COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 3 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 3

 

Somos trasladados ahora desde el regreso de nuestro Señor a la Tierra Santa hasta los días en que Juan el Bautista vino insistiendo en la gran y esencial verdad del arrepentimiento. Y el ministerio de Juan es visto aquí enteramente en conexión con la relación del Señor con Israel. Es interesante comparar las diferentes maneras en que los Evangelios presentan al propio Juan, como ilustración de la forma en que el Espíritu Santo utiliza Su derecho divino para dar forma y agrupar los materiales de la historia de nuestro Señor de acuerdo con el objetivo exacto en perspectiva. Un lector casual apenas podría reconocer que Juan el Bautista en el Evangelio de Juan fuese el Bautista de Mateo. La manera en que ellos son vistos y los discursos que han sido registrados, toman su forma del libro particular en que el Espíritu Santo los ha presentado. Esto, en lugar de ser una imperfección, es parte de ese admirable método en que Dios imprime el designio que Él tiene en perspectiva y que se adapta al lugar que cada porción de la Escritura tiene que ocupar. Y qué puede ser de más profundo interés, o más fortalecedor para la fe que encontrar que los mismos pasajes en los que la incredulidad identifica como sus supuestas pruebas de la imperfección de la Escritura (variedades de afirmaciones insuperables para la mente del hombre), por el contrario, cuando dichos pasajes son vistos como parte del plan de Dios para encomiar a Su amado Hijo, todos se ordenan en sus propios lugares en este gran esquema, lo cual es para la gloria de Cristo. Esta es la verdadera clave para toda la Escritura; y si esa clave es de gran valor desde Génesis hasta Apocalipsis, no hay lugar, quizás, donde su valor sea tan conspicuo como en los Evangelios. Al encontrar cuatro relatos diferentes acerca de nuestro Señor, cada uno de los cuales presenta las cosas de una manera diferente, el primer pensamiento del corazón del hombre es que cada Evangelio sucesivo debe añadir o corregir algunos hechos anteriores. Pero tales pensamientos sólo demuestran que la verdad nunca fue conocida, o que ha sido olvidada. ¿Se tiene debidamente en cuenta que Dios es el autor de los Evangelios? Una vez admitida esa sencilla verdad sería evidentemente blasfemo suponer que Él comete errores. Consideren ustedes la cosa más insignificante que Dios ha hecho, el insecto más diminuto que el microscopio puede descubrir en la más pequeña brizna de hierba, — ¿qué es aquello que no llena el lugar particular para el que Dios lo creó? Yo no niego que el pecado ha traído toda clase de desarreglos tanto en el mundo natural como en el moral. Admito que las debilidades del hombre pueden aparecer incluso en la palabra de Dios: en primer lugar, al no mantener el sagrado depósito libre de toda corrupción; y luego, al interpretar esa Palabra a través de algún débil medio propio; y así, de una manera u otra, obstaculizar la luz pura de Dios revelada.

 

He hecho estas pocas observaciones porque es posible que todos los lectores no estén igualmente familiarizados con la gran verdad de la diferencia de designio en los Evangelios y, por lo tanto, yo no vacilo en llamar a prestar atención a la inmensa ayuda que ello proporciona a la comprensión de la Escritura, y especialmente a la comprensión de sus aparentes discrepancias.

 

En el capítulo que tenemos ante nosotros, Juan el Bautista es presentado como cumpliendo él la profecía de Isaías. Él vino "predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas". (Mateo 3: 1-3). En Lucas ustedes encontrarán que la profecía es llevada más allá. Allí se nos presenta más que las palabras que tenemos aquí. Leemos, "Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la salvación de Dios". (Lucas 3: 5, 6). El alcance de Lucas es más amplio. "Todo valle se rellenará", etcétera. "Y verá toda carne", etcétera. Yo pregunto: ¿Por qué esa cita es continuada más allá? Ello es muy notable porque normalmente Lucas no cita mucho del Antiguo Testamento en comparación con Mateo. ¿Cómo es que Lucas se aparta en este caso particular de su costumbre? El motivo es obvio. Su tarea era mostrar la gracia de Dios que trae salvación, y que ha aparecido para todos los hombres. Por lo tanto, el Espíritu Santo lo lleva a valerse de aquellas palabras que exhiben el alcance universal de la bondad de Dios para con el hombre.

 

Pero, hay otra expresión en la que debo detenerme un poco, — y ella es, "El reino de los cielos". Todos estamos familiarizados con ella como una frase usada a menudo en las Escrituras; pero, posiblemente, no muchos están igualmente familiarizados con su fuerza. De hecho, la mayoría de los cristianos la entienden muy vagamente. Para muchos ella transmite la idea de la Iglesia, — a veces la visible y a veces la invisible. Para otros se supone que ella significa algo equivalente al evangelio, o al cielo mismo al final. La expresión tiene su origen en el Antiguo Testamento, y ese es el motivo por el cual ella aparece solamente en Mateo. Como ya hemos visto, nuestro evangelista escribe teniendo a Israel en perspectiva y, por tanto, se vale de una frase sugerida por el Antiguo Testamento y tomada de la profecía de Daniel, la cual habla de los días venideros en que los cielos gobernarán. Antes de eso (véase Daniel capítulo 2), oímos que el Dios del cielo va a establecer un reino que nunca será destruido, — el reino de los cielos. Y además, en Daniel capítulo 7, se nos habla de la venida del Hijo del Hombre y de un reino universal que es dado a Él. El capítulo 2 de Daniel no nos presenta la persona, sino la cosa en sí misma: de modo que podría haber habido aún un reino sin la revelación de la persona en cuyas manos dicho reino estaría. Pero el capítulo 7 del mismo libro completa el círculo y nos muestra que no se trata simplemente de los cielos gobernando en la distancia, ni de un reino que comienza con juicio sobre la tierra; sino que, además de eso, hay un Hombre glorioso a quien Le será  confiado el gobierno del cielo. El Hijo del Hombre no se limitará a destruir lo que se opone a Dios, sino que introducirá un reino universal.

 

Juan el Bautista vino anunciando este reino. Yo no creo que él era consciente en absoluto de la forma concreta que dicho reino iba a adoptar primero. Él sencillamente predicó que el reino de los cielos se había acercado, siendo él mismo el precursor público e inmediato del Pastor de Israel, con los pensamientos de un judío piadoso, y un testimonio especial de que el Mesías estaba allí, — que Él estaba a punto de ser manifestado, el cual ejecutaría juicio sobre el mal, e introduciría el bien con el poder de Dios, y traería la gloria prometida a los padres; y que todo esto estaba a punto de ser inaugurado y establecido en la persona de Cristo aquí abajo. Yo creo que este fue el pensamiento general. Y veremos posteriormente que para el rechazo de Jesús por parte de los judíos Juan no estaba en absoluto preparado. Esto también fue lo que condujo a la doble forma adoptada por el reino de los cielos. Si bien la visión antigua o judía de un reino establecido con poder y gloria como una soberanía visible sobre la tierra es pospuesta, el rechazo de Jesús en la tierra y Su ascensión a la diestra de Dios conducen a la introducción del reino de los cielos en una forma misteriosa; lo cual, de hecho, está sucediendo ahora. Por lo tanto, ello tiene dos aspectos. El reino de los cielos comenzó cuando Cristo subió al cielo y ocupó Su lugar como rechazado aquí, pero glorificado allí.

Esta es una visión del reino que no encontramos en el Antiguo Testamento. A ella pertenecen los misterios del reino de los cielos, que sólo fueron desvelados cuando el Señor fue manifiestamente rechazado por Israel. Nosotros vemos así en Mateo 11 que Juan envía a dos de sus discípulos a preguntar si Jesús era realmente el Mesías o si debían esperar a otro. Poco importa si fue él mismo quien titubeó, o sus discípulos, o si ambos lo hicieron, — el resultado fue ese. Da la impresión de que se trató de una pregunta incrédula formulada al Señor. Bien pudo él asombrarse de que Jesús no libertara a los judíos y trajera la gloria que los patriarcas habían esperado y que los profetas habían predicho. Es extraño que, en lugar de esto, Su mensajero estuviera en prisión; ¡siendo Él mismo y Sus discípulos despreciados! Nuestro Señor se refirió de inmediato a aquellos hechos de poder y gracia que evidenciaban la presencia de Dios actuando de una manera nueva e introduciendo un poder evidentemente en gracia, — trayendo pensamientos totalmente nuevos, por encima de las costumbres o esperanzas del judío más piadoso. De estos hechos ellos debían informar a Juan. Pero Él va más allá, y dice: "Y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Esto expresa aparentemente una reprimenda a Juan, y da a entender que él había más o menos vacilado. Sin embargo, es hermoso ver cómo de inmediato, después de la partida de los mensajeros, nuestro Señor reivindica al Bautista ante la multitud. Pero, después de declarar que Juan era el más bienaventurado entre los nacidos de mujer, Él introduce de pronto una verdad muy sorprendente, a saber, que por muy grande que fuera Juan, el más pequeño en el reino de los cielos era mayor que él. Esto no se refiere al reino viniendo en poder y gloria, porque cuando llegue ese día los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento deben ser todos resucitados o transformados para tener su parte en él; como se dice de aquellos que están siendo llamados ahora en cuanto a que ellos se sentarán "con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos". (Mateo 8: 11). Entonces, ¿qué quiere decir nuestro Señor? ¿No se refiere Él a alguna forma de dicho reino de la que Juan no había hablado? ¿Y cuál era ésta? Él va más allá y dice: "Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). ¡Qué extraordinaria declaración debió haber parecido ser esta a los que la oyeron en aquel entonces! El Señor está contrastando el reino de los cielos, en forma pública y manifiesta, con ese reino como abierto a la fe, — sólo que más bienaventurado al ser conocido más para la fe que para la vista. Como el Señor dijo después a Tomás: "Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron". (Juan 20: 29). Esto es válido en todo trato con Dios. Abraham fue más bendecido cuando a pesar de estar en la tierra de Canaán él no la poseía que si toda ella hubiera sido realmente suya. Él obtuvo un mejor lugar en las sendas de Dios por el hecho mismo de no tener un centímetro de la tierra en posesión. Lo mismo ocurrió con David. Su reinado fue moralmente mucho más glorioso que el de Salomón. Su heredero tenía el lugar del poder; pero David tenía lo que no se veía, pero estaba más cerca de Dios. Nosotros nunca encontramos que Salomón entra en lo que era enseñado mediante el arca, mientras que ella fue siempre la gran atracción para el corazón de David. Salomón se encontró ante el gran altar que todo el mundo podía ver. El arca estaba dentro del Lugar Santísimo, donde Dios se sentaba. Ella era el trono de Su majestad en medio de Israel. Hacia ella se volvió siempre el corazón de David. La bendición de la fe es siempre mejor que la bendición de la vista aquí abajo, por muy grande que ésta sea.

 

No ha existido una época en las sendas de Dios tan bendecida para un alma como las sendas de Dios ahora. Nacer en el Milenio no es comparable con ella en absoluto. Es cierto que en aquel entonces todo estará sometido a Cristo, y el corazón podría decir: «¡Ojalá pudiéramos nacer entonces!» Pero, incluso los creyentes que se encuentren en ese día en la tierra no sabrán lo que es entrar dentro del velo, o ser participantes de los padecimientos de Cristo. (1ª Pedro 4: 13). Tampoco conocerán en el sentido pleno el gozo del Espíritu Santo con el privilegio de ser echados fuera y despreciados por el mundo por causa de Cristo. De modo que, tanto en lo que se refiere a padecer, el disfrute de aquello por lo cual Cristo ha pasado en nuestro lugar, como a Su gloria actual en el cielo, nuestro lugar actual está muy por encima de los privilegios mileniales. Para los que padecen ahora será lo mejor de las bendiciones celestiales en aquel entonces. La peculiaridad del momento actual es esta, a saber, que si bien estamos en la tierra, somos conscientemente habitantes en el cielo. No somos del mundo, como Cristo no es del mundo. Nuestra vida no pertenece al mundo; nuestra bendición no brota de él; toda nuestra porción está fuera de este mundo. Y esto nos es manifestado claramente mientras estamos en el mundo para elevarnos por encima del mundo. No se trata de ir al desierto, como en el caso de Juan, — una expresión muy oportuna y hermosa de lo que Dios pensaba acerca de la ciudad de la santidad, Jerusalén, donde los propios sacerdotes ministraban. Juan se retira de todo ello. Él está fuera de ella en compasión: el acto mismo declaró que el desierto es mejor que la ciudad, a pesar de que el templo de Dios esté en ella. Pero, ¡qué solemne declaración de la ruina, no sólo del mundo, sino del pueblo favorecido que era el gran vínculo entre Dios y los hombres en general!

 

He aquí, en esta escena de Mateo 3: 13 y versículos sucesivos, otra cosa totalmente diferente. No se trata del hombre siendo bendecido, y de la bendición de la tierra llevada a la bienaventuranza bajo el reinado personal de Cristo, sino que aquí los cielos fueron abiertos sobre el Señor Jesús. Nunca antes los cielos habían sido abiertos sobre nadie en la tierra, excepto como señal del juicio de Dios. (Véase Ezequiel capítulo 1). Pero aquí, en primer lugar, el ojo del Cielo, del Padre que está en los cielos, se dirige sobre el Amado. Él asume más tarde Su lugar en el cielo como el Hombre que había padecido por los pecados y había traído la justicia revelada de Dios.

 

El reino de los cielos comenzó en aquel entonces. Desde el momento en que Jesús sube al cielo hasta que Él regrese, la perspectiva del Nuevo Testamento acerca del reino de los cielos continúa; y en ese sentido, el privilegio de la más débil de las almas llevada al conocimiento de Cristo ahora trasciende cualquier cosa que haya entrado en el corazón o la mente de los hombres, o incluso de los santos, antes de que el Señor muriese y resucitase. Ustedes pueden insistir en el andar bienaventurado de  Enoc y en la fe resplandeciente de Abraham; pero aun así esto sigue siendo cierto, a saber, "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". (Mateo 11: 11).  No hay ninguna escapatoria honesta de la conclusión que se ha sacado de ello. Si las personas argumentan: «¿Es un niño pequeño que cree en Jesús ahora más santo y justo que los santos bienaventurados de la antigüedad?» Yo respondo: «Eso es un asunto totalmente distinto. Él debiese serlo.» Pero eso no es lo que se dice. El Señor establece que, "el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él (refiriéndose a Juan el Bautista)". En una palabra, no se trata de lo que los hombres son, sino de que Dios está glorificando a Cristo. Dios está colocando la honra sobre Él, y por eso da tales privilegios al más pequeño que cree en Él. Desde Su muerte y resurrección, los adoradores una vez purificados no tienen más conciencia de los pecados. ¡Piensen ustedes en lo que tal cosa habría sido para un santo del Antiguo Testamento! Ellos podían esperarlo, pero no podían decir que era un hecho consumado. Ello habría sido contrario a la santidad de Dios, y una presunción positiva para el hombre habría sido el hecho de sostener esto hasta que Cristo viniese y realizara la obra que borró los pecados completamente. [Véase nota 5].

 

[Nota 5] En Génesis 7: 1; Génesis 15: 6, y Salmo 32: 1, 2, 5, etcétera, nosotros vemos que algunos santos de la antigüedad, como enseñados por Dios, pueden haber anticipado la bendición más allá de la dispensación en que vivían. [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

Ahora bien, es una presunción no aceptar con confianza lo que Cristo ha hecho; pues Él ha ordenado que sea predicado el perdón de pecados en Su nombre. Cuando nosotros entramos en la posición en que somos colocados por la obra de Cristo, no es que sólo tenemos perdón: sino que somos hechos justicia de Dios en Cristo: es decir, estamos en la relación de hijos de Dios, y Cristo mismo nos ha dado el derecho de decir que Su Dios es nuestro Dios, Su Padre es nuestro Padre. Tenemos derecho a saber que somos uno con Cristo, y que la gloria que Dios ha dado a Su amado Hijo, Él la comparte con nosotros. Yo digo: La gloria dada; porque, obviamente, está Su gloria divina esencial en la que nadie puede participar. Dios nunca le dio a Cristo ser Dios. La deidad era Su derecho propio desde toda la eternidad. La Deidad no podía ser dada a Él. Pero Cristo se hizo hombre, y como hombre era el Hijo de Dios; y no lo era simplemente como Dios. Él era el Hijo de Dios nacido en este mundo, y como tal ha sido levantado de entre los muertos; en virtud de lo cual nos lleva al mismo lugar ante Dios que Él mismo ha adquirido. Él nos ha libertado por completo del lugar en el cual Él entró en nuestro lugar, soportando la ira y el juicio de Dios. Él nos lleva al lugar al que no sólo Él mismo tiene derecho, sino que ha adquirido un derecho para nosotros.

 

Pero Juan no tenía ninguna concepción de un alcance tal de bendición. Los judíos consideraban el reino como el estado cuando Israel sería bendecido por Dios como nación; e incluso aquellos que pueden haber comprendido más plenamente seguían esperando que todo el poder del reino fuera introducido, totalmente independiente de cualquier cosa de parte de ellos. Pero, "El reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). El Señor muestra que ahora se necesita una acción de fe; es decir, que el reino de los cielos presentado aquí exige la ruptura de los vínculos naturales y la renuncia a las asociaciones anteriores. En el sentido de poder y gloria introducidos por un Mesías personal sobre la tierra, Juan ya había insistido sobre las conciencias que ello no era algo de mera ordenanza o privilegio por nacimiento. — es decir, que Dios no se satisfaría excepto con realidades morales.  Y permitan que yo diga que es algo muy solemne pretender privilegios de la gracia para aquello que es contrario a la naturaleza de Dios. No estoy hablando ahora del perdido encontrado por la gracia, a quien Dios le da una nueva vida hecha por Él. Pero, el resultado de que un alma reciba vida en la persona de Cristo es que son producidos sentimientos, pensamientos, criterios y modos de obrar aceptables para Dios y afines a Su naturaleza. Si una persona es un hijo de Dios, él es como su Padre; tiene una naturaleza adecuada a Dios, una vida a la que le disgusta el pecado y que seguramente se duele por lo que es inicuo en los demás, pero más particularmente en él mismo. Muchos hombres malos son fuertes contra el mal en los demás, pero son débiles donde el mal podría tocarlos a ellos mismos. Pero, un cristiano siempre empieza juzgándose a sí mismo. Ese es el motivo por el cual ahora que debía haber una preparación moral para el Mesías, Juan predica: "Arrepentíos". El arrepentimiento es el juicio moral del alma de sí misma bajo la mirada de Dios; la aceptación por parte del alma del juicio de Él acerca de su estado ante Él, y la sumisión a ello. Juan les ordena arrepentirse porque el reino de los cielos se había acercado. "Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas". (Mateo 3: 2, 3). Esto implicaba claramente dos cosas, — a saber, que él era sólo una voz que no pretendía nada, y que la obra sería realizada por otro. Sólo que la voz era de su parte; pero el Otro, cuyo camino él estaba preparando, era el Señor, Jehová mismo. "Preparad camino a Jehová". (Isaías 40: 3).

 

Después tenemos el relato acerca de Juan el Bautista mismo. "Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre", — todo ello perfectamente adecuado a este llamado al arrepentimiento. La gracia no es introducida aún; pues esto pertenece al reino de los cielos, cuando ella sea introducida plenamente. Pero Juan no lo sabía así. Él sabía que venía el Mesías, un Mesías que introduciría el poder de Dios y libertaría a su pueblo. Pero el extenso despliegue de la gracia, la poderosa victoria que un Mesías sufriente lograría para el alma, y la forma en que Dios sería magnificado sobre todo por quitar de en medio el pecado mediante la muerte de Su Hijo, eran pensamientos que debían esperar otra temporada, — no para ser más o menos manifestados, sino para un entendimiento adecuado. El arca del Señor debe detenerse primero en las aguas del Jordán. Ni un pie puede pasar indemne por aquella vía hasta que el arca haya entrado. Por lo tanto, de manera muy apropiada Juan no saca a relucir la plenitud de la gracia divina, sino el llamado moral al arrepentimiento.

 

consecuentemente, Juan es encontrado fuera de la religión del hombre, así como fuera de la profanidad de ella. Él no estaba en Roma, pero también estaba lejos de Jerusalén; y esto, en el predicho mensajero de Jehová, fue una característica muy solemne. Leemos, "Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mateo 3: 5-7). Hay aquí una parte de esa verdad que es sumamente sorprendente cuando reflexionamos acerca de ella. Los fariseos eran, religiosamente, los más influyentes en Israel. Los saduceos eran la clase menos rígida, secular y autoindulgente; pero los fariseos eran los que se mantenían muy firmes en lo que ellos consideraban ser la verdad. Sin embargo, cuando Juan ve que ambos acuden a su bautismo, dice, "¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento", — frutos de carácter afín. Juan sostiene que el día de los ceremoniales, o de los derechos de nacimiento, había pasado completamente. El fariseo podía descansar en su religión; el saduceo, en el hecho de ser un hijo de Abraham. El deseo de escapar de la ira y de tener parte en el reino podía no ser más que la naturaleza. Las almas humilladas son aptas para el reino. La descendencia de los padres, la ley, incluso las promesas, pueden convertirse en un derecho contra Dios, lo cual Él no lo permitirá, y Él de las piedras puede levantar hijos a Abraham. Pero debe haber, si ellos quieren acercarse a Dios, modos de obrar de una naturaleza moralmente adecuada a Dios. "Haced, pues", Él dice, "frutos dignos de arrepentimiento". Él no está explicando aquí de qué manera ha de salvarse un pecador, o de qué forma Dios perdona pecados; sino que si las personas adoptan la posición de tener que ver con Dios, debe haber lo que conviene a Su presencia. Así dice el apóstol a los Hebreos, "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". (Hebreos 12: 14). Él no está hablando de lo que es atribuido, sino de la santidad como algo práctico. Esto está escrito para cristianos y el Espíritu Santo no duda en insistir en ello. Es tan fuerte la tendencia a la reacción en la naturaleza humana que los mismos judíos bautizados, que habían estado abogando por la ley, podían caer en el extremo opuesto y pensar que el pecado es compatible con la salvación que Dios da por medio de la gracia. Pero Dios nunca permite que Su naturaleza pueda coexistir con la iniquidad aprobada.

 

Entonces, aquí se trató evidentemente de una severa reprimenda para los dirigentes judíos. Pero, más que eso, Juan añade: "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles", es decir, el juicio se acercaba (versículo 10), — "por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento", — y él no va más allá de esto. El perdón de pecados del que él habla parece haber sido más un asunto acerca del gobierno de Dios que de esa completa eliminación del pecado que fue el fruto de la gracia cuando la obra de expiación fue llevada a cabo. Pero aun así, ello fue en la perspectiva del advenimiento del Mesías.

 

"Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". (Mateo 3: 11). Él junta aquí  las dos grandes características de la primera y de la segunda venida de Cristo. Él no sabía pero ambas seguirían juntas. Todo lo que podía estar entre las dos estaba oculto a sus ojos. Las Escrituras del Antiguo Testamento presentaban el primer y el segundo advenimiento del Mesías, pero no de tal manera que comunicasen el pensamiento de dos épocas distintas. Incluso después de la muerte y resurrección del Señor los discípulos no entendieron esto. Así que Juan une estas dos cosas, — a saber, el bautismo en el Espíritu Santo y el bautismo en fuego. Nosotros sabemos que el bautismo en el Espíritu Santo es el poder de la bendición de Dios en el reino de los cielos tal como dicho reino es ahora. El bautismo en fuego es el que acompañará al reino de los cielos tal como el reino será cuando Cristo venga de nuevo. No hay tal cosa en la palabra de Dios como el bautismo en fuego para designar lo que tuvo lugar en Pentecostés. Bautismo en fuego es la aplicación del juicio de Dios al tratar con los hombres; mientras que el día de Pentecostés se trató del derramamiento de la gracia de Dios, y la dación del Espíritu Santo para que habite en los santos de Dios, lo cual se refería al poder del Espíritu Santo saliendo para dar un testimonio tal que no soportaría ni una sola cosa mala en el corazón de los hombres, incluso mientras ello mostraba la gracia de Dios. Esto es el cristianismo, — el perfecto amor de Dios mostrado a un hombre que no tiene ningún derecho a él: ¡toda su maldad condenada por la gracia de Dios en la muerte de Cristo! Y así es como el hombre es hecho honesto a los ojos de Dios y de los hombres. Él puede permitirse ser inocente consigo mismo porque sabe que Dios nada le imputa. Cuando nosotros leemos en el día de Pentecostés acerca de las lenguas de fuegos siendo repartidas, ello fue para mostrar la salida del testimonio de Dios tanto a gentiles como a judíos. Pero, cuando Mateo capítulo 3 habla acerca de nuestro Señor bautizando en fuego, la alusión no es a estas lenguas de fuego en Pentecostés sino a la ejecución del justo juicio cuando Cristo regrese. Esto aparece aún más claramente en lo que sigue a continuación donde leemos, "Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará".  (Versículo 12). No se trata en absoluto de lo que Él hace al salvar un alma sino todo lo contrario. Ello se refiere al momento en que, habiendo los hombres rechazado el evangelio, no queda más que el derramamiento de la venganza sobre ellos.

 

"Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él". (Versículo 13). ¡Qué conjunto de prodigios! Jesús viniendo a ser bautizado por Juan, el cual estaba predicando públicamente el arrepentimiento y el perdón de pecados. ¿Qué pudo llevar al Señor Jesús allí porque Él nunca confesó pecados, y no tuvo ninguno que confesar? Él desafía incluso a Sus enemigos a que Le redarguyan de pecado. (Juan 8: 46). Un hombre sin pecado, — sin la menor partícula de ego en cualquier forma o grado, — el más humilde y el más bendito de los hombres, Aquel que todo lo juzgaba según Dios; ¡y sin embargo viene para ser bautizado! Juan lo sintió de inmediato, — ¡Jesús viniendo a ser bautizado por él! Para ser bautizado resuelta y terminantemente, pero, sobre todo, por aquel cuyo bautismo ¡era el bautismo de arrepentimiento! ¿Cuál es la explicación de esto? Es la gracia, — la fuente y el canal de todo en Jesús. No fue el juicio de Dios lo que Lo puso allí; no fue ninguna necesidad en Sí mismo lo que Lo llevó allí; nada que Él tuviera que reconocer  o confesar; sino que fue la gracia. Pues, ¿sobre quiénes en Israel se posaban los ojos de Dios con compasión? Sobre los que confesaban sus pecados. Sobre ellos Él siempre posa Su mirada. Porque la siguiente mejor opción para no ser un pecador en absoluto es confesar nuestros pecados. Nosotros encontramos que éste es el primer gran movimiento producido por el Espíritu Santo en el alma de un pecador, — a saber, el sentimiento de su verdadero lugar ante los ojos de Dios. Aquí estaba aquel Bendito; y aunque de manera natural ninguna cosa podía reclamar Su presencia, sin embargo, la gracia Lo llevó allí. Y cuando Juan trató ¿fervientemente de impedírselo diciendo: "Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" ¡qué gracia y verdad bienaventuradas revela la respuesta de nuestro Señor! "Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia". Es toda justicia lo que iba a cumplirse ahora, y no meramente el cumplimiento de la ley. Ahora era la justicia de reconocer el verdadero estado en que se encontraba incluso la mejor parte de Israel. Porque si hubo alguno en Israel que mostró un sentimiento por Dios fueron aquellos que eran bautizados por Juan, — los que se arrepintieron en la perspectiva del reino de los cielos. Ellos deseaban las promesas de Dios y querían estar preparados para el Rey. Y el corazón del Señor estuvo allí de inmediato; las compasiones de Su alma estuvieron con aquellos que se humillaron en el sentido del pecado personal ante Dios. [Véase nota 6].

 

[Nota 6]. Podemos decir que el Señor, al ser bautizado en el Jordán, se estaba identificando con los de corazón sincero de Israel que venían confesando sus pecados. La gracia lo llevó a Él adonde el pecado los había llevado a ellos, y a todos nosotros. El Buen Pastor "entra por la puerta" (Juan 10: 2) y asume Su lugar con las ovejas que Él había venido a salvar mediante el sacrificio de Sí mismo. Su bautismo señaló esto. [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

El mismo principio es aplicable a nosotros en la medida en que el Espíritu de Cristo no sea contristado en nuestras almas. Incluso, si se trata de reconocer algo al hombre, ¿quién es la persona a la que más ustedes pueden abrir su corazón? El hombre espiritual, — el que anda muy por encima del pecado, — pues de él es el pecho al que ustedes pueden descubrir sus pecados más plenamente que a otro. "Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre". (Gálatas 6: 1). Fue precisamente la perfección de la santidad de Cristo lo que Le permitió actuar así: otra persona podría haber temido las apariencias. Si Cristo hubiera sido simplemente inocente en lugar de santo, pregunto, ¿Le habríamos encontrado allí? No, nunca. Santidad implica poder divino contra el pecado; la inocencia es meramente la ausencia de pecado. Encontramos así a nuestro Señor en la plena conciencia de Su propia santidad perfecta viniendo al bautismo de Juan, y asumiendo Su lugar con aquellos en Israel que estaban dispuestos hacia Dios.

 

"Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". (Mateo 3: 16, 17). ¿Acaso no parece que este maravilloso testimonio de Dios Padre fue la consecuencia de que Cristo cumplió toda justicia en las aguas del Jordán? Se trató de la respuesta de Dios al lugar que Cristo, en Su gracia, había asumido. Fue Dios, guardador de la gloria de Su Hijo quien no permitió que ni una sospecha recayera sobre este acto tan hermoso y humilde. Y por lo tanto, para que la gracia plena de ello no dejase de ser sentida, ¡qué rápido se apresura Dios Padre a decir: ¡"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia"! «No pienses que Él tiene pecado. Pero si tú estás allí, Él está contigo»: si las ovejas están en las aguas, el propio pastor debe entrar también en ellas. El Padre reivindica enseguida a Su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". No es que él se haya complacido simplemente con ese acto, sino que ello es la expresión retrospectiva de la complacencia de Dios. Ella refuta todo lo que la pobre mente del hombre podía haber, — y que en realidad ha deducido de esta operación. Siempre es así en la palabra de Dios. Si hay, por así decirlo, una puerta cerrada, la llave está siempre al costado de ella. Si hay un corazón que cuenta con Dios y conoce la perfección de Su carácter, y es guardador de la honra de Su amado Hijo, Dios está siempre con él. El hombre ha intentado aprovecharse de la gracia del Señor visto asumiendo así Su lugar con los piadosos de Israel, para rebajar Su persona y Su posición incluso en relación con Dios mismo. Pero, cuando nosotros leemos con espíritus afligidos, ¿qué es lo que oímos? "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Encontraremos más adelante la importancia de esto en relación con lo que sigue; pero dejo el tema por el momento. No hay nada en todo el ámbito de la palabra de Dios que esté tan lleno de bendiciones para el creyente como la persona de Cristo y Sus modos de obrar; pero ello requiere una gran vigilancia sobre el yo, y la guía especial del Espíritu Santo; pues, "Para estas cosas, ¿quién es suficiente?"

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2021.-

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
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