COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

LUCAS (William Kelly)

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LUCAS

 

 

SERMONES INTRODUCTORIOS ACERCA DE LOS EVANGELIOS

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

DHH = Versión DIOS HABLA HOY (1994)

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

NTVHA = Nuevo Testamento Versión Hispano-Americana (Publicado por: Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y por la Sociedad Bíblica Americana, 1ª. Edición 1916)

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

 

Capítulo 1

 

 

El prefacio del Evangelio de Lucas es tan instructivo como la introducción de los dos Evangelios anteriores. Es obvio para cualquier lector serio que nosotros entramos en una esfera totalmente diferente, aunque todo es igualmente divino; pero nosotros tenemos aquí una prominencia más poderosa otorgada al motivo y al sentimiento humanos. Para uno que necesitaba aprender más acerca de Jesús, a saber, Teófilo, otro hombre piadoso (Lucas) escribe, inspirado por Dios, pero sin atraer una atención particular al hecho de la inspiración, como si esto fuera un asunto dudoso; sino, por el contrario, asumiendo que toda Escritura es inspirada por Dios, sin una declaración expresa acerca de que la palabra escrita es la Palabra de Dios. El propósito es colocar ante un compañero Cristiano — un hombre de rango, pero un discípulo — un relato completo, exacto, y ordenado, acerca del Señor Jesús, tal como podía presentar uno que tenía completa familiaridad con toda la verdad del asunto, pero, de hecho, tal como nadie que no era inspirado por Dios podía presentar para el propósito. Él nos permite saber que había muchas de estas notas biográficas formadas sobre la tradición de los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la Palabra. Esas obras han fenecido: eran humanas. Ellas estaban sin duda, bien intencionadas; a lo menos no se trata aquí de herejes pervirtiendo la verdad, sino de hombres intentando en su propia sabiduría presentar aquello que sólo Dios era competente de dar a conocer correctamente.

 

A la vez, Lucas el escritor de este Evangelio, nos informa acerca de sus motivos, en lugar de presentar una declaración escueta e innecesaria acerca de la revelación que él había recibido. La expresión, "me ha parecido también a mí", etc. (Lucas 1: 3 y 4), es en contraste con esos muchos que lo habían tratado. Ellos habían hecho el trabajo a su manera, él lo hace según otro estilo, tal como procede a explicar a continuación. Claramente él no se refiere a Mateo o Marcos, sino a relatos que circulaban en aquel entonces entre Cristianos. No podía ser de otro modo sino de que muchos intentarían publicar una relación de hechos tan importantes y absorbentes, los cuales, si ellos mismos no los habían visto, ellos los habían recopilado de testigos presenciales familiarizados con el Señor. Estas notas biográficas estaban circulando. El Espíritu Santo distingue al escritor de este Evangelio de estos hombres, tanto como le une a ellos. Él declara que ellos dependían de los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la Palabra. Él no dice nada por el estilo acerca de sí mismo, tal como se ha inferido precipitadamente de la expresión, "también a mí" (Lucas 1:3); sino que, como es evidente, él procede a presentarnos una fuente completamente diferente para su manejo del asunto. En resumen, él no insinúa que su relato acerca de estas cosas procede de testigos presenciales, aun así él habla de su minucioso conocimiento de todo, desde el principio mismo, sin decirnos cómo lo adquirió. En cuanto a los demás, ellos habían tratado "de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos." (Lucas 1: 1 y 2). Él no imputa falsedad; afirma que sus historias procedían de las tradiciones de hombres que vieron, oyeron, y sirvieron a Cristo aquí abajo; pero él no atribuye carácter divino alguno a estos numerosos escritores, e insinúa  la necesidad de una garantía más cierta para la fe y la enseñanza de los discípulos. Esto es lo que él afirma presentar en su Evangelio. Su propia salvedad para la tarea fue, como uno que tenía una perfecta comprensión de todas las cosas desde su origen, escribir a Teófilo para que él pudiera conocer "bien la verdad de las cosas en las cuales él había sido instruido. (Lucas 1:4).

 

En la expresión, "desde su origen", él nos introduce en una diferencia entre su evangelio y las notas biográficas en circulación entre los Cristianos. "Desde su origen", significa que se trataba de un relato desde el origen o principio, y es traducido de manera justa en nuestra versión. Así es que nosotros encontramos que en Lucas, él traza cosas con gran plenitud, y coloca delante del lector las circunstancias que precedieron y que acompañaron la vida completa de nuestro Señor Jesucristo hasta Su ascensión al cielo.

 

Ahora bien, él no entra más que otros escritores inspirados en una afirmación o explicación de su carácter inspirado, cosa que la Escritura asume en todas partes. Él no nos dice cómo adquirió su perfecta comprensión de todo lo que él comunica. No es el modo de obrar de los escritores inspirados hacer cualquiera de las dos cosas. Ellos hablan "con autoridad", tal como nuestro Señor enseñaba "con autoridad"; "no como los escribas" o los difusores de la tradición. Él afirma verdaderamente el más pleno conocimiento del asunto, y cuya declaración acerca de ello no se adaptaría a ningún otro evangelista sino a Lucas. Se trata de uno que, aunque inspirado al igual que los demás, estaba atrayendo a su amigo y hermano con cuerdas humanas (Oseas 11:14). La inspiración como norma no interfiere, en el más mínimo grado, con la individualidad del hombre; menos aún lo haría aquí donde Lucas está escribiendo acerca del Hijo de Dios como Hombre, nacido de mujer, y escribiendo esto para otro hombre. Por eso que él saca a la luz en el prefacio sus propios pensamientos, sentimientos, relevantes para la obra, y para el bienaventurado objetivo contemplado. Este es el único Evangelio dirigido a un hombre. Esto coincide de manera natural con el carácter del Evangelio, y nos introduce a él. Nosotros estamos a punto de ver aquí a nuestro Señor presentado como hombre de manera preminente, un hombre realmente como tal — no tanto como el Mesías, aunque, obviamente, Él es eso; ni siquiera como ministro, sino el hombre. Incluso como hombre Él es el Hijo de Dios, indudablemente, y Él es llamado así en el primer capítulo mismo de este Evangelio. Él era el Hijo de Dios, nacido en el mundo; no sólo Hijo de Dios antes que Él entrase en el mundo, sino Hijo de Dios eternamente. El Santo Ser que nacería de la virgen iba a ser llamado Hijo de Dios. (Lucas 1:35). Ese era Su título en ese punto de vista, como teniendo un cuerpo preparado para Él, nacido de mujer, de la Virgen María. Claramente, esto indica, por tanto, desde el principio del Evangelio, el predominio dado aquí al aspecto humano del Señor. Lo que fue manifiesto en Jesús, en toda obra y en toda palabra Suyas, mostró lo que era divino; pero Él era, no obstante, hombre; y Él es contemplado aquí como tal en todo. Por eso que, por consiguiente, era del interés más profundo tener las circunstancias infaliblemente señaladas en las que este hombre maravilloso entró en el mundo, y anduvo aquí por todo lugar. El Espíritu de Dios se digna comenzar, por medio de Lucas, la escena completa, desde las que rodeaban al Señor con las varias ocasiones que apelaban a Su corazón, hasta la ascensión. Pero hay también otra razón para el peculiar principio de Lucas. De este modo, como sobre todo él, de los evangelistas, se acerca al gran apóstol de los Gentiles, del cual fue, hasta cierto punto, el compañero, tal como sabemos de la lectura de los Hechos de los Apóstoles, contado también por el apóstol como uno de sus colaboradores, nosotros le encontramos actuando, por la guía del Espíritu Santo, de acuerdo con eso que fue el gran carácter distinguidor del servicio y del testimonio del apóstol Pablo — "al judío primeramente y también al griego." (Romanos 1:10).

 

De acuerdo con esto, nuestro Evangelio, aunque es esencialmente Gentil, ya que fue dirigido a un Gentil y fue escrito por un Gentil, comienza con un anuncio que es más Judío que cualquier otro de los cuatro Evangelios. Fue precisamente así con Pablo en su servicio. Él comenzaba con el Judío. Muy pronto los Judíos comenzaban a rechazar la Palabra, y ellos mismos demostraban no ser dignos de la vida eterna (véase Hechos 13:46). Pablo se volvía a los Gentiles. La misma cosa es cierta acerca de nuestro Evangelio, tan afín con los escritos del apóstol, que algunos de los primero escritores Cristianos imaginaron que este era el significado de una expresión del apóstol Pablo, mucho mejor comprendida últimamente. Yo me refiero ahora a ella, no a causa de que existe alguna verdad en esa noción, ya que el comentario es totalmente falso; pero, al mismo tiempo, ella muestra que existió una especie de sensación de verdad debajo del error. Ellos solían imaginar que Pablo se refería al Evangelio de Lucas cuando decía, "mi [o nuestro] evangelio." (Romanos 2:16; Romanos 16:25; 2ª. Timoteo 2:8). Felizmente, muchos de mis oyentes comprenden la verdadera relevancia de la frase, lo suficiente para detectar un error tan singular; pero aun así, ello muestra que incluso el más tardo de los hombres no podría evitar percibir que había un estilo de pensamiento, y una corriente de sensación, en el Evangelio de Lucas, que armonizaba muy ampliamente con el testimonio del Apóstol Pablo. Sin embargo, ello no fue, en absoluto, como sacando a la luz lo que el apóstol llama su Evangelio, o el "misterio del evangelio" (Efesios 6:19), etc.; pero fue ciertamente la gran obra preliminar a través de la cual colocó — al menos, la que concordaba más completamente con él, y estada preparada, para él. Por eso que, después de presentar a Cristo en la más rica gracia al remanente Judío piadoso, nosotros tenemos primera y plenamente presentado por Lucas el relato de Dios introduciendo al primogénito Hijo en el mundo (Hebreos 1:6), teniendo ello en Su propósito poner en relación con Él a toda la raza humana, y más especialmente preparando el camino para Sus grandes designios y consejos con respecto a los Gentiles. No obstante, antes que nada, Él se justifica a Sí mismo en Sus modos de obrar, y muestra que estaba dispuesto a cumplir toda promesa que Él había hecho a los Judíos.

 

Lo que nosotros tenemos, por tanto, en los primeros dos capítulos de Lucas es la vindicación de Dios en el Señor Jesús presentado como Uno en quien él estaba dispuesto a hacer efectivas todas Sus antiguas promesas a Israel. Por eso que toda la escena está de acuerdo con este sentimiento de parte de Dios hacia Israel. Un sacerdote es visto siendo justo según la ley, pero su esposa sin esa descendencia que los Judíos buscaban como siendo la señal del favor de Dios hacia ellos. Dios estaba visitando ahora la tierra en gracia; y, mientras Zacarías ejercía el cargo de sacerdote, un ángel, aun allí un extraño, excepto para propósitos de piedad hacia el miserable a buen tiempo (Juan 5), pero no visto por mucho tiempo como el testigo de los gloriosos modos de obrar de Dios, le anunció el nacimiento de un hijo, el precursor del Mesías. La incredulidad, incluso de los piadosos en Israel, fue evidente en la conducta de Zacarías; y Dios la reprobó con mudez infligida, pero no falló en Su gracia. Esto, no obstante, no fue sino el presagio de mejores cosas; y el ángel del Señor fue enviado a una segunda misión, y vuelve a anunciar esa revelación muy antigua de un paraíso caído, esa grandiosa promesa de Dios, que se destaca por sobre todas las otras hechas a los padres y en los profetas, y que, de hecho, iba a abarcar dentro de sí misma el cumplimiento de todas las promesas de Dios. Él hace saber a la virgen María un nacimiento de ninguna manera relacionado con la naturaleza, y no obstante, el nacimiento de un verdadero hombre; porque ese hombre era el Hijo del Altísimo — un hombre que se sentará en el trono, por tanto tiempo vacante, de David su padre.

 

Ese fue el mensaje. Yo no necesito decir que hubo verdades aún más bienaventuradas y más profundas que esta del trono de Israel, acompañando ese anuncio, sobre las cuales es imposible que nos detengamos ahora, si hemos de atravesar esta noche cualquier parte considerable de nuestro Evangelio. Es suficiente decir que nosotros tenemos todas las pruebas del favor de Dios para Israel, y la fidelidad a Sus promesas, tanto en el precursor del Mesías, como en el nacimiento del propio Mesías. Sigue después el amoroso éxtasis de alabanza de la madre de nuestro Señor, y poco tiempo después, cuando la lengua de aquel que fue enmudecido fue suelta, Zacarías habla, antes que nada para alabar al Señor por su infinita gracia.

 

 

Capítulo 2

 

 

Lucas 2 continúa con las mismas grandes verdades; sólo que allí es más directamente. Los versículos iniciales traen esto ante nosotros. Dios era bueno con Israel, y estaba, en consecuencia, mostrando Su fidelidad, no según la ley, sino conforme a Sus promesas. Cuán verdaderamente estaba el pueblo en servidumbre. Gentiles hostiles tenían el dominio. El último gran imperio predicho en Daniel estaba en aquel entonces en el poder. "Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad." (Lucas 2: 1 al 3). Ese era el pensamiento del mundo, del poder imperial de aquel día, la gran bestia Romana o gran imperio Romano. Pero si hubo un decreto de César, humo un propósito muy de gracia en Dios. César podía satisfacer su soberbia, y contar al mundo como suyo propio, en el estilo exagerado de la ambición y auto-complacencia humanas; pero Dios estaba manifestando ahora lo que Él era, ¡oh, qué contraste! El Hijo de Dios, por este mismo hecho, entra providencialmente en el mundo en el sitio prometido: en Belén. Él entra allí según una manera diferente de lo que nosotros podíamos alguna vez haber descubierto a partir de la lectura del primer evangelio, donde tenemos a Belén mencionada de manera aún más significativa; en todo caso, la profecía es citada en la ocasión en cuanto a la necesidad de que ella esté allí (véase Mateo 2). Esa información incluso los escribas la pudieron presentar a los magos cuando vinieron a adorar (véase Mateo 3). No hay aquí nada por el estilo. Al Hijo de Dios ni siquiera se le encuentra en una posada, sino en el pesebre, donde los padres pobres del Salvador lo acostaron. Sigue a continuación toda señal de la realidad de un nacimiento humano, y de un ser humano; pero se trataba de Cristo el Señor, el testigo de la gracia de Dios, gracia salvadora, sanadora, perdonadora, gracia que bendecía. No sólo Su cruz es así significativa, sino Su nacimiento, el lugar mismo y las circunstancias mismas estando todos muy evidentemente preparados. Tampoco es sólo esto; ya que aunque no vemos aquí magos viniendo del Oriente, con sus regalos reales, su oro, e incienso, y mirra, colocados a los pies del infante rey de los Judíos, nosotros tenemos aquí lo que yo estoy persuadido que fue más hermoso moralmente, la conversación angélica; y de pronto, con los ángeles (dado que el cielo no está muy lejos), los coros del cielo alabando a Dios, mientras los pastores de la tierra mantenían sus rebaños en la senda del humilde deber.

 

¡Es imposible trastocar estas cosas sin arruinarlas! Así, ustedes no podrían trasplantar la escena de los magos a Lucas, ni tampoco la introducción de los pastores, visitados así por la gracia de Dios, podría ser tan adecuada en Mateo. ¡Qué señal reveladora nos brindó esto último acerca de dónde está el corazón de Dios! ¡Qué evidente fue desde el principio mismo, que a los pobres era predicado el evangelio, y cuán completamente de acuerdo con este Evangelio! Y nosotros podríamos afirmar verdaderamente lo mismo — yo no diré de la gloria que Saulo vio y enseñó, pero ciertamente de la gracia de Dios de la cual Pablo también predicó. Esto no impide que haya aún allí un testimonio a Israel; aunque señales y símbolos diversos, la introducción misma del poder Gentil y los rasgos morales del caso, hacen que sea también evidente que hay algo más que una cuestión acerca de Israel y su Rey. Sin embargo, nos encontramos aquí con el testimonio más pleno de la gracia a Israel allí. Así es incluso en las palabras, de alguna manera debilitadas en nuestra traducción, donde se dice, "No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo." (Lucas 2:10). Este pasaje no va más allá de Israel. Esto es enteramente confirmado, de manera manifiesta, por el contexto, incluso si uno no conociera una palabra del idioma, lo cual demuestra, obviamente, lo que yo estoy proponiendo ahora. En el versículo siguiente leemos, "que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor." Lucas 2:11). Es evidente que, en lo que respecta a ello, Él es introducido estrictamente como Aquel que iba a traer en Su propia Persona el cumplimiento de las promesas hechas a Israel.

 

Los ángeles van más allá cuando dicen, "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace." (Lucas 2:14 – LBLA). No es exactamente, 'buena voluntad para con los hombres', lo que es aquí el punto. La Palabra expresa la buena voluntad y la complacencia de Dios en los hombres; no dice exactamente 'en el hombre', como si sólo fuera en Cristo. Aunque esto era verdad, ciertamente, en el sentido más elevado. Dado que el Hijo de Dios se hizo, no un ángel, sino realmente hombre, según Hebreos 2. Él no asumió la causa de ángeles, o se interesó por ella; Él asumió la de los hombres. Pero aparece aquí mucho más: es la complacencia de Dios en los hombres ahora que Su Hijo se hizo hombre, y atestiguado por esa verdad sorprendente. Su complacencia en los hombres, debido a que Su Hijo haciéndose un hombre fue el primer paso personal en lo que iba a introducir Su justicia al justificar hombres pecadores mediante la cruz y la resurrección de Cristo, que está cerca. Por esa razón, en virtud de esa Persona siempre acepta, y la eficacia de Su obra de redención, Él podía tener también la idéntica complacencia en aquellos que fueron una vez culpables pecadores, que son ahora los objetos de Su gracia para siempre. Pero aquí, en todo caso, la Persona, y la condición de la Persona también, por medio de la cual esta bendición iba a ser obtenida y dada, estaban delante de Sus ojos. Por la expresión 'la condición de la Persona' se quiere decir, obviamente, que el Hijo de Dios estaba ahora encarnado, lo cual aun en sí mismo era una prueba no pequeña, así como también la garantía, de la complacencia de Dios en el hombre.

 

Luego se nos muestra a Jesús circuncidado, demostrando aún más, la ofrenda misma que acompañaba al hecho, las circunstancias terrenales de Sus padres — su profunda pobreza.

 

Viene después la escena conmovedora en el templo, donde el anciano Simón toma el niño en sus brazos; dado que "le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor." (Lucas 2:26). Él va entonces al templo en este mismo momento. "Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación." (Lucas 2: 27 al 30). Es evidente que el tono completo no es lo que podemos llamar un tono formal; no es que la obra ya estuviese hecha; pero, indudablemente, en Cristo estaba, de manera virtual, 'la salvación de Dios' — una verdad y una frase muy adecuadas para el compañero de Aquel cuyo punto fundamental era 'la justicia de Dios'. El Espíritu no podía decir aún 'la justicia de Dios', pero Él pudo decir, 'la salvación de Dios'. Era la Persona del Salvador, contemplada conforme al Espíritu profético, el cual haría realidad, a su debido tiempo, todas las cosas en cuanto a Dios y al hombre. "Tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel. (Lucas 2: 30 al 32). Yo no considero lo último como una descripción milenial. En el milenio el orden será exactamente a la inversa; dado que, en aquel entonces, Dios asignará ciertamente a Israel el primer lugar, y a los Gentiles el segundo. El Espíritu presenta a Simeón un pequeño adelanto en los términos del testimonio profético en el Antiguo Testamento. El niño, Cristo, era una luz, él dice, para revelación a los Gentiles, y para la gloria de su pueblo Israel. La revelación de los Gentiles, eso que estaba a punto de seguir sin dilación, sería el resultado del rechazo de Cristo. Los Gentiles, en vez de yacer ocultos como lo habían estado en tiempos del Antiguo Testamento, inadvertidos en los tratos de Dios, y en vez de ser colocados en un lugar subordinado a aquel de Israel, como lo serán en poco tiempo más en el milenio, iban, de manera bastante distinta de ambos, a llegar a tener prominencia, como sin duda la gloria de Israel seguirá en aquel día. Aquí, de hecho, nosotros vemos el estado milenial; pero la luz para revelación a los Gentiles encuentra mucho más plenamente su respuesta en el lugar notable en que los Gentiles entran ahora por la escisión de las ramas Judías del olivo. Yo creo que esto es confirmado por lo que nosotros encontramos después. Simeón no pretende bendecir al niño; pero cuando él bendice a los padres, dice a María, "He aquí, este Niño ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel." (Lucas 2:34 – LBLA). Es evidente que el Espíritu le hizo exponer el Mesías quitado y el resultado de ello, "y para ser señal de contradicción (y una espada traspasará aun tu propia alma) — una palabra que se cumplió en los sentimientos de María ante la cruz del Señor Jesús. Pero hay más: la vergüenza de Cristo actúa como un detector moral, dado que se dice aquí — "a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones." (Lucas 2:34 – LBLA). ¿No puedo yo preguntar, dónde podríamos encontrar un lenguaje semejante, excepto en Lucas? ¿Díganme, si ustedes pueden, alguno de los demás evangelistas al cual ello posiblemente se adaptaría?

 

Tampoco se trata de que yo llamara su atención solamente a estas palabras, como siendo eminentemente características de nuestro Evangelio. Tomen ustedes, por una parte, la gracia poderosa de Dios revelada en Cristo; tomen, por la otra, el trato con los corazones de los hombres como resultado de la cruz de manera moral. Estas son las dos peculiaridades principales que distinguen los escritos de Lucas. Nosotros encontramos también que, de conformidad con eso, la nota de gracia siendo tocada una vez en el corazón de Simeón, así como el de aquellos relacionados inmediatamente con nuestro Señor en Su nacimiento, se extiende ampliamente, dado que el gozo no puede ser sofocado o encubierto. Así que la buena nueva debe fluir de uno a otro, y Dios se ocupa de que Ana la profetisa, se presente: dado que tenemos aquí el avivamiento, no sólo de visitas de ángel, sino del Espíritu profético en Israel. "Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada", y había esperado mucho tiempo en fe, pero, como siempre, no se desilusionó. "Era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora", etc." (Lucas 2: 36 y 37) ¡De qué manera el Señor está ordenando en esto las circunstancias, no menos que preparando el corazón! "Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén." (Lucas 2:38).

 

Tampoco es esto todo lo que el Espíritu presenta aquí. El capítulo finaliza con un retrato de nuestro Salvador que está admirablemente en consonancia con este evangelio, y con ningún otro; dado que, ¿a cuál evangelio le sería adecuado hablar de nuestro Señor como un joven, a presentarnos un esbozo moral de este Hombre maravilloso, no siendo ya ahora el niño de Belén, sino estando en la humilde compañía de María y José crecido hasta la edad de doce años? Él se encuentra, según la orden de la ley, debidamente con Sus padres en Jerusalén para la gran fiesta; pero Él está allí como Uno para el cual la Palabra de Dios era muy preciosa, y que tenía más entendimiento que Sus maestros. Para Él, visto como hombre, no solamente había el crecimiento del cuerpo, sino también el desarrollo, en todos los aspectos, que era propio del hombre, expandiéndose siempre, pero aun así, siempre perfecto, tan verdaderamente Hombre como Dios. "Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres." (Lucas 2:52). Pero hay más que esto; dado que el escritor inspirado nos permite saber de qué manera Él fue reprochado por sus padres, los cuales no podían sino comprender poco lo que era para Él encontrar, aun en aquel entonces, Su comida al hacer la voluntad de Dios. Mientras viajaban desde Jerusalén, echándole de menos, ellos regresan, y Le encuentran en medio de los doctores de la ley. Este podía parecer un lugar delicado para un joven, pero ¡qué hermoso era todo en Él! ¡Y qué decoro! "Oyéndoles", se dice, "y preguntándoles." (Lucas 2:46).Incluso el Salvador, aunque lleno de conocimiento divino, no asume ahora el lugar de enseñar con autoridad — y nunca, obviamente, como los escribas. Pero aunque es conscientemente Hijo y el Señor Dios, era, no obstante, el niño Jesús; y como convenía a Uno que se dignaba ser eso, en medio de esos mayores en años. Aunque sabían infinitamente menos que Él, había allí la más dulce y la más adecuada humildad. "oyéndoles y preguntándoles." ¡Qué gracia había en las preguntas de Jesús! — ¡qué infinita sabiduría en la presencia de las tinieblas de estos maestros famosos! Aun así, ¿cuál de estos celosos rabinos pudo discernir el más pequeño alejamiento del exquisito y absoluto decoro? Tampoco es solamente esto; dado que se nos dice que "le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2: 48 y 49). De este modo, el secreto sale temprano a la luz. Él no esperaba nada. No necesitaba voz alguna desde el cielo que Le dijese que Él era el Hijo de Dios; Él no necesitaba ninguna señal del Espíritu Santo descendiendo para asegurarle Su gloria o Su misión. Estas fueron vistas y oídas, sin duda; y ello estuvo muy bien en su momento, y fue importante en su lugar; pero, yo repito que Él no necesitaba nada que le impartiera la conciencia de que Él era el Hijo del Padre. Él lo sabía de manera intrínseca, y enteramente independiente de una revelación por parte de otro.

 

Hubo, sin duda, ese don divino impartido después a Él, cuando el Espíritu Santo selló al hombre Cristo Jesús. "Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello." (Juan 6:27 – LBLA), como se dice, y con toda razón, ciertamente. Pero aquí, el hecho notable es que en esta temprana edad, cuando era un joven de doce años, Él tenía la clara conciencia de que Él era el Hijo, como nadie más lo era o podía ser. A la vez, Él regresa con Sus padres, y es tan consciente de los deberes de la obediencia para con ellos como si Él fuese un intachable hijo de hombre — el hijo de ellos. Él era el Hijo del Padre, tan realmente como era el Hijo del Hombre. "Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos." (Lucas 2:51). Es la Persona divina, pero el hombre perfecto, perfecto en toda relación adecuada para una persona tal. Por consiguiente, ambas verdades demuestran ellas mismas ser ciertas, no más en la doctrina que en el hecho.

 

 

Capítulo 3

 

 

Una nueva escena se abre a continuación en Lucas 3. "En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César" (dado que los hombres pronto pasan, y es insignificante el rastro dejado por el curso de los grandes de la tierra), "siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto." (Lucas 3: 1 y 2). ¡Qué extraño es este estado de cosas! No sólo tenemos el poder principal del mundo pasado a otra mano; no sólo vemos al Edomita — es decir, una confusión política en la tierra, sino una Babel religiosa también. ¡Qué alejamiento de todo el orden divino! ¿Quién alguna vez oyó anteriormente acerca de dos sacerdotes? Tales eran los hechos cuando la manifestación del Cristo se acercaba, "siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás." Ninguno de los cambios en el mundo, ninguna degradación del pueblo del Señor, ni la junta de los sacerdotes, ni el extranjero dibujando el mapa de la tierra de Israel, interferirían con el propósito de la gracia; la cual, por el contrario, ama ocuparse de los hombres y de las cosas en su peor momento, y muestra lo que Dios es hacia los necesitados. Así que Juan el Bautista va aquí, no como le encontramos en los evangelios de Mateo y Marcos, sino con un carácter especial impreso sobre él, relacionado con el designio de Lucas. "Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados." (Lucas 3:3). Nosotros vemos aquí la extraordinaria amplitud de su testimonio. "Todo valle se rellenará," dice él, "Y se bajará todo monte y collado (Lucas 3:5)", una cita tal que le sitúa virtualmente en relación con los Gentiles, y no meramente con los Judíos y los propósitos Judíos. Se añade por consiguiente, "Y verá toda carne la salvación de Dios." (Lucas 3:6).

 

Es evidente que los términos insinúan la ampliación de la gracia divina en su esfera. Esto es evidente en la manera en que Juan el Bautista habla. Cuando él se dirige a la multitud, observen de qué manera trata con ellos. No se trata de reprobar ahora a los Fariseos y Saduceos que vienen a su bautismo, como en Mateo, sino de que, mientras él advierte solemnemente a la multitud, el evangelista registra sus palabras dirigidas a cada clase de personas. Ellos eran los mismos como en los días de los profetas; ellos no eran mejores, después de todo. El hombre estaba lejos de Dios: el hombre era pecador y, sin arrepentimiento y fe, ¿de qué podían servir sus privilegios religiosos? ¿A qué corrupción no habían sido ellos conducidos por medio de la incredulidad? "¡Oh generación de víboras!" dice él, "¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre." (Lucas 3: 7 y 8). Esto explica, además, los detalles de las diferentes clases de personas que vienen ante Juan el Bautista, y el trato práctico con los deberes de cada clase — que es una cosa importante, y que yo creo que tenemos que tener en cuenta, dado que Dios piensa en las almas; y dondequiera que tenemos una verdadera disciplina moral conforme a Su pensamiento, hay un trato con los hombres tal como ellos son, ocupándose de ellos en las circunstancias de su vida cotidiana. Los publicanos, los soldados, el pueblo — cada uno de ellos oyen respectivamente su palabra adecuada. De modo que en ese arrepentimiento, que el evangelio supone que es su invariable acompañamiento, es importante tener en cuenta que, si bien todos se descarriaron, cada cual se apartó por su camino (Isaías 53:6).

 

Pero nosotros tenemos, además, su testimonio rendido al Mesías. "Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará. Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo." (Lucas 3: 15 al 18). Y aquí, también, ustedes observarán una ilustración evidente y sorprendente de la manera de Lucas. Habiendo presentado a Juan, él finaliza su historia antes de pasar al tema del Señor Jesús. Él añade, por lo tanto, el hecho de que "Herodes el tetrarca, siendo reprendido por Juan a causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano, y de todas las maldades que Herodes había hecho, sobre todas ellas, añadió además esta: encerró a Juan en la cárcel." (Lucas 3: 19 y 20). Por eso que es evidente que el orden de Lucas no es aquí, en todo caso, el del hecho histórico. Esto no es nada peculiar. Cualquiera que tiene algún conocimiento acerca de los historiadores, sean ellos antiguos o modernos, debe saber que ellos hacen la misma cosa. Ello es común y casi inevitable. No es que todos ellos lo hacen, así como tampoco lo hacen todos los evangelistas; pero aun así, es la usanza de muchos historiadores, los cuales son considerados entre los más exactos, no arreglar los hechos como meros cronistas o registradores anuales, lo cual es reconocidamente más bien una manera aburrida y rudimentaria de presentarnos información. Ellos prefieren agrupar los hechos en clases, como para sacar a la luz los manantiales latentes, y las consecuencias, aunque sean inesperadas, y, en resumen, todo lo que ellos desean que sea de importancia en la manera más clara y poderosa. De este modo a Lucas, habiendo presentado aquí a Juan, no le importa interrumpir el relato posterior acerca de nuestro Señor, hasta que la misión de los mensajeros de Juan cayera en la ilustración de otro tema. No se deja espacio para malentender este breve sumario de la fiel conducta del Bautista desde principio a fin, y sus consecuencias. Tan cierto es esto, que Lucas registra el bautismo de nuestro Señor inmediatamente después de la mención de que Juan fue encerrado en la cárcel. La secuencia cronológica cede manifiestamente aquí a exigencias más solemnes.

 

Viene a continuación el bautismo de aquellos que acudían a Juan, y sobre todo de Cristo. "Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía, de José, etc." (Lucas 3: 23 al 38). Ahora bien, la inserción de una genealogía en este punto parece ser, a primera vista, bastante irregular; pero la Escritura siempre es correcta, y la sabiduría es justificada por sus hijos. Se trata de la expresión de una verdad importante, y en el lugar más adecuado. La escena Judía finaliza. El Señor ha sido mostrado plenamente al remanente justo, es decir, lo que Él era para Israel. La gracia y la fidelidad de Dios a Sus promesas les habían presentado un testimonio admirable; y más aún, dado que ello fue frente al último gran imperio o imperio Romano. Nosotros hemos tenido al sacerdote llevando a cabo su función en el santuario; luego la visita de los ángeles a Zacarías, a María, y, finalmente, a los pastores. Hemos tenido también la gran señal profética de Emanuel nacido de la virgen, y ahora al precursor, mayor que cualquier profeta, Juan el Bautista, el precursor del Cristo. Todo ello fue en vano. Ellos eran una generación de víboras, tal como el propio Juan testificó acerca de ellos. Sin embargo, por parte de Cristo, había gracia inefable dondequiera que alguno prestaba atención al llamamiento de Juan, aunque ello era la obra más imperceptible de la vida divina en el alma. La confesión de la verdad de Dios contra ellos mismos, el reconocimiento de que ellos eran pecadores, atraía el corazón de Jesús a ellos. En Él no había pecado, no, ni la más pequeña mancha de pecado, ni tampoco una relación con él: sin embargo, Jesús estuvo con los que acudían al bautismo de Juan. Ello era de Dios. Ninguna necesidad a causa de pecado Le llevó allí; sino, por el contrario, Le llevó la gracia, el fruto puro de la gracia divina en Él. Aquel que no tenía nada que confesar o nada de qué arrepentirse fue, sin embargo, aquel Único que era la expresión misma de la gracia de Dios. Él no estaría separado de aquellos en los que hubiese la más pequeña respuesta a la gracia de Dios. Jesús, por lo tanto, no saca, por el momento, personas de Israel, por así decirlo, así como tampoco entre los hombres asociados individualmente con Él, sino que Él se asocia con los que estaban reconociendo así la realidad de su condición moral ante los ojos de Dios. Él estaría con ellos en ese reconocimiento, no, obviamente, por Él mismo, como si Él lo necesitase personalmente, sino como compañero de ellos en Su gracia. Tengan ustedes por seguro que esta misma verdad se relaciona con la carrera completa del Señor Jesús. Independientemente de cuáles pueden haber sido los cambios antes o en Su muerte, tales cambios sólo ilustraron cada vez más este poderoso y provechoso principio.

 

¿Quién fue, entonces, el hombre bautizado sobre el cual, mientas Él oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió, y una voz del cielo dijo, "Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia."? (Lucas 3:22). Fue Uno cuyo rastro el Espíritu Santo se agrada trazarlo así: "hijo de Adán, hijo de Dios." (Lucas 3:38). Uno que iba a ser probado como Adán fue probado — es más, como Adán no fue jamás probado; dado que no fue en ningún Paraíso que este Segundo Adán se iba a encontrar con el tentador, sino en el desierto. Ello fue en la ruina de este mundo; fue en la escena de muerte sobre la cual pendía el juicio de Dios; fue bajo circunstancias tales que no se trató de inocencia sino del poder divino en santidad rodeado por el mal, donde Uno que era plenamente hombre dependió de Dios, y, donde no hubo comida, no hubo agua, vivió por la Palabra de Dios. Eso, y mucho, mucho más, era este hombre Cristo Jesús. Y por eso que me parece que esta genealogía está precisamente donde debiera estar en Lucas, tal como, de hecho, debe estarlo, ya sea que lo veamos o no. En Mateo su inserción habría sido extraña e inapropiada si ella hubiese venido después de Su bautismo. No habría tenido allí adecuación, porque lo que un Judío quería conocer, antes que nada, era el nacimiento de Jesús según las profecías del Antiguo Testamento. Eso era todo, podemos decir, para el Judío en primer lugar, conocer el Hijo que fue dado, el niño que nació, tal como Isaías y Miqueas predijeron (Isaías 9; Miqueas 5). Nosotros vemos aquí al Señor como hombre, y manifestando su gracia perfecta en el hombre — una ausencia total de pecado; y aun así, ¡Aquel mismo que se encontraba con los que estaban confesando el pecado! "Hijo de Adán, hijo de Dios." Eso significa que Él era Uno que, aunque hombre, demostraba que Él era Hijo de Dios.

 

 

Capítulo 4

 

 

Lucas 4 se fundamenta sobre esto; y aquí no encontramos que la cita es presentada meramente según el estilo dispensacional de Mateo, sino completamente en un punto de vista moral. En el evangelio de Mateo, en la primera tentación, nuestro Señor mismo reconoce que es hombre, no viviendo mediante meros recursos naturales, sino por la Palabra de Dios; en la segunda tentación Él confiesa y no niega ser Él mismo el Mesías, siendo dirigida la tentación a Él como en esta calidad; y la última atentación contempla claramente la gloria del "Hijo del Hombre." A esto yo lo llamo claramente dispensacional. No hay duda que ella fue exactamente la manera en que la tentación ocurrió. La primera tentación fue para abandonar la posición de hombre. Cristo no haría esto. Él dice, "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mateo 4:4). Es mucho más importante guardar la Palabra de Dios que vivir; y, en todo caso, el único vivir que Él valoraba era vivir como hombre por la Palabra de Dios. Esto es perfección. La fe considera cierto que Dios conoce cómo cuidar al hombre. La incumbencia del hombre era guardar la Palabra de Dios; Dios no dejaría de velar sobre él y protegerle. Satanás, por lo tanto, fue frustrado. Después, Satanás tentó mediante una cita del Salmo 91, la cual describe claramente al Mesías; Jesús no iba a negar eso, ciertamente. Él creía y actuaba de acuerdo con ello. Si Él era el Mesías, ¿por qué no probar a Dios conforme a esta palabra? Pero el Señor Jesús le refutó aquí igualmente, aunque yo no necesito entrar ahora en los detalles de aquello que nosotros ya hemos considerado. Vino después la última tentación dirigida a Él, no como Mesías según un Salmo que se refiere a ello, sino más bien en Su calidad de Hijo del Hombre acerca de tener todos los reinos del mundo. La tentación de satanás fue aquí, «¿Por qué no entras ahora en posesión y disfrute de ellos?» Jesús los tomaría sólo de Dios, como el hombre rechazado, y el que padeció también por el pecado; no los tomaría como el Mesías viviendo aquí abajo, como si tuviera prisa para tener todas las promesas cumplidas para Él. La tentación fue desplegada en vano ante Sus ojos; sólo Dios podía dar los reinos del mundo, independientemente de quién los podía realmente detentar. El precio a pagar era demasiado caro, a saber, el precio de adorar al diablo. Acto seguido, Jesús denuncia al tentador como Satanás.

 

Pero esto no es lo que tenemos en nuestro Evangelio. No hay aquí ningún orden dispensacional de la tentación apto para el Evangelio de Mateo. Un orden tal, que es aquí también el de los hechos, es exactamente según el designio del Espíritu Santo en Mateo. Pero no se adecúa a ningún otro Evangelio. Marcos no fue llamado a proporcionar más que el registro de la tentación, con un toque gráfico que revela la lúgubre escena, y pasa al ministerio activo de nuestro bendito Señor. Por otra parte, Lucas cambia deliberadamente el orden de las tentaciones — un paso a tomar que es audaz, en apariencia, y más aún si él conocía, tal como yo supongo, lo que fue presentado por los evangelistas que le precedieron. Ello fue necesario para su designio, y yo espero mostrar que Dios pone Su propio sello sobre esta desviación del mero tiempo. Porque, antes que nada, nosotros tenemos aquí a Jesús probado como hombre. Esto debía estar en todo relato de la tentación. Fue como hombre, obviamente, que aun el Hijo de Dios fue tentado por Satanás. Aquí, sin embargo, nosotros tenemos, en segundo lugar, el ofrecimiento de los reinos del mundo. Se percibirá que esto no otorga preminencia, como Mateo, a ese cambio trascendental de dispensación que siguió a Su rechazo por parte de los Judíos; ello ilustra lo que el Espíritu Santo presenta aquí — las tentaciones elevándose la una sobre la otra en peso e importancia morales. Yo creo que esa es la clave que explica el orden cambiado en Lucas. La primera fue una tentación a Sus necesidades personales — «¿Dijo Dios: tú no comerás nada? ¡Ciertamente tú tienes libertad para hacer que estas piedras se conviertan en pan!» La fe vindica a Dios, permanece dependiente de Él, y está segura que Él aparecerá por nosotros a su debido tiempo. Viene después el ofrecimiento de los reinos del mundo. Si un hombre bueno quiere hacer el bien, ¡qué buena oferta! Pero Jesús estaba aquí para glorificar a Dios. A Él Jesús adoraría, sólo a Él Jesús serviría, La obediencia, obedecer la voluntad de Dios. Pero Jesús estaba aquí para glorificar a Dios. A Él glorificaría, a Él solo serviría. Obediencia, obedecer la voluntad de Dios, adorarle a Él — ese es el escudo contra todas esas insinuaciones del enemigo. Viene, por último, la tercera tentación, por medio de la Palabra de Dios, sobre el pináculo del templo. Este no es el requerimiento mundano, sino uno dirigido a Su sentimiento espiritual. ¿Necesito yo recalcar que una tentación espiritual es, para una persona santa, mucho más sutil y profunda que nada que se relacione ya sea con nuestras necesidades o nuestros deseos en cuanto al mundo? Hubo así una tentación personal o corporal, una mundana, y una espiritual. Lucas abandona la secuencia de tiempo para lograr este orden moral. Ocasionalmente, Mateo y en realidad ninguno otro más que él, abandona el orden sencillo del hecho dondequiera que ello sea requerido por el propósito del Espíritu; pero en este caso Mateo conserva ese orden; dado que es por este medio que él da prominencia a la verdad dispensacional; mientras Lucas, arreglando de otra manera los hechos de tentación, saca a la luz la relevancia moral de ellas en la manera más admirable e instructiva. De conformidad con eso la expresión, "Vete de mí, Satanás, porque…" (RVR60), desaparece de Lucas 4:8 en los mejores manuscritos. ("Respondiendo Jesús, le dijo: Escrito está: "AL SEÑOR TU DIOS ADORARAS, Y A EL SOLO SERVIRAS." Lucas 4:8 - LBLA). El cambio del orden necesita la omisión. Los copistas, como a menudo, añadieron a Lucas lo que es realmente el lenguaje de Mateo; e incluso algunos críticos han sido tan sin discernimiento como para no detectar el ajuste. Tal como está en el texto Griego recibido y en la versión Inglesa, a Satanás se le dice que se vaya, y parece que se mantiene firme y tienta nuevamente al Señor, anulando Su orden. Pero la cláusula que yo he nombrado (y no meramente la palabra "porque", tal como Bloomfield imagina) [*] es bien conocido el hecho de que no tiene ningún derecho para estar, como estando desprovista de autoridad adecuada.

 

[*] N. del T.: el autor se refiere aquí a Samuel Thomas Bloomfield (1790 – 28 Septiembre 1869), clérigo y Crítico del Texto Bíblico. Su Nuevo Testamento Griego fue usado ampliamente en Inglaterra y en los Estados Unidos de Norteamérica.

 

Existen buenos manuscritos que contienen la cláusula, pero la importancia, para la antigüedad y el carácter de los Manuscritos, y para la diversidad de las versiones antiguas está en el otro aspecto, por no hablar de la evidencia interna, la cual sería decisiva con una evidencia interna muy inferior. Por eso que, asimismo, apenas se podía hablar aquí de Satanás marchándose como uno ahuyentado por medio de la indignación, como en Mateo. "Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo." (Lucas 4:13). Esto nos hace entrar en otra verdad muy relevante: que Satanás se apartó hasta otra oportunidad, cuando él debería volver. Y él hizo esto para una prueba de carácter aún más severa al final de la vida del Señor, cuyo relato muestra la importancia moral de la agonía en el huerto de Getsemaní.

 

Jesús volvió después en el poder del Espíritu a Galilea. El hombre fue victorioso sobre Satanás. A diferencia del primer Adán, el Segundo Hombre sale bien con energía que demostró ser triunfadora en obediencia. ¿Cómo usa Él este poder? Él va a Sus lugares que eran despreciados. "Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado." (Lucas 4: 14 al 16). El hecho que sigue a continuación es mencionado aquí, y solamente aquí, con todo detalle. Independiente de alguna alusión a él que puede haber en otra parte, es sólo aquí que nosotros tenemos, por el Espíritu de Dios, este retrato muy vívido y característico de nuestro Señor Jesús entrando en Su ministerio entre los hombres según el propósito y los modos de obrar de la gracia divina. Los hechos de poder no son más que los bordes de Su gloria. No se trata, como Marcos nos lo expone, de enseñar como nadie jamás enseñó, y de tratar después con el espíritu inmundo delante de todos ellos. Este no es el comienzo que nosotros tenemos en Lucas, así como tampoco es una multitud de milagros, siendo ellos de inmediato el heraldo y el sello de Su doctrina, como en Mateo. Tampoco es el trato individual con almas, como en Juan, el cual Le muestra atrayendo los corazones de aquellos que estaban con el Bautista, o en sus legítimas ocupaciones, y llamándoles a seguirle a Él. Él entra aquí en la sinagoga, como era Su costumbre, y se levanta a leer.

 

"Y se le dio el libro del profeta Isaías." (Lucas 4:17). ¡Qué momento! Aquel que era Dios se hizo hombre, y se digna actuar como tal entre los hombres. "Y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito: EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTA SOBRE MI, PORQUE ME HA UNGIDO PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES." (Lucas 4: 17 y 18 - LBLA). Es el hombre Cristo Jesús. El Espíritu del Señor no estaba sobre Él como Dios, sino como hombre, y Le ungió así para predicar el Evangelio a los pobres. Cuán minuciosamente adecuado a lo que ya hemos visto. "ME HA ENVIADO PARA PROCLAMAR LIBERTAD A LOS CAUTIVOS, Y LA RECUPERACION DE LA VISTA A LOS CIEGOS; PARA PONER EN LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS; PARA PROCLAMAR EL AÑO FAVORABLE DEL SEÑOR. Cerrando el libro, lo devolvió al asistente y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en El. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído." (Lucas 4: 18 al 21 – LBLA). Un hombre verdadero estaba allí, y además era el vaso de la gracia de Dios en la tierra, y la Escritura señala esto muy plenamente. Pero, ¿dónde podríamos encontrar esta aplicación muy acertada del profeta excepto en Lucas, a quien, de hecho, ello es peculiar? El Evangelio entero lo desarrolla, o a lo menos, está de acuerdo con ello.

 

"Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca", pero ellos vuelven inmediatamente a la incredulidad, diciendo, "¿No es éste el hijo de José?" "Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra." (Lucas 4: 22 y 23). Él ya había estado llevando a cabo Su obra en lo que Mateo llama "su ciudad" (Mateo 9:1); pero el espíritu de Dios omite enteramente aquí lo que había sido hecho allí. Él aseguraría así el más pleno lustre para "la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos." (2ª. Corintios 8:9). Esto es lo que nosotros tenemos en Lucas. Nuestro Señor muestra después la raíz moral de la dificultad en sus mentes. "De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra. Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón." (Lucas 4: 24 al 26). Nuestro Señor no llama aún a un publicano, o recibe a un Gentil, como en los capítulos 5 y 7; sino que Él habla acerca de la gracia de Dios en esa palabra que ellos leyeron y oyeron, pero no entendieron. Ello fue Su respuesta a la incredulidad de los Judíos, Sus hermanos según la carne. ¡Qué solemnes son las advertencias de la gracia! Fue una viuda Gentil, y no una Judía, quien durante los días de la apostasía de Israel llegó a ser el objeto señalado de la misericordia de Dios. Así, también, "muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio." (Lucas 4:27). La ira hostil del hombre natural y su celo por la misericordia divina para con el extranjero fueron despertados de inmediato. Aquellos que se maravillaban en el momento anterior ante Sus palabras de gracia están ahora llenos de furia, dispuestos a despeñarle. "Y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue. Descendió Jesús a Capernaum, ciudad de Galilea; y les enseñaba en los días de reposo. Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad." (Lucas 4: 29 al 32). Es la Palabra lo que tiene especial prominencia en Lucas; y justamente así, debido a que la Palabra es la expresión de lo que Dios es para el hombre, así como ella es la Palabra que lo prueba.

 

Estas son, por consiguiente, las dos cualidades del evangelio: lo que Dios es hacia el hombre; y lo que el hombre es, revelado, proclamado, y hecho manifiesto por la Palabra de Dios. De esta manera la gracia de Dios resplandece; de esta manera, también, el mal del hombre es demostrado moralmente — no meramente por medio de la ley, sino aún más por la Palabra que entra, y por la Persona de Cristo. El hombre, sin embargo, la aborrece, y no es de extrañar; dado que, independientemente de cuán llena de gracia, la Palabra no deja espacio para la soberbia, la vanidad, la justicia propia, en resumen, para la importancia del hombre en modo alguno. Ninguno hay bueno sino uno: Dios.

 

Pero esto no es toda la verdad; dado que el poder de Satanás está activo en la tierra. Ello era en aquel entonces bastante claro, bastante universal, para ser pasado por alto; y si el hombre era tan incrédulo en cuanto a la gloria de Jesús, a lo menos Satanás sentía Su poder. Así fue con el hombre que tenía un espíritu inmundo. "Él cual exclamó a gran voz, diciendo: Déjanos; ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios." (Lucas 4: 33 y 34). Observen aquí de qué manera Jesús, el cumplimiento y el consumador de la Palabra de Dios, cumple la ley y la promesa, los profetas y los Salmos. Los demonios le reconocen como el Santo de Dios y, además, veremos en breve, como el Ungido (el Cristo), el Hijo de Dios. En el capítulo 5 Él es visto actuando más bien como Jehová. "Y Jesús le reprendió, diciendo: Cállate, y sal de él. Entonces el demonio, derribándole en medio de ellos, salió de él, y no le hizo daño alguno." (Lucas 4:35). Esto demuestra, por lo tanto, que en Cristo no sólo había gracia hacia las necesidades del hombre, sino poder sobre Satanás. Él había vencido a Satanás, y procede a usar Su poder a favor del hombre.

 

Él entra después en casa de Simón, y sana a la madre de su mujer. "Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo." (Lucas 4: 40 y 41). Nos unimos aquí con los Evangelios anteriores. Cuando esto atraía la atención de los hombres Él se marcha. En lugar de usar lo que las personas llaman 'influencia', Él no oirá el deseo del pueblo de retenerle en medio de ellos. Él anda en fe, el Santo de Dios, satisfecho con nada que hiciera que el hombre fuese un objeto para oscurecer Su gloria. Si era seguido a un lugar desierto, lejos de la multitud que Le admiraba, Él les da a conocer que Él debe predicar el reino de Dios a otras ciudades también; dado que para eso Él había sido enviado. "Y predicaba en las sinagogas de Galilea." (Lucas 4:44).

 

 

Capítulo 5

 

 

Y tenemos ahora, al principio de Lucas 5, un hecho sacado enteramente de su lugar histórico. Se trata del llamamiento de los primeros apóstoles, más particularmente de simón, el cual es destacado, así como hemos visto a un ciego, o a un endemoniado, puestos de relieve, aunque podía haber más personas a ser destacadas. Así es que el hijo de Jonás es aquí el gran objeto de la gracia del Señor, aunque otros fueron llamados al mismo tiempo. Ellos eran compañeros de su abandono de todo por Cristo; pero nosotros tenemos su caso tratado con detalle, no el de ellos. Ahora bien, de la lectura en otra parte nosotros sabemos que este llamamiento de Pedro fue antes de la entrada del Señor en casa de Simón, y de la sanación de la suegra de Simón. Sabemos también que el evangelio de Juan ha preservado para nosotros la primera ocasión en toda su vida cuando Simón vio al Señor Jesús, tal como el evangelio de Marcos muestra cuándo fue que Simón fue llamado a marcharse de su barca y su ocupación. Lucas nos había presentado la gracia del Señor con y hacia el hombre, desde la sinagoga en Nazaret hasta Su predicación en todas partes en Galilea, echando fuera demonios, y sanando enfermedades por el camino. Esto es esencialmente una exhibición en Él del poder de Dios por la Palabra, y esto sobre Satanás y todas las aflicciones de los hombres. Un cuadro completo de todo esto es presentado en primer lugar; y para dejarlo intacto, los detalles del llamamiento de Simón son dejados fuera de su tiempo. Pero como el modo de obrar del Señor en esa ocasión fue del valor más profundo, así como también del interés más profundo para ser presentado, ello fue reservado para este lugar. Esto ilustra el método de clasificar hechos moralmente, en lugar de registrarlos meramente tal como acontecían, lo cual es característico de Lucas.

 

"Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red." (Lucas 5: 1 al 5). Es evidente que la palabra de Jesús fue la primera gran prueba. Simón había ya trabajado, y por largo tiempo; pero la palabra de Jesús es suficiente. "Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían." Tenemos a continuación el efecto moral. "Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." (Lucas 5:8). Fue la cosa más natural posible para un alma atraída no meramente por el hecho poderoso que el Señor había obrado, sino por una demostración tal que se podía confiar en Su palabra de manera implícita — es decir, que el poder respondía a la palabra del hombre Cristo Jesús. La pecaminosidad de Simón refulgió intensamente sobre su conciencia. La palabra de Cristo dejó entrar la luz de Dios en su alma: "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." Hubo un sentido real de pecado y confesión; no obstante, la actitud de Pedro a los pies de Jesús muestra que nada estaba más lejos de su corazón que el hecho de que el Señor le dejase, aunque su conciencia sintió que ello debiera ser así. Él fue convencido más profundamente de su estado pecaminoso de lo que nunca antes había estado. Una verdadera atracción había unido ya el corazón de Simón a Cristo. Él había nacido de Dios, en la medida que nosotros podemos juzgar, antes de esto. Él había realmente conocido y oído, por algún tiempo, la voz de Jesús. Esta no fue la primera vez, tal como Juan nos permite ver. Pero la Palabra penetró ahora y le escudriñó de tal manera que esta expresión fue el sentimiento de su alma — una aparente contradicción al hecho de acercarse a los pies de Jesús, diciendo, "Apártate de mí", pero no en la raíz de las cosas — una inconsistencia sólo en la superficie de sus palabras; dado que su más íntimo sentimiento era uno de deseo por Jesús y deleite en Jesús, aferrarse a Él con toda su alma, pero con la convicción más poderosa de que él no tenía el más mínimo derecho para estar allí — que aun él podía pronunciar condenación sobre él mismo, por lo demás en un cierto sentido, aunque bastante contrario a todos sus deseos. Cuanto más él veía lo que Jesús era, él mismo sintió que él era una menos apta compañía para Uno como Él. Esto es precisamente lo que la gracia produce en sus formas de obrar más tempranas. Yo no digo, en sus iniciales, sino en sus formas de obrar más tempranas; dado que nosotros no debemos tener demasiada prisa con los modos de obrar de Dios en el alma. Asombrado ante este milagro, Pedro habla así al Señor; pero la amable respuesta le tranquiliza. "No temas;" Cristo dice, "desde ahora serás pescador de hombres." (Lucas 5:10). Mi objetivo al referirme a este pasaje es para el propósito de destacar la fuerza moral de nuestro Evangelio. Era una Persona divina la que, si Él mostraba el conocimiento y el poder de Dios, se revelaba Él mismo en gracia, pero también moralmente a la conciencia, aunque echaba fuera el temor.

 

Sigue a continuación la sanación del leproso, y posteriormente el perdón del paralítico: nuevamente una exhibición de que Jehová estaba allí, y cumpliendo el Espíritu del Salmo 103; pero Él era también el Hijo del Hombre. Ese fue el misterio de Su Persona presente en gracia, que fue demostrado por el poder de Dios en Uno completamente dependiente de Dios. Finalmente, está el llamamiento de Leví el publicano; mostrando también el Señor qué bien conocía el efecto sobre el hombre el hecho de introducir la realidad de la gracia entre aquellos que estaban acostumbrados a la ley. En realidad, es imposible mezclar el vino nuevo de la gracia con los viejos odres de las ordenanzas humanas. El Señor añade lo que no se encuentra en ningún evangelio sino sólo en el de Lucas, a saber, que en presencia de la cosa nueva de parte de Dios el hombre prefiere los viejos sentimientos, pensamientos, usanzas, doctrinas, hábitos, y costumbres, todos ellos de carácter religioso. Él dice, "Ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor." (Lucas 5:39). El hombre prefiere los tratos de la ley con toda su penumbra, incertidumbre, y distancia de Dios, a la gracia divina infinitamente más bienaventurada, la cual en Cristo muestra a Dios al hombre, y lleva al hombre, por la sangre de Su cruz, a Dios.

 

 

Capítulo 6

 

 

En Lucas 6 esto es reiterado. Nosotros vemos al Señor Jesús en los días de reposo; la defensa de los discípulos arrancando las espigas, y la casi desafiante sanación de la mano seca en la sinagoga. El Señor mismo no arranca las espigas; pero Él defiende a los inocentes, y hace esto sobre un terreno moral. No nos encontramos aquí con los detalles expuestos de manera dispensacional como en el evangelio de Mateo; aunque la referencia es a los mismos hechos, no se argumenta acerca de ellos. En Mateo el tema es mucho más la cercanía del cambio de economía: aquí en Lucas el tema es más moral. Una observación similar es aplicable a la facilidad de la sanación de la mano seca. El día de reposo, o sello del antiguo pacto, jamás fue dado por Dios para obstaculizar Su bondad hacia el necesitado y miserable, aunque los hombres abusaban de dicho día. Pero el Hijo del Hombre era Señor del día de reposo: y la gracia es libre para bendecir al hombre y glorificar a Dios. Inmediatamente después de esto, nubes se agolpan sobre la consagrada cabeza de nuestro Señor; "ellos se llenaron de furor, y hablaban entre sí qué podrían hacer contra Jesús." (Lucas 6:11).

 

El Señor se retira a un monte, continuando toda la noche en oración a Dios. Al día siguiente, Él escoge a doce de Sus discípulos los cuales Le iban a representar de manera preminente después de Su partida. Es decir, Él nombra a los doce apóstoles. Al mismo tiempo, Él pronuncia lo que es llamado comúnmente el Sermón del Monte. Pero hay diferencias sorprendentes entre la manera de Lucas y Mateo, al comunicarnos ese sermón; dado que Lucas junta dos contrastes; uno de los cuales fue suprimido por Mateo — al menos en este, el principio de su evangelio. Lucas asocia las bendiciones y los ayes; Mateo reserva los ayes para otra ocasión. No es que uno afirmaría que el Señor no proclamó los ayes de Mateo 13 en otra y posterior ocasión, pero se puede decir con certeza que el primer evangelista no tuvo presente todas las cuestiones acerca de los ayes para el discurso en el monte. Lucas, por el contrario, proporciona ambas cosas. ¿Quién puede dejar de reconocer en esta circunstancia una marca sorprendente; tanto de los evangelistas como de los designios especiales de Aquel que los inspiró? Lucas no se limitó al aspecto positivo, sino también al aspecto solemne. Hay una advertencia para la conciencia, tanto como hay gracia que apela al corazón. Lucas es el que la presenta y la presenta muy gloriosamente. Además, hay otra diferencia. Mateo presenta a Cristo sólo como el dador de la ley.  Él fue mayor que Moisés, sin duda; Él era Jehová, Emanuel. Él asume, por tanto, el lugar de profundizar, ampliar, y de introducir siempre principios tan infinitamente mejores como para eclipsar lo que se les dijo a ellos en tiempos antiguos. Así, si bien la autoridad de la ley y los profetas es mantenida, hay ahora un cambio incalculable, con antelación a todo lo anterior, de manera adecuada a la presencia de la gloria de Aquel que hablaba en aquel entonces, y a la revelación del Nombre del Padre. Iba a ser aún más; pero esto fue reservado para la presencia en poder del Espíritu Santo, como se nos dice en Juan 16.

 

Aquí, en el evangelio de Lucas, se sigue otro curso. No se trata acerca de Uno que establece principios o describe las clases de personas que pueden tener parte en el reino, como "Bienaventurados los pobres en espíritu, etc." (Mateo 5:3): sino que el Señor ve a los discípulos y les habla, como aquellos directamente interesados; "Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios." (Lucas 6:20). Todo ello es personal, en la perspectiva de la compañía piadosa que Le rodeaba en aquel entonces. Por tanto Él dice, "Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, etc." (Lucas 6:21). Se trataba del dolor y del padecimiento ahora; dado que Aquel que cumplió las promesas y Salmos, y los profetas fue rechazado; y el reino no pudo venir aún en poder y gloria. "Primero es necesario que [Él] padezca mucho." (Lucas 17:25).

 

De este modo, no sólo se trata de una descripción de principio a fin, sino de un mensaje directo al corazón. En Mateo fue, de manera muy apropiada, un discurso general. Aquí la Palabra es hecha aplicable inmediatamente. Es decir, Él considera las personas que están ante Él en aquella ocasión, y pronuncia una bendición sobre ellos clara y personalmente.

 

Por esa razón, así como también por otras, Él nada dice aquí acerca del padecimiento por causa de la justicia. En Mateo están los dos caracteres — los bienaventurados que padecen persecución por causa de la justicia (Mateo 5:10), y aún más los que eran perseguidos por Su causa (Mateo 5:11). Lucas omite la justicia: toda persecución mencionada aquí es a causa del Hijo del Hombre. Cuán bienaventurado es encontrar en Lucas que el gran testigo de la gracia actúa Él mismo en el espíritu de esa gracia, y hace que esto sea el singular rasgo distintivo. En los dos casos, los que padecen son ciertamente bienaventurados; cada uno es precioso a su propio tiempo; pero la menor porción no es lo que caracteriza la palabra del Señor en su evangelio, el cual nos tiene principalmente en vista a nosotros que éramos pobres pecadores de los Gentiles.

 

En Lucas los puntos enfatizados no son los contrastes detallados con la ley, ni el valor de la justicia en secreto con el Padre, ni la confianza en Su cuidado amoroso sin ansiedad, sino que lo que se enfatiza es la gracia práctica al amar a nuestros enemigos, el hecho de ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso, y ser así hijos del Altísimo, con la certeza de la correspondiente recompensa. Viene después la parábola de advertencia acerca de la ceguera de los líderes del mundo religioso, y el valor de la realidad y la obediencia personales, en lugar de moralizar a los demás, lo cual terminaría en ruina. En el capítulo que sigue a continuación (Lucas 7) nosotros veremos al Señor demostrando de manera aún más evidente que la gracia no puede estar atada por los límites Judíos, que Su poder era un poder que el Gentil reconoce que es absoluto sobre todo — sí, en efecto, sobre la muerte así también como sobre la naturaleza.

 

Pero antes de avanzar, permítanme comentar que hay también en Lucas otro rasgo que nos sorprende, aunque ello no requiere ahora muchas palabras. Parece que varias porciones del sermón del monte fueron reservadas para ser insertadas aquí y allá, donde ellas se adaptarían mejor para comentar los hechos o para la relación con ellos. La razón es ese agrupamiento moral de las conversaciones que ya se ha mostrado que está de acuerdo con el método de Lucas. No hay aquí, en absoluto, la misma clase de orden formal de discurso como en Mateo. Yo no dudo que hubo preguntas planteadas durante su curso; y al Espíritu Santo le ha parecido bien presentarnos ejemplos de esto en el evangelio de Lucas. Yo puedo mostrar en otra ocasión, que esto que ocurre con no poca frecuencia a lo largo de toda la parte central de Lucas, se encuentra solamente en él. Ello se hizo, en su mayor parte, para esta asociación de hechos, con comentarios ya sea como resultado de lo que ha ocurrido, o como siendo adecuados a ellos, y por tanto trasplantados desde otra parte.

 

 

Capítulo 7

 

 

En Lucas 7 se vuelve a relatar la sanación del siervo del centurión, con muy llamativas diferencias de la forma en que él la recibió en Mateo. Se nos dice aquí que el centurión, cuando oyó hablar de Jesús, envió a Él unos ancianos de los Judíos. El hombre que no entiende el designio del evangelio, y solamente ha oído que Lucas escribió especialmente para los Gentiles, se ve impedido de inmediato por esto. Él objeta la hipótesis de que este hecho es irreconciliable con un sentido Gentil, y está, por el contrario, más bien a favor de un propósito Judío, a lo menos aquí; dado que en Mateo ustedes no encuentran nada acerca de la embajada de los ancianos Judíos, mientras está aquí en Lucas. Su conclusión es que un evangelio es tan Judío o Gentil como el otro, y que la noción de un designio especial es infundada. Todo esto le puede parecer plausible a un lector superficial; pero a decir verdad, el doble hecho, cuando es debidamente expuesto, confirma de manera notable el diferente alcance de los evangelios, en lugar de neutralizarlo; dado que el centurión en Lucas fue llevado, siendo ambos Gentiles, a honrar a los Judíos en el lugar especial que Dios los ha situado. Él, por tanto, asigna, en esta embajada, un valor a los Judíos. Nosotros tenemos el preciso contraste de esto en Romanos 11, donde se advierte a los Gentiles contra la altanería y la presunción. Si ciertas ramas fueron desgajadas fue a causa de la incredulidad Judía, no hay duda; pero los Gentiles tenían que entender que ellos permanecían en la bondad de Dios, no cayendo en un mal similar y peor, pues de otra manera ellos también tendrían que ser cortados. Esta fue una muy saludable amonestación del apóstol de la incircuncisión a los santos en la gran ciudad capital del mundo Gentil. El centurión Gentil muestra aquí tanto su fe como su humildad al manifestar el lugar que el pueblo de Dios tenía a sus ojos. Él no habló de manera arrogante acerca de mirar sólo a Dios.

 

Permitan que yo diga, hermanos, que este es un principio de un valor no menor, y en más de un sentido. Existe a menudo una buena dosis de incredulidad — no abierta, obviamente, sino subrepticia — la cual se disfraza a sí misma bajo la profesión de dependencia de Dios superior y única, y se jacta en voz alta acerca de dejar a cualquier y a todo hombre fuera de consideración. Yo tampoco niego que existen, y debieran existir, casos donde sólo Dios debe actuar, convencer, o satisfacer. Pero el otro aspecto también es cierto; y esto es precisamente lo que nosotros vemos en el caso del centurión. No hubo ninguna panacea orgullosa en cuanto a tener que ver solamente con Dios, y no con el hombre. Por el contrario, él muestra, mediante su actitud de recurrir a usar a los ancianos Judíos, cuán verdaderamente él reverenciaba los modos de obrar y la voluntad de Dios. Porque Dios tenía un pueblo, y el Gentil reconocía al pueblo como siendo de Su elección, pese a la indignidad de ellos; y si él quería la bendición para su siervo, haría venir a los ancianos de los Judíos para que ellos pudiesen hablar por él con Jesús. A mí me parece mucho más de la fe, y de la humildad que la fe produce, que si él hubiese ido personalmente y solo. El secreto de su acción fue que él no sólo era un hombre de fe, sino de humildad obrada por la fe; y este es un fruto muy precioso, dondequiera que crece y florece. Ciertamente el buen centurión Gentil envía sus embajadores de Israel, los cuales van y dicen lo que era muy cierto y preciso (sin embargo me cuesta pensar que ello fue lo que el centurión puso alguna vez en boca de ellos). "Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga." (Lucas 7: 5 y 5). Él era un hombre piadoso; y no era ninguna cosa nueva este amor por los Judíos, y la demostración práctica de ello.

 

Se observará, además, que Mateo no tiene ninguna palabra acerca de este hecho; y yo no puedo sino sentir cuán bienaventurada es allí la omisión. Si Mateo hubiese escrito meramente como hombre para los Judíos, ello era exactamente la cosa que él habría ciertamente aferrado; pero el poder inspirador del Espíritu obró, y yo no dudo que la gracia también lo hizo, en Mateo al igual que en Lucas, y nosotros tenemos ahora, por tanto, el fruto evidente en sus relatos. Fue adecuado que el evangelista para los Judíos dejase fuera la poderosa expresión de respeto Gentil por Israel, y se explayara acerca de la advertencia a los orgullosos hijos del reino. Fue igualmente adecuado que Lucas, al escribir para la enseñanza Gentil, nos permitiera ver especialmente el amor y la estima por el amor de Dios que un Gentil piadoso tenía por los Judíos. No hubo aquí burla alguna para el decaído estado de ellos, sino tanta más compasión; si, en efecto, más que compasión, dado que su deseo por la mediación de ellos demostró la realidad de su respeto por la nación escogida. No se trató de un sentimiento nuevo; él los había amado por largo tiempo, y les había edificado una sinagoga en días cuando él no buscaba nada de parte de ellos; y ellos lo recuerdan ahora. La fe de este Gentil fue tal, que el Señor admite que Él no había visto nada semejante en Israel. No sólo Mateo menciona esto — una poderosa amonestación incluso para los creyentes de Israel — sino Lucas también, para estímulo de los Gentiles. Este punto común fue muy digno de ser registrado, y unido a la nueva creación, no a la antigua. ¡Cuán hermosa es la escena en ambos evangelios! De qué manera es aumentada esa hermosura cuando nosotros inspeccionamos más de cerca la sabiduría y la gracia de Dios transparentadas en la presentación de Mateo de la bendición Gentil y la advertencia Judía para los Israelitas; y además, en la presentación de Lucas del respeto por los Judíos, y la ausencia aquí de toda mención a la escisión Judía, ¡la cual podía fácilmente ser pervertida para la autosuficiencia Gentil!

 

La escena siguiente (Lucas 7: 11 al 17), es peculiar a Lucas. El Señor no sólo sana, sino que, con una gracia y majestad del todo apropiada a Él mismo, introduce la vida para el muerto, pero con una notable consideración por la humana aflicción y el humano afecto.  Él, en Su poder vivificador, no solamente ocasionó que el muerto viviese, sino que Él ve en él, al cual estaban llevando aun entonces a enterrar, al hijo único de la madre viuda; y entonces Él detiene el féretro, dice al muerto que se levante, y lo da a su madre. No se puede concebir ningún esquema que esté más en consonancia con el espíritu y con el objetivo de nuestro evangelio.

 

Tenemos después a los discípulos de Juan presentados para el propósito especial de observar la gran crisis inminente, si acaso no presente.  La conmoción fue tan severa para el sentimiento y la expectativa preexistentes, que incluso parecería que el precursor mismo del Mesías se sintió afectado y apesadumbrado, debido a que el Mesías no usaba su poder a favor de Sí mismo y de sus seguidores — no protegía a toda alma piadosa en la tierra de Israel — no difundía alrededor luz y libertad para Israel por todas partes. Aun así, ¿quién podía negar el carácter de lo que se estaba haciendo? Un Gentil había confesado la supremacía de Jesús sobre todas las cosas: la enfermedad le debe obedecer a Él, ¡estando presente o ausente! Si ello no era el accionar del misericordioso poder de Dios, ¿qué podía ser? Después de todo, Juan el Bautista era un hombre; y, ¿qué explicaciones hay que darle? ¡Qué lección y cuán necesaria en todo tiempo! El Señor Jesús no sólo responde con Su acostumbrada dignidad, sino al mismo tiempo, con la gracia que no podía sino compadecerse del pensamiento inquisidor y titubeante de Su precursor — satisfaciendo también, no hay duda, la incredulidad de los seguidores de Juan; dado que, qué duda cabe acerca de que si había debilidad en Juan, había mucha más en sus discípulos.

 

Acto seguido, el Señor presenta Su propio juicio moral acerca de toda la generación. Al final de esto está Su muy notable ejemplificación de la sabiduría divina conferida por gracia donde uno menos podía buscarla, en contraste con la perversa necedad de los que se consideraban sabios. "Mas la sabiduría es justificada por todos sus hijos" (Lucas 7:35), sin importar quiénes o qué pueden ellos haber sido, tan ciertamente como dicha sabiduría será justificada en la condenación de todos lo que han rechazado el consejo de Dios contra ellos mismos. De hecho, el aspecto malo, así como el bueno, son igualmente sobresalientes en casa de Simón el Fariseo; y el Espíritu Santo llevó a Lucas a proporcionar aquí el comentario más sorprendente posible acerca de la necedad de la justicia propia, y la sabiduría de la fe. Él aduce exactamente un asunto que viene al caso. El valor de la sabiduría del hombre aparece en el Fariseo, tal como la verdadera sabiduría de Dios, la cual desciende de lo alto, aparece donde sólo Su propia gracia la creaba; dado que, ¿qué depositaria de esa gracia parecía más remota que una mujer de carácter arruinado y depravado? Sí, en efecto, una pecadora cuyo nombre mismo Dios encubre.

Por otra parte, este silencio es, en mi opinión, una evidencia de Su gracia maravillosa. Si ningún fin digno podía ser alcanzado mediante la publicación del nombre de aquella que tenía prácticamente mala fama en esa ciudad desde hacía mucho tiempo, no fue menos digno de Dios el hecho de que él hiciera manifiestas en ella las riquezas de Su gracia. Además, otra cosa: no sólo la gracia es mejor demostrada donde hay más necesidad de ella, sino que su poder transformador aparece para el mayor beneficio en los casos más flagrantes y más perdidos.

 

"Si alguno está en Cristo, nueva criatura es." (2ª. Corintios 5:17 - LBLA). Esa es la operación de la gracia, una nueva creación, no un mero cambio o el hecho de mejorar el viejo hombre conforme a Cristo, sino una vida del todo verdadera con un carácter absolutamente nuevo. Ello se ve en esta mujer, la cual fue objeto de la gracia. Esta mujer acudió a la casa del Fariseo que había invitado a Jesús — atraída por la gracia del Salvador, y verdaderamente contrita, llena de amor por Su persona, pero no aún con el conocimiento de sus pecados perdonados; dado que esto era lo que ella necesitaba, y lo que Él tenía la intención que ella tuviera y conociera. No se trata de la exhibición de un alma iniciándose en el conocimiento del perdón, sino de los modos de obrar de la gracia conduciendo a un alma a ese perdón.

 

Lo que atrajo su corazón no fue la aceptación del mensaje del evangelio, ni tampoco el conocimiento del privilegio del creyente. Eso era lo que Cristo estaba a punto de presentar; pero lo que la ganó, y la atrajo tan poderosamente incluso a esa casa del Fariseo, fue algo más profundo que cualquier conocimiento de las bendiciones conferidas; fue la gracia de Dios en Cristo mismo. Ella sintió instintivamente que en Él no había más verdaderamente toda esa pureza y amor de Dios mismo, de lo que había de la misericordia que necesitaba para ella misma. El sentimiento predominante en su alma, lo que la absorbía, era que, pese a lo consciente que era acerca de sus pecados, ella estaba segura que se podía entregar a esa gracia ilimitada que ella veía en el Señor Jesús. Por eso que ella no se pudo mantener lejos de la casa donde Él estaba, aunque sabía muy bien que ella era la última persona en la ciudad a la que el amo de dicha casa le daría allí la bienvenida. ¿Qué excusa podía ella dar? No, esa clase de cosas había terminado ahora; ella estaba en la verdad. Entonces, ¿qué asunto tenía ella en casa de Simón? Sí, su asunto era con Jesús, el Señor de gloria por la eternidad, aunque estaba allí; y la supremacía de Su gracia era tan completa sobre su alma, que nada la pudo retener. Sin solicitar el permiso de Simón, sin un Pedro o un Juan que la presentasen, ella va adonde Jesús estaba, trayendo con ella un frasco de alabastro con perfume, "y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume." (Lucas 7:38).

 

Esto extrajo el razonamiento religioso del corazón de Simón, el cual, al igual que todo otro razonamiento de la mente natural acerca de cosas divinas, es solamente infidelidad. "Dijo para sí: Este, si fuera profeta." ¡Qué vacuo era el Fariseo de apariencia justa! Él había rogado al Señor que entrara allí; pero, ¿cuál era el valor del Señor ante los ojos de Simón? "Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora." (Lucas 7:39). Efectivamente ella era una pecadora. Esto no estaba mal sino eso. La raíz del peor de los males es justamente esa depreciación de Jesús. El propio Simón, en su interior, dudaba que Él fuese incluso un profeta. ¡Oh, cuán poco él pensó que se trataba de Dios mismo en la Persona de aquel humilde hombre, el Hijo del Altísimo! En esto estaba el punto de partida de este error muy fatal. Jesús, sin embargo, demuestra que Él era profeta, sí, en efecto, el Dios de los profetas; y leyendo los pensamientos de su corazón, Él responde su silente pregunta por medio de la parábola de los dos deudores.

 

Yo no me explayaré ahora acerca de lo que es familiar para todos. Es suficiente decir que esta es una escena peculiar a nuestro evangelio. ¿No podría yo preguntar dónde sería posible encontrarla armoniosamente sino aquí? ¡Qué admirable es la elección del Espíritu Santo, exhibida así al mostrar a Jesús conforme a todo lo que hemos visto desde el principio de este evangelio! El Señor declara que los pecados de ella van a ser perdonados; pero es bueno observar que esto fue al final de la entrevista, y no la ocasión de ello. No hay ninguna base para suponer que ella sabía antes que sus pecados eran perdonados. Por el contrario, me parece que la finalidad de la historia se pierde cuando se asume esto. ¡Qué confianza otorga Su gracia a aquel que va directamente a Él! Él habla imperativamente, y garantiza el perdón. Hasta que Jesús lo dijese, habría sido una presunción para cualquier alma en aquel momento, haber actuado sobre la certeza de que sus pecados eran perdonados. Me parece que ese es el objeto explícito de esta historia — una pobre pecadora arrepintiéndose verdaderamente, y atraída por Su gracia, la cual le atrae a Él mismo, y oye de Él Su propia palabra directa, "Tus pecados te son perdonados." (Lucas 7:48). Sus pecados, que eran muchos, fueron perdonados. No hubo ocultamiento alguno, por lo tanto, de la magnitud de su necesidad; porque ella amó mucho. No es que yo daría explicaciones acerca de esto. Su mucho amor era tan verdadero antes así como lo fue después, ella oyó el perdón. Ya había un amor real en su corazón. Ella fue cautivada por la gracia divina en Su persona, la cual  la inspiró por medio de la enseñanza del Espíritu con amor a través de Su amor; pero el efecto de conocer de Sus propios labios que sus pecados fueron perdonados debe haber sido aumentar aquel amor. El Señor está aquí ante nosotros como Uno que sondeó minuciosamente el mal corazón de la incredulidad, que apreció, tan verdaderamente como Él la había efectuado, la obra de gracia en el corazón de la creyente, y que expresa públicamente delante de todos, la respuesta de paz con la que Él autoriza a una como ella a marcharse.

 

 

Capítulo 8

 

 

En el último capítulo (Lucas 8) acerca del cual voy a hablar esta noche, el Señor es visto no sólo yendo ahora a predicar, sino con un número de hombres y mujeres en Su comitiva, hijos de la sabiduría ciertamente, que eran los pobres pero reales testigos de Su rica gracia, y consagrados a Él aquí abajo. "Y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes." (Lucas 8: 1 al 3). ¿No se trata aquí también de un retrato maravillosamente característico de nuestro Señor Jesús, y que sólo se encuentra en Lucas? Enteramente sobre el mal del hombre, Él pudo andar, y anduvo, en la calma perfecta de la presencia de Su Padre, pero aun así, conforme a la actividad de la gracia de Dios en este mundo.

 

Por eso que Él es presentado aquí en nuestro Evangelio como hablando del sembrador, aun cuando Él estaba esparciendo la semilla de la "palabra de Dios"; dado que aquí ella es llamada así. En el Evangelio de Mateo (Mateo 13), donde aparece la misma parábola como introduciendo el reino de los cielos, ella es llamada "la palabra del reino." (Mateo 13:19). Aquí, cuando la parábola es explicada, la semilla es "la palabra de Dios." De esta manera, en Lucas no se trata del reino; en Mateo sí. Nada puede ser más sencillo que la razón de la diferencia. Observen que el Espíritu de Dios, al registrar, no se limita a las escuetas palabras que Jesús habló. Yo estimo que esto es un asunto de no pequeña importancia para formar una sana valoración acerca de las Escrituras. La noción en la que los hombres ortodoxos se encierran algunas veces, en celo por la inspiración plenaria, es, en mi opinión, absolutamente mecánica: ellos piensan que la inspiración presenta necesaria y solamente las palabras exactas que Cristo pronunció. Me parece que no existe la más mínima necesidad para esto. Ciertamente el Espíritu Santo presenta la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Las diferencias no se deben a ningún defecto, sino a su designio; y lo que Él nos ha presentado es incomparablemente mejor que un escueto informe por medio de muchos, todos con la intención de presentar las mismas palabras y los mismos hechos. Consideren el capítulo que está ante nosotros para ilustrar lo que quiero decir. Mateo y Lucas nos presentan por igual la misma parábola del sembrador; pero Mateo la llama "la palabra del reino"; mientras Lucas la llama "la palabra de Dios." El Señor Jesús puede haber empleado ambas en Su discurso en ese momento, Yo no estoy argumentando que Él no lo hizo; pero lo que yo afirmo es que, ya sea que Él empleó o no empleó ambas, el Espíritu de Dios no nos presentó el hecho de tener ambas en el mismo Evangelio, sino que Él actúa con soberanía divina. Él no rebaja a los evangelistas al estado de unos meros reporteros literales, como los que se pueden encontrar a fuerza de habilidad entre los hombres. No hay duda que el objetivo de ellos es obtener las palabras precisas que un hombre pronuncia, porque no existe tal poder o tal persona que ponga en práctica la voluntad de Dios en el mundo. Pero el Espíritu de Dios puede actuar con más libertad, y puede dar esta parte del discurso a un evangelista, y esa parte a otro. Por consiguiente, el mero sistema mecánico, entonces, no puede explicar jamás la inspiración. Dicho sistema se encuentra enteramente desconcertado por el hecho que las mismas palabras no son presentadas en todos los Evangelios. Consideren a Mateo, como hemos visto recién, diciendo, "Bienaventurados los pobres" (Mateo 5:3), y a Lucas diciendo, "Bienaventurados vosotros los pobres" (Lucas 6:20). Esto es de inmediato una dificultad incómoda para el sistema mecánico de inspiración; pero no lo es, en absoluto, para los que se adhieren a la supremacía del Espíritu al emplear a diferentes hombres como los instrumentos de Sus varios objetivos. No hay ningún intento, en ninguno de los Evangelios, para proporcionar una reproducción de todas las palabras y obras del Señor Jesús. Por lo tanto, yo no tengo duda alguna que aunque en cada Evangelio nosotros tenemos nada más que la verdad, no tenemos todos los hechos en ningún Evangelio, o en todos ellos. Por eso que la plenitud más rica resulta del método del Espíritu. Teniendo el mando exclusivo de toda verdad, el Espíritu presenta sólo la palabra necesaria en el lugar correcto, y por la debida persona, como para mostrar mejor la gloria del Señor.

 

Después de esta parábola tenemos otra, como en el evangelio de Mateo, pero no relacionada con el reino, porque ese no es el punto aquí; dado que la dispensación no es el asunto que está ante nosotros como en Mateo. De hecho, está parábola es una que no se encuentra en Mateo, en absoluto. Lo que Mateo presenta está completo para el propósito de su Evangelio. Pero en Lucas era de gran importancia presentar esta parábola; porque cuando un hombre ha sido asido por la Palabra de Dios, la cosa que sigue a continuación es el testimonio. A los discípulos, no a la nación, les es dado conocer los misterios del reino de Dios (Lucas 8:10). Siendo ellos mismos esclarecidos, la siguiente cosa era dar luz a los demás. "Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz. Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz. Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará." (Lucas 8: 16 al 18). Por lo tanto, la responsabilidad en el uso de la luz es impuesta.

 

Lo que sigue a continuación es la desestimación de los lazos naturales en las cosas divinas, la aprobación de nada más que una relación fundamentada en la Palabra de Dios oída y puesta por obra. La carne no tiene valor alguno; para nada aprovecha. Así que cuando la gente Le dijo, "Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. El entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen." (Lucas 8: 20 y 21). Ella es aún la Palabra de Dios. No es como Mateo lo expresa, después de la entrega formal de la nación a la apostasía, y la introducción de una nueva relación (véase Mateo 12); se trata aquí sencillamente de la aprobación de Dios de aquellos que guardan y valoran Su palabra. El lugar que la Palabra de Dios tiene responde moralmente a la mente de Cristo.

 

Pero Cristo no exime a sus seguidores de tener problemas aquí abajo. La siguiente es la escena en el lago, y los discípulos manifestando su incredulidad, y el Señor manifestando Su gracia y poder. Pasando al otro lado del lago vemos a Legión, el cual, pese a este terrible mal, tiene una obra divina profunda llevada a cabo en su alma. No se trata tanto de una cuestión acerca de hacerle a él un siervo de Dios. Eso lo tenemos en Marcos, y muy detallado. Nosotros le tenemos aquí más bien como un hombre de Dios; siendo, en primer lugar, el objeto de poder liberador y el favor del Señor; deleitándose después en Aquel que hizo que Dios fuese conocido por él. No es de extrañar que cuando los demonios fueron echados fuera, el hombre rogase que él pudiese estar con Jesús. Se trató de un sentimiento natural, por así decirlo, provocado por la gracia y por la nueva relación con Dios en la que él había entrado. "Pero Jesús le despidió, diciendo: Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él." (Lucas 8: 38 y 39).

 

El relato del ruego de Jairo por su hija sigue a continuación. Mientras el Señor va en Su camino a sanar a la hija de Israel, la cual muere mientras tanto, Él es interrumpido por el toque de fe; dado que quienquiera que acudía a Él encontraba sanidad. El Señor, sin embargo, si bien responde perfectamente el caso de cualquier alma necesitada en el presente inmediato, no fracasa en cumplir, a largo plazo, el propósito de Dios para el resurgimiento de Israel. Él restaurará a Israel; dado que en la mente de Dios ellos no están muertos sino que están dormidos.

 

 

Capítulo 9

 

 

Lucas 9 comienza con la misión — no con el hecho de apartar, sino con el circuito — de los doce enviados por el Señor, el cual, al hacer eso, estaba obrando según un nuevo estilo. Él comunica poder en gracia a los hombres, hombres escogidos, los cuales tienen que predicar el reino de Dios y sanar a los enfermos; dado que en este Evangelio, aunque ello es primeramente en Israel, se trata de la labor de la gracia divina que está destinada evidentemente para una incomparablemente más amplia esfera y a objetivos aún más profundos. Esta misión de los doce en el Evangelio de Mateo tiene un aspecto decididamente Judío, incluso hasta el final mismo, y contempla a los mensajeros del reino ocupados con su obra hasta que el Señor viene, y, por consiguiente, omite lo que Dios está haciendo ahora en el llamamiento de los Gentiles (véase Mateo 10). Nosotros tenemos aquí claramente la misma misión presentada en un punto de vista completamente diferente. Desaparece lo que es Judío de manera peculiar, aunque todo era en aquel entonces para el Judío; lo que hace a Dios conocido, y esto, también, en misericordia y bondad hacia el hombre necesitado — esto lo tenemos plenamente en nuestro Evangelio. Se dice aquí, "predicar el reino de Dios." (Lucas 9:2). En lugar de abandonar al hombre a sí mismo, la intervención del poder divino es el pensamiento central del reino de Dios; y en lugar de ser dejado el hombre a sus recursos y a su sabiduría para tomar ventaja y mantenerla en el mundo por medio de la providencia de Dios, como si él tuviese un cierto derecho adquirido en el reino de la naturaleza, Dios mismo se ocupa de esta escena para el propósito de introducir Su poder y Su bondad en dicho mundo en la Persona de Cristo, asociando así a la Iglesia , y el hombre exaltado así verdaderamente, y bendecido más que nunca. Esto será mostrado en lo que nosotros llamamos comúnmente el milenio. Pero mientras tanto, los doce iban a salir como mensajeros de Cristo; dado que Dios presenta siempre un testimonio antes que Él introduce la cosa de la cual se testifica. Unido a este apostolado estaban el poder sobre todos los demonios, y la sanación de las enfermedades. Pero esto era solamente secundario. El propósito principal y evidente no era ninguna exhibición de poder, aunque Él armó a los mensajeros del reino con tal energía como para que los poderes de Satanás fuesen desafiados, por así decirlo, aunque esto está más detallado en Mateo. No es que haya aquí silencio en cuanto a los poderes milagrosos de sanación, obviamente. Pero nosotros no encontramos en Lucas los detalles especiales del llamamiento Judío hasta el fin del siglo, ni tampoco el vacío en cuanto a los tratos intermedios con los Gentiles. Lo que el Espíritu Santo selecciona y pone de relieve aquí es todo lo que manifiesta la bondad y la compasión de Dios hacia el hombre, tanto en el alma como en el cuerpo.

 

Nosotros tenemos junto con esto, la solemnidad de rehusar el testimonio de Cristo. En realidad, esto es cierto aun ahora acerca del evangelio, donde no se trata meramente del reino predicado, sino de la gracia de Dios; y, en mi opinión, ello es un logro del evangelio que no puede ser separado jamás de él sin sufrir pérdida. Predicar solamente el amor es algo defectuoso. El amor es esencial al evangelio, lo cual es ciertamente la manifestación muy resplandeciente de la gracia de Dios para el hombre en Cristo; dado que es un mensaje de amor que no sólo dio al Hijo unigénito de Dios, sino que trató incansablemente con Él en la cruz para salvar a los pecadores. Predicar solamente el amor es otra cosa y una cosa seria, un evangelio diferente que no es otro. Sí, en efecto, es ocultar las terribles y ruinosas consecuencias de la indiferencia al evangelio. Yo no me refiero a rechazarlo absolutamente, sino que aun el hecho de quitar importancia al evangelio es fatal. Nunca es verdadero amor el hecho de ocultar o encubrir que el hombre ya está perdido y debe ser lanzado en el infierno, a menos que sea salvo a través de creer en el evangelio. Ocupar a los hombres con otras cosas, independientemente de lo aparente o realmente buenas que son en su lugar, no es ninguna demostración de amor al hombre, sino de insensibilidad a la gracia de Dios, a la gloria de Dios, al mal del pecado, a la más verdadera y más profunda necesidad del hombre, a la certeza del juicio, a la bienaventuranza del evangelio. Por lo demás, una vez que esto es desatendido, en vano se muestra a Dios en Su bondad. Para regresar, nosotros vemos que en esta parte de nuestro Evangelio el Señor está testificando a los Judíos en la perspectiva de Su rechazo, siendo los discípulos investidos con los poderes del siglo venidero.

 

Tenemos después el obrar de la conciencia mostrada en un hombre malo. Incluso Herodes, tan lejos como estaba de un testimonio semejante, fue, sin embargo, conmovido en ese entonces por él, como para preguntar qué significaba todo ello, y de quién era el poder que obraba así. Él había conocido a Juan el Bautista como un gran personaje que llamó la atención de todo Israel en su día. Pero Juan había muerto. Herodes tenía una buena razón para conocer cómo era una mala conciencia que le perturbaba, particularmente mientras él oía lo que estaba sucediendo ahora, cuando los hombres pretendían, entre varios rumores, que Juan había resucitado de  entre los muertos. Esto no satisfizo a Herodes; él no tenía ningún conocimiento del poder de Dios, pero, a lo menos, él estaba perplejo y perturbado.

 

Los apóstoles, a su regreso, le cuentan al Señor lo que habían hecho, y Él los lleva a un lugar desierto, donde, en el fracaso de ellos en cuanto a entrar en el carácter de Cristo, Él se muestra no solamente como un hombre que era el Hijo de Dios, sino como Dios, Jehová mismo. No hay ningún Evangelio donde el Señor Jesús no se muestre a Sí mismo así. Él puede tener otros objetos, puede ser que Él no se manifieste siempre en la misma exaltación, pero no hay ningún Evangelio que no presente al Señor Jesús como el Dios de Israel en la tierra. Y por eso que este es un milagro que se encuentra en todos los Evangelios. Incluso Juan, el cual no presenta normalmente el mismo tipo de milagros que presentan los demás, presenta este milagro junto con los otros evangelistas. De ahí que sea evidente que Dios estaba mostrando Su presencia en benevolencia a Su pueblo en la tierra. El carácter mismo del milagro lo dice. Aquel que hizo llover anteriormente el maná está allí; Él alimenta una vez más a Sus pobres con pan. Se trataba particularmente de los Judíos, pero aun así, de los pobres y despreciados, los que eran semejantes a ovejas a punto de perecer en el desierto. Nosotros encontramos así que, si bien ello está perfectamente en armonía con el carácter de Lucas, sin embargo, ello entra dentro del rango de todos los Evangelios, alguno por una razón, y alguno por otra.

 

Yo supongo que Mateo fue dado para ilustrar el gran cambio dispensacional inminente en aquel entonces; dado que se nos muestra allí a Cristo como despidiendo a la multitud, y yendo a orar a lo alto, mientras los discípulos se afanaban sobre el embravecido mar (Mateo 14). No había fe real en los pobres Judíos; ellos sólo querían a Jesús por lo que Él les podía dar, no por Él mismo. Mientras que la fe recibe a Dios en Jesús; la fe ve la gloria suprema de un Jesús rechazado: sin importar cuáles pueden ser las circunstancias externas, con todo, dicha fe Le reconoce; la multitud no Le reconoció. A ellos les habría gustado un Mesías como sus ojos veían en Su poder y beneficencia; a ellos les habría gustado Uno que proporcionara y peleara sus batallas por ellos; pero no había ningún sentido de la gloria de Dios en Su Persona. La consecuencia es que el Señor, aunque los alimenta, se marcha; los discípulos son expuestos, mientras tanto, al afán y a la tempestad, y el Señor vuelve a unirse a ellos, atrayendo la energía de uno que simboliza a los audaces en los días postreros. Porque aun el remanente piadoso en Israel no tendrá, en aquel entonces, precisamente la misma medida de fe. Parece que Pedro representa a los más adelantados, descendiendo de la barca para encontrar al Señor, pero al igual que él, no hay duda, a punto de perecer por la audacia de ellos. Aunque hubo la obra de afecto, y hasta cierto punto, de confianza para abandonar todo por Jesús, aun así Pedro estaba ocupado con los problemas, tal como ellos indudablemente lo estarán en aquel día. Tal como para a él, el Señor interviene misericordiosamente al igual para ellos. De este modo, es evidente que Mateo tiene en perspectiva el cambio completo que ha tenido lugar: el Señor se ha marchado, asumiendo arriba completamente otro carácter, y luego volviéndose a unir a ellos, obrando en sus corazones, y libertándoles en los postreros días. No tenemos nada de esto en Marcos o en Lucas. El alcance de ninguno de ellos permitió un esquema tal de circunstancias, que pudiera convertirse en un tipo de los acontecimientos de los postreros días en relación con Israel, tanto como de la actual separación del Señor para ser un Sacerdote en lo alto, antes que Él regrese a la tierra y especialmente a Israel. Nosotros podemos entender fácilmente cuán perfectamente todo esto se adapta a Mateo.

 

Pero además, en Juan 6, el milagro proporcionó la ocasión para el discurso maravilloso de nuestro Salvador, ocupando la última parte del capítulo, lo cual será abordado en otra ocasión. En este momento, mi finalidad es mostrar sencillamente que si bien lo tenemos en todos, el engaste, por así decirlo, de la joya difiere, y esa fase particular que se adapta al objetivo del Espíritu de Dios en cada Evangelio es sacada a luz.

 

Después de esto, como de hecho se encuentra en todas partes, nuestro Señor llama a los discípulos más claramente a un lugar separado. Él había mostrado lo que Él era, y todas las bendiciones reservadas para Israel, pero no había fe verdadera alguna en la gente. Había, en cierta medida, un sentido de necesidad; había bastante disposición para recibir lo que era para el cuerpo y la vida presente, pero los deseos de ellos se detienen allí; y el Señor demostró esto por medio de Sus preguntas, porque estas revelaban la agitación de las mentes de los hombres y su falta de fe. De ahí que, por  tanto, la respuesta de los discípulos a la pregunta del Señor, "¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado." (Lucas 9: 18 y 19). Tanto si eran Herodes y sus siervos, o Cristo con Sus discípulos, el mismo relato encuentra el oído de la variada incertidumbre pero constante incredulidad.

 

Pero nosotros encontramos ahora un cambio. En ese pequeño grupo que rodeaba al Señor, había corazones a los que Dios había descubierto la gloria de Cristo; y a Cristo agradó oír la declaración, no a causa de Sí mismo, sino por la de Dios, y la de ellos también. En amor divino Él oyó la confesión de ellos acerca de Su Persona. No hay duda de que ella fue Su debida confesión; pero en verdad Su amor deseaba más bien dar que obtener, sellar la bendición que había sido dada ya por Dios, y pronunciar una nueva bendición. ¡Qué momento ante la mirada de Dios! Jesús "les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?" (Lucas 9:18). Pedro responde entonces de manera inequívoca, "El Cristo de Dios." (Lucas 9:20). Parecería notable, a primera vista, que en el Evangelio de Mateo nosotros tenemos un reconocimiento más pleno. Él Le reconoce allí que no sólo es el Cristo, sino "el Hijo del Dios viviente." (Mateo 16:16). Esto es dejado fuera aquí. Junto con el reconocimiento de aquella gloria más profunda de la Persona de Cristo, al Señor se lo cita diciendo, "sobre esta roca edificaré mi iglesia" (Mateo 16:18). Como la expresión de la dignidad divina de Cristo es omitida aquí, del mismo modo la edificación de la Iglesia no se encuentra. Está solamente el reconocimiento de Cristo como el Mesías verdadero, el ungido de Dios; no un ungido por manos humanas, sino el Cristo de Dios. El Señor, por lo tanto, omite enteramente toda insinuación acerca de la Iglesia, esa cosa nueva que iba a ser edificada, tal como tenemos aquí la omisión de la confesión más sobresaliente de Pedro. "Pero él les mandó que a nadie dijesen esto, encargándoselo rigurosamente." (Lucas 9:21). Era inútil proclamarle a Él como el Mesías. Después de las profecías, los milagros, la predicación, el pueblo había sido totalmente reprensible. Tal como los discípulos dijeron al Señor, algunos decían una cosa, algunos decían otra, y no obstante lo que ellos decían, todo ello era erróneo. No hay duda de que había este puñado de discípulos que Le seguían; y Pedro, hablando por los demás, conoce y confiesa la verdad. Pero ello era en vano para el pueblo como un todo; y esta era la pregunta para el Mesías como tal. El Señor, por consiguiente, en esta ocasión, introduce ese cambio muy solemne, no dispensacional, no la interrupción del sistema Judío y la edificación de la Iglesia saliendo a luz. Nosotros hemos visto que eso viene en el Evangelio donde hemos encontrado tratada siempre la cuestión acerca de la crisis dispensacional. En Lucas no es así; dado que se encuentra allí la gran raíz moral del asunto, y después que un testimonio tan pleno — yo no diría adecuado, sino abundante — había sido rendido a Cristo, no meramente por Su energía intrínseca, sino incluso por medio del poder comunicado a Sus siervos, era totalmente en vano proclamarle  a Él por más tiempo como el Mesías de Israel. La manera en que Él había venido como Mesías era extraña a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus predisposiciones; la humildad, la gracia, la senda de padecimiento y desprecio — todo esto era tan detestable para Israel, que con un Mesías semejante, aunque Él fuese el Hijo de Dios, ellos no tendrían nada que ver. Ellos querían un Mesías que gratificara la ambición nacional de ellos, y satisficiera sus necesidades naturales. Ellos deseaban también la gloria terrenal como una cosa inmediata, siendo ellos simplemente hombres del mundo; y cualquier cosa que asestara un golpe a esto, cualquier cosa que introdujese a Dios y Sus caminos, Su bondad, Su gracia, Su juicio necesario del pecado, Su introducción ahora de eso para la fe, de todo esto ellos no tenían ningún sentido de necesidad, y Uno que viniese para esos fines era para ellos completamente odioso. Por eso que, entonces, nuestro Señor actúa de inmediato según esto, y anuncia la gran verdad de que ya no se trataba de un asunto acerca De Cristo cumpliendo lo que había sido prometido a los padres, y que, sin duda, aun así se cumpliría para los hijos en otro día. Mientras tanto. Él iba a asumir el lugar de un hombre rechazado, de un hombre dolorido — el Hijo del Hombre; no sólo Uno cuya Persona era despreciada, sino Uno que iba a la cruz: siendo Su testimonio completamente desacreditado, y Él mismo a morir. Esto es, entonces, lo que anunció en primer lugar. Él dice, "Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas [no son aquí los Gentiles, sino los Judíos] y que sea muerto, y resucite al tercer día." (Lucas 9:22). Yo no necesito decir que sobre eso está subordinada, no meramente la edificación gloriosa de la Iglesia de Dios, sino el terreno sobre el cual cualquier alma pecadora puede ser llevada a Dios. Pero ello no es presentado aquí en la perspectiva de la expiación, sino como el rechazo y padecimiento del Hijo del Hombre a manos de Su propio pueblo, es decir, de sus líderes.

 

Uno debe recordar atentamente con detenimiento que la muerte de Cristo, infinita en valor, cumple muchos y encomiables fines. El hecho de limitarnos a una única visión particular de la muerte de Cristo, no es mejor que la pobreza voluntaria en la presencia de las riquezas inagotables de la gracia de Dios. La visión de otros objetivos satisfechos allí no quita mérito, en el más mínimo grado, a la suma importancia de la expiación. Yo puedo entender perfectamente que cuando un alma no es completamente libre y feliz en paz, la única cosa deseada es eso que le dará descanso. De ahí la tendencia que tiene uno, incluso entre santos, a encasillarse en la expiación. El hecho de no buscar nada más en la muerte de Cristo es la prueba de que el alma no está satisfecha — que hay aún un vacío en el corazón, el cual anhela lo que no se ha hallado aún. Por eso que, por tanto, las personas que están más o menos bajo la ley restringen la cruz de Cristo solamente a la expiación, lo cual es el medio de perdón. Cuando se trata de justicia, ellos están tan completamente a oscuras, que cualquier cosa más allá de la remisión de pecados, deben buscarla en alguna parte. ¿Qué es para ellos el hecho de que el Hijo del Hombre fue glorificado, o que Dios se glorificó en Él? En todo aspecto, excepto en que hay un lugar dejado para la expiación en la misericordia de Dios, el sistema es falso.

 

Nuestro Salvador no habla como quitando la culpa del hombre, sino como rechazado y padeciendo hasta lo sumo por causa de la incredulidad del hombre, o la de Israel. No es aquí una revelación por parte de Dios acerca del sacrificio eficaz. Los jefes de la religión mundana Le matan; pero Él resucita al tercer día. No entra después un desarrollo de los resultados bienaventurados de la expiación, no obstante lo cierto que eso era lo que Dios iba a efectuar en aquel mismo momento; pero Lucas, tal como es su manera, insiste, en relación con el rechazo y la muerte de Cristo, acerca del gran principio moral: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo." (Lucas 9:23). El Señor tendrá la cruz verdadera, no sólo por un hombre, sino también en él. Bienaventurado como es el hecho de conocer lo que Dios ha obrado en la cruz de Cristo para nosotros, nosotros debemos aprender lo que ella escribe acerca del mundo y de la naturaleza humana. Y eso es en lo que el Señor insiste: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles." (Lucas 9: 23 al 26). Tenemos aquí mencionada una notable plenitud de gloria en relación con aquel gran día cuando las cosas eternales comiencen a ser mostradas.

 

"Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios." (Lucas 9:27). Aquí, por tanto, como en los tres primeros Evangelios, nosotros tenemos la escena de la transfiguración. La única diferencia es que en el Evangelio de Lucas ella parece venir mucho más temprano que en los demás. En el caso de Mateo está la espera — por así decirlo, hasta el final (Mateo 16:28). Yo no necesito decir que el Espíritu de Dios tuvo tan claramente en cuenta el mismo momento en particular en uno como en otro; pero el objetivo dominante introdujo necesariamente otros temas en un Evangelio, tal como los omite en otro. En una palabra, la finalidad en Mateo fue mostrar la plenitud de testimonio antes de aquello que fue tan fatal para Israel. Yo puedo decir que Dios, agotó todos los medios de advertencia y testimonio para Su pueblo antiguo, dándoles prueba sobre prueba, todas desplegadas delante de ellos. Lucas, por el contrario, introduce una ilustración especial de Su gracia "al judío primeramente" en un tiempo prematuro; y luego, siendo esto rechazado, se vuelve a principios más amplios, porque, de hecho, no obstante cuáles puedan ser los medios a través de la responsabilidad del hombre, para Dios, todo ello era una cosa zanjada.

 

Juan no introduce los detalles de la oferta a los Judíos en absoluto. Desde el mismo capítulo primero del Evangelio de Juan el juicio ha terminado y todo está decidido. Desde el comienzo fue evidente que Cristo era rechazado completamente. Por consiguiente, de manera muy consistente, los detalles del testimonio y la transfiguración misma no encuentran lugar alguno en Juan: ellos no están en la línea de su objetivo. Lo que responde a la transfiguración, en la medida que se puede decir que algo lo hace en el Evangelio de Juan, es presentado en el primer capítulo, donde se dice, " (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad." (Juan 1:14). Aun si se concibe que esto es una alusión a lo que se vio en el monte santo, ello es mencionado aquí a modo de paréntesis. El objetivo no era hablar de la gloria del reino, sino mostrar que había una gloria mucho más profunda en Su Persona: en otra parte se habla abundantemente del reino. El tema de este Evangelio de Juan es mostrar al hombre completamente sin valor desde el principio mismo, el Hijo todo lo que era bienaventurado, no sólo desde el principio, sino desde la eternidad. Por eso que no hay espacio para la transfiguración en el Evangelio de Juan.

 

Pero en Lucas, siendo el resultado el hecho de que Él muestra las raíces morales de las cosas, tenemos la transfiguración situada mucho antes en cuanto a su lugar. La razón es manifiesta. Desde el momento de la transfiguración, o inmediatamente anterior a ella, Cristo hizo el anuncio de Su muerte. Ya no había más duda acerca del establecimiento del reino en Israel en aquel momento; por consiguiente, no había objeto alguno en predicar ahora al Mesías como tal, o predicar el reino. El asunto era este: Él iba a morir; Él iba a ser desechado por los principales sacerdotes, los ancianos, y los escribas. Entonces, ¿qué utilidad tenía el hecho de hablar ahora acerca de reinar? Por eso que se da a conocer gradualmente en parábolas proféticas otra clase de manera en que el reino iba a ser introducido mientras tanto. Una muestra de cómo será el reino de Dios fue visto en el monte de la transfiguración; dado que el sistema de gloria es sólo postergado, y de ningún modo abandonado. Aquel monte revela una ilustración de lo que Dios tenía en Sus consejos. Antes de esto, como es manifiesto, aun la predicación de Cristo era acerca de Uno presentado sobre el fundamento de la responsabilidad del hombre. Es decir, los Judíos eran responsables de recibirle a Él y el reino del cual Él tenía el derecho de establecer. El final de esto fue — lo que se ve uniformemente en tales pruebas morales — que el hombre, cuando es probado, es hallado siempre falto. En sus manos todo se vuelve inútil. Aquí, entonces, Él muestra que todo era conocido para Él. Él iba a morir. Esto, obviamente, termina con toda pretensión del hombre en cuanto a cumplir con su obligación en el terreno del Mesías, tal como antes en el terreno de la ley. Su deber era claro, pero él fracasó miserablemente. Por consiguiente, nosotros somos llevados de  inmediato aquí a la perspectiva del reino, ofrecido no de manera provisional, sino conforme a los consejos de Dios, el cual tiene ante Él, obviamente, el fin desde el principio.

 

Consideremos entonces la manera peculiar en que el Espíritu de Dios presenta el reino por medio de nuestro evangelista. "Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar." (Lucas 9:28). El modo mismo de presentar el momento difiere de los demás. Puede ser que no todos estén informados acerca de que algunos hombres han encontrado aquí una dificultad: ¿dónde no lo harán? Me parece que esta es una dificultad pequeña, entre "Seis días después" (Mateo 17:1; Marcos 9:2), y "como ocho días después" (Lucas 9:28). Una expresión es claramente una enunciación exclusiva acerca del tiempo así como la otra es inclusiva: una persona sólo tiene que pensar correctamente para ver que ambas son perfectamente ciertas. Pero yo no creo que sea sin una razón divina que al Espíritu de Dios le pareció bien usar la una en Mateo y Marcos, y la otra sólo en Lucas. Parece que hay más una relación entre la forma "como ocho días después" con nuestro Evangelio que con los demás; y por esta sencilla razón: que esta anotación de tiempo introduce eso que, comprendido de manera espiritual, va más allá del rutinario mundo del tiempo, o aun del reino en su idea y su medida Judías. El octavo día introduce no sólo la resurrección, sino la gloria apropiada a ella. Ahora bien, esto es lo que se relaciona con la visión momentánea del reino que encontramos en Lucas más que ningún otro. No hay duda acerca de que ello se da por entendido en los demás, pero no está expresado tan abiertamente como en nuestro Evangelio, y esto lo encontraremos confirmado a medida que prosigamos con el tema.

 

"Y entre tanto que oraba, [es decir, cuando había la expresión de Su perfección humana en dependencia de Dios, de la que Lucas habla a menudo,] la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente." (Lucas 9:29). La apariencia expuso aquello que será obrado en los santos cuando sean transformados en la venida de Cristo. Aun así en el caso de nuestro Señor; aunque la Escritura es muy cautelosa, y nos corresponde hablar reverentemente acerca de Su Persona, con todo, Él fue ciertamente enviado en semejanza de carne de pecado (Romanos 8:3); pero, ¿podía Él ser descrito así cuando ya no se trataba más de los días de Su carne (Hebreos 5:7) — cuando resucitó de los muertos, cuando la muerte no tiene ya más dominio sobre Él — cuando fue recibido en lo alto en gloria? Yo considero que lo que se vio entonces en el monte santo es más bien la semblanza anticipatoria de lo que Él es como glorificado — lo uno no siendo más que provisional, mientras Su condición actual perdurará para siempre. "Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén."(Lucas 9: 30 y 31). Otros elementos del más profundo interés se aglomeran sobre nosotros; compañeros del Señor, hombres hablando familiarmente con Él, apareciendo no obstante en gloria. Sobre todo, observen que cuando el carácter pleno del cambio o resurrección es demostrado más claramente, e incluso es visto más claramente que en ninguna otra parte, la importancia crucial de la muerte de Cristo es sentida de manera invariable, justo cuando surge el valor de la resurrección. Tampoco hay allí algún mejor artilugio del enemigo para debilitar la gracia de Dios en la muerte de Cristo que ocultar el poder de su resurrección. Por otra parte, aquel que especula acerca de la gloria de la resurrección, sin sentir que la muerte de Cristo era el único terreno posible de ella delante de Dios, y el único camino abierto a nosotros por el cual podíamos tener parte con Él en esa resurrección gloriosa, es, evidentemente, uno cuya mente ha acogido nada más que una parte de la verdad. Una persona semejante carece de la fe sencilla, viva, de los escogidos de Dios; dado que si la tuviera, su alma estaría intensamente consciente de las demandas de la santidad de Dios y de las necesidades de nuestra condición culpable, que la resurrección, bienaventurada como ella es, no podía satisfacer de ningún modo, ni la justicia asegurar bendición alguna para nosotros, excepto como estando fundamentadas sobre esa partida que Él cumplió en Jerusalén. Pero no aparecen aquí semejantes pensamientos o lenguaje. No sólo está el resultado glorioso delante de nuestros ojos, el velo quitado, para que pudiéramos ver (por así decirlo, en compañía de estos testigos escogidos) como será el reino, mostrado aquí a nosotros en una muestra pequeña de él, sino que somos admitidos a oír la conversación de los santos glorificados con Jesús acerca de causa aún más gloriosa. Ellos hablaban con Él, y el tema era Su partida, que Él iba a cumplir en Jerusalén. Cuán bienaventurado es saber que nosotros tenemos esa misma muerte, esa misma verdad preciosa, más cerca de todo para nuestros corazones, dado que ella es la expresión perfecta de Su amor, y de Su amor doliente; eso lo tenemos ahora; ese es el verdadero centro de nuestra adoración; eso es lo que nos convoca de manera habitual; que ningún gozo en esperanza, ningún favor inmediato, ningún privilegio celestial puede jamás oscurecer, sino sólo dar una expresión más plena a nuestra percepción de la gracia de Su muerte, puesto que, en verdad, ellos son sus frutos. Pedro, y los que estaban con él, estaban rendidos de sueño aun aquí; y Lucas menciona la circunstancia como presentando a nuestra atención el estado moral. Ese era entonces la condición de los discípulos, sí, efectivamente, la condición de aquellos que parecían ser columnas; la gloria fue demasiado resplandeciente para ellos — ellos tuvieron escaso entusiasmo por ella. Los mismos discípulos que durmieron después en el huerto de la agonía, durmieron en aquel entonces en el monte de gloria. Y yo estoy persuadido que las dos tendencias están relacionadas estrechamente: insensibilidad — indiferencia; aquel que tiende a dormirse en la presencia de lo uno, indica demasiado claramente que ustedes no pueden esperar de él algún sentido adecuado de lo otro.

 

Pero hay más para que nosotros veamos, no obstante lo hagamos superficialmente. "Mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía." (Lucas 9: 32 y 33). ¡Cuán pequeña y humana honra para Cristo puede ser confiada incluso a un santo! Pedro tuvo la intención de magnificar a su Maestro. Confiemos nosotros en Dios para ello. Su palabra no introduce ahora hombres glorificados, sino al Dios de gloria. El Padre no pudo permitir que semejante discurso viniese de Pedro sin una reprensión. No hay duda de que Pedro pensó sinceramente honrar al Señor en el monte, tal como Mateo y Marcos relatan de qué manera él fracasó de forma similar justo antes; se trató de la indulgencia de los pensamientos tradicionales y del sentimiento humano en la perspectiva tanto de la cruz como de la gloria. Hay tantos también ahora, que al igual que Pedro, no tienen otra intención más que honrar al Señor por medio de aquello que realmente Le privaría a Él de una parte especial y bienaventurada de Su gloria. Sólo la Palabra de Dios juzga todas las cosas; pero el hombre, la tradición, poco le prestan atención. Fue así con Pedro; el mismo discípulo que no consentiría que el Señor padeciera, propone ahora poner al Señor en un nivel con Elías o Moisés. Pero Dios el Padre habla desde la nube — esa señal bien conocida de la presencia de Jehová, de la que todo Judío, a lo menos, entendía el significado. "Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd." (Lucas 9:35). Por lo tanto, no obstante cuál podía ser el lugar de Moisés y Elías en la presencia de Cristo, no se trata de dar una señal e igual dignidad a todos los tres, sino de oír al Hijo de Dios. Como testigos, ellos se desvanecen delante del testimonio de Aquel que era el objeto del cual se testificaba. Ellos eran de la tierra, Él era del cielo, y era sobre todos. Ellos habían rendido testimonio al Cristo como tal, tal como los discípulos hasta ahora; pero Él fue rechazado; y este rechazo, en la gracia y sabiduría de Dios, abrió el camino y estableció el terreno para que la dignidad más elevada de Su Persona resplandeciera tal como el Padre Le conocía, el Hijo, para que la Iglesia fuese edificada sobre eso, y para la comunión con la gloria celestial. El Hijo tiene ahora Su propio derecho único a ser oído. Dios el Padre lo decide así. De hecho, ¿qué podían ellos decir? Ellos sólo podían hablar acerca de Él, cuyas propias palabras declaran lo que Él es, dado que sólo revelan al Padre, y Él estaba aquí para hablar sin la ayuda de ellos; Él mismo estaba aquí para dar a conocer el Dios verdadero; dado que Él es esto, y la vida eterna. "Este es mi Hijo amado; a él oíd." Eso es lo que el Padre comunicaría a los discípulos en la tierra. Y esto es muy precioso. "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo." (1ª. Juan 1:3). Porque no se trata meramente de los glorificados hablando con Jesús, sino del Padre comunicando acerca de Él, a santos en la tierra; no a santos glorificados, sino a santos en sus cuerpos naturales, dándoles una prueba de Su propio deleite en Su Hijo. Él no consentiría que ellos debilitasen la gloria de su Hijo. No se debía permitir, ni por un momento, que ninguna refulgencia que resplandeciera de los hombres glorificados provocara el olvido de la diferencia infinita entre Él y ellos. "Este es mi Hijo amado." Ellos no eran más que siervos, la dignidad más elevada de ellos era, en las mejores circunstancias, ser testigos de Él. "Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron." (Lucas 9: 35 y 36).

 

No obstante, yo he omitido otro punto que no debiera ser dejado sin una mención especial. Mientras Pedro hablaba, aun antes de que la voz del Padre fuese oída, vino una nube que los cubrió, y tuvieron temor al entrar en la nube. Y no es de extrañar; porque esto fue algo enteramente distinto, y superior a la gloria del reino que ellos esperaban. Bienaventurado como es el reino, y glorioso, ellos no temieron cuando vieron a los hombres glorificados, ni tampoco al propio Señor, el centro de esa gloria; ellos no temieron cuando vieron este testimonio y esta muestra del reino; dado que todo Judío esperaba el reino, y esperaba que el Mesías lo estableciera gloriosamente; y ellos sabían bastante bien que, de uno u otro modo, los santos del pasado estarán allí junto con el Mesías cuando Él reine sobre Su pueblo dispuesto. Ninguna de estas cosas produjeron terror, pero cuando vino la gloria excelente, cubriendo con su resplandor (dado que la luz estaba allí, y ninguna tinieblas, en absoluto), la Shekhiná de la presencia de Jehová, y cuando Pedro, Jacobo, y Juan vieron a los hombres con el Señor entrando en esa nube, esto fue algo enteramente superior a toda expectativa anterior. Ninguna persona del Antiguo Testamento deduciría un pensamiento tal referente a un hombre estando así en la misma gloria con Dios. Pero es precisamente eso lo que el Nuevo Testamento despliega; esto es una gran parte de lo que estaba anteriormente oculto en Dios desde los siglos y edades. En realidad, ello no podía ser revelado hasta la manifestación y el rechazo de Cristo. Ahora bien, eso es lo que forma el gozo y la esperanza particulares del Cristiano en el Hijo de Dios. Ello no es, en absoluto, lo mismo que la bendición y el poder prometidos cuando el reino amanezca sobre esta tierra sumida por tanto tiempo en la ignorancia. Así como una estrella es diferente de otra, y como hay una gloria celestial así como una gloria terrestre, así también hay eso que está muy por sobre el reino — eso que está fundamentado en la Persona revelada del Hijo, y en comunión con el Padre y el Hijo, disfrutado ahora en el poder del Espíritu enviado desde el cielo. Por consiguiente, nosotros tenemos inmediatamente después de esto, al Padre proclamando al Hijo; porque no existe llave alguna, por así decirlo, que abra esa nube para el hombre, excepto Su Nombre — no hay ningún medio para llevarle a Él allí excepto Su obra. No se trata del Mesías como tal. Si Él hubiese sido meramente el Mesías, el hombre no podría haber entrado jamás en esa nube. Ello se debe a que Él era y es el Hijo. Por tanto, tal como Él salió, por así decirlo, de la nube, del mismo modo le correspondió a Él introducir en la nube, aunque para esto, Su cruz es también esencial, siendo el hombre un pecador. De este modo, el temor de Pedro y Jacobo en este punto particular, cuando ellos vieron hombres entrando en la presencia—nube de Jehová y siendo rodeados por ella, es, en mi opinión, muy significativo. Pues bien, eso se nos presenta aquí; y eso, uno puede entender, no está relacionado muy íntimamente con el reino, sino con la gloria celestial — la entrada a la casa del Padre en comunión con el Hijo de Dios.

 

El Señor desciende del monte, y tenemos una ilustración, moralmente, del mundo. "Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo; y sucede que un espíritu le toma, y de repente da voces, y le sacude con violencia, y le hace echar espuma, y estropeándole, a duras penas se aparta de él." (Lucas 9: 38 y 39). Es una ilustración del hombre como siendo ahora el objeto del asalto continuo y de la continua posesión de Satanás; o, tal como se describe en otra parte, como siendo el hombre llevado cautivo a su voluntad. "Y rogué a tus discípulos que le echasen fuera, y no pudieron." (Lucas 9:40). Aflige profundamente al Señor el hecho que, aunque había fe en los discípulos, esa fe estuviera, por una parte, tan inactiva delante de las dificultades, y, por la otra, que supiera tan débilmente de qué manera hacer uso del poder de Cristo para la angustia profunda del hombre. ¡Oh, qué espectáculo fue esto para Cristo! ¡Qué sentimiento para Su corazón, que aquellos que poseían fe, estimaran al mismo tiempo tan poco el poder de Aquel que era el objeto y el recurso de esa fe! Ello es exactamente lo que será la ruina de la Cristiandad, dado que fue el terreno sobre el cual el Señor finalizó todos Sus tratos con Su pueblo antiguo. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? Consideren ahora todo, aun en el aspecto actual de aquello que lleva Su Nombre. Existe el reconocimiento de Cristo y de Su poder, sin duda. Los hombres son bautizados en Su Nombre. Su gloria es reconocida, nominalmente, por todos excepto por los incrédulos declarados; pero, ¿dónde está la fe que Él busca? No obstante, el consuelo es este: que Cristo nunca deja de llevar a cabo Su obra; y, por consiguiente, aunque nosotros encontramos que del evangelio mismo se hace mercancía en el mundo, aunque ustedes lo pueden ver prostituido en todo sentido para ministrar para la vanidad o para la soberbia de los hombres, no por ello abandona Dios Sus propósitos. De este modo, Él no soslaya la conversión de las almas por medio de ella, aunque dicha fe sea seriamente estorbada y pervertida. Nada es más sencillo. No es que el Señor aprueba el estado actual de cosas, sino que la gracia del Señor no puede fallar jamás, y la obra de Cristo debe ser hecha. Dios recogerá del mundo: sí, efectivamente, de lo peor del mundo. En resumen, el Señor muestra aquí que la incredulidad de los discípulos fue manifestada por su poco poder para aprovechar la gracia que había en Él, para aplicarla en el caso en cuestión. "Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros, y os he de soportar? Trae acá a tu hijo." (Lucas 9:41). Y así, después de una manifestación del poder de Satanás, el Señor lo devuelve a su padre.

 

"Y todos se admiraban de la grandeza de Dios." (Lucas 9:43). Pero Jesús habla de inmediato acerca de Su muerte. Nada puede ser más dulce. Se hizo allí eso que bien podía hacer que Jesús pareciera ser grande a los ojos de ellos como un asunto de poder. Él les dice inmediatamente que iba a ser rechazado, que iba a morir, que iba a ser muerto. "Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres." (Lucas 9:44). Él era el que libertaba del poder de Satanás. Los discípulos eran como nada en la presencia del enemigo: esto fue bastante natural; pero, ¿qué diremos nosotros cuando oímos que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombre? La incredulidad es aquí siempre culpable — nunca sabe de qué manera colocar estas dos cosas juntas; parece ser una contradicción moral y mental el hecho de que el más poderoso de los libertadores deba ser, aparentemente, el más débil de todos los seres, entregado en manos de hombres, ¡Sus propias criaturas! Pero debía ser así. Si un pecador iba a ser salvo por la eternidad — si la gracia de Dios iba a ser una base justa para justificar al impío, Jesús, el Hijo del Hombre, debía ser entregado en manos de hombres; y entonces un fuego infinitamente más intenso debe arder — el juicio divino cuando Dios por nosotros Lo hizo pecado; dado que todo lo que los hombres, Satanás, incluso Dios mismo, pudieron hacer, viene sobre Él hasta lo sumo.

 

El Señor, entonces, habiendo Él mismo mostrado lo que era, no sólo en Su poder que vencía a Satanás, sino también en esa debilidad en la que Él fue crucificado por los hombres, pronuncia ahora una lección a los discípulos acerca del resultado del razonamiento de ellos; dado que el Espíritu introduce ahora esto: la discusión de ellos sobre quién de ellos habría de ser el mayor — una competición vana, indigna, en cualquier momento, pero lo era aún más en la presencia de un Hijo del Hombre semejante. Uno puede ver que es así como Lucas reúne hechos y principios en su Evangelio. Él hace que un niño, despreciado por los que serían mayores, sea una reprensión a la exaltación propia de los discípulos. Ellos habían sido bastante poco contra el poder de Satanás: ¿serían ellos mayores a pesar de la humillación de su Maestro? Además, Él pone de manifiesto qué clase de espíritu estaba en Juan, aunque no presentándolo en el punto de vista del servicio, tal como vimos en Marcos. Puede ser que no se haya olvidado que nosotros lo tuvimos muy particularmente en Marcos como el vehículo para instruirnos en el importante deber que debemos reconocer el poder de Dios en el servicio a los demás, aunque ellos no estén "con nosotros." (Lucas 9:49). Pero ese punto de vista no aparece en Lucas — a lo menos no sus detalles, sino sencillamente el principio moral. "No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es." (Lucas 9:50).

 

Tenemos además Su censura del espíritu de Jacobo y Juan como consecuencia de la afrenta que los samaritanos aplicaron a nuestro Señor. Se trató del mismo egoísmo en otra forma, y el Señor se vuelve y los reprende, diciéndoles que ellos no sabían de qué espíritu eran; porque el Hijo del Hombre no había venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas. Todas estas lecciones son claramente impresiones, por así decirlo, de la cruz — su vergüenza, rechazo, angustia, cualquier cosa que los hombres elijan poner sobre el nombre de Jesús, o sobre aquellos que pertenecen a Jesús — Jesús el cual iba de camino a la cruz; pues así está escrito expresamente aquí. Él estaba afirmando Su rostro para ir a Jerusalén, donde se iba a cumplir Su partida.

 

Por consiguiente, tenemos presentada aquí otra serie de lecciones finalizando el capítulo, pero relacionadas aún con lo que sucedió antes — el juicio de lo que no sería eficaz, y la indicación de lo que sería eficaz, en los corazones de los que profesan seguir al Señor. Estas cosas son reunidas según una manera notable. En primer lugar, "uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas." (Lucas 9:57). Se trata aquí de la detección de lo que estaba cubierto bajo unas aparentes franqueza y consagración; pero estos aparentemente buenos frutos eran enteramente según la carne, absolutamente sin valor, y ofensivos para el Señor, el cual los identifica de inmediato. ¿Quién es el hombre que está realmente dispuesto a seguir al Señor adondequiera que Él vaya? El hombre que ha hallado todo en Él, y no quiere gloria terrenal por parte de Él. Jesús mismo iba a morir; Él no tenía un lugar dónde recostar Su cabeza. ¿Cómo podía Él darle algo? "Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios." (Lucas 9: 59 y 60). Ahora bien, aquí está la fe verdadera; y donde esta existe, ella es más que una teoría — las dificultades son sentidas. Por lo tanto, el hombre comienza a excusarse, porque él siente, por una parte, la atracción de la palabra de Jesús; pero al mismo tiempo, él no se libera de la fuerza que le arrastra a la naturaleza; él está consciente de la seriedad del asunto, pero se da cuenta de los obstáculos en el camino. Por eso que Él cita la más poderosa reivindicación natural sobre su corazón, el deber de un hijo para con un padre muerto. Pero el Señor querría que él dejase eso a los que no tenían tal llamamiento del Señor. "Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios." A otro que dice, "Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa" (Lucas 9:61), el Señor responde que el reino de Dios es necesariamente predominante, y su servicio del todo absorbente; de modo que si un hombre ha puesto su mano en el arado, ¡ay de él si mira hacia atrás! Él no es apto para el reino de Dios. ¿Quién no puede lograr ver, en todo, el juicio del corazón, la naturaleza del hombre demostrada, no obstante la forma? ¡Qué muerte para el 'yo' implica el servicio de Cristo! Por lo demás, ¡qué falta personal de fe, incluso si uno escapa del mal de introducir basura en la casa de Dios, y quizás, de contaminar Su templo! Ese es el fruto de confiar en uno mismo donde Satanás logra establecerse.

 

 

Capítulo 10

 

 

Lucas 10. Comparece ante nosotros a continuación la notable misión de los setenta, lo cual es peculiar a Lucas. Esta tiene, de hecho, un carácter solemne y final, con una urgencia que trasciende la misión de los doce en el capítulo 9. Se trata de un encargo de la gracia, enviados como lo fueron por Uno cuyo corazón anhelaba una gran cosecha de bendición; pero este encargo estaba revestido con una última advertencia, y con ayes pronunciados aquí sobre las ciudades en las que Él había trabajado en vano. "El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió." (Lucas 10:16). Esto le da, por tanto, una fuerza seria y peculiar, no obstante, adecuada además a nuestro Evangelio. Sin detenerme en los detalles, yo comentaría sencillamente que cuando los setenta volvieron, diciendo, "Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17), el Señor (dado que vio a plena vista a ante Él a Satanás caído del cielo, siendo la expulsión de demonios por parte de los discípulos nada más que el primer golpe, conforme a aquel poder que someterá totalmente a Satanás al final) declara al mismo tiempo que esta no es la cosa mejor, no es el tema correcto para el gozo de ellos. Ningún poder sobre el mal, no obstante lo verdadero ahora, no obstante muestre al final en pleno la gloria de Dios, debe ser comparado con el gozo de Su gracia, el gozo no meramente de ver a Satanás expulsado, sino de ver a Dios introducido; y de verse mientras tanto ellos mismos en la comunión del Padre y del Hijo, teniendo su porción y sus nombres escritos en los cielos. Se trata de una bienaventuranza celestial, ya que se hace cada vez más evidente que ese va a ser el lugar de los discípulos, y eso en el Evangelio de Lucas más que en cualquier otro de los sinópticos. "Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos." (Lucas 10:20). No es que sea la Iglesia lo que es revelado aquí, sino a lo menos, un rasgo muy característico del lugar Cristiano que está traspasando las nubes. En aquella hora Jesús, de acuerdo con esto, se regocijó en el Espíritu, y dijo, "Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó." (Lucas 10:21).

 

Ustedes observarán aquí que ello no es como en Mateo, en relación con el rompimiento del Judaísmo. No sólo estaba la destrucción total del poder de Satanás delante de Él, delante de la Simiente de la mujer, por el hombre, y para el hombre; sino que, sumergiéndose más profundo que el reino, Él explica esos consejos del Padre en el Hijo a quien todas las cosas son entregadas y cuya gloria era inescrutable para el hombre, la llave de Su rechazo actual, y el secreto y la mejor bendición para Sus santos. Aquí no se trata tanto del Cristo rechazado y del Hijo del Hombre doliente; sino del Hijo, el revelador del Padre, a quien sólo el Padre conoce. Y con qué deleite Él congratula privadamente a los discípulos acerca de lo que veían y oían (Lucas 10: 23 y 24), aunque nosotros encontramos algunas declaraciones saliendo a luz después más enfáticamente; pero aun así, todo estaba claro ante Él. Aquí se trata de la satisfacción del Señor en el lado positivo del tema, no meramente del contraste con el cuerpo muerto del Judaísmo, por así decirlo, que era juzgado y dejado atrás.

 

Lo que encontramos después de esto es un desenvolvimiento de los días de reposo, en los que el Señor demostró a los Judíos poco dispuestos que el vínculo entre Dios e Israel estaba roto (véase Mateo capítulos 11 y 12), dado que ese era el significado del incumplimiento evidente de los días de reposo, cuando Él vindicaba a los discípulos al comer espigas en uno, y al haber sanado públicamente la mano seca en el otro. Pero aquí en Lucas nos encontramos con otra línea de cosas; tenemos, según el estilo de Lucas, a uno que era instruido en la ley pesado y hallado moralmente falto. Un intérprete de la ley viene y dice, "Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?" (Lucas 10: 25 al 29).

 

Esto expone, entonces, las dificultades de la mente legal; se trata de un detalle nimio para un intérprete de la ley: él no puede comprender qué se quiere dar a entender por medio de la expresión su "prójimo". Intelectualmente, no era una proeza penetrar el significado de esa palabra, "prójimo". Pero las consecuencias eran moralmente graves: si ella significaba lo que expresaba: ¿había él alguna vez en su vida, sentido y actuado como si tuviera un prójimo? Él, por consiguiente, se dio por vencido. Se trató de algo misterioso que los ancianos no habían resuelto en ninguna parte, un caso que no había sido aún dictaminado en el Sanedrín — a saber, qué es lo que se quería dar a entender mediante "prójimo", esta palabra inescrutable.  ¡Qué lamentable! Era el corazón del hombre que quería evadir un claro deber, pero un deber que requería amor, la última cosa en el mundo que él poseía. La gran dificultad era él mismo; y por eso él procuró justificarse — ¡una imposibilidad absoluta! dado que en verdad él era un pecador; y lo que le correspondía hacer era confesar sus pecados. Allí dónde uno no ha sido llevado a reconocerse a sí mismo, y a justificar a Dios contra él, todo es malo y falso; todo lo de Dios es malentendido, y Su palabra parece tinieblas, en lugar de luz.

 

Presten atención a la manera en que el Señor plantea el caso en la hermosa parábola del buen samaritano. Ella fue, si puedo decirlo, acerca de Él como un hombre, el ojo sencillo y el corazón que entendía perfectamente lo que Dios era, y lo disfrutaba; por lo tanto, que nunca antes tuvo dificultad en averiguar quién era su prójimo. Porque, a decir verdad, la gracia encuentra un prójimo en todo aquel que necesita amor. El hombre que necesita compasión humana, que necesita bondad divina y su claro testimonio, aunque sea a través de un hombre en la tierra, él es mi prójimo. Ahora bien, Jesús fue el único hombre que estuvo andando en todo el poder del amor divino, aunque, no necesito decir, esto no era más que una parte de Su gloria. Como tal, por tanto, Él no halló ningún enigma que resolver en la pregunta, ¿quién es mi prójimo?

 

No se trata, evidentemente, de la desestimación del pueblo antiguo de Dios, sino de la prueba del corazón, de la voluntad del hombre detectada donde ella usaba la ley para justificarse a sí misma, y para deshacerse de la clara demanda del deber para con el prójimo de uno. ¿Dónde fue mantenido el amor en todo esto, esa respuesta necesaria en el hombre al carácter de Dios en un mundo malo? No ciertamente en la pregunta del intérprete de la ley, la cual delató el deber desconocido; tan ciertamente como dicho amor estaba en Aquel que con Su respuesta a modo de parábola asemejó Sus propios sentimientos y Su propia vida, la única exhibición perfecta de la voluntad de Dios en amor a un prójimo, que el mundo había tenido jamás.

 

El resto del capítulo pertenece al capítulo 11, dando seguimiento, adecuada y naturalmente, a esta verdad. Qué misericordia es que además, a través de nosotros, en Jesús, la bondad está activa aquí abajo, la cual, después de todo, ¡es la única cosa que cumple siempre la ley! Es muy importante ver que la gracia cumple realmente con la voluntad de Dios  en esto: "para que la justicia de la ley," como está dicho, "se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (Romanos 8:4). El intérprete de la ley estaba andando conforme a la carne; no había percepción alguna de la gracia y a consecuencia de ello, no había verdad en él. Qué vida miserable él debe haber estado viviendo, y siendo él un maestro de la ley de Dios, ¡sin siquiera saber quién era su prójimo! A lo menos, él pretendió no saberlo.

 

Por otra parte, tal como se nos enseña a continuación, donde hay gracia, todo es puesto en su lugar, y ello se muestra a sí mismo en dos formas. La primera es valorar la palabra de Jesús. La gracia aprecia esto sobre todas las cosas. Aun si ustedes consideran a dos personas que pueden ser ambas objetos del amor de Cristo, ¡qué diferencia hace ello para aquel cuyo corazón se deleita más en la gracia! Y donde existe la oportunidad de oír la Palabra de Dios por parte de Jesús, o de Jesús, esta es la joya principal a los pies de Jesús. Esa es la actitud moral de uno que conoce mejor la gracia. Aquí fue a María a quien se halló sentada a los pies de Jesús para oír Su palabra. Ella había decidido correctamente, tal como la fe (yo no digo que el creyente) lo hace siempre. En cuanto a Marta, ella estaba distraída con el ajetreo. Su único pensamiento era qué podía hacer ella para Jesús, como Uno que es conocido según la carne, no sin un cierto pensamiento, como siempre, acerca de lo que ella misma merecía. No hay duda de que ello era lo que se pretendía, y conforme a un cierto estilo lo fue, honrarle a Él; pero aun así, fue una honra de tipo Judío, carnal, mundano. Dicha honra fue tributada a Su presencia corporal allí como hombre y como Mesías, y, sin duda, con un poco de honra para ella misma y para la familia. Esto sale a luz de manera natural en Lucas, el delineador de tales rasgos morales. Pero en cuanto a la conducta de María, a Marta le pareció que dicha conducta no fue otra cosa sino indiferencia hacia sus muchas preparaciones ansiosas. Enfadada por esto, ella acude al Señor con una queja contra María, y le habría gustado que el Señor se hubiera unido a ella, y puesto Su sello a su justicia. El Señor, sin embargo, vindica de inmediato a la oidora de Su palabra. "Pero sólo una cosa es necesaria." (Lucas 10:42). No Marta, sino María, había escogido esa buena parte que no se le debía quitar. Cuando la gracia obra en este mundo, no es para introducir lo que es apto para un momento de tiempo que pasa, sino para introducir eso que asegura eterna bendición. Como parte de la gracia de Dios nosotros tenemos, por tanto, la palabra de Jesús revelando y comunicando lo que es eterno, aquello que no será quitado.

 

 

Capítulo 11

 

 

Observen a continuación otra cosa. No se trata solamente de la trascendencia de la palabra de Jesús, no es el mal uso de la ley por parte del hombre (lo cual hemos visto demasiado claramente en el intérprete de la ley, el cual debiera haber enseñado, en lugar de preguntar quién es su prójimo), sino que nosotros tenemos ahora el lugar y el valor de la oración. Esto es igualmente necesario en su momento, y se encuentra aquí en su lugar verdadero. Sin duda alguna yo debo recibir de Dios antes de que pueda haber la apertura de corazón a Dios. Tiene que haber en primer lugar lo que es impartido por Dios — Su revelación de Jesús. No hay fe sin Su Palabra (Romanos 10). Lo que yo pienso acerca de Jesús puede significar la ruina para mí; en efecto, yo estoy muy seguro de que si hubiera solamente mis pensamientos acerca de Jesús, ellos tienen que engañar y destruir mi alma, y tienen que ser dañinos para todos los demás. Pero nosotros encontramos la importante indicación de que no es suficiente que haya la recepción de la palabra de Jesús. Él considera la necesidad que tienen los discípulos del ejercicio de corazón con Dios. Y esto es mostrado en más de un sentido.

 

Antes que nada, tenemos la oración, según la mente de Jesús, para los discípulos en sus necesidades y en su estado de ese momento; ella es una oración muy bienaventurada, dejando afuera las alusiones mileniales de Mateo 6, pero conservando todas las peticiones generales y morales. El Señor insiste después acerca de la importunidad o perseverancia de la oración, con la bendición unida a la sinceridad con Dios. En tercer lugar, se puede añadir que el Señor se refiere al don del Espíritu, y en relación con esto sólo en nuestro Evangelio — "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará [no meramente buenas dádivas, sino] el Espíritu Santo [la mejor dádiva] a los que se lo pidan?" (Lucas 11:13). De esta manera, la gran bendición característica para los Gentiles (comparen con Gálatas 3), y obviamente para el creyente Judío también, era este don que el Señor enseña a los discípulos a pedir. "Porque el Espíritu no había sido dado todavía." (Juan 7:39 – LBLA). Había ejercicio de corazón hacia Dios. Ellos eran realmente discípulos; habían nacido de Dios, pero aun así ellos tenían que orar para que el Espíritu Santo les fuera dado. Ese fue el estado que perduró mientras el Señor estuvo aquí abajo. No se trató solamente (como en Juan 14) de que Él rogaría al Padre, y el Padre enviaría; sino que ellos también debían pedir al Padre, el cual ciertamente les daría el Espíritu Santo, tal como Él lo hizo, a los que le pedían. Y yo estoy lejos de negar que pueda haber casos en este tiempo actual, de un tipo que algunos podrían llamar anómalo, donde personas fuesen convencidas reamente de pecado, pero sin la paz estable que el Espíritu Santo imparte. Aquí, como mínimo, el principio de esto sería aplicable; y por esto podría ser de importancia, por tanto, que nosotros lo tengamos claramente en el Evangelio de Lucas; porque esto no fue la enseñanza dispensacional en cuanto al gran cambio que estaba entrando, sino que está más bien lleno con principios morales de mayor importancia, aunque iban a ser influenciados, no hay duda, por el desarrollo de la grandes hechos de la gracia divina. De este modo, el envío del Espíritu Santo en Pentecostés introdujo una modificación inmensa de esta verdad. Su presencia desde aquel momento implicó, indudablemente, mayores cosas que el hecho del Padre dando el Espíritu a individuos que lo procuraban por parte de Él. Y estaba allí el gran asunto de la estimación del Padre acerca de la obra de Jesús, a la cual el descenso del Espíritu fue una respuesta. Por consiguiente, a una persona se le puede hacer entrar, por así decirlo, de una sola vez; dicha persona puede ser convertida y descansar en la redención de Jesús, y recibir el Espíritu de manera práctica, simultáneamente. Aquí, sin embargo, se trata del caso de los discípulos enseñados a pedir antes de que la bendición sea alguna vez dada. Ciertamente, en aquel momento, nosotros vemos claramente dos cosas. Ellos ya habían nacido del Espíritu, pero estaban esperando la bendición adicional — el don del Espíritu; un privilegio dado a ellos en respuesta a la oración. Nada puede ser más claro. De nada sirve el hecho de debilitar la Escritura. La tradición Evangélica es tan falsa para el Espíritu como lo es el catolicismo para la obra de Cristo y sus resultados gloriosos para el creyente aun ahora en la tierra. Lo que nosotros necesitamos es comprender las Escrituras en el poder de Dios.

 

Después de esto, el Señor echa fuera un demonio mudo de uno que, cuando fue libertado, habló. Esto enciende el odio de los Judíos. Ellos no podían negar el poder, pero lo atribuyen perversamente a Satanás. A ojos de ellos, o a sus labios, no era Dios, sino Beelzebú, príncipe de los demonios, el que los echaba fuera. Otros, tentándole, le pedían señal del cielo. El Señor difunde inmediatamente la terrible consecuencia de esta incredulidad y esta imputación al Maligno del poder de Dios en Él. En Mateo, es una sentencia sobre esa generación de Judíos (véase Mateo 12). Aquí es sobre un terreno más amplio para el hombre, quienquiera que sea y dondequiera que esté, porque todo es aquí moral, y no meramente la cuestión del Judío. Era desatinado y suicida que Satanás echara fuera a los suyos. Los propios hijos de los detractores les condenaban. La verdad era que el reino de Dios había llegado a ellos, pero ellos no lo sabían, sino que lo rechazaban con blasfemia. Él añade finalmente, "Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero." (Lucas 11: 24 al 26). No hay ninguna aplicación especialmente a los Judíos; ella es dejada para el hombre en general. La expresión, "Así también acontecerá a esta mala generación" desaparece. (Mateo 12:45).

 

Así, aunque el Señor estuvo tratando hasta ahora con un remanente, y fue aquí en la perspectiva de la condenación de la generación de Judíos que rechaza a Cristo, por esta misma razón el Espíritu de Dios hace que Su designio especial por medio de Lucas sea más evidente e innegable. Habría sido natural el hecho de haber dejado estas enseñanzas dentro de esos límites. No es así: Lucas fue inspirado para ampliar el alcance de ellas, o para registrar más bien lo que trataría con cualquier alma en cualquier lugar o tiempo. Se hace que ello sea aquí un asunto acerca del hombre, y del postrer estado de aquel a quien el espíritu inmundo de algún modo había dejado por una temporada, pero sin salvación, o sin la nueva obra positiva de la gracia divina. Él puede ser un personaje transformado, como dicen los hombres; él puede llegar a ser un hombre moral, o incluso religioso; pero, ¿nació él de nuevo? Si no nació, ello es tanto más doloroso — el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Suponiendo que tú tienes eso que es siempre tan justo, si ello no es la revelación del Espíritu Santo a tu alma, y no es la vida de Cristo en tu alma, todo privilegio o bendición que sea menor a esto seguramente se demostrará que fracasa. Y el Señor reitera después esto, cuando una mujer, oyéndole, levanta la voz, y dice, "Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste." Él responde inmediatamente, "Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan." (Lucas 11: 27 y 28). Se trata, evidentemente, de la misma lección moral; ningún vínculo natural con Él debe ser comparado con oír y guardar la Palabra de Dios; y el Señor prosigue así a continuación. ¿Estaban ellos pidiendo una señal? Ellos demostraban su condición, y se rebajaban moralmente a un nivel inferior que el de los Ninivitas, los cuales se arrepintieron al oír la predicación de Jonás. ¿Acaso el informe acerca de la sabiduría de salomón no atrajo de los fines de la tierra a una reina del sur? Jonás es aquí una señal, no de muerte y resurrección, sino por su predicación. ¿Qué señal tuvo la reina de Sabá? ¿Qué señal tuvieron los hombres de Nínive? Jonás predicó; pero, ¿acaso Cristo no estaba predicando? La reina vino desde lejos para oír la sabiduría de Salomón; pero, ¿qué era la sabiduría del más sabio para ser comparada con la sabiduría de Cristo? ¿No era Él la sabiduría y el poder de Dios? Aun así, después de todo lo que ellos habían visto y oído, ¡ellos pudieron pedir una señal! Fue evidente que no había esa culpabilidad de antaño; sino que, por el contrario, estos Gentiles, ya sea en los fines de la tierra o desde esos fines, a pesar de su densa oscuridad, reprendían la incredulidad de Israel, y demostraban cuán justa sería su condenación en el juicio.

 

Nuestro Señor añade aquí un llamado a la conciencia. La luz (situada en Él mismo) no estaba en lo secreto, sino en el lugar correcto: Dios no había fallado en nada en cuanto a esto. Pero otra condición era necesaria para ver — a saber, el estado del ojo. ¿Era sano, o maligno? Si era maligno, ¡qué irremediable tinieblas ante esa luz! Si dicha luz era recibida con sencillez, no sólo se disfruta de la luz, sino que resplandece todo alrededor, no teniendo parte alguna de tinieblas. Para los Fariseos, que se extrañaron de que el Señor no se lavó Sus manos antes de comer, Él pronuncia una reprensión muy fulminante sobre su preocupación por la limpieza exterior, la indiferencia a su corrupción interior, su celo por los detalles de observancia, y el olvido de las grandes obligaciones morales, su orgullo, y su hipocresía. A uno de los intérpretes de la ley, el cual se quejaba de que Él les reprochara por eso, el Señor pronuncia ay sobre ay para ellos también. Manipular la ley y las cosas santas de Dios, donde no hay fe, es el camino directo a la ruina, la ocasión segura del juicio divino. A Babilonia le espera una condenación similar a la que estaba por caer en aquel entonces sobre Jerusalén. (Apocalipsis 18).

 

 

Capítulo 12

 

 

En Lucas 12 el Señor proporciona a los discípulos la senda de fe en medio de la maldad secreta, el odio manifiesto, y la mundanalidad de los hombres. A causa de Su rechazo el testimonio de ellos debe continuar. En primer lugar, ellos debían guardarse de la levadura de los Fariseos, que es la hipocresía, y apreciar el hecho de tener conciencia de la luz de Dios a la cual el creyente pertenece (Lucas 12: 1 al 3). Este es, entonces, el poder que preserva. Satanás obra tanto mediante engaño así como por medio de la violencia, (Lucas 12:4). Dios obra no sólo en luz, como hemos visto, sino por amor (Lucas 12: 5 al 7), y la confianza en Él a la cual invita. "Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed." (Lucas 12:5). Inmediatamente después (previniendo contra el abuso de esto, lo cual es siempre cierto, y cierto para un creyente, aunque ello sea, por así decirlo, el extremo inferior de la verdad) el Señor introduce el amor del Padre, preguntando, "¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos." (Lucas 12: 6 y 7).

 

Él muestra a continuación la suma importancia de la confesión de Su Nombre, con la consecuencia de negarle a Él; después, la blasfemia contra el Espíritu Santo, la cual no sería perdonada, no obstante la gracia que es mostrada a los que blasfemaban al Hijo del Hombre, y en contraste con esto, el socorro prometido del Espíritu en presencia de una iglesia mundana hostil (Lucas 12: 8 al 12). Después, una persona apela al Señor para resolver un asunto de este mundo. Esta, sin embargo, no es ahora Su obra. Como Mesías, Él va a tener que ver con la tierra, obviamente, y pondrá el mundo en orden cuando Él venga a reinar; pero Su verdadera tarea en sí era tratar con almas. Para Él, y para los hombres también, la incredulidad no cubría los ojos de ellos, se trataba del cielo o del infierno, de lo que era eternal y de otro mundo. Por eso que Él rehúsa absolutamente ser juez y árbitro de lo que pertenecía al mundo. Eso es lo que muchos Cristianos no han aprendido de su Maestro.

 

El Señor expone después la necedad del hombre en su codicioso deseo por las cosas presentes. En medio de la prosperidad, de repente, esa noche misma, Dios pide al rico insensato su alma. "Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios." (Lucas 12:21). El Señor muestra entonces a los discípulos dónde debían estar sus riquezas verdaderas. Se supone que la fe libera de la ansiedad y de la codicia. No se trata de comida y vestido. Aquel que alimentaba a los cuervos negligentes no les fallará a Sus hijos, los cuales eran mucho más para Él que las aves. Tal preocupación es, por el contrario, la clara evidencia de pobreza para con Dios. ¿Por qué están ustedes tan ocupados de proveer? Ello es la confesión de que ustedes no están satisfechos con lo que han obtenido. ¿Y en qué termina todo esto? Los lirios eclipsan a Salomón en toda su gloria; ¿cuánto más se interesa Dios en Sus hijos? Lo que ocupa a las naciones que no Le conocen es indigno del santo que es llamado a buscar el reino de Dios, seguro que todas estas cosas serán añadidas. "Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas." (Lucas 12:30).

 

 Por otra parte, esto me lleva a mencionar brevemente el modo en que este amor inefable es mostrado, no sólo por el Padre, sino por el Hijo, y eso en dos formas — el amor del Hijo a los que Le esperan, y a los que trabajan para Él. Nosotros tenemos la espera por Él en Lucas 12: 35 y 36: "Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida." Se trata del corazón lleno con Cristo; y la consecuencia es que el corazón de Cristo se compadece de ellos aun en gloria. Pero está entonces el trabajar para el Señor: esto entra después. "Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes." (Lucas 12: 41 al 44). La expresión no es 'velando así', sino "haciendo así."  Se trata del hecho de trabajar para Él, y esto tiene su lugar dulce y necesario. Observen, no obstante, que ello es secundario al hecho de velar: el propio Cristo lo hacía siempre, incluso antes de Su obra. Sin embargo, Él se complace en asociar el Evangelio a Él mismo, muy amablemente, como nosotros sabemos en el evangelio de Marcos; y es allí exactamente donde podríamos esperarlo, si conociéramos su carácter. Él vincula la obra, por así decirlo, con Él mismo. Pero cuando entramos en Lucas a analogías morales, si es que puedo llamarlo así, en lugar de presentarlo todo junto, como lo hace el Evangelio consagrado al obrero y a la obra, nosotros oímos aquí a Uno que nos despliega claridad de corazón y mano en relación con Su venida. Bienaventurado aquel al cual, cuando Él venga, sea hallado trabajando para Él: ciertamente él será puesto sobre todos lo que el Hijo del Hombre tiene. No obstante, presten atención a la diferencia. Esto es exaltación sobre Su herencia. En cuanto a los que son hallados esperándole, ello será asociación — gozo, descanso, gloria, amor—con Él.

 

Observen otra cosa en esta parte de Lucas, y una cosa sorprendentemente característica también. Bienaventurado como va a ser todo lo que hemos oído para los que son Suyos, ¿qué será para los que no creen? De acuerdo con esto, y en una forma que se recomienda a sí misma a la conciencia, nosotros vemos la diferencia entre el siervo que conocía la voluntad de su amo y no la hizo, y el siervo que no conocía la voluntad de su amo. (Lucas 12: 47 y 48). Ni Mateo, ni Marcos, ni Juan, obviamente, dicen algo como esto. Lucas propaga aquí la luz de Cristo sobre la responsabilidad respectiva del Gentil injertado en el olivo y del mundo Pagano. Tal como existe en la Cristiandad el siervo consciente de la voluntad de su Maestro, pero que es indiferente o rebelde, así, por otra parte, fuera de la Cristiandad existe el siervo completamente ignorante de su voluntad, y, obviamente, transgresor y desobediente. Ambos son azotados; pero el que conocía la voluntad de su Maestro y no la hizo, recibirá muchos azotes. Ser bautizado, e invocar el Nombre del Señor en una profesión exterior, en lugar de aligerar la carga en el día del juicio para los hipócritas, traerá sobre ellos, por el contrario, mucha más severidad. La justicia y la sabiduría de este trato son tanto más notables, dado que es exactamente lo opuesto a la doctrina primitiva de la Cristiandad. Prevaleció una noción, quizás universalmente después del siglo primero o segundo, acerca de que si bien todas las personas que mueren en pecado serían juzgadas, las bautizadas tendrían una porción mucho mejor en el infierno que los no bautizados. Esa era la doctrina de los padres de la iglesia; la Escritura se opone totalmente a ella. En lo que hemos tenido recién ante nosotros, Lucas presenta al Señor Jesús no solamente anticipando, sino excluyendo completa y definitivamente la necedad.

 

A continuación, independiente de lo que pueda ser la plenitud del amor de Cristo, el efecto sería encender ahora un fuego. Porque aquel amor vino con luz divina que juzgaba al hombre; y el hombre no lo soportaría. La consecuencia es que el fuego estaba ya encendido. No esperó meramente otro día o ejecución por parte de Dios, sino que estaba en acción aun entonces. Ciertamente el amor de Cristo no fue producido por Sus padecimientos, tal como tampoco lo fue el amor de Dios. Dicho amor estuvo siempre allí, esperando solamente la expresión plena del odio del hombre antes que pudiera derribar todos los límites, y fluir libremente en toda dirección de necesidad y miseria. Esa es la maravillosa gran apertura del Señor de grandes principios morales en este capítulo. Los hombres, profesantes, paganos, santos, en su amor por Cristo, y servicio también, todos tienen su porción.

 

El estado era, entonces, el peor posible — ruina social absoluta, sin esperanza, la cual Su venida y presencia había sacado a la luz. ¿Cómo fue que ellos no discernieron el tiempo? ¿Por qué aun ellos mismos no juzgaron correctamente? No fue por ninguna falta de mal en Sus adversarios, o de gracia en Él. El final del capítulo se ocupa de los Judíos, mostrando que ellos estaban en inminente peligro en aquel entonces, que un gran asunto los apremiaba. El su pleito con Dios, el Señor les aconsejó, por así decirlo, usar el arbitraje mientras Él iba de camino: el resultado de despreciar esto sería el encarcelamiento de ellos hasta que fuese pagado el último centavo. Esa fue la advertencia a Israel, quienes están ahora, como todos saben, bajo la consecuencia de desatender la Palabra del Señor.

 

 

Capítulo 13

 

 

Lucas 13 insiste acerca de esto, y muestra cuán vano era hablar de los objetos de los juicios notables. Si ellos no se arrepentían, todos perecerían igualmente. Los juicios mal utilizados así conducen a los hombres a olvidar su propia condición culpable y arruinada a la vista de Dios. Él insta, por tanto, encarecidamente al arrepentimiento. Él admite, no hay duda, que había un plazo de prórroga. De hecho, era Él mismo, el Señor Jesús quien había rogado por un juicio ulterior. Si después de esto la higuera no diere fruto, ella debía ser cortada. Y fue así: el juicio vino según la gracia, no según la ley. Qué poco ellos sintieron que ello era un retrato muy verdadero de ellos mismos, Cristo y el propio Dios tratando así con ellos por causa de Él. Pero el Señor nos permite ver, posteriormente, que la gracia podía actuar en medio de un estado semejante. Por consiguiente, en Su sanación de la mujer encorvada con el espíritu de enfermedad, Él exhibe la bondad de Dios incluso en un día semejante cuando el juicio estaba a las puertas, y reprendió la maldad hipócrita del corazón que criticaba Su bondad, porque era el día de reposo. "Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? Al decir él estas cosas, se avergonzaban todos sus adversarios; pero todo el pueblo se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él." (Lucas 13: 16 y 17). Como siempre, el corazón se hace manifiesto en Lucas — los adversarios de la verdad por una parte y, por la otra, los demás a quienes la gracia hizo que sean amigos de Cristo u objetos de Su generosidad. Pero el Señor muestra también la forma que el reino de Dios asumiría. Dicho reino no tendría ahora poder, sino más bien desde un comienzo pequeño llegaría a ser grande en la tierra, con un silencioso progreso, tal como la levadura conformándose a sí misma hasta que las tres medidas quedaran fermentadas. Y ese ha sido, de hecho, el carácter del reino de Dios presentado aquí abajo. No es aquí una cuestión acerca de la semilla, buena o mala, sino de la difusión de la doctrina, a lo menos, nominalmente Cristiana. Qué lejos está un progreso tal de satisfacer la mente de Dios, nosotros debemos comparar los hechos con la Escritura para juzgar rectamente. Si Israel estaba en aquel entonces en peligro de un juicio que ciertamente llegaría, ¿qué ocurriría con el reino de Dios exteriormente en el mundo? En verdad, en lugar de ocuparse ellos mismos de la pregunta acerca de si acaso aquellos destinados a la salvación (o Judíos piadosos) eran pocos, sería bueno pensar en la única manera en que uno podía ser moralmente correcto delante de Dios; ello era esforzándose por entrar por la puerta angosta: ninguno puede entrar sin el nuevo nacimiento. Muchos podrían procurar entrar, pero no podrían. ¿Qué se quiere dar a entender aquí? ¿Es una diferencia entre esforzar y procurar? Yo dudo que esto abarca la verdadera relevancia del lenguaje de nuestro Señor: dado que el que coloca el énfasis sobre los verbos esforzar o procurar, hace que ello sea un asunto de mayor o menor energía. No me parece que sea esto lo que el Señor quiso dar a entender; sino que muchos procurarían entrar en el reino, no por la puerta angosta, sino de alguna otra manera. Ellos podrían procurar entrar mediante el bautismo, por guardar la ley, o por una vana súplica a la misericordia de Dios: todos estos recursos incrédulos deshonran a Cristo y a Su obra.

 

El esforzarse por entrar por la puerta angosta implica, en mi opinión, un hombre traído a un verdadero sentido de pecado, y abandonándose él mismo a la gracia de Dios en Cristo — arrepentimiento hacia Dios, y fe en nuestro Señor Jesucristo. Cristo mismo es la puerta angosta — a lo menos, Cristo mismo recibido así por medio de la fe y del arrepentimiento. De modo que nuestro Señor, al desplegar esto, proclama el juicio de Israel — en efecto, el juicio de cualquiera que bien le agradaría recibir la bendición, pero que rechaza el camino de Dios, que rechaza a Cristo. Él presenta, por consiguiente, al pueblo Judío desechado, a los Gentiles viniendo desde el oriente, occidente, norte, y sur, y hechos entrar en el reino de Dios. "Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros." (Lucas 13:30). Y después, el capítulo finaliza con los Fariseos fingiendo celo por Él: "Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar." (Lucas 13:31). Pero el Señor proclama en sus oídos que Él no sería obstaculizado en Su servicio hasta que llegase Su hora; y de que no era cuestión de Herodes o Galilea, sino de Jerusalén, la orgullosa ciudad de las solemnidades; era allí donde el profeta de Dios debe caer. Ningún profeta debía ser eliminado excepto en Jerusalén; esa es su peculiaridad dolorosa, fatal, el honor de proporcionar un sepulcro para los testigos de Dios rechazados y muertos. Los hombres podían decir, tal como lo hacían, que ningún profeta surgió de Galilea; y ello era falso; pero esto ciertamente era verdad, que si un profeta caía, él caía en Jerusalén. Aun así el Señor se lamenta acerca de una Jerusalén semejante, y no deja a los Judíos absolutamente desiertos, excepto por un tiempo, sino que ofrece la esperanza de que llegaría un día cuando sus corazones se volverían a Él (2ª. corintios 3) diciendo: "Bendito el que viene en nombre del Señor." (Lucas 13:35). Esto finaliza, entonces, los tratos del Señor con referencia Jerusalén, en contraste con la luz celestial en la porción de los discípulos. Él describe la gracia desde principio a fin, excepto solamente en los que no tenían fe en Él; y por otra parte, Él nos permite saber que, con independencia de cuáles pueden ser los anhelos de la gracia acerca de Jerusalén, este es el fin de todo ello en las manos del hombre.

 

 

Capítulo 14

 

 

El Señor es visto, en Lucas 14, continuando con los modos de obrar de la gracia. Él muestra una vez más que, a pesar de aquellos que preferían la señal del Antiguo pacto para el Mesías en la gracia del Nuevo, el día de reposo Le proporcionaba una oportunidad para ilustrar la bondad de Dios. En Lucas 13 fue el espíritu de enfermedad — el poder de Satanás; aquí fue un caso sencillo de enfermedad humana. Los intérpretes de la ley y los Fariseos estaban vigilándole en aquel entonces, pero Jesús plantea abiertamente la pregunta; y como ellos callaron, Él toma al hombre hidrópico y lo sana, y le despide, respondiendo a los pensamientos de ellos mediante una irresistible interpelación a sus propios modos de obrar y conciencias. El hombre que procura hacer el bien a los que pertenecen a él, no tiene derecho alguno a disputar el derecho que tiene Dios a actuar en amor hacia los objetos miserables que Él se digna considerar Suyos.

 

El Señor presta atención después a otra cosa, no al egoísmo hipócrita del hombre, el cual no consentiría que Dios gratificara Su amor para la doliente desdicha, sino el amor del hombre por ser alguien en este mundo. El Señor pone en evidencia otro gran principio de Su propia acción — la humillación propia en contraste con la exaltación de uno mismo. Si un hombre desea ser exaltado, el único modo, según Dios, es ser humilde, humillarse él mismo; ese es el espíritu que se adapta al reino de Dios. Por eso que Él dice a los discípulos que, al hacer un banquete, ellos no debían actuar sobre el principio de convidar amigos, u hombres que pudiesen devolver la invitación, sino que debían actuar como santos llamados a reflejar el carácter y la voluntad de Dios. Por lo tanto, debían ser convidados los que no pudiesen hacer una verdadera compensación, esperando al día de la recompensa, por parte de Dios, en la resurrección de los justos.

 

Al clamar alguno, «¡Qué cosa bienaventurada debe ser comer pan en el reino de Dios!», el Señor muestra que el hecho es absolutamente lo contrario. Pues, ¿qué es lo que el Señor ha estado haciendo hasta aquí? Él está invitando a los hombres a comer pan, por así decirlo, en Su reino. Pero, ¿cómo tratan ellos la invitación de la gracia en el Evangelio? "Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse." (Lucas 14:18). La diferencia es visible. En Lucas está la omisión del primer mensaje de Mateo. Pero, además de eso, las excusas son consideradas individualmente. Una persona dice, "He comprado una hacienda" (Lucas 14: 16 al 18), que ella necesita ir a verla; otro hombre dice que él ha comprado cinco yuntas de bueyes que tiene que probar; otro dice que acababa de casarse, y que por eso no puede venir. Es decir, nosotros tenemos las variadas plausibles razones decentes que el hombre da para no someterse a la justicia de Dios, para retrasar su aceptación de la gracia de Dios. De modo que el siervo viene e informa a su señor, el cual enfadado dice, acto seguido, "Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar." (Lucas 14: 21 y 22). Así, la persistencia de la gracia, a pesar del justo descontento, es un rasgo característico y hermoso de este Evangelio. El señor envió inmediatamente a su siervo a los caminos y por los vallados (o recintos), forzándoles a entrar, para que, como se dice, "se llene mi casa." (Lucas 14:23). Nosotros no oímos nada acerca de esto en Marcos y Mateo. En realidad, Mateo nos presenta un aspecto bastante diferente del que tenemos aquí. El rey es visto allí enviando sus ejércitos, y quemando la ciudad (véase Mateo 22). ¡Qué maravillosa es la sabiduría de Dios, tanto en lo que Él inserta, como en lo que Él omite! Mateo añade también el juicio de los convidados rebeldes al final — el hombre que se había entremetido, confiando en su obra, o en alguna o en todas las ordenanzas, o en ambas, pero que no estaba vestido de Cristo. Esto estuvo peculiarmente en su lugar, dado que este Evangelio da testimonio de los tratos de la gracia que tomaría el lugar del Judaísmo, tanto exteriormente como interiormente.

 

Después de esto el Señor se vuelve a la multitud. Tal como Él había mostrado el impedimento por parte del hombre para venir, así advierte Él seriamente a los que Le estaban siguiendo en grandes números, y dice, "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo." (Lucas 14:26). Las dificultades morales son enfatizadas encarecidamente sobre los que estaban tan dispuestos a seguirle. ¿No sería bueno y sabio el hecho de sentarse primero y calcular el costo de edificar completamente la torre? ¿Considerar si con la fuerza que ellos tenían podían afrontar las inmensamente mayores fuerzas contra ellos? Aun así, no se trata de reunir recursos según el estilo humano, sino de olvidar todo lo que es de uno, y ser así discípulo de Cristo. Existe tal cosa como personas comenzando bien, y resultando ser inútiles. "Buena es la sal" (Lucas 14:34); mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera (o es expulsada). "El que tiene oídos para oír, oiga." (Lucas 14:35).

 

 

Capítulo 15

 

 

Sigue a continuación un profundo y encantador despliegue de la gracia en Lucas 15. Al final del capítulo anterior, la imposibilidad de un hombre en la carne para ser un discípulo fue hecha evidente. Esa fue allí la gran lección. Pero nosotros tenemos ahora el otro aspecto de la gracia. Si el hombre fracasaba en su intento de ser discípulo, ¿cómo es que Dios hace discípulos? Tenemos expuesta así la bondad de Dios hacia los pecadores en tres formas. Primero, el pastor que va tras la oveja errante. Esto es claramente gracia como siendo mostrada en Cristo el Hijo del Hombre, el cual vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

 

La parábola siguiente no es acerca del Hijo que lleva la carga; dado que no hay más que un Salvador: Cristo. Sin embargo, el Espíritu de Dios tiene una parte, y una parte muy bienaventurada, en la salvación de toda alma traída a Dios. No es como el Buen Pastor que pone Su vida (Juan 10:18), ni tampoco como el Gran Pastor resucitado de los muertos por la sangre del pacto eterno (Hebreos 13:20), poniendo la oveja, una vez perdida, y ahora hallada, sobre Sus hombros gozoso, tal como ello es presentado solamente en Lucas. Lo que nosotros tenemos aquí es la figura de una mujer que enciende la lámpara, barre la casa, y hace uso del más diligente esfuerzo hasta que la cosa perdida es encontrada. ¿Acaso no está esto en hermosa armonía con la función del Espíritu en cuanto al alma del pecador? Yo no puedo dudar que esto se ve en la parte de la mujer (no siendo, si puedo decirlo así, el actor público prominente, que es siempre Cristo el Hijo). El Espíritu de Dios tiene más bien la agencia energética, comparativamente, un poder oculto, no obstante cuán visibles sean los efectos. No se trata de Uno que actúa como una persona afuera; y, por tanto, esto es expuesto de manera muy adecuada por la mujer adentro de la casa. Es el Espíritu de Dios obrando en el interior, Su operación privada y escudriñadora en secreto con el alma, no obstante cuán verdaderamente la lámpara de la Palabra es hecha también resplandecer. ¿Necesito yo comentar que la parte del Espíritu de Dios es causar que la Palabra impacte en los hombres como una luz resplandeciente? No es el Pastor quien enciende la lámpara, sino que Él lleva la oveja perdida sobre Sus hombros. Nosotros sabemos muy bien que la Palabra de Dios, el Pastor, es considerada en otra parte como la luz verdadera misma; pero lo que se enciende aquí es una lámpara, y por tanto completamente inaplicable a la Persona de Cristo. Pero es precisamente eso lo que el Espíritu de Dios hace. La palabra de Dios predicada, la Escritura, puede haber sido leída cien veces antes; pero en el momento crítico, ella es luz para el perdido. La diligencia es usada en todo sentido; y nosotros sabemos de qué manera el Espíritu de Dios condesciende a esto, qué esmero Él usa para dejar asentada la Palabra en el alma, causando que la luz resplandezca exactamente en el momento correcto donde todo era anteriormente oscuridad. En esta segunda parábola, por consiguiente, lo que se ve no es un alejamiento activo de Dios; una condición peor que esta aparece — una cosa muerta. Es la única parábola de las tres que no presenta al perdido como una criatura viva, sino como muerta. De otra parte sabemos que ambas son verdad; y el Espíritu de Dios describe al pecador tanto como uno vivo en el mundo alejándose de Dios (Romanos 3), y como muerto en delitos y pecados (Efesios 2). Nosotros no podríamos tener un concepto correcto de la condición a menos que tuviéramos estas dos cosas. Una parábola era necesaria para mostrarnos un pecador en las actividades de la vida apartándose de Dios, y otra para representar al pecador como muerto en delitos y pecados. Aquí se ven exactamente estas dos cosas; la oveja perdida es una, y la moneda perdida es la otra.

 

Pero además de estas, hay una necesaria tercera parábola: no sólo una oveja extraviada y una inanimada moneda perdida, sino, además, la historia moral del hombre lejos de la presencia de Dios, pero regresando nuevamente a Él. Por eso que la parábola del hijo perdido toma al hombre desde el principio mismo, rastrea el comienzo de su alejamiento, y el curso y el carácter de la miseria de un pecador en la tierra, su arrepentimiento, y su paz y gozo finales en la presencia de Dios, el cual se regocija tan verdaderamente como el hombre se opone. Esto es prácticamente verdad acerca de todo pecador. En otras palabras, existe una pequeña complacencia con el pecado, o el deseo de ser independiente de Dios — una profundidad de mal cada vez mayor en la historia de toda persona. Yo no creo que el capítulo hable acerca de un hijo de Dios que recae, aunque un principio común obviamente, en uno u otro lugar, sería aplicable a la restauración de un alma. Esta es una idea favorita de algunos que están más familiarizados con la doctrina que con la Escritura. Pero hay objeciones claras, poderosas, y decisivas, en contra de comprender así el capítulo. En primer lugar, ello no se ajusta, en lo más mínimo, a lo que hemos estado viendo recién en las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida. En realidad, me parece imposible reconciliar una hipótesis semejante incluso con la expresión sencilla y repetida: "perdido." Porque, ¿quién afirmará que cuando un creyente se desliza y se aleja del Señor, este está perdido? Los que más se oponen a esto, y es excepcional decirlo, es la escuela de pensamiento misma que es más propensa a esa malinterpretación. Cuando un hombre cree, él es la oveja perdida encontrada; él puede no andar bien, no hay duda; pero la Escritura jamás le ve después como una oveja perdida. Lo mismo es así con la dracma perdida; y así, finalmente con el hijo perdido. El hijo pródigo no era, en primera instancia, un santo infiel; él no era meramente un reincidente, sino que estaba "perdido" y "muerto." (Lucas 15:24). ¿Son estas poderosas figuras alguna vez ciertas acerca de aquel que es un hijo de Dios por medio de la fe? Ellas son precisamente ciertas si nosotros consideramos a Adán y a sus hijos, vistos como hijos de Dios en un cierto sentido. Por lo cual el apóstol Pablo dijo a los Atenienses, "porque linaje suyo somos" (Hechos 17:28). Los hombres son linaje de Dios, como teniendo almas y responsabilidad moral para con Dios, hechos a Su semejanza y Su imagen aquí abajo. En estos y en otros aspectos los hombres difieren de las bestias, las cuales son meramente una criatura viviente que perece en la muerte. Una bestia tiene un espíritu, obviamente (o de lo contrario no podría vivir); pero aun así, cuando ella muere, el espíritu desciende abajo a la tierra, igual que su cuerpo; mientras que el espíritu de un hombre, cuando él muere (sin importar en cuanto a esto si él está perdido o es salvo) va a Dios, tal como vino directamente de Dios. Existe aquello que, ya sea para bien o para mal, es inmortal en el espíritu del hombre, como siendo soplado directa e inmediatamente por Dios en la nariz del hombre. Lucas es el único de los evangelistas que más habla del hombre en esta luz solemne; y esto lo hace no sólo en su Evangelio, sino en los Hechos de los Apóstoles. Ello se relaciona con el gran lugar moral que él da al hombre; y como siendo los objetos de la gracia divina. "Un hombre tenía dos hijos" (Lucas 15:11); de modo que el hombre es considerado desde su principio mismo. Nosotros tenemos después a este hijo yéndose cada vez más lejos de Dios, hasta que él llega a lo peor. Allí está la oportunidad de la gracia; y Dios le hizo entrar en razón, no quizás de manera profunda sino muy real, acerca de su distancia de Dios mismo así como también de su degradación, pecado, y ruina. Fue por la pizca de necesidad que él fue llevado a volver en sí — por la intensa miseria personal; dado que Dios se digna usar cualquier y todo método en Su gracia. Fue la vergüenza, y el padecimiento, y la miseria lo que le llevó a sentir que él estaba pereciendo; ¿y eso para qué? Él vuelve su vista a Aquel de quien se había separado, y la gracia pone en su corazón tanto la convicción de la bondad en Dios como de maldad en él. Esto fue obrado realmente en él; se trató de arrepentimiento — arrepentimiento hacia Dios; dado que no fue un mero juicio de conciencia acerca de él mismo y su conducta pasada, sino un juicio propio incitado por parte de Dios, al que Su bondad le llevó — le llevó por fe de regreso a Él. "Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti." (Lucas 15:18).

 

Sin embargo, no hay necesidad en este momento de detenernos en esto, lo cual, no hay duda, es familiar para la mayoría de los que están aquí. Sólo estaría bien añadir esto: que nosotros tenemos aquí evidentemente una historia moral; pero hay además otro aspecto, y ese es, los modos de obrar de Cristo, y la gracia del Padre con el pródigo retornado. De acuerdo con eso, nosotros tenemos esto en dos partes: primero, la recepción del pródigo; después, el gozo y el amor de Dios el Padre, y la comunión del pródigo con dicho gozo cuando él había sido recibido. El padre le recibe con brazos abiertos, ordenando que el mejor vestido, todo lo digno de él, sea traído en honor del pródigo. Nosotros vemos después al hijo en la presencia del padre. Ello expone el gozo de Dios reproduciéndose en todos los que están allí. Este no es un esbozo de lo que nosotros probaremos cuando vayamos al cielo, sino más bien el espíritu del cielo hecho ahora realidad en la tierra en la adoración de aquellos que son llevados a Dios. No se trata, en absoluto, de lo que nosotros somos, excepto sólo para realzar lo que la gracia nos da y lo que hace que seamos. Todo gira alrededor de la eficacia excelente de Cristo y del gozo propio del Padre. Esto forma el material y el carácter de la comunión, la cual es en principio la adoración Cristiana.

 

Por otra parte, fue demasiado cierto que el gozo de la gracia es intolerable para el hombre con justicia propia; él no tiene corazón alguno para la bondad de Dios hacia el perdido; y la escena de comunión gozosa con el Padre provoca en él una oposición atroz a los modos de obrar de Dios y a Su voluntad. Porque él no es un Cristiano con justicia propia, así como tampoco un creyente sorprendido en una falta. Ningún Cristiano es contemplado acariciando tales sentimientos como estos; aunque yo no niego que el legalismo contiene en sí el principio. Pero aquí se trata de uno que no entraría. Todo Cristiano es llevado a Dios. Puede suceder que él no disfrute o entienda sus privilegios, pero él tiene un agudo sentido de sus defectos y siente la necesidad de misericordia divina, y se regocija en ella por los demás. ¿Describiría el Señor al Cristiano como estando afuera de la presencia de Dios? Por consiguiente, yo no tengo duda alguna de que el hijo mayor representa aquí a los que condenaban a Jesús por comer con pecadores; representa la justicia propia más particularmente del Judío, como de hecho, de cualquier negador de la gracia.

 

 

Capítulo 16

 

 

El capítulo siguiente (Lucas 16) despliega una enseñanza clara y de importancia para los discípulos, y esto en referencia a cosas terrenales. Antes que nada, nuestro Señor explica aquí que la posesión de cosas terrenales ya no existe ahora. Ya no se trataba más de una cuestión de tener una mayordomía, sino de renunciar a ella. El mayordomo fue juzgado. Esa era la verdad manifiesta en Israel. La continuación de su antigua posición había finalizado ahora para el mayordomo injusto; y para él se trataba sencillamente de su prudencia en las oportunidades actuales, con una visión del futuro. El mayordomo injusto es hecho el vehículo de la enseñanza divina para nosotros acerca de cómo hacer que el futuro sea nuestro objetivo. Siendo un hombre prudente, él piensa qué iba a suceder con él cuando perdiera su mayordomía; él mira hacia lo que tiene por delante; piensa en el futuro; él no está absorto en el presente; él pondera y considera de qué manera ha de continuar cuando ya no sea más un mayordomo. Así que hace un uso sabio de los bienes de su amo. Con las personas que estaban endeudadas con su amo, él llega a un gran acuerdo con respecto a una y otra cuenta, para hacer amigos para sí mismo. El Señor dice que este es el modo en que debemos tratar las cosas terrenales. En lugar de aferrarnos tenazmente a lo que ustedes no han obtenido aún, y de guardar lo que ustedes tienen, por el contrario, considérenlas como bienes del amo de ustedes, y trátenlas como lo hizo el mayordomo injusto en la parábola. Elévense ustedes por sobre la incredulidad que considera el dinero, u otras posesiones inmediatas, como si fueran sus propias cosas. Ello no es así. Lo que ustedes tienen y que es de tipo terrenal pertenece a Dios. Muestren que están por encima de un sentimiento Judío, terrenal, o humano acerca de ello. Actúen en el terreno de que todo pertenece a Dios, y aseguren así el futuro.

 

Este es el gran asunto de nuestro Evangelio, más particularmente desde la transfiguración, pero de hecho, de principio a fin. Se trata del desprecio del tesoro inmediato en la tierra, dado que nosotros miramos hacia lo que no se ve, a lo eterno, y a las cosas celestiales. Es la fe de los discípulos actuando según la prudencia del mayordomo con visión de futuro, aunque aborreciendo su injusticia, obviamente. El principio para actuar de acuerdo con esto es este: que lo que la naturaleza denomina mío no es mío, sino de Dios. El mejor uso que se le puede dar es tratarlo como que es de Él, ser tan generosos como se pueda ser, mirando hacia el futuro. Es fácil ser generosos con los bienes de otro. Este es el modo de obrar de la fe con lo que la carne considera que son sus cosas. No las consideren como siendo de ustedes sino considérenlas y trátenlas como que son de Dios. Sean ustedes tan generosos como les plazca: Él no lo tomará a mal. Esto es, evidentemente, acerca de lo que el Señor insiste; y aquí está la aplicación para los discípulos, "Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas." (Lucas 16:9). Ustedes no van a estar en la tierra por mucho tiempo; otras habitaciones son para siempre. Sacrifiquen lo que la naturaleza llama como de su propiedad, y que asiría siempre si ella pudiera. La fe considera estas cosas como que son de Dios; sacrifíquenlas con liberalidad, en la perspectiva de lo que jamás perecerá. Él añade después una lección significativa — "El que es fiel en lo muy poco [después de todo se trata ahora de lo mínimo], también en lo más es fiel." (Lucas 16:10). En realidad hay más que esto. No es solamente la pequeñez de lo actual comparado con la grandeza del futuro, sino además — "Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?" (Lucas 16: 11 y 12) ¿Qué puede ser, dentro de su clase, un toque más maravillosamente divino que este? Exactamente donde el hombre considera las cosas como suyas, la fe admite la afirmación de Dios, las ajenas; exactamente donde nosotros podríamos considerar las cosas como siendo solamente de Dios, dicha fe ve las que son propias de uno. Nuestras cosas están en el cielo. A aquel que es fiel en lo poco ahora, mucho se le confiará después; aquel que sabe cómo usar ahora las riquezas injustas, cuyo corazón no está en ellas, que no las valora como su tesoro tendrá, por el contrario, las riquezas verdaderas. Esa es la notable enseñanza del Señor en esta parábola.

 

Él nos presenta a continuación el rico y Lázaro; lo cual saca todo a la vista, el aspecto luminoso y el aspecto oscuro, en apariencia y en realidad, del futuro así como del presente. Vean a uno que hacía cada día banquete con esplendidez, vestido de púrpura y de lino fino, un hombre viviendo para sí mismo; cerca de cuya puerta yace otro, padeciendo, aborrecible, de manera tan abyecta en necesidad y tan sin amigos que los perros hacían el servicio para el cual los hombres no tenían corazón. La escena cambia de repente. El mendigo muere, y ángeles le llevan al seno de Abraham, El rico murió, y fue sepultado (no oímos que Lázaro lo fue); su funeral fue tan espléndido como su vida; pero en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos. Él ve en el acto la bienaventuranza de aquel que él había despreciado en presencia de su propio esplendor. Es la luz solemne de la eternidad a la que se dejó entrar en el mundo; es la estimación de Dios bajo apariencias exteriores. La verdad es para las almas ahora. Ella no es presentada para pensar acerca de estar en el Hades, sino en estar aquí; y aun así tenemos, como finalizando muy adecuadamente el relato, la ferviente súplica del hombre que nunca antes en su vida pensó seriamente acerca de las cosas eternas. Oigan ahora su ansiedad para con sus hermanos. No había ningún amor verdadero por sus almas, sino un cierto deseo ansioso por sus hermanos. Uno aprende, a lo menos, qué cosa tan real era su angustia. Pero el comentario del Señor es decisivo. Ellos tenían a Moisés y a los profetas; si ellos no los habían oído, tampoco oirían ellos aunque alguno se levantare de los muertos. ¡Qué verdad, y cuán completamente a punto de ser verificada en Su propia resurrección de los muertos, por no hablar de otro Lázaro resucitado en testimonio de Su gloria como el Hijo de Dios! Los que no creían a Moisés rechazaban la resurrección de Cristo, cuando ellos deliberaron para dar muerte también a Lázaro, y se hundían bajo su propia mentira ruin (Mateo 28: 11 al 15) aun hasta este día.

 

 

Capítulo 17

 

 

El capítulo anterior presentó, en el juicio de las cosas presentes, otro mundo, y cosas eternas en el bien y en el mal, la enseñanza del Señor para los discípulos después de los tratos de la gracia en el capítulo 15, y esto como el único poder verdadero para estimar el mundo actual (es decir, por medio del estándar del futuro — el futuro eterno de Dios). Para completar ese cuadro, nuestro Señor presentó una visión no sólo del hombre bienaventurado que había vivido en lo que es eterno, mientras experimenta la amargura de este siglo malo, sino de otro que vivió sólo para el presente, despreciando el mensaje de Dios acerca de la eternidad.

 

En el capítulo 17 siguen más lecciones comunicadas aún a los discípulos; y, antes que nada, una advertencia solemne en cuanto a las piedras de tropiezo. Es posible que vengan tropiezos; pero ¡ay de aquel a través del cual ellos vienen! Después, si bien hay una poderosa exhortación contra hacer tropezar a otros, hay un llamamiento igualmente urgente a perdonar a los demás. Hemos de ser firmes contra nosotros mismos; hemos de cuidar de nuestros hermanos, aun donde ellos nos afectan a nosotros. Por lo tanto, los apóstoles, sintiendo la gran dificultad, como de hecho es imposible para la naturaleza andar así, piden al Señor que les aumente la fe. En respuesta, el Señor da a entender que la fe crece, e incluso en presencia de la dificultad. Ella busca lo que no pertenece a la naturaleza, sino a Dios. Por otra parte, en medio de cualesquiera respuestas que Dios pueda conceder, y de todo el servicio rendido a Él, la palabra admonitoria es añadida, que cuando hayamos hecho todas las cosas — no cuando hemos fracasado — nosotros somos siervos inútiles. Esos son el lenguaje y el sentimiento verdaderos para el corazón de un discípulo. Esto finaliza la enseñanza directa dirigida aquí a sus seguidores. (Lucas 17: 1 al 10).

 

Nuestro Señor es presentado a continuación (Lucas 17: 11 al 19) en una manera muy característica, mostrando que la fe no necesariamente espera un cambio de dispensación. Él había estado estableciendo el deber de la fe en muchas formas variadas en los primeros versículos de este capítulo. Se muestra aquí que la fe encuentra siempre su lugar de bendición con Dios, y demuestra que Él es superior a las formas; pero Dios es encontrado sólo en Jesús.

 

En los diez leprosos este principio bienaventurado es sacado a luz claramente. La sanación del Señor fue igualmente manifiesta en todos; pero hay un poder superior a lo que limpia el cuerpo, aun donde dicho cuerpo es desesperadamente leproso. El poder que pertenece a Dios y que sale de Él no es más que una cosa pequeña en comparación con el conocimiento de Dios mismo. Sólo esto lleva a Dios en espíritu (tal como lo hizo realmente por la cruz de Cristo). Observen que aquel que ejemplifica esta acción de la gracia divina fue uno que no conocía la religión tradicional como los otros, que no tenía ningún gran privilegio para jactarse en comparación con el resto. Fue en el Samaritano en quien el Señor ilustró el poder de la fe. Él había dicho por igual a los diez que fueran y se mostraran al sacerdote; y mientras iban, ellos fueron limpiados. Uno solo, viendo que había sido limpiado, vuelve, y a gran voz glorificó a Dios. Pero la manera en que él glorificó a Dios no fue meramente mediante el hecho de asignar la bendición a Dios. Él "se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano." (Lucas 17:16).

 

Aparentemente esto fue una desobediencia; y los demás bien podían reprochar a su compañero Samaritano que él era infiel a Jesús. Pero la fe está siempre en lo cierto, independiente de lo que las apariencias puedan decir: yo no hablo ahora acerca de una fantasía, obviamente, no de alguna ocurrencia o engaño excéntrico cubierto a menudo con el nombre de la fe. La fe verdadera que Dios da jamás es engañada hasta ahora: y aquel que en lugar de ir al sacerdote reconoce en Jesús el poder y la bondad de Dios en la tierra, (los instintos de esa fe misma que era de Dios obrando en su corazón y trayéndole de regreso a la fuente de la bendición,) — yo digo que aquel fue el único de los diez que estuvo en el espíritu, no sólo de la bendición, sino de Aquel que dio la bendición. Y así es que el Señor le vindica. "¿No son diez los que fueron limpiados?" dijo el Salvador; "Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?" (Lucas 17: 17 y 18).

 

La fe descubre invariablemente la manera de dar gloria a Dios. No importa si ello es en Abraham o en un leproso Samaritano, su senda está enteramente fuera del conocimiento de la naturaleza, aun así, la fe no fracasa en discernirla; el Señor pone ciertamente Su sello sobre ella, y la gracia proporciona toda la fortaleza necesaria para seguir.

 

Pero esto fue, en cuanto a su principio, el juicio del sistema Judío. Fue el poder de la fe abandonando al Judaísmo a sí mismo, ascendiendo en Jesús a la fuente tanto de la ley como de la gracia, pero no quitando el sistema legal. Esto fue dejado para que lo hagan otros. La fe no destruye; no tiene tal comisión; ángeles tendrán esa competencia otro día. Pero la fe encuentra su propia liberación ahora, dejando a los que están bajo la ley y no aman la gracia, a la ley que condena. Ella descubre por sí misma la bienaventuranza de la libertad de la ley, y aun así no está sin ley para con Dios, sino, por el contrario, está legítimamente obligada (Griego: ννομος) a Cristo, real y debidamente sometida a Él, y mucho más porque no está bajo la ley. En el presente caso, el Samaritano sanado al ir a Jesús estuvo muy sencillamente bajo la gracia, en el espíritu que animó su corazón y formó su senda, tal como el evangelista Lucas registra aquí.

 

Yo no necesito demostrar cuán admirablemente este relato se adapta al tono y al carácter completos del Evangelio. Yo pienso que debe ser claro, incluso para un lector superficial, que tal como sólo Lucas presenta el relato, del mismo modo este se adapta muy especialmente a Lucas para el propósito que el Espíritu Santo tuvo bajo consideración en este Evangelio, y en este contexto particular también.

 

Nosotros tenemos además, en la respuesta de nuestro Señor a los Fariseos que preguntaban cuándo vendría el reino de Dios, una sorprendente revelación, y muy adecuada al propósito de Lucas. "El reino de Dios no viene con señales visibles." (Lucas 17:20 – LBLA). No es una cuestión acerca de señales, prodigios, o apariencia exterior. No es que Dios no acompañaba Su mensaje con señales. Pero el reino de Dios, revelado en la Persona de Cristo, iba mucho más profundo, apelaba a la fe (no a la vista), y requería la acción del Espíritu Santo en el alma para que el pecador pueda ver y entrar en él. No se trata aquí exactamente acerca de entrar y ver como en Juan 3, sino más bien del carácter moral de la entrada del reino de Dios entre los hombres. No se dirige a los sentidos o a la sencilla mente del hombre; lleva su propia evidencia con él a la conciencia y al corazón. Por el hecho de ser el reino de Dios, es imposible que Su reino viniera sin un testimonio adecuado en amor hacia el hombre, el cual es buscado para dicho reino. Al mismo tiempo el hombre, teniendo una mala conciencia y un corazón depravado, menosprecia la Palabra de Dios así como Su reino, y busca lo que le complacería a él mediante la gratificación de sus sentimientos, de su mente, o incluso de su más baja naturaleza. El Señor, sin embargo, establece primero este gran principio: no es una cuestión acerca de "Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros." (Lucas 17:21). El reino de Dios estaba realmente allí; porque Él, el Rey de Dios, estaba allí. A continuación, después de establecer esta verdad moral que era fundamental para el alma, Él se vuelve a Sus discípulos, y les dice que vendrían los días cuando desearían ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo verían; porque el reino será mostrado pronto. "Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Y os dirán: Helo aquí, o helo allí. No vayáis, ni los sigáis. Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación." (Lucas 17: 22 al 25). Este es el necesario orden moral de Dios. Jesús debe padecer en primer lugar; por lo tanto "los sufrimientos de Cristo," como Pedro dijo después, "y las glorias que vendrían tras ellos." (1ª. Pedro 1:11). Ese es el método invariable de Dios al tratar con un mundo pecador, donde Él introduce, no una prueba del hombre, sino la obra eficaz de Su gracia. Pero esta presentación para la fe ahora, como hemos visto, no impide al Señor hablar de otro día, cuando el reino de Dios sería manifiesto. Antes de aquel día de Su aparición podría haber un prematuro "Helo aquí, o helo allí." El hombre piadoso no debe seguir los clamores del hombre, sino que debe contar con el Señor. Él lo compara con los días de Noé (es decir, el día del pasado juicio de Dios del hombre y sus caminos); después lo compara a los días de Lot.

 

Nosotros tenemos entonces, antes que nada para los discípulos, los modos de obrar de Dios en gracia, en el Hijo del Hombre que padece primeramente, y aparecerá finalmente en poder y gloria. En cuanto al mundo tenemos que la descuidada indiferencia y el disfrute de las cosas presentes caracterizarán el futuro tal como caracterizaron el pasado; pero ellos serán sorprendidos por el Señor en medio de la despreocupada necedad. A esto el Señor añade una peculiar, pero no menos solemne, breve palabra: "Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará." (Lucas 17: 32 y 33). Aparentemente la mujer de Lot fue rescatada por el poder angélico; ella fue sacada ciertamente de la ciudad condenada; pero ello fue sólo lo más sorprendente, para ser el monumento del juicio de Dios que todo lo escudriña. Ella está allí sola. Los demás perecieron; pero ella permaneció como estatua de sal, cuando Moisés escribió el imperecedero memorial (moralmente hablando) del aborrecimiento de Dios hacia un corazón falso, el cual, pese a la liberación exterior, dio sus afectos aun a una escena entregada a la destrucción. Y así el Señor añade aquí lo que afectaba, no meramente al sistema Judío, sino a la condición y condenación del mundo en general. Él nos hace saber que en esa noche dos estarían en una misma cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. Del mismo modo dos mujeres en el molino; dado que nosotros no tenemos que ver aquí con juicios humanos. Dios juzgará en aquel entonces a los vivos; y así, sin importar cuál sea la asociación, el empleo, o el sexo, sea adentro o afuera, no puede haber ningún refugio o exención. Dos podrían estar más cercanamente unidos que nunca, pero Dios discriminaría según la sutileza de Su propio discernimiento acerca del estado de ellos: uno sería tomado, y el otro dejado. "Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde, Señor? Él les dijo: Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas." (Lucas 17:37). Dondequiera que está lo que está muerto, y que es, por tanto, moralmente ofensivo para Dios, allí caerá Su juicio de manera incuestionable.

 

 

Capítulo 18

 

 

Pero junto con esto nosotros tenemos también la oración (Lucas 18), no meramente como siendo adecuada para la necesidad de un alma, y en relación con la Palabra de Dios recibida de Jesús, lo cual hemos visto en Lucas 11. Se trata aquí de la oración en medio de circunstancias de desolación y de profunda prueba — de la oración con el mal siendo inminente, así como también siendo inminente el juicio divino. Por consiguiente, su relevancia fundamental está en relación con la tribulación de los días postreros. Pero a la vez, Lucas no limita jamás su visión a hechos exteriores. Por eso se dice, "Les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar." (Lucas 18:1). Ello es aún más sorprendente porque las circunstancias son limitadas evidentemente; mientras que lo que Él extrae de ellas es universal. El Señor está exhortando a orar en vista de la prueba final; sin embargo, Él la prologa con un precepto claro, moral, acerca del valor de orar en todo tiempo — "les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar." (Lucas 18:1). Ciertamente Dios no hará caso omiso al clamor continuo de los Suyos aparentemente desolados en su prueba abrasadora, donde todo el poder del hombre está contra ellos; pero aun así el deber permanece siempre verdadero.

 

Ahora bien, Lucas es el único que trata así el asunto; el gran valor moral unido a la oración, y relacionada a la vez, puede ser, con las circunstancias generales de tristeza, pero teniendo que ver con las circunstancias del día postrero. La parábola tiene la intención de dar o aumentar la confianza en la atención que Dios concede a la oración de angustia. A pesar de la indiferencia, un juez injusto cede ante la importunidad de una pobre viuda. Si un hombre malo no actuó así debido a su aborrecimiento hacia el mal hecho a la que estaba oprimida, sino para librarse de ser siempre molestado por sus clamores por justicia — si ello es así incluso con el injusto, ¿no asumiría Dios la causa de Sus propios escogidos, los cuales claman a Él día y noche? No podía dejar de ser así. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18: 1 al 8).

 

Sigue a continuación otra parábola de un carácter muy diferente. No se trata del valor de la oración persistente, y ciertamente no se trata de Dios apareciendo incluso para el más débil, sin importar cuán aparentemente abandonado él esté (en realidad, mucho más, debido a ello en los Suyos). Nosotros tenemos además, la condición del hombre ilustrada — en dos maneras — un espíritu quebrantado con poca luz pero con un verdadero sentido de pecado, y otra alma satisfecha en la presencia de Dios. "A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano." (Lucas 18: 9 y 10). No es que el Fariseo representa a un hombre que niega a Dios, o a quien no es un hombre religioso. Él es religioso, pero una religión semejante es la cosa más incriminatoria acerca de él. El mal no estriba meramente en sus pecados, sino en su religión: no existe nada que sea más cegador para él y los demás hombres, nada más que deshonre más a Dios. Por otra parte, el pobre publicano no tiene ni luz clara ni paz, pero a lo menos él se da cuenta del comienzo de toda luz verdadera — él ha aprendido lo suficiente acerca de Dios como para condenarse a sí mismo. "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová." (Salmo 111:10; Proverbios 9:10). Sólo él de los dos juzgó las cosas según su poca luz. Él se juzgó a sí mismo verdaderamente y, por consiguiente, estaba en la condición moral de ver otras cosas correctamente, y Dios las traería ante él. No se conocía, hasta ese momento, ningún privilegio tal como el de un adorador limpiado no teniendo más conciencia de pecados. Por lo tanto, al publicado convicto se lo encuentra afuera, golpeándose el pecho, y estando a una distancia, sin alzar mucho los ojos al cielo. Fue adecuado que ello tuviera que ser así; porque la obra de Cristo no había sido llevada a cabo todavía, aún menos aplicada al alma. Yo no dudo que el hecho de que él se hubiera acercado en aquel momento y bajo tales circunstancias, no habría sido fe, sino presunción. Todo fue a su tiempo. Pero si Dios invita ahora a un creyente a acercarse al Lugar Santísimo, ¿acaso no es una igual presunción que un alma luche contra la gracia de Dios exhibida en la obra redentora de Cristo, y plantee interrogantes acerca de su resultado para ella? Dios puede soportar, y lo hace, la herida de Su propia gracia; y Él tiene Su modo de corregir semejante mal; pero no existe terreno alguno en la parábola que autorice lo que se fundamenta demasiado a menudo en ella. Es nuestro deber para con Cristo ofendernos por toda malinterpretación que va a deshacer lo que Él ha hecho en la cruz. El publicano que está ante nosotros no estuvo pensado para presentarnos una perspectiva completa acerca del estado Cristiano, o de las bendiciones del evangelio, sino de un hombre enseñado por Dios a sentir su propia insignificancia como pecador delante de Él; y la estimación que Dios tiene acerca de él, en comparación con el hombre que estaba satisfecho con su estado. Es la humildad, fundamentada sobre el sentido de insignificancia, la que es siempre correcta en sí misma. (Lucas 18: 9 al 14).

 

La humildad fundamentada en nuestra pequeñez es mostrada a continuación (Lucas 18: 15 al 17). Muchos hombres son conscientemente indignos, porque se sienten pecadores que no tienen un sentido justo de su pequeñez en la presencia de Dios. Nuestro Señor presenta aquí esta lección adicional a los discípulos, y usa un niño como el tema. Nosotros encontraremos cuánto era ello necesario si examinamos el Evangelio de Lucas.

 

Tenemos después el hombre principal, a quien el Señor muestra que todo estaba mal donde el alma no es llevada al conocimiento de que ninguno hay bueno, sino sólo Dios. Si él hubiese conocido cuán bueno es Dios, habría visto a Dios en Jesús. Él no vio nada por el estilo. Él no conocía ni a Dios ni lo bueno. Él consideraba al Señor meramente según un modo humano. Si Él era sólo un hombre, no había bondad en Él; sólo hay bondad en Dios: sólo Dios es bueno. Si Jesús no era Dios, Él no era bueno. El joven hombre principal no tenía derecho alguno, ningún justo derecho para decir, "Maestro bueno" (Lucas 18:18), a menos que aquel Maestro fuese Dios. Él no vio esto; y, por consiguiente, el Señor le prueba, y escudriña el terreno de su corazón, y demuestra que después de todo, él valoraba más el mundo que Dios y la vida eterna. Él no había sospechado jamás antes que tenía esto en sí mismo. Él amaba su posición natural; él amaba ser un hombre principal, aunque era un joven; amaba sus posesiones; amaba lo que tenía de las ventajas inmediatas en el mundo. Él se aferraba realmente a todas estas cosas sin saberlo él mismo. El Señor, por tanto, le pide que renuncie a ellas, y Le siga. Él pensaba que no había ningún pedido de bondad más de lo que él podía satisfacer; pero la prueba fue demasiado para él. El hombre no era bueno — sólo Dios. Jesús, que era Dios, había renunciado a más, en efecto, infinitamente más allá de toda comparación.

 

¿A qué no había Él renunciado, y para quién? Él era Dios y lo demostró en particular en una abnegación propia verdaderamente divina (Lucas 18: 18 al 15).

 

Tenemos después a los oidores y a los discípulos revelando sus pensamientos. Ellos comenzaron a reclamar algo del crédito por lo que ellos habían dejado. El Señor admite que no hay ningún abandono por causa de la fe excepto lo que encontrará un muy adecuado recuerdo por parte del Señor otro día.

 

Pero, al mismo tiempo, Él toma a los doce, y dice, "He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre." Esto es lo que Él estaba esperando, con independencia de lo que ellos estaban esperando. "Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará.   Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían lo que se les decía. (Lucas 18: 31 al 34). Se trata de una lección importante, y no es la primera vez que la encontramos en Lucas, y, de hecho, en otro Evangelio también. Tampoco se puede dejar de repetir demasiado a menudo que la falta de comprensión en la Escritura no depende de la oscuridad del lenguaje, sino que ella se debe a que a la voluntad no le gusta la verdad que es enseñada. Esta es la razón por la que las dificultades son sentidas y ellas abundan. Cuando se hace que un hombre esté dispuesto a recibir la verdad, su ojo es sencillo y todo su cuerpo está lleno de luz. La voluntad es el verdadero obstáculo. La mente será clara si la conciencia y el corazón son enmendados. Por el contrario, donde Dios quebranta al creyente, y le hace libre en la libertad con que el Hijo hace libre, la conciencia es limpiada, y el corazón es vuelto hacia Él. Y entonces llega a ser correcto: él es llevado a la luz de Dios; él ve la luz en la luz de Dios. ¿Era esa la condición de los discípulos en ese entonces? ¿Acaso no se estaban ellos aferrando aún a sus propias expectativas que albergaban acerca del Mesías, y de un reino terrenal? Ellos no Le podían entender, no obstante cuán claras eran las palabras empleadas. La dureza de Su dicho no radicaba en alguna falta de perspicacia. Jamás el hombre habló como este Hombre, Sus enemigos mismos siendo juzgados; ni era a causa de algún defecto en el entendimiento natural de ellos que los discípulos eran tan lentos. El estado de corazón, como siempre, estaba en duda; la voluntad era defectuosa, aunque ellos habían sido regenerados. Fue su reticencia a lo que Jesús enseñaba lo que implicaba la dificultad; y es la misma cosa aún con los creyentes, así como con los demás.

 

En Lucas 18:35 nosotros entramos en la sección que finaliza todos los Evangelios históricos, como es bien sabido, es decir, la entrada en Jerusalén desde Jericó. Solamente que hay aquí una dificultad para algunos — y es que parece que Lucas contradice lo que tenemos en los demás relatos de esta parte del curso de Cristo. "Aconteció que acercándose Jesús a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando." (Lucas 18:35). De los otros Evangelios nosotros sabemos que ello fue cuando Él salió de Jericó, no cuando entró. La verdad es que nuestra Versión Inglesa (N. del T.: así como la versión Reina-Valera 1960), excelente como es, va un poco más allá de la palabra de Lucas; dado que nuestro evangelista no dice "acercándose Jesús a Jericó" (Lucas 18:35 - RVR60), sino, "Cuando ya se encontraba Jesús cerca de Jericó" (Lucas 18:35 – DHH). No se trata necesariamente de acercarse, sino sencillamente de estar en la cercanía o vecindad. Lo máximo que se puede, o que se debiera permitir es, que si el contexto así lo requiere, podría soportar la traducción (más bien una paráfrasis) acerca de estar acercándose; pero este caso exige exactamente lo contrario. Es evidente que ya sea que ustedes vayan a un lugar o que salgan de él, ustedes están igualmente cerca en un lado de la ciudad o en el otro. La verdad es que Lucas declara meramente aquí el hecho de cercanía o vecindad. Adicionalmente, nosotros sabemos que tal como Mateo para su designio, él desplaza históricamente los hechos del mismo modo para el propósito de presentar un retrato moral más contundente de la verdad en consideración. Yo tengo poca duda acerca de que en este caso, la razón para situar al ciego aquí en vez de situarlo al dejar Él la ciudad, fue que Él reservó para Jericó el maravilloso llamamiento de Zaqueo, con el objeto de poner aquel relato de la gracia, característico de Su primera venida, en yuxtaposición a la pregunta y la parábola acerca del reino, las que ilustran Su segunda venida; puesto que inmediatamente después nosotros tenemos Su corrección de los pensamientos de los discípulos en cuanto a que el reino de Dios iba a aparecer inmediatamente porque Él iba subiendo a Jerusalén. Ellos esperaban que Él fuera a tomar de inmediato el trono de David. De acuerdo con eso, Lucas reúne esas dos características — la gracia que ilustra Su primera venida, y la naturaleza verdadera de la segunda venida de Cristo, en lo que atañe a la aparición del reino de Dios. Ahora bien, si la historia del ciego sanado en Jericó hubiese sido dejada para su lugar histórico, habría cortado el hilo de estas dos circunstancias. Hay en esto, por tanto, tal como me parece, una razón amplia y divina por la cual el Espíritu Santo llevó al escritor a presentar la sanación del ciego tal como la encontramos. Pero además él no dice lo que la Versión Inglesa (N. del T.: y la versión Reina-Valera 1960) le hace decir, a saber, "acercándose Jesús", sino sencillamente, "Cuando ya se encontraba Jesús cerca de Jericó" (DHH), dejándolo abierto para que otras Escrituras definiesen el momento con más precisión. Lucas declara solamente que fue mientras el Señor estaba en las cercanías, o en la vecindad. Los otros Evangelios nos dicen positivamente que ello fue cuando Él salió. Claramente, por tanto, nosotros debemos interpretar el lenguaje general de Lucas mediante las marcas más exactas de tiempo y lugar de aquellos que declaran que ello fue cuando Él estaba saliendo. Nada puede ser más sencillo. La sanación del ciego fue una especie de testimonio final de que el Mesías estaba allí. Él no venía en los modos de obrar del poder que una vez derrotó a Jericó, sino en los modos de obrar de la gracia que mostraba y podía hacer frente a la verdadera condición de Israel. Ellos estaban ciegos. Si hubiesen poseído la fe para solamente clamar al Mesías acerca de su ceguera, Él estaba allí con poder y buena disposición para sanarlos. No hubo ninguno más que uno o dos ciegos que reconocieran la necesidad real, pero nuestro Señor sanó por fin a todos los que clamaron. (Lucas 18: 35 al 43).

 

 

Capítulo 19

 

 

Después, cuando Él entró en Jericó, Zaqueo, el jefe de los publicanos, fue conmovido por el deseo de ver a este Hombre maravilloso, el Hijo del Hombre. Por tanto, él no permite que nada se interponga en su camino. No se permite que ni el defecto personal, ni la multitud que estaba allí impidieran su intenso propósito de corazón de ver al Señor Jesús. Él sube, por tanto, a un árbol sicómoro que estaba a la vera del camino; y Jesús, conociendo bien el deseo de Zaqueo, y la fe que estaba allí en acción, no obstante la manera débil en que lo hacía, inmediatamente, para su alegría y asombro, Él mismo se invita a entrar en Su casa. "Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso." (Lucas 19: 5 y 6). Todo resultó en murmuración. Fue la misma historia al final como al principio. "Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado." (Lucas 19:8). Él había sido realmente un hombre concienzudo. Él fue un hombre caracterizado así; dado que no se trata de una promesa acerca de lo que él iba a hacer, sino que él menciona aquello que era, sin duda, un hecho acerca de él mismo en ese mismo momento. Él era lo que los hombres denominan un hombre justo y bueno, siendo no obstante un jefe de los publicanos, y rico, aunque había cosas difíciles de conciliar. Aquí estaba un publicano, un recolector de impuestos, el cual, si a través del descuido o mediante cualquier defecto culpable o de un mal hacia otro, no necesitaba presión alguna para devolver cuadruplicado. Esa era su costumbre. Sin embargo, nuestro Señor interrumpe todo. Como un asunto de justicia humana, ello estaba bien; era la demostración de que Zaqueo se ejercitaba a sí mismo como hombre para tener una conciencia desprovista de ofensa a su manera. Tampoco esto está en desacuerdo con el tono del Evangelio de Lucas, dado que en realidad, es aquí solamente donde tenemos la historia en absoluto. Sin embargo, nuestro Señor muestra que no era el momento de pensar o hablar de tales asuntos. "Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." (Lucas 19: 9 y 10). ¡Cuán infinita la bendición! ¿Era ese el momento adecuado para hablar acerca de sí mismo? No se trataba del hombre andando de manera justa, o hablando acerca de ello. A decir verdad, el hombre estaba perdido; pero el Hijo del Hombre estaba allí para llevar su carga. Este hecho grande y glorioso reemplazaba todos los demás. Cualquier cosa que había estado obrando en Zaqueo en algún momento, desaparecía ahora en la presencia del Hijo del Hombre buscando y salvando lo perdido. ¿Qué puede darnos una representación más vivaz, fiel, y bienaventurada del Señor Jesucristo en Su primera venida con la gracia de Dios que trae salvación? (Lucas 19: 1 al 10).

 

Inmediatamente después (si no me equivoco, escrita de modo expreso en estrecha relación con esto) está la parábola del hombre noble que se va a un país lejano para recibir un reino y volver. Por consiguiente, todos ellos se equivocaban esperando que el reino de Dios apareciera inmediatamente. No era así. Cristo iba al cielo para recibir allí el reino por parte de Dios — no es que estaba a punto de recibirlo ahora y en este mundo por parte del hombre. Por lo tanto, se trata evidentemente de un retrato del regreso del Señor en la segunda venida, después de haber recibido un reino. No era una cuestión de disposición o poder humanos, sino de recibir de Dios. Pero además, Él muestra que Sus siervos son llamados mientras tanto a negociar hasta que Él venga. Él llamó a Sus diez siervos, y les entregó diez minas; y les dijo, "Negociad entre tanto que vengo." (Lucas 19:13). Encontramos después otra escena — Sus conciudadanos aborreciéndole: porque nada puede ser más detallado que esta parábola. La relación del Señor con el reino en Su segunda venida es contrastada con la gracia que emana en la parte anterior del capítulo. Este es el tema principal con que comienza la parábola. Tenemos a continuación el lugar de los siervos responsables de usar lo que el Señor da. Ese es otro gran asunto expuesto aquí. No es como en el Evangelio de Mateo, el cual es igualmente verdadero; pero aquí se trata de la prueba moral de los siervos llevada a cabo por el hecho de tener cada uno la misma suma. Esto demuestra aún más que en el otro caso en qué medida habían ellos negociado. Ellos comenzaron con ventajas similares. ¿Cuál fue el resultado? Mientras tanto el aborrecimiento se hizo evidente en los conciudadanos, los cuales representan a los Judíos incrédulos establecidos en la tierra. "Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas" (Lucas 19: 15 y 16); y así con los demás; y entonces nosotros oímos acerca de uno que dice, "Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti." (Lucas 19: 20 y 21). No hubo confianza en Su gracia. La consecuencia es que, al tratar al Señor como un hombre severo, él Le encuentra severo. La incredulidad encuentra su respuesta tan ciertamente como la fe la encuentra. Por lo que, "Conforme a vuestra fe os sea hecho", lo contrario demuestra ser cierto del mismo modo, ¡lamentablemente! Ello es para el hombre aún su incredulidad.

 

Tenemos aquí, además, una diferencia notable en las recompensas. No es, "Entra en el gozo de tu señor" (como en Mateo 25: 21 y 23); sino uno recibe diez ciudades, otro cinco, y así sucesivamente. Por el contrario, a aquel que fue temeroso e incrédulo se le quita su mina. Además, los enemigos son entonces presentados. El siervo infiel no es llamado enemigo, aunque no hay duda alguna que él no era ningún amigo del Hijo, y se trató con él justamente. Pero los públicos adversarios son llamados a la escena; y cuando el Señor declara que esos hombres son Sus enemigos que no querían que Él reinara sobre ellos, Él dice, "traedlos acá, y decapitadlos delante de mí. (Lucas 19:27). La parábola es así un esbozo completo de la segunda venida del Señor para los ciudadanos del mundo, así como también de la negociación y la recompensa de los siervos que Le sirven fielmente mientras tanto. (Lucas 19: 11 al 27).

 

Tenemos después la entrada en Jerusalén. Nosotros no necesitamos explayarnos acerca de la escena del Señor sentado sobre un pollino; pero aquello que es peculiar a Lucas reclama nuestra atención por un momento. "Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!" (Lucas 19: 37 y 38). El Espíritu de Dios obra así para hacerles dar un paso, y un gran paso, en la inteligencia divina más allá del cántico de los ángeles al principio. Lo que ellos cantaron de manera justa en el nacimiento de Jesús, fue, "¡En la tierra paz, buena voluntad [es decir, la buena voluntad de Dios] para con los hombres! (Lucas 2:14), introducido por la gloria a Dios en las alturas. Nosotros tenemos que se señala aquí un cambio, o lo opuesto. "Gloria en las alturas" es el resultado, no la introducción; y en lugar de "en la tierra paz", (que será, sin duda, el fruto dentro de poco tiempo, dado que ello es según el pensamiento de Dios, la anticipación desde el principio,) los discípulos cantan mientras tanto, y de manera muy apropiada, "paz en el cielo." No era un asunto de paz en la tierra ahora. La razón era evidente: la tierra no estaba preparada, estaba a punto de juzgar injustamente, y de ser juzgada. Jesús estaba en el punto mismo de ser echado fuera y eliminado. Él ya era realmente rechazado completamente en el corazón; pero Él iba a entrar en breve en otros padecimientos, hasta la muerte de cruz. El resultado, entonces, de lo que era inminente, no era paz para la tierra, sino muy ciertamente paz en el cielo; y por lo tanto, nosotros podemos entender de qué manera el Señor guio por medio de Su Espíritu el cántico de los discípulos al final, tanto como al principio; el de los ángeles expresó la idea general de los propósitos de Dios — a saber, los resultados morales que surgen de la muerte del Hijo encarnado.

 

Después de esto nosotros oímos que los Fariseos murmuradores son reprendidos, los cuales habrían deseado que los discípulos fuesen reprendidos por su cántico; si ellos no lo hubieran cantado, las piedras debían haber clamado; y el Señor vindica a los irreprensibles. (Lucas 19: 40 y 41).

 

Sigue a continuación una escena muy conmovedora, peculiar a Lucas y característica de él — el Señor llorando sobre Jerusalén. Ello no fue ante el sepulcro de aquel que Él amaba, aunque estaba a punto de llamarle a salir de él. El llanto en Juan es en la presencia de la muerte, la cual había tocado a Lázaro. Por lo tanto, aquí es infinitamente más personal, aunque es también la prodigiosa visión de Uno que, viniendo con la conciencia del poder divino a desterrar la muerte y traer vida a la escena, no obstante, en la gracia no sintió ni una ápice menos, sino más, el poder de la muerte como ningún hombre jamás sintió, aun así, como nadie sino un hombre verdadero podía sentir. Nunca anteriormente hubo nadie que tuviese un sentido tal de la muerte como Jesús, justamente porque Él era la vida, la energía de la cual, combinada con el amor perfecto, hacía que el poder de la muerte fuera tan sensible. La muerte no siente la muerte, pero la vida la sentía. Por consiguiente, Aquel que era (y no que meramente tenía) la vida, como ningún otro, llora en presencia de la muerte, gimiendo en espíritu ante el sepulcro. El hecho de que Él tiene poder para desterrar la muerte no debilitaba en aspecto alguno Su sentido de ella. Si el pobre hombre que estaba muriendo algo la sentía, la Palabra hecha carne, el Dios-Hombre, entraba mucho más en ella en espíritu porque Él era Dios, si bien era Hombre. Pero nosotros tenemos aquí otra escena, Su llanto sobre esa misma ciudad que estaba a punto de echarle fuera y crucificarle. Oh, es una verdad para que nosotros la atesoremos en nuestros corazones — Su llanto en gracia divina sobre la Jerusalén culpable, olvidando sus propias misericordias recibidas, rechazando a nuestro Salvador — a Dios el Señor. Él predice su desolación y destrucción, porque el tiempo de su visitación era desconocido. (Lucas 19: 41 al 44). Su visita al templo y su limpieza del mismo son mencionadas de modo resumido; como así también Su enseñanza diaria allí a los principales sacerdotes y al pueblo, con el deseo de ellos de destruirle, pero sin apenas saber de qué manera, dado que todo el pueblo estaba pendiente de Él, escuchándole.

 

 

Capítulo 20

 

 

En Lucas 20 nosotros tenemos las varias clases de religiosos y de hombres mundanos que desfilan unos tras otros, con la esperanza de engañar artificiosamente o acusar al Señor de gloria. Cada uno de ellos cae en la trampa que habían hecho para él. Por consiguiente, ellos mismos no hacen sino descubrirse y condenarse. Tenemos a los sacerdotes con su pregunta acerca de la autoridad (Lucas 20: 1 al 8), después al pueblo escuchando la historia de los tratos de Dios con ellos, y la condición moral de ellos sacada completamente a luz (Lucas 20: 9 al 19). Tenemos además los espías engañosos, contratados por los principales sacerdotes y escribas, que simulaban ser justos, y procuraban sorprenderle en alguna de Sus palabras, y ponerle a disposición de los poderes terrenales (Lucas 20: 20 al 26).

 

Tenemos después de estos a los saduceos negando la resurrección (Lucas 20: 27 al 38). Pero nosotros podemos hacer aquí una pausa por un momento; puesto que hay toques especiales y especialmente instructivos peculiares a Lucas. Observen más particularmente esto — que sólo él, de todos los evangelistas, caracteriza aquí a los hombres en las actividades de esta vida como "los hijos de este siglo" (Lucas 20:34 – RVR60), o "los hijos de este mundo" (Lucas 20:34 – RVA). Ellos son personas que viven meramente para el presente. "Los hijos de este siglo [mundo] se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles." (Lucas 20: 34 al 36). En el estado de resurrección no existirán tales relaciones. La dificultad existía sólo para la incredulidad, o más bien era creada por ella. De hecho, ¿a qué más puede jamás pretender la incredulidad? Ella imagina dificultades, y en ninguna parte lo hace tanto como en la verdad más cierta de Dios. La resurrección es la gran verdad a la que todas las cosas se dirigen — la cual el Señor ha mostrado en su forma final, también, en Su propia Persona resucitada ahora de los muertos, que estaba en aquel entonces justo a punto de seguir a continuación. Esta verdad era combatida y refutada por la secta más activa entre los Judíos en aquel tiempo, la más intelectual y la mejor informada de manera natural. Estas eran las personas que más que todas se oponían a ella.

 

Pero el Señor introduce aquí otro argumento notable. No sólo Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; " pues para él todos viven." (Lucas 20:38). Dos grandes verdades están aquí presentes — vivir para Dios después de la muerte, y la resurrección futura, cuando Jesús viene e introduce la nueva edad o nuevo siglo. Esto era especialmente de valor para los Gentiles, porque era uno de los grandes problemas para la mente pagana, a saber, si acaso el alma existía después de la muerte, por no hablar acerca de la resurrección del cuerpo. Los Judíos naturalmente, excepto la porción incrédula de ellos, esperaban la resurrección; pero para los Gentiles el Espíritu de Dios presenta la respuesta de nuestro Señor a los Saduceos, dando prueba tanto de la resurrección, lo cual es común a todos los Evangelios,  y como introduciendo los vivos de los muertos en el estado separado. Ello caía de manera peculiar dentro del ámbito de Lucas.

 

Esta verdad no se limita a la presente porción de nuestro Evangelio. Nosotros tenemos enseñanza similar en otra parte. ¿Acaso el relato del hombre rico y Lázaro no insinúa la misma cosa? (véase Lucas 16). Efectivamente más, no sólo la existencia del alma separada del cuerpo, después de la muerte obviamente, sino también la bienaventuranza y la miseria inmediata. Ellas no dependen absolutamente de la resurrección. Además, está la porción de miseria final públicamente adjudicada para el cuerpo y el alma antes del gran trono blanco. Pero en Lucas 16, la bienaventuranza y la miseria son sentidas de inmediato por el alma en la disolución del vínculo con el cuerpo. Las figuras son tomadas, sin duda, tal como deben serlo, del cuerpo. Nosotros encontramos así el deseo de refrescar la lengua, que los hombres de mente especulativa usan para demostrar que era el momento de ser revestido con un cuerpo real. Nada por el estilo. El Espíritu de Dios habla para ser entendido, y si Él ha de ser entendido por los hombres, Él se debe dignar a usar un lenguaje adaptado a nuestro entendimiento. Él no puede presentarnos el entendimiento de un estado que nosotros jamás hemos experimentado, a menos que ello sea a través de figuras tomadas del estado actual. Una verdad similar aparece también más adelante en el caso del ladrón convertido. El argumento es aquí exactamente la misma bienaventuranza, y no meramente cuando el cuerpo es resucitado de los muertos tiempo después. Eso es lo que él esperaba cuando procuró ser recordado, cuando Jesús venga en Su reino. Pero el Señor añade una bienaventuranza más inmediata ahora: "Hoy estarás conmigo en el paraíso." (Lucas 23:43).Tengan esto por cierto: nosotros nunca podemos ser demasiado rigurosos en mantener la importancia tanto de la resurrección, como de la bienaventuranza o miseria inmediata en el alma separada del cuerpo antes de la resurrección. Renunciar a la realidad de la existencia del alma, esté ella en miseria o en bienaventuranza inmediata, es sólo un escalón hacia el materialismo; y el materialismo no es sino el preludio a renunciar tanto a la verdad de la gracia de Dios, como a toda la horrible realidad del pecado del hombre y del poder de Satanás. El materialismo es siempre esencialmente incrédulo, aunque está lejos de ser la única forma de incredulidad.

 

Hacia el final del capítulo (Lucas 20: 39 al 44) nuestro Señor plantea la gran pregunta acerca de Su Persona y la posición que Él estaba precisamente por asumir, no en el trono de David, sino en el trono de Dios. ¿Acaso no era Él mismo, el Hijo de David, reconocido por David como su Señor? De la persona de Cristo depende el todo del Cristianismo. El Judaísmo, rebajando la Persona, no ve la posición, o la niega. El Cristianismo no sólo está fundamentado en la obra, sino en la gloria de la Persona y el lugar de Aquel que está glorificado en Dios. Él toma ese lugar como un hombre. Aquel que se humilló a Sí mismo como hombre en padecimiento, es exaltado como hombre a la gloria de Dios en lo alto.

 

 

Capítulo 21

 

 

Sigue a continuación el juicio — pero muy brevemente— sobre los escribas; y en contraste con su hipocresía egoísta, ("que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones" Lucas 20:47), nosotros tenemos la estimación del Señor acerca de la consagración real son las blancas de la viuda (Lucas 21: 1 al 4). Marcos lo menciona como el servicio de la fe, y lo introduce así en su Evangelio acerca del servicio. Lucas lo muestra como una cuestión acerca del estado del corazón y de la confianza en Dios. Ello se ajusta, por tanto, al dominio de estos dos.

 

Nosotros tenemos después de esto, la demostración de que los corazones de los discípulos son aún terrenales y Judíos; pero el Señor no sólo trae ante ellos la gloria y belleza reservada aún para Jerusalén, sino el juicio de ella, especialmente sobre el templo (Lucas 21: 5 al 36). Tenemos a la vez detalles que demuestran la diferencia de peso entre esta descripción del juicio de los Judíos y de Jerusalén, y diferenciado de los relatos tanto de Mateo como de Marcos. Observen más especialmente esto: que el Señor Jesús trae aquí ante nosotros un retrato muy directo e inmediato de la destrucción de Jerusalén que era inminente en aquel entonces. Mateo soslaya la destrucción de Jerusalén por los Romanos (compárese con Mateo 22:7), y fija la atención sobre aquello que tendrá lugar en el fin del siglo o fin de la era. Lucas nos presenta esto último también — finaliza, en todo caso, con la crisis futura; pero el argumento principal en la porción central de Lucas es señalar la destrucción que estaba cerca en aquel entonces como un estado de cosas y de tiempo distintos de las circunstancias del día del Hijo del Hombre. Esto se hace perfectamente claro para cualquiera que lo considere pacientemente. Él dice, "cuando viereis a Jerusalén"— no "la abominación desoladora" [Mateo 24:15; Marcos 13:14] (no hay aquí ni una sola palabra acerca de ella, dado que ella pertenece exclusivamente a los días postreros; sino " cuando viereis a Jerusalén") — rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes." (Lucas 21: 20 y 21). Ni una palabra acerca de la gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá; se trata sencillamente de "días de retribución." "Estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas." (Lucas 21:22). Hay severidad retributiva, pero no aparece ninguna señal que indique que sea una cosa que no tiene paralelo. "Habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo." (Lucas 21:23). Y fue así. "Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones." (Lucas 21:24). Esta es una descripción objetiva de lo que realmente se cumplió literalmente en la captura de Jerusalén por parte de los Romanos bajo el mando de Tito. Por tanto, no hay una descripción exagerada alguna. La pretensión de los comentaristas que se apresuran a señalar una exageración como una cubierta para su mala aplicación es bloqueada. No es que yo lo permita algo más en Mateo. La única razón por la cual los hombres han hablado así acerca de aquel evangelista es porque ellos desvían su profecía acerca del fin del siglo a lo que ya se ha cumplido. Cuando lleguen los días postreros, tengan por seguro que ellos aprenderán demasiado tarde que no hay exageración alguna con Dios o con Su Palabra.

 

"Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan." (Lucas 21:24). No solamente está el saqueo de la ciudad, la masacre y la cautividad del pueblo, sino la continua ocupación por parte de sus enemigos hasta la terminación del período Gentil que permite a las naciones tener la supremacía sobre Israel. Estas cosas continúan ahora. Jerusalén ha sido hollada por los Gentiles por muchos siglos, como todos saben, a lo largo de toda la historia medieval y de la moderna. Ello parece estar expresado así particularmente para no limitar la frase a los Romanos o a poderes imperiales anteriores desde Babilonia hacia abajo. De este modo, los Turcos son los que la poseen en la actualidad. El hecho es tristemente célebre, y es que Jerusalén ha estado en manos de muchos amos que han tratado duramente a los Judíos. Él pone fin a esta situación. [*]

 

[*] N. del T.: El lector debe tener en cuenta que el autor de estos comentarios vivió entre los años 1820 y 1906.

 

Él introduce después los postreros días. "Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas." (Lucas 21:25). No hubo una sola palabra acerca de todo esto cuando Él habló acerca del sitio y la captura de la ciudad bajo Tito. Después que la dominación de los Gentiles termine (lo cual no es todavía, claramente), habrá señales en el sol, y en la luna, y angustia entre las naciones; desfalleciendo los hombres por el temor; porque las potencias de los cielos serán sacudidas; y entonces verán — no cuando los Romanos de antaño tomaron la ciudad, sino, en la crisis futura, cuando estas muestras sorprendentes, celestiales y terrenales, sean presentadas por Dios. "Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca." (Lucas 21: 27 y 28).

 

Él presenta, entonces, una parábola, pero no solamente acerca de la higuera: esto no sería adecuado a la amplitud del alcance de Lucas. "Mirad la higuera y todos los árboles." (Lucas 21:29). La diferencia entre Lucas y los demás es esta — no es que ustedes no tienen la porción Judía en este Evangelio, sino que, además, se hace entrar a todos los Gentiles. ¡Cuán perfecto es eso! Si ello es nada más que una descripción a modo de parábola, el evangelista para los Gentiles no sólo presenta la higuera que está en Mateo, sino los árboles Gentiles acerca de los cuales nada se oye en ninguna otra parte. Ese árbol único, la higuera, se aplica de manera notoria a los Judíos como nación; la otra figura ("todos los árboles") añade al resto de naciones, como para ser universal.

 

El Señor añade entonces algunas consideraciones morales para el corazón: "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra." (Lucas 21: 34 y 35). ¿Es necesario comentar aquí que esto se ajusta nuevamente más a nuestro evangelista que a todos los demás? Así también la escena de Su ocupación diaria en el templo, y de Sus noches apartado en el monte que se llama de los Olivos, lo cual no impedía de modo alguno que la multitud viniera a oírle por la mañana. ¡Qué incansable afán de amor!

 

 

Capítulo 22

 

 

En Lucas 22 nosotros vemos a nuestro Señor con los discípulos, no ahora como un profeta sino a punto de llegar a ser un sacrificio, presentándoles, mientras tanto, la promesa más dulce de Su amor. Por otra parte, están el odio del hombre, la debilidad de los discípulos, la falsedad de Pedro, la traición de Judas, la sutileza y los terrores del enemigo que tenía el poder de la muerte. Llega el día de los panes sin levadura, y el cordero de la pascua debe ser sacrificado; y Pedro y Juan van a prepararla. Según la palabra del Señor, el lugar fue dado. "Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios." (Lucas 22: 14 al 16). Fue el último acto de comunión de Cristo con ellos: Él no beberá. Otra copa estaba ante Él. En cuanto a esta copa, ellos debían tomarla, y dividirla entre ellos. No fue la Cena del Señor, sino la copa pascual. Él estaba a punto de tomar una copa muy diferente, que Su Padre le daría — el anti-tipo de la pascua, y la base de la Cena del Señor. Pero en cuanto a la copa que estaba ante ellos, Él dice, "no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga." (Lucas 22:18). El reino estaba a punto de venir moralmente; dado que Lucas se atiene a ese gran principio moral — el reino de Dios estaba a punto de ser establecido en lo que ustedes denominan el sistema Cristiano. La frase en Lucas no significa alguna dispensación futura o algún estado de cosas futuro a punto de existir arriba o abajo, en poder visible, sino la venida inminente del reino de Dios, real y verdaderamente aquí. Los demás Evangelios la relacionan con el futuro; Lucas habla de lo que iba a ser una realidad en breve — " justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo." (Romanos 14:17).

 

Mientras tanto, Él les presenta una cosa nueva (Lucas 22: 19 y 20). Él tomó el pan con acción de gracias, lo partió, y les dio, diciendo, "Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto [*] en mi sangre, que por vosotros se derrama." (Lucas 22: 19 y 20).

 

[*] La palabra "Testamento" usada en este lugar en otras versiones de la Biblia es incorrecta y, de hecho, lo es en todas partes en el Nuevo Testamento, excepto en el paréntesis de Hebreos 9: 16 al 17.

 

Con Lucas no fue el momento preciso para decir, "por muchos" (compárese con Mateo 26:28), dado que esto fue muy apropiado en el Evangelio de Mateo, porque insinúa la extensión de la eficacia de la sangre de Cristo más allá del Judío. El antiguo pacto que condenaba estaba limitado. El nuevo pacto (o más bien, la sangre del Cristo rechazado, el Hijo del Hombre, sobre la cual este nuevo pacto está fundamentado) rechaza esas barreras estrechas. En Lucas acurre aquí la misma cosa, tal como hemos dicho, aplicada a su relato del sermón del monte. Es más personal, y por eso que trata más de cerca con el corazón y la conciencia. Cuántos hombres reconocen la justificación por fe en un sentido general, los cuales, en el momento que ustedes lo hacen personal, evitarían asumir el lugar de un hombre justificado, ¡como si esto fuera demasiado como para que Dios se lo diera! Pero, a decir verdad, es imposible continuar con Dios correctamente, hasta que la cuestión personal quede dirimida por la gracia divina. El Señor lo dirime aquí para ellos personalmente. "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama." (Lucas 22:29). "A la verdad el Hijo del Hombre va, según lo que está determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!" (Lucas 22:22). Un contaste moral horrible surge ante el espíritu del Salvador. Él lo sintió así: tal como se dice en otra parte, "se conmovió" (véase Juan 13:21). Existe mucha imprecisión en las mentes en cuanto a esto, fusionando todo en la expiación, para gran detrimento de su claridad incluso al sostener la expiación misma. Para mí, esta negación de manera práctica de una gran parte de los padecimientos de Cristo es una cosa grave. Una vez impuesta, ella reposa sobre una falta de fe en la humanidad verdadera del Señor. Yo doy por hecho que hay un firme asimiento de que Él soportó la ira de Dios en la cruz. Pero incluso donde eso es mantenido, a lo menos en forma general, es una cosa terrible negar cualquier parte de Su gloria moral; y, ¿qué otra cosa es negar esto, sino excluir esos reales padecimientos que demuestran la envergadura y el carácter de Su humillación, exaltan y ganan la compasión para con Él mismo ante nuestros ojos, y publican las corrientes más ricas de consuelo para Sus santos, los cuales no se pueden permitir perder nada de Su compasión?

 

Ahora bien, el Señor Jesús sintió los crueles modos de obrar del traidor (y nosotros podemos saberlo aún más al leer el Salmo 109). Nosotros debiéramos sentirlos también, obviamente, en lugar de tratarlo meramente como una cosa que debía ser, y para lo que la Escritura nos prepara, o que la bondad de Dios cambia en objetivos de gracia. Todo es bastante cierto; pero, ¿son estos los lugares comunes que nos satisfacen ante Su espíritu atribulado? ¿O acaso no es el sentido de Su dolor lo que llena el corazón en presencia de este amor inefable que soportó todas las cosas por amor de los escogidos? Sí, en efecto, fue por parte de todos: nuestro Señor tiene que afrontar la vergüenza en aquellos que más amó. "Entonces ellos comenzaron a discutir entre sí, quién de ellos sería el que había de hacer esto." (Lucas 22:23). Hubo honestidad en estos corazones; pero ¡qué ignorancia! ¡Qué intacto estaba el 'yo'! "Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor." (Lucas 22:24). Otros evangelistas, tal como Lucas, mencionan que cuando Él estuvo en medio de Sus milagros y Su enseñanza, ellos estaban llenos de su indecorosa rivalidad; Lucas lo menciona adonde fue, más allá de toda comparación, más doloroso y humillante — en presencia de la comunión de Su cuerpo y Su sangre, y cuando habían recién oído acerca de la presencia de un traidor en medio de ellos, el cual estaba ofreciendo vender a su Maestro ¡por treinta piezas de plata! "Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lucas 22: 25 al 27) ¡Qué gracia! ¡Qué modelo! Pero no olviden la advertencia. El trato condescendiente del señorial benefactor no tiene lugar alguno en el pensamiento de Cristo para Sus seguidores. El lugar del Señor era servir: ¡que nosotros lo podamos apreciar! (Lucas 22: 24 al 27).

 

Otro rasgo conmovedor y hermoso en el trato de nuestro Señor es digno de ser comentado aquí. Él dice a los discípulos que eran ellos los que habían continuado con Él en Sus pruebas. En Mateo y en Marcos, e incluso en Juan, el hecho de que ellos abandonan a Cristo es muy visible un poco más tarde. Sólo Lucas cuenta cuán amablemente Él menciona la perseverancia de ellos con Él en Sus pruebas. Ambos relatos eran perfectamente ciertos, obviamente. En Lucas se trata de la estimación de la gracia. Fue realmente el Señor quien se había dignado continuar con ellos, y que había sostenido sus pies vacilantes; pero Él pudo decir, "Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel." (Lucas 22: 28 al 30). Siempre es así en la gracia. Mateo y Marcos nos cuentan la triste verdad acerca de que cuando él más necesitó a los discípulos, todos ellos Le abandonaron y huyeron. Su rechazo fue completo; Una Escritura del Antiguo Testamento se cumplió plenamente. Pero, en vista del llamamiento Gentil, la gracia del Nuevo Testamento tiene aquí una tarea más feliz.

 

Además, es una escena peculiar a Lucas el hecho que, en presencia de la muerte del Salvador, Satanás zarandea a uno de los principales seguidores que pertenecían al Salvador. Pero el Señor convierte el zarandeo, e incluso la caída del santo, en una total y gran bendición, no sólo para esa alma, sino para las demás. ¡Qué poderosos, y sabios, y buenos, son los modos de obrar de la gracia! No sólo su estimación, ¡sino sus experiencias y sus objetivos! Fue Simón quien suministró el material. " Simón, Simón," dice el Señor, "he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos." (Lucas 22: 31 y 32). Simón, tristemente ignorante acerca de sí mismo, está lleno de promesas audaces de ir a la cárcel o a la muerte; pero, dice el Señor, "Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces." (Lucas 22:34). Todos los evangelistas registran la caída; sólo Lucas registra la amable oración de Cristo para, y con el propósito, de su restauración.

 

Entra después otra comunicación de nuestro Salvador no más interesante de lo que está llena de enseñanza. Se trata del contraste de la condición de los discípulos durante Su ministerio, y la que debía ser ahora que Él iba a morir. Era, de hecho, coincidente con un cambio de vasta importancia para Él — no esperando Su muerte, sino en muchos aspectos comenzando antes que ella. El sentido de Su rechazo y de Su muerte que se acercaba no sólo oprimía el espíritu del Salvador, sino que afecta, más o menos, también a los discípulos, los cuales estaban bajo la presión especialmente de lo que hacían los hombres. "Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos [más bien, "con los sin ley" — Griego: νομος, ánomos]; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta." (Lucas 22: 35 al 38). No es sorprendente que los discípulos no lograsen entender en aquel tiempo lo que Él quería dar a entender. Aunque todo el resto de Su enseñanza les podría haber enseñado mejor, ellos tomaron Sus palabras en un sentido material, y concibieron que Él les instaba a tomar una espada literal. Es evidente que Él ocupó la figura de una espada y una bolsa para mostrar que en vez de contar ya más con recursos milagrosos, ellos deben usar en el futuro, según la medida de la fe personal de ellos, todo lo que Dios les proveyera; es decir, ellos debían emplear cosas naturales para el Señor, en vez de ser, como hasta ahora, protegidos por un poder sobrenatural en medio de sus enemigos. Nosotros los encontramos después usando milagros; pero ello fue para otros. En su misión anterior ello no se necesitó jamás. Ningún golpe cayó sobre ellos. Ninguna cárcel cerró sus puertas sobre uno de los doce, de los setenta. Ellos atravesaron la longitud y la anchura de la tierra de Israel, llevando por todas partes su testimonio claro y solemne, guardados siempre por el poder de Dios: tal como su Maestro. Nosotros vemos cuán milagrosamente este poder estuvo separado de cualquier intento de usarlo a favor de ellos mismos. Pero todo iba a cambiar ahora; y el discípulo debía ser como su Maestro. Jesús iba a padecer. Ellos deben decidir hacer la misma cosa. Obviamente, ellos no están excluidos de esperar en Dios, sino que son exhortados a hacerlo, y usando fielmente todo medio que el Señor les diera.

 

Yo entiendo que este es el significado claro de Su lenguaje alterado cuando Él dice aquí, "Basta." El Mesías estaba a punto de ser cortado. El brazo que los había sostenido, y el escudo que había estado sobre ellos, son quitados. Fue así con Él. Él estaba ahora a punto de hacer frente a la muerte; primero en espíritu, luego de hecho. Ese fue siempre Su modo de obrar. Todo estaba en aquel orden. Él no fue sorprendido por nada. Él no era como un hombre común que esperaba hasta no poder evitar seguir, y continuaba luego preparado a través del problema. Esta puede ser la usanza de los hombres, evitar lo que pueden, y pensar lo menos posible acerca de lo que es doloroso y desagradable. Ello puede ser incluso según las ideas que los hombres tienen acerca de un héroe, pero no es la verdad acerca de Cristo. Por el contrario, aunque Él era el Dios verdadero, Él era también un hombre verdadero, y un doliente santo, teniendo un corazón que sentía todo; esta es la verdad acerca de Cristo como hombre. Por tanto, él toma todo de parte de Dios, y siente todo, tal como fue realmente para Su gloria.

 

De acuerdo con eso, nuestro Salvador, en el monte de los Olivos (Lucas 22: 39 al 46), muestra cuán verdadero es lo que yo he afirmado recién; porque es allí donde se Le encuentra diciéndoles, antes que nada, que oren, para que no entren en tentación. La tentación puede venir y probar el corazón; pero entrar nosotros en ella es otra cosa muy distinta. "Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Lucas 22: 40 al 42). Yendo aún más lejos, para mostrar el carácter de la tentación, y Su intachable relación con Dios, así como cuán realmente Él era un hombre doliente, la Escritura nos dice, "Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra." (Lucas 22: 43 y 44). El camino de la fe es tan difícil para los hombres en una u otra dirección, que (en días tempranos, cuando en medio de adversarios y llenos de superstición, los hombres aún se aferraban a la honra inmaculada del Hijo de Dios) el ortodoxo tímido se atrevía a dar el paso audaz de suprimir los versículos 44 y 45; porque, después de todo, ¿qué es tan aventurero como esta ansiedad al estilo de la que Uza tuvo por el arca de Dios? Ellos pensaron que era imposible que el Señor pudiese padecer así. Poco estimaban ellos la profundidad insondable de la cruz, cuando Dios ocultó Su rostro de Él. Si ellos hubieran discernido esto mejor, y hubieran sido sencillos en la fe de Su verdadera humanidad, y se hubieran atenido a la Palabra escrita acerca de Sus padecimientos en la cruz y anteriores a ella, no habrían tropezado así tan fácilmente. Pero ellos no eran sencillos, entendían mal la Escritura, y, de acuerdo con eso, algunos se atrevían a estigmatizar estos versículos, y otros a tacharlos. En los días modernos ellos manejan las cosas de manera más prudente y más eficaz. Puede ser que ellos no pongan una señal al margen indicando que lo escrito es espurio o dudoso, o no lo borren; pero ellos no creen en estos versículos. Los hombres los pasan por alto como si no hubiera en ellos nada para el alma, como si el Salvador Hijo de Dios condescendiera a un espectáculo, una pantomima, en vez de soportar el conflicto y la angustia más severos que haya sido jamás la porción de un corazón humano en esta tierra. Nunca hubo en Jesús otra cosa en Jesús sino realidad; pero si en los días de Su carne hubo un pasaje más conmovedor que otro, cualquier cosa que nos presenta más claramente que otro Sus dolores, de manera gráfica, y con solemne enseñanza para nosotros, cualquier cosa para Dios mismo sobre toda glorificación (exceptuando sólo la cruz), fue esta escena misma donde Jesús no evita y no rechaza ningún padecimiento, sino que se inclina a cada golpe (¿y de qué se Le libró?) viendo la mano de Dios en todo.

 

La hora de ellos había llegado ahora, y la potestad de las tinieblas. Antes de esto no podían poner sus manos sobre Él; pero ahora, una vez hecha la obra activa, y siendo Él mismo claramente rechazado, Jesús acepta la humillación, la vergüenza, y el padecimiento. Pero Él no ve meramente al hombre. Él no considera al diablo, o a los Judíos, o a los Gentiles. Él siente todo lo que el hombre hacía y decía, y reconoce a Su Padre. Él sabía muy bien que Su Padre podía haber impedido toda angustia, si a Él le hubiese parecido bien — podía haber cambiado el corazón de Israel — podía haber quebrantado a las naciones. Pero ahora el Judío es dejado para que Le aborrezca, el Gentil para que Le desprecie y Le crucifique. Tanto Herodes como Pilato, con los Gentiles y el pueblo de Israel, se estaban uniendo contra el siervo santo Jesús a quien Dios había ungido; pero, ¿acaso no fue para hacer lo que la mano y el consejo de Dios habían antes determinado que sucediera (véase Hechos 4: 27 y 28)? Él vio a Su Padre sobre y detrás de todos los instrumentos secundarios, y se inclinó y bendijo, aun mientras Él oraba con sudor como grandes gotas de sangre. Él no erigiría ninguna barricada de milagros para protegerse. Sopesar delante de Dios tales circunstancias como las que rodearon en aquel entonces a Jesús, anticipar en Su presencia lo que estaba por suceder, no aminoró, sino aumentó más bien la profundidad de todo; y así Le hallamos orando fervientemente a Su Padre para que, si era posible, apartara de Él esa copa. Pero ello no era posible; y entonces Él añade, "pero no se haga mi voluntad, sino la tuya." (Lucas 22:42). Ambas cosas eran perfectas. Hubiese sido dureza, no amor, si la copa hubiese sido tratada como una cosa liviana: pero esto no pudo ser jamás con Jesús. Fue parte de la perfección misma de Jesús que Él sintiera y rehusara la terrible copa. Porque, ¿qué había en esa copa? La ira de Dios. ¿Cómo podía Él desear la ira de Dios? Fue correcto rehusarla: era propio de Jesús decir, "Hágase tu voluntad." Tanto el hecho de rehusar como la aceptación fueron totalmente perfectas — ambas igualmente en su debido lugar y en su debido momento. ¿Qué persona que sabe quién era Jesús, y cuál es la gloria de Su Persona, no logra verlo, o abrigaría una duda? Sin embargo, no se trata meramente de que Él es Dios; y ustedes destruyen el valor del padecimiento si no dan pleno lugar a Su humanidad.

 

No es que Su deidad hizo jamás que Sus padecimiento fuesen menores, de lo contrario el resultado hubiese sido un estado anodino que no era ni Deidad ni humanidad, sino constituido por ambos. Fue un error temprano suponer un Cristo impasible. No hay peor invención contra la verdad, a menos que ella sea la mentira que niega que Él es Dios el Hijo. Un impasible Cristo no doliente es de Satanás, no es el Dios verdadero y la vida eterna. Es una falsa quimera del enemigo. Tengan ustedes por seguro que si el padecimiento es tan real y precioso para Dios, es una cosa peligrosa reducir, disipar, o negar cualquier parte de él. Para nosotros se trata de lo que Dios nos dice en Su Palabra acerca de los padecimientos de Cristo — no se trata de si entendemos todo lo que Él dice acerca de ellos. Tengan por seguro que nosotros conocemos en parte, y tenemos mucho que aprender, especialmente acerca de lo que no se refiere a nuestras necesidades inmediatas; pero hay una cosa por la cual nosotros somos siempre responsables, es decir, someternos a Dios, creer en Él, aunque entremos muy poco en las profundidades de todo lo que Él ha escrito para nosotros acerca de Jesús.

 

Yo sólo añadiría esto: no es conveniente que los que dicen que no entienden esto o aquello asuman el lugar de ser jueces. Es comprensible que los que conocen deban juzgar; me parece que no es así, que las personas asuman el lugar de juzgar a los que declaradamente no conocen. Sería sabio, por no decir humildad que sienta bien, esperar y aprender.

 

Vemos después a Judas, el cual se acerca y besa a Cristo: el Señor de gloria es traicionado por el apóstol. La escena final se desarrolla rápidamente; y no más ciertamente, según la palabra de Cristo, la maldad homicida de los sacerdotes, que la energía de Pedro, tan fatal para él mismo, el cual no pudo hacer frente a la dificultad a la cual su confianza en sí mismo le llevó. Aquel que no pudo orar con su Maestro, sino que durmió en el huerto, se quebranta sin su Maestro ante una criada. Los demás huyeron. Juan cuenta el relato de su vergüenza, con la de Pedro (véase Juan 18). La escena está completa. No hay ahora ni un solo testigo para Jesús. Él está solo. El hombre ha logrado que todo suceda a su manera, aparentemente, en burla, golpes, y blasfemia; pero aun así, él está solamente llevando a cabo la voluntad, el propósito, y la gracia de Dios (Lucas 22: 63 al 65). El capítulo finaliza con Jesús ante el concilio de ancianos, principales sacerdotes, y escribas. "¿Eres tú el Cristo?" (Lucas 22:67) era ahora demasiado tarde: ellos habían demostrado que no creerían. "De ahora en adelante [no "desde ahora", como en la 'Authorized Version' en Inglés, y en la RVR60 en Español], EL HIJO DEL HOMBRE ESTARA SENTADO A LA DIESTRA del poder DE DIOS." (Lucas 22:69 – LBLA). Se trata de la bien conocida transición que nosotros vemos en todas partes, al ser rechazado el Mesías. "Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios?" (Lucas 22:70). Él reconoce la verdad; y ellos ya no necesitan más para condenarle.

 

 

Capítulo 23

 

 

En Lucas 23 a Jesús no se le encuentra solamente ante Pilato, sino también ante Herodes; y los dos hombres que hasta ahora se aborrecían el uno al otro, se reconcilian aquí, ahora que se trata de rechazar a Jesús. Es sólo Lucas quien nos presenta este detalle. ¡Qué asociación de paz durante el rechazo del Salvador! En cualquier caso, el escarnio de Jesús transcurre; y Pilato, arrastrado contra su conciencia por la voluntad del pueblo, dicta la sentencia de que debía ser como ellos demandaban. Jesús es llevado a la cruz, y Simón de Cirene es obligado a llevarla tras Jesús; dado que el hombre muestra ahora su innecesaria crueldad en todas las formas.

 

Las mujeres que estaban allí hacían lamentación con la multitud siguiendo a Jesús: había gran cantidad de sentimiento humano en esto, aunque no había fe verdadera o amor verdadero. Por qué no hacer lamentación por ellas mismas; dado que en verdad venían días de dolores, cuando ellas dirán, "Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron." (Lucas 23:29). "Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?" (Lucas 23: 30 y 31). Jesús era el árbol verde; y si Jesús era tratado así, ¿cuál sería el destino de ellos, como siendo presentado plenamente como ese árbol seco, el cual era Israel? Indudablemente, Israel debiera haber sido el árbol verde de la promesa; pero era solamente un árbol seco en espera del juicio. Pero Jesús, el árbol verde (donde estaba todo el vigor de los modos de obrar santos y de la obediencia santa), estaba lejos de ser honrado, y estaba ahora en Su camino a la cruz. Eso era el hombre, ¡al cual Él había sido entregado! ¿Cuál sería el juicio de Dios ejercido sobre el hombre? (Lucas 23: 27 al 31).

 

Y ellos crucificaron a Jesús entre dos malhechores — uno a la derecha y otro a la izquierda; y Jesús dice, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas 23:34). Ellos reparten Sus vestidos, echando suerte. El pueblo contempla, los gobernantes hacen mofa, los soldados se burlan; pero una inscripción fue escrita sobre Él en letras Griegas, Romanas, y Hebreas — ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. (Lucas 23: 32 al 38).

 

Jesús lleva a cabo la gran obra de salvación en el corazón de uno de los malhechores. Fue una gran obra interior; no fue meramente una obra hecha como siempre tan perfectamente en el exterior. Muy ciertamente nunca hubo un alma salvada, pero la obra estaba hecha para él — hecha sólo por Jesús — Él padeciendo solo, el pecador salvado. Pero allí donde el corazón conoce la obra hecha para el alma, hay una obra hecha en esa misma alma. Así fue aquí: y es de gran importancia que los que mantienen la obra para el alma, deban mantener igualmente la obra en el alma. Incluso en este caso, donde el efecto se produjo rápidamente, el Espíritu de Dios nos ha presentado los grandes rasgos morales de ello. Antes que nada aparece un aborrecimiento del pecado en el temor de Dios; luego el corazón arrepentido reprende la desvergonzada maldad de su compañero, que no siente que se trata, menos que nada, de un momento para pecar así de manera audaz en presencia de la muerte, y del juicio de Dios. "Nosotros, a la verdad, justamente… mas éste ningún mal hizo." (Lucas 23:41). Hubo aquí, evidentemente, mucho más que justicia. Hubo una conciencia de la gracia, así como también de pecado, y sensibilidad acerca de la voluntad de Dios. Hubo un deleite en "éste [hombre]", en Jesús, cuya santidad hizo una impresión tal, que el pobre delincuente, ahora creyente, pudo desafiar a todo el mundo, y no siente más duda acerca de la vida inmaculada del Señor que si él hubiese sido testigo de ella de principio a fin. ¡Cuán grande es la sencillez y la seguridad de la fe! ¿Quién era aquel que pudo corregir el juicio de los sacerdotes o del gobernador? "Éste ningún mal hizo." ¡El que lo hizo fue un hombre crucificado! Él se olvidó de sí mismo en Cristo el Señor vindicado así. Entonces él se vuelve a Jesús, y dice, "Señor, acuérdate de mí, cuando vinieres en tu reino." (Lucas 23:42 - VM). ¡Sí! Y Jesús recordará — no le podía desechar. Él jamás rechazó a un alma que vino a Él. O una oración que estuviera fundamentada sobre Su gloria, y deseara asociación con Él. Ello no podía ser. Él descendió para asociarse con los más pobres y más débiles en la tierra. Él se ha ido ahora a lo alto para asociar allí con Él mismo a los que fueron, una vez, posiblemente, lo peor en la tierra, ahora con Él en lo alto, limpiados, y obviamente (¿necesitamos decirlo?) limpiados mediante agua y sangre. Y fue así con esta alma a la cual la gracia había tocado ahora. "Señor, acuérdate de mí, cuando vinieres en tu reino." (Lucas 23:42 – VM). ¿Qué demostración más convincente hay de que el hombre no tuvo ansiedad alguna acerca de sus pecados? Dado que si él la tuvo, él la habría presentado, obviamente. Él habría dicho, «Señor, no te acuerdes de mis pecados.» Nada por el estilo fue pronunciado, sino, "Señor, acuérdate de mí." ¿Qué sería el reino de Cristo para él, si sus pecados no hubiesen sido borrados? Él contó tanto con Su gracia, que no quedó ninguna duda o interrogante, y él pide ser recordado por Jesús en Su venida, atribuyendo el reino a Aquel que estaba colgando en la cruz. Él estuvo en lo correcto; y Jesús responde con gracia inefable, y según ese estilo tan digno de Dios (Salmo 132), que no sólo responde la oración de fe, sino que la supera de manera invariable. Dios debe ser Dios en Su reconocimiento de la fe, tal como en toda otra parte. Nosotros vimos en el monte de la transfiguración, que hay una bienaventuranza que trasciende la del reino, donde el gobierno no está en duda. Este no es el tema predicho por los profetas, sino una gloria que sólo la Persona de Cristo puede explicar, y a la cual sólo Su gracia puede introducir. Así que Jesús dice aquí al ladrón convertido, "hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43) — de inmediato, por la virtud de Su sangre, él es el compañero de Cristo en el jardín del gozo y el deleite divino. (Lucas 23: 39 al 43).

 

El Espíritu de Dios menciona después las tinieblas que reinaron, y no meramente en la atmósfera inferior alrededor de la tierra; dado que el sol se oscureció, la esfera espléndida de luz natural que gobierna el día. El velo del templo, asimismo, que caracterizaba el sistema completo de la religión Judía, se rasgó en dos, de arriba abajo. Esto no fue el efecto de un terremoto, ni de ninguna otra causa natural. La luz natural desapareció, y el Judaísmo se desvaneció, para que una luz nueva y verdadera pudiera resplandecer, haciendo que aquel que la viera, fuese libre para entrar al Lugar Santísimo. Lucas agrupa juntamente los hechos exteriores, y deja la muerte del Señor más sola con sus complementos morales.

 

"Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró." (Lucas 23:46). No hay aquí ningún clamor a Dios en el sentido de ser abandonado, cuando Su alma fue hecha una ofrenda por el pecado. Esto fue presentado de manera apropiada por Mateo y Marcos. Tampoco es como la Persona conscientemente divina, el Hijo, declarando la obra consumada para la cual Él había venido. Se trata siempre del hombre perfecto, Cristo Jesús, con confianza inquebrantable encomendando Su espíritu a las manos de Su Padre. (véase Salmos 16 y 31). Era Aquel que expiaba. En la cruz, y en ninguna otra parte, se efectuó la expiación; Su sangre fue derramada allí; allí fue Su muerte, la muerte de Aquel que no estimó ser igual a Dios, y que aun así conoció lo que fue tener el rostro de Dios oculto de Él en juicio del pecado — nuestro pecado. Pero las palabras no son aquí expresión de Su padecimiento, como abandonado y expiando así, sino que son acerca de la pacífica partida de Su espíritu como hombre, en las manos de Dios el Padre. Él está bebiendo la copa en Mateo y Marcos; Él, el verdadero, pero rechazado Mesías, el siervo fiel, padeciendo ahora por el pecado, aquel que había laborado en gracia aquí abajo. Pero el Salvador es visto aquí en Su dependencia y confianza absolutas en Aquel que había puesto delante de Él, como siempre en vida, eso con igual confianza de corazón en la muerte. La esfera de Juan fue mostrarle a Él aun en aquel entonces sobre todas las circunstancias en gloria personal. Está más allá de toda controversia, que el aspecto humano de la muerte de Cristo es retratado aquí más vívidamente que en cualquiera de los Evangelios — perfecto, pero humano; tal como en Juan es el aspecto divino, aunque se tiene cuidado de demostrar allí particularmente su realidad, así como también el testimonio de su eficacia para el hombre pecador. La consistencia de esto con todo lo que nosotros hemos visto en Lucas, desde principio a fin, es incuestionable: Hijo de Dios — del Altísimo, así como también de David; pero Él es enfáticamente, y en cada detalle, el Hijo del Hombre.

 

Observen aquí la ausencia de una multitud de circunstancias del interés más profundo para el Judío, cuando la gracia hace que él sea manso, y obediente en el corazón — de solemne advertencia para él, no obstante la incredulidad que cierra su corazón, y sella sus oídos a la verdad. No hay aquí ningún sueño y mensaje de la mujer de Pilato; no hay aquí ningún terrible episodio de Judas en remordimiento y desesperación, echando el precio de sangre inocente en el santuario mismo, y marchándose para ahorcarse; no hay ninguna imprecación acerca de Su sangre sobre ellos y sobre sus hijos; ningún detalle aquí acerca del cumplimiento inconsciente de los oráculos vivientes de Dios en los Salmos y los Profetas por parte del pueblo culpable; ni tampoco hay aquí alusión alguna al terremoto, a las rocas partidas, y a los sepulcros abiertos, y la posterior aparición de santos resucitados a muchos en la santa ciudad. Todo esto tiene su lugar debido en el Evangelio para la circuncisión (Mateo). Lucas nos dice lo que tenía la relevancia más grande sobre los Gentiles, sobre el corazón, sus necesidades, y sus afectos. Nosotros vemos al pueblo mirando, a los gobernantes también con ellos despreciando, a los soldados burlándose con vulgar crueldad, pero a Jesús tratando en gracia inefable con un malhechor justamente crucificado. No hay duda que fue allí lo más profundo del padecimiento para Él. Ciertamente, también, Su padecimiento, aunque no limitado a la cruz, culminó allí, dado que sólo allí fue juzgado el pecado; la necesaria intolerancia de Dios para con el pecado fue demostrada allí; cuando solamente, pero muy realmente, fue imputado a Cristo. De este modo, el único hombre perfecto, el postrer Adán, que fue rechazado allí por los Judíos, y despreciado por los hombres, con gran voz, la cual negaba el agotamiento de la naturaleza en Su muerte, encomendó Su espíritu, como hombre, a Su Padre. Por lo tanto, no se trata aquí de Uno que habla en el sentido del abandono de Dios (como vimos en Mateo y Marcos), aunque esta copa, de hecho, Él la había bebido hasta los sedimentos. Pero en este Evangelio las últimas palabras son de Uno que, no obstante el abandono de Dios por el pecado, estaba perfectamente tranquilo, y se encomendó de manera pacífica a Su Padre. Es el acto y el lenguaje de Aquel cuya confianza era ilimitada en Aquel al cual Él iba. Él había venido a hacer Su voluntad, y la había hecho frente al creciente escarnio y rechazo; y Dios no Le había guardado del odio homicida del hombre, sino que, al contrario, Le entregó en sus manos, habiendo mayores cosas en el consejo y en la consumación que si Él hubiese sido recibido. La verdad es la suma de lo que todos nos dicen. Los que creían a Dios, en vez de estar encadenados a las tradiciones de una escuela de pensamiento, buena o mala, deben abrir su boca de par para que Él las llene con Sus cosas buenas, antiguas y nuevas. Aquel que en la cruz probó, para la expiación, la expresión de angustia indecible de la cual Mateo y Marcos hablan (Mateo 27:46 y Marcos 15:34), es el mismo Jesús que, tal como Lucas nos dice, no vaciló ni por un momento, no meramente en Su obediencia, sino en Su confianza sin reservas en Dios; y la expresión de esto, no de la expiación, yo la leo en las palabras preciosas, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." (Lucas 23: 44 al 46).

 

Por consiguiente, el centurión es mencionado aquí como reconociendo que Jesús es 'un hombre justo', no obstante lo que el hombre podía haber juzgado o hecho. El pueblo parece consciente de que todo había terminado con respecto a ellos — golpeados en el corazón por un hecho que ellos no podían sino sentir que es terrible, aunque apenas definido. Dios no deja al hombre sin testimonio. Pero, como de costumbre con el hombre sin la luz de Dios revelada, aunque consciente cuando el pecado es llevado a cabo de que hay algo totalmente malo, pronto se olvida; así sucede aquí, aunque no sin el sentido de que el caso era desesperado, ellos no sólo van como ovejas sin pastor, sino que tropiezan en la noche oscura. Todos sus conocidos y las mujeres son vistos en su dolor — no vano, no ciertamente; pero aun así ellos se mantuvieron a distancia. (Lucas 23: 46 al 49).

 

Sin embargo, este fue el momento cuando, a pesar de un discípulo traidor, a pesar de otro demasiado confiado que Le negó con juramentos, a pesar de que todos lo que debieran haber sido fieles abandonan y huyen, a pesar de los observadores distantes y apesadumbrados que una vez Le habían seguido con devoción, Dios anima a un hombre de alta posición social, que podía haber sido el último que nosotros esperábamos (y, como se nos dice en otra parte, a Nicodemo). José de Arimatea era un hombre que había esperado el reino de Dios por algún tiempo, un hombre bueno y justo, y un creyente verdadero, aunque había evitado confesar públicamente al Señor Jesús; pero ahora, cuando el temor podía haber operado de manera natural para retenerlo, la gracia le hizo ser audaz. Esto, a lo menos, fue bastante correcto, y como el Dios de toda gracia. Si la muerte de nuestro Señor no destraba el corazón y la lengua de un hombre, ¡yo no sé qué lo hará! Así que este tímido José se hace fuerte en la batalla. El honorable consejero renunció a la conveniencia y a la prudencia del pasado, horrorizado, sin duda, por el consejo y el hecho de ellos a los cuales él no había asentido. Pero ahora él hace más: él añade a su fe virtud. Va audazmente a Pilato, y pide el cuerpo de Jesús, el cual, siendo obtenido, es puesto en el sepulcro abierto en una peña, "en el cual aún no se había puesto a nadie." (Lucas 23:53).

 

"Era día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo. Y las mujeres que habían venido con él desde Galilea, siguieron también, y vieron el sepulcro, y cómo fue puesto su cuerpo. Y vueltas, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento." (Lucas 23: 54 al 56). Fue afecto, pero con poco entendimiento. El amor de ellas se mantuvo firme y constante sobre la escena de Su muerte y sepultura, sin darse ellas cuenta en lo más mínimo, por el momento, de esa vida que iba a ser presentada pronto de manera tan gloriosa. ¿No habían ellas oído Sus palabras? ¿No las haría Él realidad, no las haría Dios realidad?

 

 

Capítulo 24

 

 

En la mañana del primer día de la semana, de hecho, muy de mañana, estas mujeres Galileas estuvieron allí, y algunas otras con ellas (Lucas 24:1). Y ellas hallaron removida la piedra del sepulcro, pero no hallaron el cuerpo de Jesús. Ellas no estaban solas; ángeles aparecieron. Dos varones con vestiduras resplandecientes se pararon junto a estas santas mujeres perplejas. "Y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron [¡qué reprensión a la incredulidad de ellas!]: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras." (Lucas 24: 5 al 8). Esto último es siempre un gran argumento en Lucas — siempre el valor enfático de cualquier parte de la Palabra de Dios, pero especialmente de las palabras de Jesús.

 

Por consiguiente, después que esto fue informado a los apóstoles y al resto, incrédulos uno al igual que el otro, nosotros tenemos la visita de Pedro (acompañado, tal como Juan nos permite saber, por él mismo), el cual ve suficiente confirmación, y se va, maravillándose de lo que había sucedido (Lucas 24: 9 al 12).

 

Lucas da inicio después a otra escena, aún más preciosa, peculiar, a lo menos en sus detalles, a él mismo — el trayecto a Emaús, donde Jesús se une a los dos discípulos abatidos, que hablaban entre sí, mientras iban de camino, acerca de la pérdida irreparable que habían sufrido. Jesús oye este relato de dolor de labios de ellos, saca a la luz el estado de sus corazones, y abre entonces las Escrituras, en vez de apelar meramente a los hechos a manera de evidencia. Este empleo de las Escrituras por parte de nuestro Señor es muy significativo. Es la Palabra de Dios la que es el testimonio más fiel, más profundo, más importante, aun cuando el propio Jesús resucitado estaba allí, y su demostración viviente en persona. Pero es la Palabra escrita la cual, tal como el propio apóstol muestra, es la única salvaguarda adecuada para los tiempos peligrosos de los postreros días (véase 2ª. Timoteo 3). Aquí también en Lucas, el compañero amado de Pablo demuestra el valor de las Escrituras en la historia de la resurrección. La Palabra de Dios — aquí el Antiguo Testamento interpretado por Jesús — es el medio más valioso para comprobar el pensamiento de Dios. Toda Escritura es inspirada por Dios, y es útil — sí, nos puede hacer sabios "para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús." (2ª. Timoteo 3:15). Por eso que nuestro Señor les declaró en todas las Escrituras las cosas que de Él decían. ¡Qué muestra fue aquel día del andar de la fe! A partir de entonces ya no era cuestión de un Mesías vivo en la tierra, sino de Él, el cual estuvo muerto y que había resucitado, visto ahora por medio de la fe en la Palabra de Dios. A juzgar por el relato, esta fue la gran lección viviente que nuestro Señor nos estaba enseñando a través de los dos discípulos (Lucas 24: 13 al 29).

 

Pero hubo más. ¿Cómo se Le ha de conocer ahora? No hay más que una forma en la que se puede confiar mediante la cual nosotros podemos conocer a Jesús. En la Cristiandad existen aquellos que disertan acerca de Jesús como siendo ignorantes de Su gloria tales como un Judío o un Musulmán. Nuestros propios días han visto de qué manera puede el hombre hablar y escribir elocuentemente acerca de Jesús como un hombre aquí abajo, sirviendo todo el rato a Satanás — negando Su Nombre, Su Persona, So obra, cuando ellos mismos se jactan de que Le están honrando, como las mujeres que lloraban (Lucas 23:27), sin una pizca de fe en Su gloria o en Su gracia. Por eso que fue de suma importancia que nosotros tengamos que aprender cómo se Le ha de conocer. Jesús presenta así la única forma en la que Él puede ser conocido correctamente, o en la que se puede confiar. Dios puede poner Su sello sólo sobre esto. El sello del Espíritu Santo es desconocido hasta que existe la sumisión de fe a la muerte de Jesús. Y por eso el Señor parte el pan con los discípulos. Ello no fue la Cena del Señor; sino que Jesús hizo uso de manera significativa de aquel acto de partir el pan, que la Cena del Señor trae continuamente ante nosotros. En ella, como sabemos, el pan es partido — la señal de Su muerte. De este modo, al Señor le pareció bien, Él mismo con ellos, que la verdad de Su muerte destellara sobre las dos almas en Emaús. Él se dio a conocer a ellos en el partimiento del pan — en esa acción muy sencilla pero notable que simboliza Su muerte. Él había bendecido, partido, y les estaba dando el pan, cuando los ojos de ellos fueron abiertos, y reconocieron a su Señor resucitado. (Lucas 24:30).

 

Hay un tercer punto suplementario, que yo sólo menciono — Su desaparición instantánea después que se dio a conocer a ellos en la señal de Su muerte. Esto es también característico de los Cristianos. "Por fe andamos, no por vista." (2ª. Corintios 5:7) (Lucas 24:31).

 

De este modo el gran evangelista, el cual exhibe lo que es ahora más real para el corazón del hombre, y que mantiene, más que todo, la gloria de Dios en Cristo, une estas cosas juntamente para nuestra enseñanza. Aunque la Escritura fue declarada perfectamente por Jesús, y aunque los corazones ardieron mientras oían estas cosas prodigiosas, aun así ello debe ser mostrado en forma concentrada para que el conocimiento que sólo puede ser elogiado por Dios o confiado por el hombre sea este— a saber, Jesús conocido en aquello que trae Su muerte ante el alma. La muerte de Jesús es el solo fundamento de seguridad para un hombre pecador. Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús para un Cristiano. Nada menos que esto, cualquier cosa distinta a esto, sin importar de qué forma lo suplante como verdad fundamental, es falso. Jesús murió y resucitó, y debe ser conocido así, si es que se Le ha de conocer correctamente. "De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así." (2ª. Corintios 5:16).

 

Y entonces, esa misma hora, nosotros vemos a los discípulos regresando a Jerusalén, y encontrando allí a los once, los cuales dicen, "Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón." (Lucas 24: 32 al 34). Nosotros no tenemos aquí nada acerca de Galilea. En Mateo, Galilea es el territorio mencionado especialmente. Un Mesías rechazado, de manera adecuada y según la profecía, se encuentra en Galilea, el lugar despreciado. Fue así durante Su vida y Su ministerio público (y por eso que ello figura de manera tan prominente en Marcos). Él toma ahora el mismo lugar después de Su muerte y resurrección, reanudando allí relaciones con Sus discípulos. El remanente piadoso de los Judíos debe conocer allí al Mesías rechazado. Su resurrección no finalizó la senda de rechazo de ellos. La Iglesia Le conoce de manera aún más bienaventurada como ascendido, y siendo ella misma uno con Él en lo alto; y el rechazo de la iglesia es aún más categórico. En Mateo, sin embargo, Galilea es la señal para un remanente Judío convertido hasta que Él venga a reinar en poder y gloria. El remanente de los días postreros sabrá que va a ser expulsado de Jerusalén también, y que es como desterrados que ellos hallarán la real profundización de fe y la debida preparación de corazón para recibir al Señor cuando Él aparezca en las nubes del cielo. Lucas no presenta aquí este lugar de reunión Galileo. Marcos presenta básicamente Galilea para la vida activa del Salvador, al igual que Mateo, porque, como se ha dicho, Su ministerio fue ejercido principalmente allí, y sólo ocasionalmente en Jerusalén o en otra parte. Por tanto, el evangelista del ministerio de Jesús (Marcos) atrae la atención al lugar en el cual él había ministrado más — a saber, Galilea; pero incluso él no habla exclusivamente de ello. Lucas, por el contrario, nada dice acerca de Galilea en este punto. La razón me parece que es evidente. Su tema es el estado moral de los discípulos, el modo de obrar de la gracia de Cristo, la senda Cristiana de fe, el lugar de la Palabra de Dios, y la Persona de Cristo sólo conocida con seguridad, según Dios, en aquello que presenta Su muerte. Esta debe ser, a lo menos, la base.

 

Hay otra verdad que es necesario que sea conocida y demostrada: Su resurrección real, quién se puso en medio de ellos con la expresión, "Paz a vosotros" (Lucas 24:36); paz no sin Su muerte, sino fundamentada en ella, y declarada así. Entonces, en la escena siguiente en Jerusalén, esto encuentra su muestra completa; porque el señor Jesús se pone en medio de ellos, y participa del alimento delante de sus ojos. Su cuerpo estaba allí; había resucitado. ¿Quién podía seguir dudando por más tiempo de que se trataba del mismo Jesús que murió, y que aún vendrá en gloria? "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy." (Lucas 24:39). Como sabemos, el Señor se digna ir aún más allá en Juan (véase Juan 20: 19 al 29); pero allí fue para reprobar la incredulidad de Tomás, así como también con un misterioso significado típico detrás. Él corregiría al discípulo que estuvo ausente anteriormente y que dudaba aún; es la vista lo que es el punto allí en Juan. Esta no es aquí la cuestión, sino más bien la realidad de la resurrección, y la identidad de Jesús resucitado con Aquel que ellos habían conocido como su Maestro, y además, aún como hombre, no un espíritu, sino teniendo carne y huesos, y capaz de comer con ellos. (Lucas 24: 36 al 43).

 

Después de esto nuestro Señor habla una vez más de lo que estaba escrito en Moisés y los profetas y los Salmos referente a Él (Lucas 24:44). Es la Palabra de Dios sacada nuevamente a la luz; no meramente a dos de ellos, sino su valor inefable para todos ellos.

 

Además, Él abre el entendimiento de ellos para comprender las Escrituras, y les da su gran comisión, pero les ordena permanecer en Jerusalén hasta que sean investidos de poder desde lo alto, cuando Él envíe la promesa del Padre (Lucas 24:45 al 49). El Señor no dice aquí, "id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado." Esto tiene su lugar de manera muy adecuada en Mateo 28: 19 y 20, a pesar (sí, debido a) Su rechazo. El que padeció, pero ahora Hijo del Hombre resucitado, toma el campo universal del mundo, y envía a Sus discípulos entre todas las naciones a hacer discípulos, y a bautizarlos en el nombre de la Trinidad. No se trata, por tanto, de los antiguos límites de Israel, o de las ovejas perdidas, sino que Él extiende el conocimiento de Su Nombre y Su misión afuera. En vez de traer a Gentiles a ver la gloria de Jehová resplandeciendo en Sion, ellos han de ser bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, tal como está ahora revelado plenamente; y (en lugar de lo que Moisés mandó) "enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado." (Mateo 28:20).

 

En Lucas no tenemos el encargo de la obra encomendada a los obreros, como en Marcos, acompañado con indicaciones de poder de la gracia de Dios; sino que aquí es el mensaje de un Salvador muerto y resucitado., el Segundo Hombre, conforme a la Escritura, y a la necesidad moral del hombre y la gracia de Dios, que proclama en Su Nombre arrepentimiento y perdón en todas las naciones o a todos los Gentiles. Por tanto, tal como hemos visto la resurrección de nuestro Señor en relación con Jerusalén, donde Él había sido crucificado, del mismo modo Él haría que la predicación comenzara allí, no marchándose, por así decirlo, de la ciudad culpable — ¡qué lamentable! la ciudad santa, y solamente más culpable, porque ese era su nombre y su privilegio. Pero aquí en Lucas, por el contrario, en virtud de la muerte de Cristo que quita el pecado mediante Su propio sacrificio, todo desaparece en la presencia de la gracia infinita de Dios — toda bendición es asegurada, si no hay más que la aceptación de Cristo y Su obra. Por eso que Él dice, "Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese." (Lucas 24:46). No hay duda alguna de que el hombre era culpable de manera inconmensurable, y no tenía excusa. Había propósitos poderosos de Dios que se iban a cumplir; y Él no sólo debía resucitar al tercer día, sino que Él ordena que el arrepentimiento y el perdón de pecados sean predicados en Su Nombre — mostrando necesariamente el arrepentimiento la gran obra moral en el hombre, siendo el perdón de pecados la gran provisión de gracia de Dios a través de la redención para limpiar la conciencia. Ambas cosas debían ser predicadas. ¿Quién que cree y comprende la cruz podría soñar por más tiempo acerca de la dignidad del hombre? El arrepentimiento, lejos de permitirlo, es la percepción y la confesión de que no hay nada bueno en el hombre, no hay nada bueno en mí; el arrepentimiento es obrado por la gracia, y es inseparable de la fe. Es el hombre rindiéndose como siendo malo del todo, el hombre descansando en Dios como bueno del todo para con el malo, y ambas cosas son demostradas en el perdón de pecados por Jesús, a quien el hombre, Judío y Gentil, crucificó y dio muerte. Por lo tanto, el perdón de pecados con arrepentimiento debía ser predicado en Su Nombre. Estos eran la única autorización y el único terreno. Ellos iban a ser predicados en todas las naciones, comenzando con Jerusalén.

 

En Mateo el caso parece ser el rechazo de Jerusalén, la ciudad rechazadora, debido a su Mesías, comenzando el remanente discipular desde el monte en Galilea (Mateo 28: 16 al 20); y siendo la presencia del Señor garantizada hasta el fin del mundo (o edad), cuando vienen otros cambios. En Lucas todo desaparece, excepto la gracia, en presencia del pecado y la miseria. La gracia absoluta comienza, por tanto, con el lugar que más la necesitaba, y Jerusalén es nombrada de manera expresa.

 

Nosotros hemos visto de qué manera este capítulo asienta, si puedo expresarlo así, el sistema Cristiano sobre su propia base. Sacando a luz sus peculiaridades principales con sorprendentes fuerza y belleza. Queda aún más de similar carácter, especialmente los muy claros privilegios del entendimiento que se abrió para comprender, y el poder del Espíritu Santo; una cosa que fue dada en aquel entonces, la otra no dada hasta Pentecostés. "Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día . . . He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto." (Lucas 24: 45 al 49). De este modo, el Espíritu Santo no fue dado aún como una Persona residente, sino más bien una reiteración de la promesa del Padre. Quedándose en Jerusalén, ellos serían revestidos con poder — una cosa esencial para el Cristianismo, y bastante distinta de la inteligencia espiritual ya conferida, como es evidente también en la palabra y en los modos de obrar de Pedro en Hechos 1. En el Evangelio de Juan, donde la Persona de Jesús resplandece de manera tan conspicua, el Espíritu Santo es presentado personalmente, a lo menos con igual claridad en Juan 14 y Juan 16. Pero este no es aquí el caso, sino Su poder, aunque Él es, obviamente, una Persona. Es más bien la promesa del poder del Espíritu para actuar en el hombre lo que es traído aquí ante nosotros. Ellos, al igual que Cristo, deben ser ungidos "con el Espíritu Santo y con poder" (Hechos 10:38); ellos deben esperar "el poder desde lo alto" (Lucas 24:49) enviado por el Hombre resucitado y ascendido.

 

Pero aun así, el propio Señor no terminaría así el Evangelio. "Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo." (Lucas 24:50). Era un lugar que solía ser muy precioso para Él, y, observen ustedes bien, no fue menos precioso para Él después que resucitó de los muertos. No hay mayor error que suponer que un objeto de afecto para Él antes de que Él muriese, dejase de serlo para Él cuando resucitó. Por eso que ello parecería presentar una abierta contradicción para los que niegan la realidad del cuerpo de resurrección, y de sus afectos apropiados. Él era, de hecho, un hombre verdadero, aunque era el Señor de gloria. Él los sacó fuera, entonces, hasta Betania, el retiro del Salvador, al cual Su corazón volvía en los días de Su carne. "Y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo." (Lucas 24: 50 y 51). Aquel que en Su vida llenaba con bendición los corazones consagrados a Él, estaba aún bendiciéndoles cuando fue separado de ellos para el cielo. "Ellos le adoraron." (Lucas 24:52 – NTVHA). Ese fue el fruto de Su bendición, y de Su gran gracia. "Y se volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban de continuo en el Templo, bendiciendo a Dios." (Lucas 24: 52 y 53). Fue apropiado que fuese así. Aquel que nos bendice no sólo comunica una bendición, sino que da poder que devuelve a Dios una bendición — el poder de adoración verdadera comunicado a corazones humanos en la tierra por el Señor Jesús resucitado ahora de los muertos. Ellos "estaban de continuo en el Templo, bendiciendo a Dios"; pero estaban asociados en vida y amor con Uno cuya gloria estaba muy por encima de ellos o de cualquier recinto concebible de la tierra, y pronto ellos iban a ser hechos uno con Él, y ser los utensilios de Su poder por la energía del Espíritu Santo, el cual haría que esto fuera evidente a su debido tiempo.

 

Que al Señor le parezca bien bendecir Su propia palabra, y conceder que los que Le aman y la aman, ¡puedan acercarse a la Escritura con aún más confianza! Si algo de lo dicho aquí tiende a quitar algo de bruma de mis ojos, anima, simplifica, o de otro modo ayuda al leer la Palabra de Dios, ciertamente mi labor no habrá sido en vano, sea para ahora o para la eternidad. Solamente el Señor puede hacer que Su palabra sea santificadora. Pero es mucho creer que ella es lo que realmente es, no (como la incredulidad cree) un campo de tinieblas e incertidumbre, demandando luz sobre ella, sino una luz en sí misma, la cual comunica luz a la oscuridad, mediante el poder del Espíritu Santo revelando a Cristo. Que nosotros podamos demostrar que ella es en realidad como Cristo, de quien ella habla, luz inerrante, necesaria, verdadera para nuestras almas; que ella es también el testimonio único, adecuado, e irrefragable, de la gracia y de la sabiduría divinas, ¡pero esto solamente revelado en y por Cristo! Yo entiendo que es una muestra de gran bien que, como en los tempranos días, la Persona de Cristo no fue solamente el campo de batalla más feroz y el objetivo principal de la lucha final de los apóstoles en la tierra, sino que fue el medio mediante el cual el Espíritu de Dios obró para dar un disfrute más profundo y profundizador de la verdad y de la gracia de Dios (más profundamente escudriñador, sin duda, pero a la vez, más estimulante para los santos), y no de otro modo, a menos que yo esté grandemente equivocado, ese medio es ahora. Yo recuerdo el tiempo, aunque no soy capaz de jactarme de alguna escena muy prolongada para mirar atrás como Cristiano, cuando a lo menos casi todos — porque no diré todos — estaban más comprometidos en atacar el error eclesiástico, y difundían mucha verdad semejante u otra (y, en su lugar y tiempo, una verdad importante). Pero fue cierto que ello no edificaba tan directamente el alma, ni tampoco se refería al propio Señor. Y aunque a no pocos que parecían ser en aquel entonces fuertes y valientes se los llevó el viento (y una selección rigurosa similar continúa aún, y lo hará hasta el final), aun así yo estoy seguro que en medio de todas estas tribulaciones y humillaciones, Dios ha estado elevando el estándar de Cristo para los que están firmes y son fieles. Dios ha mostrado que Su Nombre es, como siempre, una piedra de tropiezo para la incredulidad; pero para el sencillo y espiritual es un fundamento seguro, y muy precioso. Que el Señor conceda que incluso estos, nuestros estudios de los Evangelios, que han sido necesariamente concisos y someros, puedan no obstante dar un impulso no sólo a santos recién convertidos, sino a los que pueden ser antiguos creyentes; dado que ciertamente no hay nadie, independientemente de cuál pueda ser su madurez, que no esté por considerar que es tanto mejor un conocimiento más pleno de Aquel que es desde el principio.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto/Noviembre 2015.-

Título original en inglés:
LUKE, Introductory Lectures on the Gospels 
by William Kelly
Publicado en Inglés por:
www.STEMPublishing.com

Versión Inglesa
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