COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 11 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60).

 

Mateo 11

 

El capítulo al que hemos llegado está lleno de interés e importancia, especialmente porque es una especie de transición. Lo que brinda la  ocasión para que el Espíritu de Dios saque a la luz esta transición desde el testimonio a Israel al nuevo orden de cosas que el Señor estaba punto de introducir, es que Juan el Bautista, en la cárcel debido a su propio rechazo, es encontrado en ejercicio en cuanto a la fe y la paciencia personales. Mientras cumplía su cargo profético nadie podía ser más inquebrantable que Juan en su testimonio de Cristo. Pero puede haber momentos en los que la fe es puesta completamente a prueba, y cuando el hombre más fuerte puede conocer lo que es estar derribado, pero no destruido.

 

Ciertamente este fue el caso con respecto a Juan el Bautista. No fueron solamente sus discípulos los que tropezaron por estar él en la cárcel. Los incrédulos preguntan ahora: «Si la Escritura es la verdad, ¿cómo es que la gente no la recibe? ¿Por qué no es difundida más ampliamente? etcétera».

 

Nosotros sabemos que al principio decenas de miles confesaron y siguieron el nombre de Jesús en una sola ciudad; y el peso moral fue grande, pues andaban deslumbrando al mundo. (Hechos 2: 43). Sabemos, también, cuán lejos y ampliamente se ha difundido el poder del cristianismo: aun así, la gran dificultad vuelve a surgir, y encontramos que lo que obra en la mente de un escéptico puede ser encontrado más o menos inquietante por el creyente, porque la naturaleza caída está todavía en el creyente; y lo que la Escritura llama, "la carne", es siempre una cosa incrédula. Por eso sucedió que, bienaventurado como era Juan el Bautista, él envió a sus discípulos con la pregunta: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?" Parece que interrogantes pasaron por su mente y que faltaba una confirmación de la fe. Incluso un profeta no está más allá del asalto de Satanás. Y aquí tenemos a este hombre favorecido y por lo demás fiel, formulando semejante pregunta, justo lo último que nosotros podríamos haber esperado. En lugar de responder con la confianza de la fe a la pregunta de sus discípulos, si ella era tal, Juan envía a algunos de ellos a Jesús, diciendo, "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis… y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Versículos 3-6).

 

La respuesta de nuestro Señor evidencia que no fueron solamente los discípulos de Juan, sino que también él mismo fue sacudido. Estas son las dos partes del ministerio de Cristo, — a saber, Sus palabras y Sus obras, "las cosas que oís y veis"; la palabra tiene siempre el lugar más elevado; siendo las obras lo que atraerían más bien los sentidos; mientras que la palabra de Cristo es lo que trata con el corazón y la conciencia por medio del Espíritu. Ellos debían ir a contar a Juan lo que habían oído y visto; y en ello tenemos lo que el Antiguo Testamento había predicho como señales y efectos del poder del Mesías. Yo no creo que tenemos ningún caso de sanidad de ciegos antes de que Cristo viniera. Ello era un milagro que según la tradición judía estaba reservado para el Hijo de David. Él era Aquel que según Isaías 35 iba a abrir los ojos de los ciegos. El Señor coloca a los ciegos recibiendo la vista como el primer milagro externo para indicar que Él era realmente el Cristo que había de venir; y por último, pero no por ello menos importante es que, "a los pobres es anunciado el evangelio". ¿Qué es ello sino un testimonio de la superabundante y tierna misericordia de Dios que, si bien el evangelio está destinado a todos, está especialmente adaptado a los que conocen la miseria, la prueba y el desprecio en un mundo egoísta? El Señor añade, "Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Qué palabra de advertencia. Un hombre enviado por Dios como testigo para que todos crean en Cristo; y cuando este mismo hombre es puesto rigorosamente a prueba, el Señor tiene que dar testimonio de él en lugar de que él dé testimonio del Señor. Cuán constantemente nosotros vemos al hombre quebrantándose cuando es puesto a prueba; pero, qué cosa tan bienaventurada es que tengamos a semejante Dios al que acudir, si sólo se cuenta con Él.

 

Pero, mientras estos mensajeros se iban, el Señor muestra Su tierna compasión y Su tierna consideración por él, y comienza a reivindicar al mismo Juan que había mostrado su debilidad bajo padecimiento y prolongada esperanza. Él les pregunta, "¿Qué salisteis a ver al desierto?" Un criterio superficial podría haber concluido que no se trataba más que de "una caña sacudida por el viento" cuando Juan envió a los discípulos con su pregunta. Pero no, el Señor no lo permite. Él mantiene la honra y la integridad de Juan. Él ha enviado una pequeña reprensión a Juan en privado por medio de sus discípulos; pero delante de las multitudes el Señor lo viste de honra. "¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas?" «Es en las cortes palaciegas donde vosotros buscáis la grandeza del mundo.» Leemos, "He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta", porque Juan tuvo un lugar y una honra peculiares que a ningún profeta se le había asignado, — a saber, ser el precursor inmediato del Señor, el heraldo del propio Mesías. Juan no sólo fue un profeta, sino que los profetas profetizaron acerca de Juan; y el Señor dice de él, "De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista".

 

Pero presten ustedes atención a esta palabra, una palabra impactante en este capítulo de transición, "Pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". (Versículo 11). ¿Cuál es el significado? Al decir, "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista", el Señor es exceptuado. Él está hablando de Juan, no como comparado con Él mismo, sino con otros. Él era el mayor de los que nacen de mujer; "pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". Esto significa claramente que un nuevo orden de cosas comenzaba, en el cual los privilegios que la gracia soberana de Dios conferiría serían tan grandes que el más pequeño en la época que estaba a punto de comenzar sería mayor que el más grande en todo el pasado. Es obvio que esto no es en cuanto a algo en ellos mismos; pues la fe de un creyente débil ahora no es mayor que la fe poderosa de un hombre en tiempos pasados; ni un alma pobre, ansiosa y atribulada acerca de su aceptación está en un estado más saludable que aquellos que podían regocijarse como Simeón en Dios el Salvador de ellos. (Véase Lucas 2: 25-32). Sin embargo, el Señor dice que el más grande de los que habían pasado es menor que el más pequeño ahora.

 

"El reino de los cielos" nunca significa el cielo: se trata de ideas así como de expresiones diferentes. "El reino de los cielos" significa siempre aquello que si bien tiene su origen en el cielo, tiene su ámbito en la tierra. Esta expresión puede ser aplicada, como a menudo se hace, a lo que está sucediendo ahora; o como a veces, a lo que sucederá cuando el Señor venga en gloria, y traiga Su gobierno en forma manifiesta para aplicarlo en la tierra. Pero el reino de los cielos siempre supone que la tierra es el escenario en el que los privilegios del cielo son dados a conocer.

 

El propio Señor Jesús se ve rechazado; pero Dios, en Sus soberanos proceder y gracia, convierte el rechazo de Jesús en la introducción de una bendición mucho mayor que si Jesús hubiera sido recibido. Suponiendo que el Señor hubiera sido aceptado por el hombre cuando Él vino, Él habría bendecido al hombre y lo habría mantenido vivo en la tierra: pues Él habría atado al diablo y habría traído innumerables misericordias para la criatura en general. No obstante, ¿qué habría sido todo eso sin la vindicación de Dios en cuanto al asunto del pecado? Ni la gloria moral ni el amor supremo habrían sido mostrados como ahora. Porque, ¿qué podía ser ello sino la energía divina impidiendo el poder de Satanás?

 

Pero, la muerte de Cristo es, a la vez, la profundidad de la iniquidad del hombre y la altura de la benignidad de Dios; porque en la cruz el uno demostró su odio e iniquidad absolutos, el Otro, Su perfecto y santo amor. Fue la injusticia del hombre lo que Le puso allí, — fue la gracia de Dios lo que Le llevó allí; y Cristo resucitado de entre los muertos toma Su lugar como el principio, Cabeza de una nueva creación, y lo exhibe en Su propia persona ahora a la fe en los que creen; Él los sitúa en este lugar de bendición mientras ellos están aún en este mundo luchando con el diablo; derrama el gozo de la redención en sus corazones, y los llena de la certeza de que ellos han nacido de Dios, — habiendo sido perdonados todos sus pecados, — y ellos sólo están esperando que Él venga y corone la obra de Su amor, cuando ellos serán resucitados de entre los muertos y transformados a Su gloria. Ello es verdad para la fe ahora, y será verdad para la vista dentro de poco; pero es verdad siempre desde el momento en que ello fue introducido. Comenzó con la ascensión de Cristo al cielo y terminará con el descenso de Cristo de los cielos, cuando Él introduzca este poder del reino en la tierra. Entonces, ¿qué tiene ahora el más pequeño creyente? Consideren ustedes a santos de antaño. Juan el Bautista descansaba en las promesas. Incluso él, bienaventurado como era, no podía decir: «Mis pecados han sido borrados, todas mis iniquidades han desaparecido.» Antes de la muerte y resurrección de Cristo los santos podían mirar hacia adelante con gozo y decir: «¡Será realmente bienaventurado!» Ellos podían estar seguros de que ello era la intención de Dios; pero no era una cosa consumada. Y después de todo, si ustedes estuvieran en la cárcel sabrían la diferencia entre una promesa de sacarlos y el hecho de la libertad cuando ustedes salen en buena lid. Esta es justamente la diferencia. La obra expiatoria está hecha, y la consecuencia es que todos los que creen tienen ahora derecho a decir: «El pecado ya no está sobre mí en la presencia de Dios.» Y esto no sólo es cierto para algunos cristianos en particular, sino que todo cristiano debería asumir el lugar que Dios le da en Cristo. ¿Y cuál sería el resultado de esto? El resultado sería que los cristianos no andarían con el mundo de la manera en que ellos lo hacen.

 

Entonces, lo que yo encuentro en la palabra de Dios es esto: había una nueva época a punto de comenzar, en la que el más pequeño es investido con privilegios que el mayor no pudo poseer antes. Y esto es debido a que Dios asigna un valor infinito a la muerte de Su Hijo. Dios asigna la mayor honra posible a la muerte de Cristo.

 

Así como un soberano terrenal otorga una honra particular a una época de especial gozo para él, aún más la fe puede esperar que Dios adhiera una gloria peculiar a esa obra de Cristo por medio de la cual la redención ha sido consumada, mediante la muerte y resurrección de Su Hijo.

 

Ahora bien, todo está hecho y Dios puede invitar almas,— no a olvidar sus pecados, ni a apartar sus ojos de ellos; sino a considerarlos justa y plenamente ante la cruz de Cristo, — Él las insta a decir, "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". Sabiendo esto, debemos ver cuán enteramente impositor es el lugar de un sacerdote ahora, — a saber, un hombre puesto en una posición para acercarse a Dios por otros. Todo cristiano es ahora un sacerdote. No todos los cristianos son ministros. Esto es otra cosa. El ministerio y el sacerdocio, aunque a menudo se los confunde, son completamente distintos y diferentes. Un privilegio dado por Dios ahora es que cada creyente sea un sacerdote de Dios: es decir, él tiene derecho a acercarse al Lugar Santísimo, el pecado habiendo ya sido juzgado, todas sus iniquidades limpiadas, para que él pueda ser completamente feliz en la presencia de Dios mientras está en la tierra. Todo esto es ahora sólo una parte de los privilegios del más pequeño en el reino de los cielos. Y recuerden ustedes esto, a saber, todas las grandes prerrogativas del cristianismo son privilegios comunes. Un hombre puede predicar, y otro no; pero esto no dice nada acerca de los privilegios del reino. Pablo, como siervo de Dios, tenía algo que otros no tenían: una persona dotada podría predicar incluso sin vida divina en el alma. Caifás pudo testificar, y también Balaam, y ambos pronunciaron cosas verdaderas; y Pablo está dispuesto a ocupar ese lugar para mostrar que uno podía predicar a otros, y sin embargo, si no tenía santidad, ser él mismo eliminado. Pero esto no tiene nada que ver con las bendiciones de las que he estado hablando como siendo la porción de los creyentes ahora.

 

Los privilegios del reino son ahora la herencia universal de la familia de la fe; el más pequeño de ellos es mayor incluso que Juan el Bautista. Un gran error de entendimiento ha sido mostrado en cuanto al significado de este versículo. Se ha enseñado que el más pequeño en el reino de los cielos es, ¡el propio Jesús!, — Jesús en Su humillación, obviamente, en Su ida a la cruz. Pero, qué error de entendimiento del pensamiento de Dios es manifestado mediante semejante comentario. Porque el reino de los cielos no había llegado aún. Había sido predicado, pero no había sido establecido aún. Y Jesús, lejos de ser "el más pequeño" en aquel reino, Él mismo era el Rey; de modo que sería peyorativo para Su persona incluso llamarle el mayor, por no hablar de, "el más pequeño", en el reino. Sería una falta de reverencia así como de entendimiento decir que Él estaba en el reino en absoluto. Sería más cierto decir que el reino estaba en Él, tanto moralmente como en divino poder.

 

Él dice a los judíos, "Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios". (Mateo 12: 28). El reino había llegado en Su persona: siendo Él el Rey, y teniendo el poder del mismo. Pero, si ustedes consideran "el reino de los cielos" como un estado de cosas introducido en este mundo, Cristo tuvo que ascender primero al cielo, — como un Rey rechazado, sin duda, pero aún así como tal para sentarse a la diestra de Dios, — y el reino de los cielos comenzó inmediatamente. En realidad, el reino no fue establecido hasta que Jesús ascendió a lo alto. Comenzó en aquel momento, primero espiritualmente, ya que en breve resplandecerá en poder y gloria. Por lo tanto, es evidente que en este capítulo nos encontramos en los límites de la dispensación pasada, y de la época que estaba a punto de comenzar. Juan el Bautista está en la escena como el último y mayor testigo de la dispensación que estaba finalizando. Elías había de venir; y esto podría haberse cumplido en la persona de Juan el Bautista. Juan estuvo haciendo la obra moral que estaba asociada a la misión de Elías: preparar el camino del Señor. (Mateo 3: 3; Isaías 40: 3). Yo no digo que Elías no pueda venir otro día, pero Juan fue el testimonio en aquel entonces del servicio de Elías. Él había venido "con el espíritu y el poder de Elías" (Lucas 1: 5-17); y tal como dice nuestro Señor un poco después, "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir". (Mateo 11: 14). Él era eso para la fe. Al igual que el reino de los cielos ahora, ello es un testimonio rendido al reino futuro cuando sea exhibido en poder y gloria. Juan era para la fe en aquel entonces lo que Elías será en poco tiempo más. El reino de los cielos es ahora para la fe lo que el reino de los cielos será para la vista después de esto. El Señor insinúa que está por llegar una época de la fe, época cuando las promesas no se iban a cumplir literalmente.

 

Pero, cuando Juan el Bautista fue arrojado a la cárcel (una tremenda prueba para un judío que lo consideraba como un gran profeta para preludiar al Mesías en visible majestad), así Él dice aquí: "El que tiene oídos para oír, oiga". Ello tiene que ser recibido por el oído atento de la fe. ¡Qué extraordinario debió parecer a los discípulos que el precursor del Mesías estuviera en la cárcel, y el propio Mesías clavado después en la cruz! Pero antes de que llegue la gloria exterior la redención debe ser efectuada mediante padecimiento. Por eso el menor que ahora tiene esta bendición de la fe, que disfruta de estos asombrosos privilegios que el Espíritu Santo está sacando a la luz como don de la gracia soberana de Dios, es mayor que Juan el Bautista. Porque es Dios que hace, da y ordena. Es Su gozo, por medio de Cristo bendecir al hombre que no tiene la menor pretensión en cuanto a Él. Y esa es Su obra ahora. Pero, ¿cuál sería el efecto de esto entre los judíos? Nuestro Señor los compara con personas caprichosas que no harían ni una cosa ni la otra. Si hay gozo, ellos no empatizan con él ; tampoco con el dolor. Juan el Bautista les entonó endechas, pero ellos no tenían corazón para ello. Luego vino Jesús, ordenándoles, por así decirlo, que se regocijaran con las buenas nuevas de gran gozo: pero no Le tomaron en consideración. No les agradó ninguno de los dos, Juan era demasiado estricto, y el Señor Jesús demasiado benigno. No pudieron soportar a ninguno. La verdad es que al hombre le desagrada Dios; y no hay mayor prueba de su ignorancia acerca de sí mismo que el hecho de que él no lo cree así. Independientemente de lo que pudieran alegar a manera de insulto acerca de Juan el Bautista, o del propio Señor, "la sabiduría es justificada por sus hijos".

 

Por consiguiente, el Señor muestra de qué manera la sabiduría es vindicada, positiva y negativamente. Leemos, "Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!... Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti…, etcétera". (Versículos 20-24). ¡Qué hay más solemne! Ellos rechazan la voz de la sabiduría celestial; y ello debía resultar en un juicio más implacable que el que hizo de Sodoma el monumento de la venganza de Dios. ¿Había algún lugar o ciudad en la tierra más favorecido que otro? Era Capernaúm, ciudad donde la mayoría de Sus milagros fueron realizados; y sin embargo, esta misma ciudad sería hecha descender al Hades. Ni siquiera la especialmente depravada Sodoma había caído bajo una sentencia tan temible. El Señor sólo visita en juicio cuando los medios y los llamamientos al arrepentimiento se agotan; pero, cuando Él juzga, ¿quién podrá estar en pie? Por lo tanto, la sabiduría sería vindicada, puedo decir, por aquellos que no son sus hijos.

 

Pero después tenemos la parte positiva. "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra". Desde el pronunciado, "Ay de ti", Jesús pudo cambiar y decir: "Te alabo, Padre". No es que los acontecimientos registrados aquí hayan tenido lugar juntos. Toda la escena de Juan el Bautista ocurrió mucho antes de que el Señor aludiera a los sabios y entendidos rechazándole y a los niños recibiéndole. El Evangelio de Lucas presenta ocasionalmente señales precisas de tiempo, y muestra que la recepción por parte del Señor de los mensajeros de Juan fue en un período temprano de Su ministerio, muy poco después de la sanidad del siervo del centurión; mientras que Su alabanza al Padre fue después del regreso de los setenta discípulos que fueron enviados en testimonio final, lo cual no es mencionado en absoluto en Mateo. El Espíritu Santo en nuestro Evangelio omite, en general, las meras sucesiones de tiempo, y une acontecimientos separados para ilustrar la gran verdad que era Su objetivo aquí, es decir, el Mesías verdadero, presentado con pruebas adecuadas a Israel, pero rechazado; y esto se convirtió, por la gracia de Dios, en la ocasión de mejores bendiciones que si el Señor hubiese sido recibido.

 

Y si bien el solemne espectáculo del creciente rechazo del hombre está ante nosotros, Jesús dice: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra" (esperanzas no limitadas a la tierra ahora, sino Dios considerado como Señor del cielo y de la tierra, —  soberano sobre todas las cosas), "porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". El trono de Israel puede serle denegado; los judíos pueden rechazarle, los líderes despreciarle: todo esto puede ser pero, ¿cuál es el resultado? No meramente lo que fue prometido a David o a Salomón, sino que "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". Surgen las preguntas, ¿Dónde fueron divulgados anteriormente pensamientos como éstos? ¿En los Salmos, en los Profetas, o dónde encuentran ustedes algo parecido a ellos? El Mesías rechazado es rechazado por el hombre: Él se somete a ello. Ellos Le despojan de sus vestiduras de gloria Mesiánica y, ¿qué sale a la luz? Él es el Hijo del Padre, el Hijo de Dios desde toda la eternidad, la bendita Persona divina que podía mirar a lo alto y decir: "Padre". Rechácenle ustedes en Su dignidad terrenal, y Él sólo resplandece en Su dignidad celestial; desprécienle como hombre, y Él es Dios de manera manifiesta.

 

"Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". (versículo 27). Él está revelando al Padre ahora. No se trata meramente de que Él vino a cumplir las promesas de Dios, sino que Él está revelando al Padre, — llevando almas a un conocimiento más profundo de Dios del que era posible antes. "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Ello es gracia perfecta: ninguna restricción; nada de colocar al judío en el primer puesto de honor. Pero, "Venid a mí todos los que estáis trabajados", — judío o gentil, ello no importa. ¿Te sientes miserable? ¿No encuentras consuelo? "Venid a mí todos los que estáis trabajados… y yo os haré descansar".  Si el necesitado sólo va a Él, ello es sin condición o calificación. En Juan tenemos: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera". (Juan 6: 37). Esta es la demostración de la atracción del Padre: que yo vaya a Jesús. En Juan es el Hijo del Padre; porque la gracia es encontrada siempre más plena y gratuita donde el Hijo es sacado a relucir en toda Su gloria.

 

"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". (Versículos 29, 30). La gracia no deja que los hombres hagan lo que quieran, sino que capacita al corazón que la recibe para desear la voluntad de Dios. Así, después de decir, "Yo os haré descansar", nuestro Señor añade: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". Presten atención a la diferencia. En el versículo 28 es: "Venid a mí… y yo os haré descansar", — se trata de pura gracia para el alma que está en necesidad, sin nada más que traer sino sus pecados; pero al decir: "Llevad mi yugo sobre vosotros… y hallaréis descanso para vuestras almas", Él habla de sujeción a Él, y el resultado es encontrar descanso para nuestras almas. Cuando el pecador acude en su miseria a Jesús, el Salvador le da descanso, — "sin dinero y sin precio". (Véase Isaías 55). Pero, si esa alma no sigue en las sendas de Cristo, ella se vuelve miserable, y pierde el consuelo que tuvo al principio. ¿Por qué? Porque dicha alma no ha llevado el yugo de Cristo sobre sí. Los términos en los que el Señor da descanso al pecador son: «Ven a mí, tal como eres.» Los términos en los que el creyente encuentra descanso son: «Lleva mi yugo sobre ti, y aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón.» El Señor mantiene Su gobierno moral sobre Su pueblo, y ellos están más perturbados que cualquiera, pues si no están sujetos a Cristo; ellos no pueden disfrutar de Él ni del mundo. Si yo he hallado semejante Salvador, y aun así no llevo Su yugo, Dios no tiene la intención de que yo sea feliz. Todo lo demás es una felicidad falsa.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2022

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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