COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 8 (William Kelly)

Home

Para oír o descargar pulse este botón

Duración: 45 minutos y 59 segundos.

EPUB

MOBI

Pulse esta imgen para decargar

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 8

 

Yo puedo entender bien a un hombre que ha recibido y ha venerado la Biblia como la palabra del Dios vivo y que se encuentra desconcertado cuando examina detenidamente los Evangelios, los cuales relatan el ministerio del Señor. Un lector casual podría no encontrar ninguna dificultad; pero al principio, nada sería más probable que quien comparase cuidadosamente los diferentes relatos se quedara perplejo, — no diré que ha tropezado porque él tiene demasiada confianza en la palabra de Dios. Al comparar los Evangelios él encuentra que ellos difieren muy considerablemente en la forma en que los mismos hechos han sido registrados en diferentes Evangelios. Él encuentra una disposición en Mateo, otra en Marcos, y una tercera en Lucas; y aun así, él está seguro de que todas ellas son correctas. Pero no puede entender cómo, si el Espíritu de Dios realmente inspiró a los diferentes evangelistas para presentar una historia perfecta de Cristo, debería haber al mismo tiempo estas aparentes discrepancias. Él se ve obligado a dirigirse a Dios y a preguntar si acaso no hay algún principio que pueda explicar estos cambios de posición, y el modo diferente en que las mismas circunstancias son mostradas. En el momento que él se acerca así a estos Evangelios la luz dará claridad a su alma. Él comienza a ver que el Espíritu Santo no estaba presentando meramente el testimonio de tantos testigos, sino que, aunque en el fondo ellos coinciden plenamente, el Espíritu Santo había asignado un cargo especial a cada uno de ellos, de modo que sus escritos presentan al Señor en actitudes diversas y distintivas. Queda por preguntar cuáles son estos diversos puntos de vista, y cómo pueden dar lugar y explicar la variedad de afirmaciones que indudablemente se encuentran en ellos.

 

Ya he mostrado que en el Evangelio de Mateo el Espíritu Santo ha estado describiendo a Jesús en Su relación con Israel, y que esto explica la genealogía presentada a nosotros en el capítulo 1, la cual difiere bastante de la que tenemos en el Evangelio de Lucas. Es especialmente Su genealogía como Mesías, lo cual es, obviamente, importante e interesante para Israel, quienes esperaban un gobernante del linaje de David. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo tuvo especial cuidado en corregir los estrechos pensamientos mundanos de los judíos, y muestra que si bien Él era, según la carne, de la decendencia de Israel, Él también era Dios el Señor; y si era Emanuel y Jehová, Su obra especial como persona divina era salvar a Su pueblo de sus pecados. Él podía salir mucho más allá de ese pueblo y bendecir a los gentiles no menos que a los judíos; pero salvar de pecados era claramente una expectativa de Cristo que debía haber sido deducida de los profetas. Los judíos esperaban que cuando el Mesías viniera, Él sería la Cabeza exaltada sobre ellos como nación; y que, consecuentemente, ellos llegarían a ser cabeza, y los gentiles, cola. (Véase Deuteronomio 28: 13). Todo esto ellos lo habían inferido correctamente de la palabra profética; pero había mucho más que ellos no habían discernido. El Mesías está resuelto en cuanto a la bendición espiritual de ellos así como a la natural; y todas las esperanzas inmediatas deben desvanecerse ante el asunto del pecado; sí, los pecados de ellos. Jesús acepta Su rechazo de parte de ellos, y efectúa en la cruz para ellos esa redención misma en la que ellos pensaban tan poco.

 

También, cuán plenamente concuerda perfectamente con el Evangelio de Mateo el hecho de que nosotros tengamos un largo discurso como el del sermón del monte sin interrupción; todo nos es presentado como una palabra continua de nuestro Señor. Todas las interrupciones, si es que hubo algunas, son excluidas cuidadosamente a fin de presentarle a Él en el monte en una directa antítesis de Moisés, mediante el cual Dios estaba introduciendo un reino terrenal; pero ahora es porque Él manifiesta al Rey celestial, en contra de todo lo que los judíos estaban esperando.

 

El Espíritu Santo procede en este Evangelio a presentarnos los hechos de la vida de nuestro Señor todavía en conexión con este gran pensamiento. El Evangelio de Mateo es la presentación a Israel de Jesús como su Mesías divino, Su rechazo por parte de ellos en ese carácter, y lo que Dios haría en consecuencia. Nosotros veremos si los hechos que nos son presentados incluso en este capítulo no guardan relación con este aspecto especial de nuestro Señor. De la lectura del Evangelio de Marcos sería imposible  percibirlo de la misma manera. En Mateo el simple orden de la historia es desatendido aquí, y son reunidos hechos que tuvieron lugar con meses de diferencia. El objetivo del Espíritu Santo por medio de Mateo, o incluso por medio de Lucas, no es, en absoluto, presentar los hechos en el orden en que sucedieron, cosa que Marcos hace. Aquellos que examinen el Evangelio de Marcos con cuidado encontrarán notas de tiempo, expresiones como "luego", "inmediatamente",  etcétera, donde las cosas se dejan imprecisas en los otros Evangelios. Las frases de transición rápida, o de secuencia instantánea, unen, obviamente, los diferentes sucesos llevados así a estar en yuxtaposición. En Mateo esto es descartado por completo; y de todos los capítulos de este Evangelio quizás no hay ninguno que desestime tanto la mera sucesión de fechas como el que tenemos ante nosotros. Pero si esto es así, ¿a qué debemos atribuirlo? Podemos preguntar reverentemente, ¿Por qué el Espíritu Santo en Mateo ignora el orden en que se sucedieron las cosas? ¿Fue que Mateo no conocía el momento en que ellas ocurrieron? Si hubiera sido sólo un hombre el que escribía una historia para su propio placer, ¿no podría él haber determinado con tolerable certeza cuándo fue que ocurrió cada hecho? Y cuando publicó por primera vez su declaración, ¿habría sido más fácil que los otros evangelistas le siguieran y dieran sus relatos de acuerdo con el suyo?

 

Pero ocurre lo contrario. Marcos adopta un carácter diferente de las cosas, y Lucas otro, mientras que Juan tiene un carácter propio. A simple vista, nosotros nos vemos impulsados a una de dos suposiciones. O bien los evangelistas fueron hombres tan descuidados de cualquier manera que escribieron relatos de su Maestro presentando diferentes relatos como para confundir al lector, o bien fue el Espíritu Santo quien presentó los hechos de diversas maneras como para ilustrar la gloria de Cristo mucho más de lo que hubiera logrado la mera repetición. Esto último es ciertamente la verdad. Cualquier otra suposición es tanto irracional como irreverente. Porque, aun suponiendo que los apóstoles hubieran escrito relatos diferentes y hubiesen cometido errores, ellos podrían haber corregido muy fácilmente los errores de unos y otros; pero el motivo por el cual no aparece tal corrección no fue por un error o un defecto humano, sino por la perfección divina. Fue el Espíritu Santo quien se complació en configurar estos Evangelios de la forma particular más calculada para sacar a relucir la persona, la misión o las diversas relaciones de Cristo. El Evangelio de Marcos demuestra que la curación del leproso tuvo lugar en un momento diferente al que se podría haber deducido de la lectura de este capítulo, — de hecho, mucho antes del sermón del monte. En el capítulo 1 tenemos al Señor descrito como predicando en las sinagogas de ellos por toda Galilea y echando fuera demonios, leemos, "Vino a él un leproso, rogándole … Si quieres, puedes limpiarme. (Marcos 1: 40-45). Ahora bien, no podemos dudar de que esta es la misma historia que está en Mateo 8. Pero, si leemos el capítulo siguiente de Marcos, ¿qué es lo primero que es mencionado después de esto? "Entró Jesús otra vez en Capernaúm después de algunos días; y se oyó que estaba en casa… Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro".  Claramente nosotros tenemos aquí un hecho, la curación del paralítico que Mateo no nos presenta hasta Mateo 9, después de una tormenta que Marcos describe en Marcos 4, y después del caso del endemoniado, caso que sólo aparece en Marcos 5; de modo que está perfectamente claro que uno de los dos evangelistas debe haberse apartado del orden de la historia; y como Marcos, mediante sus estrictas notas de tiempo evidencia que él no lo hace, debe concluirse que Mateo lo hizo. En Marcos 3 tenemos a nuestro Señor subiendo al monte y llamando a los discípulos a estar junto a Él; y allí está el lugar en conformidad con este Evangelio, donde el sermón del monte, si es insertado en absoluto, entra. Por lo tanto, fue considerablemente después de lo que tuvo lugar en Mateo 8: 2-4, que el sermón del monte fue pronunciado: pero Marcos no nos presenta ese sermón porque su gran objetivo era el ministerio evangélico y las obras características de Cristo; y por lo tanto, las exposiciones doctrinales de nuestro Señor son omitidas. Allí donde breves palabras de nuestro Señor acompañan lo que Él hacía, ellas son presentadas; pero nada más.

 

Lo que he dicho puede quedar aún más claro si observamos además, en Marcos 1, el orden real. Simón y Andrés son llamados en el versículo 16; Jacobo y Juan en el versículo 19; y en seguida, habiendo ido a Capernaúm, Él entró en la sinagoga el día de reposo y enseñaba. Nosotros tenemos allí al hombre con el espíritu inmundo: el hecho tuvo lugar un poco después del llamamiento perentorio hecho a Andrés y Simón, a Jacobo y a Juan. El espíritu inmundo fue echado fuera; "Y muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea. Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella", etcétera. (Marcos 1: 28-30). Por lo tanto, tenemos la certeza positiva, por medio de la propia palabra de Dios, de que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar poco tiempo después del llamamiento de Pedro y Andrés, y considerablemente antes de la curación del leproso. Llevando esto de regreso a nuestro capítulo de Mateo, vemos su importancia; pues aquí la sanación de la suegra de Pedro aparece sólo a mitad del capítulo. Primero es relatada la curación del leproso, luego la del criado del centurión, y después la sanación de la suegra de Pedro; mientras que por medio de Marcos sabemos con certeza que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes de que tuviese lugar la curación del leproso.

 

Considerando nuevamente a Marcos nosotros encontramos que en la tarde del mismo día de reposo, después de haber sanado a la suegra de Pedro, "le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios … Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba", que es claramente la misma escena a la que se alude en Mateo 8, y que entraría después del versículo 17. El hecho de que Él va al lugar desierto y ora no es mencionado aquí; pero tuvo lugar al mismo tiempo. Luego, en Marcos, tenemos Su ida a Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y echando fuera demonios; y después de eso Él cura al leproso. Lo que yo infiero de esto es que ya que Marcos nos dice el día mismo en que sucedieron estas cosas, nosotros debemos tomarlo a él como testigo del orden de dichas cosas en cuanto al tiempo. Cuando vuelvo a Mateo, ¿encuentro yo alguna insinuación acerca del momento en que tuvieron lugar todos estos acontecimientos? No, ni una palabra. Simplemente se dice: "Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente" (Mateo 8: 1), y luego tenemos la curación del leproso. No hay nada que demuestre que el leproso vino en ese momento en particular. Todo lo que se dice es: "Y he aquí vino un leproso", etcétera, — siendo "he aquí" una forma de expresión veterotestamentaria. No se nos dice aquí si la curación del leproso tuvo lugar antes de que Él bajara o después. De la lectura de Marcos inferimos que el sermón del monte fue pronunciado mucho después, y que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes que la curación del leproso.

 

Preguntemos, ¿por qué no habría sido adecuado a este Evangelio de Mateo colocar primero la sanación de la suegra de Pedro, luego la del leproso y por último la del centurión?, — pues ustedes encontrarán que en el orden de tiempo esta fue realmente la sucesión de los hechos. El centurión vino a Él después de que el sermón hubo finalizado, y Cristo estaba en Capernaúm; el leproso había sido curado en un momento considerablemente anterior, y la suegra de Simón aún antes.

 

Pero, ¿cuál es la gran verdad que enseñan estos hechos tal y como están dispuestos en el Evangelio de Mateo? El Señor se encuentra con un leproso. Ustedes saben qué cosa repugnante era la lepra. De manera notoria, la lepra no sólo era agraviante, sino que no tenía remedio, en lo que respecta al hombre. Es cierto que en Levítico tenemos ceremonias para la limpieza de un leproso, pero, ¿quién podría dar una ceremonia para la curación de un leproso? ¿Quién puede quitar esa enfermedad una vez que ha infectado a un hombre? Lucas, el médico amado, nos da la noticia de que dicho hombre estaba "lleno de lepra" (Lucas 5: 12); los otros evangelistas no afirman nada más que el simple hecho de que él era un leproso. Esto era suficiente. Porque para los judíos el asunto era si había lepra en absoluto: si era así, ellos no pudieron tener nada que decirle hasta que él fue curado y limpiado. El Espíritu de Dios utiliza la lepra como tipo del pecado, en toda la repugnancia que produce. El paralítico saca a relucir el pensamiento de impotencia. Ambas cosas son ciertas acerca del pecador. Él no tiene fuerza y es inmundo en la presencia de Dios. Jesús sana al leproso. Esto ilustra al instante el poder de Jehová-Jesús en la tierra, y más que eso; porque ello no fue simplemente un asunto acerca de Su poder sino de Su gracia, Su amor, Su voluntad de extender todo Su poder a favor de Su pueblo. Porque todo el pueblo de Israel era como ese leproso. El profeta Isaías lo había dicho mucho antes; y ellos no estaban mejor ahora. El Señor repite la frase de Isaías 6: 10, "Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos", etcétera, y este leproso era un tipo de la condición moral de Israel en presencia del Mesías. Pero, sean ellos pocos o muchos, basta con que ellos se presenten en toda su vileza ante el Mesías y, ¿cómo los trataría el Mesías? El Mesías está allí. Él tiene el poder, pero el leproso no está seguro acerca de Su voluntad. Él leproso dice, "Señor, si quieres, puedes limpiarme". (Mateo 8: 2). Nosotros podemos recordar la angustia del rey de Israel en los días de Eliseo cuando el rey de Siria le envió a Naamán para que él pudiese ser curado de su lepra: podemos recordar de qué manera, cuando el rey de Israel leyó la carta, "rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?". (2º Reyes 5: 7). Sólo Dios podía hacerlo: todo judío sabía esto; y esto es lo que el Espíritu Santo desea mostrar. Nosotros hemos tenido el testimonio de que Jesús era un hombre, y aun así Él era Jehová, — Aquel que puede salvar a Su pueblo de sus pecados. Pero aquí sale a la luz Su presentación a Israel en casos particulares, en los que el Espíritu Santo, en lugar de dar un mero esquema general e histórico como en el capítulo 4, selecciona casos especiales con el propósito de ilustrar la relación del Señor con Israel, y los efectos manifiestos de ello. El leproso es el primer caso en el que tenemos, por así decirlo, el microscopio aplicado por el Espíritu de Dios para que podamos ver claramente la manera en que el Señor se comportó para con Israel; cuál debiese haber sido el lugar de Israel; y cuál fue la verdadera conducta de ellos. Al instante, cuando el leproso reconoce Su poder y confiesa Su persona: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"; cuando se trató simplemente de un asunto acerca de Su voluntad y de Sus afectos, inmediatamente llega la respuesta del amor divino, así como el poder: "Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció". Él extendió su mano y lo tocó. No sólo Él era Dios, sino Dios manifestado en carne, — Uno que entró de lleno en la ansiedad del pobre leproso, y que sin embargo demostró ser superior a la ley. Su toque, — era el de Jehová. ¡El toque de Dios! La ley sólo podía poner al leproso a distancia; pero si Dios da una ley, Él es superior en gracia a la ley que Él da. El corazón de este leproso temblaba, temeroso de que el bendito Señor no quisiera bendecirlo; pero Él extiende Su mano, lo toca: ningún otro lo haría. El toque del Señor, en lugar de contraer Él mismo la contaminación, relega la contaminación del leproso. Inmediatamente él queda limpio. Jesús le dice entonces: "Mira, no lo digas a nadie, sino vé, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4 – VM). No hubo ningún deseo de que él publicara lo que Jesús era: Dios podría contar Sus obras. Él dice, "Mira, no lo digas a nadie; sino vé, muéstrate al sacerdote", etcétera. Nada podía ser más bienaventurado. Aún no era momento de dejar de lado la ley. Jesús espera. La cruz debía entrar antes de que la ley pudiera ser dejada de lado de alguna forma. Nosotros somos libertados de la ley por la muerte y resurrección de Jesús. Esta es la gran doctrina de la epístola a los Romanos, — a saber, que nosotros estamos muertos a la ley, obviamente en Su muerte, para que seamos "de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios". (Romanos 7: 4). Hasta la resurrección de Cristo de los muertos existe el más cuidadoso hecho de guardar la ley. Después de la resurrección los santos pasaron a otra relación con Aquel que fue resucitado de los muertos. Nosotros encontramos aquí que hubo un esmerado mantenimiento de las demandas de la ley de Dios; y ello fue siempre así hasta la cruz. Por eso Él dice: "Vé, muéstrate al sacerdote". Asimismo, si el hombre hubiera ido a contárselo a todos en vez de al sacerdote, el gran enemigo podría haber encontrado medios para tergiversar la obra, para negar el milagro, para intentar y dejar entrever que él no era el hombre que había sido leproso. ¡Vaya! ¿acaso era el deseo del corazón del hombre demostrar que Jesús no había realizado un milagro tal? Pero Jesús dice: "Vé, muéstrate al sacerdote". ¿Por qué? Porque el propio sacerdote sería el auténtico testigo de que Jesús era Jehová. El sacerdote que sabía que el hombre era leproso anteriormente, que lo había declarado inmundo, que lo había puesto fuera, vería ahora que el hombre estaba curado. ¿Quién lo había hecho? Nadie más que Dios podía curar al leproso. Entonces, Jesús era Dios; Jesús era Jehová; el Dios de Israel estaba en la tierra. La boca del sacerdote se vería obligada a confesar la gloria de la persona de Cristo. "Presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4 – VM). Preguntemos, ¿Cuándo había sido ofrecida esa ofrenda? Ellos no tenían poder para curar al leproso y, por tanto, no podían ofrecer la ofrenda. De modo que Jesús se había sometido a las obligaciones de la ley, y aun así Él había hecho lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por causa de la carne. Pero aquí estaba Uno que era Dios, — habiendo Dios enviado a Su Hijo "en semejanza de carne de pecado". (Romanos 8: 3). Dios mismo, y el propio Hijo de Dios también, estaba aquí realizando esta poderosa obra que demostraba Su dignidad, y Él hizo que el propio sacerdote fuera testigo de ello.

 

Pero ahora vamos a oír una historia diferente; Jesús entra en Capernaúm. No se nos dice cuándo. Ello no tenía ninguna relación con la historia del leproso; pero el Espíritu Santo las reúne porque Él introduce a los gentiles. Nosotros hemos tenido al judío presentado en la historia del leproso y la ofrenda que Moisés ordenó dar como testimonio a Israel. Pero ahora hay un centurión que viene y habla acerca de su siervo; y esto introduce una forma del todo nueva de confesar al Señor. Aquí no hay toque, — ninguna conexión con Cristo según la carne. De ahí que ello sea más bien la forma en que el gentil conoce a Cristo. El judío esperaba un Cristo que extendiera Su mano,— un Salvador presente entre ellos de manera personal, — introduciendo este poder divino y sanándolos: tal como la Escritura había dicho: "Yo soy Jehová tu sanador". (Éxodo 15: 26). Y aquí estaba Él; pero ellos no Le conocieron así. Y el siguiente testigo que lo tenemos reunido en Mateo pero en ninguna otra parte, es el centurión; porque Dios mostraría que los hijos naturales de Abraham, Isaac y Jacob iban a ser cortados. Ellos no Le adorarían como lo hizo el pobre leproso. El testimonio del sacerdote sería ignorado. Ellos se oponen cada vez más a Sus reivindicaciones. Dios dice, por así decirlo, «Si ustedes los judíos no quieren recibir a mi Hijo, Yo enviaré un testimonio a los gentiles, y los gentiles oirán». Tras el rechazo de Jesús por parte de los judíos, tras el rechazo de Israel a Aquel que había demostrado ser Jehová-Dios al perdonar todas sus iniquidades y sanar todas sus enfermedades, ¿qué sigue entonces? La puerta de la fe es abierta a los gentiles.

 

Tenemos así la historia del centurión, historia que está sacada de su lugar y colocada aquí a propósito. E incluso en los detalles de la historia hay diferencias muy perceptibles. Ustedes no tienen a los ancianos de los judíos en conexión con el centurión. Esto es omitido en Mateo, pero es insertado en Lucas. (Lucas 7: 1-10). De este modo, mientras el Evangelio de Mateo presenta todo lo que podría ser calculado para atender la conciencia de Israel, dicho evangelio se abstiene de presentar aquello de lo que ellos podrían haberse enorgullecido. Estuvo bien que los gentiles se enteraran acerca de los enviados de este buen hombre. Él era como si el gentil pusiera su mano sobre el manto del que era judío, ocupando su lugar detrás de Israel. Pero su fe trasciende esto; pues encontramos que él viene y suplica al Señor y saca a relucir su propia fe personal de la manera más bienaventurada. Cuando Jesús le dice: "Yo iré y le sanaré", enseguida se manifiesta su corazón. Él responde: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo". Porque así como Él, el centurión podía decir a uno: "Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace", ¿cuánto más podía el Señor decir solamente "la palabra, y mi criado sanará"? Jesús tenía, en efecto, autoridad sobre todas las enfermedades; pero, ¿se trató simplemente de un asunto acerca de poner Él Su mano sobre el leproso? En absoluto. Él sólo tenía que pronunciar la palabra, y se hacía. El centurión asume la imponente verdad de que Jesús era Dios (no sólo Mesías), y por lo tanto con plena capacidad para sanar. En resumen, él Le considera de una manera aún más superior, no como alguien cuya presencia debía estar conectada con el ejercicio del poder, sino como alguien que sólo tenía que pronunciar la palabra, y se hacía. Esto introduce el carácter de la palabra de Dios, y la ausencia de Jesús de aquellos que ahora se benefician por medio de Su gracia.

 

Esa es nuestra posición. Jesús está lejos y Él no es visto. Nosotros oímos Su palabra, nos aferramos a ella y somos salvos. Esta es la hermosa manera en que nos es presentado aquí el talante diferente del Señor para con el judío y para con el gentil; pero nosotros nos enteramos, además, que la bendición sería rechazada por Israel, y que los gentiles se convertirían en los objetos de misericordia, tal como se dice aquí: "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (versículos 10, 11), es decir, vendrán muchos gentiles. Pero esto no es todo: "Mas los hijos del reino", — los hijos naturales que eran el linaje, pero no los verdaderos hijos según la fe de Abraham, éstos deben ser "echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes". Rechazando a su Mesías los judíos iban a ser rechazados como nación. Sólo habría una línea de creyentes; pero la masa de Israel habría de ser rechazada hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado.

 

Por tanto, nosotros tenemos aquí una maravillosa perspectiva de nuestro Señor de acuerdo con el tenor general del Evangelio de Mateo. Tenemos al propio Jesús demostrando que Él es Jehová-Jesús, dispuesto a sanar dondequiera que hubiera fe, — pero, ¿dónde la había? El leproso podría representar el remanente piadoso; pero en cuanto a la masa de Israel nosotros tenemos la condena de ellos pronunciada aquí, y en el incidente mismo que demuestra que la gracia de Dios que Israel rechazó se encauzaría más entre los gentiles, los cuales participarían de las misericordias que los judíos rechazaron. Esto es justamente lo que aquí es unido en estos dos relatos. Jesús da pruebas a Israel de que Él era un Mesías divino. Si ellos Le despreciaban, los gentiles lo escucharían. Pero, por otra parte, hay otra cosa de gran importancia y que muestra el motivo por el cual la sanación de la suegra de Pedro es reservada en este Evangelio hasta después de estos acontecimientos, aunque Marcos la presenta antes. Marcos proporciona la historia del ministerio de Cristo tal como ocurrió. Surge la pregunta, ¿Por qué Mateo no hace lo mismo? La respuesta es que la sabiduría divina está impresa en esto, como en todo en la palabra de Dios. Yo creo que ello es reservado por Mateo para este lugar debido a que Israel podría tener la idea de que cuando la misericordia de Dios fluyera hacia los gentiles, Su corazón podría apartarse de ellos. La niña no estaba muerta, sino dormida: este es el estado de Israel ahora. Y tan ciertamente como el Señor la resucitó, así también Él despertará en un día futuro a la dormida hija de Sión. (Véase Mateo 9: 18-26). Nosotros tenemos una mejor bendición y una mayor gloria ahora. Pero para la palabra de Dios es necesario que Israel también sea bendecido; porque si Dios pudiera quebrantar Su palabra a Israel, ¿podríamos nosotros mismos confiar en ella? Ahora bien, Dios prometió positivamente la eventual gloria final de Israel en la tierra. Lo único que es necesario es que no confundamos estas cosas; que no seamos ignorantes ni en cuanto a la Escritura ni en cuanto al poder de Dios.

 

En este caso tenemos un incidente traído ante nosotros que demuestra que Su corazón no podía sino quedarse con Israel (aunque el Señor conocía la incredulidad de Israel y la predijo; y aunque Él también sabía que los gentiles iban a entrar ahora por medio de la fe). Por lo tanto, como yo creo, el Espíritu Santo, para ilustrar esto, introduce aquí la sanación de la suegra de Pedro. Entonces, de este tercer incidente, la sanación de la suegra de Pedro, creo que podemos inferir que fue a causa de Pedro, cualesquiera que puedan haber sido los otros motivos. Se trata de una relación natural, y ustedes encontrarán que el gran escenario para esto es Israel. Pedro fue el apóstol de la circuncisión; de modo que no me cabe duda de que uno de los motivos por los que este acontecimiento está presentado aquí es para mostrar que la incredulidad de Israel no alejaría finalmente el corazón del Señor. Allí estaba Él, todavía sanando todas sus enfermedades, como lo atestiguaba incluso la multitud alrededor de la puerta, "para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias". (Véase Isaías 53). Cuando el Señor realizaba un milagro, Él entraba en espíritu en las circunstancias de aquel a quien Él aliviaba. Si el milagro sacaba a relucir Su divino poder, también estaba la divina compasión que entraba en la profundidad de la necesidad que Él aliviaba.

 

Después de esto tenemos al Señor preparándose para ir a la otra orilla del mar de Galilea. Pero esto brinda la ocasión para que ciertas personas sean sacadas a relucir en sus verdaderos caracteres y modos de obrar, y para que el Señor manifieste el Suyo. Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto? Esto saca a relucir un rasgo muy peculiar del Evangelio de Mateo, y muestra cuán completamente el Espíritu Santo estaba por encima de la mera rutina de fechas. Consideren ustedes el Evangelio de Lucas y encontrarán que la conversación con estos hombres, que está registrada aquí, tuvo lugar después de la transfiguración. En Lucas 9 se nos dice que después de la transfiguración el Señor se propuso ir a Jerusalén; y luego, en el versículo 57 del mismo capítulo se dice: "Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". (Lucas 9: 57-62). Ahora bien, ¿soy yo muy osado al pensar que este fue el mismo incidente que tenemos registrado en Mateo? No es probable que nuestro Señor hiciera repetir las mismas cosas en momentos diferentes; ni tampoco podríamos concebir que dos personas distintas se copiaran la una a la otra con tanta exactitud. Pero, si ello es así, presten ustedes atención a su importancia. Ello tuvo lugar mucho tiempo después y sin embargo Mateo lo sitúa aquí. ¿Por qué? Porque ilustra esto, — a saber, que mientras el Señor tenía todo este amor en Su corazón hacia Israel, a pesar de la incredulidad de ellos, no había ningún corazón en Israel hacia Él. ¿Cuál era Su condición ahora? Él no tenía ni siquiera dónde recostar Su cabeza. Qué cosa fue para el Mesías de Israel tener que decir, cuando un hombre se ofreció a seguirle, "Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza".

 

Esta es la primera vez que Él utiliza la expresión, "Hijo del Hombre". Ya no es más, "Hijo de David". "Hijo del Hombre" es el título de Cristo como rechazado o glorificado. No hay duda de cuál de los dos era aquí. Incluso Su propio pueblo no Le recibirá. Y Él se marcha a la otra orilla, — Él debe dejarlos. Él lo ha hecho ahora, como sabemos. Pero este hombre  propone seguirle. El Señor sabía todo lo que había en su corazón, — a saber, un simple judío carnal que pensaba que siguiendo a Jesús conseguiría un buen lugar con el Mesías. El Señor le dice que no tenía ningún lugar para darle. No había ni siquiera un nido para el Mesías. ¿Qué iba la carne a encontrar allí ofreciéndose a seguir a Cristo? El Señor desvela el corazón del hombre, muestra su propio engaño al buscar algo para sí mismo mientras que Él mismo no tenía ni siquiera un lugar que pudiera poseer la criatura más inferior y más traviesa que Él había hecho. ¿No tenían las zorras sus guaridas, y las aves del cielo sus nidos? Pero el Hijo del Hombre no tenía ni siquiera dónde recostar Su cabeza. ¿Cómo podría la carne pretender seguir a nuestro Señor? A un discípulo que dijo: "Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre", el Señor pudo decir: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos". (Versículos 21, 22). Presten ustedes atención a la diferencia. Allí donde está el llamamiento de Cristo puede haber gran renuencia, se puede experimentar prueba  y lucha por parte de la naturaleza; y aun así la palabra es: "Sígueme". Cuando ustedes tienen a un hombre completamente carnal en presencia del evangelio, no hay esta reticencia, — nada de esta prueba. Él piensa que todo es hermoso pero el evangelio no toma posesión de su alma; y muy pronto ocurren circunstancias que apartan su corazón hacia otras cosas y al final el hombre se hunde de nuevo a su propio nivel. Pero donde el Señor dice: "Sígueme", cuán a menudo el alma, antes o en ese momento, dice: "Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre". La relación natural tenía una reivindicación muy seria. Su padre yacía muerto: él debía ir a enterrarlo. La gente podría decir: «Un hombre debe hacer que el entierro de su padre sea tan urgente que todo debe dar paso a ello». «No, de ningún modo», dice el Señor, la reivindicación de Cristo debiese ser aún más fuerte. Si el llamamiento de Cristo es oído, incluso cuando el padre yace muerto, esperando la sepultura, nosotros debemos renunciar incluso a esto. El mundo puede decir: «Hay un hombre que habla de Cristo y sin embargo no ama a su padre». Pero nosotros debemos estar preparados para esto: y si no lo estamos es porque aún no comprendemos el valor supremo de nuestro Cristo. Ustedes encontrarán que los lazos naturales y los deberes en este mundo son siempre propensos a interponerse como un obstáculo entre Cristo y el alma. Las reivindicaciones de la naturaleza insisten continuamente sobre uno. Pero no importa si se trata del padre o la madre, o del hermano o la hermana, o del hijo o la hija, cuando el llamamiento de Cristo es claro, asegúrense ustedes de no decir: «Permíteme que primero yo haga tal o cual cosa». La palabra de Jesús es: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos".

 

Entonces el Señor se marcha. Le encontramos entrando en una barca y a sus discípulos siguiéndole. E inmediatamente después sigue la historia de la tempestad, y del milagro que Jesús realizó al calmar los vientos y el mar. Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto realmente? Ocurrió al atardecer del día en que fueron pronunciadas las siete parábolas de Mateo 13, antes de la transfiguración, pero mucho después de los demás acontecimientos mencionados en este capítulo. Marcos nos permite saber esto positivamente en el capítulo que registra las parábolas (Marcos 4), — las mismas que son presentadas a nosotros en Mateo 13, con esta adición, "Y con muchas semejantes parábolas les hablaba la palabra, conforme la podían oír; mas sin parábola no les hablaba: y en privado (cuando entraron en la casa, como nos es presentado en Mateo 13), lo explicaba todo a sus propios discípulos. Y aquel mismo día, a la caída de la tarde, les dice: Pasemos a la orilla opuesta". (Marcos 4: 33-35 – VM). Sigue a continuación la misma historia que tenemos aquí en Mateo 8; y después de que ellos llegan a la otra orilla está el hombre con la legión de demonios. No es necesario que haya duda alguna de que se trata de la misma escena, pero sacada a relucir en una conexión totalmente diferente, y que sólo ocurrió un tiempo considerable después de su mención aquí en Mateo.

 

¿Qué se deduce de esto? Se deduce que en Mateo, el Espíritu Santo sólo nos presenta el orden histórico cuando ello coincide con el objetivo especial del Evangelio. Todo esto denota la perfecta sabiduría de Dios: y nadie más que Dios habría pensado en algo semejante. Pero, cuán pocos piensan en ello, o incluso lo entienden ahora. ¿Acaso no muestra esto la lentitud de nuestros corazones para asimilar el significado pleno de la palabra de Dios? ¿Qué está enseñando el Señor en estas dos escenas? Le vemos aquí a solas con Sus discípulos. La parte piadosa de Israel está ahora separada con Él y expuesta a todo lo que los enemigos de Dios podrían hacer contra ellos. Pero ello sólo sirve para disponer el poder del Señor para ellos. Todo se somete a Su mandato. Así es en nuestra propia experiencia. Nunca hay una dificultad, una prueba o una circunstancia dolorosa en la que parezcamos estar completamente abrumados por el poder de Satanás en este mundo, sino que, si nuestra mirada está puesta en Cristo, y acudimos a él, nosotros conoceremos Su poder más verdaderamente ejercido a nuestro favor. Cuando ellos se dan cuenta de a quién tenían en la misma barca con ellos y claman diciendo: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!", Él se levanta y reprende al viento y al mar, "Y se hizo grande bonanza". De modo que los mismos hombres de mar "se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?" Los discípulos lo sabían de una manera aún más profunda, pero los demás estaban asombrados.

 

Pero esto no es todo. Ello podría evidenciar lo que es Cristo para los piadosos que estaban con Él. Pero había dos hombres, ciertamente lejos del Mesías pues estaban entre los sepulcros, poseídos por demonios, en extremo violentos, de manera que nadie podía pasar por aquel camino, — justamente el retrato del poder más desaforado de Satanás en el mundo. Uno de ellos, como se nos dice en otra parte, llevaba el nombre de Legión, porque en él habían entrado muchos demonios. (Marcos 5: 9). Ustedes no podrían tener algo peor que esto. El poder de Satanás era más fuerte que todos los grillos de los hombres. (Marcos 5: 4).

 

Pero, el Señor está allí. Los demonios creen, y tiemblan. (Santiago 3: 19). Ellos sintieron Su presencia. Pero aún no había llegado el día para que Satanás fuera despojado de su derecho sobre el mundo. (Véase Lucas 4: 5, 6). Hasta aquel momento, ello fue sólo la demostración del poder para hacerlo: pero el pleno ejercicio de aquel poder estaba reservado para otro día. Yo no dudo de que nuestro evangelista presenta la expulsión de los demonios como testimonio del poder de Cristo para liberar al remanente judío; y por eso el Espíritu Santo nombra solamente aquí a los dos hombres; tal como, por otra parte, el hato de cerdos poseídos parece representar la destrucción de la masa impura de Israel en el día postrero.

 

La historia también saca a la luz esto, — a saber, que Satanás tiene un poder doble, no sólo en los horrendos excesos de aquellos que están completamente bajo su influencia, sino en la tranquila enemistad del corazón que podría llevar a otros a ir a Jesús para suplicarle que se fuera de sus contornos. Qué cosa tan solemne es saber que la influencia secreta de Satanás sobre el corazón, influencia que crea el deseo de librarse de Jesús, es aún más fatal, de manera personal, que cuando Satanás hace que un hombre sea testigo de su terrible poder. Pero así fue en aquel entonces, y así es que los hombres perecen ahora.

 

Esa es la historia de los hombres que desean que Jesús se aleje de ellos. Que el Señor nos conceda ese feliz conocimiento de Él, esa entrada en lo que Él es para nosotros ahora, que brindan al alma la calma y el descanso en Su amor, y la certeza de Su presencia con los que pertenecen a Él: "He aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo". (Mateo 28: 2 – VM). Que nosotros sepamos lo que es aceptar que Jesús cuide de nosotros, y produzca una gran calma, cualquiera que sea el efecto de la agitación del poder de Satanás contra nosotros. Que el Señor nos conceda mirar a Jesús. Si ello es desde nuestro primer conocimiento del pecado hasta nuestra última prueba en este mundo, todo es un asunto acerca de si yo confío en mí mismo o en el Señor.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

Versión Inglesa

Ir a Índice de DISERTACIONES ACERCA DEL EVANGELIO DE MATEO (William Kelly)