello que les había hablado sin parábolas. Ellos creyeron que Él había adivinado su pensamiento, pues no se lo habían expresado. Sin embargo, ellos no se elevaron a la altura de lo que Él dijo. Les había dicho que habían creído que Él había salido "de Dios." Esto ellos lo entendieron; y aquello que había sucedido los había confirmado en esta fe, y declaran su convicción con respecto a esta verdad; pero no entran en el pensamiento de 'salir del Padre', y en el de 'ir al  Padre.' Presumían de estar en la luz; pero no habían comprendido nada que los elevara sobre el efecto del rechazo de Cristo, lo cual habría sido hecho por la creencia en que Él salió del Padre y que Él iba al Padre (Juan 16:28). Por lo tanto, Jesús les declara que Su muerte los esparciría, y que ellos le abandonarían. Su Padre estaría con Él; no estaría solo. No obstante, les había explicado todas estas cosas a fin de que tuvieran paz en Él. En el mundo que le rechazó, tendrían aflicción; pero Él había vencido al mundo, ellos podían confiar.

 

Capítulo 17

 

La oración intercesora del Señor

 

Esto concluye la conversación de Jesús con Sus discípulos en la tierra. En el siguiente capítulo, Él se dirige a Su Padre tomando Su propio lugar al partir, y dándoles a Sus discípulos el lugar de ellos (es decir, el Suyo propio), con respecto al Padre y al mundo, después de que Él se hubiera ido para ser glorificado con el Padre. Todo el capítulo está dedicado esencialmente a poner a los discípulos en Su propio lugar, después de establecer el terreno para ello en Su propia glorificación y obra. Se trata, salvo los últimos versículos, de Su lugar en la tierra. Tal como Él estaba divinamente en el cielo, y así mostró un carácter celestial divino en la tierra, del mismo modo ellos (habiendo sido Él glorificado como hombre en el cielo), unidos con Él, tenían que manifestar lo mismo a su turno. De ahí que tenemos primero el lugar que Él toma personalmente, y la obra que les da derecho a ellos para estar en este lugar.

 

Bosquejo y divisiones del capítulo 17

 

El capítulo 17 está dividido de la siguiente manera: los versículos 1-5 se refieren a Cristo, a la toma de Su posición en la gloria, a Su obra, y a esa gloria perteneciente a Su Persona, y al resultado de Su  obra. Los versículos 1-3 presentan Su nueva posición en dos aspectos: "Glorifica a tu Hijo" - poder sobre toda carne, para la vida eterna para aquellos dados a Él; los versículos 4-5, Su obra y sus resultados. En los versículos 6-13, Él habla de Sus discípulos puestos en esta relación con el Padre por Su revelación de Su nombre a ellos, y luego habla del haberles dado las palabras que Él mismo había recibido, para que pudieran gozar toda la bendición plena de esta relación. Él ruega también por ellos, para que fueran uno como Él y el Padre lo eran. En los versículos 14-21 hallamos su consecuente relación con el mundo; en los versículos 20-21, Él introduce en el gozo de esta bendición a aquellos que iban a creer por medio de ellos. Los versículos 22-26 dan a conocer el resultado para ellos, tanto futuro como presente: la posesión de la gloria que Cristo había recibido del Padre - estar con Él, gozando la visión de Su gloria - para que el amor del Padre estuviera con ellos aquí abajo, igual que Cristo había sido su objeto - y que Cristo estuviera en ellos. Solamente los últimos tres versículos toman a los discípulos al cielo como una verdad suplementaria.

Éste es un breve resumen de este maravilloso capítulo, en el cual somos admitidos, no al discurso de Cristo con el hombre, sino a oír los deseos de Su corazón, cuando Él los derrama delante de Su Padre para la bendición de aquellos que son Suyos. Maravillosa gracia que nos permite oír estos deseos, y comprender todos los privilegios que emanan de los Suyos preocupándose así por nosotros, del hecho de ser nosotros el objeto de la comunicación entre el Padre y el Hijo, del común amor de ellos hacia nosotros, cuando Cristo expresa Sus propios deseos - aquello que Él tiene en sus más profundos sentimientos, y que Él presenta al Padre ¡como Sus propios deseos personales!

Algunas explicaciones pueden ayudarnos a comprender el significado de ciertos pasajes en este maravilloso y precioso capítulo. ¡Que el Espíritu de Dios nos ayude!

 

La nueva posición de Cristo en la gloria;

potestad sobre toda carne y el don de vida eterna

a aquellos dados por Él

 

El Señor, cuyas miradas de amor habían estado dirigidas hasta entonces hacia Sus discípulos en la tierra, levanta ahora sus ojos al cielo al dirigirse al Padre. Había llegado la hora de glorificar al Hijo, a fin de que desde esa gloria Él pudiese glorificar al Padre. Esta es, generalmente hablando, la nueva posición. Su carrera aquí había terminado, y Él tuvo que ascender a lo alto. Había dos cosas relacionadas con esto - la potestad sobre toda carne, y el don de la vida eterna para tantas almas como el Padre le había dado. "Cristo es la cabeza de todo varón." (1 Corintios 11:3). Aquellos que el Padre le ha dado reciben vida eterna de Aquel que había subido a lo alto. La vida eterna era el conocimiento del Padre, el único Dios verdadero, y de Jesucristo, a quien Él había enviado. El conocimiento del Omnipotente daba seguridad al peregrino de la fe; el conocimiento de Jehová daba la certidumbre del cumplimiento de las promesas de Dios para Israel; el conocimiento del Padre, quien envió al Hijo, a Jesucristo (el  Hombre ungido y el Salvador), quien era esa vida, y de este modo recibido como algo presente (1 Juan 1: 1-4), era la vida eterna. El verdadero conocimiento aquí no era la protección exterior o la esperanza futura, sino la comunicación, en vida, de la comunión con el Ser conocido así en al alma - de la comunión con Dios plenamente conocido como el Padre y el Hijo. Aquí no es la divinidad de Su Persona la que está delante de nosotros en Cristo, aunque sólo una Persona divina podía estar en un lugar tal y hablar así, sino que se trata del lugar que Él había tomado al cumplir los consejos de Dios. Lo que se dice de Jesús en este capítulo podía decirse solamente de Uno que es Dios; pero el punto tratado es el de Su lugar en los consejos de Dios, y no la revelación de Su naturaleza. Él recibe todo de Su Padre - es enviado por Él, Su Padre le glorifica [63].

 

[63] Cuanto más examinemos el Evangelio de Juan, tanto más veremos a Uno que habla y actúa como solamente una Persona divina - uno con el Padre - podía hacer, pero, con todo, siempre como Uno que había tomado el lugar de un siervo, y que no toma nada para Él, sino que recibe todo de Su Padre. "Yo te he glorificado": "Ahora...glorifícame tú." ¡Qué lenguaje de igualdad de  naturaleza y amor! pero Él no dice, Y ahora yo me glorificaré. Ha tomado el lugar de hombre para recibir todo, aunque fuera una gloria que Él tenía con el Padre antes de que el mundo fuese. Esto es de una belleza exquisita. Añado que fue con esto que el enemigo intentó seducirle, en vano, en el desierto.

 

Vemos la misma verdad de la comunicación de la vida eterna en relación con Su divina naturaleza y Su unidad con el Padre en 1 Juan 5:20. Aquí, Él cumple la voluntad del Padre, y es dependiente de Él en el lugar que ha tomado, y que va a tomar, incluso en la gloria, por muy gloriosa que Su naturaleza  pueda ser. Así, también, en el capítulo 5 de nuestro Evangelio, Él da vida a quien quiere; aquí son aquellos que el Padre le ha dado. Y la vida que Él da está comprendida en el conocimiento del Padre, y de Jesucristo, a quien Él ha enviado.

 

La obra de Cristo y sus resultados

 

Él da a conocer ahora las condiciones bajo las cuales Él toma este lugar en lo alto. Él había glorificado perfectamente al Padre en la tierra. Nada que manifestara a Dios el Padre había estado faltando, cualquiera que hubiese sido la dificultad; la contradicción de pecadores no fue sino una ocasión de hacerlo así. Esto mismo tornó infinito el dolor. Sin embargo, Jesús había realizado esa gloria en la tierra enfrentándose a toda esa oposición. Su gloria con el Padre en el cielo no era sino la justa consecuencia - la consecuencia necesaria, en mera justicia. Además, Jesús había tenido esta gloria con Su Padre antes de que el mundo fuese. Su obra y Su Persona por igual le daban derecho a ella. El Padre glorificado en la tierra por el Hijo: el Hijo glorificado con el Padre en lo alto: tal es la revelación contenida en estos versículos - un derecho, procedente de Su Persona como Hijo, pero a una gloria en la que Él entró como hombre, como consecuencia de haber, como tal, glorificado perfectamente a Su Padre en la tierra. He aquí los versículos que se relacionan con Cristo. Esto, además, ofrece la relación en la que Él entra en este nuevo lugar como hombre, Su Hijo, y la obra mediante la cual lo hace en justicia, y nos da así un título, y el carácter en el cual nosotros tenemos un lugar allí.

 

Los discípulos del Señor en relación con el Padre

por medio de la revelación de Su nombre y Su Palabra

 

Él habla ahora de los discípulos; de cómo entraron en su peculiar lugar en relación con esta posición de Jesús - en esta relación con Su Padre. Él había dado a conocer el nombre del Padre a aquellos que el Padre le había del mundo. Ellos pertenecían al Padre, y el Padre los había dado a Jesús. Ellos habían guardado la Palabra del Padre. Fue fe en la revelación que el Hijo había hecho del Padre. Las palabras de los profetas eran verdaderas. Los fieles las disfrutaron: éstas sostuvieron su fe. Pero la Palabra del Padre, por medio de Jesús, reveló al Padre mismo, en Aquel a quien el Padre había enviado, y puso a los que la recibieron en el lugar de amor, el cual era el lugar de Cristo; y conocer al Padre y al Hijo era la vida eterna. Esto era algo bastante diferente de las esperanzas relacionadas con el Mesías o con lo que Jehová le había dado. Es de este modo, también, que los discípulos son presentados al Padre; no como recibiendo a Cristo en el carácter de Mesías y honrándole poseyendo Su poder por ese título. Ellos habían conocido que todo lo que Jesús tenía era del Padre. Él era entonces el Hijo; Su relación con el Padre era reconocida. Tardos para comprender como eran, el Señor los reconoce conforme a Su apreciación de la fe de ellos, de acuerdo al objeto de esa fe, conocida para Él, y no conforme a su inteligencia. ¡Preciosa verdad! (comparen con capítulo 14:7)

Ellos reconocieron a Jesús, entonces, recibiendo todo del Padre, no como Mesías de Jehová; porque Jesús les había dado todas las palabras que el Padre le había dado a Él. De este modo, Él los había traído en sus propias almas a la conciencia de la relación entre el Hijo y el Padre, y a la plena comunión, según las comunicaciones del Padre al Hijo en esa relación. Él habla de la posición de ellos mediante la fe - no de su comprensión de esta posición. De esta manera, ellos reconocieron que Jesús vino del Padre, y que vino con la autoridad del Padre - el Padre le había enviado. Fue desde allí que Él vino, y vino provisto de la autoridad de una misión dada por el Padre. Ésta era la posición de ellos por la fe.

 

La oración del Señor por los discípulos

como distinguidos del mundo

 

Y ahora - estando ya los discípulos en esta posición - Él los pone, conforme a Sus pensamientos y a Sus  deseos, delante del Padre en oración. Él ruega por ellos, distinguiéndolos completamente del mundo. Vendría el momento cuando (según el Salmo 2) Él pediría al Padre con referencia al mundo; Él no lo estaba haciendo así ahora, sino que rogaba por aquellos que estaban fuera del mundo, por los que el Padre le había dado. Pues ellos eran del Padre. Porque todo lo que es del Padre, está en esencial oposición al mundo (comparen con 1 Juan 2:16).

 

Los motivos de la petición del Señor

 

El Señor presenta al Padre dos motivos para Su petición: primero, que ellos eran del Padre, de modo que el Padre, para Su propia gloria, y a causa de Su afecto por aquello que le pertenecía, los guardara; segundo, que Jesús fue glorificado en ellos, de modo que si Jesús era el objeto del afecto del Padre, por esa razón debería el Padre guardarlos también. Además, los intereses del Padre y del Hijo no podían separarse. Si ellos eran del Padre, eran, de hecho, del Hijo; y ello no era más que un ejemplo de esta verdad universal - todo lo que era del Hijo era del Padre, y todo lo que era del Padre era del Hijo. ¡Qué lugar para nosotros! ser el objeto de este afecto mutuo, de estos intereses comunes e inseparables del Padre y del Hijo. Éste es el gran principio - el gran fundamento de la oración de Cristo. Él rogó al Padre por Sus discípulos, porque pertenecían al Padre. Por consiguiente, Jesús necesariamente tenía que procurar su bendición. El Padre se interesaría minuciosamente en ellos, porque en ellos tenía que ser glorificado el Hijo.

 

Las circunstancias a las que la oración se aplicaba

 

Él entonces presenta las circunstancias a las que la oración se aplicaba. Él ya no estaba en este mundo. Iban a estar privados de Su cuidado personal presente con ellos, pero estarían en este mundo, mientras Él se iba al Padre. Este es el terreno de Su petición con respecto a la posición de ellos. Los pone en relación, por consiguiente, con el Padre Santo - con todo el perfecto amor de un Padre tal - con el Padre de Jesús y el de ellos, manteniendo (era la bendición de ellos) la santidad que Su naturaleza requería,  si iban a estar en relación con Él. Era una protección directa. El Padre guardaría en Su propio nombre a aquellos que Él había dado a Jesús. De esta forma, la relación era directa. Jesús los encomendó a Él, y ello, no sólo porque pertenecieran al Padre, sino porque eran ahora Suyos, investidos de todo el valor que ello les daría a los ojos del Padre.

 

Unidad y su vínculo

 

El objeto de Su solicitud era el de guardarlos en unidad, como el Padre y el Hijo son uno. Solamente un Único Espíritu divino era el vínculo de esa unidad. En este sentido el vínculo era verdaderamente divino. En tanto que estuvieran llenos del Espíritu Santo, ellos tenían una sola mente, un consejo, un propósito. Ésta es la unidad a la que se alude aquí. El Padre y el Hijo eran su único objeto; el cumplimiento de sus consejos y objetivos era su único cometido. Ellos tenían solamente los pensamientos de Dios; porque Dios mismo, el Espíritu Santo, era la fuente de sus pensamientos. Era un solo poder divino y una sola naturaleza divina lo que los unía - el Espíritu Santo. La mente, el propósito, la vida, toda la existencia moral, eran, como consecuencia, una sola cosa. El Señor habla, forzosamente, en la plenitud de Sus propios pensamientos, cuando expresa Sus deseos para ellos. Si se trata de una cuestión de comprenderlos, entonces debemos pensar en el hombre; pero, con todo, en una fortaleza que se perfecciona en la debilidad.

 

La suma de los deseos del Señor - la relación de los

discípulos con el Padre como hijos, santos, bajo Su cuidado

 

Ésta es la suma de los deseos del Señor - hijos, santos, bajo el cuidado del Padre; que sean uno, no por un esfuerzo o por un acuerdo, sino conforme al poder divino. Estando Él allí, los había guardado en el nombre del Padre, fiel para cumplir todo lo que el Padre le había encomendado, y para no perder a ninguno de aquellos que eran de Él. En cuanto a Judas, fue sólo el cumplimiento de la Palabra. La protección de Jesús presente en el mundo ya no podía existir. Pero Él habló estas cosas, estando aún allí, y los discípulos las escuchaban, a fin de que pudieran entender que estaban puestos delante del Padre en la misma posición que Cristo había mantenido, y que podrían hacer que se cumpliese así en ellos, en esta misma relación, el gozo que Cristo había poseído. ¡Qué gracia inefable! Le habían perdido, visiblemente, para encontrarse ellos (por Él y en Él) en la propia relación de Cristo con el Padre, gozando de todo lo que Él gozó en esa comunión aquí abajo, estando en Su lugar en la relación propia de ellos con el Padre. Por lo tanto, Él les había hablado todas las palabras que el Padre le había dado - las comunicaciones de Su amor a Él, al caminar como Hijo en ese lugar aquí abajo; y, en el nombre especial de "Padre Santo", por el cual el Hijo se dirigía a Él desde la tierra, el Padre iba a guardar a aquellos que el Hijo había dejado allí. Así tendrían Su gozo cumplido en ellos mismos.

Ésta era la relación de ellos con el Padre, estando Jesús ausente. Él habla ahora de la relación de ellos con el mundo, como consecuencia de lo anterior.

 

La relación de los discípulos con el mundo;

separados por medio de la Palabra

 

Él les dio la Palabra de Su Padre - no las palabras que les llevaban a la comunión con Él, sino Su Palabra - el testimonio de lo que Él era. Y el mundo los había aborrecido como había aborrecido a Jesús (el testimonio vivo y personal del Padre) y al Padre mismo. Estando así en relación con el Padre, que los había sacado de entre los hombres del mundo, y habiendo recibido la palabra del Padre (y vida eterna en el Hijo en ese conocimiento), ellos no eran del mundo así como Jesús no era del mundo: y por eso el mundo los aborrecía. Sin embargo, el Señor no ruega que fueran quitados de él, sino que el Padre los guardara del mal. Él entra a detallar Sus deseos en este aspecto, fundamentándolos en que ellos no eran del mundo. Repite este pensamiento como la base de su posición aquí abajo. "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo." ¿Qué debían ser ellos entonces? ¿Por cuál norma, por qué modelo, tenían que ser formados? Por la verdad, y la palabra del Padre es verdad. Cristo fue siempre la Palabra (el Verbo), pero la Palabra viva entre los hombres. En las escrituras poseemos esta Palabra, escrita y firme: las Escrituras le revelan, dan testimonio de Él. Así fue que los discípulos tenían que ser separados. "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad." Era esto con lo que debían ser formados en el ámbito personal, por la Palabra del Padre, como Él fue revelado en Jesús.

 

 

Los discípulos son enviados al mundo;

su misión y testimonio

 

La misión de ellos sigue a continuación. Jesús los envía al mundo, como el Padre le había enviado a Él al mundo. Son enviados a él de parte de Cristo: si hubieran sido del mundo, no podían haber sido enviados a él. Pero no era sólo la Palabra del Padre lo que era verdad, ni la comunicación de la Palabra del Padre por medio de Cristo presente con los discípulos (puntos de los cuales desde el versículo 14 hasta ahora Jesús había estado hablando, "Yo les he dado tu palabra."): Él se santificó a Sí mismo. Él se mantuvo separado como un hombre celestial sobre los cielos, un hombre glorificado en la gloria, a fin de que toda verdad pudiera resplandecer en Él, en Su Persona, resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre - siendo manifestado así en Él todo lo que el Padre es; el testimonio de la justicia divina, del amor divino, del poder divino, trastornando totalmente la mentira de Satanás, por la que el hombre había sido engañado y por la que entró la falsedad en el mundo; el modelo perfecto de aquello que el hombre era conforme a los consejos de Dios, y como la expresión de Su poder moralmente y en  gloria - la imagen del Dios invisible, el Hijo, y en gloria. Jesús se apartó, en este lugar, para que los discípulos pudieran ser santificados por la comunicación dada ellos de lo que Él era; pues esta comunicación era la verdad, y los creaba a imagen de lo que revelaba. Así que era la gloria del Padre,  revelada por Él en la tierra, y la gloria a la cual Él había ascendido como hombre; pues este es el resultado completo - la ilustración en gloria de la manera como Él se había apartado para Dios, pero a favor de los Suyos. De este modo, no sólo existen la formación y el gobierno de los pensamientos por la Palabra, separándonos moralmente para Dios, sino que existen también los benditos afectos que fluyen del hecho de que poseemos esta verdad en la Persona de Cristo, estando conectados nuestros corazones con Él en gracia. Esto finaliza la segunda parte de aquello que se refería a los discípulos, en comunión y en testimonio.

 

 

La oración del Señor por los creyentes, no limitada a los doce;

unidad en comunión con el Padre y el Hijo

 

En el versículo 20, Él declara que ruega también por aquellos que creerían en Él por medio de ellos. Aquí el carácter de la unidad difiere un poco de aquella en el versículo 11. Allí, al hablar de los discípulos, Él dice, "para que sean uno, así como nosotros"; porque la unidad del Padre y del Hijo se mostraba en un propósito señalado, un objeto señalado, un amor señalado, una obra señalada, todo señalado. Por lo tanto, los discípulos debían tener esa clase de unidad. Aquí aquellos que creían, puesto que recibían y tomaban parte en aquello que era comunicado, tenían su unidad en el poder de la bendición a la cual eran traídos. Por un Espíritu, en el que estaban forzosamente unidos, tenían un lugar en comunión con el Padre y el Hijo (comparar con 1 Juan 1:3; ¡y cuán similar es el lenguaje del apóstol con el de Cristo!). Así, el Señor pide que sean uno en ellos - el Padre y el Hijo. Éste era el medio para hacer creer al mundo que el Padre había enviado al Hijo, pues aquí estaban aquellos que lo habían creído, quienes, no obstante lo opuestos que sus intereses y hábitos pudiesen ser, no obstante lo fuerte de sus prejuicios, con todo, eran uno (por medio de esta poderosa revelación y de esta obra) en el Padre y el Hijo.

 

Conversación con Su Padre;

la gloria que Él ha dado a Su Hijo

 

Aquí termina Su oración, pero no toda Su conversación con Su Padre. Él nos da (y aquí los testigos y los creyentes están unidos) la gloria que el Padre le había dado. Es la base de otro, un tercer [64] modo  de unidad.

 

[64] Hay tres unidades de las que se habla aquí. En primer lugar, de la de los discípulos, "así como nosotros somos", unidad por el poder del Espíritu en pensamiento, propósito, mente y servicio, haciéndolos el Espíritu a todos uno, con un camino en común, la expresión de Su mente y poder, y no se habla de nada más. Entonces, se habla de aquellos que creerían por medio de ellos,  unidad en comunión con el Padre y el Hijo, "uno en nosotros" - aún por medio del Espíritu Santo pero, pero como traídos a ello, como ya se dijo anteriormente, como en 1 Juan 1:3. Luego se habla de la unidad en gloria, "perfectos en unidad", en manifestación y revelación descendente, el Padre en el Hijo, y el Hijo en todos ellos. La segunda era para que el mundo creyera, la tercera para que el mundo conociera. Las dos primeras se cumplieron literalmente según los términos en que son expresadas. No es necesario decir lo lejos que se han apartado de esta unidad los creyentes desde entonces.

 

Todos participan, es cierto, en gloria, de esta unidad absoluta en pensamiento, objetivo,  propósito señalado, que se encuentran en la unidad del Padre y el Hijo. Estando ya presente la perfección, aquello que el Espíritu Santo había producido espiritualmente, excluyendo Su absorbente energía a toda otra, era natural para todos en gloria.

 

Una unidad en manifestación en la gloria

 

    Pero el principio de la existencia de esta unidad añadía todavía otro carácter a esa verdad - la de la  manifestación, o, cuando menos, de una fuente interior que realizaba en ellos su manifestación: "Yo en ellos", dijo Jesús, "y tú en mí." Ésta no es la simple y perfecta unidad del versículo 11, ni la reciprocidad  y comunión del versículo 21. Es Cristo en todos los creyentes, y el Padre en Cristo, una unidad en la manifestación en gloria, no meramente en comunión - una unidad en la cual todo está perfectamente conectado con su fuente. Y Cristo, a quien solamente debían manifestar, es en ellos; y el Padre, a quien Cristo había manifestado perfectamente, es en Él. El mundo (pues esto será en la gloria milenaria, y manifestado al mundo) conocerá entonces (Él no dice, 'para que pueda creer') que Jesús había sido enviado por el Padre (¿cómo negarlo cuando Él sea visto en gloria?) y, además, que los discípulos habían sido amados por el Padre, así como Jesús fue amado. El hecho de que poseían la misma gloria que Cristo, constituiría la prueba.

 

Con Cristo, para ver Su gloria,

el secreto para los que Le aman

 

Pero había aún más. Hay aquello que el mundo no verá, porque no estará en él. "Padre, quiero que los  que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy." (Juan 17:24 - LBLA). Allí no solamente somos como Cristo (conformados al Hijo, llevando la imagen del hombre celestial ante los ojos del mundo), sino que estamos con Él donde Él está. Jesús desea que veamos Su gloria [65].

 

[65] Esto responde a la entrada de Moisés y Elías en la nube, además de su exhibición en la misma gloria que Cristo, estando en el monte.

 

 Consolación y estímulo para nosotros, tras haber participado de Su oprobio: pero aún más precioso, por cuanto vemos que Aquel que ha sido deshonrado como hombre, y debido a que Él se hizo hombre por nosotros, será, por esa misma razón, glorificado con una gloria que excederá a toda otra gloria, salvo la de Aquel que sometió bajo Él todas las cosas. Pues Él habla aquí de gloria dada. Es esto lo que es tan  precioso para nosotros, porque Él la ha adquirido para nosotros mediante Sus sufrimientos, y, sin embargo, era perfectamente lo que se le debía a Él - la justa recompensa por haber, por medio de estos sufrimientos, glorificado perfectamente al Padre. Ahora, este es un gozo peculiar, totalmente  fuera del mundo. El mundo verá la gloria que tenemos en común con Cristo, y sabrá que hemos sido amados como Cristo fue amado. Pero hay un secreto para aquellos que le aman, el cual pertenece a Su Persona y a nuestra asociación con Él. El Padre le amó antes de que el mundo fuese - un amor que no se puede comparar sino con lo que es infinito, perfecto y, de este modo, que satisface en sí mismo. Compartiremos esto en el sentido de ver a nuestro Amado en tal amor, y de estar con Él, y de  contemplar la gloria que el Padre le ha dado, según el amor con el cual Él le amó antes de que el mundo tuviera parte alguna en los tratos de Dios. Hasta aquí, estábamos en el mundo; aquí estamos en el cielo, fuera de toda demanda o aprehensión del mundo (Cristo visto en el fruto de ese amor que el Padre tenía por Él antes que el mundo existiese). Cristo, entonces, fue el deleite del Padre. Le vemos en el fruto eterno de ese amor como Hombre. Nosotros estaremos en este amor con Él para siempre, para gozar del hecho de que Él esté en ese amor - que nuestro Jesús, nuestro Amado, está en él, y es lo que Él es.

 

La justicia del Padre

 

Entretanto, siendo tal, hubo justicia en los tratos con respecto a Su rechazo. Él había manifestado al Padre plenamente, perfectamente. El mundo no le había conocido, pero Jesús le había conocido, y los discípulos habían conocido que el Padre le había enviado. Él no apela aquí a la santidad del Padre, para que los guardara conforme a ese bendito nombre, sino a la justicia del Padre, para que pudiera hacer una distinción entre el mundo, por una parte, y Jesús con los Suyos por otra, ya que existía la razón moral, así como el amor inefable del Padre por el Hijo. Y Jesús quiere que gocemos, mientras estamos aquí abajo, de la conciencia de que la distinción ha sido hecha por las comunicaciones de gracia, antes de que sea hecha por el juicio.

 

El nombre del Padre manifestado;

Su amor a ser conocido y gozado

 

Él les había dado a conocer el nombre del Padre, y lo daría a conocer, aun cuando Él hubiese subido a lo alto, para que el amor con el cual el Padre le había amado estuviera en ellos (para que sus corazones pudieran poseerlo en este mundo - ¡qué gracia!), y Jesús en ellos, el comunicador de ese amor, la fuente de la fortaleza para gozarlo, conduciéndolo, por así decirlo, en toda la perfección en la que Él lo había gozado, en los corazones de ellos, en los que Él moraba - siendo Él mismo la fortaleza, la vida, la suficiencia, el derecho, y el medio para gozarlo de esta manera, y como tal, en el corazón. Porque es en  el Hijo que nos lo da a conocer, que conocemos el nombre del Padre, a quien Él nos revela. Es decir, Él quiere que gocemos ahora de esa relación en amor en la que le veremos en el cielo. El mundo conocerá que hemos sido amados como Jesús, cuando aparezcamos en la misma gloria con Él; pero nuestra parte es conocer esta relación ahora, estando Cristo en nosotros.

 

Capítulo 18

 

La gloria del Señor destacada

en la historia de Sus últimos momentos

 

La historia de los últimos momentos de nuestro Señor comienza después de las palabras que Él dirigió a Su Padre. Hallaremos, incluso en esta parte de la historia, el carácter general de aquello que se relata en este Evangelio (según todo lo que hemos visto en él), que los acontecimientos destacan la gloria personal del Señor. Tenemos, en realidad, la malignidad del hombre fuertemente caracterizada; pero el objeto principal en la descripción es el Hijo de Dios, no el Hijo del Hombre sufriendo bajo el peso de aquello que le sobrevino. No tenemos la agonía en el jardín. No tenemos la expresión de Su sentimiento cuando fue abandonado por Dios. Los Judíos también son puestos en el lugar de absoluto rechazo.

 

La iniquidad de Judas: la maldad de un corazón endurecido

 

La iniquidad de Judas es tan fuertemente señalada aquí como en el capítulo 13. Él conocía bien el lugar, pues Jesús tenía la costumbre de reunirse allí con Sus discípulos. ¡Qué idea - escoger tal sitio para traicionarle! ¡Qué dureza de corazón tan inconcebible! Pero ¡ay! él se había entregado a Satanás,  instrumento del enemigo, la manifestación de su poder y de su verdadero carácter.

 

La gloria divina mostrada; el Buen Pastor y Sus ovejas

 

¡Cuántas cosas habían sucedido en aquel jardín! ¡Qué comunicaciones de un corazón lleno del amor de Dios, que intentaba hacerlas penetrar en los estrechos e insensibles corazones de Sus amados discípulos! Pero todo esto pasó inadvertido para Judas. Él viene, con los agentes utilizados por la malignidad de los sacerdotes y de los Fariseos, para prender a la Persona de Jesús. Pero Jesús se les anticipa. Es Él quien se presenta a ellos. Sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelanta, preguntado: "¿A quién buscáis?" Es el Salvador, el Hijo de Dios, quien se entrega. Ellos responden: "a Jesús nazareno." Jesús les dice, "Yo soy." Judas, también, estaba allí, quien le conocía bien, y conocía esa voz, por tanto tiempo familiar para sus oídos. Nadie puso sus manos sobre Él: pero en cuanto Su palabra resonó en sus corazones, en cuanto ese divino "Yo soy" es escuchado en el interior de ellos, ellos retroceden, y caen a tierra. ¿Quién le prendería? Él solamente tenía que marcharse y dejarlos a todos allí. Pero Él no vino para esto, y el tiempo para entregarse había llegado. Por lo tanto, Él les pregunta de nuevo: "¿A quién buscáis?" Ellos dicen, como antes, "a Jesús nazareno."  La primera vez, la gloria divina de la Persona de Cristo se tenía que manifestar necesariamente; y ahora, Su cuidado por los redimidos. "Si me buscáis a mí", dijo el Señor, "dejad ir a éstos" - para que se cumpliese la palabra, "De los que me diste, no perdí ninguno." Él se presenta como el buen Pastor, dando Su vida por las ovejas. Se sitúa delante de ellos para que pudieran escapar del peligro que les amenazaba, y para que todo le pudiese sobrevenir a Él. Él se entrega a ellos. Todo se trata aquí de Su ofrenda voluntaria.

 

Obediencia perfecta mostrada por el Señor;

la energía carnal y poco inteligente de Pedro

 

Sin embargo, cualquiera que fuese la gloria divina que manifestó, y la gracia de un Salvador que fue fiel a los Suyos, Él actúa en obediencia, y en la perfecta quietud de una obediencia que había calculado el costo completo con Dios contando el costo, y que lo había recibido todo de la mano de Su Padre. Cuando la energía carnal y poco inteligente de Pedro emplea la fuerza para defenderle a Él, quien, si hubiese querido, solamente habría necesitado marcharse cuando una palabra de Sus labios hubiese hecho caer a tierra a los que se acercaban para prenderle, y la palabra que les reveló el objeto de su búsqueda, les hubiese privado de todo poder para comprenderla - cuando Pedro golpea al siervo Malco, Jesús toma  el lugar de obediencia.  "La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" La divina Persona de Cristo había sido manifestada; la ofrenda voluntaria de Sí mismo había sido hecha, y eso, a fin de proteger a los Suyos; y ahora, al mismo tiempo, Su perfecta obediencia es mostrada.

 

Ante el sumo sacerdote; el tranquilo sometimiento del Señor

al hombre para cumplir los consejos de Dios

 

La malignidad de un corazón endurecido, y la falta de inteligencia de un corazón carnal, aunque sincero, han sido expuestos. Jesús tiene Su lugar solo y apartado. Él es el Salvador. Sometiéndose así al hombre, a fin de cumplir los consejos y la voluntad de Dios, permite que le lleven donde ellos querían. Poco de lo que sucedió se relata aquí. Jesús, aunque fue interrogado, escasamente dice algo  acerca de Él. Hay, delante tanto del sumo sacerdote como de Poncio Pilato, la superioridad serena y humilde de Uno que se estaba entregando: con todo, Él es condenado solamente por el testimonio que dio de Sí mismo. Ya todos habían escuchado aquello que Él enseñó. Desafía a la autoridad que prosigue con el interrogatorio, no de manera oficial, sino pacífica y moralmente; y cuando es injustamente golpeado, Él protesta con dignidad y perfecta serenidad, sometiéndose a los insultos. Pero no reconoce  al sumo sacerdote de ningún modo, mientras que, al mismo tiempo, Él no se opone en absoluto a él. Le deja en su incapacidad moral.

La debilidad carnal de Pedro se manifiesta, al igual que antes se manifestó su energía carnal.

 

Ante Pilato, y Pilato ante Jesús

 

Cuando es llevado ante Pilato (aunque por causa de la verdad, por confesar de que Él era rey), el Señor actúa con la misma serenidad y la misma sumisión, pero Él interroga a Pilato y le instruye de tal manera que Pilato no pudo hallar ninguna falta en Él. No obstante, moralmente incapaz de estar a la altura de aquello que estaba ante él, Pilato le hubiera dejado libre valiéndose de una costumbre,  practicada entonces por el gobierno, que era la de soltarles un culpable a los Judíos en la Pascua. Pero la inquieta indiferencia de una conciencia que, endurecida como estaba, se inclinaba ante la presencia de Uno que (incluso mientras era humillado así) no hacía más que alcanzarla, no escapó así de la activa malignidad de aquellos que estaban haciendo la obra del enemigo. Los Judíos exclaman contra la propuesta que el desasosiego del gobernante sugirió, y escogen a un ladrón en lugar de Jesús.

 

 

 

 

 

Capítulo 19

 

Los verdaderos autores de la muerte del Señor

 

Pilato cede a su habitual inhumanidad. Sin embargo, en el relato dado en este Evangelio, los Judíos son prominentes, como los verdaderos autores (por lo que se refería al hombre) de la muerte del Señor. Celosos de su pureza ceremonial, pero indiferentes a la justicia, no se conforman con juzgarle según su propia ley; [66] ellos escogen que los romanos le den muerte, pues todo el consejo de Dios necesariamente tiene que cumplirse.

 

[66] Se dice que sus tradiciones Judías les prohibían dar muerte a alguno durante las grandes fiestas. Es posible que esto pudiese haber influenciado a los Judíos; pero como quiera que hubiese sido, los propósitos de Dios fueron así cumplidos. En otros tiempos, los Judíos no estaban tan dispuestos a someterse a las exigencias de Roma que les privaban del derecho a la vida y a la muerte.

 

La alarma de Pilato, orgullo e injusticia;

su intento de hacer a los Judíos plenamente culpables

 

Fue a causa de las reiteradas exigencias de los Judíos que Pilato entrega a Jesús en sus manos - enteramente culpable al hacerlo, pues él había declarado públicamente Su inocencia, y su conciencia había sido tocada y alarmada por las pruebas evidentes que hubo de que tenía ante él a alguna  persona extraordinaria. Él no va a mostrar que es afectado, pero lo fue (cap. 19:8). La gloria divina que penetró por medio de la humillación de Cristo actúa sobre él, y da fuerza a la afirmación hecha por los Judíos de que Jesús se había llamado a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato le había azotado y le había entregado a los insultos de los soldados; y aquí él se habría detenido. Tal vez esperó también que los Judíos se dieran por satisfechos con esto, y les presenta a Jesús coronado con espinas. Quizás esperó que el celo de ellos con respecto a estos insultos nacionales los indujeran a pedir Su liberación. Pero, siguiendo cruelmente en su maligno propósito, gritaron: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Pilato objeta esto en sí mismo, al tiempo que les concede libertad para hacerlo, diciéndoles que no halla ningún delito en Él. Ante esto, ellos pretextan de su ley Judía. Ellos tenían una ley propia, dicen ellos, según la cual Él debía morir porque se había hecho a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato, ya afectado y ejercitada su mente, se alarma aún más, y, regresando de nuevo a la sala del juicio, interroga a Jesús. El orgullo de Pilato  despierta, y pregunta si Jesús no sabe que él tiene el poder para condenarle o soltarle. El Señor mantiene, al responder, la plena dignidad de Su Persona. Pilato no tiene poder sobre Él, si no era la voluntad de Dios - a ésta Él se sometía. La suposición de que cualquiera podía hacer algo contra Él, si no era porque mediante aquello la voluntad de Dios se iba a cumplir, agravaba el pecado de los que le habían entregado. El conocimiento de Su Persona formaba la medida del pecado cometido contra Él. No percibir este pecado hacía que todo fuera juzgado falsamente, y, en el caso de Judas, mostró la ceguera moral más absoluta. Judas conocía el poder de Su Maestro. ¿Cuál fue el significado de entregarle al hombre, si no era porque había llegado Su hora? Pero, siendo este el caso ¿cuál fue la posición del traidor?

Pero Jesús habla siempre conforme a la gloria de Su Persona, y como estando, de este modo, enteramente por sobre las circunstancias a través de las cuales Él estaba pasando en gracia, y en obediencia a la voluntad de Su Padre. Pilato es profundamente perturbado por la respuesta del Señor, con todo, su sentimiento no es lo bastante fuerte para contrariar el motivo con el que los Judíos le presionaban, pero tenía suficiente poder para recriminarles a los Judíos toda lo que había de voluntad en Su condenación, y hacerles plenamente culpables del rechazo del Señor.

 

 

 

 

La condenación y calamidad propia de los Judíos;

Jesús es entregado

 

Pilato procuró alejarle de la furia de ellos. Finalmente, temiendo ser acusado de infidelidad a César, se vuelve con desprecio hacia los Judíos, diciendo, "¡He aquí vuestro Rey!"; actuando- aunque inconscientemente - bajo la mano de Dios, para hacer salir esa palabra memorable de labios de ellos, su condenación, y su calamidad aún hasta el día de hoy, "No tenemos más rey que César." Negaron a su Mesías. La fatídica palabra, que hizo descender el juicio de Dios, fue pronunciada ahora, y Pilato les entrega a Jesús.

 

El título del Señor fijado a la cruz

 

Jesús, humillado y llevando la cruz, toma Su lugar con los transgresores. Sin embargo, Aquel que haría que todo se cumpliera ordenó que se rindiera un testimonio a Su dignidad; y Pilato (tal vez para exasperar a los Judíos, ciertamente para cumplir los propósitos de Dios) fija a la cruz como título del Señor, "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos": la doble verdad - el despreciado nazareno es el Mesías verdadero. Aquí, entonces, como a través de todo este Evangelio, los Judíos ocupan su lugar como rechazados de Dios.

 

Jesús crucificado: la profecía cumplida

 

Al mismo tiempo, el apóstol muestra - aquí como en otra parte - que Jesús era el verdadero Mesías, citando las profecías que hablan de lo que le sucedió a Él en general, con respecto a Su rechazo y Sus sufrimientos, de modo que se prueba que Él es el Mesías por las circunstancias mismas en que fue rechazado por el pueblo.

Después de la historia de Su crucifixión, como el acto del hombre, tenemos aquello que la caracteriza en el aspecto de lo que Jesús fue sobre la cruz. La sangre y el agua fluyen de Su costado abierto.

 

La devoción de las mujeres ante la cruz;

la naturaleza contemplada en su perfección

en los sentimientos humanos del Señor

 

La devoción de las mujeres que le siguieron, menos importante quizás desde la perspectiva de la acción, resplandece, no obstante, a su manera, en esa perseverancia de amor que las llevó cerca de la cruz. La posición más responsable de los apóstoles como hombres, escasamente le permitió a ellos esto, en las circunstancias en las que se encontraban; pero esto no le quita nada al privilegio que la gracia une a la mujer cuando es fiel a Jesús. Pero fue la oportunidad para que Cristo nos diera una nueva enseñanza, mostrándose tal como Él mismo era, y poniendo Su obra ante nosotros, sobre todas las simples circunstancias, como el efecto y la expresión de una energía espiritual que le consagró, como hombre, enteramente a Dios, ofreciéndose también a Dios por el Espíritu eterno. Su obra estaba hecha. Se había ofrecido a Sí mismo. Él vuelve, por así decirlo, a Sus relaciones personales. La naturaleza, en Sus sentimientos humanos, se ve en su perfección; y, al mismo tiempo, se ve Su  superioridad divina, personalmente, frente a las circunstancias por las que pasó en gracia como el hombre obediente. La expresión de Sus sentimientos filiales muestra que la consagración a Dios, que le alejó de todos aquellos afectos que son semejantes a la necesidad y al deber del hombre conforme a la naturaleza, no fue la falta de sentimiento humano, sino el poder del Espíritu de Dios. Viendo a las mujeres, no les habló más como Maestro y Salvador, la resurrección y la vida; es Jesús, un hombre, individualmente, en Su relación humana.

 

 

La comisión de Juan; el amor del Maestro por Juan

 

"Mujer", Él dice, "he ahí tu hijo" - encomendando Su madre al cuidado de Juan, el discípulo que Jesús amaba - y al discípulo le dice, "He ahí tu madre"; y desde entonces ese discípulo la llevó a su casa. ¡Dulce y preciosa comisión! Una confianza que hablaba de aquello que sólo aquel que era amado así podía apreciar, como siendo su objeto inmediato. Esto nos muestra también que Su amor por Juan tenía un carácter de afecto y apego humanos, conforme a Dios, pero no era un amor esencialmente divino, aunque sí estaba lleno de gracia divina - una gracia que le daba todo su valor, pero que se revestía con la realidad del corazón humano. Evidentemente, esto era lo que unía a Juan y a Pedro. Jesús era su único y común objeto. De caracteres muy diferentes - y unidos tanto más por esa causa - ellos pensaban sólo en una cosa. Una consagración absoluta a Jesús es el vínculo más fuerte entre corazones humanos. Los despoja del yo, y poseen una sola alma en pensamiento, intención, y propósito establecido, porque tienen únicamente un objeto. Pero en Jesús esto era perfecto, y era gracia. No se dice, 'el discípulo que amaba a Jesús'; eso hubiera estado bastante fuera de lugar. Hubiera sido sacar completamente a Jesús de Su lugar, y de Su dignidad, de Su gloria  personal, y hubiera sido destruir el valor de Su amor hacia Juan. No obstante, Juan amaba a Jesús, y, consecuentemente, apreciaba así el amor de su Maestro; y, estando su corazón unido a Él por la gracia, se consagró a la ejecución de esta  dulce comisión, la cual él se deleita en relatar aquí. Es realmente el amor el que lo dice, aunque no habla de sí mismo.

Creo que vemos nuevamente este sentimiento (usado por el Espíritu de Dios, evidentemente no como el fundamento, sino para dar su colorido a la expresión de todo aquello que él había visto y oído) al comienzo de la primera epístola de Juan.

 

Cristo actuando en conformidad a la gloria de Su Persona

 

Vemos también aquí que este Evangelio no nos muestra a Cristo bajo el peso de Sus sufrimientos, sino actuando en conformidad con la gloria de Su Persona sobre todas las cosas, y cumpliendo todas las cosas en gracia. En serenidad perfecta, Él provee para Su madre; habiendo hecho esto, sabe que todo está consumado. Él tiene, según el lenguaje humano, completo control de Sí mismo.

 

El Señor poniendo Su vida: un acto voluntario

 

Hay todavía una profecía a ser cumplida. Él dice, "Tengo sed"; y, como Dios había predicho, le dan vinagre. Él sabe que no quedaba ahora ningún detalle de todo lo que tenía que cumplirse. Inclina la cabeza y Él mismo [67] entrega Su espíritu.

De esta forma, cuando toda la obra divina es consumada al entregar el hombre divino Su espíritu, ese espíritu deja el cuerpo que había sido su órgano y su vaso. El tiempo había llegado para hacerlo; y al hacerlo, Él aseguró el cumplimiento de otra palabra divina: "No será quebrado hueso suyo." Pero todo participaba en el cumplimiento de esas palabras, y los propósitos de Aquel que las había  pronunciado de antemano.

 

[67] Ésta es la fuerza de la expresión; lo cual es muy distinto de la palabra traducida "expiró" (gr.: exepneusen; expiró). Sabemos por Lucas 23:46 que Él hizo esto cuando había dicho: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." Pero en Juan, el Espíritu Santo está presentando incluso Su muerte como el resultado de un acto voluntario, entregando Su espíritu, sin mencionar a quién encomendaba Él (como hombre con una fe absoluta y perfecta) Su espíritu humano, Su alma, al morir. Lo que se muestra aquí es Su divina competencia, y no Su confianza en Su Padre. La palabra no es utilizada nunca de este manera sino en este pasaje en cuanto a Cristo, ni en el Nuevo Testamento ni en la Septuaginta (versión de los LXX o Septuaginta).

 

 

Las señales de una salvación eterna y perfecta

salen de Su costado abierto;

el propósito del registro de este hecho

 

Un soldado le abre Su costado con una lanza. Es de un Salvador muerto del que fluyen las señales de una salvación eterna y perfecta - el agua y la sangre; la una para limpiar al pecador, la otra para expiar sus pecados. El evangelista lo vio. Su amor por el Señor hace que le agrade recordar que le vio así hasta el final; él lo dice a fin de que podamos creer. Pero si vemos en el discípulo amado el instrumento que el Espíritu Santo utiliza (y muy dulce es verlo, y conforme a la voluntad de Dios), veremos claramente quién es el que lo usa. ¡Cuántas cosas vio Juan las cuales no relata! El grito de angustia y de abandono - el terremoto - la confesión del centurión - la historia del ladrón: todas estas cosas acontecieron ante sus ojos, los cuales estaban puestos en su Maestro; con todo, él no las menciona. Habla de aquello que su Amado era en medio de todo ello. El Espíritu Santo le hace relatar lo que pertenecía a la gloria personal de Jesús. Sus afectos hacían que para él fuera una tarea dulce y agradable. El Espíritu le unió a ello, utilizándole para realizar aquello para lo cual era bien apto. Por medio de la gracia, el instrumento se prestó prontamente a hacer la obra para la cual el Espíritu Santo le apartó. Su memoria y su corazón estaban bajo la influencia dominante y exclusiva del Espíritu de Dios. Ese Espíritu los empleó en Su obra. Uno simpatiza con el instrumento; uno cree en aquello que el Espíritu Santo relata por medio de él, pues las palabras son aquellas del Espíritu Santo.

 

Gracia divina expresándose a sí misma,

pero la dignidad personal de Cristo nunca se pierde

 

Nada puede ser más conmovedor, más profundamente interesante, que la gracia divina expresándose de este modo en humana ternura, y tomando su forma. Mientras que poseía toda la realidad del afecto humano, esta ternura tenía todo el poder y toda la profundidad de la gracia divina. Fue gracia divina que Jesús tuviera tales afectos. Por otra parte, nada podía estar más lejos de la apreciación de esta fuente soberana de amor divino, fluyendo a través del cauce perfecto que se hizo para sí misma mediante su propio poder, que la pretensión de expresar nuestro amor como recíproco; ello sería, por el contrario, errar completamente en esta apreciación. Verdaderos santos entre los Moravos han llamado a Jesús 'hermano', y otros han tomado prestado sus himnos o esta expresión: la Palabra nunca lo dice. La Palabra nos dice que Él, "No se avergüenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2:11); pero es otra cosa muy distinta que nosotros le llamemos a Él de este modo. La dignidad personal de Cristo nunca se pierde en la intensidad y ternura de Su amor.

 

José de Arimatea y Nicodemo rindiendo los

últimos honores al cuerpo muerto del Señor

 

Pero el Salvador rechazado tenía que estar con el rico y el honorable en Su muerte, por muy despreciado que Él pudiera haber sido previamente; y dos, los cuales no se atrevieron a confesarle mientras Él vivió, despertados ahora por la grandeza del pecado de su nación, y por el suceso mismo de Su muerte - que la gracia de Dios, que los había reservado para esta obra, les hizo sentir - se ocupan  de las atenciones debidas a Su cuerpo muerto. José, siendo él mismo un consejero, acude a pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús, uniéndose a él Nicodemo para rendir los últimos honores a Aquel a quien ellos  nunca habían seguido durante Su vida. Podemos entender esto. Seguir a Jesús constantemente bajo  vituperio, y que uno se comprometa para siempre con Su causa, es una cosa muy diferente de actuar cuando sucede alguna gran ocasión en la cual no hay más lugar para lo anterior, y cuando la magnitud  del mal nos obliga a separarnos de ello; y cuando el bien, rechazado porque es perfecto en su  testimonio, y es perfeccionado en su rechazo, nos obligó a tomar parte, si por gracia existe en nosotros algún sentido moral. Dios cumplió así Sus palabras de verdad. José y Nicodemo colocan el cuerpo del Señor en un sepulcro nuevo en un huerto cerca de la cruz; pues, por causa de ser la preparación de los Judíos, no pudieron hacer más en aquel momento.

 

Capítulo 20

 

Resumen de los capítulos 20 y 21

 

En este capítulo tenemos, en un resumen de los hechos principales que sucedieron después de la resurrección de Jesús, una descripción de todas las consecuencias de aquel gran acontecimiento, en conexión inmediata con la gracia que los produjo, y con los afectos que deben ser vistos en los fieles cuando son llevados nuevamente a relacionarse con el Señor; y, al mismo tiempo, una descripción de los caminos de Dios hasta la revelación de Cristo al remanente antes del milenio. En el capítulo 21, el milenio es descrito para nosotros.

 

Jesús resucitado; María Magdalena buscando a Jesús;

Pedro y Juan hallando las pruebas de Su resurrección

 

María Magdalena, de quien Él había echado fuera siete demonios, aparece primero en la escena - una conmovedora expresión de los caminos de Dios. Ella representa, no dudo, al remanente Judío de ese día, personalmente unido al Señor, pero desconociendo el poder de resurrección. Ella está sola en su amor: la fuerza misma de su afecto la aísla. Ella no fue la única en ser salva, pero acude sola a buscar - a buscar erróneamente, si ustedes quieren, pero a buscar - a Jesús, antes de que el testimonio de Su gloria resplandeciese en un mundo de tinieblas, porque ella le amaba. Ella llega antes que las otras mujeres, mientras era aún oscuro. Se trata de un corazón amante (lo hemos visto ya en las mujeres creyentes) que se ocupa de Jesús, cuando el testimonio público del hombre todavía escaseaba completamente. Y es a este corazón que Jesús se manifiesta primero cuando Él resucita. No obstante, el corazón de ella sabía dónde hallaría una respuesta. Al no encontrar el cuerpo de Cristo, acude a Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús amaba. Pedro y el otro discípulo van, y hallan las pruebas de una resurrección cumplida (en cuanto al propio Jesús), con toda la compostura que caracteriza al poder de Dios, por muy grande que fuese la alarma que ello creó en la mente del hombre. No había habido  prisa, todo estaba en orden, y Jesús no estaba allí.

 

El afecto de María; el Buen Pastor y Sus ovejas

 

Los dos discípulos, sin embargo, no son impulsados por el mismo apego que aquel que llenaba el corazón de María, quien había sido el objeto de una liberación tan poderosa [68] por parte del Señor.

 

[68] "Siete demonios". Esto representa la posesión completa de esta pobre mujer por los espíritus inmundos para quienes ella era una presa. Es la expresión del verdadero estado del pueblo Judío.

 

Ellos ven, y sobre estas pruebas evidentes, ellos creen. No fue un entendimiento espiritual de los pensamientos de Dios por medio de Su palabra; ellos vieron y creyeron. No hay nada en esto que  mantuviera unidos a los discípulos. Jesús se había ido; Él había resucitado. Ellos se dieron por satisfechos sobre este punto, y vuelven a los suyos. Pero María, llevada más por el afecto que por la inteligencia, no se satisface con reconocer fríamente que Jesús había resucitado [69].

 

[69] Es imposible para mí, al mostrar grandes principios para la ayuda de aquellos que buscan comprender la Palabra, desarrollar todo lo que es tan profundamente conmovedor e interesante en este vigésimo capítulo, sobre el cual he meditado a menudo (por medio de la gracia) con creciente interés. Esta revelación del Señor a la pobre mujer que no podía prescindir de su Salvador, tiene una belleza conmovedora, realzada por cada detalle. Pero hay un punto de vista sobre el que no puedo dejar de llamar la atención del lector. Hay cuatro condiciones del alma presentadas aquí, las cuales, en su conjunto, son muy instructivas, aplicada cada una en el caso de un creyente:

(1) Juan y Pedro, quienes ven y creen, son realmente creyentes; pero no ven en Cristo al único centro de todos los pensamientos de Dios, para Su gloria, para el mundo, para las almas. Tampoco Él es eso para sus afectos, aunque son creyentes. Habiendo encontrado que Él había resucitado, ellos prescinden de Él. María, quien no sabía esto, quien incluso era culpablemente ignorante, no podía, sin embargo, prescindir de Cristo. Debía poseerle a Él. Pedro y Juan van a sus casas; este es el centro de sus intereses. Ellos creyeron verdaderamente, pero el yo y la casa les bastaron.

(2) Tomás cree, y reconoce con fe verdadera y sana, sobre pruebas indisputables, que Jesús es su Señor y su Dios. Él cree verdaderamente por sí mismo. Él no tuvo las comunicaciones de la eficacia de la obra del Señor, y de la relación con Su Padre, a la cual Jesús trae a los Suyos, la asamblea. Tal vez tiene paz, pero ha perdido toda la revelación de la posición de la asamblea. ¡Cuántas almas - incluso almas salvadas - están en estas dos condiciones!

(3) María Magdalena es ignorante en extremo. No sabe que Cristo ha  resucitado. Ella tiene tan poco sentido correcto de que Él es Señor y Dios, que piensa que alguien podía haberse llevado Su  cuerpo. Pero Jesús es su todo, la necesidad de su alma, el único deseo de su corazón. Sin Él ella no tiene hogar, ni Señor, ni nada. Ahora bien, Jesús responde a esta necesidad; indica la obra del Espíritu Santo. Él llama a Su oveja por su nombre, se muestra a ella antes que a nadie, le enseña que Su presencia no era ahora un regreso corporal Judío a la tierra, que Él debe subir  a Su Padre, que los discípulos eran ahora Sus hermanos, y que fueron puestos en la misma posición que Él con Su Dios y Su Padre - como Él mismo, el Hombre resucitado, ascendido a Su Dios y Padre. Toda la gloria de la nueva posición individual es declarada a ella.

(4) Esto reúne a los discípulos. Jesús, entonces, les trae la paz que Él ha hecho, y tienen el pleno gozo de un Salvador presente que la trae para ellos. Él hace de esta paz (poseída por ellos en virtud de Su obra y Su victoria) su punto de partida, los envía como el Padre le había enviado a Él, y les imparte al Espíritu Santo como el aliento y poder de vida, para que pudieran llevar esa paz a otros.

Estas son las comunicaciones de la eficacia de Su obra, como Él había dado a María aquella de la relación con el Padre derivada de esa obra. El todo es la respuesta al apego de María a Cristo, o lo que resultó de ello. Si por medio de la gracia hay afecto, la respuesta será concedida indubitablemente. Es la verdad que fluye de la obra de Cristo. Ningún otro estado que aquel que Cristo presenta aquí está en conformidad con lo que Él ha hecho, y con el amor del Padre. Él no puede, por Su obra, situarnos en ningún otro estado.

 

Ella pensó que Él  estaba muerto todavía, porque no le poseía. Su muerte, el hecho de que no le hallara otra vez, añadieron a la intensidad de su afecto, pues Él mismo era el objeto de este afecto. Todas las señales de este afecto son producidas aquí del modo más conmovedor. Ella supone que el hortelano tenía que  saber de quién se trataba, sin decírselo ella, pues ella pensaba solamente en uno (como si yo preguntara por un objeto amado en una familia: '¿Cómo está él?'). Inclinándose sobre el sepulcro, vuelve su cabeza cuando Él se acerca; pero entonces, el Buen Pastor, resucitado de los muertos, llama a Su oveja por su nombre; y la conocida y amada voz - poderosa conforme a la gracia que así le había llamado - revela al instante a Aquel que ella escuchó. Ella se vuelve a Él, y responde:"¡Raboni!" - 'mi Maestro'.

 

La nueva posición y la nueva relación

del Señor con el remanente

 

Pero, mientras se revelaba así al remanente amado, a quienes Él había liberado, todo es cambiado en la  posición de ellos y en Su relación con ellos. Él no iba a morar ahora corporalmente en medio de Su pueblo en la tierra. Él no había regresado para restablecer el reino en Israel. "No me toques", dice Él a María. Pero por la redención Él había forjado una cosa mucho más importante. Los había situados en la misma posición que Él con Su Padre y Su Dios; y los llama - lo que Él nunca había hecho, ni podía haber hecho antes - Sus hermanos. Hasta Su muerte el grano de trigo permaneció solo. Puro y perfecto, el Hijo de Dios, no podía permanecer en la misma relación con Dios que el pecador; pero, en la gloriosa posición que iba a reasumir como hombre, Él podía, por medio de la redención, asociarse Él mismo con Sus redimidos, limpiados, regenerados, y adoptados en Él.

 

La nueva posición del remanente con Él

 

Les comunica una palabra de la nueva posición que habían de tener en común con Él. Dice a María: "No me toques,...; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." La voluntad del Padre - cumplida por medio de la gloriosa obra del Hijo, quien, como hombre, ha tomado Su lugar, aparte del pecado, con Su Dios y Padre - y la obra del Hijo, la fuente de vida eterna para ellos, ha traído a los discípulos a la misma posición que Él delante del Padre.

 

El Señor resucitado en medio de los discípulos reunidos,

trayendo paz

 

El testimonio dado de esta verdad reúne a los discípulos. Ellos se encuentran a puertas cerradas, desprotegidos ahora del cuidado y poder de Jesús, el Mesías, Jehová en la tierra. Pero si no tenían ya el refugio de la presencia del Mesías, tienen a Jesús en medio de ellos, trayéndoles aquello que no podían tener antes de Su muerte - "Paz".

 

Los discípulos enviados al mundo por Él

con paz como su punto de partida

 

Pero Él no les llevó esta bendición meramente como la porción que les pertenecía. Habiéndoles dado pruebas de Su resurrección, y que en Su cuerpo Él era el mismo Jesús, los establece en esta paz perfecta como el punto de partida de su misión. El Padre, fuente eterna e infinita de amor, había enviado al Hijo, quien permaneció en este amor, quien fue el testigo de ese amor, y de la paz que Él, el Padre, derramó en derredor Suyo, donde el pecado no tenía existencia. Rechazado en Su misión, Jesús había - a favor de un mundo donde el pecado existía - hecho la paz para todos aquellos que recibieran el testimonio de la gracia que la había logrado; y Él envía ahora a Sus discípulos desde el seno de esa paz a la que los había traído, por la remisión de los pecados mediante Su muerte, para dar testimonio de ella en el mundo.

 

El Espíritu Santo dado para paz y poder

 

Él dice nuevamente, "Paz a vosotros", para enviarlos al mundo vestidos y llenos de esa paz, sus pies calzados con ella, así como el Padre le había enviado a Él. Les da el Espíritu Santo para este fin, que conforme a Su poder pudieran llevar la remisión de pecados a un mundo agobiado bajo el yugo del pecado.

 

La distinción entre el otorgamiento del Espíritu Santo aquí

y en Pentecostés

 

No dudo que, históricamente hablando, el Espíritu aquí se diferencia de Hechos 2, puesto que aquí se trata de un aliento de vida interior, así como Dios sopló en la nariz de Adán aliento de vida. No se trata del Espíritu Santo enviado desde el cielo. Así, Cristo, quien es un Espíritu vivificante, les imparte vida espiritual conforme al poder de resurrección [70]. En cuanto a la

 

[70] Comparen con Romanos 4-8, y Colosenses 2 y 3. La resurrección era el poder de la vida que los sacó del dominio del pecado, el cual tenía su final en la muerte, y que fue condenado en la muerte de Jesús, y ellos están muertos a él, pero no condenados por él, habiendo sido el pecado condenado en Su muerte. Esto no es una cuestión de culpa, sino de estado. Nuestra culpa, bendito sea Dios, fue quitada también. Pero aquí nosotros morimos con Cristo, y la resurrección nos presenta (Romanos, como hemos citado, desvela el aspecto de la muerte; Colosenses añade la resurrección. En Romanos se trata de la muerte al pecado, en Colosenses de la muerte al mundo) viviendo ante Dios en una vida en la que Jesús - y nosotros por medio de Él -  apareció en Su presencia conforme a la perfección de la justicia divina. Pero esto suponía también Su obra.

 

escena general presentada figurativamente en este pasaje, se trata del Espíritu otorgado a los santos reunidos por el testimonio de Su resurrección y Su ida al Padre, así como toda la escena representa la asamblea en sus actuales privilegios. De este modo, tenemos al remanente unido a Cristo por amor; creyentes individualmente  reconocidos como hijos de Dios, y en la misma posición de Cristo ante Él; y entonces la asamblea fundada sobre este testimonio, reunida con Cristo en el centro, en el disfrute de la paz; y sus miembros, constituidos individualmente, en conexión con la paz que Cristo hizo, un testimonio al mundo de la remisión de pecados - siéndoles encomendada a ellos su administración.

 

La ausencia de Tomás de esta primera reunión

 

Tomás representa a los Judíos en los días postreros, quienes creerán cuando verán. Bienaventurados aquellos que han creído sin haber visto. Pero la fe de Tomás no tiene que ver con la posición de filiación. Él reconoce, como lo hará el remanente, que Jesús es su Señor y su Dios. Tomás no estuvo con ellos en su primera reunión de iglesia.

El Señor aquí, por Sus acciones, consagra el primer día de la semana para Su reunión con los Suyos, en espíritu aquí abajo.

 

El objetivo del evangelista en lo que se relata

 

El evangelista está lejos de agotar todo lo que había que relatar de lo que Jesús hizo. El objetivo de aquello que ha relatado está vinculado con la comunicación de la vida eterna en Cristo; primero, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y, en segundo lugar, que al creer tenemos vida en Su nombre. A esto está consagrado el Evangelio.

 

Capítulo 21

 

El capítulo 21 retratando la obra milenaria de Cristo

 

El siguiente capítulo, mientras rinde un nuevo testimonio de la resurrección de Jesús, nos da - hasta el versículo 13 - un retrato de la obra milenaria de Cristo; a partir de ahí hasta el final, tenemos las porciones especiales de Pedro y de Juan en relación con su servicio a Cristo. La aplicación se limita a la tierra, pues ellos habían conocido a Jesús en la tierra. Es Pablo quien nos dará la posición celestial de Cristo y de la asamblea. Pero él no tiene ningún sitio aquí.

 

Los discípulos pescando en Galilea; Pedro y Juan

en las mismas circunstancias como

cuando fueron llamados por primera vez

 

Conducidos por Pedro, varios de los apóstoles se van a pescar. El Señor se encuentra con ellos en las mismas circunstancias que aquellas en las que los halló en el principio, y se les revela del mismo modo. Juan comprende enseguida que es el Señor. Pedro, con su energía habitual, Pedro se echa al mar para acercarse al Señor.

Observen aquí, que nos hallamos de nuevo sobre el terreno de los Evangelios históricos - es decir, que el milagro de la captura de peces se identifica con la obra de Cristo en la tierra, y está en la esfera de Su anterior asociación con Sus discípulos. Es Galilea, no Betania. No tiene el carácter habitual de este Evangelio, el cual presenta a la Persona divina de Jesús, fuera de toda dispensación, aquí abajo, elevando nuestros pensamientos sobre todos tales asuntos. Aquí (al final del Evangelio y del bosquejo dado en el capítulo 20 del resultado de la manifestación de Su Persona divina y de Su obra) el evangelista viene por primera vez al terreno de los Evangelios sinópticos, de la manifestación y frutos venideros de la relación de Cristo con la tierra. Así, la aplicación del pasaje a este punto no es meramente una idea que el relato sugiera a la mente, sino que descansa sobre la enseñanza general de la Palabra.

 

La diferencia después de la manifestación del Señor;

la red intacta; la obra milenaria de Cristo no se daña

 

Con todo, hay todavía una notable diferencia entre aquello que tuvo lugar en el principio, y con lo que ocurrió aquí. En la escena anterior, el bote empezó a hundirse, las redes se rompieron. No pasa lo mismo aquí, y el Espíritu Santo marca esta circunstancia como distintiva: la obra milenaria de Cristo no se daña. Él está allí después de Su resurrección, y aquello que Él lleva a cabo no descansa, en sí mismo, en la responsabilidad del hombre en cuanto a su efecto aquí abajo: la red no se rompe. Del mismo modo, cuando los discípulos traen el pescado que habían capturado, el Señor ya tenía algunos allí. Así será en la tierra al final. Antes de Su manifestación Él habrá preparado un remanente para Sí mismo en la tierra; pero después de Su manifestación, reunirá también a una multitud del mar de las naciones.

 

Cristo acompañado de Sus discípulos;

Sus tres manifestaciones

 

Se presenta otra idea. Cristo está de nuevo acompañado de Sus discípulos. "Venid", dice Él, "comed." No se trata aquí de cosas celestiales, sino de la renovación de Su relación con Su pueblo en el reino. Todo esto no pertenece inmediatamente al tema de este Evangelio, el cual nos conduce más alto. Conforme a esto, es introducida de forma misteriosa y simbólica. Se habla de esta aparición de Cristo  como de Su tercera manifestación. Dudo que Su manifestación en la tierra antes de Su muerte sea incluida en el número. Yo la aplicaría más bien a aquella que, después de Su resurrección, dio lugar a la reunión de los santos como asamblea; en segundo lugar, la aplico a una revelación de Sí mismo a los Judíos según la manera en que es presentada en el Cantar de los Cantares; y por último, la aplico aquí a la exhibición pública de Su poder, cuando Él haya reunido ya al remanente. Su aparición como el relámpago queda fuera de todas estas cosas. Históricamente las tres apariciones fueron - el día de Su resurrección, el siguiente primer día de la semana, y Su aparición en el Mar de Galilea.

 

La restauración de Pedro; las ovejas del Señor

encomendadas a su cuidado cuando se humilló

 

Después, en un pasaje lleno de gracia inefable, Él confía a Pedro el cuidado de Sus ovejas (es decir, no lo dudo, de Sus ovejas Judías; él es el apóstol de la circuncisión), y deja a Juan un período indefinido de estancia en la tierra. Sus palabras se aplican mucho más al ministerio de ellos que a sus personas, con la excepción de un versículo que hace referencia a Pedro. Pero esto requiere ser ampliado algo más.

El Señor comienza con la plena restauración del alma de Pedro. Él no le reprocha su falta, sino que juzga la fuente del mal que la produjo - la confianza propia. Pedro había dicho, que si todos negaban a Jesús, con todo, él, por lo menos, no le negaría. El Señor, por tanto, le pregunta, "¿me amas más que éstos?" y Pedro es reducido a reconocer que se requería la omnisciencia de Dios para saber que él, quien se había jactado de tener más amor que los otros por Jesús, no tenía en realidad ningún afecto por Él en absoluto. Y la pregunta repetida tres veces, debió verdaderamente haber escudriñado las profundidades de su corazón. No fue sino hasta la tercera vez que él dice, "tú lo sabes todo; tú sabes que te amo." Jesús no dejó libre su conciencia hasta que no hubiese llegado a eso. No obstante, la gracia que hizo esto para el bien de Pedro - la gracia que le había seguido a pesar de todo, orando por él antes de que sintiese su necesidad o que hubiera cometido la falta - es perfecta aquí también. Pues, en el momento que podía pensarse que a lo sumo él habría sido readmitido por medio de la paciencia divina, el testimonio más fuerte de gracia se prodiga sobre él. Cuando se humilló por su caída, y fue llevado a una total dependencia de la gracia, ésta se manifiesta sobreabundantemente. El Señor le encomienda aquello que más amaba - las ovejas que había recién redimido. Él las encomienda al cuidado de Pedro. Ésta es la gracia que sobrepasa todo lo que el hombre es, que está por sobre todo lo que el hombre es; la cual, consecuentemente, produce confianza, no en el yo, sino en Dios, como en Uno en cuya gracia se puede confiar siempre, siendo lleno de gracia y perfecto en aquella gracia que  está por encima de todo, y que es siempre ella misma; gracia que nos capacita para llevar a cabo la obra de gracia hacia - ¿quién? - hacia el hombre, quien la necesita. Esta gracia crea confianza en proporción a la medida en la que actúa.

Pienso que las palabras del Señor se aplican a las ovejas ya conocidas por Pedro; y con las cuales solamente Jesús había estado en contacto diario, las que estarían, naturalmente, ante Su mente, y ello en la escena que vemos que este capítulo pone ante nuestros ojos - las ovejas de la casa de Israel.

Me parece que hay una progresión en aquello que el Señor dice a Pedro. Él pregunta, "¿me amas tú más que éstos?" Pedro dice, "¡...tú sabes que yo te quiero!" Jesús le responde: "Apacienta mis corderos." (Juan 21:15 - Versión Moderna). La segunda vez Él dice solamente: "¿...me amas?", omitiendo la comparación entre Pedro y el resto, y su anterior pretensión. Pedro repite la declaración  de su afecto. Jesús le dice: "Pastorea mis ovejas." La tercera vez Él dice, "¿...me quieres?" [*] usando la propia expresión de Pedro; y al responder Pedro, como hemos visto, aprovechando este uso de sus palabras hecho por el Señor, Él dice: "Apacienta mis ovejas." (Juan 21:17 - Versión Moderna). Los vínculos entre Pedro y Cristo conocidos en la tierra le capacitaban para pastorear el rebaño del remanente Judío - apacentar los corderos, mostrándoles al Mesías tal Él había sido, y actuar como un pastor, guiando a aquellas que estaban más avanzadas, y proveyéndoles el alimento.

 

[* Nota del Traductor: En las dos primeras preguntas, Jesús usa un verbo (agapan en griego, equivalente, incluso en su fonética, al hebreo aheb) que indica una entrega total de la persona, que compromete la mentalidad y la voluntad. Comoquiera que Pedro no responde con el mismo verbo, sino con otro (philéin en griego, equivalente, al menos en parte, al hebreo rajam) que indica afecto a parientes, amigos, etc., e implica sentimiento y emoción, Jesús se acomoda, en la tercera pregunta, a este nivel afectivo de Pedro, y le pregunta con el mismo verbo que Pedro había usado al responder a las dos primeras preguntas. (Fuente: Comentario Bíblico de Matthew Henry, Traducido y Adaptado al Castellano por Francisco Lacueva, Editorial Clie, Terrasa, Barcelona, España)]

 

El deseo de Pedro de seguir al Señor concedido

por la voluntad de Dios

 

Pero la gracia del amante Salvador no se detuvo aquí. Pedro podía sentir todavía el pesar de haber perdido una oportunidad tal de confesar al Señor en el momento crítico. Jesús le asegura que si él hubiese fracasado al hacerlo de su propia voluntad, debe permitírsele hacerlo por la voluntad de Dios; y de la manera como cuando de joven se ceñía solo, otros le ceñirían cuando fuese viejo y le llevarían donde él no quisiera. Le sería dado por voluntad de Dios el morir por el Señor, tal como lo había dicho  anteriormente que estaba dispuesto a hacerlo por su propia fuerza. También, ahora que Pedro fue humillado y llevado enteramente bajo la gracia - que supo que él no tenía fuerza - que sintió su dependencia del Señor, su absoluta ineficacia si confiaba en su propio poder - ahora, repito, el Señor llama a Pedro a seguirle, lo cual él había pretendido hacer cuando el Señor le había dicho que no podía. Era esto lo que su corazón deseaba. Alimentando a aquellos que Jesús había continuado alimentando hasta Su muerte, vería cómo Israel rechazaba todo, cómo Cristo les había visto hacerlo; y vería terminar su obra, como Cristo había visto terminar la Suya (el juicio listo para caer, empezando por la casa de Dios). Finalmente, Él haría ahora aquello que pretendió hacer y no pudo - seguir a Cristo a la prisión, y a la muerte.

 

La porción y el ministerio de Juan

 

Luego viene la historia del discípulo que Jesús amaba. Habiendo, sin duda, escuchado Juan la llamada dirigida a Pedro, también los seguía; y Pedro, unido a él, como hemos visto, por su común amor al Señor, pregunta qué le sucedería a él igualmente. La respuesta del Señor anuncia la porción y el  ministerio de Juan, pero, según me parece, en relación con la tierra. Pero, la expresión enigmática del Señor es, no obstante, tan notable como importante, "Si quiero que él permanezca hasta que yo venga, ¿qué se te da a ti?" (Juan 21:22 - Versión Moderna). Ellos pensaron, en consecuencia, que Juan no moriría. El Señor no dijo esto - una advertencia a no atribuir un significado a Sus palabras, en lugar de recibir uno; y mostrando, al mismo tiempo, nuestra necesidad de la ayuda del Espíritu Santo, porque las palabras pueden ser tomadas literalmente. Atendiendo yo mismo, a esta advertencia, diré lo que pienso que es el significado de las palabras del Señor, del cual no tengo ninguna duda - un significado que da una llave a muchas otras expresiones del mismo tipo.

 

La relación con la tierra en el Evangelio de Juan;

la destrucción de Jerusalén como centro terrenal;

la asamblea celestial reunida fuera

 

En el relato del Evangelio, nosotros estamos en relación con la tierra (es decir, la relación de Jesús con la tierra). Plantada en la tierra en Jerusalén, la asamblea, como la casa de Dios, es reconocida formalmente tomando el lugar de la casa de Jehová en Jerusalén. La historia de la asamblea, establecida formalmente así como un centro en la tierra, finalizó con la destrucción de Jerusalén. El remanente salvado por el Mesías no tenía que estar ya en relación con Jerusalén, el centro de la reunión de los Gentiles. En este sentido, la destrucción de Jerusalén pone término judicialmente al nuevo sistema de Dios en la tierra - un sistema promulgado por Pedro (Hechos 3), con respecto al cual Esteban declaró a los Judíos la resistencia de ellos al Espíritu Santo, y fue enviado, por así decirlo, como un mensajero tras Aquel que había ido a recibir el reino y volver; mientras Pablo - escogido de entre aquellos enemigos de las buenas nuevas, dirigidas aún a los Judíos por el Espíritu Santo después de la muerte de Cristo, y separado de Judíos y Gentiles, a fin de ser enviado a estos últimos - lleva a cabo una obra nueva que estaba oculta de los profetas de antaño, a saber, la reunión de una asamblea celestial, sin distinción de Judíos o Gentiles.

 

El alcance del ministerio de Juan

 

La destrucción de Jerusalén puso fin a uno de estos sistemas, y a la existencia del Judaísmo conforme a la ley y las promesas, dejando solamente la asamblea celestial. Juan permaneció - el último de los doce - hasta este período, y después de Pablo, a fin de velar sobre la asamblea establecida sobre esa base, es decir, como la estructura organizada y terrenal (responsable en ese carácter) del testimonio de Dios, y sujeta a Su gobierno en la tierra. En su ministerio Juan continuó hasta el fin, hasta la venida de Cristo en juicio a la tierra; y él ha vinculado el juicio de la asamblea, como el testigo responsable en la tierra, con el juicio del mundo, cuando Dios reanudará Su relación con la tierra en gobierno (siendo terminado el testimonio de la asamblea, y habiendo sido arrebatada, conforme a su carácter apropiado, para estar con el Señor en el cielo).

 

 

 

El alcance del Apocalipsis

 

Así, el Apocalipsis presenta el juicio de la asamblea en la tierra, como testigo formal de la verdad; y luego sigue hasta la reasunción del gobierno de la tierra, en vista del establecimiento del Cordero en el trono, y la abrogación del poder del mal. El carácter celestial de la asamblea se halla solamente allí, cuando sus miembros son exhibidos en tronos como reyes y sacerdotes, y cuando las bodas del Cordero tienen lugar en el cielo. La tierra - después de las Siete Iglesias - no tiene ya el testimonio celestial. Este no es el asunto, ni en las siete asambleas, o en la parte profética adecuadamente llamada así. De este modo, tomando las asambleas como tales en aquellos días, la asamblea conforme a Pablo no se ve allí. Tomando las asambleas como descripciones de la asamblea, el sujeto del gobierno de Dios en la tierra, la tenemos hasta su rechazo final; y la historia es continua, y la parte profética está conectada inmediatamente con el fin de la asamblea: sólo que, en lugar de ella, tenemos el mundo y luego a los Judíos [71].

 

[71] De este modo, nosotros tenemos en la vida ministerial, y en la enseñanza, de Pedro y Juan, toda la historia terrenal desde el principio hasta el fin, comenzando con los Judíos seguida por las relaciones de Cristo con ellos, atravesando toda la época cristiana, y hallándose de nuevo, después del término de la historia terrenal de la asamblea, en el terreno de las relaciones de Dios con el mundo (incluyendo al remanente Judío), en vista de la introducción del Primogénito en el mundo (el último suceso glorioso poniendo fin a la historia que comenzó con Su rechazo).

Pablo está sobre un terreno muy diferente. Él ve la asamblea, como el cuerpo de Cristo, unida a Él en el cielo.

 

La venida de Cristo (tal como es mencionada

en el capítulo 21:22) y el ministerio de Juan

 

Por lo tanto, la venida de Cristo, de la cual se habla al final del Evangelio, es Su manifestación en la tierra; y Juan, quien vivió en persona hasta el término de todo aquello que fue presentado por el Señor en relación con Jerusalén, continúa aquí, en su ministerio, hasta la manifestación de Cristo al mundo.

 

La enseñanza de Juan; la obra de Pedro y Pablo

 

En Juan, entonces, tenemos dos cosas. Por una parte, su ministerio, por lo que respecta a su relación con la dispensación y con los caminos de Dios, no va más allá de aquello que es terrenal: la venida de Cristo, es Su manifestación para completar esos caminos, y establecer el gobierno de Dios. Por otra parte, él nos vincula con la Persona de Jesús, quien está sobre y fuera de todas las dispensaciones, y de todos los tratos de Dios, salvo por ser la manifestación de Dios mismo. Juan no entra en el terreno de la asamblea como Pablo lo anuncia. O se trata de Jesús personalmente, o bien de las relaciones de Dios con la    tierra [72].

 

[72] Juan presenta al Padre manifestado en el Hijo, a Dios dado a conocer por el Hijo que está en el seno del Padre, y ello, además, como vida eterna - Dios para nosotros, y vida. Pablo es utilizado para revelar nuestra presentación a Dios en Él. Aunque cada uno alude, al pasar, al punto del otro, uno se caracteriza por la presentación que hace de Dios a nosotros y de la vida eterna dada, el otro, por nuestra presentación a Dios.

 

     Su epístola presenta la reproducción de la vida de Cristo en nosotros, guardándonos de toda pretensión de maestros perversos. Pero, mediante estas dos partes de la verdad, tenemos un sustento precioso de la fe dado a nosotros, cuando todo lo que pertenece al cuerpo de testimonio pueda fracasar; Jesús, personalmente es el objeto de la fe en quien conocemos a Dios; la vida misma de Dios, reproducida en nosotros, siendo vivificados por Cristo. Esto es cierto para siempre, y esto es vida eterna, aun cuando estuviéramos solos sin la asamblea en la tierra; y es lo que nos conduce sobre sus ruinas, en posesión de aquello que es esencial, y de lo que permanecerá para siempre. El gobierno de Dios decidirá todo lo demás; sólo que es nuestro privilegio y deber el mantener la parte de Pablo del testimonio de Dios, mientras lo podamos hacer por medio de la gracia.

Observen también que la obra de Pedro y Pablo es la de reunir, ya sea a los de la circuncisión o a los Gentiles. Juan es conservador, manteniendo aquello que es esencial en la vida eterna. Él relata el juicio de Dios en relación con el mundo, pero como un asunto que está fuera de sus propias relaciones con Dios, las cuales son dadas como una introducción y exordio del Apocalipsis. Él sigue a Cristo cuando Pedro es llamado, porque, aunque Pedro estaba ocupado, como Cristo había estado, del llamamiento de los Judíos, Juan - sin ser llamado a esa obra - le siguió sobre el mismo terreno. El Señor lo explica, como hemos visto.

 

La inagotable plenitud de todo lo que Jesús hizo

 

Los versículos 24-25 son una clase de inscripción sobre el libro. Juan no ha relatado todo lo que Jesús hizo, sino aquello que le reveló a Él como la vida eterna. En cuanto a Sus obras, no se podían enumerar.

Aquí, gracias sean dadas a Dios, quedan expuestos estos cuatro libros preciosos, hasta donde Dios me ha capacitado para hacerlo, en sus grandes principios. La meditación en detalle sobre sus contenidos, debo dejarla a cada corazón individual, asistido por la poderosa operación del Espíritu Santo; pues si se estudian detalladamente, uno casi podría decir con el apóstol que el mundo no podría contener los libros que se escribirían. ¡Pueda Dios en Su gracia conducir a las almas al gozo de las inagotables corrientes de la gracia y de la verdad en Jesús que ellos contienen!

 

J. N. DARBY

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-

 

www.graciayverdad.net

Título original en inglés:
JOHN, by J.N.Darby 
Synopsis of the Books of the Bible, Volume 3, Matthew - John 
Publicado en Inglés por: Bible Truth Publishers, 59 Industrial Road, Addison, IL 60101, U.S.A.
Traducido con permiso
Publicado en Español por: Bible Truth Publishers

Versión Inglesa
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