COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - TEXTO ÍNTEGRO (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que podrán ser consultadas al final de cada capítulo..

 

Prefacio

 

«El autor confía que el volumen pueda demostrar ser de ayuda a los que aceptan las Escrituras como la Palabra de Dios y tienen confianza en la guía benigna del Espíritu Santo, el cual es enviado desde el cielo a glorificar a nuestro Señor Jesús. Aquí se ha hablado sobriamente de los asuntos críticos: en otro lugar se puede entrar en ellos con más detalle; porque la verdad no tiene nada que temer y mucho que ganar de la criba más minuciosa, si esta es competente y sincera. Sin embargo, en la presente ocasión la interpretación directa ha sido el objetivo, y el provecho práctico de las almas.»

 

Guernsey, Febrero de 1868.

 

 

INTRODUCCIÓN

 

El hecho de que el Espíritu de Dios, al inspirar a Mateo, tuvo en perspectiva las aspiraciones y necesidades de los judíos, la evidencia del Mesianismo de Jesús y las consecuencias de Su rechazo tanto para ellos como para los gentiles, es una verdad que se ha impuesto a sí misma sobre la mayoría de los cristianos que han examinado los Evangelios con algún cuidado discernidor. Las pruebas internas de tal designio son tan amplias y variadas que lo único que sorprende es cómo una mente inteligente podría poner en duda los hechos o la inferencia. Sin embargo, se nos dice que si un objetivo judío hubiese sido mantenido constantemente ante el evangelista, la visita de los magos gentiles no podría haber sido relatada exclusivamente por Mateo, del mismo modo que la circuncisión de Jesús y Sus frecuentes asistencias a las pascuas en Jerusalén podrían haber sido relatadas exclusivamente por Lucas si él hubiera escrito para los gentiles. La objeción no tiene fuerza alguna cuando se ve que el Espíritu tuvo la intención, por medio de  Mateo, de hacer el seguimiento de la desafección de los Judíos para con un Mesías semejante tal como sus propias Escrituras retratan, no sólo exteriormente glorioso, sino primeramente como una Persona divina, aunque un hombre, insinuando en Su nombre mismo que Él era Jehová, que venía a salvar a Su pueblo de sus pecados, y no meramente de sus enemigos. (Mateo 1). ¡Qué retrato sigue a continuación en el capítulo 2! ¡Jerusalén turbada ante las noticias de Su nacimiento, y distantes magos Gentiles del Oriente que venían a rendirle homenaje! ¿Es esta la refutación del especial designio de Mateo? ¿Qué ilustración más hermosa de ello puede ser buscada? Y si Lucas nos presenta las más encantadoras visiones del remanente piadoso de Israel, y del Señor Jesús presentado primeramente en medio de ellos con la más exacta atención a cada requisito de la ley, ¿de qué manera deja esto de lado el testimonio de un Evangelio que abunda con evidencia de que Dios nos presenta allí a Cristo, remontándose en Su origen hasta "Adán, que era hijo de Dios" (Lucas 3: 38), y no desde Abraham y David, que eran el depositario de la promesa y del linaje del reino en Israel respectivamente? ¿Olvidaron los objetores que el gran apóstol de los Gentiles puso por obra regularmente el principio sobre el cual él insiste —"al judío primeramente, y también al griego"? (Romanos 1: 16; Romanos 2: 10). Los escritores inspirados reflejaron la riqueza de los modos de obrar de la gracia de Dios, no de la tecnicidad de la rutina humana.

 

Es evidente, asimismo, que las aparentes discrepancias en los relatos sincrónicos de los Evangelios sinópticos deben surgir, o bien de la debilidad de los instrumentos humanos, o de la sabiduría de gran alcance del Espíritu el cual imprimió sobre cada uno de ellos un designio especial, y así insertó, suprimió, o presentó variadamente el mismo hecho o verdad sustancial para la prosecución de aquel designio, no presentando jamás nada más que la verdad y, no obstante, presentando así la verdad completa. ¿Por qué la incredulidad afirma que una diferencia tal de designio es una teoría a priori? [Nota 1]

 

[Nota 1] A priori = locución adverbial. Antes de examinar el asunto de que se trata.

(Fuente: DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - REAL  ACADEMIA  ESPAÑOLA).

 

El testimonio habitual de cada Evangelio debe decidir este asunto. ¿Qué puede ser más manifiestamente a priori que el hecho de imputar, sobre un terreno como este, «inexactitudes históricas demostrables» a los historiadores inspirados, de los asuntos de más peso dados alguna vez al hombre para que él los registrase? Si el único método de escribir una vida fuese el de una simple secuencia, podría haber una apariencia de razón; pero, algunas de las biografías más famosas entre los hombres se alejan, en general o en parte, del mero orden de ocurrencia. ¿Qué se pensaría acerca del hecho de  atacar el crédito de ellas por un motivo como este? La falta radica en aquellos que objetan, no en la Escritura.

 

Yo tengo la certeza de que Mateo y Lucas fueron guiados a seguir un orden exacto, uno de ellos el orden dispensacional, el otro el orden moral; y de que ellos son mucho más profundamente instructivos que si uno u otro, o ambos, hubiesen adherido a la misma manera básica de un analista; y que es un mero grave error el hecho de caracterizar cualquier diferencia o arreglo resultante (tal como Mateo 8: 28, etcétera, comparado con Marcos 5: 1, etcétera, y Lucas 8: 26, etcétera) como una discrepancia real. Que tales defensores de la fe hagan lo peor que pueden hacer, pero el Cristiano no tiene nada que temer, sino sólo creer, y él verá la gloria del Señor y la belleza de la verdad. Indudablemente, una disposición diferente consiste en, y supone, el mismo incidente situado de diversas maneras, y está pensado, con deliberado designio, como para sacar a la luz más plenamente la verdad; pero, ¿de qué manera demuestra esto ser una discrepancia 'real'?

 

En todas partes se acepta que el Señor puede haber repetido la misma verdad, tal como Él repitió a menudo milagros similares. Pero, una diferencia de designio, por sí sola, es la explicación de todo el fenómeno de los Evangelios, y esto no es para deshonra de los escritores, sino para alabanza de su verdadero y divino Autor. El testimonio presencial y el apostolado no logran satisfacer el caso, porque dos de los cuatro Evangelistas no fueron ni lo uno, ni lo otro. El fundamento del nuevo edificio consiste de profetas así como también de apóstoles; y aunque Dios proporcionó testigos presenciales, Él demostró Su supremacía proporcionando los detalles más gráficos del ministerio de nuestro Señor mediante los mismos dos que no habían visto lo que ellos describen con detalles más gráficos que los detalles que son encontrados en los relatos de los dos que describen lo que ellos vieron. Tan falso es este criterio, incluso en cuanto a los dos apóstoles, que sólo Juan no presenta la escena de la agonía, ni la de la transfiguración, y sin embargo, solamente él de entre los evangelistas estuvo entre los más cercanos a ambos acontecimientos. Sólo él presenta la caída a tierra de la banda armada (Juan 18: 6), aunque Mateo la contempló al igual que él. Y Mateo presenta con la mayor plenitud el discurso profético en el monte de los Olivos (Mateo capítulos 24 y 25); mientras que Juan no lo presenta en absoluto, aunque es el único Evangelista que estuvo presente para oírlo.

 

El propósito del Espíritu es la verdadera y única clave en cada caso. Así, en cuanto a la inscripción en la cruz, nada es más sencillo que la perfección de cada informe para cada Evangelio; mientras que puede ser que el verdadero escrito contuviera el informe de Juan con la adición de las palabras iniciales de Mateo, adecuando el Espíritu Santo cada forma a Su objetivo en los Evangelios respectivos. La inspiración plenaria no excluye en absoluto sino que acentúa el designio especial. La verdadera pregunta es: ¿Debemos atribuir sus diferencias de forma a la sabiduría de Dios o a la debilidad del hombre? Por otra parte, la diferencia de lectura es un asunto de copias humanas, no del original inspirado. Por último, el apóstol no insiste meramente en que los hombres fueron inspirados, sino en que el Libro, — sí, toda Escritura- es divinamente inspirada.

 

Existe la evidencia más sólida para demostrar que el Griego de Mateo es el original y no una versión, aunque el Evangelista, posiblemente, pueda haberlo escrito también en Hebreo para la Iglesia temprana en Judea. Esto podía caducar, y lo que se necesitaba permanentemente perduraría.

 

Mateo 1

 

He pensado que sería provechoso ocuparse en uno de los Evangelios, y trazar, tan sencillamente como el Señor me capacite, el esquema general de la verdad revelada allí. Es mi deseo señalar el objetivo y el designio especiales del Espíritu Santo, a fin de proporcionar a aquellos que valoran la Palabra de Dios, indicios tales que puedan tender a  responder algunas de las dificultades que surgen en las mentes de muchos, y también a expresar de manera más clara grandes verdades que son susceptibles de ser pasadas por alto livianamente. Puedo asumir que el Espíritu de Dios no nos ha presentado aquí estos relatos acerca de nuestro Señor susceptibles a los errores de los hombres, sino que, por el contrario, Él mantuvo Su inerrante mano poderosa sobre aquellos que, en sí mismos, eran hombres sujetos a pasiones semejantes a las nuestras. En una palabra, el Espíritu Santo ha inspirado estos relatos para que podamos tener plena certeza de que Él es el autor de ellos, y ellos llevan así el sello de Su propia perfección. Así como Él se ha complacido en presentarnos varias narraciones, Él ha tenido igualmente un motivo divino para cada una de ellas. En resumen, Dios ha procurado Su propia gloria en esto, y la ha asegurado.

 

Ahora bien, no puede caber duda alguna, para cualquiera que lee los Evangelios con el más pequeño de los discernimientos, que el primero de ellos está muy notablemente adaptado para satisfacer la necesidad de los Judíos, y que saca a la luz las profecías del Antiguo Testamento y otras Escrituras que encuentran su cumplimiento en Jesús. Por consiguiente, hay más citas Escriturales que son aplicadas a la vida y muerte de nuestro Señor en este Evangelio que en todos los demás en su conjunto. Todo esto no fue algo que fue dejado a la discreción de Mateo. Es evidente el hecho de que el Espíritu Santo usó la mente del hombre para sacar a la luz Su propio designio; pero, cuando yo digo que Dios inspiró a Mateo para el propósito, lo que quiero dar a entender es que el Espíritu Santo se complació en guardarle y guiarle perfectamente en lo que él iba a divulgar.

 

Además de presentar a nuestro Señor de forma tal que abordara los pensamientos y sentimientos correctos o errados de un Judío; además de proporcionar las pruebas más particularmente deseadas para satisfacer su mente, es evidente, a partir del carácter de los discursos y parábolas, que el rechazo del Mesías por parte de Israel, y las consecuencias de ello para los Gentiles, son aquí los grandes pensamientos prominentes en la mente del Espíritu Santo. Por eso es que la ascensión no está en Mateo. El Judío, si había comprendido las profecías del Antiguo Testamento, habría esperado que viniese un Mesías, sufriera, muriera, y resucitase, "conforme a las Escrituras". (1ª Corintios 15: 3, 4). En Mateo nosotros tenemos Su muerte y resurrección, pero Él es dejado allí; y no sabríamos, a partir de los hechos relatados sólo por él, que Cristo ascendió al cielo en absoluto. Nosotros debemos saber que ello estuvo implícito en algunas de las palabras pronunciadas por Cristo; pero, en efecto, Mateo nos deja con Cristo mismo aún en la tierra. El último capítulo no describe la ascensión de Cristo, tampoco Su sesión a la diestra de Dios [Véase nota 2], sino que Lo describe a Él hablando a los discípulos aquí abajo. Una presentación tal de Cristo fue, peculiarmente, la que necesitaban conocer los Judíos. fue más adecuada para ellos que para cualquier otro pueblo en la tierra.

 

[Nota 2] Sesión = acción y efecto de sentarse  (Fuente: DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - REAL  ACADEMIA  ESPAÑOLA).

 

¿Y quién fue el agente empleado, y con qué idoneidad?  — Pues fue uno de los doce que acompañó al Señor desde el principio de Su ministerio hasta que Él fue llevado de entre ellos al cielo. (Hechos 1: 11 – NC). En aquel entonces él fue un testigo evidentemente competente para el Judío y mucho más idóneo de lo que habrían sido Marcos y Lucas, los cuales no fueron, hasta donde sabemos, compañeros personales del Señor. Pero hubo esta peculiaridad,  — que Mateo era un publicano, o recolector de impuesto, de profesión. Aunque era Judío él trabajaba para los Gentiles, posición que le haría especialmente aborrecible a sus compatriotas. Ellos le consideraban con aún más sospecha que a un extranjero. Esto haría que parezca, a primera vista, más extraordinario que el Espíritu Santo emplease a un tal para informar de Jesús como el Mesías. Pero, recordemos que hay otro objetivo a lo largo de todo el Evangelio de Mateo; y este es que no se trata sólo del registro de Jesús como el verdadero Mesías para Israel, sino que este evangelio nos muestra Su rechazo por parte de Israel y las consecuencias de la funesta incredulidad de ellos, — a saber, que todas las barreras que habían existido hasta aquel momento entre Judío y Gentil fueron derribadas, — emanando la misericordia de Dios hacia aquellos que eran despreciados y bendiciendo al Gentil de tan buen grado y tan plenamente como al Judío. De este modo, la admirable pertinencia de emplear a Mateo el publicano, y su consistencia con el alcance de su tarea, son evidentes.

 

Estas pocas observaciones pueden ayudar a evidenciar que hubo la mayor idoneidad en el empleo del primero de los cuatro Evangelistas para hacer la obra designada para él. Si nuestro objetivo fuera examinar a los demás evangelistas se podría fácilmente poner de manifiesto que cada uno tuvo exactamente la obra correcta que él debía hacer. A medida que procedamos a través de este Evangelio ustedes se sorprenderán, no dudo, por la sabiduría que escogió a un tal para presentar el relato del Mesías rechazado, despreciado por Sus culpables hermanos según la carne.

 

Pero, yo me limitaré, por ahora, a mostrar con qué sabiduría Mateo introduce tal relato del Mesías. Pues muchos deben haber quedado más o menos sorprendidos por el registro de nombres preliminar, y pueden haberse preguntado quizás, «¿Qué beneficio ha de ser obtenido de una lista como esta?»  Pero, nunca pasemos por alto nada en la Escritura como siendo un asunto liviano o dudoso. Hay una profundidad de bienaventurado significado en la narración que Mateo nos presenta acerca de la genealogía del Señor. Por lo tanto, yo debo ahondar un poco acerca de la manera perfectamente hermosa en que el Espíritu de Dios ha trazado aquí Su linaje, y dirigir la atención, brevemente, al modo en que ello armoniza con el relato divino acerca de Jesús para el Judío, el cual estaría planteando constantemente la pregunta de si acaso Jesús era realmente el Mesías.

 

Se observará que la genealogía difiere aquí totalmente de la que tenemos en Lucas, donde no es presentada al principio sino al final del capítulo 3. Así, en el Evangelio de Lucas aprendemos mucho acerca del Señor antes de que aparezca Su genealogía. ¿Por qué fue esto? Lucas estaba escribiendo a los Gentiles, acerca de los cuales no se podía suponer que estaban igualmente o del mismo modo interesados en Sus relaciones mesiánicas. Pero, cuando ellos se hubiesen enterado, en algún grado, acerca de quién era Jesús, sería muy interesante ver cuál era Su linaje como hombre, y retroceder en su ascendencia hasta Adán, el padre de toda la familia humana. ¿Y qué más adecuado sería vincularle a Él con la cabeza de la raza, si el objetivo era mostrar la gracia que saldría a la luz hacia toda la humanidad, la gracia de Dios portadora de salvación manifestada a todos los hombres? Uno podría colocar esa palabra que está en Tito 2: 11 como un frontispicio al Evangelio de Lucas. Leemos, "Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres". Es la gracia de Dios en la persona de Su Hijo, el cual se hizo hombre, relacionado en cuanto a humanidad con toda la familia del hombre, aunque la naturaleza en Él fue siempre única, y totalmente santa.

 

Pero aquí en Mateo nos encontramos sobre un terreno más estrecho circunscrito a una determinada familia, la simiente real de una determinada nación, el pueblo escogido de Dios. Abraham y David son mencionados en el primer versículo mismo. "Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham". ¿Por qué estos dos nombres son seleccionados así; y por qué aquí son puestos juntos en este breve resumen? Son puestos juntos debido a que todas las esperanzas de Israel estaban estrechamente ligadas con aquello que fue revelado a estas dos personas, pues David fue la gran cabeza del reino, aquel en quien se fundamentaba la verdadera línea del trono del Mesías. Saúl fue meramente el rey carnal que el propio Israel buscó transitoriamente por voluntad propia de ellos. David fue el rey que Dios escogió y es mencionado aquí como el antepasado del Ungido de Jehová, — el "Hijo de David". Por otra parte, Abraham fue el único de quien se dijo que todas las naciones serían bendecidas en él. (Génesis 22: 18, etcétera). De este modo, las palabras iniciales nos preparan para todo el Evangelio. Cristo vino con toda la realidad del reino prometido al Hijo de David. Pero si Él era rechazado como Hijo de David, aun así, como Hijo de Abraham, no sólo había bendición para el Judío, sino para el Gentil. Él es verdaderamente el Mesías; pero si Israel no lo aceptará, Dios traerá a las naciones, durante la incredulidad de ellos, a experimentar Su misericordia.

 

Habiéndonos presentado esta visión general, llegamos a los detalles. Comenzamos con Abraham, no retrocediendo en la ascendencia de Jesús hasta él, sino ascendiendo desde él. Todo Judío comenzaría con Abraham, y estaría interesado en seguir las etapas de la línea desde aquel al cual todos ellos estaban subordinados. [Nota 3].

 

[Nota 3] Tengan ustedes en cuenta que sería una imposibilidad que algún Judío presentase ahora su genealogía desde Abraham o David, como debe serlo para autenticar la reclamación Mesiánica. Esto nos es presentado tanto en el aspecto legal, o aspecto de José,  como del natural, o  aspecto de María, en Mateo y en Lucas. Una vez que el Mesías vino y, habiendo sido rechazado por los Judíos, se permitió a los Romanos venir y destruir el templo, la ciudad, y la nación de ellos; y sus registros genealógicos bien pudieron llegar a su fin, tal como sucedió. (Nota del Editor del escrito en Inglés)

 

"Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos". (Mateo 1: 2). Me parece que esta amplia mención, "Judá y a sus hermanos", es de importancia, y en más de un sentido. Ella no es consistente con la noción de que nuestro Evangelista, en esta parte del capítulo, sencillamente copia los registros guardados por los Judíos. Nosotros podemos estar seguros que los hombres jamás registran de esta manera. No obstante, ello está, evidentemente, en la más estricta armonía con este Evangelio ya que da prominencia a la tribu real de la cual fue el Mesías (Génesis 49: 10), a la vez que recuerda a los más favorecidos que otros, ocultos por demasiado tiempo, que no fueron olvidados por Dios ahora que Él está presentando la genealogía de Su Mesías.

 

"Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara". (Versículo 3). ¿Cuál es el motivo para introducir una mujer, para mencionar aquí a Tamar? Hubo mujeres de gran notabilidad en el linaje del Mesías, — personas a las cuales los Judíos respetaban como siendo ellas santas y honorables. ¿Qué corazón Judío no fulguraría con fuertes sentimientos de respeto al oír acerca de Sara y Rebeca, y de las demás mujeres santas y bien conocidas registradas en la historia veterotestamentaria? Pero, no hay aquí mención alguna de ellas sino que Tamar es mencionada. ¿Por qué es así? La gracia se encuentra debajo de esto que es muy reprensor para la carne, pero muy precioso a su manera. Hay cuatro mujeres, y sólo cuatro, que aparecen en la línea, y sobre cada una de ellas había una mancha. No es que todas las fuentes de vituperio o vergüenza eran del mismo tipo. Pero para un Judío orgulloso, con todas estas mujeres estaba relacionado lo que era humillante, — algo que él habría mantenido en la oscuridad. ¡Oh maravillosos modos de obrar de Dios! ¿Qué es lo que Él no puede hacer? ¡Qué sorprendente es que el Espíritu Santo no atraiga aquí la atención a aquellas que habrían traído honra ante los ojos de Israel, — no, qué asombroso es que Él destaque a estas mujeres que un Israelita carnal habría despreciado! El Mesías iba a brotar de una línea en la que había existido pecado funesto. Y donde todo lo que está en el hombre trataría de ocultar esto y mantenerlo alejado, el Espíritu de Dios lo saca a la luz claramente, de modo que no sólo estará en los registros eternos de la historia veterotestamentaria, sino que ello es recordado aquí. Estas mujeres, sobre las cuales había tales manchas soeces a juicio de los hombres, son las únicas mujeres que son traídas específicamente ante nosotros. ¿Qué es el hombre? y, ¿qué es Dios? ¿Qué es el hombre para que estas cosas hubieran alguna vez sucedido? Y, ¡qué es Dios que, en lugar de cubrirlo, Él haya sacado la historia de la oscuridad y la haya colocado en plena luz revelada, estampada, si puedo decirlo así, en la genealogía de Su propio Hijo! No ha sido, de ninguna manera, como si el pecado no fuese sobremanera pecaminoso; tampoco como si Dios pensó livianamente acerca de los privilegios de Su pueblo, — aún menos acerca de la gloria de Su Hijo, o lo que le era debido a Él. Sino que Dios, sintiendo que el pecado de Su pueblo es el peor pecado de todos los pecados, aun habiendo presentado en este Mesías mismo al Único que podía salvar a Su pueblo de sus pecados, no duda en llevar el pecado de ellos a la presencia de la gracia que podía quitarlo, y lo quitaría, en su totalidad. ¿Pensó el Judío que esto era un escándalo o una deshonra hecha al Mesías? El Mesías debía brotar de ese mismo linaje y de ninguna otra línea. Este linaje estaba limitado a la casa de David y a la línea de Salomón, y estas mujeres estaban en la línea directa de Fares hijo de Judá. Ningún Judío se podía salir de la dificultad. ¡Qué no nos enseña esto! Si el Mesías se digna vincularse Él mismo con una familia semejante,  — si Dios se complace en ordenar así las cosas para que de ese linaje, como con respecto a la carne, iba a nacer Su propio Hijo, el Santo de Israel, — ciertamente no podía existir nadie tan malo como para no ser recibido por Él. Él vino a salvar "a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1: 21, no a encontrar a un pueblo que no tuviese pecado. Él vino con toda autoridad para salvar: Él mostró gracia mediante la familia misma de la cual Él se complació de ser un — o más bien, el, "Renuevo". Dios nunca se confunde; y tampoco se confunde, por medio de la gracia, aquel que cree debido a que él descansa en lo que Dios es para él. Nosotros nunca podremos ser algo para Dios hasta que sepamos que Dios lo es todo para nosotros y por nosotros. Pero, cuando conocemos a un Dios y Padre como el que Jesús nos Lo revela, por una parte lleno de bondad, y por la otra sin ninguna tinieblas en Él en absoluto, ¿qué no podemos esperar nosotros de Él? ¿Quién no podría nacer ahora de Dios? ¿A quién podría rechazar un Dios así? Tal indicio en Mateo 1 abre el camino para las maravillas de la gracia que aparecen después. En un sentido, ningún hombre tiene una posición tal de antiguos privilegios como el Judío; sin embargo, incluso en lo que respecta al Mesías, este es el relato que el Espíritu Santo presenta de Su linaje. Nadie se jactará en la presencia del Señor. (1ª Corintios  1: 29).

 

Pero eso no es todo. Leemos, "Fares engendró a Esrom,… Salmón engendró, de Rahab, a Booz". (Mateo 1: 3-5 – VM). ¿Y quién, y qué era ella? Una Gentil, ¡y una vez ramera! Pero Rahab es sacada de todas sus pertenencias, — es separada de todo lo que era su porción por naturaleza. Y aquí está ella, en este evangelio de Jesús escrito para el Judío, — para la misma gente que Le despreciaba a Él y Le aborrecía porque tomaba en consideración a una Gentil. Rahab ya fue nombrada para el cielo, y ningún Judío podía negarlo. Fue visitada por Dios; fue liberada exterior e interiormente por Su gracia poderosa, fue introducida y convertida en parte de Israel en la tierra, — sí, por gracia soberana, fue convertida en parte de la línea real de la que debía salir el Mesías, y de la cual, de hecho, nació Jesús, el cual es "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos". (Romanos 9: 5). ¡Oh, qué maravillas de la gracia alborean sobre nosotros mientras ahondamos incluso en la mera lista de nombres que la incredulidad menospreciaría como un apéndice seco, si no incorrecto, de la palabra de Dios. Pero la fe dice: «no puedo prescindir de la sabiduría de Dios.» Ciertamente Su sabiduría resplandece en todo lo que Él ha escrito aquí. "El que se gloría, gloríese en el Señor".

 

¿Se podría pensar que Rahab fue llamada en alguna época lejana? Pero no. Pues leemos, "Salmón engendró de Rahab a Booz; y Booz engendró de Rut a Obed; y Obed engendró a Isaí; e Isaí engendró al rey David". (Mateo 1: 5, 6 – VM). Rut, afectiva como ella era, para un Judío ella era de una fuente peculiarmente odiosa. Ella era una moabita y por lo tanto la ley le prohibía entrar en la congregación de Jehová hasta la décima generación. Incluso el edomita o el egipcio eran considerados menos aborrecidos y sus hijos podían entrar en la tercera generación- (Deuteronomio 23: 3-8). Fue presentado así un testimonio aún más profundo de que la gracia saldría a relucir y bendeciría a lo peor de los Gentiles. Les guste o no a los Judíos, Dios hizo entrar a Rahab, la Gentil otrora inmoral, y a Rut, la hija mansa de Moab, no sólo en la nación, sino en la línea directa de la cual iba a surgir el Mesías.

 

"E Isaí engendró al rey David. Y David engendró a Salomón de aquella que había sido mujer de Urías".  Mateo 1: 6 – VM). Con sólo unas pocas generaciones de por medio nosotros tenemos a estas tres mujeres que, por uno u otro motivo, moral o ceremonial, habrían sido totalmente despreciadas y excluidas por el mismo espíritu que rechazó a Jesús y la gracia de Dios. Entonces, no se trató de un pensamiento nuevo: era la misericordia divina que se extendía para recoger a los parias de los Gentiles, que tenía en consideración a los viles para liberarlos y hacerlos santos. Se trató de los modos en que Dios obraba desde antaño. Ellos no podían leer el relato que Él hace de la estirpe del propio Mesías de ellos sin ver que ello era así. Y ningún Judío podía negar que éste era el canal divinamente prescrito. Todos debían admitir que el Mesías no había de venir por otra línea que la de Salomón. ¡Oh, la gracia para con nosotros que sabemos lo que hemos sido como pobres pecadores de los Gentiles, qué desdicha era la nuestra, y esto debido a la culpa y al pecado! Leemos, "Y esto erais algunos de vosotros: mas habéis sido lavados, mas habéis sido santificados, mas habéis sido justificados, en el nombre del Señor Jesucristo, y por el Espíritu de nuestro Dios". (1ª. Corintios 6: 11 – VM).

 

Por lo tanto, las primeras palabras que presentan al Mesías presentan la misma verdad bienaventurada, si había un oído para oír, o un ojo para ver, lo que Dios tenía reservado y estaba ahora haciendo notar en ellos. En el último caso mencionado hubo algo más humillante que en cualquier otro. Porque aunque desde antaño la historia de Tamar había sido desdichada, aun así había otros rasgos, falsos y lujuriosos y violentos, que coincidían en el caso de la que había pertenecido a Urías. Y esto era tanto más funesto debido a que la culpa principal recaía en aquel hombre a quien Dios se había complacido en honrar, a saber, el "rey David". ¿Quién no sabe que ello ha extraído la confesión personal de pecado más profunda y conmovedora jamás inspirada por el Espíritu de Dios? (Salmo 51). Sin embargo, aquí también encontramos que aquel que tuvo que ver con esta historia de horrores, y que pronunció este salmo de dolorida confesión, fue el antepasado directo del Mesías. De modo que, si el Judío consideraba a aquellos de quienes había surgido el Mesías, así debía ser Él según Sus antepasados terrenales. Pero Dios registra la exhibición bienaventurada de Sus modos de obrar, tanto para ganar a los más duros, a los más soberbios y a los más pecadores, como para el indefectible consuelo y refrigerio de aquellos que Le aman.

 

No necesito explayarme particularmente en los nombres que siguen. Podríamos ver pecado sobre pecado, mancha sobre mancha, entretejidos en sus diversas historias. Se trató de  una serie continua de sucesos de aquello que haría sonrojar a un Judío, — de lo que un hombre nunca se hubiera atrevido a sacar a relucir acerca de un rey al que él honrase. Dios, en su infinita bondad no permitió que estas cosas permanecieran aletargadas. No se dice ni una palabra acerca de las mujeres que vinieron después de que terminara el registro de las Escrituras; pero, ¿qué Judío podría refutar las palabras de vida encomendadas a ellas? Dejar afuera aquello de lo cual un Judío se jactaba, e introducir lo que él hubiese ocultado por vergüenza, y todo en tierna misericordia hacia Israel, hacia los pecadores, fue ciertamente divino. Podemos ver de esto que la mención de estas cuatro mujeres es particularmente instructiva.

 

El hombre no podría haber originado esto: y nuestro lugar es aprender y adorar. Cada mujer que es nombrada es una mujer que la naturaleza habría excluido deliberadamente del registro; pero, la gracia las hizo más prominentes en él. Por lo tanto, la verdad que es enseñada de este modo no debe ser olvidada jamás, y el Judío que quisiera conocer las afirmaciones de Jesús acerca de que Él es el Mesías podría enterarse aquí de lo que prepararía su corazón y su conciencia para un Mesías como lo es Jesús. Él es un Mesías que viene en busca de pecadores, que no desprecia a ningún necesitado, — ni siquiera a un pobre publicano o a una ramera. El Mesías reflejó tan completamente lo que Dios es en Su amor santo, fue tan fiel a todos los propósitos de Dios, fue una expresión tan perfecta de la gracia que hay en Dios, que nunca hubo un pensamiento, o un sentimiento, o una palabra de gracia en Su palabra, excepto acerca de lo que el Mesías venía ahora a hacer realidad en Su trato con las pobres almas y, en primer lugar, con un Judío.

 

Esta es, entonces, la genealogía de Cristo tal como nos es presentada aquí. Hay ciertas omisiones en la lista, y personas de cierta erudición han sido igualmente débiles y osadas como para imputar al apóstol Mateo un error que ningún alumno de escuela dominical inteligente habría cometido. Porque un niño copiaría  lo que estuviera claramente escrito ante él; y ciertamente Mateo podría haber tomado fácilmente el Antiguo Testamento y haber reproducido la lista de nombres y generaciones que nos presentan los libros de las Crónicas y otros lugares. Pero hubo un motivo divino para omitir los nombres particulares de Ocozías, Joás y Amasías del versículo 8: tres generaciones. Se nos puede permitir inquirir, ¿«Por qué motivo el apóstol Mateo suprime, obviamente por inspiración, algunos de los eslabones de la cadena?» El Espíritu de Dios se complació en organizar la ascendencia de nuestro Señor en tres divisiones de catorce generaciones cada una. Ahora bien, como en realidad hubo más de catorce generaciones entre David y el cautiverio, fue un asunto necesario que algunos fuesen descartados para igualar la serie, y por lo tanto sólo son registradas catorce. De hecho, si ustedes examinan las Escrituras del Antiguo Testamento se encontrarán con que no es poco común que en las genealogías sean descartados algunos de los eslabones de la cadena. Más del doble que en nuestro versículo son omitidos en un solo lugar. (Esdras 7: 3). Ahora bien, fue el propio Esdras quien escribió ese libro y, obviamente, él conocía su propia ascendencia mucho más familiarmente que nosotros. Y si cualquiera de nosotros, mediante una comparación con otras partes, puede encontrar los eslabones perdidos, mucho más podía él. Y sin embargo, al presentar su propia genealogía (Esdras 7), el Espíritu de Dios se complace en omitir no menos de siete generaciones. Esto es aún más destacable ya que nadie podía ejercer sus derechos como sacerdote a menos que pudiera remontar su línea hasta Aarón sin ninguna duda en cuanto a la sucesión. No me cabe duda de que no hubo menos motivos especiales para la omisión en otros lugares que en nuestro Evangelio; pero los motivos para ello son un asunto muy diferente. Yo he nombrado uno de ellos. Hubo más de dos veces catorce generaciones en al menos la segunda división; y este puede haber sido un motivo para que el escritor omitiera varias de ellas. Pero, ¿por qué éstas en particular? Atalía, la hija de Acab, rey de Israel, y esposa de Joram, había entrado mediante matrimonio en la casa real de David; y fue una hora dolorosa para Judá. Pues Atalía, enfurecida por el prematuro fin de su hijo, el rey Ocozías, fue culpable de un intento demasiado exitoso de destruir el linaje real. Pero ello no pudo ser completado; porque esa familia fue seleccionada, de entre todas las familias del pueblo de Dios, para no extinguirse nunca del todo hasta que viniera Siloh. (Génesis 49: 10).  No había más que un solo descendiente joven, a quien Josaba (o Josabet) salvó ocultándolo en la casa del Señor. (2º Reyes 11: 1-3; 2º Crónicas 22: 10-12). La luz fue cubierta con un almud durante un tiempo, pero no fue apagada. El que era en aquel entonces hijo de David apareció. Se trató de una época en que Judá había caído en un mal múltiple y cada vez más profundo. Pero, tan ciertamente como aquel joven Joás fue sacado de sus tinieblas, — tan ciertamente como el sacerdote estuvo allí para ungir al rey y la unión de las dos cosas cumplió el gran propósito de Dios, así será cuando los años de la rebelión del hombre contra Dios se cumplan. Saldrá Aquel que ha estado oculto y olvidado durante mucho tiempo, y todos los enemigos serán hollados; y entonces Judá florecerá realmente bajo el Rey, el verdadero Hijo de David. Porque todo esto fue un tipo de la reaparición del verdadero Mesías en breve. Pero mi intención no es  explayarme ahora en eso tanto como lo es indagar y sugerir brevemente el motivo por el cual estos pocos reyes son omitidos. La respuesta parece ser que ellos surgieron de Atalía. Por lo tanto, ellos fueron completamente pasados por alto. Nosotros encontramos a Dios indicando así Su disgusto ante la introducción de esa estirpe malvada e idólatra de la casa de Acab. Los descendientes de Atalía no son mencionados ni siquiera hasta la tercera generación. Este parece ser el motivo moral por el cual encontramos tres personas excluidas en este punto en particular. Luego, en el versículo 11 leemos: "Y Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia". Es evidente que el método es sumario, pues Joacaz, a quien el pueblo hizo rey, y que reinó sólo tres meses no es especificado, y Joacim a menudo es llamado por el mismo nombre que su hijo Jeconías.

 

Pero, no ahondaré en los rasgos más minuciosos de la genealogía. La palabra de Dios es infinita; y, con independencia de lo que nosotros podamos haber aprendido, ello sólo nos coloca en situación de descubrir nuestra ignorancia. Cuando las personas están totalmente en la oscuridad, ellas creen que saben todo lo que hay que saber. Pero, a medida que de verdad avanzamos nosotros adquirimos un sentido más profundo de lo poco que sabemos y, al mismo tiempo, más paciencia con otros que pueden saber un poco menos y, muy posiblemente, algo más. La inteligencia o entendimiento espiritual, en lugar de envanecer el corazón que ama produce un sentimiento cada vez mayor de nuestra propia pequeñez. Cuando ello no es así, tenemos razones para temer que la mente sobrepase a la conciencia y que ambas estén lejos de estar sujetas al Espíritu Santo.

 

Las generaciones están divididas en tres diferentes secciones. La primera es desde Abraham hasta David, el amanecer de la gloria para los Judíos. Cuando David "el rey" estuvo allí, él fue el mediodía en Israel, — un mediodía  tristemente lleno de altibajos, es cierto, y entenebrecido por el pecado; pero, aun así se trató del mediodía del día del hombre en Israel. La segunda división es desde allí hasta el traslado a Babilonia. La tercera es desde aquel cautiverio hasta Cristo. Esta última división fue claramente la historia del atardecer del pasado de Israel. Pero ese atardecer no es el final de dicha historia. Ella finaliza con la luz más resplandeciente de todas, — un tipo del día en que al atardecer habrá luz. Así como el profeta Hageo habla de que la casa de Dios, tal como era entonces, no era nada en comparación con su gloria primera, y dice: "La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Hageo 2: 9), así también, "Uno mayor que Salomón" estaba aquí. (Mateo 12: 42 – VM). Aunque el esplendor de Israel había decaído, e Israel estaba ahora quebrantado y sometido a los Gentiles, la decadencia registrada finaliza en el nacimiento del verdadero Mesías. A lo largo del prolongado cautiverio ninguna persecución pudo destruir esa familia escogida; porque Jesús, el Mesías de Dios, iba a nacer de ella. En el momento que Jesús concluye Su carrera aquí abajo, la cadena puede parecer rota para siempre en lo que se refiere a la tierra, pero ello es sólo para ser, por así decirlo, roblonada al trono de Dios en el cielo. Jesús está allí, vivo de nuevo para siempre. Y Jesús vendrá de nuevo y los Judíos verán y llorarán, incluso los que están escritos en el libro; y Jehová, Rey de ellos, a saber, Jesús, segará con regocijo lo que Él sembró con lágrimas y con Su propia sangre.

 

Pero, consideremos un rato el resto de la perspectiva presentada a nosotros de nuestro Señor Jesús en este capítulo. A José le es dada mucha prominencia. La genealogía es, en sí misma, la de José, no la de María. Por otra parte, María es la figura principal de ellos dos en Lucas, y yo creo que allí la genealogía es la de ella. ¿A qué se debe esto? Para un Judío era necesario que Jesús fuese el heredero de José. El motivo es que José era el descendiente directo de la rama real de la casa de David. Hubo dos líneas que llegaron ininterrumpidamente hasta aquellos días, — a saber, la casa de Salomón y la casa de Natán. María era la representante de la familia de Natán, así como José lo era de la de Salomón. Si María hubiese sido mencionada sin su conexión con su marido, no habría existido un derecho legal al trono de David. Era necesario que el Mesías naciera, no simplemente de una virgen, ni de una hija virgen de David, sino de una virgen unida legalmente a José, es decir, que ante los ojos de la ley ella fuese realmente su esposa. Esto está registrado cuidadosamente aquí para enseñanza especial de Israel; porque un Judío inteligente habría formulado inmediatamente esa pregunta, y todo debía ser vallado con celos santos. Que las personas calumnien como puedan, María debía estar desposada con José; de lo contrario, el Señor Jesús no tendría un título apropiado para el trono de David, y, por lo tanto, el énfasis aquí no es puesto sobre María sino sobre José, porque la ley siempre habría mantenido el derecho de José. Por otra parte, si José hubiera sido el padre verdadero, no hubiese podido haber ningún Salvador en absoluto. Tal como ello es, la maravilla de la sabiduría divina resplandece de manera muy conspicua haciendo que Él sea legalmente el hijo de José, realmente el hijo de María, el cual en la verdad de Su naturaleza es el Hijo de Dios. Y estas tres cosas se encontraron y fusionaron en la persona de Jesús de Nazaret. Él debía ser el heredero indiscutible de José según la ley, y José estaba desposado con María. El niño debía nacer antes de que José viviera con María como esposa, y esto nos es mostrado aquí cuidadosamente.

 

Leemos ahora, "Y el nacimiento de Jesucristo [véase nota 4] fue como sigue. Estando su madre María desposada con José, antes de que se consumara el matrimonio, se halló que había concebido por obra del Espíritu Santo. Y José su marido, siendo un hombre justo y no queriendo difamarla, quiso abandonarla en secreto. Pero mientras pensaba en esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor", etcétera. (Mateo 1: 18-20 - LBA). Aquí el ángel se le aparece a José en sueños. En Lucas el ángel se le aparece a María. En Mateo es así porque José era la persona importante ante los ojos de la ley; y sin embargo, el Mesías no debía ser, en realidad, hijo de José. Todo el ingenio del hombre no podría haber entendido de antemano estos modos de obrar; todo su poder no podría haber organizado las circunstancias. Si la ley exigía que Jesús fuera el heredero de José, el profeta exigía que Él no fuera hijo de José, sino de una virgen. Dios humillándose a Sí mismo era la necesidad del hombre; el hombre exaltado era el consejo de Dios. ¿Cómo se iba a unir y reconciliar esto, y mucho más, en una sola persona? Jehová-Jesús es la respuesta. Leemos, "Un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es". (Mateo 1: 20).

 

[Nota 4]. Muchas versiones antiguas sólo tienen, "Cristo", o, "el Cristo", en este versículo.

 

Dios responde a los escrúpulos del israelita piadoso y da a conocer esa muy distinguida honra que Él había puesto sobre María bajo una apariencia que durante un tiempo la había confundido y angustiado. Ella era la virgen misma que Dios había predicho cientos de años antes (véase Isaías 7: 14), — y leemos: "Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS". También aquí José iba a ser el que actuara públicamente, mientras que en Lucas (Lucas 1: 31) María es la que nombra. La diferencia surge del punto de vista que el Espíritu Santo nos presenta de la persona de nuestro Señor en los dos Evangelios. En Lucas Él estaba demostrando que Jesús, aunque divino, era muy hombre, — un participante de humanidad pero sin pecado. En nuestro caso se trata de una naturaleza humana pecaminosa; en el caso de Él, era santa. Por eso, al hablar de Él simplemente como hombre, en Lucas se dice: "Por lo cual también lo santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios". (Lucas 1: 35 – RV1977; RV1865). Así pues, Él fue verdadera y propiamente un hombre, — el hijo de Su madre virgen; y como tal, Él también es llamado el Hijo de Dios. En el Evangelio de Lucas demostrar Su santa cualidad de hombre fue un gran asunto; mostrar cuán plena y adecuadamente Él podía ser un Salvador de los hombres y asumir las aflicciones y la miseria, y en la cruz padecer por la pecaminosidad de los demás, — Él mismo, el Santo. Él era el Hijo de Dios, el cual había tomado realmente naturaleza humana en Su propia persona, el cual era perfecta y realmente un hombre tanto como cualquiera de nosotros; pero un hombre sin pecado, pero santo, y no meramente inocente. Adán era inocente; Jesús fue santo. La santidad no significa mera ausencia de mal sino poder interior según Dios y, por lo tanto, poder para resistir el mal. Cuando Adán fue tentado, él cayó. Jesús fue probado por todas las tentaciones y Satanás agotó sus asechanzas en vano. Sin embargo, todo esto es muy adecuado para el Evangelio de Lucas donde se muestra por ello que la humanidad propiamente dicha de Jesús emanó de Su nacimiento (es decir, de Su madre). Su derecho legal al trono de David emanó de José, y en consecuencia, José es el personaje prominente en el Evangelio de Mateo.

 

Pero Él tenía un título mayor que cualquiera que José podía transmitir incluso desde David o Abraham; y esto debía ser atestiguado en Su nombre, Su humilde nombre de Jesús, Jehová, el Salvador. "Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". El pueblo de Jehová era Su pueblo; y Él debía salvarlos, no sólo de sus enemigos, sino de sus pecados. ¡Qué testimonio rendido a Él y para ellos! Bienaventurado es que cualquier alma pecadora lo oiga; ¡cuán especialmente necesario para un pueblo entonces hinchado con desmesuradas esperanzas de engrandecimiento terrenal en su esperado Mesías!

 

Asimismo aquí, y sólo aquí y no en cualquiera de los Evangelios, es donde nosotros oímos hablar de Jesús como "Emanuel". Esto es igualmente instructivo y hermoso, porque el Judío era propenso a olvidarlo. ¿Buscaba el Judío un Mesías divino, uno que fuera tanto Dios como hombre? Ni mucho menos. Comparativamente, pocos Judíos esperaban algo tan asombroso como esto. Ellos deseaban con vehemencia y esperaban un rey poderoso y conquistador, pero aun así, un simple hombre. Pero aquí encontramos que el Espíritu Santo, por medio de Isaías, un profeta propio de ellos, además de hablar de Él como hombre, se encarga de mostrar que Él era mucho más que hombre, que Él era Dios. (Mateo 1: 22, 23, compárese con Isaías 7: 14). Sólo Mateo saca a relucir este claro testimonio del gran profeta evangélico, — a saber, "Dios con nosotros". Tan perfectamente proveyó Dios para estos pobres Judíos, y desarrolló los descuidados gérmenes de sus profecías, y reflejó luz en las partes oscuras de la ley de ellos; de modo que si un Judío rechazaba al Mesías, él lo hacía para su propia ruina eterna. Entonces, además de ser el hijo de David y Abraham, Él era "Dios con nosotros". Tal era el verdadero Mesías, y tal el testimonio presentado a Israel. ¿Podían ellos rechazar la historia de Mateo si recibían la profecía de Isaías? En vano honraban ellos a Dios, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. (Mateo 15: 9).

 

"Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS". (Mateo 1: 24, 25). Algunos de los mejores manuscritos (el Códice Sinaítico, el Códice Vaticano, etcétera) omiten, "su hijo primogénito", y presentan sencillamente, "un hijo". Pero no hay duda que estas palabras son genuinas en Lucas 2: 7, de donde pueden haber sido introducidas aquí. La forma más corta me parece suficiente para el propósito de nuestro evangelista.

 

Nosotros hemos estado verificando lo que habría sido de peculiar interés para un Judío; pero que nosotros podamos encontrar también la bienaventuranza de estas verdades para nuestras propias almas. Todo lo que exalta a Jesús, todo lo que exhibe la gracia de Dios y derriba la soberbia del hombre está colmado de bendiciones para nosotros. Mediante la  bendición de Dios, siguiendo estas lecciones aún más lejos, nosotros encontraremos de qué manera la sabiduría de cada una de Sus palabras queda justificada mientras atendemos a este testimonio tan ilustre de Jesús el Mesías, de Su rechazo por parte de Israel, y de las bendiciones que de allí emanan para nosotros, una vez pobres Gentiles.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

RV 1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 2

 

Creo que en el capítulo que tenemos ante nosotros encontraremos abundante confirmación del relato que ya he presentado acerca del designio especial del Espíritu Santo por medio de Mateo. Es decir, nosotros veremos pruebas de que hay una presentación muy cuidadosa de Jesús como el verdadero Mesías de Dios, y de Su rechazo como tal por parte de los judíos; y que Dios, al mismo tiempo, aprovecha la caída de Israel para llevar a cabo propósitos más amplios y profundos.

 

El primer incidente mismo del capítulo lo ilustra. Jesús nació. No nos encontramos con los mismos hechos interesantes de los primeros días de la infancia de nuestro Señor que nos son presentados en Lucas: todo es pasado por alto aquí, excepto que tenemos presentados: a Cristo como nacido en Belén de Judea, la adoración de los Magos de Oriente, y la huida a Egipto. El primer hecho que el Espíritu Santo nos presenta aquí es el hecho lamentable de que no había corazón para el Mesías en Israel. Y esto fue demostrado por las circunstancias más significativas. "Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle (o tributarle homenaje)". No se nos dice cuán pronto fue esto después de Su nacimiento. Sin duda había transcurrido un tiempo considerable. Las personas a menudo se engañan en cuanto a esto al considerar la escena a través de las nociones de la infancia de ellas. Todos hemos visto las imágenes del Niño en el pesebre, y «tres reyes» entrando para adorarle. Pero, la verdad es que el Señor no había nacido recién cuando los Magos llegaron, tal como tales asociaciones de ideas podrían transmitir. Para conocer Su condición más temprana en este mundo debemos consultar el evangelio de Lucas, no el de Mateo.

 

Es cierto que algunos podrían obtener una impresión errónea al leer el versículo 1 en nuestra común versión Reina-Valera 1960, a saber, "Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes". Esto no insinúa que la visita se produjo inmediatamente después del nacimiento de nuestro Salvador, sino que deja espacio para un tiempo más o menos considerable después. Lo leído significa simplemente que, después de Su nacimiento, vinieron estos orientales: pues podrían haber transcurrido muchos meses o más de un año. Lo que confirma esto es que los magos habían visto por primera vez la estrella en el oriente y muy probablemente en el momento del nacimiento de nuestro Señor. Después de ver la estrella es algo obvio que ellos tuvieron que hacer muchos preparativos antes de poder partir, y luego tuvieron que recorrer un largo camino; y viajar en aquellos días era un asunto duro y tedioso en las partes orientales del mundo. Incluso, cuando ellos llegan a Judea, suben primero a Jerusalén para indagar allí. Todo esto supone necesariamente un lapso de no poco tiempo. Sus preguntas son respondidas por los escribas. Herodes, al enterarse, se turba, y toda Jerusalén con él. Él convoca a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, y les pregunta dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dicen que en Belén de Judea, tras lo cual llama a los magos y los envía allí. Todo esto ocurrió antes de la escena en la cual ellos adoran.

 

"Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño". (Mateo 2: 9). Nosotros no debemos imaginar, según las nociones tradicionales, que la estrella los había conducido por el camino hasta Jerusalén. Ellos la vieron en el oriente, y relacionaron la visión con el Mesías prometido; porque en aquel tiempo las profecías sobre Su pronta aparición habían sido difundidas por una parte considerable del mundo entonces conocido. Muchos gentiles Le esperaban, especialmente en el oriente. Y los más importantes y más opuestos en occidente estaban al tanto de tales esperanzas. El último hombre que fue conocido en el oriente como profeta, antes que los gentiles fueran quebrantados en presencia de Israel, fue Balaam. Sin duda él fue un hombre inicuo; pero Dios aprovechó su persona para pronunciar las más notables predicciones de la gloria venidera de Israel. Y esa profecía misma había concluido con una referencia a la Estrella que saldría de Jacob. (Véase Números, capítulos 22 a 24). Y ahora, después de haber transcurrido muchos cientos de años, los vestigios de esta profecía aún perduraban entre los hijos del oriente. También es improbable que las profecías de Daniel en Babilonia, especialmente la de las setenta semanas, etcétera, pudieran ser desconocidas, considerando la posición de él y los extraordinarios acontecimientos de su época. Nosotros podemos entender que estas profecías no sólo serían atesoradas por los hijos de Israel, sino que el conocimiento de las mismas podría difundirse, especialmente en aquellas tierras. Gran parte de sus profecías podrían no haber sido comprendidas claramente. Sin embargo, ellos esperaban que surgiera un personaje maravilloso, — que saliera una estrella de Jacob, y se levantara un cetro de Israel.

 

Así pues, cuando estos forasteros vieron la estrella, ellos se dirigieron a Su ciudad capital tradicional, a saber, Jerusalén. Está claro que la estrella fue una especie de meteoro. Cuando ella resplandeció en el oriente, ellos pusieron el hecho de este notable fenómeno junto con las expectativas del rey venidero. Y esto más aún porque los orientales eran grandes observadores de los cielos y, por lo tanto, estaban más atentos a cualquier aparición poco común. Es posible que ella haya traído a la memoria la profecía de Balaam. Es cierto que ellos partieron pronto hacia Jerusalén, lugar donde el informe universal entre los gentiles sostenía que el gran Rey iba a reinar. Habiendo ellos llegado allí, Dios les sale al encuentro; y es notable cómo Él lo hace. Es por medio de Su palabra, y Su palabra interpretada por aquellos que no tenían el más mínimo interés de corazón en el Mesías. La interpretación de ellos fue muy correcta; sabían dónde había de nacer el Mesías. Los Magos probablemente pensaron que Jerusalén iba a ser el lugar; pero los escribas les dijeron que Belén era el lugar de nacimiento predicho. Es lamentable que los mismos hombres que pudieron responder tan pertinentemente mostraron el hecho no menos solemne, porque es un hecho común, de que es posible tener una medida de conocimiento claro de las Escrituras ¡y al mismo tiempo no tener amor por Aquel de quien todo da testimonio! En cuanto a los Magos, por muy ignorantes que ellos fueran, y aunque estuvieran en la oscuridad en cuanto a otras cosas, el deseo de ellos fue verdadero, y Dios prevaleció sobre todo. En efecto, mediante estos gentiles Él envió un testimonio a Jerusalén en cuanto al nacimiento del Mesías. Dios sabía cómo llevar a cabo esto y reprender, a través del testimonio de ellos, a aquellos que debiesen, sobre todo, haber velado por su propio Mesías y debiesen haberle aclamado. Si hubo una reina que vino de las partes distantes de la tierra para ver al rey Salomón y oír su sabiduría, el cual fue un tipo de Cristo, así fue en este caso. El Espíritu Santo obró en y para estos peregrinos de un país lejano para traerlos a la presencia del verdadero Rey. Los escribas pudieron responder las preguntas pero el Mesías no les importaba, y fue por Él por Quien vinieron estos magos. Esto determina de inmediato el terrible estado en que se encontraba Jerusalén. El efecto de las noticias de que el Rey de Dios había nacido es que, en lugar de buscar al Prometido, en lugar de llenarse ellos de gozo al oír hablar de Uno a quien no habían buscado, todos se turbaron, desde el rey hacia abajo. Más particularmente, como nos enteramos aquí, los principales sacerdotes y los escribas son aquellos cuyo estado demuestra la absoluta impasibilidad de la nación. Ellos tenían suficiente conocimiento religioso, tenían la llave en su mano, pero no tuvieron corazón para entrar.

 

"Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella". (Mateo 2: 7). Yo llamo a prestar atención a eso, lo cual confirma lo que dije anteriormente. Fue después de la diligente indagación del rey a los sabios que él estableció en su propia mente en qué momento debió haber nacido el Niño. Cuando ellos, advertidos por Dios, se retiraron en lugar de regresar a Herodes, éste envió la cruel orden de matar a los niños que había en Belén y en todos sus alrededores "menores de dos años", — pues él dedujo de manera natural que había existido un lapso considerable de tiempo entre el nacimiento de Cristo y la emisión de su inicua orden.

 

Si pasamos al Evangelio de Lucas veremos la importancia de esto. Tenemos allí a nuestro Señor nacido, como muestra Mateo, en la ciudad de David; pero aquí en Lucas se nos dicen las circunstancias que explican esto, pues Belén no era el lugar donde María y José vivían habitualmente. Belén era una aldea a la que ellos acudieron debido a la orden del emperador romano que había promulgado un decreto para que todo el mundo fuera censado, o inscrito. Ellos, siendo de la familia real de los judíos, van a Belén, que era la ciudad de David. De este modo, Dios hizo que se llevara a cabo el cumplimiento de la profecía de Miqueas mediante el decreto de César Augusto. Nada estuvo más lejos del pensamiento del Romano que el resultado que su decreto iba a favorecer, — a saber, el nacimiento del Mesías en el lugar mismo donde la profecía lo intimaba. Parece que el censo no se llevó a cabo en aquel entonces sino que sólo se inició, y luego se detuvo durante algún tiempo. Porque en Lucas 2:2 se dice, "Este empadronamiento primero fue hecho siendo Cirenio gobernador de Siria". (Lucas 2: 2 – BJS, RV1602P, RV1865, VM), lo cual ocurrió varios años después. Las personas, al no entender esto, llegaron a la conclusión de que hubo un error en Lucas. Ellos sabían que el gobierno de Cirenio en Siria fue posterior a la natividad de Cristo, y dedujeron demasiado apresuradamente que nuestro evangelista trabajó bajo la impresión de que la subida de José y María a Belén tuvo lugar en su época. Pero, yo creo que son ellos los que se equivocan. El decreto de César Augusto no entró en plena vigencia o en pleno efecto hasta entonces. Cuando fue dada la orden de empadronamiento, sólo fue suficientemente llevada a cabo para inducir a José y María a subir a la ciudad de su linaje; y eso fue suficiente. El objetivo de Dios se cumplió. José y María fueron allí y mientras estaban allí se cumplieron sus días de alumbramiento y dio a luz a su Hijo primogénito, y "lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre". (Lucas 2: 6, 7). Tenemos aquí una escena totalmente diferente de lo que tuvimos en Mateo, aunque esto también fue en Belén. Con toda probabilidad, ellos hicieron más de una visita al lugar. Belén no estaba lejos de Jerusalén y sabemos que ellos iban allí todos los años a la fiesta de la Pascua. Yo no veo ningún motivo para dudar que la visita de los Magos tuvo lugar en otra visita de los padres a Belén.

 

Presten ustedes atención a la manera en que las circunstancias registradas en Mateo difieren de las de Lucas.

 

En Mateo, Jerusalén está toda turbada por las noticias del nacimiento del Mesías, mientras los forasteros venidos desde lejos suben a rendir homenaje al Rey de los judíos. Ellos habían visto Su estrella; sabían que se trataba del Rey prometido, y ahora vienen a adorarle. Ellos llegan a Jerusalén y cuando salen de ella, yendo ellos camino de Belén, vuelven a ser animados por Dios. La estrella que habían visto antes en el oriente volvió a aparecer y fue delante de ellos hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño, — siendo esto una clara evidencia de que la estrella no los había acompañado durante todo el camino. Y nosotros encontraremos que es verdad en nuestra propia experiencia que donde actuamos en sencilla obediencia encontramos todo lo que es necesario. Dios siempre tiene especial cuidado de aquellos que son fieles a la luz, aunque sea muy poca; mientras que nada es más aborrecible para Él que las grandes pretensiones de tener luz sin ningún corazón para la luz verdadera, la cual es Cristo.

 

Podemos observar que, de los considerados como padres, José es siempre la persona prominente aquí, tal como en el capítulo 1. La visión del versículo 13 fue para José. Sin embargo, los Magos, "al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron", no la adoraron a ella. El homenaje de ellos fue para Él. "Y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra". Ellos Le reconocieron, como pobres forasteros cuya mayor honra era ser reconocidos por Él. Jerusalén está fuera de todo esto. Un usurpador estaba allí; un edomita gobernaba. Y así como cuando Cristo regrese de nuevo a la tierra habrá un falso rey en Jerusalén bajo la influencia de los poderes occidentales, y en combinación con los jefes religiosos de Israel, así fue en Su primera venida. Todo se opuso por completo al reconocimiento de Jesús.

 

En Lucas nosotros tenemos otro orden de cosas. No se trata tanto de uno reconocido como rey , aunque Él lo era, sino que a Él se Le ve allí en la condición más humilde posible. Las personas que Le reconocen son pastores judíos, a quienes se les dio a conocer la noticia desde el cielo. Las huestes celestiales cantan, — los corazones de los pastores se deleitan en los modos de obrar de Dios, en el Salvador, — pues Él les había sido anunciado como tal: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre". (Lucas 2: 11, 12).  Este fue el comienzo mismo de la vida de nuestro bendito Señor aquí abajo, lo cual de manera evidente tuvo lugar inmediatamente después de Su nacimiento. El episodio del homenaje rendido por los Magos fue muy posterior. No existe el más mínimo motivo para confundir las dos ocasiones. Cada Evangelio es fiel a su propósito especial. En Mateo se trata de Sus derechos reales sobre Israel y sobre los gentiles; en Lucas tenemos la humildad perfecta desde Su nacimiento mismo, el Salvador-Hijo del Hombre; el interés del cielo en el nacimiento del Cristo Señor despreciado en la tierra, y esos pobres del rebaño cuyos corazones son despertados para recibir a este Bendito, — la expresión, el medio y la sustancia de la gracia divina. "He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo", y esto se refiere a los judíos. Después aparece un círculo mucho más amplio, pero todavía no va más allá de los judíos. Al judío primeramente, fue el orden divino.

 

¡De qué manera tan hermosa armonizan estos diversos relatos con los Evangelios en los que se encuentran! En el primero, el Rey, nacido algún tiempo antes, es visto en Belén, pero nadie le da la bienvenida, salvo los forasteros de Oriente. De la lectura de Mateo nosotros no debiésemos estar enterados, en lo más mínimo, del reconocimiento del Salvador hasta el momento de la llegada de ellos. Por el contrario, cuando el primer soplo de estas noticias llega a Jerusalén, la consternación fue el resultado en todos. El rey, los sacerdotes, los escribas, todos están en estado de agitación. No había corazón para Jesús. Pero Dios siempre tendrá un testimonio. Si los judíos no Le aceptan, vienen los gentiles; y la gracia es lo que efectúa esto. Los judíos incrédulos dicen a los Magos dónde debía nacer el Rey. Ellos de inmediato actúan en consecuencia y el Señor, encontrándose con ellos en el camino, los pone en presencia del verdadero Rey, a quien ellos presentan sus presentes. Se trata del Mesías de Israel, pero rechazado por Israel desde Su mismo nacimiento. Jerusalén está con el falso rey y no tienen interés por recibirle. Los que eran despreciados como perros, a quienes los propios judíos tuvieron que enseñar las primeras lecciones de la profecía, tienen la gloria de ser los verdaderos reconocedores de las reivindicaciones del Mesías. ¡Cuán humillante! Se trata del Mesías venido y reconocido por los confines de la tierra; pero despreciado y rechazado por Su propia nación. "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). Fue importante que Israel Lo supiera. Aquí, a través de los primeros de los Evangelistas, que los de Israel se enteren que ello no surge por ninguna falta de evidencia por parte de Dios. ¿Cómo lo supieron estos gentiles? ¿Y dónde estaban los judíos todo este tiempo, que no habían reconocido a su propio Mesías? Fue una terrible historia, pues la verdad era la más extraña de todas las cosas en sus oídos. Así es el modo de obrar de Dios: Él da testimonio, pero al hombre le desagrada porque dicho testimonio es de Dios. La dificultad fue reconocer la persona de Cristo. Ver en las Escrituras que el Rey de ellos había de nacer en Belén de Judá, era cosa fácil; ello no ponía a prueba la conciencia, ni el corazón. Pero, admitir que Aquel ignorado y despreciado, el hijo de María y el heredero de José, era el Mesías, era ciertamente difícil para la carne. Para los que habían visto la señal de ello en los cielos, que la habían buscado en medio de una gran oscuridad pero que tenían sus ojos puestos hacia ella, todo fue sencillo, y se apresuraron a brindarle honra. Ahora que Él había nacido, ellos se regocijaron y vinieron de lejos para tener el gozo de verle y ofrecer sus presentes a Sus pies.

 

"Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo". (Mateo 2: 12, 13). A la incredulidad que rechazaba la palabra de Dios se le permite ahora mostrar cuán completamente estaba bajo el poder de Satanás, el cual demuestra ser él mismo, como desde el principio, primero un mentiroso y luego un homicida. Pero Dios reveló el propósito de Herodes; y José, en obediencia a Su palabra, "tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo". (Mateo 2: 14, 15).

 

Yo tengo que decir algo acerca de esta profecía, y de la aplicación de la misma a nuestro Señor. Nosotros tendremos que tener en cuenta muchas profecías citadas en Mateo, pero la presente cita tiene, evidentemente, un carácter admirable unido a ella. En Egipto había sido dicho que Israel era el hijo de Dios, el primogénito de Dios. (Éxodo 4: 22). A ellos les correspondía la adopción. (Romanos 9: 4). El profeta Oseas, setecientos años después de la salida de ellos de Egipto, aplica de nuevo esta palabra a Israel (Oseas 11: 1); y ahora es usada acerca de Cristo como aquello que la intención del Espíritu inspirador incluía plenamente. Pregunta: ¿Cómo es que el hecho de que Dios sacara a Israel de la tierra de Egipto sea ilustrado así en la historia de Cristo? Respuesta: Porque Cristo es el objeto del Espíritu Santo en la Escritura. Con independencia de cuál sea el lugar de Su pueblo: en todas sus tribulaciones o liberaciones, Cristo debe entrar en todo. No hay ningún tipo de tentación (excepto, obviamente, la del mal interior) que Él no haya conocido; ni de bendición de parte de Dios que Él no haya probado. Cristo atraviesa la historia de Su pueblo y sobre ese principio es que Escrituras como éstas son aplicadas a Él. Cristo mismo es llevado al lugar mismo que había sido el horno de Israel. Él encuentra allí Su refugio del falso rey de Judea. ¡Qué retrato! A causa del antirey que entonces reinaba en Jerusalén, el verdadero Rey debe huir, y huir a Egipto. Cristo era el Israel verdadero. Compárese con Isaías capítulo 49.

 

Al leer esto nosotros vemos que ningún poder milagroso es ejercido para preservar a Emanuel. Ello estaba cumpliendo las profecías, colmando el perfil de desolación moral y nacional que el Espíritu Santo había bosquejado muchos años antes. Dios estaba mostrando cuán precioso era para Él cada pisada de Su Hijo. Podría parecer una circunstancia insignificante en sí misma que el Señor fuera llevado a Egipto y saliera de allí otro día. Pero, con independencia de cuál era el lugar de Cristo, — y Su lugar era dondequiera que Su pueblo estuviera en el dolor de ellos, Él no permitirá que ellos sientan una aflicción sin que Él la comparta. Él sabe lo que es ser llevado a Egipto, y eso también de una manera mucho más dolorosa que la que Israel había experimentado. Pues la tribulación más amarga de Cristo provino de Su propio pueblo; el golpe más mortífero dirigido contra Él fue el del rey que en aquel entonces estaba sentado en el trono en medio de ellos. Al no conseguirlo, él envía y mata a todos los niños "menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos. Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Voz fue oída en Ramá, Grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, Y no quiso ser consolada, porque perecieron". (Mateo 2: 16-18). Cuán claramente encontramos que el Espíritu Santo está proporcionando aquí al judío la prueba de que ellos eran preciosos a Sus ojos, y que si Cristo entraba en Sus aflicciones ellos no debían preguntarse si Su presencia traerá sobre ellos el más amargo padecimiento por el rechazo a Él por parte de ellos. Si Cristo tiene la más mínima conexión con Israel, ellos se convierten en el objeto de la animosidad de Satanás. Es Herodes, guiado por Satanás, quien dio la orden de matar a sus pequeños; pero el Mesías es alejado del escenario de su ira. En Israel hay lloro y grande lamentación. Tales fueron algunos de los problemas que Israel trajo sobre sí mismo; y esto no es más que un retrato pequeño de lo que les sucederá en el día postrero.

 

"Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel". (Mateo 2: 19-21). Es dulce encontrar que aparece aquí la "tierra de Israel". No se trataba simplemente del país, como es conocido entre los hombres, donde los pobres judíos vivían con permiso de sus señores gentiles. ¡Cuán pocos la consideran ahora como "tierra de Israel"! Pero los pensamientos de Dios son hacia Su pueblo en conexión con la gloria de Su Hijo. Si Jesús tenía su vínculo terrenal allí, si Emanuel nació ahora de la virgen, ¿por qué la tierra no habría de llamarse tierra de Israel? El propósito divino era expulsar por completo el pie del gentil que ahora la hollaba. Si solamente el pueblo se sometía y lo recibía para tomar Él Su lugar como Rey de ellos, ¡qué bienaventurada sería la suerte de ellos! Pero, ¿recibiría Israel a Jehová-Jesús ahora que regresaba de Egipto? — Todavía no había una buena disposición para Él. Un Herodes murió; otro le siguió. Por eso, cuando el niño fue llevado de regreso a la tierra de Israel, y José se enteró que "Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno". (Mateo 2: 22, 23).

 

El método de citación es digno de mención aquí. Noten ustedes que no se trata de un profeta en particular, sino de, "los profetas". Y por ello no debemos deducir que algún escritor inspirado haya dicho estas palabras, sino que es el espíritu de los profetas  que habla de Él. Cuando nosotros leemos en un profeta, "Con vara herirán en la mejilla al juez de Israel" (Miqueas 5: 1); en otro: "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto" (Isaías 53: 3; y además, leemos acerca de lo que ellos Le darían para comer, y en Su sed para beber, y cómo Él sería escarnecido hasta el final, podemos entender esta aplicación de los profetas. Se trató del lenguaje bien entendido que expresaba desprecio en aquel tiempo. En otras palabras, Él había de ser llamado nazareno. Nazaret era el más despreciado de los lugares. No sólo los hombres de Judea propiamente dichos menospreciaban Nazaret, sino que los propios galileos la despreciaban, aunque formaba parte de su propio distrito. Más adelante leemos acerca de un israelita sin escrúpulos que, al enterarse de que Jesús estaba allí, exclamó: "¿De Nazaret puede salir algo de bueno?" (Juan 1: 46). De este modo, si un lugar de Palestina, más que otro, concordaba con el rechazo que era la porción de Cristo, ese lugar era Nazaret. Un retrato sorprendente, ciertamente, de Uno que, siendo el verdadero Rey, aun así fue rechazado por Su propio pueblo. Los gentiles podrían haberle reverenciado, pero Su propia nación era indiferente. ¡Qué poco fruto había para responder al cultivo que Dios les había otorgado! Pero aquí estaba Aquel bendito que prosigue Su senda de obediencia hasta la muerte, el cual no quiso mostrar Su gloria protegiéndose a Sí mismo. Su pueblo descendió a Egipto: Él también descendió allí. Él iba a ser llamado a salir de Egipto: esa fue Su porción. Él no se protegería de las aflicciones de Su pueblo: las compartiría todas. Cuando Él se presenta, Israel aún no está preparado para Él. Sus padres se dirigen a Nazaret una vez más, ya que José ha sido instruido divinamente en un sueño. Esta es la última mención que tenemos de él en Mateo. Lucas nos presenta circunstancias posteriores; pero José desaparece por completo antes que nuestro Señor emprendiera Su ministerio.

 

Cuando Él es llamado a salir de Egipto, no puede ir a Jerusalén, ni tampoco a Belén. Él iba a ser despreciado y rechazado: los profetas lo habían dicho: sus palabras debían cumplirse. Arquelao reinaba en Judea: un usurpador estaba aún allí. José, ante la advertencia de Dios, se desvía hacia Nazaret, y Jesús vivió con ellos; para que la palabra de los profetas se cumpliera en nuestro Señor demostrando plenamente lo que era ser el más despreciado de los hombres. Él lo supo de manera preeminente en la cruz; pero ello fue Suyo en todo momento. Y esta es la forma en que Dios habla del Mesías a Israel. Él muestra lo que la dureza de corazón y la incredulidad de ellos acarrearía, — aunque ello fuese para el propio Mesías. ¡Qué retrato del hombre, y especialmente de Israel, cuando semejante porción debe ser la Suya! Él viene y llama, pero no recibe respuesta. La incredulidad del hombre impide la bendición de Dios. Fue el pecado de Israel lo que complicó la historia temprana del Rey. Pero los capítulos futuros mostrarán que Dios convertiría la misma incredulidad de Israel en el medio de bendición para los despreciados gentiles, y que si los judíos rechazaban el consejo de Dios, para su propia perdición, los gentiles oirían y recibirían toda la bendición en Aquel bendito.

 

Así encontramos desde el principio de este maravilloso libro los gérmenes de todo lo que mostrará el final. Encontramos a Uno que es realmente el Mesías, dispuesto a cumplir las promesas y a ocupar el trono, pero el pueblo no está en absoluto preparado para El. Israel estaba sumido en el pecado; ellos no tenían corazón para Él. Estaban llenos de sus propias ceremonias, de su propia luz y de la soberbia de sus privilegios. Todo estaba orientado a la autoexaltación. Por eso Jesús es rechazado desde el primer momento. Esta es la historia del hombre. Los capítulos siguientes nos mostrarán las gloriosas consecuencias que Dios, en Su gracia, hace que emanen incluso del rechazo de Su propio Hijo. Acerca de ese tema más feliz podemos ahondar en otras ocasiones.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

BJS = Biblia del Jubileo -  Martin Stendal.

RV 1602 P = Versión Reina-Valera 1602 Purificada.

RV1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 3

 

Somos trasladados ahora desde el regreso de nuestro Señor a la Tierra Santa hasta los días en que Juan el Bautista vino insistiendo en la gran y esencial verdad del arrepentimiento. Y el ministerio de Juan es visto aquí enteramente en conexión con la relación del Señor con Israel. Es interesante comparar las diferentes maneras en que los Evangelios presentan al propio Juan, como ilustración de la forma en que el Espíritu Santo utiliza Su derecho divino para dar forma y agrupar los materiales de la historia de nuestro Señor de acuerdo con el objetivo exacto en perspectiva. Un lector casual apenas podría reconocer que Juan el Bautista en el Evangelio de Juan fuese el Bautista de Mateo. La manera en que ellos son vistos y los discursos que han sido registrados, toman su forma del libro particular en que el Espíritu Santo los ha presentado. Esto, en lugar de ser una imperfección, es parte de ese admirable método en que Dios imprime el designio que Él tiene en perspectiva y que se adapta al lugar que cada porción de la Escritura tiene que ocupar. Y qué puede ser de más profundo interés, o más fortalecedor para la fe que encontrar que los mismos pasajes en los que la incredulidad identifica como sus supuestas pruebas de la imperfección de la Escritura (variedades de afirmaciones insuperables para la mente del hombre), por el contrario, cuando dichos pasajes son vistos como parte del plan de Dios para encomiar a Su amado Hijo, todos se ordenan en sus propios lugares en este gran esquema, lo cual es para la gloria de Cristo. Esta es la verdadera clave para toda la Escritura; y si esa clave es de gran valor desde Génesis hasta Apocalipsis, no hay lugar, quizás, donde su valor sea tan conspicuo como en los Evangelios. Al encontrar cuatro relatos diferentes acerca de nuestro Señor, cada uno de los cuales presenta las cosas de una manera diferente, el primer pensamiento del corazón del hombre es que cada Evangelio sucesivo debe añadir o corregir algunos hechos anteriores. Pero tales pensamientos sólo demuestran que la verdad nunca fue conocida, o que ha sido olvidada. ¿Se tiene debidamente en cuenta que Dios es el autor de los Evangelios? Una vez admitida esa sencilla verdad sería evidentemente blasfemo suponer que Él comete errores. Consideren ustedes la cosa más insignificante que Dios ha hecho, el insecto más diminuto que el microscopio puede descubrir en la más pequeña brizna de hierba, — ¿qué es aquello que no llena el lugar particular para el que Dios lo creó? Yo no niego que el pecado ha traído toda clase de desarreglos tanto en el mundo natural como en el moral. Admito que las debilidades del hombre pueden aparecer incluso en la palabra de Dios: en primer lugar, al no mantener el sagrado depósito libre de toda corrupción; y luego, al interpretar esa Palabra a través de algún débil medio propio; y así, de una manera u otra, obstaculizar la luz pura de Dios revelada.

 

He hecho estas pocas observaciones porque es posible que todos los lectores no estén igualmente familiarizados con la gran verdad de la diferencia de designio en los Evangelios y, por lo tanto, yo no vacilo en llamar a prestar atención a la inmensa ayuda que ello proporciona a la comprensión de la Escritura, y especialmente a la comprensión de sus aparentes discrepancias.

 

En el capítulo que tenemos ante nosotros, Juan el Bautista es presentado como cumpliendo él la profecía de Isaías. Él vino "predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas". (Mateo 3: 1-3). En Lucas ustedes encontrarán que la profecía es llevada más allá. Allí se nos presenta más que las palabras que tenemos aquí. Leemos, "Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la salvación de Dios". (Lucas 3: 5, 6). El alcance de Lucas es más amplio. "Todo valle se rellenará", etcétera. "Y verá toda carne", etcétera. Yo pregunto: ¿Por qué esa cita es continuada más allá? Ello es muy notable porque normalmente Lucas no cita mucho del Antiguo Testamento en comparación con Mateo. ¿Cómo es que Lucas se aparta en este caso particular de su costumbre? El motivo es obvio. Su tarea era mostrar la gracia de Dios que trae salvación, y que ha aparecido para todos los hombres. Por lo tanto, el Espíritu Santo lo lleva a valerse de aquellas palabras que exhiben el alcance universal de la bondad de Dios para con el hombre.

 

Pero, hay otra expresión en la que debo detenerme un poco, — y ella es, "El reino de los cielos". Todos estamos familiarizados con ella como una frase usada a menudo en las Escrituras; pero, posiblemente, no muchos están igualmente familiarizados con su fuerza. De hecho, la mayoría de los cristianos la entienden muy vagamente. Para muchos ella transmite la idea de la Iglesia, — a veces la visible y a veces la invisible. Para otros se supone que ella significa algo equivalente al evangelio, o al cielo mismo al final. La expresión tiene su origen en el Antiguo Testamento, y ese es el motivo por el cual ella aparece solamente en Mateo. Como ya hemos visto, nuestro evangelista escribe teniendo a Israel en perspectiva y, por tanto, se vale de una frase sugerida por el Antiguo Testamento y tomada de la profecía de Daniel, la cual habla de los días venideros en que los cielos gobernarán. Antes de eso (véase Daniel capítulo 2), oímos que el Dios del cielo va a establecer un reino que nunca será destruido, — el reino de los cielos. Y además, en Daniel capítulo 7, se nos habla de la venida del Hijo del Hombre y de un reino universal que es dado a Él. El capítulo 2 de Daniel no nos presenta la persona, sino la cosa en sí misma: de modo que podría haber habido aún un reino sin la revelación de la persona en cuyas manos dicho reino estaría. Pero el capítulo 7 del mismo libro completa el círculo y nos muestra que no se trata simplemente de los cielos gobernando en la distancia, ni de un reino que comienza con juicio sobre la tierra; sino que, además de eso, hay un Hombre glorioso a quien Le será  confiado el gobierno del cielo. El Hijo del Hombre no se limitará a destruir lo que se opone a Dios, sino que introducirá un reino universal.

 

Juan el Bautista vino anunciando este reino. Yo no creo que él era consciente en absoluto de la forma concreta que dicho reino iba a adoptar primero. Él sencillamente predicó que el reino de los cielos se había acercado, siendo él mismo el precursor público e inmediato del Pastor de Israel, con los pensamientos de un judío piadoso, y un testimonio especial de que el Mesías estaba allí, — que Él estaba a punto de ser manifestado, el cual ejecutaría juicio sobre el mal, e introduciría el bien con el poder de Dios, y traería la gloria prometida a los padres; y que todo esto estaba a punto de ser inaugurado y establecido en la persona de Cristo aquí abajo. Yo creo que este fue el pensamiento general. Y veremos posteriormente que para el rechazo de Jesús por parte de los judíos Juan no estaba en absoluto preparado. Esto también fue lo que condujo a la doble forma adoptada por el reino de los cielos. Si bien la visión antigua o judía de un reino establecido con poder y gloria como una soberanía visible sobre la tierra es pospuesta, el rechazo de Jesús en la tierra y Su ascensión a la diestra de Dios conducen a la introducción del reino de los cielos en una forma misteriosa; lo cual, de hecho, está sucediendo ahora. Por lo tanto, ello tiene dos aspectos. El reino de los cielos comenzó cuando Cristo subió al cielo y ocupó Su lugar como rechazado aquí, pero glorificado allí.

Esta es una visión del reino que no encontramos en el Antiguo Testamento. A ella pertenecen los misterios del reino de los cielos, que sólo fueron desvelados cuando el Señor fue manifiestamente rechazado por Israel. Nosotros vemos así en Mateo 11 que Juan envía a dos de sus discípulos a preguntar si Jesús era realmente el Mesías o si debían esperar a otro. Poco importa si fue él mismo quien titubeó, o sus discípulos, o si ambos lo hicieron, — el resultado fue ese. Da la impresión de que se trató de una pregunta incrédula formulada al Señor. Bien pudo él asombrarse de que Jesús no libertara a los judíos y trajera la gloria que los patriarcas habían esperado y que los profetas habían predicho. Es extraño que, en lugar de esto, Su mensajero estuviera en prisión; ¡siendo Él mismo y Sus discípulos despreciados! Nuestro Señor se refirió de inmediato a aquellos hechos de poder y gracia que evidenciaban la presencia de Dios actuando de una manera nueva e introduciendo un poder evidentemente en gracia, — trayendo pensamientos totalmente nuevos, por encima de las costumbres o esperanzas del judío más piadoso. De estos hechos ellos debían informar a Juan. Pero Él va más allá, y dice: "Y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Esto expresa aparentemente una reprimenda a Juan, y da a entender que él había más o menos vacilado. Sin embargo, es hermoso ver cómo de inmediato, después de la partida de los mensajeros, nuestro Señor reivindica al Bautista ante la multitud. Pero, después de declarar que Juan era el más bienaventurado entre los nacidos de mujer, Él introduce de pronto una verdad muy sorprendente, a saber, que por muy grande que fuera Juan, el más pequeño en el reino de los cielos era mayor que él. Esto no se refiere al reino viniendo en poder y gloria, porque cuando llegue ese día los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento deben ser todos resucitados o transformados para tener su parte en él; como se dice de aquellos que están siendo llamados ahora en cuanto a que ellos se sentarán "con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos". (Mateo 8: 11). Entonces, ¿qué quiere decir nuestro Señor? ¿No se refiere Él a alguna forma de dicho reino de la que Juan no había hablado? ¿Y cuál era ésta? Él va más allá y dice: "Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). ¡Qué extraordinaria declaración debió haber parecido ser esta a los que la oyeron en aquel entonces! El Señor está contrastando el reino de los cielos, en forma pública y manifiesta, con ese reino como abierto a la fe, — sólo que más bienaventurado al ser conocido más para la fe que para la vista. Como el Señor dijo después a Tomás: "Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron". (Juan 20: 29). Esto es válido en todo trato con Dios. Abraham fue más bendecido cuando a pesar de estar en la tierra de Canaán él no la poseía que si toda ella hubiera sido realmente suya. Él obtuvo un mejor lugar en las sendas de Dios por el hecho mismo de no tener un centímetro de la tierra en posesión. Lo mismo ocurrió con David. Su reinado fue moralmente mucho más glorioso que el de Salomón. Su heredero tenía el lugar del poder; pero David tenía lo que no se veía, pero estaba más cerca de Dios. Nosotros nunca encontramos que Salomón entra en lo que era enseñado mediante el arca, mientras que ella fue siempre la gran atracción para el corazón de David. Salomón se encontró ante el gran altar que todo el mundo podía ver. El arca estaba dentro del Lugar Santísimo, donde Dios se sentaba. Ella era el trono de Su majestad en medio de Israel. Hacia ella se volvió siempre el corazón de David. La bendición de la fe es siempre mejor que la bendición de la vista aquí abajo, por muy grande que ésta sea.

 

No ha existido una época en las sendas de Dios tan bendecida para un alma como las sendas de Dios ahora. Nacer en el Milenio no es comparable con ella en absoluto. Es cierto que en aquel entonces todo estará sometido a Cristo, y el corazón podría decir: «¡Ojalá pudiéramos nacer entonces!» Pero, incluso los creyentes que se encuentren en ese día en la tierra no sabrán lo que es entrar dentro del velo, o ser participantes de los padecimientos de Cristo. (1ª Pedro 4: 13). Tampoco conocerán en el sentido pleno el gozo del Espíritu Santo con el privilegio de ser echados fuera y despreciados por el mundo por causa de Cristo. De modo que, tanto en lo que se refiere a padecer, el disfrute de aquello por lo cual Cristo ha pasado en nuestro lugar, como a Su gloria actual en el cielo, nuestro lugar actual está muy por encima de los privilegios mileniales. Para los que padecen ahora será lo mejor de las bendiciones celestiales en aquel entonces. La peculiaridad del momento actual es esta, a saber, que si bien estamos en la tierra, somos conscientemente habitantes en el cielo. No somos del mundo, como Cristo no es del mundo. Nuestra vida no pertenece al mundo; nuestra bendición no brota de él; toda nuestra porción está fuera de este mundo. Y esto nos es manifestado claramente mientras estamos en el mundo para elevarnos por encima del mundo. No se trata de ir al desierto, como en el caso de Juan, — una expresión muy oportuna y hermosa de lo que Dios pensaba acerca de la ciudad de la santidad, Jerusalén, donde los propios sacerdotes ministraban. Juan se retira de todo ello. Él está fuera de ella en compasión: el acto mismo declaró que el desierto es mejor que la ciudad, a pesar de que el templo de Dios esté en ella. Pero, ¡qué solemne declaración de la ruina, no sólo del mundo, sino del pueblo favorecido que era el gran vínculo entre Dios y los hombres en general!

 

He aquí, en esta escena de Mateo 3: 13 y versículos sucesivos, otra cosa totalmente diferente. No se trata del hombre siendo bendecido, y de la bendición de la tierra llevada a la bienaventuranza bajo el reinado personal de Cristo, sino que aquí los cielos fueron abiertos sobre el Señor Jesús. Nunca antes los cielos habían sido abiertos sobre nadie en la tierra, excepto como señal del juicio de Dios. (Véase Ezequiel capítulo 1). Pero aquí, en primer lugar, el ojo del Cielo, del Padre que está en los cielos, se dirige sobre el Amado. Él asume más tarde Su lugar en el cielo como el Hombre que había padecido por los pecados y había traído la justicia revelada de Dios.

 

El reino de los cielos comenzó en aquel entonces. Desde el momento en que Jesús sube al cielo hasta que Él regrese, la perspectiva del Nuevo Testamento acerca del reino de los cielos continúa; y en ese sentido, el privilegio de la más débil de las almas llevada al conocimiento de Cristo ahora trasciende cualquier cosa que haya entrado en el corazón o la mente de los hombres, o incluso de los santos, antes de que el Señor muriese y resucitase. Ustedes pueden insistir en el andar bienaventurado de  Enoc y en la fe resplandeciente de Abraham; pero aun así esto sigue siendo cierto, a saber, "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". (Mateo 11: 11).  No hay ninguna escapatoria honesta de la conclusión que se ha sacado de ello. Si las personas argumentan: «¿Es un niño pequeño que cree en Jesús ahora más santo y justo que los santos bienaventurados de la antigüedad?» Yo respondo: «Eso es un asunto totalmente distinto. Él debiese serlo.» Pero eso no es lo que se dice. El Señor establece que, "el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él (refiriéndose a Juan el Bautista)". En una palabra, no se trata de lo que los hombres son, sino de que Dios está glorificando a Cristo. Dios está colocando la honra sobre Él, y por eso da tales privilegios al más pequeño que cree en Él. Desde Su muerte y resurrección, los adoradores una vez purificados no tienen más conciencia de los pecados. ¡Piensen ustedes en lo que tal cosa habría sido para un santo del Antiguo Testamento! Ellos podían esperarlo, pero no podían decir que era un hecho consumado. Ello habría sido contrario a la santidad de Dios, y una presunción positiva para el hombre habría sido el hecho de sostener esto hasta que Cristo viniese y realizara la obra que borró los pecados completamente. [Véase nota 5].

 

[Nota 5] En Génesis 7: 1; Génesis 15: 6, y Salmo 32: 1, 2, 5, etcétera, nosotros vemos que algunos santos de la antigüedad, como enseñados por Dios, pueden haber anticipado la bendición más allá de la dispensación en que vivían. [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

Ahora bien, es una presunción no aceptar con confianza lo que Cristo ha hecho; pues Él ha ordenado que sea predicado el perdón de pecados en Su nombre. Cuando nosotros entramos en la posición en que somos colocados por la obra de Cristo, no es que sólo tenemos perdón: sino que somos hechos justicia de Dios en Cristo: es decir, estamos en la relación de hijos de Dios, y Cristo mismo nos ha dado el derecho de decir que Su Dios es nuestro Dios, Su Padre es nuestro Padre. Tenemos derecho a saber que somos uno con Cristo, y que la gloria que Dios ha dado a Su amado Hijo, Él la comparte con nosotros. Yo digo: La gloria dada; porque, obviamente, está Su gloria divina esencial en la que nadie puede participar. Dios nunca le dio a Cristo ser Dios. La deidad era Su derecho propio desde toda la eternidad. La Deidad no podía ser dada a Él. Pero Cristo se hizo hombre, y como hombre era el Hijo de Dios; y no lo era simplemente como Dios. Él era el Hijo de Dios nacido en este mundo, y como tal ha sido levantado de entre los muertos; en virtud de lo cual nos lleva al mismo lugar ante Dios que Él mismo ha adquirido. Él nos ha libertado por completo del lugar en el cual Él entró en nuestro lugar, soportando la ira y el juicio de Dios. Él nos lleva al lugar al que no sólo Él mismo tiene derecho, sino que ha adquirido un derecho para nosotros.

 

Pero Juan no tenía ninguna concepción de un alcance tal de bendición. Los judíos consideraban el reino como el estado cuando Israel sería bendecido por Dios como nación; e incluso aquellos que pueden haber comprendido más plenamente seguían esperando que todo el poder del reino fuera introducido, totalmente independiente de cualquier cosa de parte de ellos. Pero, "El reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). El Señor muestra que ahora se necesita una acción de fe; es decir, que el reino de los cielos presentado aquí exige la ruptura de los vínculos naturales y la renuncia a las asociaciones anteriores. En el sentido de poder y gloria introducidos por un Mesías personal sobre la tierra, Juan ya había insistido sobre las conciencias que ello no era algo de mera ordenanza o privilegio por nacimiento. — es decir, que Dios no se satisfaría excepto con realidades morales.  Y permitan que yo diga que es algo muy solemne pretender privilegios de la gracia para aquello que es contrario a la naturaleza de Dios. No estoy hablando ahora del perdido encontrado por la gracia, a quien Dios le da una nueva vida hecha por Él. Pero, el resultado de que un alma reciba vida en la persona de Cristo es que son producidos sentimientos, pensamientos, criterios y modos de obrar aceptables para Dios y afines a Su naturaleza. Si una persona es un hijo de Dios, él es como su Padre; tiene una naturaleza adecuada a Dios, una vida a la que le disgusta el pecado y que seguramente se duele por lo que es inicuo en los demás, pero más particularmente en él mismo. Muchos hombres malos son fuertes contra el mal en los demás, pero son débiles donde el mal podría tocarlos a ellos mismos. Pero, un cristiano siempre empieza juzgándose a sí mismo. Ese es el motivo por el cual ahora que debía haber una preparación moral para el Mesías, Juan predica: "Arrepentíos". El arrepentimiento es el juicio moral del alma de sí misma bajo la mirada de Dios; la aceptación por parte del alma del juicio de Él acerca de su estado ante Él, y la sumisión a ello. Juan les ordena arrepentirse porque el reino de los cielos se había acercado. "Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas". (Mateo 3: 2, 3). Esto implicaba claramente dos cosas, — a saber, que él era sólo una voz que no pretendía nada, y que la obra sería realizada por otro. Sólo que la voz era de su parte; pero el Otro, cuyo camino él estaba preparando, era el Señor, Jehová mismo. "Preparad camino a Jehová". (Isaías 40: 3).

 

Después tenemos el relato acerca de Juan el Bautista mismo. "Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre", — todo ello perfectamente adecuado a este llamado al arrepentimiento. La gracia no es introducida aún; pues esto pertenece al reino de los cielos, cuando ella sea introducida plenamente. Pero Juan no lo sabía así. Él sabía que venía el Mesías, un Mesías que introduciría el poder de Dios y libertaría a su pueblo. Pero el extenso despliegue de la gracia, la poderosa victoria que un Mesías sufriente lograría para el alma, y la forma en que Dios sería magnificado sobre todo por quitar de en medio el pecado mediante la muerte de Su Hijo, eran pensamientos que debían esperar otra temporada, — no para ser más o menos manifestados, sino para un entendimiento adecuado. El arca del Señor debe detenerse primero en las aguas del Jordán. Ni un pie puede pasar indemne por aquella vía hasta que el arca haya entrado. Por lo tanto, de manera muy apropiada Juan no saca a relucir la plenitud de la gracia divina, sino el llamado moral al arrepentimiento.

 

Consecuentemente, Juan es encontrado fuera de la religión del hombre, así como fuera de la profanidad de ella. Él no estaba en Roma, pero también estaba lejos de Jerusalén; y esto, en el predicho mensajero de Jehová, fue una característica muy solemne. Leemos, "Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mateo 3: 5-7). Hay aquí una parte de esa verdad que es sumamente sorprendente cuando reflexionamos acerca de ella. Los fariseos eran, religiosamente, los más influyentes en Israel. Los saduceos eran la clase menos rígida, secular y autoindulgente; pero los fariseos eran los que se mantenían muy firmes en lo que ellos consideraban ser la verdad. Sin embargo, cuando Juan ve que ambos acuden a su bautismo, dice, "¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento", — frutos de carácter afín. Juan sostiene que el día de los ceremoniales, o de los derechos de nacimiento, había pasado completamente. El fariseo podía descansar en su religión; el saduceo, en el hecho de ser un hijo de Abraham. El deseo de escapar de la ira y de tener parte en el reino podía no ser más que la naturaleza. Las almas humilladas son aptas para el reino. La descendencia de los padres, la ley, incluso las promesas, pueden convertirse en un derecho contra Dios, lo cual Él no lo permitirá, y Él de las piedras puede levantar hijos a Abraham. Pero debe haber, si ellos quieren acercarse a Dios, modos de obrar de una naturaleza moralmente adecuada a Dios. "Haced, pues", Él dice, "frutos dignos de arrepentimiento". Él no está explicando aquí de qué manera ha de salvarse un pecador, o de qué forma Dios perdona pecados; sino que si las personas adoptan la posición de tener que ver con Dios, debe haber lo que conviene a Su presencia. Así dice el apóstol a los Hebreos, "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". (Hebreos 12: 14). Él no está hablando de lo que es atribuido, sino de la santidad como algo práctico. Esto está escrito para cristianos y el Espíritu Santo no duda en insistir en ello. Es tan fuerte la tendencia a la reacción en la naturaleza humana que los mismos judíos bautizados, que habían estado abogando por la ley, podían caer en el extremo opuesto y pensar que el pecado es compatible con la salvación que Dios da por medio de la gracia. Pero Dios nunca permite que Su naturaleza pueda coexistir con la iniquidad aprobada.

 

Entonces, aquí se trató evidentemente de una severa reprimenda para los dirigentes judíos. Pero, más que eso, Juan añade: "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles", es decir, el juicio se acercaba (versículo 10), — "por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento", — y él no va más allá de esto. El perdón de pecados del que él habla parece haber sido más un asunto acerca del gobierno de Dios que de esa completa eliminación del pecado que fue el fruto de la gracia cuando la obra de expiación fue llevada a cabo. Pero aun así, ello fue en la perspectiva del advenimiento del Mesías.

 

"Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego". (Mateo 3: 11). Él junta aquí  las dos grandes características de la primera y de la segunda venida de Cristo. Él no sabía pero ambas seguirían juntas. Todo lo que podía estar entre las dos estaba oculto a sus ojos. Las Escrituras del Antiguo Testamento presentaban el primer y el segundo advenimiento del Mesías, pero no de tal manera que comunicasen el pensamiento de dos épocas distintas. Incluso después de la muerte y resurrección del Señor los discípulos no entendieron esto. Así que Juan une estas dos cosas, — a saber, el bautismo en el Espíritu Santo y el bautismo en fuego. Nosotros sabemos que el bautismo en el Espíritu Santo es el poder de la bendición de Dios en el reino de los cielos tal como dicho reino es ahora. El bautismo en fuego es el que acompañará al reino de los cielos tal como el reino será cuando Cristo venga de nuevo. No hay tal cosa en la palabra de Dios como el bautismo en fuego para designar lo que tuvo lugar en Pentecostés. Bautismo en fuego es la aplicación del juicio de Dios al tratar con los hombres; mientras que el día de Pentecostés se trató del derramamiento de la gracia de Dios, y la dación del Espíritu Santo para que habite en los santos de Dios, lo cual se refería al poder del Espíritu Santo saliendo para dar un testimonio tal que no soportaría ni una sola cosa mala en el corazón de los hombres, incluso mientras ello mostraba la gracia de Dios. Esto es el cristianismo, — el perfecto amor de Dios mostrado a un hombre que no tiene ningún derecho a él: ¡toda su maldad condenada por la gracia de Dios en la muerte de Cristo! Y así es como el hombre es hecho honesto a los ojos de Dios y de los hombres. Él puede permitirse ser inocente consigo mismo porque sabe que Dios nada le imputa. Cuando nosotros leemos en el día de Pentecostés acerca de las lenguas de fuegos siendo repartidas, ello fue para mostrar la salida del testimonio de Dios tanto a gentiles como a judíos. Pero, cuando Mateo capítulo 3 habla acerca de nuestro Señor bautizando en fuego, la alusión no es a estas lenguas de fuego en Pentecostés sino a la ejecución del justo juicio cuando Cristo regrese. Esto aparece aún más claramente en lo que sigue a continuación donde leemos, "Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará".  (Versículo 12). No se trata en absoluto de lo que Él hace al salvar un alma sino todo lo contrario. Ello se refiere al momento en que, habiendo los hombres rechazado el evangelio, no queda más que el derramamiento de la venganza sobre ellos.

 

"Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él". (Versículo 13). ¡Qué conjunto de prodigios! Jesús viniendo a ser bautizado por Juan, el cual estaba predicando públicamente el arrepentimiento y el perdón de pecados. ¿Qué pudo llevar al Señor Jesús allí porque Él nunca confesó pecados, y no tuvo ninguno que confesar? Él desafía incluso a Sus enemigos a que Le redarguyan de pecado. (Juan 8: 46). Un hombre sin pecado, — sin la menor partícula de ego en cualquier forma o grado, — el más humilde y el más bendito de los hombres, Aquel que todo lo juzgaba según Dios; ¡y sin embargo viene para ser bautizado! Juan lo sintió de inmediato, — ¡Jesús viniendo a ser bautizado por él! Para ser bautizado resuelta y terminantemente, pero, sobre todo, por aquel cuyo bautismo ¡era el bautismo de arrepentimiento! ¿Cuál es la explicación de esto? Es la gracia, — la fuente y el canal de todo en Jesús. No fue el juicio de Dios lo que Lo puso allí; no fue ninguna necesidad en Sí mismo lo que Lo llevó allí; nada que Él tuviera que reconocer  o confesar; sino que fue la gracia. Pues, ¿sobre quiénes en Israel se posaban los ojos de Dios con compasión? Sobre los que confesaban sus pecados. Sobre ellos Él siempre posa Su mirada. Porque la siguiente mejor opción para no ser un pecador en absoluto es confesar nuestros pecados. Nosotros encontramos que éste es el primer gran movimiento producido por el Espíritu Santo en el alma de un pecador, — a saber, el sentimiento de su verdadero lugar ante los ojos de Dios. Aquí estaba aquel Bendito; y aunque de manera natural ninguna cosa podía reclamar Su presencia, sin embargo, la gracia Lo llevó allí. Y cuando Juan trató ¿fervientemente de impedírselo diciendo: "Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" ¡qué gracia y verdad bienaventuradas revela la respuesta de nuestro Señor! "Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia". Es toda justicia lo que iba a cumplirse ahora, y no meramente el cumplimiento de la ley. Ahora era la justicia de reconocer el verdadero estado en que se encontraba incluso la mejor parte de Israel. Porque si hubo alguno en Israel que mostró un sentimiento por Dios fueron aquellos que eran bautizados por Juan, — los que se arrepintieron en la perspectiva del reino de los cielos. Ellos deseaban las promesas de Dios y querían estar preparados para el Rey. Y el corazón del Señor estuvo allí de inmediato; las compasiones de Su alma estuvieron con aquellos que se humillaron en el sentido del pecado personal ante Dios. [Véase nota 6].

 

[Nota 6]. Podemos decir que el Señor, al ser bautizado en el Jordán, se estaba identificando con los de corazón sincero de Israel que venían confesando sus pecados. La gracia lo llevó a Él adonde el pecado los había llevado a ellos, y a todos nosotros. El Buen Pastor "entra por la puerta" (Juan 10: 2) y asume Su lugar con las ovejas que Él había venido a salvar mediante el sacrificio de Sí mismo. Su bautismo señaló esto. [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

El mismo principio es aplicable a nosotros en la medida en que el Espíritu de Cristo no sea contristado en nuestras almas. Incluso, si se trata de reconocer algo al hombre, ¿quién es la persona a la que más ustedes pueden abrir su corazón? El hombre espiritual, — el que anda muy por encima del pecado, — pues de él es el pecho al que ustedes pueden descubrir sus pecados más plenamente que a otro. "Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre". (Gálatas 6: 1). Fue precisamente la perfección de la santidad de Cristo lo que Le permitió actuar así: otra persona podría haber temido las apariencias. Si Cristo hubiera sido simplemente inocente en lugar de santo, pregunto, ¿Le habríamos encontrado allí? No, nunca. Santidad implica poder divino contra el pecado; la inocencia es meramente la ausencia de pecado. Encontramos así a nuestro Señor en la plena conciencia de Su propia santidad perfecta viniendo al bautismo de Juan, y asumiendo Su lugar con aquellos en Israel que estaban dispuestos hacia Dios.

 

"Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". (Mateo 3: 16, 17). ¿Acaso no parece que este maravilloso testimonio de Dios Padre fue la consecuencia de que Cristo cumplió toda justicia en las aguas del Jordán? Se trató de la respuesta de Dios al lugar que Cristo, en Su gracia, había asumido. Fue Dios, guardador de la gloria de Su Hijo quien no permitió que ni una sospecha recayera sobre este acto tan hermoso y humilde. Y por lo tanto, para que la gracia plena de ello no dejase de ser sentida, ¡qué rápido se apresura Dios Padre a decir: ¡"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia"! «No pienses que Él tiene pecado. Pero si tú estás allí, Él está contigo»: si las ovejas están en las aguas, el propio pastor debe entrar también en ellas. El Padre reivindica enseguida a Su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". No es que él se haya complacido simplemente con ese acto, sino que ello es la expresión retrospectiva de la complacencia de Dios. Ella refuta todo lo que la pobre mente del hombre podía haber, — y que en realidad ha deducido de esta operación. Siempre es así en la palabra de Dios. Si hay, por así decirlo, una puerta cerrada, la llave está siempre al costado de ella. Si hay un corazón que cuenta con Dios y conoce la perfección de Su carácter, y es guardador de la honra de Su amado Hijo, Dios está siempre con él. El hombre ha intentado aprovecharse de la gracia del Señor visto asumiendo así Su lugar con los piadosos de Israel, para rebajar Su persona y Su posición incluso en relación con Dios mismo. Pero, cuando nosotros leemos con espíritus afligidos, ¿qué es lo que oímos? "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Encontraremos más adelante la importancia de esto en relación con lo que sigue; pero dejo el tema por el momento. No hay nada en todo el ámbito de la palabra de Dios que esté tan lleno de bendiciones para el creyente como la persona de Cristo y Sus modos de obrar; pero ello requiere una gran vigilancia sobre el yo, y la guía especial del Espíritu Santo; pues, "Para estas cosas, ¿quién es suficiente?"

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 4

 

Hay dos cosas que podemos mencionar antes de que nuestro Señor es tentado por el diablo. La primera es que Él es reconocido enfáticamente como el Hijo de Dios por Su Padre; en segundo lugar, que Él es ungido como hombre por el Espíritu Santo. Ahora bien, algo similar ocurre con el creyente, — pero de manera inferior, obviamente. Aun así, el creyente es reconocido como un hijo de Dios y el Espíritu de Dios Le es dado antes de que él, como tal, sea el objeto de las tentaciones del enemigo. Y esta es una diferencia importante a tener en cuenta. Estrictamente hablando, la relación que el pecador tiene con el enemigo no es en el carácter de un individuo a ser tentado. Él es un cautivo; él es conducido por el diablo a su voluntad. Esto es algo muy diferente de la tentación; porque supone a una persona completamente bajo el poder de Satanás. Nosotros somos tentados cuando estamos fuera del poder del enemigo y debido a que somos hijos de Dios. Ustedes ven así que todos los hombres tienen que ver con Satanás de un modo u otro. La masa de la humanidad está compuesta por sus esclavos; pero los libertados por el poder de Dios, los que por gracia son hijos de Dios, se convierten en los objetos de su ataque a manera de tentación. No es tanto su poder lo que los tales tienen que temer; porque cuando el alma ha recibido a Jesús el poder de Satanás es realmente nulo; está completamente roto para el creyente. Y por eso se nos advierte más bien contra sus asechanzas. En ciertos casos puede haber el padecimiento de sus dardos de fuego; pero incluso esto no es su poder, poder que no es nada para el creyente mientras él fija su vista en Cristo; él sólo tiene que resistir, y el diablo huirá de él. Si Satanás tuviera realmente poder es evidente que él no huiría. Pero, él ha perdido dicho poder en cuanto al alma que ha recibido a Cristo. Pero, además, si bien para la fe el poder de Satanás es una cosa destruida en la cruz de Jesús, sus asechanzas son un asunto muy serio y nosotros no debiésemos ignorar sus maquinaciones. Ahora bien, Dios se ha complacido en presentarnos su manera en que él trata con nuestro bendito Señor. Que esto está destinado  para nuestro uso, y que es el gran modelo y principio de las tentaciones de Satanás en cualquier momento, es evidente por muchas consideraciones obvias y poderosas.

 

Además, sabemos, de la lectura del Evangelio de Lucas, que en el caso de nuestro Señor hubo una tentación muy prolongada de Satanás, de la que no tenemos detalles. Sólo se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo durante cuarenta días. Pero las grandes tentaciones que el Espíritu Santo se ha complacido en registrar para nosotros son las que tuvieron lugar al final de los cuarenta días. ¿Acaso no podemos deducir de ello que en la tentación de nuestro Señor hubo dos partes: en primer lugar, la que no es común al hombre pero peculiar a nuestro Señor? Pues nosotros no estamos sujetos a circunstancias como la de ser conducidos al desierto durante cuarenta días. Pero, en segundo lugar, nosotros estamos expuestos a las que nos son presentadas al final. El Señor parece tender un velo sobre la primera, y revela cuidadosamente aquello en que, en cuanto a principio, todo hijo de Dios puede ser tentado en algún momento u otro. Veremos que estas tres tentaciones, presentadas por Mateo y Lucas en un orden diferente, nos presentan una percepción sorprendente de los modos de obrar de Satanás cuando ataca así a los hijos de Dios. Pero, es sobremanera dulce ver que antes de que se le permita a Satanás tentar del todo, la bienaventuranza del reconocimiento del Hijo por parte del Padre es sacada a relucir muy plenamente. Y, en efecto, es algo parecido lo que hace que cualquiera sea detestable para el odio de Satanás. El enemigo sabe muy bien cuando Dios convierte y vivifica a un alma hasta entonces muerta en delitos y pecados; y enseguida se prepara con sus tentaciones. No es necesario que las tentaciones vengan en el mismo orden de las de nuestro Señor, obviamente; pero ellas parecen ser, más o menos, de un carácter similar a las reveladas aquí.

 

Es evidente que la primera tentación surgió de las circunstancias reales de nuestro Señor. Él había estado todo ese tiempo en el desierto sin comida, y al final de los cuarenta días Él tuvo hambre. Cuando Moisés estuvo sin comida en el monte durante el mismo tiempo, él estuvo con Dios y fue mantenido milagrosamente. Pero lo maravilloso aquí es que el tiempo trascurrió con el enemigo. Nadie había estado así jamás, ni lo volverá a estar. Estar todo ese tiempo en presencia de Satanás, dependiendo de Dios, fue la mayor honra moral, aunque fue la prueba más severa por la que el hombre había pasado jamás. En todo momento el Señor es visto como Hijo del Hombre, aunque también como Hijo de Dios.

 

La nota introductoria nos muestra que la tentación continuó durante todo el tiempo que nuestro Señor estuvo en el desierto. Leemos, "Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan". Con independencia de cuál pueda ser el objetivo de Satanás, ésta es una parte principal de su táctica, — él insinúa una duda, una duda acerca de nuestra propia relación con Dios. Él dice, "Si eres Hijo de Dios". Ahora bien, escudriñen ustedes la palabra de Dios como puedan y nunca encontrarán a Su Espíritu llevando un alma a dudar. Nada puede haber más opuesto a Su modo de obrar que aprobar la desconfianza en Dios. Y ello muestra la extrema sutileza de Satanás que en realidad ha hecho que los propios hijos de Dios sean sus instrumentos, no sólo permitiendo dudas en ellos mismos, sino ayudando a suscitarlas en otros, a menudo con el pretexto erróneo de que no confiar en Dios ¡es una indicación de humildad, y de un deseo de ser humilde! Pero la fe dice: " Así que vivimos confiados siempre". (2ª Corintios 5: 6). No es que debamos esquivar examinarnos a nosotros mismos, ya que en la Escritura encontramos que se insiste en ello. Así, en 1ª Corintios 11,  los creyentes son evidentemente exhortados a examinarse a sí mismos, pero no con alguna idea en cuanto a producir dudas. Por el contrario, "Examínese a sí mismo cada uno, y así coma" (1ª Corintios 11: 28 – VM); porque el asunto era acerca de la Cena del Señor. Con la fuerza de Su gracia, el creyente debe examinarse a sí mismo al pensar en ir a la mesa del Señor. No se trata de si acaso él debe ir o si debe permanecer alejado: no encontramos esto en la Escritura. Por otra parte, yo tampoco encuentro que por ser yo un cristiano no importa el estado en que me puedo encontrar espiritualmente. Pero, un hombre debe examinarse a sí mismo, y así comer. Él está seguro de que encontrará aquello que requiere humillación. Es importante que un alma se acerque a Dios, y que Su luz se proyecte sobre todo lo que hay allí. Esto dará motivo para que uno mismo se humille, y no para que uno mismo se mantenga alejado. Esto es lo que el Espíritu de Dios establece como regla general para la Cena del Señor. Obviamente, yo no estoy hablando ahora de casos de pecado público donde se requiere la vindicación de la gloria del Señor. Estos pecados suponen que un hombre practica el pecado y no se examina a sí mismo. Pero yo estoy hablando ahora del andar del hijo de Dios, y lo que leemos allí es una cuidadosa indagación en cuanto a lo que él encuentra dentro de sí mismo; pero que él "así coma".

 

"Si eres Hijo de Dios". Nuestro Señor no lo parecía. No había nada exteriormente que llevara la demostración de ello. Si hubiera sido así, no habría quedado espacio para la fe en absoluto. Satanás se aprovecha de la humildad de nuestro Señor en el lugar que Él asumió como hombre. Y, en efecto, nada podría ser más excepcional que el hecho de que Él fuera hallado en el desierto y, como leemos en Marcos, con las fieras. Si realmente Él era el Hijo de Dios, Hacedor del cielo y de la tierra, ¡qué lugar era aquel para estar en él, y llevado por el Espíritu después de que el Padre había hablado desde el cielo y Lo había reconocido como Su Hijo amado! Pero así fue. Y así es ahora, en un sentido inferior, con respecto a los hijos de Dios. Pues sin importar cuán bendecidos sean ellos  por Dios, o cuán verdaderamente reconocidos como Sus hijos, y que tengan Su Espíritu morando en ellos, ellos también, en su medida, tienen su desierto. Orando al Padre el Señor dijo, "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo". (Juan 17: 18). No a un lugar agradable donde no hay espacio para la prueba, sino todo lo contrario. Debido a que nosotros pertenecemos a Dios y al cielo, debido a que tenemos el Espíritu Santo sellándonos hasta el día de la redención, nosotros tenemos que encontrarnos con Satanás, pero con la certeza de que su poder está roto, y que sus asechanzas es lo que tenemos que resistir. Este hecho de cuestionar la relación de Cristo con Dios muestra cuán verdaderamente Satanás estaba en acción. Pero el Señor no lo declara como Satanás hasta que la abierta rebelión es manifestada contra Dios. Cuando se trata de mera sutileza, Él no lo llama Satanás. Hay dos formas en que el enemigo es descrito en las Escrituras. Él es llamado Satanás y diablo. Este último es el término que implica su carácter acusador y sus asechanzas; el primero se refiere a su poder como adversario.

 

Nosotros debemos esperar, incluso cuando sospechamos que es el poder del mal el que actúa, antes de declararlo absolutamente como mal. Porque si existe el hecho de que el diablo tienta, Dios también pone a prueba a un alma, y esto puede ser muy agudo. Además, incluso Dios mismo no actúa hasta que una cosa es manifiesta. Él muestra una paciencia maravillosa muy contraria a la prisa del hombre. Él desciende para ver si el mal es tan grande, como en el caso de Adán, sí, y el de Sodoma y Gomorra. Pero siempre es cierto que, con independencia de lo que Dios es en otras cosas, por muy rápido que Él es para oír el clamor de los Suyos en dolor, Él es sobremanera lento para juzgar; y no hay nada que caracterice más el hecho de conocer a Cristo de manera práctica, y el resultado de esto en nuestras propias almas, que cuando lo mismo se hace realidad en nosotros. Prisa por juzgar es el modo de obrar del hombre en proporción a su carencia de gracia; y la paciencia no es un asunto de conocimiento sino de amor que persevera sobre otra persona, sin querer pronunciarse hasta que toda esperanza desaparece. La rebelión en la carne, que parecía tan amenazante podría resultar estar, después de todo, sólo en la superficie, y no profundamente arraigada. Así que aquí vemos la paciencia incluso en el trato de nuestro Señor con el adversario. Es solamente cuando él manifiesta plenamente lo que él es, — sólo cuando exige la adoración debida sólo a Dios,— que nuestro Señor dice: "Vete, Satanás". Entonces el adversario huye al instante. Pero, el Señor le permite primero darse a conocer por completo. Esto es divinamente sabio. Porque, aunque el Señor sabía todo el tiempo que él era Satanás, ¿qué modelo sería esto para nosotros? El Señor es aquí el hombre bienaventurado en presencia de Satanás, mostrándonos la manera en que tenemos que comportarnos en las tentaciones que llegan sobre nosotros como santos de Dios.

 

Y permitan que yo diga otra palabra con respecto a la tentación. En el sentido que le damos aquí, ella es completamente desde afuera. Nuestro Señor nunca supo lo que era ser tentado desde dentro. Él "fue tentado en todo según nuestra semejanza". Pero el Espíritu Santo matiza esto añadiendo: "pero sin pecado". (Hebreos 4: 15). [Véase nota 7].

 

[Nota 7]. La traducción exacta de la expresión griega es: "El cual fue en todas las cosas tentado de igual manera, apartado del pecado". [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

No es que simplemente Él no cedió al pecado, sino que nunca tuvo el principio de él, — nunca hubo el más mínimo movimiento de un pensamiento o de un deseo contrario a Dios. Él nunca conoció pecado. (2ª Corintios 5: 21). Es en esto en lo que nos diferenciamos tanto de Él. A veces tenemos motivos para una profunda humillación debido a que además de tener que ver con el diablo desde fuera, nosotros tenemos una mala naturaleza en nuestro interior, — a saber, lo que la Escritura llama "la carne", es decir, el yo, el cual es la fuente de insubordinación y de enemistad contra Dios. El yo es la fuente de los deseos carentes de amor, voluntariosos e impíos en nosotros, que nunca busca la voluntad de Dios de manera natural, excepto sólo en un espíritu de temor; nunca la busca como aquello que es amado, — nunca la hacemos hasta que nacemos de Dios. Incluso después, el mismo principio inicuo todavía está allí; pero tenemos una nueva vida implantada por Dios en nuestras almas, la cual se deleita en Su voluntad.

 

Pero, aunque las tentaciones de nuestro Señor que tenemos aquí vinieron desde el exterior, aun así Satanás las adaptó a las circunstancias en las que nuestro Señor se encontraba en aquel entonces. Él había estado cuarenta días sin comer y la primera palabra del tentador fue: "Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". ( Mateo 4: 3, 4). Nuestro Señor menciona el libro de Deuteronomio, aludiendo al maná, el alimento diario de Israel que implicaba la dependencia de Dios y mostraba que Israel no necesitaba que los recursos del mundo los sustentaran. Ellos no necesitaron que algún país rico los abasteciera con su abundante cosecha; tampoco dependieron del oro y la plata. Israel, antes de tener una tierra que cultivar y los medios para cosechar de ella, fue enseñado a solas con Dios. En el desierto, adonde Él los había sacado como a Su hijo primogénito, Él los pone a prueba; y la manera de hacerlo fue con respecto a si acaso ellos estaban satisfechos con Dios y con el alimento que Dios les proporcionaba día a día. Lamentablemente, ¡ellos no lo estaban!

 

Aquí la escena cambia por completo. Se trata de un hombre en el desierto; y Satanás está allí, — no Dios. En espíritu, Él siempre habitó con Su Padre; pues incluso cuando estaba en la tierra Él era "el Hijo del Hombre, que está en el cielo". (Juan 3: 13). Él combinó así dos cosas en Su propia persona. Día a día era el hombre que dependía de Dios para todo. Y ésta fue la primera gran tentación del diablo, — a saber, la apelación a Sus necesidades naturales terrenales. Tener hambre no fue pecado; pero habría sido pecado desconfiar de Dios a causa del lugar desierto. ¿Acaso no sabía Dios que allí no había pan?, ¿y no era Su Espíritu el que Le había llevado allí? ¿Le había dicho Dios que abandonara el desierto, o que convirtiera las piedras en pan? Él no usaría Su propio poder de manera independiente de la palabra de Dios. Y el distintivo constante del modo de obrar del Espíritu Santo en los hijos de Dios es que ellos no usan el poder milagroso para sí mismos o para sus amigos. Si lo consideramos en el Nuevo Testamento encontramos a Pablo haciendo milagros y usando el poder de Dios para sanar a los enfermos de alrededor. Pero, ¿lo utilizó él alguna vez para su propio círculo? Por el contrario, Pablo deja a Trófimo enfermo en Mileto y muestra en torno a él toda la ansiedad de quien podría no haber tenido nunca poder para sanar el cuerpo. Cuando Epafrodito estuvo enfermo vemos el ejercicio de una fe que sabía que la voluntad de Dios, consintiendo a ella, valía más que mil milagros. Los milagros no tenían en sí mismos el carácter elevado de ejercitar el alma en dependencia de Dios. Obedecer a Dios, someterse a Él, tener confianza en Él, es aquello de lo cual el hombre natural es incapaz. El poder por sí solo nunca llega tan alto. Por lo tanto, en el caso de nuestro Señor mismo nunca encontramos que Él pone Sus obras de poder en un nivel junto con la obediencia. No, Es más, incluso Él habla de Sus discípulos como aquellos que deberían hacer obras más grandes que las que Él mismo había hecho. Pero, la obediencia fue lo que caracterizó a Cristo: y esto nunca fue hallado en un simple hijo de Adán.

 

Aquí, frente a Satanás, nuestro Señor encuentra Su fortaleza; y ello no es en hacer milagros, ni en ninguna provisión que pudiera haber hecho para Sí mismo, sino en la palabra de Dios. El hambre podía tener necesidades legítimas pero aquí estaba Él, probado por Satanás, y él no saldrá de la prueba hasta que ella termine; no cambiará Sus circunstancias ni moverá un dedo por Sí mismo: Él espera en Dios. "No sólo de pan vivirá el hombre", Él responde, "sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". La palabra de Dios le había llevado allí pues el Espíritu Santo actúa por medio de la Palabra, y él no saldría del desierto hasta que la palabra de Dios Le llevara fuera. Esto desechó completamente las tentaciones de Satanás. Pero aún más: ello sacó a relucir el verdadero secreto de vivir día a día en dependencia de Dios, pues el alimento de la nueva vida es la palabra de Dios. De qué inmensa importancia es la Palabra escrita y el hecho de tenerla como nuestro pan hogareño de cada día; y no meramente leerla como una tarea o un deber formal, sino como ella lo es en realidad, ¡como la provisión divinamente adecuada para el hijo de Dios! Es bueno que todos la estudien porque es, en todo sentido, para el bien del alma leerla día a día inteligentemente, de corazón, como quien la recibe de Dios mismo. Y Dios no da lo que el corazón del hombre no puede asimilar, sino lo que es adaptado a nuestras necesidades diarias, "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

 

Esta es, entonces, la respuesta de nuestro Señor a la primera tentación. ¿Por qué iba Él a convertir las piedras en pan? Su Padre no Le había dicho que lo hiciera; Él dependió de la palabra de Dios. Así debería ser siempre con respecto a nosotros. Cuando no tenemos una expresión clara del pensamiento de Dios, nuestro lugar es esperar hasta que la tengamos. Algunas veces el hecho de que no conozcamos el pensamiento de Dios puede mostrar nuestra debilidad, y esto es desagradable para nosotros. A la inquietud le agradaría ir a alguna parte, o hacer algo, pero esto no es fe. La fe es demostrada en esperar que Dios manifieste Su voluntad.

 

La siguiente tentación no fue personal sino que estuvo relacionada con la religión, así como la primera lo había estado con respecto a las necesidades corporales. Encontraremos que el orden es diferente en Lucas. Pero aquí, en la segunda tentación mencionada, está lo que yo puedo llamar la tentación religiosa. El Señor había dicho que el hombre debería vivir "de toda palabra que sale de la boca de Dios". Luego el diablo Lo lleva a la ciudad santa, Lo sitúa sobre el pináculo del templo y fundamenta su tentación en ese punto mismo de la respuesta de nuestro Señor, a saber, la palabra de Dios. El diablo dice, por así decirlo, «Aquí hay una palabra de Dios para ti: "A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra"». Muy cierto. Era la palabra de Dios, y evidentemente hablaba del Mesías. Pero, ¿para qué la estaba usando Satanás? Él dice: "Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está:" etcétera. Esto era hacer un movimiento sin Dios, — era hacer algo por iniciativa propia. La Escritura no decía: «Échate abajo, porque Dios ha mandado a Sus ángeles acerca de ti, para que no tropiece tu pie en piedra.» El Señor no se apartaría de la Escritura porque Satanás la había utilizado mal. Él nos muestra de la manera más instructiva que nosotros no debemos ser movidos de nuestro baluarte porque ella pueda ser vuelta contra nosotros. Nuestro Señor no entra en amables distinciones, ni analiza lo que Satanás había dicho, sino que Él nos ha presentado aquello que debiese ser, si se me permite decirlo, el modo estándar de lidiar para todo hombre cristiano. Existen quienes podrían tener discernimiento espiritual para ver que Satanás estuviese pervirtiendo la Escritura que él citara; pero muchos no podrían. El Señor asume un terreno amplio al lidiar con el adversario. Él Se posiciona en lo que cada cristiano debe saber y sentir, y esto es: "Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios". Él cita una clara palabra positiva de Dios que Satanás estaba destruyendo mediante el uso que hacía del Salmo 91. Ahora bien, ese es el baluarte de un creyente que puede tener que ver con uno que discurre sutilmente a partir de la Escritura, a saber, "Escrito está también". Él puede apelar a lo que es palpable y claro. Se encontrará que allí donde una persona aplica sistemáticamente mal la Escritura ella destruye algún principio fundamental de la palabra de Dios. Todo lo que es falso es contrario a algún pasaje claro de la Escritura. Ahora bien, esto es una gran misericordia. El creyente mantiene firme lo que es claro; él no renunciará a lo que entiende por algo que no entiende. Él puede estar perplejo por lo que el adversario está presentando y sólo puede tener una creciente sospecha de que está equivocado. Pero él puede decirse a sí mismo: «Yo nunca podré renunciar a lo que está fuera de toda duda por algo que no conozco.» En otras palabras, él sostiene la luz y rechaza las tinieblas.

 

Me parece que es así como nuestro Señor lidia con Satanás. Él podía haberlo desechado de inmediato en el terreno del razonamiento y haber mostrado el objetivo pervertido con el que Satanás estaba aplicando la Escritura; pero, Él lidia con él más bien en el terreno moral, terreno que todo cristiano es capaz de juzgar. Pregunto: ¿Encuentro yo una Escritura utilizada con el propósito de hacerme desconfiar de Dios? Yo asumo enseguida mi posición en "No tentarás al Señor tu Dios". ¿Qué es lo que se quiere decir con esto? Se quiere decir que yo nunca debo dudar de que el Señor estará a mi favor. Si hago algo para probarlo a Él, para ver si Él estará a favor mío, esto es, a la vez, incredulidad y desobediencia. Lo que leemos aquí es una alusión a la historia de Israel nuevamente, y otra cita del libro de Deuteronomio. De hecho, nuestro Señor cita cada respuesta a las tentaciones, como ha sido destacado hace tiempo, del libro de Deuteronomio. Ustedes encontrarán en Éxodo capítulo 17 que los israelitas tentaron al Señor preguntando: «¿Está Él entre nosotros o no?» Esto no significa que ellos Le provocaran mediante idolatría o por la negativa a hacer Su voluntad. No se trata de un pecado deliberado sino de incredulidad en cuanto a Su bondad y a Su presencia, — en pocas palabras, incredulidad en cuanto a que Dios está a nuestro favor. Esto es exactamente lo que nuestro Señor propugna. «YO me echo abajo para descubrir que la Escritura es verdadera y que ¡los ángeles Me sostendrán! Yo no necesito hacer tal cosa; ya que Yo estoy muy seguro de que si Yo fuese echado abajo, los ángeles estarían allí para sostenerme.» Si ustedes tienen una persona de la que sospechan que es deshonesta en sus recintos, tal vez ustedes estén dispuestos a ponerla a prueba de una u otra manera. Pero, ¿a quién se le ocurriría poner a prueba a alguien en quien uno tuviera plena confianza? Pues bien, ese es exactamente el significado de la respuesta de nuestro Señor: "No tentarás al Señor tu Dios". Su alma resentía la idea de probar a Dios para ver si Él sostendría a Su Hijo. Dios podía probarlo a Él; Satanás podía ponerle a prueba; pero, en cuanto a que Él tentara al Señor, como si el Señor Su Dios requiriera ser puesto a prueba para ver si Él sería fiel a Su palabra, — ¡Fuera con ese pensamiento! Él no quiso oír acerca de ello ni por un momento.

 

La tentación que es la segunda en Mateo, Lucas la presenta como la tercera. ¿A qué se debe esto? Ciertamente nosotros no debiésemos leer las Escrituras como si tales diferencias no tuvieran la intención de sugerir una indagación. Tenemos que tener cuidado de no malinterpretar la Escritura; pero la Escritura está destinada a ser entendida. Acerca de estos diferentes órdenes en que las tentaciones son puestas, yo digo que ambos órdenes son correctos, ambos son inspirados por Dios. Si la intención de ellos hubiese sido informar de la tentación exactamente como tuvo lugar, está claro que ellos no están en lo correcto; pero Dios tuvo un objetivo mucho más elevado. Dios escribió para nuestra enseñanza, y Dios se ha complacido, en los diferentes Evangelios, en colocar los hechos de la manera más instructiva. Mateo presenta simplemente la tentación históricamente, tal como ella tuvo lugar. Por lo tanto, en Mateo tenemos menciones de tiempo: "Entonces el diablo le llevó", etcétera. En Lucas no hay tal pensamiento; allí es simplemente: "Y le llevó el diablo", etcétera. (Lucas 4: 5). Esta palabra nos prepara de inmediato para ella. Es evidente que estas diferentes tentaciones existieron, pero Lucas las coloca como para no decirnos el orden en que ocurrieron.

 

Estas últimas palabras es un comentario general válido para todo el Evangelio de Lucas, el cual se aparta habitualmente del sencillo orden de los hechos para presentar una disposición adecuada al designio que él tenía en perspectiva. En su conjunto, el Evangelio de Lucas se caracteriza por poner los hechos de la vida de nuestro Señor en un orden que se ajusta a la doctrina que Él estaba enseñando. Así, ustedes encontrarán en Lucas que incluso la genealogía de nuestro Señor no es presentada en su lugar habitual; hay un alejamiento de la mera serie natural; y hay, en cambio, un orden moral. Tomen ustedes el caso de la oración del Señor: Lucas la coloca en un lugar totalmente diferente al de Mateo, el cual lo presenta en el maravilloso discurso comúnmente llamado el Sermón del monte; y como la oración formaba una parte muy importante de los nuevos principios que el Señor estaba sacando a la luz, ella también formaba uno de los temas principales del discurso del Señor. Lucas reserva esa oración hasta llegar a Lucas 11, porque nuestro Señor está señalando allí el gran recurso de la vida espiritual, el modo en que dicha vida ha de ser mantenida y sustentada en el alma. Y Lucas nos muestra esto a partir de la historia de Marta y María. (Lucas 10). La pregunta surge, ¿Por qué Jesús aprobó la senda y el andar de María más que los de Marta? No es que Él no las amaba a todas, ni que Marta no tuviera un verdadero amor personal por el Salvador y que su corazón no fuera fiel a Él. Pero había una inmensa diferencia entre ellas. ¿Cuál era esta diferencia y por qué ello era así? Lucas nos presenta la diferencia moral. Mientras Marta se ocupaba en lo que podía hacer por el Señor para mostrarle su amor, María estaba ocupada en el propio Señor, — sentada a Sus pies, escuchando Su palabra. La una estaba llena de lo que ella podía hacer por Cristo; la otra, estaba llena de Cristo mismo; y nada de lo que ella podía hacer tenía la menor importancia a sus ojos, comparado con Cristo mismo. Nosotros encontramos así, en otro caso, a María rompiendo el frasco de alabastro para ungir los pies de Jesús, — una acción poco considerada por los demás; y sin embargo, lo que ella había hecho debía ser recordado a través de todo el mundo. (Véase Marcos 14: 3-9). Nuestro Señor saca a relucir en Lucas este gran asunto, — a saber, la palabra de Dios, esperar en Jesús, siendo esto el primer gran recurso para fortalecer la vida nueva y espiritual; y, por lo tanto, inmediatamente después de este relato acerca de estas hermanas, nosotros tenemos la petición de los discípulos pidiendo ser enseñados a orar. En realidad, ello tuvo lugar mucho antes; pero Lucas coloca estos dos sucesos juntos de esa forma especial para señalar la conexión de la palabra de Dios con la oración.

 

Así, en la tentación, Lucas se aparta del orden de los hechos y nos presenta la secuencia moral. Mateo se limita a nombrar los hechos tal cual sucedieron. Lucas los coloca en el orden de magnitud, y se desplaza desde la prueba natural a la mundana, y después a la tentación religiosa. Porque está perfectamente claro que la tentación por medio de la palabra de Dios era mucho más dura para Uno que valoraba Su palabra por encima de todo aquello que consistía una apelación a las necesidades naturales o a la ambición mundana. Por eso Lucas reserva esta tentación hasta el final. En Mateo no es así, pero tenemos, en tercer lugar, la tentación mediante el mundo. Leemos, "Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares". ( Mateo 4: 8, 9). Aquí el diablo se manifestó de inmediato. La idea misma de presentar cualquier objeto de reverencia y adoración entre el alma y Dios fue para detectar de inmediato que se trataba del propio diablo o de un instrumento del diablo. Por lo tanto, el Señor lo denomina de inmediato como "Satanás". "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás". (Versículo 10). Si se hubiera tratado de un apóstol, habría sido exactamente lo mismo. Si uno de ellos se hubiera desviado tanto como para insinuar tal cosa, el Señor habría dicho igualmente, "Satanás". ¿Acaso no es esto muy solemne para nosotros cuando tratamos con cristianos que se han convertido en instrumentos de Satanás por un momento? El Señor no titubeó en una ocasión en decir, "Satanás", al propio Pedro; y eso que él era el principal de los doce, — el primero en dignidad entre los apóstoles del Cordero. Y, sin embargo, nuestro Señor mismo, después que Él hubo colocado una señal de honra sobre Pedro y le hubo dado un nuevo nombre, no duda en decir "Satanás" a Pedro como al enemigo mismo. Todo esto saca a la luz un importante principio para nuestros propios modos de obrar al tener que ver incluso con un hijo de Dios.

 

Al responder a la tercera y última tentación nuestro Señor aún se limita al libro de Deuteronomio. ¿Por qué? Porque Deuteronomio (o Segunda Ley) es el libro que considera a Israel después de que ellos habían fracasado completamente bajo la ley, y cuando Dios introduce el nuevo principio de la gracia y muestra, no la mera justicia por la ley, sino la que es por la fe. El apóstol Pablo también cita de Deuteronomio con el mismo propósito. Deuteronomio es el libro que indica el lugar de la obediencia cuando ella ya no es una mera cuestión de observancia bajo la ley. El Señor Jesús asume aquí ese mismo lugar. Él no está dando testimonio de lo que Él podría haber hecho como persona divina. Como tal, Él habría asumido un terreno en el que nosotros no podríamos seguirle. Pero a través de esta tentación Él asume la postura que se ajusta a nosotros y a todos los que desean seguirle. Lo único correcto y lo que conviene a un hombre piadoso al enfrentar las tentaciones es el terreno de la obediencia a la fe: pues uno se mantiene así en la confianza de lo que Dios es en Su bondad. El Señor no se desviaría en ningún caso de lo que era el lugar debido y apropiado para un siervo de Dios en Israel. Si una persona era piadosa, su lugar era confesar y ser bautizada con el bautismo de arrepentimiento. Nuestro Señor se encuentra de inmediato con los tales, aunque en Su caso fue cumplimiento de justicia, mientras que con nosotros es  reconocimiento de pecado. Él, que era el único que podía asumir Su posición por encima de la justicia legal, la asume como vindicando a Dios en todo sentido, no sobre la mera justicia del hombre. Satanás puede colocar la tentación frente a Él en todas sus formas, pero ello es inútil. Su única preocupación es vindicar a Dios, y nunca arrogarse nada. El enemigo fue frustrado, para gloria de Dios, por un hombre obediente y dependiente.

 

Creo que los principios traídos ante nosotros en este capítulo son de la mayor importancia práctica para los hijos de Dios. Los pocos comentarios que yo he hecho pueden ayudar a dirigir las almas al valor práctico de estas tentaciones de nuestro Señor para guiarnos en nuestra propia senda. Por lo tanto, recomiendo todo el tema a la atención del lector como un tema que, aunque pudo haber sido presentado muchas veces ante nosotros, y que podemos haber meditado a menudo sobre su valor práctico, todavía puede requerir nuestro pensamiento, ya que seguramente ello recompensará nuestro estudio llevado a cabo con oración.

 

Puede ser instructivo comparar las diferentes maneras en que el Espíritu Santo introduce el ministerio de nuestro Señor en los Evangelios. Y cuando hablo de Su ministerio, ustedes entenderán que me refiero a Su servicio público, pues hubo muchas cosas relacionadas con el Señor, — milagros realizados y discursos notables pronunciados, — antes de que Él emprendiera formalmente Su curso ministerial. Lo que yo deseo mencionar ahora es la sabiduría con la que Él nos ha presentado una visión distinta de nuestro Señor en cada uno de estos diferentes relatos inspirados. Nosotros podemos seguir con reverencia a Aquel que se ha complacido en proporcionarlos de manera tan variada, — omitiendo ciertas declaraciones en algunos, y presentándolas en otros; alterando de vez en cuando el orden de la narración de los acontecimientos para lograr así Su propósito más perfectamente. Al comparar estos relatos podemos ver que el Espíritu Santo siempre conserva el gran designio de cada Evangelio, y ésta es la base de toda interpretación correcta. Si nosotros tenemos en cuenta aquello que Él se propone, encontraremos en esto el principio sobre el cual los Evangelios fueron escritos y, en consecuencia, encontraremos lo único que nos permitirá entenderlos correctamente.

 

Ya he mostrado, para comenzar con el Evangelio de Mateo, que a lo largo del mismo el Espíritu Santo nos está presentando al Mesías con las pruebas más completas de Su misión de parte de Dios, pero, lamentablemente, como un Sufriente y un Rechazado, y esto especialmente por parte de Su propio pueblo; y, entre ellos, rechazado sobre todo por aquellos que, humanamente hablando, tenían más motivos para recibirle. ¿Había algunos que destacaran peculiarmente por su justicia en la estimación de la nación? Si los fariseos lo eran, ¿quiénes fueron los que estaban tan resentidos contra Él? ¿Había alguno que fuera celebrado por su conocimiento de las Escrituras? Los escribas fueron los que se combinaron con los fariseos contra Él. Los sacerdotes, celosos de su propia posición se opondrían de manera natural a alguien que sacaba a relucir la realidad de un poder divino administrado por el Hijo del hombre en la tierra en el perdón de pecados. Ahora bien, todas estas cosas salen a relucir con una fuerza y claridad sorprendentes en el Evangelio de Mateo. Pero, aunque todavía no hemos llegado a estos detalles, el designio principal mismo del Espíritu Santo se hace patente en la forma en que nuestro Señor es presentado al iniciar Su ministerio público en la porción que tenemos ante nosotros.

 

En primer lugar, en Mateo no se menciona todo lo que ocurrió en Jerusalén. Humanamente hablando, es tan probable que Mateo haya inquirido las tempranas circunstancias de nuestro Señor, y en particular Su relación con esa ciudad, tal como el amado discípulo Juan. Sin embargo, de una gran cantidad de cosas presentadas en Juan ni una sola palabra aparece en Mateo. En el cuarto Evangelio tenemos una delegación de Jerusalén para ver primero a Juan el Bautista, y luego nuestro Señor es reconocido como Cordero de Dios y como Aquel que bautiza con el Espíritu Santo. Luego tenemos a nuestro Señor dándose a conocer a varias personas; entre ellas, a Simón Pedro, después de que Andrés, su hermano ya había estado en compañía del maravilloso Forastero. Luego Felipe es llamado, el cual encuentra a Natanael; y así la obra del Señor se extiende de un alma a otra, ya sea por el Señor atrayendo a Él  mismo directamente, o por la intervención de los que ya habían sido llamados. Todo esto es omitido por completo aquí en Mateo. Además, en Juan capítulo 2 es presentado el primer milagro o señal, en el que Cristo manifestó Su gloria, — la conversión de agua en vino; después de lo cual nuestro Señor sube a Jerusalén y ejecuta el juicio sobre la codicia que entonces reinaba incluso en la ciudad que se jactaba de santidad. Tenemos también una pequeña visión secundaria de lo que nuestro Señor estuvo haciendo durante este tiempo en Jerusalén. Él estuvo haciendo señales milagrosas allí, y muchos creyeron en Él, aunque de una manera natural. Se dice que Jesús "no se fiaba de ellos, porque conocía a todos" (Juan 2: 24); pero Él revela la gran doctrina del nuevo nacimiento, y saca a relucir la cruz, — para ser hecho Él mismo así pecado, como la serpiente había sido levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que cree en Él "no se pierda, mas tenga vida eterna". (Juan 3: 16). Todo esto tuvo lugar antes de las circunstancias registradas por Mateo. Cuando esto es visto, ello debe sorprender a cualquier atento lector de la palabra de Dios. No pudo ser que esas cosas fuesen desconocidas para Mateo: ellas no podían dejar de ser nombradas y meditadas si, aparte de la inspiración, ustedes le consideran como un mero discípulo. Andrés, Pedro y Juan, y los demás, habrían conversado una y otra vez acerca del primer contacto de ellos con el Salvador. Sin embargo, Mateo no dice una palabra acerca de ello; tampoco lo hacen Marcos o Lucas, — sólo Juan. Ahora bien, cuando nosotros examinamos los propios Evangelios encontramos la solución verdadera. No es la ignorancia de un evangelista ni el conocimiento de otro lo que explica las omisiones o las inserciones. Dios presenta un relato tal de Jesús que inculcaría perfectamente la lección que Él estaba enseñando en cada Evangelio.

 

¿Por qué todo lo que hemos mencionado aparece convenientemente en Juan? Evidentemente porque ello coincide con la verdad que es allí enseñada. En Juan tenemos, desde el principio, la ruina total del hombre, — la ruina del mundo. El primer capítulo nos muestra la evidencia práctica de lo que era el judaísmo, — el Señor no es recibido por los Suyos, no obstante viniendo debidamente, y llamando así a Sus propias ovejas por nombre, y sacándolas de allí. Debido a que el testimonio de Juan Bautista no tuvo ningún efecto duradero sobre la masa; podía pasar de boca en boca, pero caía desatendido en los oídos de los que no tenían fe: "No sois de mis ovejas, como os he dicho". (Juan 10: 26). Ahora bien, tenemos a las ovejas llamadas individualmente por su nombre, y a una de ellas recibiendo un nuevo nombre totalmente acorde con el carácter del Evangelio de Juan. En Mateo no tenemos ninguno de estos llamativos incidentes porque en él el Espíritu Santo nos presenta a Jehová-Jesús, el Mesías, obrando milagros, cumpliendo la profecía, exponiendo el reino de los cielos, — pero en necesidad, despreciado y compañero de esos en Galilea; pues Él no es visto aquí como el Hijo de Dios, ya sea desde la eternidad o como nacido en el mundo; sino que Él mismo asume un lugar en separación, para hacer realidad la gran predicción que el profeta Isaías había sido inspirado por Dios para que la revelara cientos de años antes. Porque observarán ustedes que el hecho de que nuestro Señor dejara Nazaret y viniera a habitar en Capernaúm es introducido aquí como el cumplimiento de aquello de lo cual el profeta Isaías había hablado diciendo: "Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles". (Mateo 4: 15; Isaías 9: 1). Ello estaba fuera de la ubicación habitual de Israel, en esa parte de ella que aún ha de pertenecer a Israel, de la que algunas de las tribus habían tomado posesión, aunque, estrictamente hablando, estaba más allá de los límites apropiados de la tierra prometida. El Señor atraviesa la Galilea de los gentiles, y en todo lo que hacía Él cumplía la profecía. Los judíos debieron haberlo sabido con toda seguridad. De este modo, el pueblo asentado en tinieblas "vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció". (Mateo 4: 16; Isaías 9: 2).

 

Ahora bien, si nosotros acudimos al profeta Isaías encontraremos algo más de la importancia de esta cita. Ella es parte de un solemne estilo profético, parte en la que Jehová pone de manifiesto la superlativa rebeldía de Israel y los juicios que caen sobre Su pueblo porque no prestaban atención a Su voz. Su mano se extendió contra ellos: "A pesar de todo esto, no ha cesado su furor, y su mano todavía está extendida". (Isaías 5: 25 – RVA). En medio de estos tratos de Dios tenemos la gloria de Jehová revelada. (Isaías 6). Ahora sabemos, como declara Juan capítulo 12, que esta gloria está en la persona de Cristo. Consecuentemente, en Isaías 7 se anuncia que iba a haber un nacimiento totalmente sobrenatural. Ya no se trataba de Uno sentado en un trono alto, apartado de los hombres, aunque los hombres recibieran un mensaje de misericordia de parte de Él en medio del juicio, sino que el capítulo 7 de Isaías revela el gran hecho de la encarnación. El Rey de gloria, Jehová de los ejércitos, llegaría a ser un niño, nacido de una virgen. El capítulo siguiente revela otro hecho. A Israel no le importó más el glorioso Niño de la virgen que las anteriores advertencias de Dios. Por el contrario, Lo despreciaron y Lo rechazaron. En consecuencia, el capítulo 8 presupone un remanente piadoso cada vez más aislado en medio de un temible estado de cosas en Israel, quienes, uniéndose a los gentiles, dirán: "Es conspiración". Leemos, "No digáis: "Es conspiración", a todo lo que este pueblo llama conspiración, ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis". (Isaías 8: 12 – LBA).  Israel asume entonces el lugar de la incredulidad total. Los judíos serán líderes en esta rebelión contra Dios. Pero, en medio de todo ello, ¿qué está haciendo Él? Leemos, "Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos. Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré. He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos, que mora en el monte de Sión". (Isaías 8: 16-18).  Es decir, hay una declaración clara de que Dios se complacerá en tener un pequeño remanente en medio de Israel; y mientras Israel rechaza al Mesías, aparece un remanente separado y la bendición vendría al fin en toda la plenitud de la gracia. Sin embargo, al principio ello sería algo pequeño y despreciado; y esta es exactamente la circunstancia que nuestro Señor estaba poniendo en evidencia ahora. "Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido". (Isaías 8: 19, 20). En consecuencia, la profecía continúa: "Sin embargo, no tendrá oscuridad la que estaba en angustia. En tiempos anteriores él humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en tiempos posteriores traerá gloria a Galilea de los gentiles, camino del mar y el otro lado del Jordán. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz [el Mesías]. A los que habitaban en la tierra de sombra de muerte, la luz les resplandeció". (Isaías 9: 1, 2 – RVA). Él muestra después en esta profecía que (si bien la aflicción gentil infligida a la nación sería más pesada que nunca, y la opresión romana superaría con creces la caldea de antaño, aun así) el Mesías estaría allí, despreciado y rechazado por los hombres, no, es más, rechazado por los judíos, y eso en este mismo momento cuando era despreciado así por el pueblo que debiese haber conocido Su gloria, una gran luz, surgiría en el lugar más despreciado, en la Galilea de los gentiles, entre los más pobres de Israel, donde los gentiles se habían mezclado con ellos, — personas que ni siquiera podían hablar correctamente su propio idioma. Allí debía brotar esta luz resplandeciente y celestial; el Mesías sería reconocido y recibido allí. De este modo nosotros podemos ver cuán plenamente esta profecía se ajusta al Evangelio que estamos considerando. Porque tenemos aquí a Uno que es Jehová-Mesías, un rey divino, — no un simple hombre, sino Uno menospreciado por la nación y despreciado por los dirigentes, dándose Él a conocer en gracia a los que eran más despreciados en las afueras como cuando salen ustedes hacia los gentiles. Aquello que los reyes habían esperado en vano, lo que los profetas habían deseado ver, fue lo que los ojos de ellos vieron. El Señor comienza a separar un remanente en Israel en Galilea de los gentiles. Esto mantiene y confirma el objetivo de Mateo desde el principio.

 

Pero hay más que esto. "Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". (Mateo 4: 17). Es evidente que esto da comienzo a Su predicación pública. El discurso a Nicodemo fue totalmente diferente. Y, ¿Por qué no tenemos nada parecido a la mujer samaritana en Mateo? ¿Cómo concuerda ello con el Evangelio de Juan? En Mateo el tema es el cumplimiento de las profecías acerca del Mesías, y Dios mostrando que no hubo por Su parte ningún malogro en el testimonio hasta que la obra del Bautista finaliza. Jesús espera esto en Mateo. En Juan Él no espera nada. Él presenta allí el testimonio más grandioso posible acerca del reino de Dios; la necesidad de una vida que el hombre no tiene de manera natural, una vida que sólo Dios puede dar; y la necesidad de la cruz como expresión del juicio de Dios sobre el pecado en gracia hacia los pecadores, — hacia el mundo. De modo que el discurso en Juan capítulo 3 consta de estas dos partes: — una vida dada por Dios que es perfectamente santa; y Jesús muriendo en expiación por los pecados de la vida antigua que nunca pudo entrar a la presencia de Dios. Porque aunque los creyentes deben tener la vida nueva, esto no puede borrar el pecado. La muerte es necesaria tanto como la vida, y el Salvador proporciona ambas. Él es la fuente de la vida como Hijo de Dios, y Él muere como Hijo del hombre. Y esto es lo que Él saca a relucir de manera sorprendente en el comienzo del Evangelio de Juan.

 

 

En Mateo, como ya he dicho, tenemos a Jesús esperando hasta que finaliza el testimonio de Juan el Bautista, y entonces Él emprende Su ministerio público. Estas cosas son perfectamente armoniosas. Si se hubiera dicho que nuestro Señor predicó el reino de los cielos a Nicodemo ello podría haber parecido una contradicción; pero Él no lo hizo. A Nicodemo Él mostró la necesidad de un nuevo nacimiento para que alguien viera el reino de Dios. Pero en Mateo Él está considerando lo que concierne a la tierra, — a saber, el reino de los cielos conforme a la profecía de Daniel. Por lo tanto, Él espera hasta que Su precursor terrenal hubo terminado su tarea. Por eso Mateo omite toda alusión a algo público acerca de Cristo antes de que Juan es encarcelado. Él presenta a los judíos el reino de los cielos como aquello que era conforme a sus profetas.

 

 

Veamos en el Evangelio de Lucas de qué manera comienza  el ministerio de nuestro Señor. El capítulo 4 será suficiente para mi propósito. El Señor vuelve en el poder del Espíritu a Galilea: "Y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado". (Lucas 4: 14-16). Esta es una escena anterior; Él no está todavía en Capernaúm. Mateo lo omite todo. Esto es aún más sorprendente porque Lucas no fue uno de los que estuvo personalmente con nuestro Señor, mientras que Mateo sí lo estuvo. Pero, a menos que ustedes crean que es Dios quien ha guiado la mano de cada escritor, y ha puesto Su propio sello en ello, ustedes son incapaces de entender la Escritura; ustedes añadirán sus propios pensamientos en lugar de someterse al pensamiento de Dios. Lo que necesitamos es confiar en Dios, el cual está derramando sobre nosotros Su propia luz bienaventurada e infinita. ¿Por qué Dios nos presenta este incidente en Nazaret en Lucas y en ningún otro lugar? ¿Se trata del Mesías? No; ese no es el objetivo de Lucas. Tampoco se trata de Su ministerio en el orden en que ocurrió: ustedes encontrarán esto en Marcos. Pero Lucas, al igual que Mateo, cambia el orden de los acontecimientos con el propósito de sacar a relucir el objetivo moral de cada Evangelio. Lucas nos presenta esta circunstancia en la sinagoga; Mateo no lo hace. Si alguien ha leído el Evangelio de Lucas con inteligencia espiritual, ¿cuál es la impresión uniforme comunicada a la mente? Allí está el Hombre bienaventurado, ungido por el Espíritu Santo, que va haciendo el bien. De hecho, esta es precisamente la forma en que Pedro resume la vida de Jesús en el libro de los Hechos cuando predica acerca de Él a Cornelio, — pues leemos, "Cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él". (Hechos 10: 38). Y luego él presenta un relato acerca  de Su maravillosa obra en Su muerte y resurrección, y de los frutos de esa obra para el creyente.

 

Entonces, al comenzar el Evangelio de Lucas, ¿cuál es el primer incidente del ministerio de nuestro Señor que está registrado allí? En Nazaret, la aldea más despreciada en Galilea, el lugar donde de seguro nuestro Señor iba a ser escarnecido, — en su propia tierra, donde Él había estado viviendo todos los días de Su vida privada de bienaventurada obediencia prestada al hombre y de dependencia de Dios, — en este lugar mismo Él entró en la sinagoga en el día de reposo y se levantó a leer del profeta Isaías, donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón… A predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó". (Lucas 4: 18-20). Él se detuvo en medio mismo de una frase. ¿Por qué? Por el motivo más precioso. Él vino aquí como heraldo de la gracia, ministro de la benignidad divina para con los hombres pobres y miserables. En la profecía de Isaías había juicio mezclado con misericordia. El Evangelio de Mateo puntualiza juicio sobre los judíos y misericordia para la despreciada Galilea. Pero aquí se trata de algo más amplio. En Lucas no hay ni una palabra acerca de juicio; no aparece nada más que la plenitud de la gracia que estaba en Cristo. Él había venido con todo el poder y la voluntad de bendecir: el Espíritu de Jehová estaba sobre Él para ese propósito. Él fue enviado a predicar el año agradable del Señor, — y allí mismo enrolló el libro. No quiso añadir las palabras siguientes que anunciaban "el día de venganza del Dios nuestro". (Véase Isaías 61: 1, 2). Él, de manera muy significativa, se detiene antes de decir una palabra acerca de aquel día. En cuanto a la misión real con la que Jesús vino del cielo, ella no fue para ejecutar venganza: esto sólo fue lo que el hombre, al rechazar la gracia, Lo obligaría a hacer más tarde. Pero Él vino a mostrar el amor divino emanando en una corriente perfecta e incesante desde Su corazón. Esto fue lo que nuestro Señor puso aquí al descubierto. ¿Dónde encaja una escena como ésta? Exactamente en el lugar donde ella se encuentra, — sólo en el Evangelio de Lucas. Ustedes no podrían trasplantarla a Mateo, ni siquiera a Juan. Hay un carácter acerca de ella que pertenece a este Evangelio y a ningún otro. Algunas de las circunstancias del ministerio de nuestro Señor son presentadas en todos los Evangelios, pero ésta no: y el motivo es que ella discurre en la corriente de Lucas, se encuentra allí, y sólo allí.

 

Esto ayudará a ilustrar las diferencias características y divinamente dispuestas de los Evangelios. Armonizar es el intento de comprimir en un único molde cosas que no son lo mismo. Por tanto, si se me permite añadir unas palabras en cuanto al relato de Lucas, nosotros tenemos más para corroborar. Mientras ellos estaban pendientes de lo que él iba a decir para oír las palabras de gracia, como las caracteriza el Espíritu Santo, todos los ojos se fijaron en Él. Leemos, "Entonces comenzó a decirles: —Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos… y [ellos] decían: —¿No es éste el hijo de José?" (Lucas 4: 21, 22 – RVA). Tal era la ceguera del corazón de ellos. Él fue despreciado y rechazado por los hombres; no sólo por los hombres soberbios de Jerusalén, sino incluso en Nazaret. Este es el objetivo de Lucas que demuestra el pensamiento aún más profundo, — a saber, que no eran sólo los hombres los que podían ensoberbecerse en la ley, sino que el corazón de los hombres estaba contra Él dondequiera que Él estuviera. Que ello sea en Nazaret, y que Él pronuncie las palabras de más gracia que jamás hubieran salido de los labios del hombre, aun así Le seguía el escarnio. "Y les dijo: Seguramente me diréis este proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; todo lo que hemos oído hacer en Capernaúm, hazlo también aquí en tu tierra". (Lucas 4: 23).  Nosotros nos enteramos aquí que el Señor había hecho muchas cosas en otro lugar, y de cosas que habían tenido lugar antes de esto; pero el Espíritu de Dios registra esto primero en detalle. Por consiguiente, el Señor introduce otra cosa a la que debo referirme. Él toma ejemplos de la historia judía para ilustrar la incredulidad de los judíos y la bondad de Dios para con los gentiles: "Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado… pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta", etcétera. (Lucas 4: 25, 26). Es decir, Él muestra que en la incredulidad de Israel Dios se dirige a los gentiles, y que éstos deben oír. En el Evangelio de Lucas se encuentra este gran argumento, — no sólo la exhibición de la plenitud de la gracia que estaba en Jesús, sino Dios saliendo a los gentiles, y en misericordia para ellos. El primer discurso registrado de nuestro Señor en Lucas saca a relucir el objetivo mismo del Evangelio. Consecuentemente, cuando el Señor pronunció estas palabras, ellos "se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue. Descendió Jesús a Capernaúm". (Lucas 4: 28-31). Y luego tenemos al Señor tratando con un hombre que estaba poseído por un demonio. Este es el primer milagro que es detallado aquí; y es sólo en el capítulo siguiente donde encontramos a nuestro Señor llamando a Simón Pedro, a Andrés y a los demás, a seguirle a Él; todo lo cual es presentado con el mayor cuidado posible. De inmediato nos sorprende la diferencia.

 

Pues cuando volvemos a Mateo no hay ni una palabra acerca de Nazaret, ni acerca de la expulsión de un demonio de un hombre poseído; sino que simplemente nuestro Señor, cuando comenzó a predicar, andaba junto al mar de Galilea, y "vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". (Mateo 4: 18, 19). El relato es presentado de manera muy sucinta. Los detalles no se encuentran; pero sí los tenemos en Lucas, y yo presumo que por este motivo, a saber, que el suyo es especialmente el Evangelio donde vemos el análisis moral del corazón humano. Hay dos cosas que son sacadas a relucir especialmente en Lucas, — a saber, cuál es el corazón de Dios hacia el hombre, y cuál es, por naturaleza, el corazón del hombre hacia Dios; y, además de esto, qué llega él a ser por la gracia de Dios. Tomen ustedes la parábola del pródigo como ejemplo. ¿Acaso no tienen ustedes allí la gracia de Dios y la iniquidad del corazón del hombre puestas plenamente de manifiesto?, ¿y luego el hecho de que él vuelve en sí y de haberse él perdido en la bondad de Dios hacia él? Esto es justamente el Evangelio de Lucas, la suma y la sustancia de todo el libro. Ello es uno de los motivos por los que ustedes tienen la experiencia de Pedro cuando fue llamado por primera vez al servicio; la manera en que el Señor enfrentó sus temores, y lo hizo apto para convertirse en un pescador de hombres. Y Pedro es hecho allí una persona prominente: pero tal experiencia no tiene valor excepto cuando es en un individuo. La experiencia debe ser algo entre el alma y Cristo; y en el momento que ella se convierte en algo vago, o en un asunto de notoriedad pública, todo desaparece; y entonces dicha experiencia se convierte más bien en una trampa para la conciencia. Existe el peligro de repetir lo que hemos oído de otros, o de retener lo que es malo en cuanto a nuestras propias almas. Ello debe ser un asunto de conciencia individual con el Señor. Por eso Lucas nos presenta un individuo especificado, y el relato minucioso de aquello a través de lo cual él atraviesa con el Señor.

 

Este no es el argumento de Mateo. Allí está el Mesías rechazado ahora que Su precursor está preso, el cual pronto descubrirá por sí mismo que le está reservado algo peor que una prisión. Pero, a pesar de todo ello el Señor cumplirá las profecías. Él está en el lugar más despreciado cumpliendo la profecía de Isaías que predijo la ley sellada entre Sus discípulos en el momento mismo en que el Señor estaba escondiendo Su rostro de Israel. (Véase Isaías 8: 16, 17).  Él quiere contar ahora con personas idóneas que sean aptas para representar a este remanente piadoso en Israel. Por eso Él llama primero a dos hermanos, a Simón llamado Pedro, y a Andrés su hermano. Sería un error suponer que éste fue el primer encuentro de nuestro Señor con ellos. Ellos conocían al Señor desde mucho antes. ¿Cómo sabemos esto? Juan nos lo dice. Si examinamos el asunto, nosotros encontraremos que todos los incidentes de los cuatro primeros capítulos del Evangelio de Juan ocurrieron antes de esta escena. Incluso las circunstancias registradas de nuestro Señor en Jerusalén, en Galilea, y con la mujer de Samaria, todas ellas tuvieron lugar antes de que Simón y Andrés fueran llamados de su labor. Para requerir una línea especial de servicio, es necesaria una segunda obra de Cristo.

 

Una cosa es que Cristo mismo se revele a un alma, y otra es que Él haga de esa alma un pescador de hombres. Es necesaria una fe especial para que actué sobre las almas de los demás. La sencilla fe salvadora que se apropia de Cristo para la propia alma de uno no es en absoluto la misma cosa que entender el llamamiento de Cristo que le convoca a uno lejos de todos los objetos naturales de esta vida para hacer Su obra. Esto sale a relucir aquí. El Señor, en Su rechazo, llama, y hace que Su voz sea oída por estos cuatro hombres, y por otros también. Ellos ya habían creído en Él, y tenían la vida eterna; pero incluso con la vida eterna un hombre puede estar siguiendo mucho del mundo y, estando ocupado con lo que contribuye a su propia comodidad aquí abajo, puede seguir siendo un miembro de la sociedad de los hombres. Muchos que son piadosos siguen mezclados con el mundo; pero, para que el Señor los haga compañeros de Su propio servicio, y los capacite para llevar a cabo Sus propios objetivos, Él debe convocarlos. Pero ellos tienen un padre: entonces, ¿qué hay que hacer? No importa; el llamamiento de Cristo es superior a cualquier otro aserto. Ellos estaban echando la red en el mar; y Él les dice: " Venid en pos de mí". Pero ellos podrían haber capturado muchos peces: ¿y qué en cuanto a eso? Leemos, "Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó". (Mateo 4: 20, 21). Sin duda se trató de un conflicto. Ellos estaban remendando sus redes con su padre cuando el Señor los llamó; pero inmediatamente dejaron sus redes y a su padre, y ellos Le siguieron. Y fue por este motivo: ellos sabían quién era Cristo; que era el Mesías, el objeto bienaventurado de esperanza que Dios había prometido desde el principio a los padres; y ahora los hijos lo tenían. Él los llamó. ¿Acaso no podían ellos confiar todo lo que tenían en Sus manos, y confiar en Su cuidado para con el padre de ellos? Seguro que podían. La misma fe que los llevó a seguir a Jesús, no sólo como dador de vida eterna, sino como a Uno a quien ahora pertenecían como siervos, podía capacitarlos para confiar a Su cuidado todo lo que ellos tenían que les pertenecía en este mundo. Ciertamente, si el Señor los llamó, Su llamamiento debía ser superior a sus obligaciones naturales. Este fue un caso extraordinario. Nosotros no encontramos que las personas en general sean llamadas a una obra tal como ésta; pero, puede ser que haya ocasiones en las que el Señor tiene a quienes convoca para que Le sirvan de esta manera especial. ¿Cómo podría uno ser útil a las almas de los demás si no ha conocido algo de esta prueba para su propia alma? El Señor es presentado aquí como formando este remanente piadoso para Sí mismo desde el principio. "He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel". (Véase Isaías 8: 18). Esto era lo que el Señor estaba haciendo ahora; pero ello no es todo. Leemos, "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó". (Mateo 4: 23, 24).

 

Ahora bien, presten ustedes atención, en ninguna parte hay, excepto en Mateo, tal serie de obras y enseñanzas del Señor condensadas en un par de versículos. En Mateo ellas están aglomeradas en una agrupación antes de que tengamos la enseñanza comúnmente llamada «el sermón del monte.» Surge la pregunta, ¿Por qué aquí el curso habitual del ministerio del Señor es traído ante nosotros en esta forma tan integral? Porque la intención es mostrar, después de que el Señor hubo llamado a estos discípulos, la atención universal que era atraída a Su doctrina. El Señor había estado dando un testimonio íntegro por toda Galilea, y Su fama se había extendido por toda Siria; habían sido atraídas personas de todas partes; y entonces el Espíritu Santo nos presenta el esquema del reino de los cielos en sus objetivos y carácter. Las circunstancias están dispuestas por el Espíritu Santo de tal manera que muestran la atención universal dirigida a Él. Cuando todos tienen ansias de oírle, entonces el Señor despliega el carácter del reino de los cielos. Mateo sabía perfectamente que el sermón del monte fue pronunciado realmente mucho tiempo después. Él mismo lo escuchó. Sin embargo, el propio llamamiento de Mateo no es presentado hasta el capítulo 9. Fue posterior al llamamiento de los doce discípulos que nuestro Señor tomó Su lugar en el monte; pero Mateo lo registra mucho antes. El objetivo es señalar, no el momento en que nuestro Señor pronunció este discurso, sino el cambio anunciado. Primero se produjeron todos estos hechos poderosos que atestiguaron que Él era el verdadero Mesías; y luego Su doctrina fue sacada a la luz perfectamente. El sermón del monte no tiene por qué ser considerado, históricamente, como un único discurso continuo, sino que puede haber estado dividido en diferentes partes. En ninguna parte se dice que todo el  sermón fue pronunciado en estricta secuencia. Nosotros sólo tenemos el hecho general de que entonces Él habló así en el monte, y de que allí Él enseñó a las personas. Es posible que el sermón haya sido presentado en varios discursos, estando omitidas en Mateo las circunstancias que dieron lugar a esta o aquella parte. La mente humana compara estas cosas juntas, y al encontrar que en Lucas son presentadas diferentes porciones de él en una conexión diferente, mientras que en Mateo son presentadas todas juntas, en lugar de confiar en la certeza de que Dios tiene razón, dicha mente humana llega de inmediato la conclusión de que en estas Escrituras hay confusión. En realidad hay perfección. Es el Espíritu Santo dando forma a todo conforme al objetivo que Él tiene ante Sí.

 

Yo espero, si es la voluntad del Señor, considerar cuidadosamente este muy bienaventurado discurso de nuestro Señor para evidenciar su gran importancia en sí mismo, y su idoneidad en Mateo, único lugar donde lo tenemos tan plenamente. En Marcos y Juan no es presentado en absoluto; en Lucas sólo en fragmentos separados; en Mateo como un todo. Pero ahora me limito a recomendarles el tema que hemos estado considerando, confiando en que las observaciones generales que ya han sido hechas puedan demostrar ser un incentivo para un examen más profundo y en oración. Que las insinuaciones que han sido ofrecidas ayuden a algunos a una lectura más provechosa de la palabra de Dios, y a una consideración más inteligente de Su pensamiento, además de dar una llave para las aparentes dificultades de los Evangelios.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 5

 

Ya ha sido explicado, aunque brevemente, que uno de los motivos del Espíritu de Dios para sacar el sermón del monte de su lugar histórico en Mateo, si se puede decir así, y presentárnoslo antes de muchos de los acontecimientos que tuvieron lugar posteriormente, fue éste: a saber, que todo el Evangelio fue escrito sobre el principio de convencer a los judíos; en primer lugar, para mostrar quién era Jesús, — su Mesías (un hombre, pero Jehová), Jehová Dios de Israel; y luego, para presentar pruebas detalladas de lo que Él era realmente como Mesías de ellos, según la profecía, por medio de  milagros, principios morales y procederes, tanto en Su propia persona como en Su doctrina. [Véase nota 8]. En mi opinión, a fin de dar el mayor peso a Su doctrina, el Espíritu de Dios se ha complacido, en primer lugar, en dar un esquema general de los hechos de poder milagroso que despertaron la atención general. La fama se difundió por todas partes, de modo que no hubo motivo posible de excusa para que la incredulidad argumentara que no hubo suficiente difusión; que Dios no había hecho sonar la trompeta lo suficientemente fuerte como para que las tribus de Israel la oyeran. Lejos de eso: pues por toda Siria se había extendido Su fama, y le siguieron grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. Todo esto es presentado aquí y está agrupado al final del capítulo 4.

 

[Nota 8]. Yo puedo agregar aquí un tercer punto, y es que fue de inmensa importancia hacer evidentes las consecuencias de Su rechazo por parte de los judíos, no sólo para ellos sino para los gentiles; es decir, el cambio de economía (administración) que se produjo a partir de ese hecho solemne.

 

Y así como existe esta agrupación de los milagros de Cristo, los cuales pudieron haber estado separados unos de otros por un largo espacio de tiempo, yo entiendo así que el sermón del monte no fue necesariamente un discurso continuo, no interrumpido por el tiempo o las circunstancias, sino que el Espíritu Santo ha considerado oportuno organizarlo para presentar toda la unidad moral de la doctrina de Cristo en cuanto al reino de los cielos, y especialmente para contrarrestar las perspectivas terrenales del pueblo de Israel.

 

Lucas, por el contrario, fue inspirado por el Espíritu Santo para presentar los asuntos que originaron ciertas porciones del discurso y las circunstancias que lo acompañaron; y, además, para retener ciertas partes de ese discurso conectándolas con hechos que ocurrieron de vez en cuando en el ministerio de nuestro Señor, estando así los incidentes reales entrelazados en correspondencia moral con cualquier doctrina particular de nuestro Señor. En algunos lugares de Lucas el Espíritu de Dios se toma la libertad, según Su soberana sabiduría, de retener ciertas porciones e introducir una parte aquí y otra allá, según el objetivo que Él tiene en perspectiva. Siendo su objetivo moral el gran rasgo del evangelio de Lucas, el cual lo recorre de principio a fin, nosotros podemos comprender perfectamente lo adecuado que fue que, si hubo circunstancias en la vida de Cristo que fueron una especie de comentario práctico acerca de Su discurso, allí ustedes deberían tener el discurso y los hechos puestos juntos.

 

Ahora bien, en cuanto al discurso mismo, el Señor habla aquí claramente como el Mesías, el Rey-Profeta de los judíos. Pero, además, a lo largo de todo el discurso ustedes encontrarán que él presupone el rechazo del Rey. Ello aún no ha sido sacado a relucir claramente, pero esto es lo que subyace en todo. El Rey es consciente del verdadero estado del pueblo, pueblo que no tenía corazón para Él. Por eso hay un cierto matiz de tristeza que lo recorre. Eso debe caracterizar siempre a la verdadera piedad en el mundo tal como es: una cosa extraña para Israel, y especialmente extraña en los labios del Rey, de Uno poseído de tal poder que, si hubiera sido un asunto acerca de usar Sus recursos, Él podría haber cambiado todo en un momento. Los milagros que acompañaron Sus pasos demostraron que no había nada que estuviera más allá de Su alcance, aunque sólo fuera un asunto acerca de Él mismo. Pero, ustedes encontrarán en todos los modos de obrar de Dios que, si bien Él siempre hace realidad Sus consejos, — de modo que si Él predice un reino y toma su control para establecerlo, ciertamente Él lo cumplirá, — sin embargo, primero presenta el pensamiento al hombre, a Israel, porque ellos eran Su raza escogida. Por lo tanto, el hombre tiene la responsabilidad de recibir o rechazar aquello que es el pensamiento de Dios, antes de que la gracia y el poder lo lleven a efecto. Pero el hombre siempre fracasa, no importa cuál sea el propósito de Dios. Su propósito es bueno, es santo, y verdadero; exalta a Dios pero humilla al pecador: esto es bastante para el hombre. El hombre siente que no es comprendido y rechaza todo lo que no gratifica su vanidad. El hombre se opone invariablemente a los pensamientos de Dios: y consecuentemente hay dolor y tristeza, — el rechazo de Dios mismo. Y lo maravilloso que la historia de este mundo exhibe es a Dios sometiéndose para ser rechazado e insultado; permitiendo que el pobre y débil hombre, un gusano, impugne Sus benignas propuestas y rechace Su bondad; que él convierta todo lo que Dios da y promete en la exhibición de sus propias soberbia y gloria contra la majestad y la voluntad de Dios. Todo esto es la verdad acerca del hombre, por lo que el matiz de ello es mostrado a través de este bienaventurado discurso de nuestro Señor. Y como ahora Él está sacando a relucir el carácter de las personas que serían aptas para el reino de los cielos (lo cual es la gran intención de la primera parte de este capítulo), Él proclama que el carácter de ellos iba a ser formado por el Suyo propio. Si había aversión y desprecio de los hombres por lo que era de Dios, Él muestra que los que realmente Le pertenecen deben tener un espíritu y unos procederes caracterizados por los Suyos y de acuerdo con ellos. Yo sólo digo aquí, "de acuerdo", porque en este discurso no se habla acerca de la verdad de una vida divina dada al creyente. No se hace mención de la redención ya que no es el tema del sermón del monte. Por lo tanto, si una persona quisiera saber cómo ser salva, ella no debiese buscar aquí pensando encontrar una respuesta. Dicha respuesta no podría ser encontrada a en este discurso porque el Señor está presentando el reino de los cielos y la clase de personas que son adecuadas para ese reino. Es evidente que Él está hablando de Sus discípulos y, por lo tanto, Él no está mostrando la forma en que una persona que está apartada de Dios podría ser liberada de tal posición. Él está hablando acerca de santos, no acerca de pecadores. Él podía establecer lo que está de acuerdo con Su corazón; pero no en absoluto el modo para que un alma conscientemente alejada de Dios sea llevada a estar cerca. El sermón del monte no trata acerca de la salvación, sino del carácter y de la conducta de los que pertenecen a Cristo, — el verdadero Rey, y sin embargo rechazado. Pero si nosotros examinamos detenidamente estas bienaventuranzas, encontraremos una sorprendente profundidad en ellas, y un hermoso orden también.

 

Entonces, la primera bienaventuranza está vinculada con un rasgo fundamental que es inseparable de toda alma llevada a Dios, y que conoce a Dios. "Bienaventurados los pobres en espíritu". ¡Nada es más contrario al hombre! Lo que la gente llama «un hombre de espíritu», es exactamente lo opuesto a ser pobre en espíritu. Un hombre de espíritu es aquel que, — como lo fue Caín, — está decidido a no ser derrotado; un alma que combatiría con Dios mismo. El que es «pobre en espíritu» es todo lo opuesto mismo a esto. Es una persona quebrantada, que siente que el polvo es su lugar correcto. Y toda alma que conoce a Dios debe, más o menos, estar allí. Ella puede salir de este lugar; pues aunque es algo solemne, aun así es bastante fácil volver a elevarse, olvidar nuestro lugar correcto ante Dios; pues ello es incluso un peligro para aquellos que han sido llevados a la libertad de Cristo. Cuando hay sinceridad de corazón, un hombre es propenso a estar deprimido, especialmente si él no está muy seguro de que todo está claro entre su alma y Dios. Pero cuando su espíritu recibe un alivio completo, cuando conoce la plenitud y la certeza de la redención en Cristo Jesús, si entonces aparta la vista de Jesús y asume su lugar entre los hombres, allí tendrán ustedes el viejo espíritu revivido, el espíritu del hombre en su peor forma, — así de terrible es el efecto de un alejamiento de Dios para mezclarse con los hombres. El Señor establece a los pobres en espíritu, primeros en el orden, como una especie de fundamento, como algo inseparable de un alma que es llevada a Dios, — y puede ser que dicha alma ni siquiera sepa lo que es la plena libertad, pero allí está este sello, nunca ausente donde el Espíritu Santo obra en el alma, — es decir, pobreza en espíritu. Dicha pobreza puede ser invadida por otras cosas, o puede desvanecerse a través de la influencia de falsa doctrina, o de pensamientos y prácticas mundanos, pero aun así estaba allí, y allí, en medio de toda la basura, ella está; y Dios sabe cómo volver a derribar a un hombre, si él ha olvidado su verdadero lugar. "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5: 3). Si Él está hablando acerca del reino, inmediatamente dice que estas son las personas a las que el reino pertenece. Mediante la expresión, "reino de los cielos", Él no se refiere al cielo: nunca dicha expresión  significa el cielo, sino que ella siempre se refiere a la tierra como estando bajo el dominio del cielo. Ustedes encontrarán que muchas personas tienen la costumbre de confundir estas cosas. Cuando leen, "De ellos es el reino de los cielos", estas personas creen que significa «el cielo es de ellos.» Mientras que el Señor no se refiere al cielo sino al gobierno de los cielos sobre una escena terrenal. Ello se refiere a la escena del Mesías que gobierna; pues los que son pobres en espíritu pertenecen a ese sistema del cual Él es la Cabeza. Él no habla aquí de la Iglesia. Podría haber existido el reino de los cielos y ninguna Iglesia en absoluto. No es sino hasta el capítulo 16 de este Evangelio que el tema de la Iglesia es abordado, y además, ella es una cosa prometida y expresamente diferenciada del reino de los cielos. En toda la Escritura no hay un solo pasaje en que el reino de los cielos es confundido con la Iglesia, o viceversa. "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Este es el fundamento primario, y el amplio rasgo característico de todos los que pertenecen a Jesús.

 

"Bienaventurados los que lloran", es la segunda cualidad. Hay más actividad de vida, más profundidad de sentimiento, más entrada en la condición de las cosas que los rodean. Ser «pobre en espíritu» sería cierto si no hubiera ni una sola otra alma en el mundo; él siente así por lo que es en sí mismo; es un asunto entre él y Dios lo que le hace ser pobre en espíritu. Pero, "Bienaventurados los que lloran" no es simplemente lo que encontramos en nuestra propia condición, sino la tristeza santa que un santo experimenta al encontrarse él mismo en un mundo como éste, y, ¡oh, qué poco capaz es él de mantener la gloria de Dios! Así que hay esta tristeza  santa en la segunda parte. La primera es el hijo de Dios que experimenta los primeros sentimientos de santidad en su alma; la segunda es el sentido de lo que tiene su origen en Dios, — un sentimiento que puede ser de gran debilidad, y aun así, de lo que se conforma a la honra de Dios, y lo poco que es defendida por él mismo y por los demás. "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación". (Mateo 5:  4). No hay un solo suspiro que suba a Dios que Él no atesore y responda; "Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos". (Romanos 8: 23). Aquí tenemos, entonces, la aflicción del alma piadosa.

 

 

Pero, en el tercer caso llegamos a lo que es mucho más profundo y mucho más castigado. Se trata de una condición del alma producida por un conocimiento más completo de Dios, y es especialmente la forma en que Dios describe en otra parte al propio Bendito. Él era "manso y humilde de corazón"; y esto fue lo que el Señor dijo después de haberse estremecido en espíritu, pues Él sabía lo que era tener un dolor más profundo del que hemos hablado, por la condición de los hombres y el rechazo de Dios que presenciaba aquí abajo. Él sólo pudo decir, "Ay", a aquellas ciudades en las que había hecho tantas obras poderosas; y entonces Capernaúm recibe la condenación más intensa porque las obras más poderosas de todas fueron hechas allí en vano. ¿Y qué podía hacer Jesús sino estremecerse en Su espíritu al pensar en tal desprecio total a Dios y en la indiferencia hacia Su propio amor? (Véase Mateo 11: 20 y versículos sucesivos). Pero, en el mismo momento nosotros encontramos que Él se regocija en espíritu, y dice: "Te alabo, Padre". Esa es la bienaventurada demostración de la incomparable mansedumbre en Jesús. La misma hora que ve la profundidad de Su dolor por el hombre, ve también Su perfecta sumisión a Dios, aunque a costa de todo para Él. Consciente de esto, Él dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". (Mateo 11: 28, 29).  Ahora, entonces, creo que puedo atreverme a decir que esta mansedumbre, que se encontraba en su absoluta perfección en Jesús, es también lo que el conocimiento gradualmente más profundo de los modos de obrar de Dios, incluso en la consciencia de la abundante iniquidad de este mundo y del fracaso de lo que lleva el nombre de Cristo, produce en el santo de Dios. Pues, en medio de todo lo que él ve a su alrededor, existe el discernimiento del propósito oculto de Dios que se está llevando a cabo a pesar de todo; de modo que el corazón, en lugar de inquietarse por el mal que presencia y que no puede poner a un lado, en lugar del menor sentimiento de envidia por la prosperidad de los inicuos, encuentra su recurso en Dios, — en el "Señor del cielo y de la tierra", — una expresión muy bienaventurada porque señala el control absoluto en el cual todo está en manos de Dios. Jesús es el manso, y los que pertenecen a Jesús también son capacitados para esta mansedumbre. Leemos, "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad". (Mateo 5: 5). La tierra, ¿y por qué no el cielo? La tierra es el escenario de todo este mal que causa tanto dolor y llanto. Pero ahora, habiendo aprendido mejor los modos de obrar de Dios, ellos pueden encomendar todo a Él. La mansedumbre no es simplemente ser conscientes de que nosotros somos nada, o estar llenos de tristeza por la oposición a Dios aquí abajo; sino que es más bien la calma que deja las cosas con Dios, y se inclina ante Dios, y acepta con gratitud la voluntad de Dios, incluso donde de manera natural puede ser más duro para nosotros.

 

La cuarta bienaventuranza es mucho más activa. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados". (Versículo 6). Ellos tendrán la perfecta satisfacción del alma. Cualquiera que sea la forma del sentimiento espiritual del corazón, siempre hay una respuesta perfecta a él por parte de Dios. Si había dolor, ellos serán consolados; si había mansedumbre, ellos heredarán la tierra, el lugar mismo de la prueba de ellos aquí. Ahora bien, hay una actividad de sentimiento espiritual, el hecho de salir a relucir según lo que era conforme a Dios, y lo que mantenía la voluntad de Dios, especialmente como se le dio a conocer a un judío en el Antiguo Testamento. Por eso esto es llamado "hambre y sed de justicia". En el Nuevo Testamento nos enteramos de principios aún más profundos que tuvieron que ser sacados a la luz cuando los discípulos fueron capaces de sobrellevarlos.

 

Esto pone término a lo que podemos llamar la primera sección de las bienaventuranzas. Ustedes encontrarán que ellas están divididas en cuatro y tres, tal como suele ocurrir con las series de la Escritura. Hemos tenido cuatro clases de personas declaradas "bienaventuradas". Todos los rasgos debiesen ser encontrados en un individuo, pero algunos de esos rasgos serán más prominentes en uno que en otro. Por ejemplo, podemos ver una gran actividad en uno, y una asombrosa mansedumbre en otro. El principio de todas estas bienaventuranzas está en cada alma que ha nacido de Dios. En el versículo 7 empezamos con una clase bastante diferente: y se encontrará que las tres últimas tienen un carácter común, tal como lo tienen las cuatro primeras.

 

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (Mateo 5: 7). Así como la justicia es la idea fundamental de las cuatro primeras, la gracia es lo que está en la raíz de las tres últimas de esta serie; y, por lo tanto, la primera de ellas demuestra no solamente que ellos son justos y que sienten lo que tiene su origen en Dios, sino que aprecian el amor de Dios, y lo mantienen en medio del mal circundante. En efecto, y hay algo aún más bienaventurado: ¿y qué es eso? "Bienaventurados los misericordiosos". No hay nada en lo que Dios adopte más Su postura (como principio activo de Su ser en un mundo de pecado) que Su misericordia. La única posibilidad de salvación para una sola alma es que hay misericordia en Dios; que Él es rico en misericordia; que no hay límites para Su misericordia; que no hay nada en el hombre, si sólo Él se doblega ante Su Hijo, que pueda impedir Su constante manantial del que emana misericordia. Entonces, "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". No se trata sólo del perdón de sus pecados, sino de misericordia en todo. Es una cosa bienaventurada saludar el más pequeño signo de misericordia en los santos, tomar lo poco, y buscar mucho más. "Bienaventurados los misericordiosos". Ellos no descubrirán que no hay dificultad y prueba, sino que, aunque conocerán el costo de ello, conocerán la dulzura de lo mismo; ellos probarán de nuevo lo que es la misericordia de Dios hacia sus propias almas, en el ejercicio de la misericordia hacia los demás. Este es el rasgo característico de la nueva clase de bendición; y así como la pobreza en espíritu fue la introducción a las primeras bendiciones, la misericordia lo es a éstas.

 

Lo que sigue a continuación es consecuencia de esto, como en la clase anterior. Si un hombre tiene baja estima de sí mismo los hombres se aprovecharán de él. Si un hombre es audaz y jactancioso y se exalta a sí mismo, incluso los santos pueden experimentarlo. (2ª Corintios 11). Si él se hace el bien a sí mismo, los hombres lo alabarán. (Salmo 49). Pero lo contrario de todo esto es lo que Dios obra en el santo. Independientemente de lo que él sea, él es quebrantado ante Dios: se entera de la vanidad de lo que es el hombre; y se satisface con ser nada. Y el resultado es que él padece. A la pobreza en espíritu le seguirá el duelo. Luego está la mansedumbre a medida que se profundiza en el conocimiento de Dios, y también el tener hambre y sed de justicia.

 

Pero ahora se trata de misericordia; y el efecto de la misericordia no es transar en cuanto a la santidad de Dios, sino un estándar mayor y más profundo de ella. Cuanto más completo sea el asimiento de ustedes de la gracia, más elevado será el mantenimiento de la santidad por parte de ustedes. Si ustedes, como un miserable ser egoísta, sólo consideran la gracia para encontrar una excusa para el pecado, sin duda ella será pervertida. Y así habla Él de inmediato acerca del simple efecto normal de probar este manantial de misericordia. Ellos son, "de limpio corazón". Esta es la siguiente clase, y yo creo que es la consecuencia de lo primero: del hecho de ser misericordioso. "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios". Ello es exactamente lo que es propio de Dios; pues sólo Él es absolutamente limpio, puro. Así también Él se reflejó perfectamente en Su amado Hijo. Porque ni un solo pensamiento o sentimiento manchó jamás la perfección divina en el corazón de Jesús. En este caso Él sólo está diciendo lo que Él mismo era. ¿Cómo no iba a colocar Él Sus propios rasgos ante los que Le pertenecían? Porque, en realidad, Él es la vida de ellos. Es Cristo en nosotros el que produce lo que es conforme a Dios por el Espíritu Santo, — Aquel bendito cuya misma venida al mundo fue el testimonio de la gracia y misericordia perfectas de parte de Dios; pues nosotros sabemos que Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito por él. Y allí estaba Él, un hombre, — el testigo fiel de la misericordia y de la pureza de Dios. Él, cuando vino con Su corazón lleno de misericordia hacia los más viles, era, sin embargo, la plenitud y el modelo de la pureza de Dios en su perfección. Él pudo decir,  "El que me envió, conmigo está;… porque yo hago siempre lo que le agrada". (Juan 8: 29). La única manera de hacer algo para agradar a Dios es mediante la preciada conciencia de estar en la presencia de Dios; y no hay posibilidad de esto, excepto cuando yo soy atraído allí en la libertad de la gracia y como conociendo el amor de Dios para conmigo, como traído a Él en Cristo. Pero esto no es revelado aquí; porque el Señor está desplegando más bien las cualidades morales de aquellos que Le pertenecen.

 

La tercera y última forma de estas bienaventuranzas es: " Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". (Versículo 9). Tenemos aquí de nuevo el lado activo, del cual vimos una analogía al final de las cuatro primeras. Éstos salen pacificando, si hay alguna posibilidad de que la paz de Dios sea traída a la escena; y si ello no puede ser, ellos se contentan con esperar en Dios, y seguir Su ejemplo, para que Él haga esta paz en Su propio tiempo. Y como esta pacificación sólo puede pertenecer a Dios mismo, así estos santos que están enriquecidos con estas cualidades bienaventuradas de la gracia de Dios, así como con Su justicia, con Su misericordia activa, y sus resultados, se los encuentra igualmente caracterizados ahora como pacificadores. "Serán llamados hijos de Dios". Oh, este es un dulce título, — ¡hijos de Dios! ¿Acaso no es porque ello era el reflejo de Su propia naturaleza, — es decir, de lo que Dios mismo es? El sello de Dios está sobre ellos. No hay nada que indique más a Dios manifestado en Sus hijos que hacer la paz. Esto era lo que Dios estaba haciendo, la intención de Su corazón. Aquí son hallados hombres en la tierra que serán llamados "hijos de Dios", — un título nuevo de parte de Dios mismo.

 

Luego siguen dos bienaventuranzas de enorme interés. Ellas añaden mucho a la hermosura de la escena y completan el cuadro de la manera más sorprendente. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (versículo 10). Evidentemente, esto es volver a empezar. La primera bienaventuranza fue: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos"; y las tres siguientes estuvieron todas marcadas por la justicia. Ella es lo primero que Dios produce en un alma nacida de nuevo. Aquel que es despertado se ocupa en la causa de Dios contra sí mismo. Él es, al menos en medida, quebrantado, pobre en espíritu; y Dios espera que él crezca en pobreza en espíritu hasta el final. Pero aquí no es tanto lo que ellos son, como lo es la porción que ellos reciben de parte de los demás. Las dos últimas bienaventuranzas hablan de la porción de ellos en el mundo de manos de otras personas. Las cuatro primeras están caracterizadas por la justicia intrínseca, — las tres últimas por la gracia intrínseca. Entonces, estas dos responden, una a las cuatro primeras, y la otra a las tres últimas. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". Esto no va más allá del bienaventurado estado de cosas que el poder de Dios traerá sobre la tierra en relación con el Mesías. Siendo rechazado, el reino de los cielos es de Él con un derecho más poderoso y profundo, por así decirlo, — ciertamente con los medios de bendición por gracia para los perdidos. Un Mesías sufriente y despreciado sigue siendo más amado para el corazón de Dios que si Él recibía todo de una vez. Y si Él no pierde el reino porque fue perseguido, tampoco lo pierden ellos. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". Perseguidos, no sólo por los gentiles o los judíos, sino por causa de la justicia. No consideren ustedes a las personas que los persiguen, sino el motivo por el cual ustedes son perseguidos. Si ello es porque ustedes quieren ser hallados en obediencia a la voluntad de Dios, ustedes son bienaventurados. ¿Temen ustedes pecar? ¿Padecen ustedes por ello? Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: ellos tendrán su porción con el propio Mesías.

 

Pero ahora tenemos, por último, otra bienaventuranza. Y presten ustedes atención al cambio. Leemos, "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo". (Mateo 5: 11). Este cambio a, "sois", es sumamente precioso. Esta bienaventuranza no es expresada simplemente de una manera abstracta, — "Bienaventurados los…"; sino que es algo personal. Él considera a los discípulos que estaban allí, sabe lo que ellos iban a pasar por Su causa, y Él les da el lugar más elevado y cercano en Su amor. "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan".  No es ahora "por causa de la justicia", sino "por mi causa". Hay algo aún más precioso que la justicia, y eso es Cristo. Y cuando ustedes tienen a Cristo, no se puede tener nada más superior. Verdaderamente bienaventurado es ser perseguido por causa de Él. La diferencia es justamente esta: a saber, cuando un hombre padece por causa de la justicia, presupone que algún mal se le ha presentado que él rechaza. Tal vez él tendría que suscribir algo en contra de su conciencia, y él no puede ni se atrevería a hacerlo. Se le ofrece un señuelo tentador, pero ello implica aquello que él sabe que es contrario a Dios. Todo es en vano: el objetivo del tentador es visto. La justicia prevalece, y él padece. Él no sólo pierde lo que se le ofrece, sino que también él es vilipendiado. ¡Bienaventurados los que padecen así por causa de la justicia! Pero, por causa de Cristo es una cosa muy diferente. Allí el enemigo intenta una gran técnica. Él tienta al alma con preguntas como éstas: «¿Hay algún motivo para defender a Jesús y el Evangelio? No hay necesidad de ser tan celoso por la verdad. ¿Por qué desviarse tanto de tu camino por esta persona o por aquella cosa?» Ahora bien, en estos casos no se trata de un pecado, público o encubierto. Porque, en el caso de padecer por causa de Cristo se trata de la actividad de la gracia que sale hacia los demás. Ello responde a las tres últimas de las siete bienaventuranzas. Un alma que está llena del sentido de la misericordia no puede refrenar sus labios. Aquel que sabe lo que Dios es y no podría callar sólo debido a lo que piensan o hacen los hombres. ¡Bienaventurado los que así padecen por el nombre de Cristo! El poder de la gracia prevalece allí. Lamentablemente, demasiado a menudo intervienen motivos de prudencia: las personas temen ofender a los demás, temen perder la influencia para sí mismas, temen estropear el futuro de los hijos, etcétera. Pero, la energía de la gracia, considerando todo esto, sigue diciendo que Cristo vale infinitamente más; Cristo manda a mi alma. — yo debo seguirle. Al padecer por causa de la justicia un alma evita el mal con tesón y de manera perentoria, comprometiéndose ella misma a toda costa con lo que es correcto; pero, en lo otro ella discierne la senda de Cristo, — a saber, aquello a lo que el evangelio, la adoración, o la voluntad del Señor llama. Y de inmediato ella se vuelca con todo su corazón al lado del Señor. Entonces llega el consuelo de esa dulce palabra: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan". El Señor no pudo abstenerse de la expresión del deleite de Su alma en Sus santos: "Bienaventurados sois… Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos". Observen ustedes que ahora no es en el reino de los cielos, sino "en los cielos". Él identifica a estos bienaventurados con un lugar totalmente superior. No se trata sólo del poder de Dios sobre la tierra, y de que Él les dé una porción aquí, sino que Él los saca de la escena terrenal para estar con Él arriba. Leemos, "Porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros". ¡Qué honor es seguir en el rechazo y la burla terrenal a los que nos precedieron en especial comunión con Dios, — los heraldos de Aquel por quien ahora padecemos! Entonces, nosotros podemos considerar claramente que estas dos bienaventuranzas finales, a saber, las persecuciones por causa de la justicia y por causa de Cristo, responden respectivamente a las cuatro primeras bienaventuranzas y a las tres últimas.

 

En Lucas, donde tenemos estas bienaventuradas traídas ante nosotros, no tenemos ninguna por causa de la justicia, — sólo por causa de Su nombre. Por eso es que en todos los casos es: "Bienaventurados (sois)". (Lucas 6: 20-22).  Para algunos puede parecer un matiz delicado, pero la diferencia es característica de los dos Evangelios. Mateo adopta el punto de vista más amplio, y especialmente esa perspectiva de los principios del reino de los cielos que era adecuada para el entendimiento de un judío, para sacarlo de su mero judaísmo, o para mostrarle principios más elevados. Lucas, con independencia de cuáles son los principios, las presenta a todas bajo la forma de gracia, y las trata como los discursos directos de nuestro Señor a los discípulos que tenía ante Él: "Bienaventurados (sois)". Incluso si aborda el tema de los pobres, Él abandona la forma abstracta de Mateo y hace que todo sea personal. Todo está relacionado con el propio Señor y no simplemente con la justicia. Esto es sumamente hermoso. Y si proseguimos con los siguientes versículos que no presentan tanto las características de las personas sino la actitud general de ellas en el mundo, — el lugar en el cual son puestas en la tierra por Dios, — lo tenemos en muy pocas palabras, y confirmando firmemente la diferencia que ha sido mostrada entre la justicia y el nombre de Cristo. Además, si la 1ª epístola de Pedro es examinada, se encontrará esto notablemente corroborado también allí.

 

"Vosotros sois la sal de la tierra". La sal es la única cosa que no puede ser salada porque ella es el principio conservador en sí misma; pero si éste desaparece, no puede ser reemplazado. "Pero si la sal hubiere perdido su sabor, ¿con qué será ella misma  salada?" (Mateo 5: 13 – VM). La sal de la tierra es aquí la relación de los discípulos con lo que ya tenía el testimonio de Dios, y de ahí la expresión, "la tierra", que era en aquel entonces especialmente cierto para la tierra judía. Si ustedes hablan ahora acerca de la tierra, ella es la Cristiandad, — es decir, el lugar que disfruta, real o de manera profesada, la luz de la verdad de Dios. Esto es lo que puede ser llamado "la tierra". Y este es el lugar que será finalmente el escenario de la mayor apostasía; porque tal mal sólo es posible donde la luz ha sido disfrutada y donde hay alejamiento de ella. En Apocalipsis, donde son presentados los resultados finales de la edad, la tierra aparece de la manera más solemne; y entonces tenemos los pueblos, y las muchedumbres, y las naciones, y las lenguas, — lo que deberíamos llamar tierras paganas. (Apocalipsis 17). Pero la tierra significa el escenario que una vez fue favorecido por el cristianismo profesante, donde las energías de la mente de los hombres han estado en acción, la escena donde el testimonio de Dios había derramado una vez su luz; luego, lamentablemente, abandonado a la apostasía total.

 

"Vosotros sois la sal de la tierra", — ellos, Sus discípulos, eran el verdadero principio conservador allí: todos los demás, insinúa el Señor, no servían más para nada. Pero, observemos, Él presenta una solemne advertencia de que existe el peligro de que la sal pierda su sabor. Él no está hablando ahora de la cuestión de si acaso un santo puede apostatar o no. Las personas van con sus propias preguntas a la Escritura, y pervierten la palabra de Dios para adaptarla a sus pensamientos precedentes. El Señor no está planteando el asunto de si acaso la vida se pierde alguna vez; sino que él está hablando de ciertas personas que se encuentran en una posición determinada; y entre ellas puede haber personas que toman dicha posición irreflexivamente, o incluso falsamente, y luego sucede que se desvanece todo lo que una vez ellas habían poseído. Él anuncia Su sentencia, — una sentencia muy despectiva, — que será dictada sobre aquello que ocupó un lugar tan elevado pero sin realidad.

 

"Vosotros sois la luz del mundo". Esto es otra cosa. Teniendo en cuenta la distinción explicada en la serie de las bienaventuranzas y de las persecuciones, nosotros tenemos la explicación de estos dos versículos. La sal de la tierra representa el principio de la justicia. Evidentemente, esto implica aferrarse a los derechos eternos de Dios, y al mantenimiento ante el mundo de lo que obedece a Su carácter; pero ello desaparece cuando aquello que lleva el nombre de Dios cae por debajo de lo que incluso los hombres consideran apropiado, y ellos se burlan de lo que es llamado religión. Todo el respeto se desvanece y los hombres piensan que la condición de los cristianos es un buen tema de burla. Pero ahora, en el versículo 14, no sólo tenemos el principio de la justicia, sino el de la gracia, — el efluvio y la fortaleza de la gracia. Y nosotros encontramos aquí un nuevo título dado a los discípulos, como siendo descriptivo de su testimonio público, — a saber, "La luz del mundo". La luz es, evidentemente, aquello que se difunde de sí, es decir, de manera natural, sin sugestión ni ayuda ajena. La sal es lo que debiese ser interno, pero la luz es lo que de sí se esparce por fuera. "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". Debía haber una difusión de su testimonio alrededor. El hombre no enciende una luz para ponerla debajo de un almud, sino sobre un candelero, "y alumbra a todos los que están en casa ". Así resplandezca vuestra luz ante los hombres, "para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5: 16 – VM).  Presten una buena atención a esto.

 

Hemos examinado estos dos sorprendentes esbozos del testimonio de los creyentes aquí abajo como sal de la tierra, la energía conservadora en medio de la profesión; y como la luz del mundo que sale en las actividades del amor hacia el pobre mundo; y el peligro de que la sal pierda su sabor, y de que la luz sea puesta debajo de un almud. Ahora bien, nosotros encontramos el gran objetivo de Dios en este doble testimonio. No se trata simplemente de la bendición de las almas, pues no hay una palabra acerca de la evangelización o la salvación de los pecadores, sino del andar de los santos. Hay un asunto serio que Dios plantea acerca de Sus santos, y es el de los propios modos de obrar de ellos al margen de lo que hagan otras personas. Los llamamientos a los inconversos los encontramos abundantemente en otros lugares, y nadie puede exagerar su importancia para el mundo; pero, el sermón del monte es el llamamiento de Dios a los convertidos. Se trata del carácter de ellos, de su posición, de su testimonio, de manera muy personal; y si se piensa en otros en todo momento, no se trata tanto de ganarlos, como de que los santos reflejen lo que viene desde arriba. Esta luz es lo que viene de Cristo. No se dice, « que vuestras buenas obras resplandezcan ante los hombres.» Cuando las personas hablan acerca de este versículo pensando en sus propias obras, generalmente no son buenas obras en absoluto; pero aunque lo fueran, las obras no son la luz. La luz es lo que viene de Dios, sin mezcla humana añadida. Las buenas obras son el fruto de la acción de esa luz sobre el alma; pero es la luz la que ha de resplandecer ante los hombres. El asunto ante Dios es confesar a Cristo. No se trata simplemente de que hay que hacer ciertas cosas. La luz que resplandece es el gran objeto aquí, aunque hacer lo bueno debiese emanar de ella. Si hago que hacer lo bueno sea todo, ellos es un pensamiento inferior al que está ante la mente de Dios. Un incrédulo puede sentir que un hombre que tirita necesita un abrigo o una manta. El hombre natural puede ser plenamente consciente de las necesidades de los demás; pero si yo simplemente tomo estas obras y las convierto en el objetivo prominente, realmente no hago nada más de lo que podría hacer un incrédulo. En el momento que ustedes hacen que las buenas obras sean el objetivo, y el resplandor de ellas ante los hombres, ustedes mismos se encuentran en un terreno común con judíos y paganos. El pueblo de Dios es propenso a destruir así su testimonio. ¿Qué hay de tan malo en el modo de hacer una cosa hecha de manera profesada para Dios, como una obra que deja fuera a Cristo, y que muestra que un hombre que ama a Cristo está en términos confortables con aquellos que Le aborrecen? Esto es aquello contra lo cual el Señor advierte a los santos. Ellos no deben pensar acerca de sus obras, sino acerca de que la luz de Dios resplandezca. Las obras seguirán a continuación, y mucho mejores obras que cuando una persona está siempre ocupada en ellas. "Así resplandezca vuestra luz delante de los hombres; de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mateo 5: 16 – VM). Que la confesión que ustedes hacen de lo que Dios es en Su naturaleza, y de lo que Cristo es en Su propia persona y en Sus modos de obrar, — que el reconocimiento de Él por parte de ustedes sea aquello que sea sentido por los hombres y llevado ante ellos; y entonces, cuando ellos vean las buenas obras por ustedes hechas, glorificarán "a vuestro Padre que está en los cielos". En lugar de decir: «Qué buen hombre es éste», ellos glorificarán a Dios por causa de él, relacionando lo que ustedes hacen con la confesión de Cristo que ustedes profesan.

 

Que conceda el Señor que esto, puesto que es la palabra y la voluntad de Cristo, sea aquello a lo que nos entreguemos y que deseemos sobre todas las cosas para nuestras propias almas y para los que nos son amados; y si vemos el olvido de ello en cualquier santo de Dios, que nos acordemos de él en oración, y procuremos ayudarle con el testimonio de Su verdad, la cual, si no lleva consigo el corazón, puede al menos alcanzar la conciencia y producir fruto más tarde.

 

Nosotros hemos visto la declaración de nuestro Señor acerca del carácter, y también de la posición apropiados de los herederos del reino de los cielos. Le hemos encontrado declarando "bienaventurados" a quienes el hombre no habría considerado así. Pero, nuestro Señor era el modelo perfecto de todo esto. ¿Y qué podría haber sonado más irracional, especialmente para un judío, que oírle llamar deliberada y enfáticamente bienaventurados y felices a quienes eran despreciados, burlados, aborrecidos, perseguidos, sí, en efecto, aquellos de los cuales se tenía mala opinión y eran tratados como malhechores? Sin duda ello era expresamente por causa de la justicia y de Cristo. Pero, para el judío la venida del Mesías era esperada como la corona de su gozo, — como ese acontecimiento tan auspicioso sobre el que toda la atención iba a estar dirigida a Israel, tanto en lo que se refiere al cumplimiento de las promesas de Dios hechas a los padres, como al cumplimiento de las magníficas predicciones que implican la destrucción de sus enemigos, la humillación de los gentiles y la gloria de Israel. Por lo tanto, suponer que la recepción de Aquel que era el Mesías conllevaría ahora una vergüenza y un padecimiento inevitables en el mundo era, en efecto, una enorme conmoción para las más preciadas expectativas de ellos. Pero nuestro Señor insiste en ello, declarando que sólo los tales son bienaventurados, — bienaventurados con un nuevo tipo de bienaventuranza, mucho más allá de lo que un judío podía concebir. Y esto es parte de los privilegios a los que nosotros también somos llevados por medio de la fe en Cristo. La enseñanza de nuestro Señor en el sermón del monte sólo se manifiesta en formas más sólidas ahora que Él ha asumido Su lugar en el cielo. La enemistad del hombre ha salido a relucir también en su máxima expresión. El mundo se ha unido a los judíos en la enemistad hacia los hijos de Dios. Y por eso el último libro del Nuevo Testamento muestra que los que asumen el nombre de judíos, sin ninguna realidad, siguen siendo hasta el final los más hostiles a todo verdadero testimonio de Cristo en la tierra.

 

En la porción que sigue a continuación nosotros entramos en un tema muy importante. Si había esta nueva clase de bienaventuranza, tan ajena a los pensamientos de Israel según la carne, ¿cuál era la relación de la ley con la doctrina de Cristo y con el nuevo estado de cosas que estaba a punto de ser introducido? ¿Acaso no vino la ley de Dios por medio de Moisés? Si Cristo introdujo eso que era tan inesperado, incluso para los discípulos, ¿cuál sería la relación de esta verdad con lo que habían recibido previamente a través de los siervos inspirados de Dios, y para lo cual tenían Su propia autoridad? Debiliten la autoridad de la ley, y es evidente que ustedes destruyen el fundamento sobre el cual reposa el evangelio; porque la ley era de Dios tan ciertamente como el evangelio lo es. Por eso surgió una pregunta de suma importancia, especialmente para un israelita: ¿qué relación tenía la doctrina de Cristo, respecto al reino de los cielos, con los preceptos de la ley? El Señor comienza este tema (Mateo 5: 17-48) con estas palabras: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas". Ellos podrían haber pensado eso por el hecho de haber introducido Él algo que no es mencionado ni en la ley ni en los profetas; pero Él dice, "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir". Yo tomo esta palabra, "cumplir", en su sentido más amplio. En Su propia persona, el Señor cumplió la ley y los profetas, en Sus modos de obrar, en justa sujeción y justa obediencia. Su vida aquí abajo exhibió su belleza por primera vez sin defectos. Su muerte fue la ratificación más solemne que jamás pudo recibir la ley, porque la maldición que ésta pronunciaba sobre el culpable, el Salvador la tomó sobre Sí mismo. No hubo nada a lo cual el Salvador no se sometiese, antes de que Dios fuera deshonrado. Pero yo pienso que las palabras de nuestro Señor justifican una aplicación adicional. Hay una expansión de la ley, o δικαωμα (demanda justa), dando a su elemento moral el mayor alcance, de modo que todo lo que honraba a Dios en ella debía ser puesto de manifiesto en sus más plenos poder y extensión. La luz del cielo era proyectada ahora sobre la ley, y la ley no era interpretada por hombres débiles y fracasados, sino por Uno que no tenía ningún motivo para eludir "ni una jota" de sus exigencias; Uno cuyo corazón, lleno de amor pensaba sólo en la honra y la voluntad de Dios; Uno cuyo celo por la casa de Su Padre Le consumía, y que pagó lo que no robó. (Salmo 69: 4). ¿Quién sino Él podía exponer así la ley, — no como los escribas, sino a la luz del cielo? Porque el mandamiento de Dios es sumamente amplio, ya sea que consideremos que pone fin a toda perfección en el hombre, o que la suma de él está en Cristo.

 

Lejos de anular la ley, el Señor, por el contrario, la ilustró más brillantemente que nunca, y le dio una aplicación espiritual para la que el hombre no estaba preparado en absoluto antes de que Él viniese. Y esto es lo que el Señor procede a hacer en el maravilloso discurso que sigue a continuación. Después de haber dicho: "Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido", Él añade: "De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 5: 18-20). Nuestro Señor va a ampliar los grandes principios morales de la ley en mandamientos que emanan de Él mismo, y no sólo de Moisés, y Él muestra que esto sería lo sumo por lo cual las personas serían probadas. Ya no se trataría simplemente del decálogo pronunciado en Sinaí, sino que, reconociendo su pleno valor, Él  estaba a punto de manifestar el pensamiento de Dios de una manera mucho más profunda de la que se había pensado antes, a saber, que en lo sucesivo, esto iba a ser la gran prueba.

 

Por eso, al referirse al uso práctico de estos mandamientos Suyos, Él dice, "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos", — siendo esta una expresión que no tiene la más mínima referencia a la justificación, sino a la apreciación práctica y al andar práctico en las relaciones correctas del creyente hacia Dios y hacia los hombres. La justicia de la que se habla aquí es totalmente de tipo práctico. Tal vez esto puede impactar a muchas personas con dureza. Ellas pueden estar un poco perplejas como para comprender la manera en que se hace que la justicia práctica sea el medio para entrar en el reino de los cielos. Pero, permitan ustedes que yo repita, el sermón del monte nunca nos muestra la manera en que un pecador ha de ser salvo. Si hubiera la más mínima alusión a la justicia práctica en lo que se refiere a la justificación de un pecador, habría motivos para sobresaltarse; pero no puede haber ningún motivo en absoluto para el santo que entiende y se somete a la voluntad de Dios. Dios insiste en la piedad de Su pueblo. «Sin santidad nadie verá al Señor"». (Hebreos 12: 14). No puede haber duda acerca de que el Señor muestra en Juan 15 que las ramas infructíferas deben ser cortadas, y que tal como los pámpanos secos de la vid natural son arrojados al fuego para ser quemados, así los profesantes del nombre de Cristo sin fruto no pueden esperar una mejor porción.

 

Llevar fruto es la prueba de vida. Estas cosas son afirmadas en los términos más firmes a través de la Escritura. En el evangelio según Juan, capítulo 5: 28-29, se dice: "Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación",  o "de juicio". No se puede disfrazar la solemne verdad de que Dios tendrá y debe tener lo que es bueno y santo y justo en Su pueblo. No son en absoluto pueblo de Dios los que no se caracterizan por ser hacedores de lo que es aceptable a Sus ojos. Si esto fuese puesto ante un pecador como un medio de reconciliación con Dios, o de tener los pecados borrados ante Él, ello sería la negación de Cristo y de Su redención. Pero, sólo manténganse ustedes firmes en que todos los medios para acercarse a Dios se encuentran en Cristo, — que la única manera por la cual un pecador es conectado con la bendición de Cristo es por medio de la fe, sin las obras de la ley, — sólo mantengan esto, y no hay la menor inconsistencia ni dificultad en entender que el mismo Dios que concede a un alma que crea en Cristo, obra en esa alma por medio del Espíritu Santo para producir lo que es conforme a Él mismo de manera práctica. ¿Con qué propósito le da Dios a esa alma la vida de Cristo y el Espíritu Santo si sólo fuera necesaria la remisión de los pecados? Pero Dios no se satisface con esto. Él imparte la vida de Cristo a un alma y le da a esa alma el Espíritu Santo para que more en ella; y como el Espíritu no es fuente de debilidad o de temor "sino de poder, de amor y de dominio propio", Dios busca modos de obrar y ejercicio de sabiduría y juicio espirituales al pasar a través de la dificultosa escena actual.

 

Mientras ellos admiraban con ojos ignorantes la justicia de los escribas y fariseos, nuestro Señor declara que esa clase de justicia no servirá. La justicia que sube al templo todos los días, que se enorgullece de largas oraciones, de grandes limosnas y de amplias filacterias, no se mantendrá firme a la vista de Dios. Debe haber algo mucho más profundo y más acorde con la naturaleza santa y amorosa de Dios. Porque con toda esa apariencia de religión exterior podría haber siempre, como generalmente sucedía, ninguna conciencia de pecado, ni de la gracia de Dios. Esto demuestra la suma importancia de estar en lo cierto, en primer lugar, en nuestros pensamientos acerca de Dios; y sólo podemos estarlo recibiendo el testimonio de Dios acerca de su Hijo. En el caso de los fariseos tenemos al hombre pecador negando su pecado, y oscureciendo y negando completamente el verdadero carácter de Dios como el Dios de la gracia. Estas enseñanzas de nuestro Señor fueron rechazadas por las personas externamente religiosas, y la rectitud de ellos era tal como se podía esperar de personas que eran ignorantes de sí mismas y de Dios. Ellos ganaban reputación para sí mismos, pero ahí terminaba todo; ellos buscaban su recompensa en aquel momento, y la tenían. Pero, nuestro Señor dice a los discípulos: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Mateo 5: 20).

 

Permitan ustedes que yo pregunte aquí, ¿Cómo es que Dios logra esto con respecto a un alma que cree ahora? Hay un gran secreto que no sale a la luz en este sermón. En primer lugar, hay una carga de injusticia sobre el pecador. Entonces, ¿cómo debe ser tratado eso, y cómo hacer que el pecador sea apto para el reino de los cielos y que sea introducido en él? La respuesta es que por medio de la fe él nace de nuevo; adquiere una nueva naturaleza, una vida que emana tanto de la gracia de Dios como del hecho de que sus pecados fueron cargados sobre Cristo en la cruz. (Véase Isaías 53). En eso está el fundamento de la justicia práctica. El verdadero comienzo de todo lo moralmente bueno en un pecador, — como ha sido dicho y como merece ser repetido a menudo, — es el sentido y la confesión de su falta de dicha justicia, es más, de su maldad. Nunca hay nada correcto para con Dios en un hombre hasta que él se entrega a sí mismo como siendo todo malo. Cuando él es abatido a esto, él es llevado a poner toda su confianza en Dios, y Dios revela a Cristo como Su don para el pobre pecador. Él está moralmente quebrantado, sintiendo y reconociendo que está perdido, a menos que Dios se apersone a él; y él recibe a Cristo, ¿y entonces qué? 'El que cree, tiene vida eterna'. ¿Cuál es la naturaleza de esa vida? En su carácter, perfectamente justa y santa. Entonces, el hombre de inmediato es hecho apto para el reino de Dios. "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios". Pero cuando él nace de nuevo, él entra allí. "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Los escribas y los fariseos sólo trabajaban en la carne y por la carne; ellos no creían que estaban muertos a los ojos de Dios; tampoco lo hacen los hombres ahora. Pero, aquello con lo que el creyente comienza es con que él es un hombre muerto que requiere una nueva vida, y que la nueva vida que recibe en Cristo es adecuada para el reino de los cielos. Es sobre esta nueva naturaleza que Dios actúa y obra, por medio del Espíritu, esta justicia práctica; de modo que sigue siendo cierto en todo sentido: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos".

 

Pero el Señor no explica aquí cómo sería esto. Él sólo declara que lo que era adecuado a la naturaleza de Dios no iba a ser hallado en la justicia judía humana, y que ello debía ser para el reino.

 

Él continúa ahora con la ley en sus diversas partes, al menos lo que tiene que ver con los hombres. Él no entra aquí en lo que atañe directamente a Dios, sino que en primer lugar se ocupa de lo que emana de la violencia humana, y después de esto, del gran ejemplo flagrante de la corrupción humana; porque la violencia y la corrupción son las dos formas sobresalientes de la iniquidad humana. Incluso antes del diluvio esa era la condición de los hombres: pues leemos, "Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia". (Génesis 6: 11).  Aquí, en el versículo 21 de Mateo 5, nosotros tenemos la luz del reino iluminando el mandamiento: "No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio". La ley tomaba en consideración esta forma extrema de violencia; pero nuestro Señor le da longitud, anchura, altura y profundidad, y Él dice: "Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". (Mateo 5: 22). Es decir, nuestro Señor trata, como siendo incluidos ahora como homicidio, ante los ojos de Dios, toda clase de violencia, y todo tipo de sentimiento y expresión; todo lo que sea desprecio y aborrecimiento, cualquier cosa que exprese la hostilidad del corazón; cualquier hecho de ningunear a otro, la voluntad de aniquilar a los demás en lo que respecta a su carácter o influencia: pues todo esto no es mejor que el homicidio ante los ojos escrutadores de Dios. Él está expandiendo la ley; está mostrando ahora a Uno que considera y juzga el sentimiento del corazón. Por lo tanto, no se trata en absoluto de las meras consecuencias de la violencia para con un hombre, ya que podría no haber ningún efecto muy malo producido por estas palabras de ira, sino que dichas palabras demostraban el estado del corazón; y esto es lo que el Señor está tratando aquí. "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda". (Mateo 5: 23, 24). Él no está manifestando al cristiano en su total separación del sistema judío. Y aunque el principio es aplicable al cristiano, estas palabras muestran claramente una conexión con Israel, porque el altar no tiene referencia alguna a la mesa del Señor.

 

"Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante". (Mateo 5: 25, 26). Yo creo que Israel era culpable de esa misma locura, — Israel como un pueblo, — culpable de no ponerse de acuerdo con el adversario pronto. Allí estaba el Mesías, y ellos, siendo adversarios de Él, Le trataron como adversario de ellos y obligaron a Dios a estar contra ellos por su incredulidad. Moralmente, la posición de Israel a los ojos de Dios era muy parecida a lo que nos es mostrado aquí. Había un sentimiento homicida en el corazón de ellos contra Jesús. Herodes fue la expresión de ello en el momento de Su nacimiento, y ello se prolongó durante todo el ministerio de Cristo, puesto que la cruz demostró cuán absolutamente existía ese odio implacable en el corazón de los judíos contra su propio Mesías. Ellos no se pusieron de acuerdo pronto con su adversario, y el juez sólo pudo entregarlos al alguacil para ser echados en la cárcel; y allí permanecen hasta el día de hoy. La nación judía, a causa de su rechazo del Mesías, ha sido excluida de todas las promesas de Dios; como nación ha sido encarcelada, y debe permanecer allí hasta que el último cuadrante sea pagado. En Isaías tenemos al Señor hablando con soltura a Jerusalén: "Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados". (Isaías 40: 2).  Así, mientras nosotros entramos ahora en Su favor, mientras por la gracia de Dios recibimos ahora la plenitud de la bendición por medio de Cristo Jesús, aun así no puede haber duda de que ricas bendiciones están reservadas para Jerusalén. Porque Dios, en Su misericordia, le dirá un día: «Yo perdono ahora tu iniquidad; ya no te haré testigo de Mi venganza en la tierra.» Y ante la pregunta, ¿y por qué no se le permite a Israel, hasta el día de hoy, amalgamarse con las naciones? Ellos permanecen allí, apartados por Dios de todos los demás pueblos. Pero Dios les tiene reservada Su insigne misericordia. "Hablad al corazón de Jerusalén… que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados". Esta figura la encontramos en otra parte bellamente expuesta en el caso del hombre culpable de sangre que huía a la ciudad de refugio provista por Dios. Y el libro de Números enseña que allí permanecía el hombre, fuera de la tierra de su posesión, hasta la muerte, no del homicida, sino del sumo sacerdote ungido con aceite. (Véase Números 35: 9-28). Allí se hace referencia al sacerdocio de nuestro Señor. Cuando el Señor haya completado Su pueblo celestial y los haya reunido donde ellos no necesitan la actividad de Su intercesión; cuando nosotros estemos en el pleno resultado de todo lo que Cristo ha obrado por nosotros, el Sumo Sacerdote ocupará entonces Su lugar en Su propio trono. Entonces será la finalización de Su actual sacerdocio celestial, y el Israel culpable de la sangre regresará a la tierra de su posesión. Yo no tengo ninguna duda de que ésta es la justa aplicación de ese hermoso tipo. No puedo entender cuál interpretación apropiada podría haber de la muerte del sumo sacerdote ungido con aceite si ustedes la asignan ahora a un cristiano; pero aplíquenla ustedes al judío, y nada es más evidente. Cristo pondrá término a ese carácter de sacerdocio que Él está ejerciendo para nosotros ahora, y entrará en una nueva forma de bendición para Israel.

 

Pero hay otra cosa además de la violencia: y es que está el elemento corrupto en el corazón del hombre, — el corazón que codicia lo que no tiene. La siguiente palabra de nuestro Señor se ocupa de ello, "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno". (Mateo 5: 27-30). Es decir, todo lo que en nuestro andar, o en nuestros procederes, o en nuestro servicio, todo lo que pueda exponer a un alma al peligro de ceder a estos sentimientos impíos, nunca debe ser consentido, sino que hay que apartarse de ello a cualquier costo. Debe haber la extirpación de todo lo que es dañino para el alma; y los miembros del cuerpo, tales como el ojo que desea y la mano que quiere tomar, son utilizados para mostrar las diversas formas en que el corazón puede verse envuelto. Cortar estos miembros muestra un corazón completamente ejercitado en el juicio propio; un corazón no motivado a excusarse diciendo que no ha cometido realmente el pecado, sino que se debe renunciar a todo aquello a lo que él está expuesto.

 

Luego el Señor denuncia la fácil disolución del vínculo matrimonial, leemos, "También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio". (Mateo 5: 31, 32). Nuestro Señor muestra así que, aunque pueda haber graves dificultades, esta relación humana recibe la enérgica confirmación de la ordenanza de Dios. Aunque se trata de una relación terrenal, la luz del cielo es proyectada sobre ella, la santidad del matrimonio es mantenida, y la posibilidad de permitir que algo interfiera con su santidad es totalmente desestimada por Cristo, excepto solamente cuando había algo que la interrumpía a los ojos de Dios, en cuyo caso el acto de separación sería sólo una declaración de que el vínculo ya está realmente roto.

 

El siguiente caso (versículos 33-37) nos lleva a un orden de cosas diferente: se trata del uso del nombre del Señor. La referencia no es aquí a un juramento judicial, es decir, un juramento administrado por un magistrado. En algunos países esto podría tener características de paganismo o papismo, y ningún cristiano debiese prestar tal juramento. Pero, si la declaración es simplemente en cuanto la autoridad de Dios, introducida por el magistrado para declarar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, yo no veo que el Señor libere de ninguna manera al cristiano de la obligación a esto. Pero el asunto se refiere aquí a la comunicación entre hombre y hombre. Leemos, "No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello". Se trataba sencillamente  de las confirmaciones de la vida común entre los judíos. Si nuestro Señor hubiese tenido la intención de prohibir al cristiano prestar juramentos judiciales, ¿no habría Él presentado como ejemplo el juramento que era habitual en los tribunales de aquellos días? Pero los juramentos que Él trae ante nosotros eran aquellos que los judíos tenían la costumbre de utilizar cuando la palabra de ellos era cuestionada por sus semejantes, no lo que era empleado ante el magistrado. Por lo tanto, lejos de pensar que un cristiano hace lo correcto al rechazar un juramento judicial, yo creo que él hace lo incorrecto al no prestar dicho juramento cuando el magistrado requiere su testimonio, cuando no hay nada que ofenda la conciencia en la forma del juramento. Si el magistrado no reconoce a Dios en el juramento, aun así el cristiano está obligado a reconocer a Dios en el magistrado, el cual es, para el cristiano, un siervo de Dios en las cosas externas de este mundo. Incluso el Asirio fue la vara de Dios, todo el tiempo en que él pensaba sólo en llevar a cabo sus propios propósitos contra Israel. (Isaías 10: 24). Mucho más el magistrado, sea quien sea o lo que sea, él representa la verdad de la autoridad externa de Dios en el mundo, y el cristiano debiese respetar esto con creces, más que los hombres del mundo; y por lo tanto, el juramento que exige sencillamente la verdad sobre la base de esa autoridad, es algo santo y no debe ser rechazado. El cristiano, indudablemente, no tiene derecho a procesar a otro. Por el contrario, él le debe a Cristo y a Su gracia dejar que el mundo, si el mundo quiere, abuse de él, — él puede protestar de palabra en contra de ello, y luego dejarlo en manos del Señor. Cuando nuestro Señor mismo fue tratado injustamente, Él redarguye a la persona por ello, y ahí termina, como el hombre pensaría, para siempre. No hay tal cosa como tratar de obtener una reparación inmediata de Sus agravios. Así debe ser con los cristianos. Puede haber la convicción moral de los que hacen el mal, pero tomarlo pacientemente es aceptable para con Dios.

 

No hay manera en que el cristiano muestre cuánto está él por encima del mundo como cuando él no busca la vindicación del mundo en nada. Si nosotros pertenecemos al mundo, todos debiésemos ser voluntarios. Si el mundo es nuestro hogar, el hombre está llamado a batallar por él. Pero, para el cristiano este mundo no es el escenario de sus intereses, y la pregunta es, ¿por qué luchar por lo que no le pertenece? Si un cristiano lucha en y con el mundo (excepto su propia guerra espiritual), él está fuera de su lugar. El deber de los hombres, como tales, es repeler el mal; y si el Señor se sirve del mundo para sofocar la revolución y hacer la paz, el cristiano puede mirar hacia arriba y dar gracias. Ello es una gran misericordia. Pero la verdad que el creyente tiene que tener firmemente asentada en su propia alma, es que ellos "no son del mundo". Y surge la pregunta, ¿en qué medida ellos no son del mundo? Y la respuesta es, "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". En Juan 17, donde nuestro Señor repite esta maravillosa palabra, Él habla en la perspectiva de ir al cielo, como si Él ya no estuviera en la tierra. Por lo tanto, en el espíritu de uno que está lejos del mundo, Él dice: "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". Poco antes Él había dicho: "Ya no estoy en el mundo". Su subida al cielo es lo que da al cristiano  y a la iglesia su carácter. Un cristiano no es simplemente un creyente, sino un creyente llamado a disfrutar de Cristo mientras Él está en el cielo. Y así como Cristo, nuestra Cabeza, está fuera del mundo, así el cristiano es elevado en espíritu por encima del mundo, y debe mostrar la fortaleza de su fe como estando por encima de su mero sentimiento natural. Nada hace que un hombre parezca tan necio como no tener parte en este mundo. A los cristianos no les gusta ser nulidades; ellos son propensos, de una manera u otra, a desear que su influencia se haga sentir. Pero el Señor nos libra de esto.

 

Entonces, el hecho de que nos permitamos hacer afirmaciones más allá de las simples declaraciones de la verdad está por debajo de nuestro llamamiento. "Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede". (Mateo 5: 37). Es digna de mención, como demostración práctica de la distinción aquí trazada, la manera en que nuestro Señor actuó  cuando estuvo ante el sumo sacerdote. Él permaneció en silencio hasta que el sumo sacerdote Le impuso juramento (Mateo 26: 63); entonces Él respondió de inmediato. ¿Quién puede dudar de que Él nos muestra el modelo correcto allí?

 

Nuestro Señor pasa a continuación al caso de cualquier daño práctico que se nos pueda hacer. No es que esté mal que un hombre castigue de acuerdo con el daño que se ha infligido a otro. "Ojo por ojo, y diente por diente" es perfectamente justo; pero nuestro Señor insinúa que debiésemos ser mucho más que justos, debiésemos ser misericordiosos; y Él insiste acerca de esto como punto culminante de esta parte del discurso. En primer lugar, Él había reforzado la justicia de la ley, había ampliado sus profundidades y había dejado de lado su consentimiento; ahora Él va más allá. Él muestra que hay un principio en Sus propios procederes y vida, principio que enseña al cristiano que no debe buscar represalias. Leemos, "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". Es evidente que el Señor no se refiere aquí a lo que tienen que hacer los gobiernos. El Nuevo Testamento está escrito para cristianos, para aquello que tiene una existencia separada y un llamamiento peculiar en medio de los sistemas y pueblos terrenales. El Nuevo Testamento pertenece a aquellos que son celestiales mientras andan en la tierra. Nosotros llegamos a ser tales por la recepción de Cristo, y a los tales el Señor les dice: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". La referencia es aquí al daño personal. El mal hecho puede ser más que nunca inmerecido, pero tiene que ser vencido con el bien. Ello demuestra que ustedes están dispuestos a recibir aún más por causa de Cristo. "Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa". Allí la ley es evocada: es decir, un hombre pone a pleito, tal vez falsamente, una parte de tu vestimenta, y si te pone a "a pleito" y te quita "la túnica, déjale también la capa". Aquí no se trata exactamente de un hombre poniendo a pleito (llevando  a juicio), sino de los propios servidores públicos. "Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos". El gran principio que nuestro Señor distingue en esto, — ya sea la violencia humana, o la ley siempre tan poco aplicada o aplicada mal, — es que, aunque según la ley, ustedes podían dar un paso, según el evangelio ustedes darían dos. La gracia hace dos veces más que la ley, cualquiera que sea el asunto en cuestión. Nunca se tuvo, de ninguna manera, la intención de suplantar las obligaciones o rebajar las responsabilidades, sino, por el contrario, la intención fue dar poder y fuerza a todo lo que es justo a los ojos de Dios. La ley podía decir: "Ojo por ojo, y diente por diente"; pero aquí no sólo está el hecho de aguantar lo que es positivamente malo, sino que está la gracia que da más de lo que se pide. "La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". (Juan 1: 17).  Y esta es una manera de mostrar de manera práctica hasta qué punto nosotros valoramos la gracia. No se trata de la mera letra de las palabras de nuestro Señor. Si ustedes limitaran esto a un mero golpe en el rostro ello sería algo muy pobre; pero la palabra de Cristo es la que me expresa el espíritu que agrada a Dios, y me presenta la realidad de la gracia. Y la gracia no es la reivindicación de uno mismo ni el castigo de un mal, sino el hecho de aguantar el mal y el triunfo del bien sobre él. Cristo está hablando de lo que el cristiano tiene que soportar de parte del mundo a través del cual él pasa. Él ha de recibir tribulación como la disciplina que Dios considera adecuada para su alma; el gran espectáculo ante hombres y ángeles (1ª. Corintios 4; 9), — que hay hombres en esta tierra a los que se les permite padecer por Cristo y se regocijan por ello, porque han aprendido a renunciar a su propia voluntad, a sacrificar sus propios derechos y a padecer injustamente, esperando el día en que el Señor reconocerá todo lo que ha sido el dolor de ellos por Su causa, y cuando todo el mal será juzgado muy solemnemente en Su aparición y en Su reino.

 

Nuestro Señor dice, en el versículo 42, "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses". Ello es un ejemplo de un gran principio general acerca del cual el Señor está insistiendo; pues así como Él había puesto al descubierto el carácter de la violencia, aquí Él lo hace de otra cosa. — a saber, la solicitación que se dirige a sí misma a la bondad de corazón de un cristiano. "Al que te pida, dale". Ciertamente, esto es una cosa hermosa y amable; pero es perfectamente evidente que el Señor no está instando a Su pueblo para que la cosa se haga irreflexivamente, ni como una mera gratificación de sus sentimientos, sino con una conciencia hacia Dios. Supongamos que una persona viene a pedirle algo, y usted tiene motivos para pensar que esta persona lo gastaría indebidamente, usted debe poner un límite. Él podría decirle, «¿Por qué no? ¿Acaso no te ha ordenado el Señor que des al que te pida?». Ciertamente; pero el Señor ha dado otras palabras por las que yo juzgo en cuanto la conveniencia de dar en cada caso particular. El que pide puede ir a hacer lo que yo estoy seguro que sería absurdo o incorrecto; y me pregunto, ¿aun así debo dar, o acaso no es introducido otro principio, a saber, el necesario buen criterio? Tal vez el que pide tiene planes propios que yo creo que son mundanos: entonces, ¿debo yo gratificar su mundanalidad? Lo que el Señor tiene en perspectiva es la necesidad real; y como solía haber una gran indiferencia hacia esto entre los judíos, como de hecho suele haberla en todas partes, el Señor no se limita a insistir al cristiano a que ayude a su hermano, sino que toma el terreno más amplio para instar a dar generosamente; no, obviamente, por nada que podamos obtener con ello, sino por amor conforme a Dios.

 

"Al que te pida, dale". Todos sabemos que existen aquellos que abusarían. Esto acalla y a menudo obstaculiza la piedad; y muy a menudo ello puede ser una excusa para no mostrar piedad. El Señor nos previene contra esta trampa, y nos muestra el gran valor moral, para nuestras propias almas y para la gloria de Dios, de la benignidad habitual, considerada y generosa hacia los afligidos en este mundo. No es que yo debo dar siempre lo que una persona pide, pues ella puede buscar algo insensato; pero aun así, "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses". ¿Lleva usted la cuenta de cuántas veces ha sido usted engañado? Aun así, ¿por qué estar dolido? Usted tiene derecho, por palabra de Jesús, a hacerlo como haciéndolo para su Padre. El receptor de su generosidad puede aplicarlo a un mal uso: y eso es responsabilidad de él. Yo estoy obligado a cultivar una generosidad insospechada, y esto es bastante independiente de la mera amistad. Incluso los publicanos y los pecadores son amables con aquellos que son amables con ellos; pero, ¿qué debiese ser un cristiano? Cristo determina la posición, la conducta y el espíritu del cristiano. Tal como Él fue un sufriente, ellos no deben resistir el mal. Si había necesidad, el corazón del Señor se ocupaba de  ella en compasión. Ellos podrían volver Su amor contra Él mismo, y utilizar los dones de Su gracia para sus propios fines, como el hombre que fue sanado, haciendo ellos caso omiso a la advertencia del Señor y al sentido de Sus beneficios. Pero el Señor, conociendo perfectamente todo ello, sigue firmemente en Su senda de hacer el bien, no en el mero y vago pensamiento de benevolencia hacia el hombre, sino en el santo servicio a Su Padre.

 

Pero digamos ahora una palabra acerca de lo que sigue a continuación. Se trata del núcleo y la esencia de lo que concierne a nuestra relación con los demás aquí abajo; el gran principio activo del cual emana toda conducta recta. Ello es el asunto del verdadero carácter y los límites del amor. "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo". (Versículo 43). Esta era la expresión que los judíos extraían del contenido literal de la ley. Dios había autorizado el exterminio de sus enemigos, y de allí extrajeron el principio, "Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Aquí había una cosa que la ley nunca pudo enseñar, — es la gracia. En mil casos prácticos, la pregunta no es si acaso la cosa es correcta. A menudo oímos a cristianos preguntar: «¿Está mal tal cosa?» Pero ésta no es la única pregunta para el cristiano. Supongamos que se le hace un mal; ¿cuál va a ser su sentimiento entonces? Si hay enemistad hacia él en otro, ¿qué ha de albergar en su propio corazón? "Amad a vuestros enemigos,… haced bien a los que os aborrecen,… para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos"; así ellos demuestran en procederes prácticos que pertenecen a tal paternidad, "hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos…. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". (Mateo 5: 44-48).

 

En esto no se hace ninguna referencia al asunto de si acaso hay pecado en nuestra naturaleza o no. Siempre existe el principio del mal en un hombre mientras él vive aquí abajo. Pero, en lo que el Señor insiste es en esto, a saber, que nuestro Padre es el modelo perfecto en Sus procederes con Sus enemigos ahora, y nos llama a ser exhaustivos en esa misma gracia y amor en la cual nuestro Padre trata. Esto está en contraste directo con el judío, o con cualquier cosa que hubiese sido ordenada antes. Abraham no fue llamado a andar de esta manera. Yo creo que él fue justificado al armar a sus siervos para recuperar a Lot, al igual que los israelitas al tomar la espada contra los cananeos. Pero, nosotros estamos llamados (como norma de la vida cristiana, como aquello que gobierna nuestros pensamientos, sentimientos y procederes) a andar en el principio de la clemente paciencia. Nosotros estamos en medio de los enemigos de Cristo, de nuestros enemigos también debido a Él.

 

Puede que no salga a relucir de inmediato, ni nunca. La persecución puede pasar de moda, pero la enemistad siempre está allí; y si Dios sólo quitara ciertas restricciones, el antiguo odio estallaría como siempre. Sin embargo, sólo hay un rumbo abierto para el cristiano que desea andar como Cristo anduvo: "Amad a vuestros enemigos"; y esto realmente no por una mera exhibición de formas o palabras lisonjeras. Nosotros sabemos que, en ciertos casos, ir a hablar con una persona enfadada sólo haría salir la amargura de la ira, y allí el rumbo correcto sería mantenerse alejado; pero en todas las circunstancias debe haber toda la buena disposición para procurar la bendición de nuestro adversario. Hacer una verdadera bondad a uno que me ha herido, incluso si ello nunca es conocido por una criatura en la tierra, es la única cosa digna de un cristiano. El Señor nos da así oportunidades de mostrar amor a los que nos aborrecen. Cuando se produce la provocación, nosotros debemos tener asentado en nuestras almas que el cristiano está aquí con el propósito de expresar a Cristo; pues en verdad somos Su carta, conocida y leída por todos los hombres. (2ª Corintios 3: 2, 3). Debemos desear reflejar lo que Cristo habría hecho en las mismas circunstancias.

 

Que el Señor nos conceda que esto sea cierto en nuestras propias almas, en primer lugar, en secreto sentimiento con Él, y luego, como humildad y desinterés  manifiestos hacia los demás. Recordemos que no hay Victoria para nosotros excepto la que es un reflejo externo de la victoria secreta sobre el yo con el Señor. Empiecen ustedes por ahí, y ciertamente dicha victoria será obtenida en presencia de los hombres, aunque podamos tener que esperar por ello.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 6

 

Mateo 6 comienza con lo que es incluso más elevado que lo que hemos tenido. Las diversas exhortaciones del capítulo 5 sacaron a la luz el principio cristiano en contraposición a lo que era exigido y permitido bajo la ley. Ahora la ley es omitida : ya no hay ninguna alusión expresa a ella en el discurso de nuestro Señor. El primer principio de toda piedad sale a relucir ahora en su forma más dulce, a saber, el tener que ver con nuestro Padre en secreto; el cual nos entiende, ve todo lo que está pasando dentro y alrededor de nosotros, nos escucha y nos aconseja, ya que, de hecho, Él tiene el más profundo interés en nosotros. Lo que sale a la luz en este capítulo es la relación interior y divina del santo: es decir, nuestros vínculos espirituales con Dios, nuestro Padre, y la conducta que debiese emanar de ellos. Por lo tanto, dice nuestro Señor, "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos". La versión de la Biblia en Inglés (KJV) en el versículo 1 traduce "limosna" en vez de "justicia", y yo me tomo la libertad de sugerir que una mejor traducción es "justicia" en lugar de "limosna", lo cual apoyan algunas de las mejores fuentes. Existen aquellos que difieren aquí como en otras partes, pero, al mismo tiempo, los motivos internos y espirituales confirman los fundamentos externos. Así, si la palabra "limosna" es usada  en el primer versículo, ¿acaso no hay una mera repetición en el siguiente? Por otra parte, tomen ustedes la palabra como "justicia" (así lo dice el margen), y todo es claro. El contexto lo apoya. Porque se observará que en los siguientes versículos nuestro Señor divide la justicia en tres porciones distintas: en primer lugar, la limosna; después, la oración; en tercer lugar, el ayuno. Es evidente que estas son las tres partes de los procederes justos del santo, tal como los ve nuestro Señor en este discurso.

 

1) Con respecto a la limosna, que era algo muy práctico, el principio de la misericordia entra, como no podría serlo en todos los casos de dar. Ello es una cosa que es hecha seria y solemnemente, y sale del corazón. Ello es hecho a la vista de Dios. La amonestación general es ésta: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos". Por lo tanto, (a base de esta exhortación), "Cuando, pues, des limosna", lo cual era una rama de esta justicia, "no hagas tocar trompeta delante de ti", aludiendo a ciertas formas de notoriedad y autoelogio adoptados en aquel entonces por los judíos, — el espíritu que pertenece a los hombres en todas las épocas. Hay pocas cosas en que la vanidad humana se delata a sí misma de manera más evidente que por medio del deseo de ser conocido por medio de dar limosna. ¿Y qué es lo que trae la verdadera liberación de este lazo de la naturaleza? "Cuando, pues, des limosna,  (observen ustedes que Él hace que esto sea ahora enteramente individual) "no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público". Es decir, no se trata simplemente de que uno no proclame públicamente lo que ha sido hecho, sino que ni siquiera uno lo haga a uno mismo. No sólo la mano izquierda de otro no debe saber lo que hace tu mano derecha, sino que tu propia mano izquierda no debiese saberlo. Cortantes son las palabras del Señor para todo lo que se parece a autocomplacencia. El gran argumento es éste: que todo sea hecho para nuestro Padre. No es simplemente un asunto de deber; sino que el amor de nuestro Padre ha salido a relucir, y esta es Su voluntad con respecto a nosotros. Él sabe lo que es mejor, y nosotros lo ignoramos. Podríamos pensar en proporcionar la mayor felicidad rodeándonos de lo que más nos gusta; pero el hecho de soltar los medios de disfrute personal nos abrirá nuevas fuentes de bendición. Además, lo que debiésemos desear es que la limosna sea "en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público". Nosotros encontraremos esto repetido en cada punto de lo que aquí es llamado nuestra "justicia". Siempre se hace espacio a la carne donde no existe el hábito cultivado de que lo que se hace queda entre nuestro Padre y nosotros. No, es más, nuestro Señor quiere que desestimemos el pensamiento mismo en el seno del Padre, el cual no lo olvidará.

 

2) Lo mismo ocurre en cuanto a  la oración. La alusión parecería ser a la práctica de que todos los días, cuando llegaba una hora específica, se encontraba a las personas orando en público en lugar de perderse el momento. Es evidente que todo esto era, en el mejor de los casos, de lo más legal, y abría la puerta a la exhibición y a la hipocresía. Ello pasa por alto totalmente la gran verdad que el cristianismo saca a la luz de forma tan completa, a saber, que es totalmente erróneo hacer las cosas como muestra, o como una ley, o de cualquier forma para que otros las vean, o para que nosotros mismos pensemos en ellas. Nosotros tenemos que ver con nuestro Padre, y con nuestro Padre en lo secreto. Por eso nuestro Señor dice: "Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público". (Versículo 6). Esto no es, en absoluto, negar la conveniencia de la oración pública; pero aquí no se hace referencia a la súplica unida.

 

En cuanto a la Oración del Señor (que comienza con las palabras, "Padre nuestro"), ella era para aquellos discípulos individualmente, los cuales requerían ser enseñados en los primeros principios mismos del cristianismo. Pues esto es parte de lo que el apóstol llama, "la palabra inicial de Cristo", cuando él dice: "Por lo cual, dejando ya la palabra inicial de Cristo, avancemos a lo que pertenece al crecimiento pleno, no echando de nuevo un fundamento de arrepentimiento de obras muertas y de fe en Dios, de doctrina de lavamientos, y de imposición de manos, y de resurrección de muertos, y de juicio eterno; y esto haremos si lo permite Dios". (Hebreos 6: 1-3 – JND). El apóstol admite que todas estas eran verdades muy importantes; ellas son verdades que los judíos piadosos debiesen haber conocido antes de que la redención fuera llevada a cabo, pero éstas no aportaban todo el poder del cristianismo. Ellas eran muy ciertas, y seguirán siéndolo siempre. Nunca puede haber algo que debilite la importancia del arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios. Pero ni siquiera se dice, la fe en Cristo. Sin duda, la fe en Dios permanece siempre; pero aun así, hasta que Cristo murió y resucitó, había una gran cantidad de verdad que ni siquiera los discípulos eran capaces de sobrellevar. Nuestro Señor mismo lo dice. (Véase Juan 16: 12-15). Por eso el apóstol les dice: "Dejando ya la palabra inicial de Cristo” (lo que Cristo sacó a la luz aquí abajo, y que se adaptaba perfectamente al estado de los discípulos de aquel entonces), "avancemos a lo que pertenece al crecimiento pleno". No hay pensamiento alguno acerca de renunciar a eso, pero, asumiendo eso como una verdad fija, avancemos a la comprensión de Cristo tal como Él es ahora, lo cual es el significado aquí de la expresión, "crecimiento pleno". No se trata de un mejor estado de nuestra propia carne; tampoco se refiere a algo que vayamos a ser en una vida futura; sino a la doctrina completa de Cristo tal como Él es ahora, y glorificado en el cielo, — como es sacado a relucir en esta epístola. Cristo está en el cielo; allí está Su sacerdocio; Él entró en el poder de Su propia sangre, habiendo obtenido eterna redención. Es Cristo como está ahora en lo alto; allí tienen ustedes este conocimiento pleno. En la misma epístola él habla de Cristo como habiendo sido perfeccionado por medio de aflicciones. (Hebreos 2: 9, 10). Él siempre fue perfecto como persona, — nunca pudo ser otra cosa. Si hubiese habido algún defecto en Cristo en la tierra, Él debió haber sido, tal como la ofrenda que tenía un defecto, incapaz de ser ofrecido por nosotros, en nuestro lugar. En los sacrificios judíos, si el animal moría por sí mismo, ni siquiera podía ser comido. De este modo, en cuanto a nuestro Señor, si hubiera existido el principio de la muerte en Él, si Él no fuera Aquel que vive en todo sentido, sin la más mínima tendencia a la muerte, Él nunca podría ser el fundamento de Dios, ni el nuestro. Él en verdad padeció la muerte, la víctima voluntaria en la cruz; pero esto fue sólo porque la muerte no tenía ningún dominio sobre Él. Todo hijo de Adán tiene la mortalidad actuando en él. El Segundo Hombre incluso pudo decir aquí abajo: "Yo soy la resurrección y la vida". (Juan 11: 25). Esa es la verdad en cuanto a Cristo mismo. Si bien es perfectamente cierto que Cristo fue siempre moralmente perfecto, — perfecto también no sólo en Su naturaleza divina, sino en Su humanidad, — absolutamente inmaculado y aceptable para Dios; sin embargo, había, no obstante, una montaña de pecado que necesitaba ser quitada de nosotros, y una nueva condición en la que debíamos entrar, en la que Él podía asociarnos con Él mismo. Aunque absolutamente sin pecado en Él mismo, él fue perfeccionado a través de aflicciones; Él pasó a través de este curso de aflicciones a la bendición en la que Él está ahora como nuestro Sumo Sacerdote ante Dios.

 

Acerca del tema de la Oración del Señor sólo haré algunos comentarios ahora. Pero, una vez más, me gustaría señalar que ella es totalmente individual. Muchos podrían unirse para decir "Padre nuestro"; pero un alma estando sola en su aposento todavía diría "Padre nuestro", porque piensa en otros, en discípulos, en otro lugar. Sin embargo, es evidente que el Señor no prevé el uso de esta oración, sino en el aposento y para la condición en que se encontraban los discípulos. No tenemos ningún indicio de que ella fuera empleada formalmente después del día de Pentecostés. Hubo otras necesidades y deseos, otras expresiones de afecto hacia Dios, sacadas a relucir entonces, a las que el Espíritu Santo conduciría a los que habían salido de la condición de minoría de edad, o de inmadurez, por haberle recibido a Él en sus corazones, por lo cual podían clamar: "¡Abba, Padre!". Esa es la clave del cambio, y el Nuevo Testamento es perfectamente claro al respecto. (Compárese con Gálatas 3: 23-26; Gálatas 4: 1-7).

 

Sin embargo, consideremos la oración misma; porque nada puede ser más bienaventurado, y toda la verdad de ella permanece para nosotros. "Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería". (Versículo 7 – LBA). Ahora bien, es evidente que nuestro Señor no prohíbe la repetición, sino la repetición sin sentido, vana. Nosotros encontramos a nuestro Señor mismo, cuando Él estaba en agonía en el huerto, repitiendo tres veces las mismas palabras. Pero Él prohíbe tajantemente la repetición sin sentido, vana y formal, ya sea que se trate de palabras leídas en un libro, o de frases construidas por la mente. Además, permitan que yo insista en el hecho evidente de que nuestro Señor no está proveyendo aquí para las necesidades públicas de la Iglesia; ni tampoco oímos que ello haya sido entendido así. No existe el más mínimo pensamiento de tal cosa después del don del Espíritu Santo, cuando la Iglesia fue formada y estuvo en funciones en este mundo. De modo que, si bien la Oración del Señor fue presentada como el modelo más perfecto de oración, y puede haber sido usada tal cual por los discípulos antes de la muerte de nuestro Señor y del don del Espíritu Santo, aun así, parece ser evidente que después no fue así. El Nuevo Testamento es, obviamente, la única prueba de esto. Cuando llegamos a la tradición, encontraremos toda clase de dificultades acerca de esto así como acerca de otros temas, pero la palabra de Dios no es oscura. De ninguna manera nos deja con la incertidumbre en cuanto a cuál es el pensamiento de Dios: de lo contrario, el propósito mismo de una revelación se vería frustrado. ¿Cuál es, entonces, la utilidad permanente de la oración? ¿Por qué ella es presentada en la Escritura? El principio permanece siempre verdadero. Yo creo que no hay una cláusula de esa oración que uno no podría proferir ahora, incluso, "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". Porque es un error suponer que ello coloca al pecador en el terreno de la oración para adquirir el perdón de sus pecados. Nuestro Señor habla del creyente, — del hijo de Dios. Nosotros necesitamos desplegar nuestras faltas y defectos diarios ante nuestro Dios y Padre, tal como Él nos anima a hacer día a día. Se trata de Su gobierno que, sin acepción de personas, juzga según la obra de cada uno; y por eso Él no aceptará la petición de uno que abriga una disposición implacable hacia los demás, incluso si ellos nos han hecho un mal muy grave.

 

El hábito de examinarse uno mismo y de confesar a nuestro Padre es muy importante en la experiencia cristiana; de modo que yo creo que esta cláusula es tan verdadera y aplicable en la actualidad como lo fue para los discípulos de aquel entonces. Cuando el pobre publicano dijo: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18: 9-13), nosotros tenemos otra cosa tan apropiada en su caso como lo fue para el hijo de Dios al decir, "Padre nuestro". Por otra parte, cuando el Espíritu Santo fue dado, y el hijo pudo acercarse al Padre en el nombre de Cristo, tenemos, sin embargo, algo diferente. La Oración del Señor no reviste al creyente con el nombre de Cristo. ¿Qué significa pedir al Padre en ese nombre? La pregunta es, ¿Puede ser simplemente decir, "en Su nombre", al final de una oración? Cuando Cristo murió y resucitó, Él dio al creyente Su propia posición delante de Dios; y entonces, pedir al Padre en el nombre de Cristo es pedir en la conciencia de que mi Padre me ama como ama a Cristo; que mi Padre me ha dado la aceptación de Cristo mismo ante Él, habiendo borrado completamente todo mi mal, como para ser hecho justicia de Dios en Cristo. (2ª Corintios 5: 21). Pedir en Su nombre es orar en el valor de esto. (Compárese con Juan 16). Cuando el alma se acerca, cuando es conscientemente acercada a Dios, puede decirse que ella pide en Su nombre. No hay un alma que use el Padre Nuestro como una forma, que tenga una verdadera comprensión de lo que es pedir al Padre en el nombre de Cristo. Ellos nunca han entrado en esa gran verdad. De ahí que, tal vez en su próxima petición, ellos asuman el lugar de miserables pecadores, menospreciando la ira de Dios, y estando todavía bajo la ley. Surge la pregunta, ¿es posible que un alma que sabe lo que es estar ante Dios como Cristo, esté así sistemáticamente en la duda y la incertidumbre? Este era el caso del judío; pero como cristiano, mi lugar está en Cristo, y no hay condenación: de lo contrario, no puede haber el espíritu de adopción, ni la desempeñada función de sacerdotes para Dios. Nosotros somos hechos sacerdotes para Dios en virtud de esta posición bienaventurada, — aquí en la tierra, y necesitamos desempeñar dicha función. La conciencia es llevada a esto, — ustedes no pueden caminar con Cristo y con el mundo. Y el cristiano es propiamente un hombre que entra en pensamientos y relaciones celestiales mientras camina a través del mundo. Esta es la vocación con la que hemos sido llamados. (Efesios 4: 1). Con independencia de que los cristianos lo sepan y lo hagan o no lo hagan, nada menos busca Cristo de ellos. "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". (Juan 17: 16). Esto es cierto desde el momento en que recibimos a Cristo. Desde ese momento, si queremos ser verdaderos soldados Suyos, nuestro deber para con Cristo es asumir nuestro lugar como aquellos que no son del mundo, así como Él no lo es.

 

Esto bastará para mostrar que, si bien la Oración del Señor sigue siendo siempre inestimablemente preciosa, aun así, ella fue dada para satisfacer las necesidades individuales de los discípulos, y que la ulterior revelación de la verdad divina modificó la condición de ellos y conduciría así a otra clase de deseos, a los que, de hecho, no se dio expresión en aquel entonces. Me parece una feliz reflexión pensar que es nuestro mismo Señor quien nos dice esto. "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre". ¿Qué deduzco yo de esto? Que uno puede usar la Oración del Señor ("Padre nuestro") todos los días, y nunca haber pedido nada en el nombre de Cristo. "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido". (Juan 16: 24). "En aquel día pediréis en mi nombre". (Juan 16: 26). ¿A qué día se refiere Él? ¿Un tiempo aún futuro? No, sino el día actual; el día que el Espíritu Santo introdujo cuando Él descendió del cielo. Esto es lo que está conectado con esa plena revelación de la verdad que es tan esencial para el gozo y la bienaventuranza cristianos, y para el andar ajeno al mundo y celestial de los hijos de Dios; y donde no se entra en lo uno, no se puede estar en lo otro. Puede haber vigor de fe y amor personal a Cristo, pero pese a todo, un alma seguirá llevando el sabor del  mundo en espíritu y posición religiosos hasta que haya entrado en este lugar bienaventurado que el Espíritu Santo nos da ahora de acercarnos a Dios en el nombre de Cristo.

 

Yo debo pasar ahora a una de las más importantes exhortaciones prácticas que nuestro Salvador nos presenta en relación con la oración, — a saber, el espíritu de perdón. Poco ha sabido de la oración quien no conoce los obstáculos que la austeridad o severidad de espíritu trae consigo. Esta era una de las cosas que nuestro Señor tenía especialmente en perspectiva. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Versículos 14, 15). Él no quiere decir que a los discípulos no se les perdonarían los pecados en el día del juicio, sino que Él habla de perdonar las ofensas como un asunto de cuidado y entrenamiento diario de Dios. Yo puedo tener un hijo culpable de algo que está mal, pero ¿pierde por ello Él su relación? Sigue siendo mi hijo, pero yo no le hablo de la misma manera que lo haría si él hubiese estado andando en obediencia. El padre espera hasta que el hijo sienta su pecado. En el caso de los padres terrenales, a veces no ponemos suficiente atención en lo que está mal, y otras veces lidiamos con las cosas sólo en la medida en que nos afectan a nosotros mismos. Nosotros podemos corregir, como se dice en Hebreos, «como a nosotros nos parece», pero Dios lo hace para lo que nos es provechoso. (Hebreos 12: 9, 10).  Nuestro Padre tiene siempre a la vista lo que es más bienaventurado para nosotros, pero por este mismo motivo a veces nos castiga. "¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?" (Hebreos 12: 7). Si nosotros no fuéramos hijos, tal vez nos libraríamos; pero, tan ciertamente como lo somos, la vara del Padre viene sobre nosotros por nuestros yerros, aunque nos parezcan poco; pero aunque es doloroso por el momento, si ello es Su voluntad, podemos estar seguros de que Él hará que las cosas que puedan parecer estar más en contra de nosotros, estén incuestionablemente a nuestro favor. Mantener el espíritu de amor, y especialmente de amor hacia los que nos hacen agravio, cuesta algo; pero la bienaventuranza será nuestra al final, y ciertamente también por el camino.

 

3) Llegamos ahora al tema del ayuno. Yo creo que hay un real valor en el ayuno que pocos conocen. Si en ocasiones particulares que requieren especial oración individual uno uniera el ayuno a ella, no tengo duda de que se sentiría la bendición de lo mismo. En ello es expresada la humillación de espíritu. Hay oraciones que son acompañadas más adecuadamente estando de pie, otras, estando de rodillas. El ayuno es una de esas cosas en las que el cuerpo muestra su empatía con aquello a través de lo cual el espíritu está pasando; ello es un medio de expresar nuestro deseo de estar abatidos delante de Dios, y en actitud de humillación. Pero, para que la carne no se aproveche incluso de lo que es para la mortificación del cuerpo, el Señor manda que se tomen los medios para que los hombres no sepan que uno ayuna, más que para permitir cualquier exhibición de ello. Porque aunque un cristiano verdadero se abstenga de vestirse de falsas apariencias, el diablo lo engañaría para que lo haga, a menos que sea muy celoso en la vigilancia de sí mismo delante de Dios. "Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público". (Versículos 17, 18).

 

Siguen después las exhortaciones con respecto a las cosas de esta vida. Y, en primer lugar, en cuanto a la acumulación de tesoros en la tierra. El Señor introduce un principio, no de interés natural, sino de sabiduría espiritual y de libertad de inquietudes, de lo cual disfruta el alma que no quiere nada aquí abajo. Suponiendo que hay algo que uno valora mucho en la tierra, hay un temor proporcional a que el ladrón o alguna cosa que corroa estropee nuestro tesoro. Muy diferente es lo que el Señor nos manda procurar: "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón". (Versículos 19-21). Nosotros podemos detectar dónde estamos por aquello que determina principalmente nuestros pensamientos. Si dichos pensamientos son hacia el cielo, somos bienaventurados; pero si son hacia la tierra, descubriremos que esas mismas cosas en las que está puesto nuestro corazón demostrarán que son un pesar un día u otro. El Señor atribuye todo esto a una gran raíz, — no se puede servir a dos amos. Ustedes no tienen dos corazones sino uno; y ese corazón estará con lo que ustedes más valoran. Todo es seguido así hasta su origen: Dios por un lado y Mamón por el otro. Mamón es lo que resume las codicias del corazón del hombre en cuanto a todas las cosas que están aquí. Puede manifestarse en diferentes formas, pero esta es la raíz: la avaricia. "No podéis servir a Dios y a Mamón. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis, o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis". (Versículos 24, 25 – RVSBT).  La gran idea es la indiferencia a las cosas presentes, o más bien, una pacífica confianza acerca de ellas; no debido a que no valoramos las misericordias de Dios, sino porque tenemos confianza en el amor y en el cuidado de nuestro Padre acerca de nosotros. El apóstol Pablo nos muestra la expresión más hermosa de esto cuando dice, "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación". (Filipenses 4: 11).  Él había conocido cambios de circunstancias, — lo que era no tener nada, y lo que era tener abundancia; pero el gran argumento era su completo contentamiento con la porción de Dios para él. Esto no fue algo por lo que él pasó a la ligera, sino que él lo había aprendido. Ello fue un asunto de logro, — de juzgar las cosas a la luz de la presencia y el amor de Dios. La bendición es mirar hacia adelante con este pensamiento: a saber, nuestro Padre trata con nosotros ahora en la perspectiva de la gloria; tal como añade el apóstol: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús". (Filipenses 4: 19). ¡Qué dulce es eso! "Mi Dios", — el Dios que yo he comprobado, cuyo afecto he experimentado. Yo puedo contar con Él tanto para ustedes como para mí; y Él "suplirá todo lo que os falta", no sólo según las riquezas de Su gracia, sino según Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Él los ha tomado a ustedes de este mundo como Sus hijos: Él va a tenerlos a ustedes como compañeros de su Hijo en lo alto; y él trata con ustedes ahora de acuerdo al lugar y a la posición de ustedes en aquel entonces. Todo lo que convenga a este gran plan de Su gloria y de Su amor, el Señor nos lo dará para demostrar la consecuencia de eso.

 

Que el Señor nos fortalezca para que aceptemos esto con corazones agradecidos, sabiendo que ¡nosotros no somos nuestros propios amos! El Señor nos preservará de los peligros, de los lazos y de los pesares que conlleva nuestra prisa o nuestra intencionalidad de dejarle a Él fuera de estas cosas externas que dicha prisa y dicha intencionalidad traen consigo. En este capítulo Él nos muestra el extremo desatino de ello, incluso en lo que respecta al cuerpo. Él toma ejemplos del mundo exterior para mostrar la manera en que se puede confiar en Dios para que Él lleve a cabo mejor Sus propios propósitos. Y más que eso, Él nos recuerda que estas cosas externas, en las que estamos tentados a poner tanto énfasis, son sólo los objetos que los gentiles buscan. Gentil era un término usado al hablar de un hombre sin Dios, en contraste con un judío que tenía a Dios de manera externa en este mundo. Un cristiano es un hombre que tiene a Dios en el cielo como su Padre. "Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas". (Versículo 32). Por lo tanto, como nuestro Padre sabe esto, ¿por qué deberíamos dudar de Él? Nosotros no desconfiamos de nuestro padre terrenal; mucho menos entonces deberíamos dudar de nuestro Padre celestial.

 

"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". No es que debamos buscar primero el reino de Dios y después estas cosas; sino busquen ustedes primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás vendrá.

 

"Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán". Es decir, nuestro Señor nos prepara para esto, a saber, que la ansiedad que teme algo malo al día siguiente no es más que incredulidad. Cuando llegue el día siguiente, el mal puede no estar allí; pero si llega, Dios estará allí. Él puede permitirnos experimentar lo que es consentir nuestras propias voluntades; pero si nuestras almas están sometidas a Él, cuán a menudo el mal que es temido no aparece nunca. Cuando el corazón se somete a la voluntad de Dios acerca de algún pesar que nosotros tememos, cuán a menudo ese pesar es quitado, y el Señor nos sale al encuentro con una amabilidad y una benignidad inesperadas. Él puede hacer que incluso el pesar sea toda una bendición. Sea cual sea Su voluntad, ella es buena. " Basta a cada día su propio mal". (Versículo 34).

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVSBT = Reina Valera 1909 Revisión Sociedad Bíblica Trinitaria.

 

Mateo 7

 

Llegamos ahora a una parte muy distinta del discurso de nuestro Señor. No se trata tanto de establecer las correctas relaciones de un alma con Dios nuestro Padre, — la vida interior oculta del cristiano, — sino que ahora tenemos las relaciones mutuas de los discípulos entre sí, la conducta de ellos hacia los hombres, los diferentes peligros que deben temer y, sobre todas las cosas, la ruina segura para toda alma que nombra el nombre de Cristo si oye y no hace Sus dichos. El hombre sabio oye y hace. Y así finaliza el capítulo. Yo desearía detenerme un poco en estos diversos puntos de enseñanza que nuestro Señor trae ante nosotros. Obviamente, no será posible entrar en todos meticulosamente; porque, no necesito decirlo, los dichos de nuestro Señor están peculiarmente cargados de profundidad de pensamiento. No hay ninguna porción de la palabra de Dios donde se encuentre una profundidad más característica que aquí.

 

El asunto con que el Señor Jesús comienza es éste. Antes de esto Él había mostrado plenamente que nosotros debemos actuar en gracia como hijos de nuestro Padre; pero eso era más particularmente con el mundo, con nuestros enemigos, con las personas que nos agravian. Pero, por otra parte, una dificultad seria y práctica podría surgir en otro lugar. Suponiendo que entre los  que hacen agravio hubiera algunos que llevaran el nombre de Cristo, ¿qué ocurriría entonces? ¿Cómo debemos sentirnos acerca de ello y cómo debemos tratar con ellos? No hay duda de que hay una diferencia, y una muy decisiva. Sin embargo, hay una cosa de la cual debemos ocuparnos antes de abordar el asunto de la conducta de otro; y esto es, vigilar contra el espíritu de censura en nosotros mismos, el hábito o la tendencia a imputar malos motivos en lo que no conocemos y que no salta a la vista. Todos sabemos qué lazo es esto para el corazón del hombre, y que es más particularmente el peligro de algunos, por el carácter natural y la falta de vigilancia en cuanto al hábito permitido. Hay más discernimiento en algunos que en otros, y éstos debiesen velar especialmente contra ello. No es que ellos deban tener los ojos cerrados a lo que es malo; sino que no deben sospechar lo que no es manifiesto, ni ir más allá de la evidencia que Dios presenta. Esto es una salvaguarda práctica muy importante sin la cual es imposible andar juntos conforme a Dios. Las personas pueden estar juntas como muchas unidades separadas, sin ninguna empatía o poder reales para entrar en los pesares, dificultades, pruebas, y ello puede ser el mal, de los demás. Sin embargo, todo eso tiene un requerimiento en el corazón de un discípulo. Incluso lo que está mal requiere el amor para averiguar la manera en que Dios lidia con lo que es contrario a Dios. Porque la esencia del amor es que busca el bien del objeto que es amado, y esto sin referencia a uno mismo. Uno puede tener la amargura de saber que uno no es amado a cambio, como lo supo el apóstol Pablo, incluso en los primeros tiempos, y con cristianos verdaderos, — sí, efectivamente, con personas singularmente dotadas por el Espíritu de Dios. Dios se ha complacido en presentarnos estas solemnes lecciones de lo que el corazón es, incluso en santos de Dios.

 

En cualquier circunstancia, esta gran verdad es obligatoria para la conciencia: "No juzguéis, para que no seáis juzgados". (Versículo 1). Por otra parte, el egoísmo del hombre puede abusar fácilmente de este principio. Si una persona siguiera un curso perverso y utilizara este pasaje para negar el derecho de los hermanos para juzgar su conducta, es evidente que esta persona delata tener falta de conciencia y de comprensión espiritual. Su ojo está cegado por el yo, y él está simplemente convirtiendo las palabras del Señor en una excusa para pecar. El Señor no tuvo la intención, de ninguna manera, de debilitar el santo juicio del mal; por el contrario, Él, a su debido tiempo, impone esto solemnemente a Su pueblo: "¿No juzgáis vosotros a los que están dentro?" (Véase 1ª Corintios 5:12). La falta de los Corintios era que no juzgaban a los que estaban en medio de ellos. Por lo tanto, es evidente que hay un sentido en el que yo debo juzgar, y otro en el que no. Hay casos en los que yo ignoraría la santidad del Señor si no juzgara, y hay casos en los que el Señor lo prohíbe, y me advierte que hacerlo es traer juicio sobre mí mismo. Este es un asunto muy práctico para el cristiano, — a saber, dónde juzgar y dónde no juzgar. Todo lo que sale a la luz claramente, — lo que Dios presenta a los ojos de Su pueblo para que ellos lo conozcan por sí mismos, o por un testimonio del que no puedan dudar, — ciertamente ellos están obligados a juzgar. En una palabra, nosotros siempre somos responsables de aborrecer lo que es ofensivo para Dios, ya sea conocido directa o indirectamente; pues "Dios no puede ser burlado" (Gálatas 6: 7), y los hijos de Dios no debiesen ser gobernados por meras formalidades, de las cuales la astucia del enemigo puede aprovecharse fácilmente.

 

Pero, ¿qué quiere decir aquí nuestro Señor cuando dice, "No juzguéis, para que no seáis juzgados"? Él no se refiere a lo que es evidente, sino a lo que está oculto; a eso que, si existe, Dios aún no ha puesto la evidencia ante los ojos de Su pueblo. Nosotros no somos responsables de juzgar lo que no conocemos; por el contrario, estamos obligados a velar contra el espíritu de conjeturar el mal o imputar motivos. Puede ser que haya maldad, y del carácter más grave, como en el caso de Judas. Nuestro Señor dijo de él: "Uno de vosotros es diablo" (Juan 6: 70), e intencionalmente mantuvo a los discípulos en la oscuridad acerca de los detalles. Por cierto, observen ustedes que ello sólo está en el Evangelio de Juan, el cual nos muestra que el conocimiento que nuestro Señor tenía de Judas Iscariote era el de una persona divina. Él lo dice mucho antes de que algo saliera a relucir. En los otros Evangelios todo es reservado hasta la víspera de su traición: pero Juan fue conducido por el Espíritu Santo a recordar la manera en que el Señor les había dicho que era así desde el principio; y sin embargo, aunque Él lo sabía, ellos sólo debían confiar en Su conocimiento de ello; pues si el Señor lo sobrellevaba, ¿no debían ellos hacer lo mismo? Si Él no les daba instrucciones acerca de cómo lidiar con el mal, ellos debían esperar. Ese es siempre el recurso de la fe, que nunca se apresura, especialmente en un caso tan solemne. "El que creyere no se apresurará". (Isaías 28: 16 - VM).

 

Todo es público para Dios, todo está en Sus manos, y paciencia es la palabra hasta que llegue Su momento de lidiar con lo que Le es contrario. El Señor deja que Judas se manifieste completamente, y entonces no fue una cuestión de sobrellevar al traidor. Si bien hay ciertos casos de mal que nosotros debemos juzgar, hay asuntos que Él no le pide a la Iglesia que ella resuelva.

 

Tenemos que tener cuidado de no adelantarnos a Dios para que no nos encontremos en detalle, si es que no nos encontramos en lo principal, en contra de Dios. No debemos quebrar lo que está cascado, gastadoviejo o en mal estado, cediendo a los sentimientos personales o de grupo. Qué peligro es éste. El efecto inevitable de un espíritu juzgador es que nosotros mismos quedamos juzgados. Un alma cuyo hábito es censurador es universalmente denigrada. Leemos, "Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados". Luego el Señor pone un caso particular: "Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" (Versículo 3). Es decir, donde existe esta propensión a juzgar, existe otro mal aún más grave, — un mal habitualmente no juzgado en el espíritu que hace que la persona esté inquieta, y deseosa de demostrar que los demás también están equivocados. "¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?" (Versículo 4). La paja, obviamente, no era más que poca cosa, pero se le daba mucha importancia y la viga, una cosa enorme, no era tomada en cuenta. El Señor está sacando a relucir de la manera más enfática el peligro de un espíritu judicial suspicaz. Y Él muestra que la manera de lidiar correctamente, si deseamos el bien de Su pueblo y su liberación del mal, es comenzar juzgándonos a nosotros mismos, el juicio propio. Si realmente deseamos sacar la paja del ojo de nuestro hermano, ¿cómo debe hacerse? Comencemos por las graves faltas que tan poco conocemos, que ellas sean corregidas y confesadas en nosotros mismos: esto es digno de Cristo. ¿Cuál es Su manera de tratar con ello? ¿Acaso dice Él de la paja en el ojo de nuestro hermano, «Llévala a los jueces»? No, en absoluto; tú mismo debes escrutarte. El alma debe empezar por ahí. Cuando yo juzgo el mal que mi conciencia conoce, o que si mi conciencia no conoce ahora ella puede enterarse en la presencia de Dios, — si yo comienzo por esto, entonces veré claramente lo que concierne a los demás; tendré un corazón apto para entrar en sus circunstancias, un ojo limpiado de lo que hace que el corazón sea incapaz de sentir con Dios acerca de los demás. Leemos, "¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano". (Versículo 5). Esto puede ser hallado en un creyente, en principio; aunque cuando el Señor dice, "Hipócrita", Él alude al mal en su forma completa; pero incluso en nosotros mismos lo conocemos en cierta medida y, ¿qué puede ser más opuesto a la sencillez y a la sinceridad piadosas? La hipocresía es el mal más aborrecible que se puede encontrar bajo el nombre de Cristo, — es algo que incluso altera la conciencia natural y que dicha conciencia rechaza. "¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano".

 

A menudo encontramos que cuando la viga ya no está, la paja no es vista, habiendo ya desaparecido. Y donde el corazón está puesto en el Señor, ¿lamentaríamos nosotros encontrar que estamos equivocados acerca de nuestro hermano? ¿No debería yo regocijarme al encontrar la gracia del Señor en mi hermano, si al juzgarme a mí mismo sólo descubro que yo estoy equivocado? Esto puede ser doloroso para uno, pero el amor de Cristo en el corazón del creyente es gratificado al saber que a Cristo se Le evita esta mayor deshonra.

 

Este es, pues, el primer gran principio que nuestro Señor impone aquí. El hábito de juzgar a los demás debe ser evitado expresamente; y esto, también, porque trae amargura al espíritu que lo consiente, e incapacita al alma para ser capaz de tener un trato correcto con otro: porque nosotros hemos sido colocados en el cuerpo de Cristo, tal como muestra el apóstol Pablo, con el propósito de ayudarnos los unos a los otros; y todos somos miembros los unos de los otros. (Véase Romanos 12: 12, y versículos sucesivos).

 

Pero hay otra cosa. Al velar contra el juicio apresurado y duro podría estar el abuso de la gracia. Y el Señor asocia inmediatamente esto con lo anterior diciendo, "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen". Debemos recordar cuidadosamente que el Señor no está hablando aquí acerca del evangelio siendo presentado a pecadores. Dios no permita que no llevemos la gracia de Dios a todos los distritos bajo el cielo, porque nada menos que esto debiese ser el deseo y el esfuerzo de cada santo de Dios. Todos debiesen tener un espíritu de amor activo que vaya en pos de los demás, deseos enérgicos por la salvación y la bendición de almas; porque sería una triste deficiencia si ello no fuera más allá de almas siendo llevadas a Cristo. Nuestra vocación es procurar crecer en Cristo y glorificarle en todas las cosas, conocer y hacer la voluntad de Dios. En este versículo el Señor no se ocupa del asunto del evangelio presentado indiscriminadamente; porque, si hay alguna diferencia, el evangelio se adapta mejor a los llamados, "perros", que para los judíos era una figura de todo aquello que es abominable. Hablando de ladrones, borrachos, estafadores, etcétera, el apóstol dice: "Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios". (1ª Corintios 6: 9-11).

 

Podría surgir la pregunta, «¿No es la iniquidad de un hombre mayor que la de otro?» En un escenario terrenal uno podría decir: «En gran medida, en todos sentido; pero Dios, al salvar almas, no hace estas distinciones.» Así que, hablando de creyentes de entre los judíos, el apóstol dice que ellos habían sido, "hijos de ira, lo mismo que los demás". (Efesios 2: 3). Es posible que entre ellos hubiera personajes muy morales. ¿Acaso esto los disponía mejor hacia la gracia de Dios? Lamentablemente, nada puede ser más peligroso que cuando el alma encuentra una justificación de sí misma en lo que ella es. El propio apóstol había sido un ejemplo de esto mismo. Es algo difícil para un hombre que ha estado edificando sobre su justicia someterse a la verdad de que él sólo puede entrar en el cielo en el terreno de un publicano y un pecador. Pero así debe ser si el alma va a recibir la salvación de Dios mediante la fe en Jesús.

 

El Señor, entonces, no está cohibiendo de ninguna manera que el evangelio salga a todas las partes del mundo; sino que Él habla de las relaciones de Su pueblo con los impíos. El creyente no debe sacar a relucir para éstos los tesoros especiales que son la porción cristiana. El evangelio es la riqueza de la gracia de Dios para el mundo. Pero, además del evangelio, tenemos los afectos especiales de Cristo hacia la Iglesia, Su cuidado amoroso por Sus siervos, la esperanza de Su regreso, las gloriosas perspectivas de la Iglesia como Su esposa, etcétera. Si ustedes van a hablar de estas cosas que podemos llamar las perlas de los santos, con aquellos que están fuera de Cristo, ustedes estarían en un terreno equivocado. Si ustedes insistieran en los deberes de los fieles en compañía mundana, entonces ustedes estarían dando lo que es santo a los perros. Hay una provisión bienaventurada para "los perros", — a saber, las migajas que caen de la mesa del Maestro. Y tal es la gran gracia de Dios hacia nosotros, que las migajas que caen en nuestra porción, gentiles como éramos, son las mejores.

 

Con independencia de cuáles sean los beneficios prometidos al judío, la gracia de Dios ha sacado a la luz en el evangelio bendiciones más plenas que las que fueron alguna vez prometidas a Israel. ¿Qué puede tener Israel para comparar con la poderosa liberación de Dios que conocemos ahora? La conciencia de estar completamente limpios de todo pecado; de tener la justicia de Dios como nuestra de una vez y para siempre en Cristo; de tener acceso inmediato a Él como Padre a través de un velo rasgado; y de ser hechos Su templo por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros. Como el propio Señor dijo a la mujer de Samaria: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva". Donde Cristo es recibido ahora, por quienquiera que sea, hay esta plenitud de bendición y el pozo está dentro del creyente. "El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". (Juan 4: 7-14). Así podemos ver cuán amplia y perfecta es Su gracia, mientras prohíbe que ciertas cosas sean arrojadas indiscriminadamente entre los impíos. Cualquier hecho que implique comunión entre un creyente y un incrédulo es falso. Tomen, por ejemplo, el asunto de la adoración, y la costumbre de llamar a toda ronda de devociones, adoración. La adoración supone comunión con el Padre y con el Hijo, y de los unos con los otros en ella. Pero el sistema que fundamentado en un rito relajado que pretende regenerar a todos une a creyentes e incrédulos en una forma común y lo llama adoración, ello es echar lo que es santo a los perros. ¿Acaso no es ello un intento apenas encubierto de colocar las ovejas y los perros en el mismo terreno? En vano. Ustedes no pueden unir ante Dios a los enemigos de Cristo y a los que Le pertenecen. No pueden mezclar como un solo pueblo a los que tienen vida y a los que no la tienen. El intento de hacerlo es pecado y es una constante deshonra al Señor. Todo esfuerzo por tener una adoración de este carácter mixto va en contra mismo del sexto versículo.

 

Por otra parte, predicar el evangelio, cuando ello es mantenido separado de la adoración, es correcto y bienaventurado. Cuando el día del juicio venga sobre este mundo, ¿dónde caerá el peor golpe? No sobre el mundo abiertamente profano, sino sobre Babilonia, porque Babilonia es la confusión de lo que es de Cristo con el mal,— es decir, el intento de hacer comunión entre la luz y las tinieblas. "Salid de ella, pueblo mío", dice el Señor, "para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas". (Apocalipsis 18: 3). Ser partícipes de sus pecados es la grave controversia con Dios. Ello es la aceptación de un terreno común sobre el cual la Iglesia y el mundo pueden unirse; cuando el objetivo mismo de Dios, y aquello por lo que Cristo murió, fue que Él pudiera tener un pueblo separado para Sí mismo, como para que dicho pueblo sea, por su misma consagración a Dios, una luz en este mundo, — no un testimonio de soberbia, diciendo: «Mantente al margen, yo soy más santo que tú», sino como la carta de Cristo que le dice al mundo dónde ha de ser encontrada el agua viva, y les ofrece que vengan, "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". (Apocalipsis 22: 17).

 

Donde nosotros no confundimos la religión del mundo con la adoración que sube a Dios de parte de Su pueblo, allí también tendrán ustedes la verdadera línea de demarcación, —es decir, dónde debiésemos juzgar y dónde no. Habrá allí un servicio activo hacia el mundo con el evangelio, pero, al mismo tiempo, habrá una cuidadosa separación de la Iglesia del mundo. Esto también es cierto a nivel individual. Sin embargo, las personas se aprovechan de la palabra de Dios que dice: "Si algún incrédulo os invita, y queréis ir", etcétera (1ª Corintios 10: 27); pero tengan ustedes cuidado de cómo van ustedes y para qué van. Si ustedes van con confianza en ustedes mismos, no harán más que deshonrar a Cristo; si es para complacerse a ustedes mismos, es un mal terreno; si es para complacer a otras personas, poco mejor es.

 

Puede haber ocasiones en las que el amor de Cristo constriña a un alma a ir a dar testimonio del amor del Señor en un grupo de personas mundanas; sin embargo, si supiéramos cuán fácilmente pueden ser dichas palabras y hacer cosas que implican una comunión con lo que es contrario a Cristo, habría temor y temblor; pero, donde hay confianza en uno mismo nunca puede estar el poder de Dios.

 

Pero ahora el Señor, habiendo finalizado el tema del abuso del juicio y del abuso de la gracia, indica la necesidad de la relación con Dios, y esto muy particularmente en conexión con lo que hemos estado viendo. Leemos, "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". (Versículo 7). Tenemos aquí diferentes grados, medidas crecientes de formalidad al suplicar a Dios: "Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá". (Versículo 8). Y luego Él les presenta un argumento para animarlos en esto: "¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?" (Versículos 9-11). Hay una diferencia muy interesante en el pasaje que responde a esto en Lucas 11, donde en lugar de decir, "dará buenas cosas a los que le pidan", se dice: "¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lucas 11: 13). El Espíritu Santo no había sido dado aún. No es que Él no actuaba en el mundo, sino que Él no había sido impartido aún personalmente porque Jesús no había sido aún glorificado. La Escritura dice esto expresamente. (Juan 7: 39). De este modo, hasta el momento en que Él fue derramado desde el cielo, era muy correcto orar para que el Espíritu fuera dado; y siendo los gentiles en particular personas que lo ignoraban, esto es mencionado expresamente en el Evangelio de Lucas, el cual contempla especialmente a los gentiles. Porque, ¿quién puede leer ese Evangelio sin tener la convicción de que hay una mirada cuidadosa sobre los que tienen un origen gentil? Dicho evangelio fue escrito por un gentil, y escrito a un gentil; y a lo largo de él traza al Señor como Hijo del Hombre, un título que no está vinculado con la nación judía propia y peculiarmente, sino con todos los hombres. Esta es la gran carencia del hombre, — el Espíritu Santo, que estaba a punto de ser dado, y Él es el gran poder de la oración, como se dice: "Orando en el Espíritu Santo". (Judas 20). Lucas fue guiado a especificar aquel don especial que necesitarían los que oran para darles energía en la oración.

 

Pero, volviendo a Mateo, tenemos todo el pasaje concluido por esta palabra: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas". (Versículo 12). Esto no es, de ninguna manera, tratar con los hombres según sus procederes, sino lo contrario. Ello está diciendo, por así decirlo, «Vosotros que conocéis al Padre celestial, que sabéis cuál es Su gracia para con el malo, sabéis lo que es decoroso a Sus ojos; actuad siempre según eso. Nunca actuéis simplemente de acuerdo con lo que otro hace hacia vosotros, sino de acuerdo con lo que quisierais que otro hiciera con vosotros. Si tenéis el más mínimo amor en vuestro corazón, vosotros desearíais que ellos actuaran como hijos de vuestro Padre.» Independientemente de lo que haga otra persona, lo que yo debo hacer es hacerles lo que yo quisiera que ellos hicieran conmigo; es decir, actuar de manera apropiada a un hijo de un Padre celestial. "Esto es la ley y los profetas". Él les está presentando una abundante amplitud, extrayendo la esencia de todo lo que era bienaventurado allí. Este era claramente el deseo benigno de un alma que conocía a Dios, incluso bajo la ley; y nada menos que esto podía ser el fundamento de acción ante Dios.

 

Pero llegamos ahora a los peligros. No sólo hay hermanos que nos ponen a prueba, sino que ahora Él dice, "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". (Versículos 13-15). Hay una conexión moral entre las dos cosas. Una característica principal de lo que es falso es el intento de hacer que la puerta sea ancha y el camino espacioso; es decir, negar la manera especial en que Dios llama a las almas al conocimiento de Él mismo. ¡De qué manera interfieren con esto los regímenes religiosos, es decir, los conjuntos de normas por las que se rige el mundo religioso! Tomemos, por ejemplo, el fraccionamiento de aquellos que pertenecen a Dios en grupos, como si ellos fueran ovejas del hombre, a quienes las personas no tienen escrúpulos en llamar «nuestra iglesia» o «la grey de tal persona». Los derechos de Dios, Sus reivindicaciones, Su llamado a un alma a andar en responsabilidad para con Él, todo esto es interferido por tales cosas. Nosotros nunca encontramos a un apóstol diciendo: «Mi grey.» Siempre es: "La grey de Dios", porque esto conlleva responsabilidad para con Dios. Si ellos son Su rebaño, yo debo tener cuidado de no llevarlos por mal camino. Al tener que ver con un cristiano, el objetivo de mi alma debe ser llevar su alma a la conexión directa con Dios mismo, debo decir: «Esta es una de las ovejas de Dios». ¡Qué cambio haría esto en el tono y los procederes de los pastores si ellas fuesen vistas como la grey de Dios! La ocupación del siervo verdadero es mantener estas ovejas en el camino angosto en el que ellas han entrado.

 

Pero está también el mundo que va por el camino espacioso, y los del mundo piensan que pueden pertenecer a Dios por la profesión de Cristo y tratando de guardar los mandamientos. Se ha producido el ensanchamiento de la puerta, el hacer espacioso el camino, en relación con lo cual el Señor dice: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". Los verdaderos maestros enviados por Dios padecen con los falsos si ellos se mezclan con el mundo. Estando todos ligados por objetivos comunes, con independencia que ellos pertenezcan a Dios o no, los que son realmente verdaderos a menudo son arrastrados por el resto a lo que ellos saben que está mal. Y recuerden ustedes otra cosa solemne. El diablo nunca podría llevar a cabo ningún plan en la Cristiandad si él no consiguiera que las personas buenas se unieran a los malos en dicho plan. La incredulidad utiliza constantemente como excusa esto: «Ese hombre tan bueno está aquí»; «El excelente caballero… hace eso». Pero, ¿ha de ser la opinión y la conducta de un cristiano el criterio por el cual yo juzgo? Si es así, no hay nada en lo que yo no pueda caer; pues, ¿qué cosa mala hay que no haya hecho un hombre, e incluso un creyente? Ustedes ya conocen lo que David tuvo que confesar ante Jehová. Y este es el proceder que asume el diablo para mantener a otras personas tranquilas en el mal. El único estándar para el creyente es la palabra escrita de Dios; y ésta es la seguridad especial en estos postreros días. Cuando Pablo estaba dejando a los santos de Éfeso, él los encomendó "a Dios, y a la palabra de su gracia". (Hechos 20: 32). Podrían entrar en medio de ellos lobos rapaces que no perdonarían al rebaño; y podrían surgir hombres de ellos mismos hablando cosas perversas; pero la única salvaguardia, como regla de fe y conducta para los santos, es la Escritura santa de Dios.

 

El rito llamado «misa» es el acto más perverso de la cosa más corrupta bajo el sol; pero si la gracia de Dios pudiera entrar allí y obrar por medio de Su Espíritu, a pesar de la hostia elevada, ¿quién pondrá límites? Pero, ¿es éste un motivo para ir a una capilla católica romana, adorar la hostia u orar a la Virgen? Dios, en Su gracia soberana, puede ir a cualquier parte; pero si yo deseo andar como cristiano, ¿cómo he de hacerlo? Sólo hay un estándar, — a saber, la voluntad de Dios; y la voluntad de Dios sólo puede ser aprendida a través de las Escrituras. Yo no puedo razonar a partir de cualquier cantidad de bendición allí, ni de cualquier debilidad aparente aquí. A las personas se les puede permitir que parezcan muy débiles con el propósito expreso de mostrar que el poder no está en ellas sino en Dios. Aunque los apóstoles eran hombres tan poderosos, a menudo se les permitía parecer débiles a los ojos de los demás. Esto fue lo que expuso a Pablo a no ser considerado un apóstol por los Corintios, aunque ellos, de entre todos los hombres, debiesen haber sabido mejor. Todo esto demuestra que yo no puedo razonar ni a partir de la bendición que la gracia de Dios puede obrar, ni a partir de la debilidad de los hijos de Dios. Lo que necesitamos es aquello que no tiene ninguna falta, y esto es, la palabra de Dios. Yo la necesito para gobernarme a mí mismo como cristiano, y para andar juntamente con todos los santos. Si nosotros actuamos según esa Palabra, y nada más, encontraremos a Dios con nosotros. Ello será llamado fanatismo; pero esto es parte del vituperio de Cristo. La fe siempre parecerá orgullosa para los que no la tienen; pero se demostrará en el día del Señor que ella es la única humildad, y que todo lo que no es fe es soberbia, o nada mejor. La fe admite que quien la tiene es nada, — que él no tiene poder ni sabiduría propios, y mira a Dios. ¡Que seamos fuertes en la fe, dando gloria a Él!

 

Pero, por lo demás, "Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos". El Señor no habla aquí simplemente de hombres conocidos por sus frutos, sino de los falsos profetas. (Versículos 15-20). "Por sus frutos los conoceréis". Allí donde la gracia es negada, la santidad es vana o, en el mejor de los casos, legal. Dondequiera que se cuente realmente con la gracia y ella sea predicada, ustedes encontrarán dos cosas, — a saber, un cuidado mucho mayor en lo que concierne a Dios que allí donde ella no es igualmente conocida, y también una mayor ternura, tolerancia y paciencia en lo que simplemente respecta al hombre. Fingir con disimulo que el pecado no ha sido visto es una cosa, pero la severidad que no está avalada por la Escritura está muy lejos de la justicia divina, y puede coexistir con la concesión del yo en muchas formas. Hay ciertos pecados que exigen una reprensión, pero es sólo en los casos más graves donde debiese haber medidas extremas. A nosotros no se nos deja hacer leyes acerca del mal por nuestra cuenta pues estamos bajo responsabilidad para con otro, para con nuestro Señor. No debiésemos confiar en nosotros mismos sino aprender la sabiduría de Dios y confiar en la perfección de Su palabra; y nuestra tarea es que se haga realidad en nosotros lo que encontramos allí. Dejemos que la ayuda venga de donde venga, ya que si así podemos seguir la palabra de Dios más plenamente, nosotros  debiésemos  estar sumamente agradecidos.

 

Solemne, muy solemne, son las palabras que siguen a continuación cuando el ojo del Señor escudriña el campo de la profesión. Leemos, "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". (Versículos 21-23). El Señor muestra la estabilidad de Su palabra para el corazón obediente a partir de la figura de un hombre que edifica sobre una roca; y Él  muestra también, como nadie más que Él podría hacerlo, el fin de todo aquel que oye y no hace Sus dichos. Pero yo no debo entrar en esto ahora.

 

Que el Señor nos conceda que nuestros corazones estén dirigidos hacia Él. Nosotros podremos ayudarnos los unos a los otros y seremos ayudados por Su gracia. Débiles como somos, se nos hará estar en pie. Y si por falta de vigilancia hemos resbalado, el Señor nos pondrá de nuevo en pie.

 

¡Que Él nos conceda sencillez de ojos!

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 8

 

Yo puedo entender bien a un hombre que ha recibido y ha venerado la Biblia como la palabra del Dios vivo y que se encuentra desconcertado cuando examina detenidamente los Evangelios, los cuales relatan el ministerio del Señor. Un lector casual podría no encontrar ninguna dificultad; pero al principio, nada sería más probable que quien comparase cuidadosamente los diferentes relatos se quedara perplejo, — no diré que ha tropezado porque él tiene demasiada confianza en la palabra de Dios. Al comparar los Evangelios él encuentra que ellos difieren muy considerablemente en la forma en que los mismos hechos han sido registrados en diferentes Evangelios. Él encuentra una disposición en Mateo, otra en Marcos, y una tercera en Lucas; y aun así, él está seguro de que todas ellas son correctas. Pero no puede entender cómo, si el Espíritu de Dios realmente inspiró a los diferentes evangelistas para presentar una historia perfecta de Cristo, debería haber al mismo tiempo estas aparentes discrepancias. Él se ve obligado a dirigirse a Dios y a preguntar si acaso no hay algún principio que pueda explicar estos cambios de posición, y el modo diferente en que las mismas circunstancias son mostradas. En el momento que él se acerca así a estos Evangelios la luz dará claridad a su alma. Él comienza a ver que el Espíritu Santo no estaba presentando meramente el testimonio de tantos testigos, sino que, aunque en el fondo ellos coinciden plenamente, el Espíritu Santo había asignado un cargo especial a cada uno de ellos, de modo que sus escritos presentan al Señor en actitudes diversas y distintivas. Queda por preguntar cuáles son estos diversos puntos de vista, y cómo pueden dar lugar y explicar la variedad de afirmaciones que indudablemente se encuentran en ellos.

 

Ya he mostrado que en el Evangelio de Mateo el Espíritu Santo ha estado describiendo a Jesús en Su relación con Israel, y que esto explica la genealogía presentada a nosotros en el capítulo 1, la cual difiere bastante de la que tenemos en el Evangelio de Lucas. Es especialmente Su genealogía como Mesías, lo cual es, obviamente, importante e interesante para Israel, quienes esperaban un gobernante del linaje de David. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo tuvo especial cuidado en corregir los estrechos pensamientos mundanos de los judíos, y muestra que si bien Él era, según la carne, de la decendencia de Israel, Él también era Dios el Señor; y si era Emanuel y Jehová, Su obra especial como persona divina era salvar a Su pueblo de sus pecados. Él podía salir mucho más allá de ese pueblo y bendecir a los gentiles no menos que a los judíos; pero salvar de pecados era claramente una expectativa de Cristo que debía haber sido deducida de los profetas. Los judíos esperaban que cuando el Mesías viniera, Él sería la Cabeza exaltada sobre ellos como nación; y que, consecuentemente, ellos llegarían a ser cabeza, y los gentiles, cola. (Véase Deuteronomio 28: 13). Todo esto ellos lo habían inferido correctamente de la palabra profética; pero había mucho más que ellos no habían discernido. El Mesías está resuelto en cuanto a la bendición espiritual de ellos así como a la natural; y todas las esperanzas inmediatas deben desvanecerse ante el asunto del pecado; sí, los pecados de ellos. Jesús acepta Su rechazo de parte de ellos, y efectúa en la cruz para ellos esa redención misma en la que ellos pensaban tan poco.

 

También, cuán plenamente concuerda perfectamente con el Evangelio de Mateo el hecho de que nosotros tengamos un largo discurso como el del sermón del monte sin interrupción; todo nos es presentado como una palabra continua de nuestro Señor. Todas las interrupciones, si es que hubo algunas, son excluidas cuidadosamente a fin de presentarle a Él en el monte en una directa antítesis de Moisés, mediante el cual Dios estaba introduciendo un reino terrenal; pero ahora es porque Él manifiesta al Rey celestial, en contra de todo lo que los judíos estaban esperando.

 

El Espíritu Santo procede en este Evangelio a presentarnos los hechos de la vida de nuestro Señor todavía en conexión con este gran pensamiento. El Evangelio de Mateo es la presentación a Israel de Jesús como su Mesías divino, Su rechazo por parte de ellos en ese carácter, y lo que Dios haría en consecuencia. Nosotros veremos si los hechos que nos son presentados incluso en este capítulo no guardan relación con este aspecto especial de nuestro Señor. De la lectura del Evangelio de Marcos sería imposible  percibirlo de la misma manera. En Mateo el simple orden de la historia es desatendido aquí, y son reunidos hechos que tuvieron lugar con meses de diferencia. El objetivo del Espíritu Santo por medio de Mateo, o incluso por medio de Lucas, no es, en absoluto, presentar los hechos en el orden en que sucedieron, cosa que Marcos hace. Aquellos que examinen el Evangelio de Marcos con cuidado encontrarán notas de tiempo, expresiones como "luego", "inmediatamente",  etcétera, donde las cosas se dejan imprecisas en los otros Evangelios. Las frases de transición rápida, o de secuencia instantánea, unen, obviamente, los diferentes sucesos llevados así a estar en yuxtaposición. En Mateo esto es descartado por completo; y de todos los capítulos de este Evangelio quizás no hay ninguno que desestime tanto la mera sucesión de fechas como el que tenemos ante nosotros. Pero si esto es así, ¿a qué debemos atribuirlo? Podemos preguntar reverentemente, ¿Por qué el Espíritu Santo en Mateo ignora el orden en que se sucedieron las cosas? ¿Fue que Mateo no conocía el momento en que ellas ocurrieron? Si hubiera sido sólo un hombre el que escribía una historia para su propio placer, ¿no podría él haber determinado con tolerable certeza cuándo fue que ocurrió cada hecho? Y cuando publicó por primera vez su declaración, ¿habría sido más fácil que los otros evangelistas le siguieran y dieran sus relatos de acuerdo con el suyo?

 

Pero ocurre lo contrario. Marcos adopta un carácter diferente de las cosas, y Lucas otro, mientras que Juan tiene un carácter propio. A simple vista, nosotros nos vemos impulsados a una de dos suposiciones. O bien los evangelistas fueron hombres tan descuidados de cualquier manera que escribieron relatos de su Maestro presentando diferentes relatos como para confundir al lector, o bien fue el Espíritu Santo quien presentó los hechos de diversas maneras como para ilustrar la gloria de Cristo mucho más de lo que hubiera logrado la mera repetición. Esto último es ciertamente la verdad. Cualquier otra suposición es tanto irracional como irreverente. Porque, aun suponiendo que los apóstoles hubieran escrito relatos diferentes y hubiesen cometido errores, ellos podrían haber corregido muy fácilmente los errores de unos y otros; pero el motivo por el cual no aparece tal corrección no fue por un error o un defecto humano, sino por la perfección divina. Fue el Espíritu Santo quien se complació en configurar estos Evangelios de la forma particular más calculada para sacar a relucir la persona, la misión o las diversas relaciones de Cristo. El Evangelio de Marcos demuestra que la curación del leproso tuvo lugar en un momento diferente al que se podría haber deducido de la lectura de este capítulo, — de hecho, mucho antes del sermón del monte. En el capítulo 1 tenemos al Señor descrito como predicando en las sinagogas de ellos por toda Galilea y echando fuera demonios, leemos, "Vino a él un leproso, rogándole … Si quieres, puedes limpiarme. (Marcos 1: 40-45). Ahora bien, no podemos dudar de que esta es la misma historia que está en Mateo 8. Pero, si leemos el capítulo siguiente de Marcos, ¿qué es lo primero que es mencionado después de esto? "Entró Jesús otra vez en Capernaúm después de algunos días; y se oyó que estaba en casa… Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro".  Claramente nosotros tenemos aquí un hecho, la curación del paralítico que Mateo no nos presenta hasta Mateo 9, después de una tormenta que Marcos describe en Marcos 4, y después del caso del endemoniado, caso que sólo aparece en Marcos 5; de modo que está perfectamente claro que uno de los dos evangelistas debe haberse apartado del orden de la historia; y como Marcos, mediante sus estrictas notas de tiempo evidencia que él no lo hace, debe concluirse que Mateo lo hizo. En Marcos 3 tenemos a nuestro Señor subiendo al monte y llamando a los discípulos a estar junto a Él; y allí está el lugar en conformidad con este Evangelio, donde el sermón del monte, si es insertado en absoluto, entra. Por lo tanto, fue considerablemente después de lo que tuvo lugar en Mateo 8: 2-4, que el sermón del monte fue pronunciado: pero Marcos no nos presenta ese sermón porque su gran objetivo era el ministerio evangélico y las obras características de Cristo; y por lo tanto, las exposiciones doctrinales de nuestro Señor son omitidas. Allí donde breves palabras de nuestro Señor acompañan lo que Él hacía, ellas son presentadas; pero nada más.

 

Lo que he dicho puede quedar aún más claro si observamos además, en Marcos 1, el orden real. Simón y Andrés son llamados en el versículo 16; Jacobo y Juan en el versículo 19; y en seguida, habiendo ido a Capernaúm, Él entró en la sinagoga el día de reposo y enseñaba. Nosotros tenemos allí al hombre con el espíritu inmundo: el hecho tuvo lugar un poco después del llamamiento perentorio hecho a Andrés y Simón, a Jacobo y a Juan. El espíritu inmundo fue echado fuera; "Y muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea. Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella", etcétera. (Marcos 1: 28-30). Por lo tanto, tenemos la certeza positiva, por medio de la propia palabra de Dios, de que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar poco tiempo después del llamamiento de Pedro y Andrés, y considerablemente antes de la curación del leproso. Llevando esto de regreso a nuestro capítulo de Mateo, vemos su importancia; pues aquí la sanación de la suegra de Pedro aparece sólo a mitad del capítulo. Primero es relatada la curación del leproso, luego la del criado del centurión, y después la sanación de la suegra de Pedro; mientras que por medio de Marcos sabemos con certeza que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes de que tuviese lugar la curación del leproso.

 

Considerando nuevamente a Marcos nosotros encontramos que en la tarde del mismo día de reposo, después de haber sanado a la suegra de Pedro, "le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios … Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba", que es claramente la misma escena a la que se alude en Mateo 8, y que entraría después del versículo 17. El hecho de que Él va al lugar desierto y ora no es mencionado aquí; pero tuvo lugar al mismo tiempo. Luego, en Marcos, tenemos Su ida a Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y echando fuera demonios; y después de eso Él cura al leproso. Lo que yo infiero de esto es que ya que Marcos nos dice el día mismo en que sucedieron estas cosas, nosotros debemos tomarlo a él como testigo del orden de dichas cosas en cuanto al tiempo. Cuando vuelvo a Mateo, ¿encuentro yo alguna insinuación acerca del momento en que tuvieron lugar todos estos acontecimientos? No, ni una palabra. Simplemente se dice: "Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente" (Mateo 8: 1), y luego tenemos la curación del leproso. No hay nada que demuestre que el leproso vino en ese momento en particular. Todo lo que se dice es: "Y he aquí vino un leproso", etcétera, — siendo "he aquí" una forma de expresión veterotestamentaria. No se nos dice aquí si la curación del leproso tuvo lugar antes de que Él bajara o después. De la lectura de Marcos inferimos que el sermón del monte fue pronunciado mucho después, y que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes que la curación del leproso.

 

Preguntemos, ¿por qué no habría sido adecuado a este Evangelio de Mateo colocar primero la sanación de la suegra de Pedro, luego la del leproso y por último la del centurión?, — pues ustedes encontrarán que en el orden de tiempo esta fue realmente la sucesión de los hechos. El centurión vino a Él después de que el sermón hubo finalizado, y Cristo estaba en Capernaúm; el leproso había sido curado en un momento considerablemente anterior, y la suegra de Simón aún antes.

 

Pero, ¿cuál es la gran verdad que enseñan estos hechos tal y como están dispuestos en el Evangelio de Mateo? El Señor se encuentra con un leproso. Ustedes saben qué cosa repugnante era la lepra. De manera notoria, la lepra no sólo era agraviante, sino que no tenía remedio, en lo que respecta al hombre. Es cierto que en Levítico tenemos ceremonias para la limpieza de un leproso, pero, ¿quién podría dar una ceremonia para la curación de un leproso? ¿Quién puede quitar esa enfermedad una vez que ha infectado a un hombre? Lucas, el médico amado, nos da la noticia de que dicho hombre estaba "lleno de lepra" (Lucas 5: 12); los otros evangelistas no afirman nada más que el simple hecho de que él era un leproso. Esto era suficiente. Porque para los judíos el asunto era si había lepra en absoluto: si era así, ellos no pudieron tener nada que decirle hasta que él fue curado y limpiado. El Espíritu de Dios utiliza la lepra como tipo del pecado, en toda la repugnancia que produce. El paralítico saca a relucir el pensamiento de impotencia. Ambas cosas son ciertas acerca del pecador. Él no tiene fuerza y es inmundo en la presencia de Dios. Jesús sana al leproso. Esto ilustra al instante el poder de Jehová-Jesús en la tierra, y más que eso; porque ello no fue simplemente un asunto acerca de Su poder sino de Su gracia, Su amor, Su voluntad de extender todo Su poder a favor de Su pueblo. Porque todo el pueblo de Israel era como ese leproso. El profeta Isaías lo había dicho mucho antes; y ellos no estaban mejor ahora. El Señor repite la frase de Isaías 6: 10, "Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos", etcétera, y este leproso era un tipo de la condición moral de Israel en presencia del Mesías. Pero, sean ellos pocos o muchos, basta con que ellos se presenten en toda su vileza ante el Mesías y, ¿cómo los trataría el Mesías? El Mesías está allí. Él tiene el poder, pero el leproso no está seguro acerca de Su voluntad. Él leproso dice, "Señor, si quieres, puedes limpiarme". (Mateo 8: 2). Nosotros podemos recordar la angustia del rey de Israel en los días de Eliseo cuando el rey de Siria le envió a Naamán para que él pudiese ser curado de su lepra: podemos recordar de qué manera, cuando el rey de Israel leyó la carta, "rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?". (2º Reyes 5: 7). Sólo Dios podía hacerlo: todo judío sabía esto; y esto es lo que el Espíritu Santo desea mostrar. Nosotros hemos tenido el testimonio de que Jesús era un hombre, y aun así Él era Jehová, — Aquel que puede salvar a Su pueblo de sus pecados. Pero aquí sale a la luz Su presentación a Israel en casos particulares, en los que el Espíritu Santo, en lugar de dar un mero esquema general e histórico como en el capítulo 4, selecciona casos especiales con el propósito de ilustrar la relación del Señor con Israel, y los efectos manifiestos de ello. El leproso es el primer caso en el que tenemos, por así decirlo, el microscopio aplicado por el Espíritu de Dios para que podamos ver claramente la manera en que el Señor se comportó para con Israel; cuál debiese haber sido el lugar de Israel; y cuál fue la verdadera conducta de ellos. Al instante, cuando el leproso reconoce Su poder y confiesa Su persona: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"; cuando se trató simplemente de un asunto acerca de Su voluntad y de Sus afectos, inmediatamente llega la respuesta del amor divino, así como el poder: "Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció". Él extendió su mano y lo tocó. No sólo Él era Dios, sino Dios manifestado en carne, — Uno que entró de lleno en la ansiedad del pobre leproso, y que sin embargo demostró ser superior a la ley. Su toque, — era el de Jehová. ¡El toque de Dios! La ley sólo podía poner al leproso a distancia; pero si Dios da una ley, Él es superior en gracia a la ley que Él da. El corazón de este leproso temblaba, temeroso de que el bendito Señor no quisiera bendecirlo; pero Él extiende Su mano, lo toca: ningún otro lo haría. El toque del Señor, en lugar de contraer Él mismo la contaminación, relega la contaminación del leproso. Inmediatamente él queda limpio. Jesús le dice entonces: "Mira, no lo digas a nadie, sino vé, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4 – VM). No hubo ningún deseo de que él publicara lo que Jesús era: Dios podría contar Sus obras. Él dice, "Mira, no lo digas a nadie; sino vé, muéstrate al sacerdote", etcétera. Nada podía ser más bienaventurado. Aún no era momento de dejar de lado la ley. Jesús espera. La cruz debía entrar antes de que la ley pudiera ser dejada de lado de alguna forma. Nosotros somos libertados de la ley por la muerte y resurrección de Jesús. Esta es la gran doctrina de la epístola a los Romanos, — a saber, que nosotros estamos muertos a la ley, obviamente en Su muerte, para que seamos "de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios". (Romanos 7: 4). Hasta la resurrección de Cristo de los muertos existe el más cuidadoso hecho de guardar la ley. Después de la resurrección los santos pasaron a otra relación con Aquel que fue resucitado de los muertos. Nosotros encontramos aquí que hubo un esmerado mantenimiento de las demandas de la ley de Dios; y ello fue siempre así hasta la cruz. Por eso Él dice: "Vé, muéstrate al sacerdote". Asimismo, si el hombre hubiera ido a contárselo a todos en vez de al sacerdote, el gran enemigo podría haber encontrado medios para tergiversar la obra, para negar el milagro, para intentar y dejar entrever que él no era el hombre que había sido leproso. ¡Vaya! ¿acaso era el deseo del corazón del hombre demostrar que Jesús no había realizado un milagro tal? Pero Jesús dice: "Vé, muéstrate al sacerdote". ¿Por qué? Porque el propio sacerdote sería el auténtico testigo de que Jesús era Jehová. El sacerdote que sabía que el hombre era leproso anteriormente, que lo había declarado inmundo, que lo había puesto fuera, vería ahora que el hombre estaba curado. ¿Quién lo había hecho? Nadie más que Dios podía curar al leproso. Entonces, Jesús era Dios; Jesús era Jehová; el Dios de Israel estaba en la tierra. La boca del sacerdote se vería obligada a confesar la gloria de la persona de Cristo. "Presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4 – VM). Preguntemos, ¿Cuándo había sido ofrecida esa ofrenda? Ellos no tenían poder para curar al leproso y, por tanto, no podían ofrecer la ofrenda. De modo que Jesús se había sometido a las obligaciones de la ley, y aun así Él había hecho lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por causa de la carne. Pero aquí estaba Uno que era Dios, — habiendo Dios enviado a Su Hijo "en semejanza de carne de pecado". (Romanos 8: 3). Dios mismo, y el propio Hijo de Dios también, estaba aquí realizando esta poderosa obra que demostraba Su dignidad, y Él hizo que el propio sacerdote fuera testigo de ello.

 

Pero ahora vamos a oír una historia diferente; Jesús entra en Capernaúm. No se nos dice cuándo. Ello no tenía ninguna relación con la historia del leproso; pero el Espíritu Santo las reúne porque Él introduce a los gentiles. Nosotros hemos tenido al judío presentado en la historia del leproso y la ofrenda que Moisés ordenó dar como testimonio a Israel. Pero ahora hay un centurión que viene y habla acerca de su siervo; y esto introduce una forma del todo nueva de confesar al Señor. Aquí no hay toque, — ninguna conexión con Cristo según la carne. De ahí que ello sea más bien la forma en que el gentil conoce a Cristo. El judío esperaba un Cristo que extendiera Su mano,— un Salvador presente entre ellos de manera personal, — introduciendo este poder divino y sanándolos: tal como la Escritura había dicho: "Yo soy Jehová tu sanador". (Éxodo 15: 26). Y aquí estaba Él; pero ellos no Le conocieron así. Y el siguiente testigo que lo tenemos reunido en Mateo pero en ninguna otra parte, es el centurión; porque Dios mostraría que los hijos naturales de Abraham, Isaac y Jacob iban a ser cortados. Ellos no Le adorarían como lo hizo el pobre leproso. El testimonio del sacerdote sería ignorado. Ellos se oponen cada vez más a Sus reivindicaciones. Dios dice, por así decirlo, «Si ustedes los judíos no quieren recibir a mi Hijo, Yo enviaré un testimonio a los gentiles, y los gentiles oirán». Tras el rechazo de Jesús por parte de los judíos, tras el rechazo de Israel a Aquel que había demostrado ser Jehová-Dios al perdonar todas sus iniquidades y sanar todas sus enfermedades, ¿qué sigue entonces? La puerta de la fe es abierta a los gentiles.

 

Tenemos así la historia del centurión, historia que está sacada de su lugar y colocada aquí a propósito. E incluso en los detalles de la historia hay diferencias muy perceptibles. Ustedes no tienen a los ancianos de los judíos en conexión con el centurión. Esto es omitido en Mateo, pero es insertado en Lucas. (Lucas 7: 1-10). De este modo, mientras el Evangelio de Mateo presenta todo lo que podría ser calculado para atender la conciencia de Israel, dicho evangelio se abstiene de presentar aquello de lo que ellos podrían haberse enorgullecido. Estuvo bien que los gentiles se enteraran acerca de los enviados de este buen hombre. Él era como si el gentil pusiera su mano sobre el manto del que era judío, ocupando su lugar detrás de Israel. Pero su fe trasciende esto; pues encontramos que él viene y suplica al Señor y saca a relucir su propia fe personal de la manera más bienaventurada. Cuando Jesús le dice: "Yo iré y le sanaré", enseguida se manifiesta su corazón. Él responde: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo". Porque así como Él, el centurión podía decir a uno: "Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace", ¿cuánto más podía el Señor decir solamente "la palabra, y mi criado sanará"? Jesús tenía, en efecto, autoridad sobre todas las enfermedades; pero, ¿se trató simplemente de un asunto acerca de poner Él Su mano sobre el leproso? En absoluto. Él sólo tenía que pronunciar la palabra, y se hacía. El centurión asume la imponente verdad de que Jesús era Dios (no sólo Mesías), y por lo tanto con plena capacidad para sanar. En resumen, él Le considera de una manera aún más superior, no como alguien cuya presencia debía estar conectada con el ejercicio del poder, sino como alguien que sólo tenía que pronunciar la palabra, y se hacía. Esto introduce el carácter de la palabra de Dios, y la ausencia de Jesús de aquellos que ahora se benefician por medio de Su gracia.

 

Esa es nuestra posición. Jesús está lejos y Él no es visto. Nosotros oímos Su palabra, nos aferramos a ella y somos salvos. Esta es la hermosa manera en que nos es presentado aquí el talante diferente del Señor para con el judío y para con el gentil; pero nosotros nos enteramos, además, que la bendición sería rechazada por Israel, y que los gentiles se convertirían en los objetos de misericordia, tal como se dice aquí: "De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (versículos 10, 11), es decir, vendrán muchos gentiles. Pero esto no es todo: "Mas los hijos del reino", — los hijos naturales que eran el linaje, pero no los verdaderos hijos según la fe de Abraham, éstos deben ser "echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes". Rechazando a su Mesías los judíos iban a ser rechazados como nación. Sólo habría una línea de creyentes; pero la masa de Israel habría de ser rechazada hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado.

 

Por tanto, nosotros tenemos aquí una maravillosa perspectiva de nuestro Señor de acuerdo con el tenor general del Evangelio de Mateo. Tenemos al propio Jesús demostrando que Él es Jehová-Jesús, dispuesto a sanar dondequiera que hubiera fe, — pero, ¿dónde la había? El leproso podría representar el remanente piadoso; pero en cuanto a la masa de Israel nosotros tenemos la condena de ellos pronunciada aquí, y en el incidente mismo que demuestra que la gracia de Dios que Israel rechazó se encauzaría más entre los gentiles, los cuales participarían de las misericordias que los judíos rechazaron. Esto es justamente lo que aquí es unido en estos dos relatos. Jesús da pruebas a Israel de que Él era un Mesías divino. Si ellos Le despreciaban, los gentiles lo escucharían. Pero, por otra parte, hay otra cosa de gran importancia y que muestra el motivo por el cual la sanación de la suegra de Pedro es reservada en este Evangelio hasta después de estos acontecimientos, aunque Marcos la presenta antes. Marcos proporciona la historia del ministerio de Cristo tal como ocurrió. Surge la pregunta, ¿Por qué Mateo no hace lo mismo? La respuesta es que la sabiduría divina está impresa en esto, como en todo en la palabra de Dios. Yo creo que ello es reservado por Mateo para este lugar debido a que Israel podría tener la idea de que cuando la misericordia de Dios fluyera hacia los gentiles, Su corazón podría apartarse de ellos. La niña no estaba muerta, sino dormida: este es el estado de Israel ahora. Y tan ciertamente como el Señor la resucitó, así también Él despertará en un día futuro a la dormida hija de Sión. (Véase Mateo 9: 18-26). Nosotros tenemos una mejor bendición y una mayor gloria ahora. Pero para la palabra de Dios es necesario que Israel también sea bendecido; porque si Dios pudiera quebrantar Su palabra a Israel, ¿podríamos nosotros mismos confiar en ella? Ahora bien, Dios prometió positivamente la eventual gloria final de Israel en la tierra. Lo único que es necesario es que no confundamos estas cosas; que no seamos ignorantes ni en cuanto a la Escritura ni en cuanto al poder de Dios.

 

En este caso tenemos un incidente traído ante nosotros que demuestra que Su corazón no podía sino quedarse con Israel (aunque el Señor conocía la incredulidad de Israel y la predijo; y aunque Él también sabía que los gentiles iban a entrar ahora por medio de la fe). Por lo tanto, como yo creo, el Espíritu Santo, para ilustrar esto, introduce aquí la sanación de la suegra de Pedro. Entonces, de este tercer incidente, la sanación de la suegra de Pedro, creo que podemos inferir que fue a causa de Pedro, cualesquiera que puedan haber sido los otros motivos. Se trata de una relación natural, y ustedes encontrarán que el gran escenario para esto es Israel. Pedro fue el apóstol de la circuncisión; de modo que no me cabe duda de que uno de los motivos por los que este acontecimiento está presentado aquí es para mostrar que la incredulidad de Israel no alejaría finalmente el corazón del Señor. Allí estaba Él, todavía sanando todas sus enfermedades, como lo atestiguaba incluso la multitud alrededor de la puerta, "para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias". (Véase Isaías 53). Cuando el Señor realizaba un milagro, Él entraba en espíritu en las circunstancias de aquel a quien Él aliviaba. Si el milagro sacaba a relucir Su divino poder, también estaba la divina compasión que entraba en la profundidad de la necesidad que Él aliviaba.

 

Después de esto tenemos al Señor preparándose para ir a la otra orilla del mar de Galilea. Pero esto brinda la ocasión para que ciertas personas sean sacadas a relucir en sus verdaderos caracteres y modos de obrar, y para que el Señor manifieste el Suyo. Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto? Esto saca a relucir un rasgo muy peculiar del Evangelio de Mateo, y muestra cuán completamente el Espíritu Santo estaba por encima de la mera rutina de fechas. Consideren ustedes el Evangelio de Lucas y encontrarán que la conversación con estos hombres, que está registrada aquí, tuvo lugar después de la transfiguración. En Lucas 9 se nos dice que después de la transfiguración el Señor se propuso ir a Jerusalén; y luego, en el versículo 57 del mismo capítulo se dice: "Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". (Lucas 9: 57-62). Ahora bien, ¿soy yo muy osado al pensar que este fue el mismo incidente que tenemos registrado en Mateo? No es probable que nuestro Señor hiciera repetir las mismas cosas en momentos diferentes; ni tampoco podríamos concebir que dos personas distintas se copiaran la una a la otra con tanta exactitud. Pero, si ello es así, presten ustedes atención a su importancia. Ello tuvo lugar mucho tiempo después y sin embargo Mateo lo sitúa aquí. ¿Por qué? Porque ilustra esto, — a saber, que mientras el Señor tenía todo este amor en Su corazón hacia Israel, a pesar de la incredulidad de ellos, no había ningún corazón en Israel hacia Él. ¿Cuál era Su condición ahora? Él no tenía ni siquiera dónde recostar Su cabeza. Qué cosa fue para el Mesías de Israel tener que decir, cuando un hombre se ofreció a seguirle, "Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza".

 

Esta es la primera vez que Él utiliza la expresión, "Hijo del Hombre". Ya no es más, "Hijo de David". "Hijo del Hombre" es el título de Cristo como rechazado o glorificado. No hay duda de cuál de los dos era aquí. Incluso Su propio pueblo no Le recibirá. Y Él se marcha a la otra orilla, — Él debe dejarlos. Él lo ha hecho ahora, como sabemos. Pero este hombre  propone seguirle. El Señor sabía todo lo que había en su corazón, — a saber, un simple judío carnal que pensaba que siguiendo a Jesús conseguiría un buen lugar con el Mesías. El Señor le dice que no tenía ningún lugar para darle. No había ni siquiera un nido para el Mesías. ¿Qué iba la carne a encontrar allí ofreciéndose a seguir a Cristo? El Señor desvela el corazón del hombre, muestra su propio engaño al buscar algo para sí mismo mientras que Él mismo no tenía ni siquiera un lugar que pudiera poseer la criatura más inferior y más traviesa que Él había hecho. ¿No tenían las zorras sus guaridas, y las aves del cielo sus nidos? Pero el Hijo del Hombre no tenía ni siquiera dónde recostar Su cabeza. ¿Cómo podría la carne pretender seguir a nuestro Señor? A un discípulo que dijo: "Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre", el Señor pudo decir: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos". (Versículos 21, 22). Presten ustedes atención a la diferencia. Allí donde está el llamamiento de Cristo puede haber gran renuencia, se puede experimentar prueba  y lucha por parte de la naturaleza; y aun así la palabra es: "Sígueme". Cuando ustedes tienen a un hombre completamente carnal en presencia del evangelio, no hay esta reticencia, — nada de esta prueba. Él piensa que todo es hermoso pero el evangelio no toma posesión de su alma; y muy pronto ocurren circunstancias que apartan su corazón hacia otras cosas y al final el hombre se hunde de nuevo a su propio nivel. Pero donde el Señor dice: "Sígueme", cuán a menudo el alma, antes o en ese momento, dice: "Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre". La relación natural tenía una reivindicación muy seria. Su padre yacía muerto: él debía ir a enterrarlo. La gente podría decir: «Un hombre debe hacer que el entierro de su padre sea tan urgente que todo debe dar paso a ello». «No, de ningún modo», dice el Señor, la reivindicación de Cristo debiese ser aún más fuerte. Si el llamamiento de Cristo es oído, incluso cuando el padre yace muerto, esperando la sepultura, nosotros debemos renunciar incluso a esto. El mundo puede decir: «Hay un hombre que habla de Cristo y sin embargo no ama a su padre». Pero nosotros debemos estar preparados para esto: y si no lo estamos es porque aún no comprendemos el valor supremo de nuestro Cristo. Ustedes encontrarán que los lazos naturales y los deberes en este mundo son siempre propensos a interponerse como un obstáculo entre Cristo y el alma. Las reivindicaciones de la naturaleza insisten continuamente sobre uno. Pero no importa si se trata del padre o la madre, o del hermano o la hermana, o del hijo o la hija, cuando el llamamiento de Cristo es claro, asegúrense ustedes de no decir: «Permíteme que primero yo haga tal o cual cosa». La palabra de Jesús es: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos".

 

Entonces el Señor se marcha. Le encontramos entrando en una barca y a sus discípulos siguiéndole. E inmediatamente después sigue la historia de la tempestad, y del milagro que Jesús realizó al calmar los vientos y el mar. Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto realmente? Ocurrió al atardecer del día en que fueron pronunciadas las siete parábolas de Mateo 13, antes de la transfiguración, pero mucho después de los demás acontecimientos mencionados en este capítulo. Marcos nos permite saber esto positivamente en el capítulo que registra las parábolas (Marcos 4), — las mismas que son presentadas a nosotros en Mateo 13, con esta adición, "Y con muchas semejantes parábolas les hablaba la palabra, conforme la podían oír; mas sin parábola no les hablaba: y en privado (cuando entraron en la casa, como nos es presentado en Mateo 13), lo explicaba todo a sus propios discípulos. Y aquel mismo día, a la caída de la tarde, les dice: Pasemos a la orilla opuesta". (Marcos 4: 33-35 – VM). Sigue a continuación la misma historia que tenemos aquí en Mateo 8; y después de que ellos llegan a la otra orilla está el hombre con la legión de demonios. No es necesario que haya duda alguna de que se trata de la misma escena, pero sacada a relucir en una conexión totalmente diferente, y que sólo ocurrió un tiempo considerable después de su mención aquí en Mateo.

 

¿Qué se deduce de esto? Se deduce que en Mateo, el Espíritu Santo sólo nos presenta el orden histórico cuando ello coincide con el objetivo especial del Evangelio. Todo esto denota la perfecta sabiduría de Dios: y nadie más que Dios habría pensado en algo semejante. Pero, cuán pocos piensan en ello, o incluso lo entienden ahora. ¿Acaso no muestra esto la lentitud de nuestros corazones para asimilar el significado pleno de la palabra de Dios? ¿Qué está enseñando el Señor en estas dos escenas? Le vemos aquí a solas con Sus discípulos. La parte piadosa de Israel está ahora separada con Él y expuesta a todo lo que los enemigos de Dios podrían hacer contra ellos. Pero ello sólo sirve para disponer el poder del Señor para ellos. Todo se somete a Su mandato. Así es en nuestra propia experiencia. Nunca hay una dificultad, una prueba o una circunstancia dolorosa en la que parezcamos estar completamente abrumados por el poder de Satanás en este mundo, sino que, si nuestra mirada está puesta en Cristo, y acudimos a él, nosotros conoceremos Su poder más verdaderamente ejercido a nuestro favor. Cuando ellos se dan cuenta de a quién tenían en la misma barca con ellos y claman diciendo: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!", Él se levanta y reprende al viento y al mar, "Y se hizo grande bonanza". De modo que los mismos hombres de mar "se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?" Los discípulos lo sabían de una manera aún más profunda, pero los demás estaban asombrados.

 

Pero esto no es todo. Ello podría evidenciar lo que es Cristo para los piadosos que estaban con Él. Pero había dos hombres, ciertamente lejos del Mesías pues estaban entre los sepulcros, poseídos por demonios, en extremo violentos, de manera que nadie podía pasar por aquel camino, — justamente el retrato del poder más desaforado de Satanás en el mundo. Uno de ellos, como se nos dice en otra parte, llevaba el nombre de Legión, porque en él habían entrado muchos demonios. (Marcos 5: 9). Ustedes no podrían tener algo peor que esto. El poder de Satanás era más fuerte que todos los grillos de los hombres. (Marcos 5: 4).

 

Pero, el Señor está allí. Los demonios creen, y tiemblan. (Santiago 3: 19). Ellos sintieron Su presencia. Pero aún no había llegado el día para que Satanás fuera despojado de su derecho sobre el mundo. (Véase Lucas 4: 5, 6). Hasta aquel momento, ello fue sólo la demostración del poder para hacerlo: pero el pleno ejercicio de aquel poder estaba reservado para otro día. Yo no dudo de que nuestro evangelista presenta la expulsión de los demonios como testimonio del poder de Cristo para liberar al remanente judío; y por eso el Espíritu Santo nombra solamente aquí a los dos hombres; tal como, por otra parte, el hato de cerdos poseídos parece representar la destrucción de la masa impura de Israel en el día postrero.

 

La historia también saca a la luz esto, — a saber, que Satanás tiene un poder doble, no sólo en los horrendos excesos de aquellos que están completamente bajo su influencia, sino en la tranquila enemistad del corazón que podría llevar a otros a ir a Jesús para suplicarle que se fuera de sus contornos. Qué cosa tan solemne es saber que la influencia secreta de Satanás sobre el corazón, influencia que crea el deseo de librarse de Jesús, es aún más fatal, de manera personal, que cuando Satanás hace que un hombre sea testigo de su terrible poder. Pero así fue en aquel entonces, y así es que los hombres perecen ahora.

 

Esa es la historia de los hombres que desean que Jesús se aleje de ellos. Que el Señor nos conceda ese feliz conocimiento de Él, esa entrada en lo que Él es para nosotros ahora, que brindan al alma la calma y el descanso en Su amor, y la certeza de Su presencia con los que pertenecen a Él: "He aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo". (Mateo 28: 2 – VM). Que nosotros sepamos lo que es aceptar que Jesús cuide de nosotros, y produzca una gran calma, cualquiera que sea el efecto de la agitación del poder de Satanás contra nosotros. Que el Señor nos conceda mirar a Jesús. Si ello es desde nuestro primer conocimiento del pecado hasta nuestra última prueba en este mundo, todo es un asunto acerca de si yo confío en mí mismo o en el Señor.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 9

 

Todo aquel que  examina atentamente este capítulo con el capítulo que sigue, difícilmente puede dejar de ver que la pausa adecuada está al final del versículo 35, formando propiamente los últimos tres versículos la introducción al capítulo 10. Lo que tenemos en el capítulo 9, hasta donde yo he entendido, es el efecto de la presencia de Jesús sobre los líderes religiosos de Israel: y yo creo que éste es el gran tema. El capítulo 8 nos presentó el esbozo de la presencia del Señor en Israel y sus resultados. Es decir, fue un retrato general y, por tanto, nosotros vimos que el Espíritu Santo desatiende por completo el mero orden histórico, juntando pasajes de la vida de Cristo que estaban separados, de hecho, por meses o incluso un año. No hay aquí el menor intento por parte del Espíritu de Dios de presentarlos tal como sucedieron; sino que, por el contrario, el Espíritu Santo muestra incesante y vivo interés y solicitud por seleccionar de diferentes tiempos y lugares ciertos hechos imponentes que ilustran la presencia del Mesías en medio de Su pueblo, Su rechazo por parte de Israel y cuáles serían los resultados de este rechazo. Lo que nosotros vimos fue que, en primer lugar, se demostró que Él era Dios, el Dios de Israel, — Jehová: — para quien la limpieza de la lepra era simplemente asunto de Su voluntad; pues incluso el leproso no dudó de Su poder. "Si quieres, puedes limpiarme". Nadie más que Dios podía hacer esto. Ahora bien, nadie tenía un sentimiento tan fuerte acerca de este repugnante mal como un judío porque Dios mismo había establecido tan cuidadosamente la naturaleza y la prueba de la lepra en Su ley. Pues ello era un asunto de impureza sin remedio, — la solemne lección enfática de lo horrible que es el pecado en sus efectos y en sí mismo. Dios puede sanar y Dios puede limpiar: nadie más puede hacerlo. No se trató exactamente de perdonar, sino de limpiar y quitar la contaminación. El Espíritu de Dios reservó el asunto del perdón (que está relacionado con los derechos de Dios y con Su carácter judicial, así como la limpieza de la lepra está más particularmente relacionada con Su santidad) hasta el capítulo que vamos a considerar ahora. En el primero de estos capítulos (Mateo 8) estuvo el amplio rasgo distintivo de que el Mesías estaba allí, — Dios mismo en gracia, y no actuando según la ley, la cual habría desterrado al leproso fuera de la morada y del pueblo y de Su propia presencia. Es un hecho muy maravilloso darse cuenta en la tierra y en Israel de que una persona estaba allí que era ¡tan claramente Dios en Su poder como Dios en Su amor! La ley establecía meramente lo que era correcto pero no podía dar ningún poder y sólo condenaba a los injustos. Ella debía exponer los motivos por los que un pecador no tiene esperanza sólo porque es la ley de Dios, pues la ley nunca puede mezclarse con el pecado. Pero aquí estaba Uno que había dado la ley y sin embargo estaba por encima de la ley. De hecho, es evidente que a menos que haya algún principio en Dios superior a la ley, no puede haber rescate para el culpable. Pero ese principio es la gracia. Y aquí estaba Uno que mostraba en Sus actos y palabras que Él no era en nada más manifiestamente Dios que en la plenitud de Su gracia. É tocó al leproso y le dijo: "Quiero; sé limpio". El estado de este hombre era justamente el retrato de la verdadera condición de Israel; y lo que el Señor hizo por el leproso solitario Él estaba igualmente dispuesto a hacerlo por toda la nación; pero, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). ¿Estaría entonces Dios confuso en Su amor? Si el judío Le rechazaba, entonces, ¿qué acerca del gentil? Ellos debían oír; y por eso tenemos inmediatamente después al centurión y a su siervo. Pero yo no repetiré los hechos del capítulo 8. En el capítulo que está ante nosotros tenemos ahora, no el retrato general de la presencia de Dios y sus resultados en Israel, sino Su incidencia especial sobre los líderes religiosos del pueblo.

 

Comenzamos de nuevo con el Señor presentando un caso notable de sanidad; no el caso obvio de la lepra, caso que debería haber impactado a cualquier judío, sino otro igualmente ilustrativo. "Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad" (versículo 1), — es decir, Capernaúm. Por tanto, nosotros estamos ahora en un terreno más estrecho. Capernaúm era el lugar donde el Señor vivía y realizaba Sus milagros más poderosos y que, por ese mismo motivo es después objeto del más temible ¡Ay! que Él pudo pronunciar. Este es un principio muy solemne. Cuando llegue el día del Señor el golpe más fuerte del juicio no caerá sobre las partes oscuras de la tierra sino sobre las favorecidas, allí donde ha habido más luz, pero, lamentablemente, más infidelidad. Por mi parte, no dudo que nuestra propia tierra (Inglaterra) deba sufrir en una medida especial; pero, sobre todo, Jerusalén, y también Roma, lugar este último al que fue escrita la más notable de todas las epístolas, sentando las bases del cristianismo, pero donde ha habido la desviación mayor. Ellos caerán bajo el juicio de Dios de la manera más enfática, no sólo religiosa sino civilmente. Independientemente de quién reine, gobierne, o de quién sea derrocado, este debe ser el caso donde, a pesar de los favores especiales de Dios y la luz de Su palabra difundida, las personas han permanecido infieles, e incluso se han vuelto más laxas y supersticiosas o escépticas. El Señor quitará a los que son Suyos antes del juicio, y el resto permanecerá para padecer Su justa retribución. "Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre". (Mateo 24: 37).

 

En esta escena el Señor muestra la necesidad moral de un juicio tal. Y esa necesidad no era sólo en la tierra de los gadarenos o en Nazaret. Pero tomen ustedes a las personas que debiesen haber conocido las Escrituras más que los demás, cuya profesión misma era conocerlas y enseñarlas, — ¿cómo estimaban ellos a Jesús? Esto es lo que sale a la luz en nuestro capítulo. Leemos, "Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo", — una palabra muy bienaventurada que respondía a todo el caso del hombre; una palabra para tocar sus afectos y para alcanzar su conciencia. "Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados". Hubo consuelo tanto para su corazón como para su conciencia. Sus pecados debiesen haber pesado más sobre su corazón que la parálisis sobre su cuerpo; pero esta palabra cubrió toda su necesidad. "Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema". (Versículo 3). En este capítulo no vemos al escriba en su vana confianza carnal profesando honrar a Jesús; sino a los escribas juzgándole y condenándole. Ellos opinan que Jesús estaba blasfemando cuando dijo: "Tus pecados te son perdonados". Terrible engaño del malvado corazón del hombre. "¡Este blasfema!" Y no eran personas ignorantes estas que decían en su interior, ¡"Este blasfema"! "Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?"  Y ahora Él saca a relucir una palabra que debiese haber tenido un efecto inmediato en los escribas, los cuales estaban familiarizados con las Escrituras, donde se decía del Dios de Israel: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias", y de lo cual ellos tenían ahora una ejemplificación ante sus ojos. (Salmo 103: 3).

 

Esta no es la experiencia de un santo ahora aunque podemos asumirla de un sentido muy bienaventurado. Pero preguntamos, ¿podemos decir nosotros que, "Quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias", es la manera en que el Señor trata ahora con los cristianos? Allí donde Él perdona las iniquidades de una persona surge la pregunta, ¿sana necesariamente todas sus dolencias? Mientras que aquí es evidente que el Señor contempló la unión de la sanación de las dolencias corporales con el perdón de los pecados en las mismas personas y al mismo tiempo. ¿Cuándo será esto? Cuando Dios tome en Sus manos el gobierno del mundo. Cuando Aquel que fue crucificado será glorificado, — no sólo en el cielo, sino también aquí abajo; y cuando llegue aquel día, el mundo exterior, el cuerpo del hombre, y particularmente Israel el pueblo de Dios, sentirán el efecto inmediato. Si bien nosotros podemos tomar el espíritu de los Salmos, en la medida en que ellos son aplicables a nuestra condición actual, no olvidemos que hay mucho en los Salmos que no es aplicable a nosotros mismos.

 

El perdón de iniquidades y la sanación de dolencias corporales fueron ambos prometidos a Israel y así el Señor cumple ambos aquí. Ello muestra que en Su persona y por medio de Su ministerio ahora en medio de Israel estaba el testimonio del poder para hacer ambas cosas. Para que ellos supieran que el Hijo del Hombre tenía "potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa". Hubo allí una demostración de la realidad del perdón en el hecho de que la dolencia fue sanada ante los ojos de ellos. La unión de estas dos cosas debiese haber impactado fuertemente a un escriba. En este milagro nosotros tenemos el testimonio más poderoso de lo que era la gloria de Su persona.

 

Esta fue, entonces, la respuesta del Señor a la blasfemia de los escribas que le acusaban de blasfemia. "Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres". (Versículo 8). Lamentablemente ellos no supieron que se trataba del  poder de Dios ejercido por Uno que era Dios mismo. Ellos vieron que Él era el vaso del poder de Dios, y esto fue todo. Un hombre podría ser esto y no ser Dios. Él podía complacerse en obrar milagros incluso por medio de un hombre malo. De modo que mientras ellos daban gloria a Dios que había dado tal poder a un hombre, no había una fe real en la persona de Cristo. Pero el gran objetivo del milagro es sacar a la luz el verdadero estado del corazón de los jefes eclesiásticos del pueblo. Un juicio solemne para aplicar en cualquier momento comienza a clarear con este capítulo; y antes de que hayamos terminado con él encontraremos que el caso está cerrado en lo que a ellos respecta. Jehová-Jesús era intolerable para Israel; pero, sobre todo, para aquellos que tenían la más alta reputación de aprendizaje y santidad.

 

El Señor pasa de esta escena y ve a "un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió". Si nosotros comparamos los Evangelios de Marcos y Lucas encontramos que tanto el caso del paralítico como el llamamiento de Leví tuvieron lugar mucho antes de muchas de las circunstancias que ya hemos tenido; pero ellas han sido reservadas para dos propósitos especiales en el relato de Mateo. Son presentadas al comienzo de Marcos 2 tal como sucedieron en orden de tiempo; pero el Espíritu de Dios, en Mateo, los coloca fuera de ese orden con el propósito de presentar grandes retratos, según un tipo dispensacional, de la presencia de nuestro Señor en la tierra y sus consecuencias para Israel; y son agrupados todos los hechos que guardan relación con la ceguera de ellos durante un tiempo y su futura restauración.

 

Nosotros vemos aquí el efecto de Su presencia en los guías religiosos. El llamamiento de Mateo fue uno muy significativo. El Espíritu de Dios le llevó a dar su nombre aquí, — el nombre por el que luego fue conocido tanto en la tierra como en el cielo. Consecuentemente, Mateo muestra la gracia del Señor a pesar de la animosidad de aquellos escribas contra Él, y la forma que tomó Su gracia como consecuencia de la incredulidad de ellos. Él sale y llama a Mateo cuando estaba sentado al banco de los tributos públicos. Otras personas habían traído al paralítico, pero no parece que Mateo haya manifestado fe ante la convocación de Jesús. No fue Mateo quien buscó a Jesús, sino que fue Jesús quien llamó a Mateo que estaba ocupado por el impuesto del que era recaudador autorizado. Los publicanos estaban siempre clasificados con los pecadores y el Señor va y llama al publicano Mateo mientras estaba en el desempeño de su oficio, sentado al banco de los tributos públicos. Obediente al llamamiento del Mesías, Mateo no sólo Le sigue de inmediato sino que invita a Jesús a sentarse a la mesa en la casa. Y "he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?" Ello era una clara subversión de todo decoro y orden a los ojos de un judío. Sentarse a comer sin el menor sentimiento de desprecio hacia estos publicanos y pecadores era realmente extraño a los ojos de los fariseos. ¿Qué estaba haciendo el Señor? Él estaba exhibiendo cada vez más la gracia de Dios, — razón de más para que se desatara la incredulidad de las personas meramente religiosas exteriormente: pues las personas pueden tener pensamientos acerca de Dios pero no fundamentados en Su palabra, y siempre pueden ser muy sinceras en sus propios pensamiento y corazones pero sin tener ni fe ni luz de Dios. Por una parte estos hombres demostraron su total incredulidad en Jesús y en Su gloria; pero, por otra parte, Dios, en la persona de Jesús, fue más lejos en Su gracia y más en contra de los pensamientos de estas personas religiosas de Israel. Él llama a Mateo y come con estos publicanos y pecadores; y cuando los fariseos critican a los discípulos, el Señor presenta inmediatamente esa bienaventurada palabra del Antiguo Testamento, "Misericordia quiero, y no sacrificio" (Oseas 6: 6), — porque "no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento". (Mateo 9: 13). Él reivindica este llamamiento y lo mantiene, no como un caso excepcional, sino como un principio.

 

Ello era lo que Dios había bajado a hacer realidad en la tierra. Ahora no era la ley, sino la gracia. Esto da lugar a algo más y aquí es traída ante nosotros una palabra muy instructiva del Señor. Los discípulos fueron criticados porque no ayunaban como los discípulos de Juan y los fariseos. Y el Señor presenta este motivo para ello y leemos, "¿Cómo pueden los compañeros del novio tener luto mientras el esposo está con ellos?" (Mateo 9: 15 - VM). Es decir, Él muestra lo absurdo del ayuno cuando la fuente de todo el gozo de ellos estaba allí. ¡Cuán absolutamente contrario a la fe de ellos en Él, el Mesías, someterse a esta señal de tristeza y humillación en presencia del manantial de todo el gozo y alegría de ellos! Pero había que aprender algo más profundo. No sólo estaba la presencia de Uno que los discípulos entendían y que los demás no, sino que el Señor muestra que ustedes no pueden mezclar las prescripciones que emanan de la ley con los principios y el poder de la gracia divina (un principio muy importante y el principio mismo que la cristiandad ha destruido de manera práctica). Pues preguntémonos, ¿qué es lo que ha ocasionado el estado actual de la cristiandad? Cristianismo es el sistema de gracia en Cristo mantenido en santidad por el Espíritu Santo entre aquellos que creen. Cristiandad es la casa grande de la profesión donde hay vasos inmundos mezclados con los que son para honra, donde abundan y reinan principios que nunca procedieron de Cristo, y que son adoptados, algunos de ellos del judaísmo, otros de la agudeza propia de las personas, sin respetar la Biblia. Pero lo que el Señor muestra es que incluso si ustedes toman lo que Dios una vez aprobó bajo la ley, ello no servirá ahora. El mismo Dios que probó a Israel por medio de la ley ha enviado el evangelio; y es el evangelio lo que Él está enviando ahora y no la ley. Es la gracia con lo que nosotros tenemos que ver. Es con Cristo resucitado y en el cielo con quien yo estoy en relación y no con la ley. Si soy un cristiano, yo estoy muerto a la ley. (Romanos 7: 4). La cristiandad ha olvidado y se ha apartado de eso; y, argumentando desde la premisa de que la ley es buena, y el evangelio también, ellos preguntan: «¿No será mucho más seguro juntar las dos cosas?» El resultado es que lo que nuestro Señor dijo que no debía hacerse, los hombres han aspirado a ello con la mayor diligencia. Han tratado de echar vino nuevo en odres viejos, es decir, poner la gracia que produce gozo en los recipientes de principios legales. El Señor ha introducido vino nuevo y Él quiere odres nuevos.

 

La virtud y el poder internos del cristianismo deben vestirse con sus formas apropiadas. Los vestidos nuevos son la debida manifestación del evangelio, el cual difiere totalmente de los modos de obrar formulados conforme a la ley. El legalismo es el vestido viejo y meramente remendar lo viejo es despreciar la benignidad de Dios. Y después de todo, ello nunca tendrá éxito. El intento sólo empeorará lo viejo. Esto es lo que ha hecho la cristiandad. Ha tratado de remendar el vestido viejo con remiendo de paño nuevo, — ha intentado introducir una cierta medida de moral cristiana en el vestido viejo como una especie de mejora del judaísmo. Surge la pregunta, ¿Y cuál ha sido el resultado? Además, está el vertido de vino nuevo en odres viejos. Hay una cierta medida de la predicación acerca de Cristo, ¡pero está muy relacionada con odres viejos. Estos versículos abarcan tanto el desarrollo exterior como el poder interior, y muestran que el cristianismo es algo completamente nuevo, y que no puede ser mezclado con la ley. Si ustedes encuentran un hombre que piensa que tiene alguna justicia propia, ustedes pueden ponerlo en su lugar por medio de la ley. Este es el uso legítimo de la ley. Él es realmente impío y ustedes usan la ley para demostrar que él lo es. Pero, en el cristiano tenemos a uno que es piadoso; y la ley, como insiste expresamente Pablo, no es para él. No debo poner el vino nuevo en odres viejos, ni lo viejo en lo nuevo. Esto lleva al Señor a sacar a relucir toda la novedad de la conducta y de los principios que emanan de Él mismo y de Su gracia. Y todo esto se oponía firmemente a los pensamientos y prejuicios de los escribas y fariseos que vinieron después con sus preguntas acerca de los ayunos. No es que el ayunar no sea un deber cristiano (ya consideramos esto en el capítulo 6); pero, por otra parte, dicho ayuno debe ser según los principios cristianos y no según los judíos.

 

Llegamos ahora a un incidente del más profundo interés. Un hombre principal de la sinagoga manda llamar a nuestro Señor para que sane a su hija, y luego él viene a adorarle, diciendo, "Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos". (Versículos 18, 19). Eso fue exactamente una ilustración de la actitud del Señor hacia Israel. Él estaba allí con la vida en Sí mismo. Israel era como la niña que Le necesitaba; ella no tenía vida en sí misma: tal era la condición de Israel. Pero el Señor es movido de inmediato a actuar y acude a la llamada del hombre principal. Él reconoce la solicitud de la fe, por muy débil que ella sea. El centurión sabía que una palabra sería suficiente; pero este gobernante judío, con el pensamiento natural de un judío, quiere que el Señor vaya a su casa y ponga Su mano sobre su hija para que ella pudiese vivir. Él relacionó la presencia personal del Señor con la bendición que iba a ser conferida a su hija enferma; mientras que nosotros, los gentiles, andamos por fe y no por vista. Creemos y amamos a Uno que no vemos. Los judíos buscan a Uno que verán; y Le tendrán de esta manera. Como Tomás, a quien después de ocho días se le permitió ver al Señor y se le pidió que metiera la mano en Su costado, y viera en Sus manos la señal de los clavos, así será con Israel. "Mirarán a mí, a quien traspasaron". (Zacarías 12: 10). Mientras que nosotros creemos en Aquel a quien no hemos mirado. De modo que nuestra posición es totalmente diferente a la de Israel.

 

Ahora bien, en este caso el Señor oye la llamada y va inmediatamente a resucitar a la hija muerta del hombre principal judío. Pero mientras Él va, una mujer Le toca. Si bien la misión del Señor es a Israel, — y así lo fue, y sólo queda aplazada, — mientras Él está, por así decirlo, de paso, quienquiera que viene, quienquiera que toca, recibe la bendición. Ninguna incredulidad de los escribas, ninguna justicia propia de los fariseos, jamás obstaculizaría o podría obstaculizar al Señor en Su misión de amor. Él estaba a punto de introducir nuevos principios que no se mezclarían con la ley, — una gracia que saldría para todos, y que alcanzaría a lo peor; lo cual es claramente expuesto por esta mujer que viene y Le toca. Pero, en primer lugar, ustedes tienen el compromiso de la resurrección de Israel; pues tenemos la garantía de la palabra de Dios para considerar la condición de Israel como una condición de muerte. Vean, por ejemplo, en Ezequiel 37 donde Israel es comparado con huesos secos. Leemos, "Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza… He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas… y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra". (Ezequiel 37: 11-14). Entonces, yo creo en este milagro. Ello no sólo representa la conversión de los pecadores muertos, sino la resurrección de Israel como nación. El Señor fue rechazado por el pueblo que tenía la más profunda responsabilidad de recibirle; pero muy ciertamente que así como Él levantó a esa joven mujer del lecho de muerte, ciertamente restaurará a Israel en un día que está por llegar. Pero, mientras tanto, quienquiera que viene recibe la sanidad y la bendición. Así fue con esta pobre mujer. El Señor no sólo le hace ser consciente de que ha sido sanada, sino que le hace saber que Sus afectos estaban completamente con ella. Él le dice, "Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado". De inmediato hubo la palabra de seguridad. El Señor pone Su sello sobre lo que la fe de ella había hecho, aunque ella lo había hecho temblorosamente. [Véase nota 9]. Luego, a su debido tiempo, tenemos la resurrección de Aquel que estaba muerto, en quien no fue una cuestión de fe, sino del poder de Dios y de Su fidelidad a Su promesa.

 

[Nota 9]. Fijémonos en esta confesión pública de Cristo para salvación. En Marcos 5: 30-34 y en Lucas 8: 45-48 vemos cómo el Señor atrae e insta al alma tímida a una confesión pública de la gracia recibida mediante el toque de la fe. Luego siguen las bienaventuradas palabras del Señor de seguridad y de relación: "Hija, ... vé en paz", palabras que la confesión de ella hacen aflorar, para alegría y consuelo duraderos de ella. [Nota del editor del escrito en Inglés].

 

Después de esto (en el versículo 27 de Mateo 9) encontramos que dos ciegos Le siguen: en otro lugar sólo uno de ellos es mencionado; pero creo que aquí ambos son mencionados por el mismo motivo que cuando tuvimos a los dos endemoniados. Ellos dan voces y Le dicen: "¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!". Es la confesión de Cristo como estando relacionado con Israel. Ellos se dirigen a Él como Hijo de David. El Señor les preguntó: "¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos". (Versículos 28-30). Luego vino el mudo poseído por un demonio: "Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel". (Versículo 33). Yo creo que todo esto es reunido para el mismo propósito. El Señor estaba presentando un tipo tras otro, y promesa tras promesa, para que Israel no fuera olvidado, para que Israel fuera resucitado de la muerte: aunque fueran tan ciegos, ellos verían; aunque fueran tan mudos, ellos hablarían. Que los fariseos y los escribas sean totalmente incrédulos y blasfemos, y que estén dispuestos a apartar a todos de Cristo, — que así fuera ahora; pero la muerte sucumbiría, la ceguera sería quitada, el habla sería dada a Israel, en un día que se avecinaba. La confesión misma de la gente fue que nunca se había visto cosa semejante en Israel.

 

Permitan ustedes que yo repita que al aplicar así estos milagros de nuestro Señor no estoy negando en absoluto la bienaventuranza de cualquier parte de estos para un alma ahora. Pero esto no es motivo para demostrar que el Señor no tiene una visión ulterior que no debiésemos olvidar. "Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios". (Versículo 34). ¿Qué pudo ser peor que esto? ¿No fue ello, en cuanto a principio, una blasfemia contra el Espíritu Santo? Tal es la forma que tomó ese pecado en aquel entonces. Estaba allí el poder del Espíritu Santo que actuaba en Cristo y a través de Él; y ellos atribuyeron este poder a Satanás. No pudo haber nada más categórico que semejante hostilidad. Ellos No podían negar la justicia del hombre, ni los hechos de la energía sobrehumana; pero podían atribuir el poder que estaba enteramente por encima del hombre, no a Dios, sino al adversario; y así lo hicieron. La ruina de ellos fue completa y definitiva. ¡Qué cosa había más terrible! Nada podía convencer a un hombre  donde todas estas evidencias y recursos habían sido prodigados sobre él; y el final de todo fue que no sólo los ignorantes sino los sabios, los religiosos, los fariseos que se enorgullecían de la ley, la parte más selecta a los ojos del hombre de la nación escogida, — incluso ellos dijeron, " Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios".

 

No se necesita nada más. El Señor podía enviar un testimonio a través de otros; pero, en lo que concierne a Su ministerio, este estaba prácticamente terminado. Inmediatamente después él envía a los doce; pero todo se reduce a lo mismo. El Señor es totalmente rechazado, tal como vemos en Mateo 11. Y luego Mateo 12 presenta el pronunciamiento final del juicio sobre esa generación. Ese pecado del que habían sido culpables maduraría hasta convertirse en blasfemia contra el Espíritu Santo, y no podía serles perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. La consecuencia es que el Señor se aparta de la raza incrédula e introduce el reino de los cielos, en conexión con el cual nos presenta todas las parábolas en Mateo 13. Él asume el lugar de un sembrador que ya no busca recoger fruto de Israel, y Él mismo aborda la nueva obra en este mundo que estaba a punto de emprender, — obra que todavía lleva a cabo hasta el momento actual, aunque ahora por medio de otros. De modo que la hermosura de toda esta disposición del Evangelio de Mateo no puede ser superada, aunque los otros Evangelios son, para sus propios objetivos, igualmente perfectos. Cada uno de ellos presenta los hechos de la historia de nuestro Señor como para dar una clara visión de la persona o del servicio de Cristo, con los resultados de la exhibición de ellos; y nosotros debiésemos entenderlos todos.

 

Que el Señor conceda que el efecto de considerar estas cosas sea, no sólo que conozcamos las Escrituras, ¡sino que conozcamos mejor a Jesús! Esto es lo que más tenemos que cultivar, — a saber, que podamos entender los modos de obrar de Dios, los maravillosos procederes de Su amor, todos ellos expresados en Jesús.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 10

 

Al final del capítulo anterior nuestro Señor, al ver las ovejas perdidas de la casa de Israel, habla de ellas con profunda compasión como ovejas sin pastor. Había salido a relucir lo que los fariseos eran realmente: nada más de lo que Él conocía antes; pero las circunstancias del completo rechazo por parte de ellos a Él mismo, y el aborrecimiento de ellos, saliendo a la luz cada vez más decididamente, sacaron a relucir ante Su espíritu aquello a lo que estaban expuestas las ovejas de Dios. Si el espíritu de ellos era implacable contra Aquel en quien no había pecado, Aquel que era el propio Hijo de Dios, el Pastor de Israel, ¡cuál no debía ser la triste porción de aquellos que tenían debilidades y fracasos que los exponían a la malicia de aquellos que no se preocupaban por ellas aduciendo el nombre de Dios, de los que tendrían el ojo más agudo y suspicaz para todo lo débil y necio acerca de ellas! Recordemos siempre la gracia del Señor, recordemos que incluso aquello que es humillante en nosotros atrae nada más que Su compasión. Yo no estoy hablando ahora del pecado sino de lo que es débil; porque debilidades y pecados son dos cosas diferentes. No queremos la compasión del Señor con el mal. El Señor padeció y murió por nuestro pecado. Pero queremos compasión para con nosotros en nuestra ignorancia, debilidad, temblor, propensión a las ansiedades, preocupaciones, tribulaciones: queremos compasión en todas estas cosas que nos hacen padecer aquí; y el Señor la tiene plenamente con nosotros. Este fue también el caso con Israel. Inconscientes como ellos eran de su miserable condición, Jesús insta a los discípulos, en el amor de Su propio corazón, que rueguen al Señor de la mies para que envíe obreros a Su mies. Era Su mies y sólo Sus obreros podían recogerla. Pero, inmediatamente después, — y esto es notable, — Él muestra que Él mismo es el Señor de la mies; y Él envía obreros. El capítulo que sigue a continuación ilustra esto y pone de manifiesto el ámbito de Mateo, el cual Le retrata como Aquel que va a salvar a Su pueblo de sus pecados, — Emanuel, Dios con nosotros. Presten ustedes atención a las circunstancias. Esto tiene lugar tras Su rechazo por parte de Israel. Su propio ministerio, lleno de gracia y de poder, ya lo hemos visto plenamente exhibido y terminando con la total indiferencia de Israel y el aborrecimiento de los líderes religiosos. Mateo 8 nos presenta el pueblo, y Mateo 9 sus guías, manifestándose ellos mismos así por separado.

 

Ahora bien, el capítulo 10 muestra que Jesús, como Señor de la mies, envía obreros, y esto también con plena autoridad y poder dados a ellos. Pero, observen ustedes que ello es aún en conexión especial con Israel; y el Señor es consciente desde el principio del rechazo por parte de Israel. Mientras tanto es una misión judía de los doce apóstoles judíos a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Yo entiendo esto de manera muy literal y no como si ello fuese dicho a la Iglesia, de la que nunca se habla como ovejas perdidas; pero las ovejas de Israel en su condición de desolación son descritas así muy acertadamente. Antes de que la Iglesia sea reunida, lo que necesitamos es un Salvador. Nosotros, los gentiles, no éramos en absoluto ovejas, sino perros, desde el punto de vista de nuestro evangelista. (Véase Mateo 15). Y después de haber sido introducidos en la Iglesia, nosotros no somos, ni podemos ser, ovejas perdidas. Mientras que se habla de estos pobres del rebaño como ovejas perdidas de la casa de Israel. Porque hasta ese momento no había sido llevada a cabo la obra por la cual ellos podían ser puestos en la posición conocida de salvación.

 

Además, cuando nuestro Señor los envía, se dice: "Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia". (Versículo 1). Esta fue la misión de ellos de manera peculiar. Ni una palabra es dicha acerca de la predicación de lo que llamamos el evangelio, o la enseñanza de todo el consejo de Dios; sino que ellos debían ir con el poder mesiánico contra Satanás y las enfermedades corporales como testimonio a Israel. Debían dar a conocer el reino de los cielos. Nuestro Señor dijo, "Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado". (Versículo 7). Pero el gran rasgo característico de la misión fue conferirles poder contra demonios y enfermedades. La pertinencia de esto en relación con Israel es manifiesta. Ello fue una brillante evidencia de que el verdadero Rey, Jehová, estaba allí, quien no sólo podía expulsar demonios sino conferir ese poder a Sus siervos. ¿Quién sino el Rey, Jehová de los ejércitos, podía hacer esto? Fue un testimonio mucho mayor que si el poder hubiera estado limitado a Su persona. La capacidad de impartir poder a otros (que fue lo que Simón el Mago, esperando beneficiarse de ello codiciaba tan fervientemente) Dios muestra aquí que está en Su Hijo. Ahora bien, los siervos debían ser enviados y en el debido orden, — doce de ellos, en relación con las doce tribus de la casa de Israel. Después encontramos la promesa de que ellos se sentarán "sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel". Mateo 19: 28). Por lo tanto, no hay duda de que se trató de una misión judía. Cuando la Iglesia fue llamada, Dios interfirió en el mero orden judío llamando a un apóstol extraordinario teniendo en especial perspectiva a los gentiles, — uno que fue llamado después de que Cristo hubo muerto y resucitado, y hubo asumido Su lugar a la diestra de Dios. Entonces entró esta nueva obra en el llamamiento de la Iglesia, y el apóstol Pablo se convirtió en el ministro característico de la Iglesia, aunque los doce también tuvieron su lugar. Pero, en este momento los doce apóstoles iban a ser (lo que Pablo no fue) los ministros para Israel en testimonio del reino de los cielos. Porque, observen ustedes que a ellos se les dio el más estricto mandato de que no debían salir de los límites de Israel; ni siquiera debían visitar a los samaritanos, ni entrar en ciudades de gentiles. La ocupación de ellos fue únicamente con las ovejas perdidas de la casa de Israel: una demostración positiva de que ello se refiere a aquellos de los judíos que tenían conciencia de pecado y que estaban dispuestos a recibir el testimonio del Mesías verdadero. Ellos se tenían que ocupar exclusivamente de ellos. Ello es aún más notable porque en este Evangelio se nos dice que después que Él murió y resucitó el Señor los envió a los gentiles; pero además, ello fue en el terreno evidente de que Su muerte había entrado. "Yo, si fuere levantado… a todos atraeré a mí mismo". (Juan 12: 32). Cristo en la cruz se convierte en el centro de atracción para el hombre, así como en el fundamento de todos los consejos de Dios. Ahora bien, en este caso no tenemos nada de eso. La muerte del Señor ni siquiera es mencionada. Su rechazo es sacado a relucir pero nada se dice acerca de la edificación de una nueva estructura, — la Iglesia. Hubo que esperar a que se produjera un rechazo adicional antes de que esto pudiera ser revelado como en Mateo 16.

 

Pero aquí el Señor Jesús envía a los doce y les da instrucciones diciendo: "Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento". (Versículos 5-10). Es decir, ellos debían ir tal como estaban, con la ropa que tenían encima, con el calzado que calzaban entonces sus pies. No debían proveerse de nada, ni almacenar nada como medio de subsistencia durante su misión. Esta no es una norma universal para los siervos de Dios en todo momento. Fue una misión peculiar, para un tiempo especial, y con referencia a Israel solamente. No era el evangelio de la gracia de Dios, sino el evangelio del reino. Los dos van juntos ahora; pero en aquel entonces no era así. Israel no recibió el testimonio del reino; se produce un cambio total y el reino de los cielos, como establecido exteriormente, queda en suspenso. El llamamiento de Dios ahora a los gentiles entra como un vasto paréntesis entre este mensaje a las ovejas perdidas de Israel y su pleno cumplimiento en los días postreros. Todo lo que el Señor manda debe cumplirse, pero nada se cumple perfectamente hasta que el Señor lo toma todo en Sus manos.

 

Todo aquello de lo cual Cristo en breve va a tomar posesión en poder y gloria es confiado primero al hombre. Pero el hombre fracasa en todas partes, Israel como nación se arruina, la Iglesia se ha vuelto mundana y dispersa. Sin embargo, todo será para alabanza de Cristo mismo. Por tanto, con independencia de lo que ustedes consideren en los modos de obrar de Dios, como norma general, primero es presentado el hombre; ello es hecho descansar sobre él para ver si puede cargar con la responsabilidad y la gloria; y él no puede. Pero todo aquello en lo que el hombre ha fracasado está destinado a descansar sobre los hombros de Cristo en el día de gloria, y todo llegará entonces a la perfección, y resplandecerá con un resplandor más que prístino, y redundará en Su gloria.

 

Los doce fueron enviados en esta misión y fueron instruidos a depender sólo de Cristo. Él proveería para ellos. Ellos debían anunciar el reino de los cielos; y Él, el Rey, se haría cargo de todo. Debían ir con la más plena confianza en Él. Ahora bien, aunque Sus siervos no han de recurrir al mundo, ni utilizar medios humanos para tener influencia sobre los santos, y aunque pueden recurrir con confianza a Dios para que provea para ellos, a ellos no se los coloca en las mismas circunstancias que estos discípulos. La diferencia está señalada enfáticamente. Tomen ustedes, por ejemplo, un mandato como éste: "En cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis". (Versículo 11). Un hombre que sale ahora con el evangelio, ¿ha de preguntar quién es digno? Él busca a los indignos. Pero esta era una misión a Israel; y Jehová quería a los íntegros que estaban en la tierra, a aquellos cuyos corazones realmente deseaban al Mesías. "Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros". (Versículos 12, 13). Este no es, en absoluto, el proceder del evangelio ahora. Por el contrario, es paz con Dios lo que el siervo de Cristo está habilitado para proclamar a los enemigos de Cristo. La orientación directa del evangelio es hacia aquellos que están en miseria, — los viles y descorazonados; porque el evangelio es la plenitud de la gracia de Dios para el hombre que no tiene absolutamente nada que dar a Dios. Si ellos están más que quebrantados, sienten que son totalmente ineptos para Dios, y que Dios ha proporcionado un Salvador tal como lo declara Su palabra, entonces nunca podemos confiar en Él demasiado plenamente  ni demasiado sencillamente. La esencia del evangelio es esta: Que Dios no me pide dar, sino recibir. Este es el evangelio de Dios, — el evangelio de Su Hijo; pero aquí, en Mateo, es el evangelio del reino. Ustedes encontrarán constantemente esta frase en Mateo. Este evangelio está dirigido a los que son dignos. Si la casa fuera digna, la paz del mensajero viene sobre ella; y si no, vuelve. "Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies", — el juicio sería sobre ellos. "De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad", — sólo porque tenían a los mensajeros del reino viniendo a ellos con un mensaje de gracia, y ellos no los recibieron.

 

A partir del versículo 16 el Señor les advierte de las circunstancias en las que el evangelio iba a ser predicado. "He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas". Es decir, Él llama a tener prudencia, prudencia celestial. Debía haber una santidad total en el objetivo y en el carácter de la prudencia, y estar libre de cualquier acusación justa de ser perjudicial para los hombres. "Guardaos de los hombres", — «no supongáis que, aunque salgáis con amor en vuestros corazones, no os encontraréis con lobos». A los judíos se les insinúa claramente. "Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes". Aunque los judíos odiaban el yugo gentil, ellos estarían muy dispuestos a invocar la autoridad gentil cuando se tratara de los seguidores de Cristo. Los judíos los arrastrarían ante reyes y gobernadores gentiles, aborrecidos como ellos lo eran. Pero nuestro Señor añade esta palabra de gracia: "por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles".

 

Dios vuelve así las armas del adversario contra él mismo. "Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las iras". (Salmo 76: 10. Uno no puede dejar de sentir que una verdad como ésta, aunque tiene una aplicación especial para los apóstoles saliendo en esta misión, ciertamente permanece para nosotros. "Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros". Al mismo tiempo, Él los prepara para la conducta más despiadada hacia ellos, incluso de parientes. El hermano conocería las prácticas de su hermano, el padre sabría todo sobre el hijo, y el hijo sobre el padre: todo esto se volvería contra los siervos de Cristo. "Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo". (Versículos 19-22). "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre", o como dice el margen de la Biblia Inglesa, "hasta que venga el Hijo del Hombre", — una notable declaración. Ella recuerda la expresión que utilicé antes, la Iglesia es un gran paréntesis. La misión de los apóstoles cesó abruptamente con la muerte de Cristo. Ellos todavía la llevaron a cabo durante un tiempo, pero terminó completamente con la destrucción de Jerusalén: todo terminó por el momento, pero no para siempre. El llamamiento de la Iglesia comenzó entonces; y cuando el Señor haya sacado a la Iglesia del mundo al cielo, Dios volverá a levantar testigos del Mesías en la tierra, cuando el judío se convertirá. Dios ha declarado que Él daría Su tierra a Su pueblo, y así lo hará, porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. (Romanos 11: 29). La fidelidad de Dios está involucrada en ello, para que el pueblo judío sea restaurado a Su tierra cuando la plenitud de los gentiles haya entrado. El llamamiento de la plenitud de los gentiles es el paréntesis que está ocurriendo ahora. Cuando esto termine el Señor reanudará Sus vínculos con Israel. Ellos volverán a la tierra en incredulidad. El testimonio del reino, que fue iniciado en el tiempo de nuestro Señor por los apóstoles, será reanudado hasta que venga el Hijo del Hombre. Entonces "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego:… Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre". (Mateo 13: 41-43). El Señor llevará a cabo plenamente en aquel día lo que fue encomendado al hombre y que fue arruinado por la mano débil o inicua del hombre. Entonces, todo lo que esté bajo el Renuevo de Israel será glorioso. Yo concibo que esto es lo que va acompañado de la notable expresión de que ellos no acabarían de recorrer las ciudades de Israel hasta que viniera el Hijo del Hombre. Todo el período en que el Señor se apartó para llamar a entrar a los gentiles es pasado en silencio. Él habla de lo que estaba saliendo a la luz en aquel entonces, y de lo que sería reanudado en Israel, — pasando por alto lo que mientras tanto se está llevando a cabo.

 

En la última parte del capítulo el Señor presenta dulces motivos para animarlos. "El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa? (Versículos 24, 25).

 

Él estaba demostrando esto ahora, y ellos tendrían que sentirlo en su momento. "Así que, no los temáis". El primer motivo para no temer es: «yo he atravesado la misma senda; no tengáis miedo». "No los temáis… porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse". Tanto como decir: «Si no entendéis ahora las razones y motivos de la incredulidad de la gente, los entenderéis otro día. Todo el que conoce la verdad y no la sigue debe sentir aversión por los que la siguen. Tal como fue conmigo, así será con vosotros: pero no os alarméis. Estad llenos de valor y perseverad en el testimonio.» "Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas". (Versículo 27). Él los anima a la mayor franqueza y audacia. La segunda amonestación en cuanto a no temer es en otro terreno: ¿Y qué daño pueden ellos hacer? «Ellos no pueden tocar el alma; ni siquiera pueden tocar el cuerpo, a menos que vuestro Padre celestial lo permita.» "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar". «Ellos no pueden dañarte.» No hay nada que un creyente tenga que temer excepto lamentarse y pecar contra Dios. Por lo tanto, él añade inmediatamente: "Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Una cosa temible está ante los enemigos de Dios, — a saber, ¡la destrucción del alma y del cuerpo en el infierno!

 

"¿No se venden dos pajarillos (en griego: gorrión común) por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos". (Versículos 29-31). El cuidado especial, minucioso, de nuestro Padre por Sus hijos se extrae de esto, que el gorrión mismo, aunque es un ave tan despreciada y trivial entre los hombres, aun así no puede caer a tierra "sin vuestro Padre". Él podría haber dicho, 'sin Dios'; pero dijo, "vuestro Padre",

— el amor de un padre se preocupa por sus hijos.

 

Desde el versículo 32 hasta el final del capítulo tenemos la importancia de confesar a Cristo, y los efectos de ello en este mundo. El primer gran principio es éste, "A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos". Nosotros hemos tenido el cuidado del Padre; ahora tenemos la confesión del Hijo en la actualidad. El cuidado del Padre lo conocemos en la tierra con independencia de cuál sea la prueba. La confesión del Hijo  acerca de nosotros será en el cielo, cuando toda la escena de la prueba haya terminado.

 

Luego Él les advierte que el resultado del testimonio de ellos puede ser muy doloroso, — hogares en desacuerdo, miembros de una familia discrepando unos de otros. No se sorprendan. "No penséis", dice Él, "que he venido para traer paz a la tierra". Nosotros sabemos que el Señor siempre puede darnos paz, ¡por supuesto!: pero Él habla aquí del ingreso de Su testimonio, por medio de Sus discípulos, en un mundo que Le aborrece. Entonces, inevitablemente los dos principios entran en colisión. No es que Él desee la confusión, sino que ello es el efecto natural de que el conocimiento de Cristo entre en una casa donde algunos de sus miembros Le rechazan.

 

Como es en el mundo, así es en el hogar. Hay quienes creen y quienes no creen. "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada". No sueñen ustedes que todo va a ser triunfante. Viene el día en que el Señor hará que la paz fluya como un río; pero ese no es el resultado de Su primera venida. Ahora es la enseña de la guerra debido a la oposición que la incredulidad siempre crea contra la verdad. "Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa". El Señor se enfrenta audazmente al caso. «Yo he venido a introducir Mi principio, y ello coloca al hijo contra el padre.» Ahora bien, esto se convierte en una de nuestras pruebas más severas, — a saber, el efecto que el testimonio de Dios tiene sobre las familias. Las personas hablan de familias que se rompen y de parientes que  se desunen. El Señor utiliza ya las mismas palabras y nos fortalece para ello. "El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará". (Versículos 37-39). Él muestra que Su venida traería lo contrario a una senda de tranquilidad en este mundo. Efectivamente, nosotros debemos decidirnos a sufrir la prueba, el rechazo y la burla. Pero, luego Él añade el otro aspecto: leemos, "El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". Habría quienes recibirían así como quienes rechazarían. "El que recibe a un profeta por cuanto es profeta", si sabía que él era un siervo de Dios, y lo recibía como tal frente a la vergüenza y la burla, tendría la misma recompensa que un profeta mismo. "El que recibe a un justo por cuanto es justo", — otras personas podrían llamarlo injusto, pero él lo recibe, no como un simple hombre o amigo, sino como un justo, y él "recompensa de justo recibirá". Él demuestra que Su propio corazón es justo para con Dios. Nosotros mostramos nuestro verdadero estado de alma mediante la opinión que pronunciamos. Suponiendo que yo hablo o actúo injustificadamente contra un hombre bueno que cumple con su deber, yo muestro que no estoy con Dios en esa cosa en particular. Por otra parte, si yo tengo fe para discernir lo que es de Dios, y asumir mi parte con él ante la deserción general, verdaderamente, soy feliz. Sólo Dios permite a un hombre hacer eso. Nosotros mostramos dónde está nuestro corazón por medio de nuestros juicios y conducta hacia los demás.

 

"Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa". (Versículo 42). Ello sería la evidencia de que el Espíritu estaba actuando en su alma, — su corazón extendido en misericordia y compasión hacia los que son de Dios en este mundo. De ninguna manera él perdería su recompensa. Se trata de la conducta externa que brota del principio interno. En todos estos casos se trata claramente de la misión judía de estos discípulos. Yo creo que así obtenemos el verdadero carácter del capítulo y el lugar que ocupa en este Evangelio.

 

El asunto en perspectiva de todo este capítulo es el Señor, como Señor de la mies, no sólo pidiéndoles que oren para que obreros sean enviados a la mies (Mateo 9: 38), sino que Él mismo se anticipa a la oración. "Antes que clamen, responderé yo" (Isaías 65: 24); y el Señor está actuando en el espíritu mismo de lo que será plenamente cierto en los días postreros. Él mismo está enviando obreros.

 

En Lucas 22: 35, refiriéndose a esta misma misión, el Señor pregunta: "Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada". Entonces el Señor les dice ahora que se provean de bolsa, alforja y espada: lo mismo que antes no debían hacer debían hacerlo a partir de ese momento. El Señor abroga lo que había ordenado antes en lo que respecta a las circunstancias especiales. Su benignidad y amor para con ellos, y el hecho de que ellos anduvieran en sabiduría e inocuidad, permanecerían; pero el carácter peculiar de esta misión terminó con la muerte de Cristo. Yo concibo que ella será reanudada por otros en un día futuro, pero los discípulos realmente enviados pronto iban a ser llamados a una nueva obra fundamentada en la redención y en la resurrección de nuestro Señor.

 

Mateo 11

 

El capítulo al que hemos llegado está lleno de interés e importancia, especialmente porque es una especie de transición. Lo que brinda la  ocasión para que el Espíritu de Dios saque a la luz esta transición desde el testimonio a Israel al nuevo orden de cosas que el Señor estaba punto de introducir, es que Juan el Bautista, en la cárcel debido a su propio rechazo, es encontrado en ejercicio en cuanto a la fe y la paciencia personales. Mientras cumplía su cargo profético nadie podía ser más inquebrantable que Juan en su testimonio de Cristo. Pero puede haber momentos en los que la fe es puesta completamente a prueba, y cuando el hombre más fuerte puede conocer lo que es estar derribado, pero no destruido.

 

Ciertamente este fue el caso con respecto a Juan el Bautista. No fueron solamente sus discípulos los que tropezaron por estar él en la cárcel. Los incrédulos preguntan ahora: «Si la Escritura es la verdad, ¿cómo es que la gente no la recibe? ¿Por qué no es difundida más ampliamente? etcétera».

 

Nosotros sabemos que al principio decenas de miles confesaron y siguieron el nombre de Jesús en una sola ciudad; y el peso moral fue grande, pues andaban deslumbrando al mundo. (Hechos 2: 43). Sabemos, también, cuán lejos y ampliamente se ha difundido el poder del cristianismo: aun así, la gran dificultad vuelve a surgir, y encontramos que lo que obra en la mente de un escéptico puede ser encontrado más o menos inquietante por el creyente, porque la naturaleza caída está todavía en el creyente; y lo que la Escritura llama, "la carne", es siempre una cosa incrédula. Por eso sucedió que, bienaventurado como era Juan el Bautista, él envió a sus discípulos con la pregunta: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?" Parece que interrogantes pasaron por su mente y que faltaba una confirmación de la fe. Incluso un profeta no está más allá del asalto de Satanás. Y aquí tenemos a este hombre favorecido y por lo demás fiel, formulando semejante pregunta, justo lo último que nosotros podríamos haber esperado. En lugar de responder con la confianza de la fe a la pregunta de sus discípulos, si ella era tal, Juan envía a algunos de ellos a Jesús, diciendo, "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis… y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Versículos 3-6).

 

La respuesta de nuestro Señor evidencia que no fueron solamente los discípulos de Juan, sino que también él mismo fue sacudido. Estas son las dos partes del ministerio de Cristo, — a saber, Sus palabras y Sus obras, "las cosas que oís y veis"; la palabra tiene siempre el lugar más elevado; siendo las obras lo que atraerían más bien los sentidos; mientras que la palabra de Cristo es lo que trata con el corazón y la conciencia por medio del Espíritu. Ellos debían ir a contar a Juan lo que habían oído y visto; y en ello tenemos lo que el Antiguo Testamento había predicho como señales y efectos del poder del Mesías. Yo no creo que tenemos ningún caso de sanidad de ciegos antes de que Cristo viniera. Ello era un milagro que según la tradición judía estaba reservado para el Hijo de David. Él era Aquel que según Isaías 35 iba a abrir los ojos de los ciegos. El Señor coloca a los ciegos recibiendo la vista como el primer milagro externo para indicar que Él era realmente el Cristo que había de venir; y por último, pero no por ello menos importante es que, "a los pobres es anunciado el evangelio". ¿Qué es ello sino un testimonio de la superabundante y tierna misericordia de Dios que, si bien el evangelio está destinado a todos, está especialmente adaptado a los que conocen la miseria, la prueba y el desprecio en un mundo egoísta? El Señor añade, "Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Qué palabra de advertencia. Un hombre enviado por Dios como testigo para que todos crean en Cristo; y cuando este mismo hombre es puesto rigorosamente a prueba, el Señor tiene que dar testimonio de él en lugar de que él dé testimonio del Señor. Cuán constantemente nosotros vemos al hombre quebrantándose cuando es puesto a prueba; pero, qué cosa tan bienaventurada es que tengamos a semejante Dios al que acudir, si sólo se cuenta con Él.

 

Pero, mientras estos mensajeros se iban, el Señor muestra Su tierna compasión y Su tierna consideración por él, y comienza a reivindicar al mismo Juan que había mostrado su debilidad bajo padecimiento y prolongada esperanza. Él les pregunta, "¿Qué salisteis a ver al desierto?" Un criterio superficial podría haber concluido que no se trataba más que de "una caña sacudida por el viento" cuando Juan envió a los discípulos con su pregunta. Pero no, el Señor no lo permite. Él mantiene la honra y la integridad de Juan. Él ha enviado una pequeña reprensión a Juan en privado por medio de sus discípulos; pero delante de las multitudes el Señor lo viste de honra. "¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas?" «Es en las cortes palaciegas donde vosotros buscáis la grandeza del mundo.» Leemos, "He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta", porque Juan tuvo un lugar y una honra peculiares que a ningún profeta se le había asignado, — a saber, ser el precursor inmediato del Señor, el heraldo del propio Mesías. Juan no sólo fue un profeta, sino que los profetas profetizaron acerca de Juan; y el Señor dice de él, "De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista".

 

Pero presten ustedes atención a esta palabra, una palabra impactante en este capítulo de transición, "Pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". (Versículo 11). ¿Cuál es el significado? Al decir, "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista", el Señor es exceptuado. Él está hablando de Juan, no como comparado con Él mismo, sino con otros. Él era el mayor de los que nacen de mujer; "pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él". Esto significa claramente que un nuevo orden de cosas comenzaba, en el cual los privilegios que la gracia soberana de Dios conferiría serían tan grandes que el más pequeño en la época que estaba a punto de comenzar sería mayor que el más grande en todo el pasado. Es obvio que esto no es en cuanto a algo en ellos mismos; pues la fe de un creyente débil ahora no es mayor que la fe poderosa de un hombre en tiempos pasados; ni un alma pobre, ansiosa y atribulada acerca de su aceptación está en un estado más saludable que aquellos que podían regocijarse como Simeón en Dios el Salvador de ellos. (Véase Lucas 2: 25-32). Sin embargo, el Señor dice que el más grande de los que habían pasado es menor que el más pequeño ahora.

 

"El reino de los cielos" nunca significa el cielo: se trata de ideas así como de expresiones diferentes. "El reino de los cielos" significa siempre aquello que si bien tiene su origen en el cielo, tiene su ámbito en la tierra. Esta expresión puede ser aplicada, como a menudo se hace, a lo que está sucediendo ahora; o como a veces, a lo que sucederá cuando el Señor venga en gloria, y traiga Su gobierno en forma manifiesta para aplicarlo en la tierra. Pero el reino de los cielos siempre supone que la tierra es el escenario en el que los privilegios del cielo son dados a conocer.

 

El propio Señor Jesús se ve rechazado; pero Dios, en Sus soberanos proceder y gracia, convierte el rechazo de Jesús en la introducción de una bendición mucho mayor que si Jesús hubiera sido recibido. Suponiendo que el Señor hubiera sido aceptado por el hombre cuando Él vino, Él habría bendecido al hombre y lo habría mantenido vivo en la tierra: pues Él habría atado al diablo y habría traído innumerables misericordias para la criatura en general. No obstante, ¿qué habría sido todo eso sin la vindicación de Dios en cuanto al asunto del pecado? Ni la gloria moral ni el amor supremo habrían sido mostrados como ahora. Porque, ¿qué podía ser ello sino la energía divina impidiendo el poder de Satanás?

 

Pero, la muerte de Cristo es, a la vez, la profundidad de la iniquidad del hombre y la altura de la benignidad de Dios; porque en la cruz el uno demostró su odio e iniquidad absolutos, el Otro, Su perfecto y santo amor. Fue la injusticia del hombre lo que Le puso allí, — fue la gracia de Dios lo que Le llevó allí; y Cristo resucitado de entre los muertos toma Su lugar como el principio, Cabeza de una nueva creación, y lo exhibe en Su propia persona ahora a la fe en los que creen; Él los sitúa en este lugar de bendición mientras ellos están aún en este mundo luchando con el diablo; derrama el gozo de la redención en sus corazones, y los llena de la certeza de que ellos han nacido de Dios, — habiendo sido perdonados todos sus pecados, — y ellos sólo están esperando que Él venga y corone la obra de Su amor, cuando ellos serán resucitados de entre los muertos y transformados a Su gloria. Ello es verdad para la fe ahora, y será verdad para la vista dentro de poco; pero es verdad siempre desde el momento en que ello fue introducido. Comenzó con la ascensión de Cristo al cielo y terminará con el descenso de Cristo de los cielos, cuando Él introduzca este poder del reino en la tierra. Entonces, ¿qué tiene ahora el más pequeño creyente? Consideren ustedes a santos de antaño. Juan el Bautista descansaba en las promesas. Incluso él, bienaventurado como era, no podía decir: «Mis pecados han sido borrados, todas mis iniquidades han desaparecido.» Antes de la muerte y resurrección de Cristo los santos podían mirar hacia adelante con gozo y decir: «¡Será realmente bienaventurado!» Ellos podían estar seguros de que ello era la intención de Dios; pero no era una cosa consumada. Y después de todo, si ustedes estuvieran en la cárcel sabrían la diferencia entre una promesa de sacarlos y el hecho de la libertad cuando ustedes salen en buena lid. Esta es justamente la diferencia. La obra expiatoria está hecha, y la consecuencia es que todos los que creen tienen ahora derecho a decir: «El pecado ya no está sobre mí en la presencia de Dios.» Y esto no sólo es cierto para algunos cristianos en particular, sino que todo cristiano debería asumir el lugar que Dios le da en Cristo. ¿Y cuál sería el resultado de esto? El resultado sería que los cristianos no andarían con el mundo de la manera en que ellos lo hacen.

 

Entonces, lo que yo encuentro en la palabra de Dios es esto: había una nueva época a punto de comenzar, en la que el más pequeño es investido con privilegios que el mayor no pudo poseer antes. Y esto es debido a que Dios asigna un valor infinito a la muerte de Su Hijo. Dios asigna la mayor honra posible a la muerte de Cristo.

 

Así como un soberano terrenal otorga una honra particular a una época de especial gozo para él, aún más la fe puede esperar que Dios adhiera una gloria peculiar a esa obra de Cristo por medio de la cual la redención ha sido consumada, mediante la muerte y resurrección de Su Hijo.

 

Ahora bien, todo está hecho y Dios puede invitar almas,— no a olvidar sus pecados, ni a apartar sus ojos de ellos; sino a considerarlos justa y plenamente ante la cruz de Cristo, — Él las insta a decir, "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". Sabiendo esto, debemos ver cuán enteramente impositor es el lugar de un sacerdote ahora, — a saber, un hombre puesto en una posición para acercarse a Dios por otros. Todo cristiano es ahora un sacerdote. No todos los cristianos son ministros. Esto es otra cosa. El ministerio y el sacerdocio, aunque a menudo se los confunde, son completamente distintos y diferentes. Un privilegio dado por Dios ahora es que cada creyente sea un sacerdote de Dios: es decir, él tiene derecho a acercarse al Lugar Santísimo, el pecado habiendo ya sido juzgado, todas sus iniquidades limpiadas, para que él pueda ser completamente feliz en la presencia de Dios mientras está en la tierra. Todo esto es ahora sólo una parte de los privilegios del más pequeño en el reino de los cielos. Y recuerden ustedes esto, a saber, todas las grandes prerrogativas del cristianismo son privilegios comunes. Un hombre puede predicar, y otro no; pero esto no dice nada acerca de los privilegios del reino. Pablo, como siervo de Dios, tenía algo que otros no tenían: una persona dotada podría predicar incluso sin vida divina en el alma. Caifás pudo testificar, y también Balaam, y ambos pronunciaron cosas verdaderas; y Pablo está dispuesto a ocupar ese lugar para mostrar que uno podía predicar a otros, y sin embargo, si no tenía santidad, ser él mismo eliminado. Pero esto no tiene nada que ver con las bendiciones de las que he estado hablando como siendo la porción de los creyentes ahora.

 

Los privilegios del reino son ahora la herencia universal de la familia de la fe; el más pequeño de ellos es mayor incluso que Juan el Bautista. Un gran error de entendimiento ha sido mostrado en cuanto al significado de este versículo. Se ha enseñado que el más pequeño en el reino de los cielos es, ¡el propio Jesús!, — Jesús en Su humillación, obviamente, en Su ida a la cruz. Pero, qué error de entendimiento del pensamiento de Dios es manifestado mediante semejante comentario. Porque el reino de los cielos no había llegado aún. Había sido predicado, pero no había sido establecido aún. Y Jesús, lejos de ser "el más pequeño" en aquel reino, Él mismo era el Rey; de modo que sería peyorativo para Su persona incluso llamarle el mayor, por no hablar de, "el más pequeño", en el reino. Sería una falta de reverencia así como de entendimiento decir que Él estaba en el reino en absoluto. Sería más cierto decir que el reino estaba en Él, tanto moralmente como en divino poder.

 

Él dice a los judíos, "Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios". (Mateo 12: 28). El reino había llegado en Su persona: siendo Él el Rey, y teniendo el poder del mismo. Pero, si ustedes consideran "el reino de los cielos" como un estado de cosas introducido en este mundo, Cristo tuvo que ascender primero al cielo, — como un Rey rechazado, sin duda, pero aún así como tal para sentarse a la diestra de Dios, — y el reino de los cielos comenzó inmediatamente. En realidad, el reino no fue establecido hasta que Jesús ascendió a lo alto. Comenzó en aquel momento, primero espiritualmente, ya que en breve resplandecerá en poder y gloria. Por lo tanto, es evidente que en este capítulo nos encontramos en los límites de la dispensación pasada, y de la época que estaba a punto de comenzar. Juan el Bautista está en la escena como el último y mayor testigo de la dispensación que estaba finalizando. Elías había de venir; y esto podría haberse cumplido en la persona de Juan el Bautista. Juan estuvo haciendo la obra moral que estaba asociada a la misión de Elías: preparar el camino del Señor. (Mateo 3: 3; Isaías 40: 3). Yo no digo que Elías no pueda venir otro día, pero Juan fue el testimonio en aquel entonces del servicio de Elías. Él había venido "con el espíritu y el poder de Elías" (Lucas 1: 5-17); y tal como dice nuestro Señor un poco después, "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir". (Mateo 11: 14). Él era eso para la fe. Al igual que el reino de los cielos ahora, ello es un testimonio rendido al reino futuro cuando sea exhibido en poder y gloria. Juan era para la fe en aquel entonces lo que Elías será en poco tiempo más. El reino de los cielos es ahora para la fe lo que el reino de los cielos será para la vista después de esto. El Señor insinúa que está por llegar una época de la fe, época cuando las promesas no se iban a cumplir literalmente.

 

Pero, cuando Juan el Bautista fue arrojado a la cárcel (una tremenda prueba para un judío que lo consideraba como un gran profeta para preludiar al Mesías en visible majestad), así Él dice aquí: "El que tiene oídos para oír, oiga". Ello tiene que ser recibido por el oído atento de la fe. ¡Qué extraordinario debió parecer a los discípulos que el precursor del Mesías estuviera en la cárcel, y el propio Mesías clavado después en la cruz! Pero antes de que llegue la gloria exterior la redención debe ser efectuada mediante padecimiento. Por eso el menor que ahora tiene esta bendición de la fe, que disfruta de estos asombrosos privilegios que el Espíritu Santo está sacando a la luz como don de la gracia soberana de Dios, es mayor que Juan el Bautista. Porque es Dios que hace, da y ordena. Es Su gozo, por medio de Cristo bendecir al hombre que no tiene la menor pretensión en cuanto a Él. Y esa es Su obra ahora. Pero, ¿cuál sería el efecto de esto entre los judíos? Nuestro Señor los compara con personas caprichosas que no harían ni una cosa ni la otra. Si hay gozo, ellos no empatizan con él ; tampoco con el dolor. Juan el Bautista les entonó endechas, pero ellos no tenían corazón para ello. Luego vino Jesús, ordenándoles, por así decirlo, que se regocijaran con las buenas nuevas de gran gozo: pero no Le tomaron en consideración. No les agradó ninguno de los dos, Juan era demasiado estricto, y el Señor Jesús demasiado benigno. No pudieron soportar a ninguno. La verdad es que al hombre le desagrada Dios; y no hay mayor prueba de su ignorancia acerca de sí mismo que el hecho de que él no lo cree así. Independientemente de lo que pudieran alegar a manera de insulto acerca de Juan el Bautista, o del propio Señor, "la sabiduría es justificada por sus hijos".

 

Por consiguiente, el Señor muestra de qué manera la sabiduría es vindicada, positiva y negativamente. Leemos, "Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!... Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti…, etcétera". (Versículos 20-24). ¡Qué hay más solemne! Ellos rechazan la voz de la sabiduría celestial; y ello debía resultar en un juicio más implacable que el que hizo de Sodoma el monumento de la venganza de Dios. ¿Había algún lugar o ciudad en la tierra más favorecido que otro? Era Capernaúm, ciudad donde la mayoría de Sus milagros fueron realizados; y sin embargo, esta misma ciudad sería hecha descender al Hades. Ni siquiera la especialmente depravada Sodoma había caído bajo una sentencia tan temible. El Señor sólo visita en juicio cuando los medios y los llamamientos al arrepentimiento se agotan; pero, cuando Él juzga, ¿quién podrá estar en pie? Por lo tanto, la sabiduría sería vindicada, puedo decir, por aquellos que no son sus hijos.

 

Pero después tenemos la parte positiva. "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra". Desde el pronunciado, "Ay de ti", Jesús pudo cambiar y decir: "Te alabo, Padre". No es que los acontecimientos registrados aquí hayan tenido lugar juntos. Toda la escena de Juan el Bautista ocurrió mucho antes de que el Señor aludiera a los sabios y entendidos rechazándole y a los niños recibiéndole. El Evangelio de Lucas presenta ocasionalmente señales precisas de tiempo, y muestra que la recepción por parte del Señor de los mensajeros de Juan fue en un período temprano de Su ministerio, muy poco después de la sanidad del siervo del centurión; mientras que Su alabanza al Padre fue después del regreso de los setenta discípulos que fueron enviados en testimonio final, lo cual no es mencionado en absoluto en Mateo. El Espíritu Santo en nuestro Evangelio omite, en general, las meras sucesiones de tiempo, y une acontecimientos separados para ilustrar la gran verdad que era Su objetivo aquí, es decir, el Mesías verdadero, presentado con pruebas adecuadas a Israel, pero rechazado; y esto se convirtió, por la gracia de Dios, en la ocasión de mejores bendiciones que si el Señor hubiese sido recibido.

 

Y si bien el solemne espectáculo del creciente rechazo del hombre está ante nosotros, Jesús dice: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra" (esperanzas no limitadas a la tierra ahora, sino Dios considerado como Señor del cielo y de la tierra, —  soberano sobre todas las cosas), "porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". El trono de Israel puede serle denegado; los judíos pueden rechazarle, los líderes despreciarle: todo esto puede ser pero, ¿cuál es el resultado? No meramente lo que fue prometido a David o a Salomón, sino que "Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". Surgen las preguntas, ¿Dónde fueron divulgados anteriormente pensamientos como éstos? ¿En los Salmos, en los Profetas, o dónde encuentran ustedes algo parecido a ellos? El Mesías rechazado es rechazado por el hombre: Él se somete a ello. Ellos Le despojan de sus vestiduras de gloria Mesiánica y, ¿qué sale a la luz? Él es el Hijo del Padre, el Hijo de Dios desde toda la eternidad, la bendita Persona divina que podía mirar a lo alto y decir: "Padre". Rechácenle ustedes en Su dignidad terrenal, y Él sólo resplandece en Su dignidad celestial; desprécienle como hombre, y Él es Dios de manera manifiesta.

 

"Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". (versículo 27). Él está revelando al Padre ahora. No se trata meramente de que Él vino a cumplir las promesas de Dios, sino que Él está revelando al Padre, — llevando almas a un conocimiento más profundo de Dios del que era posible antes. "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Ello es gracia perfecta: ninguna restricción; nada de colocar al judío en el primer puesto de honor. Pero, "Venid a mí todos los que estáis trabajados", — judío o gentil, ello no importa. ¿Te sientes miserable? ¿No encuentras consuelo? "Venid a mí todos los que estáis trabajados… y yo os haré descansar".  Si el necesitado sólo va a Él, ello es sin condición o calificación. En Juan tenemos: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera". (Juan 6: 37). Esta es la demostración de la atracción del Padre: que yo vaya a Jesús. En Juan es el Hijo del Padre; porque la gracia es encontrada siempre más plena y gratuita donde el Hijo es sacado a relucir en toda Su gloria.

 

"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". (Versículos 29, 30). La gracia no deja que los hombres hagan lo que quieran, sino que capacita al corazón que la recibe para desear la voluntad de Dios. Así, después de decir, "Yo os haré descansar", nuestro Señor añade: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". Presten atención a la diferencia. En el versículo 28 es: "Venid a mí… y yo os haré descansar", — se trata de pura gracia para el alma que está en necesidad, sin nada más que traer sino sus pecados; pero al decir: "Llevad mi yugo sobre vosotros… y hallaréis descanso para vuestras almas", Él habla de sujeción a Él, y el resultado es encontrar descanso para nuestras almas. Cuando el pecador acude en su miseria a Jesús, el Salvador le da descanso, — "sin dinero y sin precio". (Véase Isaías 55). Pero, si esa alma no sigue en las sendas de Cristo, ella se vuelve miserable, y pierde el consuelo que tuvo al principio. ¿Por qué? Porque dicha alma no ha llevado el yugo de Cristo sobre sí. Los términos en los que el Señor da descanso al pecador son: «Ven a mí, tal como eres.» Los términos en los que el creyente encuentra descanso son: «Lleva mi yugo sobre ti, y aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón.» El Señor mantiene Su gobierno moral sobre Su pueblo, y ellos están más perturbados que cualquiera, pues si no están sujetos a Cristo; ellos no pueden disfrutar de Él ni del mundo. Si yo he hallado semejante Salvador, y aun así no llevo Su yugo, Dios no tiene la intención de que yo sea feliz. Todo lo demás es una felicidad falsa.

 

Mateo 12

 

Mateo 12 completa el retrato de la transición iniciado en el capítulo 11 y muestra que, delante de Dios, la crisis había llegado. El Señor podría seguir siendo objeto de un rechazo aún más profundo, pero el espíritu que Le crucificó ya se había manifestado claramente. En el centro de este capítulo tenemos la advertencia del pecado imperdonable, no sólo contra el Mesías, sino contra el Espíritu Santo que da testimonio del Mesías; y tenemos además el hecho de que Israel como nación sería culpable de ese pecado, y por tanto, sería entregada al poder de Satanás más allá del ejemplo en toda la triste historia de ellos. De modo que el mal por medio del cual Dios había permitido que ellos fueran llevados cautivos a Babilonia fue poco en comparación con la iniquidad de la que ahora eran, en espíritu, culpables, y en la que estaban a punto de hundirse. Esto trae la crisis que concluye el anuncio del reino a Israel; y el capítulo 13 introduce una cosa nueva: el reino de los cielos a punto de comenzar en su forma misteriosa actual debido al rechazo del Mesías.

 

Yo debo proceder ahora a mostrar hasta qué punto todos los incidentes de este capítulo están en armonía con el pensamiento principal, — a saber, la ruptura entre Cristo e Israel. Por consiguiente, el Espíritu Santo no se limita aquí al mero orden de tiempo en que ocurrieron los acontecimientos. "En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer". (Versículo 1). No debemos suponer que, "En aquel tiempo", significa, «en aquel momento exacto.» Se trata de un término general que abarca acontecimientos relacionados, aunque pudo haber meses entre ellos. No es como, "al instante", o, "en seguida", o, «a la semana siguiente», etcétera. Lo que de hecho se verificó debemos deducirlo de los otros Evangelios. En Marcos encontramos que la escena de los sembrados tuvo lugar al principio del ministerio de nuestro Señor. Así, en el capítulo 2, en el día de reposo que siguió al llamamiento de Leví y al discurso acerca del ayuno, se nos dice que Él pasó "por los sembrados". Nosotros tenemos aquí este incidente sacado completamente de su conexión histórica. Marcos se atiene al orden de los acontecimientos: pero Mateo se aparta de él para presentar el gran cambio resultante del rechazo del Mesías por parte de Israel. La palabra de congoja de nuestro Señor acerca de Corazín y Betsaida, y la bienaventuranza de los que Le recibieron, no fueron pronunciadas antes, en absoluto. Aquí se las reúne porque el objetivo del Espíritu Santo en Mateo es mostrar este cambio. Por lo tanto, lo que demostraría el cambio es seleccionado y reservado para este lugar.

 

En resumen, el Espíritu Santo nos está presentando un retrato histórico aparte de la mera fecha en que los acontecimientos ocurrieron; y los acontecimientos y discursos que ilustran la gran transición están todos agrupados. Los discípulos iban por los sembrados, y comenzaron a arrancar espigas y a comer, conforme a la libertad que les permitía la ley. "Viéndolo los fariseos, le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo". Entonces nuestro Señor cita dos incidentes: uno de ellos, un hecho constantemente recurrente entre los sacerdotes; el otro, registrado acerca del rey más conspicuo de ellos, a saber, David; y ambos demuestran el pecado y la ruina total de Israel. Cuál era el estado de cosas cuando David se vio obligado a usar el pan de la proposición? ¿Acaso no fue porque el verdadero rey era un hombre despreciado y perseguido, — porque el rey elegido por los corazones de ellos estaba allí? Lo mismo ocurría ahora. El pecado de Israel profanó el pan sagrado. Dios no aceptaría nada como santo de personas que vivían en pecado. Ningún ceremonial vale una espiga de trigo si el corazón no honra a Cristo. ¿Por qué los discípulos se vieron constreñidos a arrancar y comer las espigas? ¿Por qué los seguidores del verdadero Rey se vieron constreñidos a tener hambre?

 

Además, "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?" (Versículo 5). Los sacerdotes hacían un trabajo muy importante en aquel día. Ofrecían sacrificios en aquel entonces porque había pecado; y el pecado del pueblo exige lo que, según la letra de la ley, le parecería a un fariseo un quebrantamiento de ella. No importa lo que la ley pueda exigir ordinariamente, si hay pecado por parte del pueblo de Dios, el sacrificio no puede ser diferido. Así, ya sea que ustedes tomen el caso particular del ungido del Señor en el día de Saúl, o el servicio sacerdotal constante en el día de reposo, una cosa explicaba todo el desorden, ya fuera el desorden real o aparente: Israel era un pueblo pecador. Ellos habían permitido que el elegido del Señor fuera perseguido en los montes cuando él estuvo allí; y uno mayor que David estaba aquí. Y también en cuanto a los sacerdotes y su trabajo. Uno infinitamente mayor que el templo estaba allí, — el Mesías mismo: ¿y cuál no era la indiferencia, es más, la enemistad de ellos hacia Él?

 

Otro día de reposo era necesario para completar el boceto. Y el propio Jesús  obra ahora; y estas dos cosas son unidas aquí. "Pasando de allí, vino a la sinagoga de ellos. Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?". El Señor aceptó el desafío. "Él les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la levante?" Por supuesto que ellos sacarían la pobre oveja del pozo porque era su propia oveja. No tenían conciencia de hacer lo que les beneficiaba por ser día de reposo. Y el Señor no los culpa sino que les insiste con esta conclusión tan punzante, — "Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo". En una palabra, Él muestra mediante este segundo caso que Israel no sólo era un pueblo culpable con respecto al verdadero Amado, sino que, si ellos conocieran su propia condición, se reconocerían a sí mismos como el hombre con la mano seca, en necesidad de Su gran poder. Él estaba allí en gracia para llevar a cabo toda necesaria sanación. El Señor les insistió acerca de la pésima condición de ellos. Toda la nación delante de Dios estaba moralmente tan seca como la mano de aquel hombre físicamente; pero no estaba dispuesta, lamentablemente, a ser sanada como él. "Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra". (Versículo 13). ¿Por qué está esto registrado aquí como habiendo ocurrido en el día de reposo, — especialmente en conexión con el incidente de los sembrados? En el primer caso el Señor demuestra la culpa de Israel en contraste con la santidad del día de reposo; y en el segundo caso Él mismo se declara que está allí para obrar restauración, incluso en el día de reposo. Se trata de un relato de suma importancia porque el Señor está, por así decirlo, haciendo trizas la letra externa del vínculo entre Él e Israel, del cual el día de reposo era una señal especial.

 

Yo puedo comentar aquí que el primer día de la semana (Mateo 28: 1) (que en nuestro calendario corresponde al día domingo), difiere esencialmente del día de reposo, o día sábado; y en la Iglesia primitiva se tuvo un cuidado escrupuloso de no confundir las dos cosas. El día de reposo y el primer día de la semana son señales de verdades totalmente distintas. El primero debió su origen a que Dios santificó Su reposo cuando la creación hubo terminado; y era la señal de que cuando Dios finalizaría Sus obras habría un reposo santo para el hombre. Luego el pecado entró y todo se arruinó. Nosotros no oímos una palabra al respecto (al menos, directamente), hasta que un pueblo es llamado de entre todos los demás para servir al Dios verdadero como Su nación escogida. Nosotros hemos visto en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo, de qué manera ellos fracasaron completamente; y ahora la única esperanza de tener un verdadero día de reposo es cuando Cristo mismo lo introducirá. Cuando Adán pecó, la muerte pasó a todos, y el reposo de la creación se interrumpió. Después (conforme al tipo de Cristo en el maná, con el día de reposo continuando), vino la ley, la cual tomó el día de reposo, lo incorporó a los diez mandamientos y a los estatutos de Israel, y no solamente hizo de él un día santificado, sino un día de mandamiento, el cual se les impuso como los otros nueve mandamientos; un día en el que todo israelita no sólo estaba obligado a abstenerse de trabajar, sino a dar reposo a todo lo que era suyo. No se trató de un asunto acerca de un pueblo espiritual. Todo Israel estaba obligado a ello y ellos compartían su reposo junto con su ganado. Por otra parte, nunca se oyó acerca del primer día de la semana hasta que Cristo resucitó de entre los muertos. De ahí surgió un orden de cosas enteramente nuevo. Cristo, el principio, Cabeza de una nueva creación, resucitó de entre los muertos el primer día de la semana. Así, aunque el viejo mundo continúa, el pecado está aún en acción, y Satanás aún no ha sido atado, Dios ha obrado salvación, la cual Él está dando a cada alma que cree. Estas almas reconocen que Cristo resucitado es el Salvador de ellas y que, consecuentemente, tienen una nueva vida en Él. Ellas son reunidas el primer día de la semana para reconocer esto, y mucho más que esto. Ellas proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. (véase Hechos 20: 7; 1ª Corintios 11: 26 – VM).  Nada puede ser más claro en la Escritura si nuestro deseo es conocer y seguir la palabra de Dios. Ya no era una cuestión acerca de si acaso las personas eran judías o gentiles. ¿Eran ellos cristianos? ¿Tenían ellos a Cristo como vida y Señor de ellos? Si ellos Le confesaban con gratitud, el primer día de la semana era el día para ellos. Los cristianos que habían sido judíos siguieron frecuentando la sinagoga en el día de reposo. Pero esto sólo muestra más claramente que no se trató de un mero cambio de día. A los santos romanos el apóstol les insiste en que el hombre que hacía caso del día, para el Señor hacía caso, lo guardaba; y que el hombre que no hacía caso de dicho día, para el Señor no hacía caso, no lo guardaba. ¿Se refería esto al primer día de la semana? No, sino a los días y ayunos judíos. El apóstol nunca trataría el primer día de la semana como un día opcional para ser guardado o no, como un día optativo. Algunos de estos creyentes vieron que habían sido libertados de la ley, y no hacían caso de las fiestas o ayunos judíos, no los guardaban. Los gentiles, obviamente, no estaban bajo la ley en absoluto. Pero algunos, en todo caso, de los creyentes judíos, todavía tenían conciencia acerca de las antiguas fiestas, y de ellos habla el apóstol. El primer día de la semana nunca fue ni será un día judío. Este día tiene su propio carácter estampado en él; y los cristianos, aunque no están bajo la ley como los judíos con el día de reposo, están sin embargo llamados por gracia a usarlo mucho más solemnemente para el Señor, como aquello que los convoca a reunirse en el nombre de Jesús, en separación de este mundo, conscientes de la redención y la justificación por medio de Su muerte y resurrección. El primer día de la semana es un tipo de la bendición que tiene el cristiano, aún por ser manifestada en la gloria. El mundo siempre lo confunde, al igual que muchos cristianos, con el día de reposo. Uno oye a veces a verdaderos creyentes, pero no instruidos, hablar del «sábado cristiano, o día de reposo cristiano.» Esto es, obviamente, porque ellos no ven que han sido libertados de la ley, y no ven las consecuencias que emanan del hecho de pertenecer ellos a Aquel que ha resucitado de entre los muertos. El apóstol desarrolla estas verdades bienaventuradas.

 

Nuestro Señor trata aquí meramente con los judíos. A Sus discípulos no se les impidió arrancar espigas en el día de reposo, como en otro de esos días en que Él realizó públicamente un milagro en presencia de todos (dando así ocasión a los fariseos que buscaban a uno contra Él). Es cierto que las obras eran de misericordia y bondad; pero no había necesidad de ninguna de ellas si no hubiera habido un propósito. Él pudo haber hablado sin hacer nada. Así ocurrió con el ciego en el Evangelio de Juan. (véase Juan 9).  Todo el lodo del mundo no habría podido curarlo sino por el poder de nuestro Señor. Su palabra habría sido suficiente; pero Él mismo hace algo, y hace que el hombre haga algo más en el día de reposo. Se nos dice expresamente, "Y era día de reposo cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos". (Juan 9: 14). El Señor estaba quebrantando el sello del pacto entre Jehová e Israel. El día de reposo sellaba ese vínculo, y ahora aquel día era en Israel más que inútil a los ojos de Dios porque el pueblo que pretendía guardar el día de reposo tan cuidadosamente era el más acérrimo enemigo de Su Hijo. Era totalmente falso someterle a Él al día de reposo. El Hijo del Hombre era "Señor del día de reposo". Él asume ese terreno confiadamente como se nos dice aquí (Mateo 12; 8), y el día de reposo siguiente lleva a cabo este milagro. Los fariseos sintieron que ello era un golpe de muerte para todo el sistema de ellos, y reunidos, "tuvieron consejo contra Jesús para destruirle". Este fue el primer cónclave con el propósito de darle muerte. Jesús, sabiéndolo, se apartó de allí, "y le siguió mucha gente, y sanaba a todos", — un retrato de lo que Él haría cuando Israel Le diera muerte. A partir de aquel momento, la gran obra iba a ser entre los gentiles. El profeta Isaías es citado en relación con este suceso para mostrar cuál era el carácter de nuestro Señor, y leemos, "He aquí mi siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi Espíritu sobre él, Y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni voceará, Ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará, Y el pábilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio. Y en su nombre esperarán los gentiles". (Mateo 12: 18-21; Isaías 42: 1-4).

 

El Señor se alejaba de Israel; pero esto no es todo. Hay un testimonio final antes de que Él pronuncie la sentencia sobre Israel: "Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba". Esta era la condición en la que Israel estaba a punto de estar, sin vista ni voz para Jesús; ello es la figura adecuada de la condición de la nación, el Mesías no visto y Su alabanza no pronunciada en medio de ellos. Y aquí está lo solemne. Los pobres, los ignorantes, toda la gente podía clamar: "¿No es éste el Hijo de David?" (Mateo 12: 23 – VM). Pero los fariseos oyéndolo, decían, "Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?", — Él condesciende a razonar con ellos.  "Y si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. (Versículos 24-28). Pero ellos eran mudos y ciegos. El hombre que se sometió a Jesús fue sanado; pero los fariseos se confabulaban para matar al Hijo de David. El Señor les responde aún más. Les dice que ahora había llegado el momento donde, "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama". (Mateo 12: 30 – LBA). Todo dependía de estar y actuar con Él; y por consiguiente, nuestro Señor añade: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada". (Versículo  31). El motivo de ello fue esto, a saber: no sólo el Hijo del Hombre estaba obrando estos milagros, sino que el poder del Espíritu Santo estaba también allí. Aunque Jesús se sometiera a la humillación, Él no podía dejar de afirmar la gloria de Dios. El Espíritu Santo estaba produciendo estos poderosos hechos, y la incredulidad que rechazaba el testimonio del Espíritu cuando Jesús estaba allí, sería aún más fuerte en contra de dicho testimonio tras Su partida. Ellos demostrarían ser como sus padres: "Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros". (Hechos 7: 51). ¿Y cuál sería la consecuencia? Ellos serían culpables del pecado imperdonable, de rechazar (no sólo a Jesús mismo, como hombre presentado aquí, sino) el poder del Espíritu Santo, ya sea obrando en Él en aquel entonces, o ahora por medio de Él y para Él.

 

Es el rechazo final al testimonio que el Espíritu da de Cristo. Ello era cierto cuando el Señor estaba aquí, pero es aún más completo ahora que Él está en el cielo. Ellos rechazaron a Cristo en la tierra y después que subió al cielo, cuando por el poder del Espíritu Santo Su solo nombre hizo que los muertos resucitaran, y así demostró aún más Su gloria de lo que había hecho personalmente cuando Él estuvo aquí abajo. Los que se resistieron a semejante testimonio como éste estaban evidentemente perdidos en la incredulidad y burlándose de  Dios en la persona de Su Hijo. Por eso nuestro Señor declara que esta blasfemia es algo que nada puede cubrir. No es la ignorancia lo que rechaza así a Cristo. Un hombre puede estar sin luz; y cuando ella llega, él puede, por medio de la gracia, ser capacitado para recibirle a Él. Pero aquel que rechaza todo testimonio divino, y hace que el poder desplegado del Espíritu Santo sea la ocasión de mostrar su desprecio contra Jesús, está evidentemente perdido para siempre: él lleva el sello inconfundible de la perdición sobre su frente. Este era exactamente el pecado en que Israel estaba cayendo rápidamente. El Espíritu Santo pudo ser enviado y realizar actos de poder aún mayores que los que el propio Señor había hecho, pero ello no hizo ningún cambio en el corazón de ellos. La incrédula raza blasfema de Israel no sería perdonada ni en esta "época" ni en la venidera. Yo no insisto acerca de la palabra «dispensación», — la cual  significa un cierto curso de tiempo, gobernado por principios particulares; pero la idea es que ni en esta época (αών, aión) ni en la venidera, podría este pecado ser perdonado. Leemos, "A cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no le será perdonado ni en esta época ni en la venidera". (Mateo 12: 32 – RV1977). La época venidera es aquella en que los hijos de Israel van a estar bajo el gobierno del Mesías; ya que en aquel momento, y desde el cautiverio Babilónico, ellos han estado bajo el gobierno de los gentiles. Este pecado no debía ser perdonado ni en aquel momento ni lo será entonces. En cuanto a toda otra iniquidad, existía todavía la esperanza de que lo que no fuera perdonado ahora podría serlo cuando viniera el Mesías. Por supuesto que hay un perdón ilimitado para toda alma que Le recibe; pero ellos Le rechazaron y atribuyeron el poder del Espíritu que actuaba en Su persona a Beelzebú; y esa blasfemia nunca sería perdonada. Ese era el peligro creciente de Israel. Rechazando así al Mesías ellos están condenados. Ello fue rechazar el testimonio del Espíritu Santo; y una nueva obra de Dios debía ser entonces introducida.

 

Por eso el Señor declara que ellos son una generación de víboras. "Por el fruto se conoce el árbol". Se trataba de un árbol malo y Él no esperaba de él ningún fruto bueno. Él añade, "¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa (yo supongo que ello quiere decir, todo lo que delata desprecio hacia Dios) que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado". (Mateo 12: 34-37). En lo que Dios insiste es en el testimonio acerca de Jesús. Estas palabras ociosas delatan el rechazo del corazón para con Jesús, y desprecian el testimonio que el Espíritu Santo da de Él. "Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado". Es con la boca que se hace confesión para salvación (Romanos 10: 10); y las palabras que excluyen a Jesús demuestran que el corazón prefiere su pecado a Él. Las palabras de la boca evidencian el estado del corazón. Ellas son la expresión externa de los sentimientos y muestran a un hombre en una forma así como su conducta lo hace en otra. Si el corazón es malo, las palabras son malas, la conducta es mala: por tanto, todo viene a juicio.

 

Después de esto los fariseos piden una señal, y el Señor les da una muy significativa: pero, antes de eso, Él pronuncia Su sentencia moral sobre la nación, leemos, "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás". (Versículo  39). ¿Cuál fue el rasgo especial de Jonás como profeta? ¿A quién profetizó? Él fue enviado desde Israel a los gentiles; y, más que eso, antes de que Jonás cumpliera con su mensaje correctamente, él debía pasar por la figura de la muerte y la resurrección. Tan obstinado estuvo él en no ir a donde se le ordenaba, que Jehová se encargó de que Jonás fuera arrojado desde la nave; y entonces Él trató con él como con un muerto y llevó a cabo una gran obra en su alma. Habiendo pasado Jonás por este tipo tan notable de muerte y resurrección, él estuvo ahora preparado para el mensaje que Jehová le da. Esta es la señal que el Señor expone ante los fariseos. Tal era el estado de la nación judía que Él debía dejarlos e ir a los gentiles; y eso, también, después de la muerte y resurrección en la realidad, cuando las esperanzas de Israel hubiesen perecido. El Señor tiene reservada bendición para Israel en el futuro; pero por el momento, todo está perdido para ellos. Ellos habían rechazado a su Señor. Dios mismo iba a ocuparse ahora con los gentiles. Por eso los ejemplos utilizados para confirmar esto son, en primer lugar, el caso de los hombres de Nínive, quienes se arrepintieron ante la predicación de Jonás; "y he aquí más que Jonás en este lugar". Luego, la reina del Sur, también una gentil, la cual no se arrepintió simplemente a causa del pecado, sino que mostró una energía de fe, yo puedo decir, digna de toda mención, sin siquiera un mensaje enviado a ella. Tales fueron el ardor de su corazón y su deseo de sabiduría que, al oír hablar acerca de Salomón, ella se apresuró a oírla de sus propios labios. ¡Qué reprensión para Israel! "Y he aquí más que Salomón en este lugar"; y una sabiduría tan superior a la de Salomón como la persona de Jesús era superior a la de Salomón. Pero ellos eran una generación mala y adúltera. No sabían que su Hacedor era el esposo de ellos; y Le despreciaron; y nuestro Señor añade, "La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará". Pero ahora Él proclama cuál será la condición final de ellos. El vínculo de Israel con Él se rompió; y por este desprecio blasfemo del testimonio que el Espíritu da de Jesús como Hijo del Hombre ellos deben ser juzgados.

 

Esto es lo que el Señor muestra ahora. "Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla". (Versículo  43). Todo estudiante de las Escrituras reconocerá que el espíritu inmundo significa idolatría, y su adoración se relaciona con los demonios en vez de con Dios. ¿Debemos suponer que nuestro Señor se aparta repentinamente de lo que Él había estado diciendo acerca de la nación para tratar a meros individuos? Claramente se trata de Israel. Como nación, Israel nunca cayó en la idolatría después del regreso de Babilonia como lo había hecho antes. No es que ellos fueran mejores hombres; sino que el espíritu inmundo de la idolatría ya no era la especial tentación de ellos. Si no era según la forma antigua, había nuevas formas en las que el diablo los tentaba a pecar. La casa había sido barrida y adornada. Así estaba cuando nuestro Señor estuvo aquí abajo. Israel había dejado de lado sus hábitos idolátricos; ellos iban a la sinagoga todos los días de reposo; y eran lo suficientemente celosos como para recorrer mar y tierra para hacer un prosélito. La casa estaba aparentemente limpia, y no había nada exteriormente que impactara la vista si se la consideraba. Pero el espíritu inmundo va a  volver. "Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación". El espíritu inmundo va a volver, con todo el poder de Satanás, — "siete espíritus peores que él". ¡Peores que la idolatría! La figura de un hombre es usada para ilustrar el estado de Israel, tal como muestran claramente las palabras que siguen a continuación, a saber, "Así también acontecerá a esta mala generación". Surge la pregunta, ¿Y cuándo será eso? Es el postrer estado de ellos  que aún está por llegar. El estado vacío, barrido y adornado que existía entonces puede estar todavía vigente. Humanamente hablando, ellos pueden ser morales. Puede ser que ellos no abandonen los libros de Moisés, sino que ellos adopten la posición de no adorar a nadie más que al Dios verdadero. Esto continuará durante cierto tiempo, pero no para siempre; porque sabemos por las Escrituras que Dios ha guardado esa nación para propósitos especiales, primero en juicio y luego en misericordia. Él los convertirá y hará de ellos una simiente santa de Abraham, ya que ellos son la simiente lineal. Israel todavía tiene que mostrar los últimos resultados del poder de Satanás sobre sus almas antes de que Dios convierta a un remanente y haga de dicho remanente una nación fuerte y salvada.

 

Pero mientras tanto, ¿qué iba Él a hacer? ¿Estaba Él pronunciando meramente  juicio sobre Israel? Ni mucho menos. Mientras Él hablaba a la gente se acercó uno y le dijo: "He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar". (Versículo  47). El Señor aprovecha inmediatamente esta oportunidad para mostrar que Él ya no reconocía las meras relaciones según la carne. Él tenía una relación especial con Israel, "de quienes… , según la carne, vino Cristo". (Romanos 9: 5). Él ya no los reconoce. Ellos no Le recibirían, y se convertirán en la vivienda para el diablo en todo su poder, — el postrer estado de ellos será peor que el primero. «Pero», dice el Señor, «voy a tener una cosa nueva ahora, — un pueblo según Mi propio corazón.» Y así Él extiende Su mano hacia Sus discípulos, y dice: "He aquí mi madre y mis hermanos". Sus únicos parientes verdaderos eran aquellos que recibían la palabra de Dios y la hacían. "Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre", — Él renunciaba a toda conexión terrenal por el momento. El único vínculo que Él reconoce ahora es la relación con un Padre celestial, formada por medio de la palabra de Dios recibida en el alma.

 

Tenemos así en este capítulo al Señor terminando con Israel en lo que respecta al testimonio. En el próximo capítulo encontraremos lo que resulta dispensacionalmente de esas nuevas relaciones que el Señor estaba a punto de desarrollar.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 13

 

Al final del capítulo anterior nuestro Señor desconoció todos los vínculos naturales que Le unían a Israel. Yo hablo ahora simplemente de que Él lo sacó a relucir como asunto de enseñanza; pues nosotros sabemos que, históricamente, el momento para romper finalmente con ellos fue la cruz. Pero ministerialmente, si se puede decir así, la ruptura ocurrió y fue indicada ahora. Él aprovechó una alusión a Su madre y a Sus hermanos para decir quiénes eran Sus verdaderos parientes, — ya no los que estaban relacionados con él según la carne: la única familia que Él podía reconocer ahora eran aquellos que hacían la voluntad de su Padre que está en los cielos. Él reconoce nada más que el vínculo formado por la palabra de Dios recibida en el corazón y consiguientemente obedecida. El Espíritu Santo prosigue este tema registrando, en forma pertinente, varias parábolas cuyo objetivo fue mostrar la fuente, el carácter, la conducta y los asuntos de esta nueva familia, o al menos de los que profesaban pertenecer a ella. Este es el tema de Mateo 13. Un ejemplo sorprendente es cuán manifiestamente el Espíritu Santo ha agrupado los registros en la forma particular en que los tenemos actualmente; porque sabemos que nuestro Señor habló más parábolas de las que están presentadas aquí. Comparándolo con el Evangelio de Marcos, nosotros encontramos una parábola que difiere substancialmente de cualquiera que aparece en Mateo. En Marcos 4: 26-29 tenemos a una persona que siembra la tierra y duerme y se levanta de noche y de día esperando la germinación y el crecimiento y la maduración  plenos del grano, y luego él mismo lo recoge. Esto diverge considerablemente de todas las parábolas del Evangelio anterior; y sin embargo, nosotros sabemos por Marcos que la parábola en cuestión fue pronunciada el mismo día. Leemos, "Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba;… Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado". (Marcos 4: 33-35).

 

Así como el Espíritu Santo selecciona ciertas parábolas en Marcos las cuales son insertadas mientras otras son omitidas (y lo mismo en Lucas), así también fue el caso en Mateo. El Espíritu Santo está comunicando plenamente el pensamiento de Dios acerca del testimonio nuevo comúnmente llamado cristianismo e incluso, cristiandad. consecuentemente, el comienzo mismo de este capítulo nos prepara para la nueva escena. "Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar". (Mateo 13: 1). Hasta ese momento la casa de Dios estaba relacionada con Israel. Dios moraba allí, en la medida en que esto podía ser dicho acerca de la tierra; Él la consideraba como Su morada. Pero Jesús salió de la casa y se sentó junto al mar. Todos sabemos que en el lenguaje simbólico del Antiguo y del Nuevo Testamento el mar es usado para representar a las masas de hombres que deambulan por todas partes y no están bajo el establecido gobierno de Dios. "Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó". Desde allí Él les enseña. "Y toda la gente estaba en la playa". La acción misma de nuestro Señor indicaba que iba a haber un testimonio muy generalizado. Las parábolas mismas no están limitadas a la esfera de los tratos anteriores de nuestro Señor, sino que abarcan una gama mucho más extensa que todo lo que Él había hablado en tiempos pasados. "Les habló muchas cosas por parábolas". (Versículo 3). No se da a entender que nosotros tenemos todas las parábolas que nuestro Señor habló; pero el Espíritu Santo nos presenta aquí siete parábolas conectadas, todas reunidas y compactadas en un sistema consistente, como me esforzaré por mostrar. El Espíritu Santo está ejerciendo claramente una cierta autoridad en cuanto a las parábolas seleccionadas aquí, porque todos sabemos que el siete es el número Escritural para lo que es íntegro: y ya sea que dicho número hable del bien o del mal, espiritualmente, el siete es normalmente el número utilizado. Cuando el símbolo del doce es utilizado expresa integridad, no espiritual, sino en cuanto a lo que tiene que ver con el hombre. Allí donde la administración humana es puesta en preminencia para llevar a cabo los propósitos de Dios, allí aparece el número doce. Por eso tenemos a los doce apóstoles que tenían una relación peculiar con las doce tribus de Israel; pero, cuando la iglesia va a ser presentada nosotros volvemos a oír el número siete, — "las siete iglesias". Con independencia de cómo eso pueda ser, nosotros tenemos aquí siete parábolas con el propósito de presentar una historia completa del nuevo orden de cosas que está a punto de comenzar, — a saber, la cristiandad y el cristianismo, es decir, lo espurio así como lo verdadero.

 

Entonces, la primera pregunta que surge es, ¿Cómo es que tenemos esta serie de parábolas aquí y en ninguna otra parte? Algunas de ellas están en Marcos y otras en Lucas; pero en ninguna parte, excepto en Mateo, tenemos siete, la lista completa. La respuesta es ésta: Nada puede ser más hermoso ni más apropiado que ellas sean presentadas en un Evangelio que presenta a Jesús como el Mesías a Israel; y que luego, al ser Él rechazado, muestra lo que Dios sacaría a relucir a continuación. Para los discípulos, cuando sus esperanzas se desvanecían, ¿qué podía ser de más profundo interés que conocer la naturaleza y el fin de este testimonio? Si el Señor enviaba Su palabra entre los gentiles, ¿cuál sería el resultado? Consecuentemente, el Evangelio de Mateo es el único que nos presenta un bosquejo completo del reino de los cielos; como también nos presenta la insinuación de que el Señor iba a fundar la Iglesia. Es sólo en Mateo donde tenemos ambas cosas sacadas a la luz. No obstante, yo reservo esto para otro día; pero debo comentar que el reino de los cielos no es lo mismo que la Iglesia sino más bien es el escenario donde la autoridad de Cristo es reconocida, al menos exteriormente. Dicho reconocimiento puede ser real o no, pero todo cristiano que  profesa está en el reino de los cielos. Toda persona que, incluso en un rito externo, confiesa a Cristo, no es un simple judío o gentil, sino que está en el reino. Ello es una cosa muy diferente a que un hombre nazca de nuevo y sea bautizado por el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo. Aquel que lleva el nombre de Cristo pertenece al reino de los cielos. Puede ser que dicha persona sólo sea una cizaña allí, pero aun así, dicha persona está allí. Esto es algo muy solemne. Dondequiera que Cristo es confesado externamente hay una responsabilidad que va más allá de la que corresponde al resto del mundo.

 

La primera parábola era claramente cierta cuando nuestro Señor estaba en la tierra. Ella es muy general y sería aplicable al Señor en persona o en espíritu. Por eso puede decirse que ella siempre tiene lugar; pues en la segunda parábola encontramos al Señor presentado de nuevo todavía sembrando buena semilla: sólo que aquí se trata del "reino de los cielos" que es asemejado a un hombre que sembró buena semilla en su campo. (Mateo 13: 24-30). La primera es la obra de Cristo al proclamar la palabra entre los hombres mientras Él estaba aquí abajo. La segunda es aplicable más bien a nuestro Señor sembrando por medio de Sus siervos; es decir, el Espíritu Santo obrando por medio de ellos según la voluntad del Señor mientras Él está en lo alto, habiendo sido establecido entonces el reino de los cielos. Esto proporciona de inmediato una clave importante para todo el tema. Pero, puesto que el asunto de la primera parábola es muy general, hay mucho en toda la enseñanza moral de ella que es aplicable tan verdaderamente ahora como a cuando nuestro Señor estuvo en la tierra. "El sembrador salió a sembrar", — una verdad de peso. No era así como los judíos esperaban a Su Mesías. Los profetas dieron testimonio de un gobernante glorioso que establecería Su reino en medio de ellos. No cabe duda de que había claras predicciones de Su padecimiento así como de Su exaltación. Nuestra parábola no describe ni el padecimiento ni la gloria exterior sino una obra llevada a cabo por el Señor de carácter distinto a cualquier cosa que el judío podía deducir naturalmente de la mayor parte de las profecías. Sin embargo, yo concibo que nuestro Señor estaba aludiendo a Isaías. No se trata exactamente del evangelio de la gracia y de la salvación para los pobres, miserables y culpables, sino que se trata de Uno que, en lugar de venir a reclamar los frutos de la viña establecida en Israel, tiene que comenzar una obra enteramente nueva. El sembrador que sale a sembrar señala evidentemente el comienzo de aquello que no existía antes. El Señor está comenzando una obra no conocida anteriormente en este mundo. "Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron". Ese fue claramente el caso más desesperado de todos. Ello fue nulo, no por culpa de la semilla, sino por la acción destructiva de las aves que comieron lo sembrado.

 

Tenemos a continuación: "Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra". En este caso hubo una apariencia más esperanzadora. La palabra fue recibida, pero el terreno era pedregoso; no había profundidad de tierra. Las apariencias fueron muy rápidas, — leemos, "y brotó pronto". Hay poco o ningún sentido de pecado. Todo es aceptado pero muy fácilmente. Se puede pensar que el «plan de salvación» es excelente; la iluminación de la mente puede ser innegable; pero una persona como esa nunca ha medido su terrible condición delante de Dios. La buena palabra de Dios es gustada pero el terreno es rocoso. La conciencia no ha sido debidamente ejercitada. Mientras que, en una verdadera obra de corazón, la conciencia es el terreno en que la palabra de Dios surte efecto. Nunca puede haber una obra de Dios real sin un sentido de pecado. Donde los sentimientos afables son excitados pero el pecado es pasado por alto, que es el caso del que se habla aquí, — la palabra es recibida inmediatamente pero el terreno permanece realmente intacto, — rocoso. No hay raíz porque no hay profundidad de tierra: por consiguiente, "pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó".

 

Pero, además, "Parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron". Este es otro caso; no exactamente aquel en el que el corazón recibió la palabra inmediatamente. Y nosotros debemos tener tan poca confianza en el corazón como en la cabeza. La carne varía en diferentes individuos. Algunos pueden tener más mente y otros más sentimiento. Pero ninguno de ellos puede recibir la palabra de Dios de manera salvífica a menos que el Espíritu Santo actúe en la conciencia y produzca el sentido de estar completamente perdido. Cuando éste es el caso, se trata de una verdadera obra de Dios, cuyos dolores y dificultades no harán más que profundizar. Los que recibieron la semilla entre espinos son una clase devorada por las ansiedades de este siglo (esta era), y arrastrados por el engaño de las riquezas que ahogan la palabra, de modo que no lleven fruto.

 

Pero ahora viene la buena tierra. "Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga". (Versículos 8, 9). El sembrador es aquí el propio Señor, sin embargo, de cuatro esparcimientos de la semilla, tres son infructuosos. Sólo en el último caso la semilla da un fruto maduro; e incluso allí el resultado es irregular y dificultado, — pues leemos, "cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno", — es decir, las cosas naturales todavía impiden, en mayor o menor medida, la fecundidad,.

 

¡Qué ejemplo del corazón del hombre y del mundo revelan estas parábolas! Incluso cuando el corazón no rechaza sino que recibe exteriormente la verdad este puede abandonarla con la misma rapidez. La misma voluntad que hace que un hombre reciba el evangelio de buena gana, hace que él lo descarte ante las dificultades. Pero, en algunos casos, la palabra produce efectos bienaventurados. Ella cayó en buena tierra, y dio fruto en diferentes grados. "El que tiene oídos para oír, oiga". Una solemne amonestación a las almas para que valoren bien si producen o no conforme a la verdad que ellas han recibido.

 

Los discípulos vienen ahora y le dicen: "¿Por qué les hablas por parábolas?", y el Señor hace que ello sea ocasión para explicarles estas cosas. "El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado". La parábola misma sería como la nube de Israel en un día anterior, — llena de luz para los de adentro, llena de oscuridad para los de afuera. Así sucede con los dichos de nuestro Señor. Tan solemne era en aquel momento la crisis con el Israel incrédulo que no fue Su intención dar una luz más clara. La conciencia había desaparecido. Ellos tenían al Señor, a Jehová, en medio de ellos introduciendo luz plena, y Él fue rechazado, especialmente por los líderes religiosos. Él había roto con ellos ahora: allí estaba la clave de Su conducta. "A vosotros os es dado saber", etcétera. La luz fue ocultada a la multitud, y esto debido a que ellos ya habían rechazado las pruebas más claras posibles de que Jesús era el Mesías de Dios. Pero, como Él dice aquí, "a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más". Tal fue el caso con respecto a los discípulos. Ellos ya habían recibido Su persona, y ahora el Señor les supliría con la verdad para guiarlos a avanzar. Pero al que no tiene (el Israel que rechaza a Cristo), aun lo que tiene le será quitado", — la presencia corporal del Señor y la evidencia del milagro pronto desaparecerían. "Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden". (Versículo 13). Esa sentencia judicial de tinieblas que Isaías había pronunciado sobre ellos cientos de años antes iba a ser sellada ahora (véase Isaías 6: 9-10), aunque el Espíritu Santo todavía les presenta un testimonio nuevo. Y este mismo pasaje es citado después para señalar que se trata de una cosa terminada con Israel. Ellos "amaron más las tinieblas que la luz". ¿De qué le sirve la luz a uno que cierra los ojos? Por lo tanto, la luz sería quitada también. "Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron". (Versículos 16, 17).

 

Sigue a continuación la explicación de la parábola. Tenemos presentado a nosotros el significado de "las aves del cielo". No es dejado a ninguna conjetura nuestra. "Cuando alguno oye la palabra del reino (esto era predicado en aquel entonces: no es exactamente la palabra del evangelio", sino "del reino") y no la entiende", etcétera. En Lucas no se la llama "la palabra del reino", ni se dice "no la entiende". Es interesante observar la diferencia porque ella muestra la forma en que el Espíritu Santo ha actuado en este Evangelio. Comparen ustedes con Lucas 13. La primera de estas parábolas nos es presentada en Lucas 8:11. Leemos, "Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios", — no la palabra del reino, sino "de Dios". Hay, obviamente, mucho en común entre las dos; pero el Espíritu tuvo un sabio motivo para usar las diferentes expresiones. Ello sería, más bien, dar una oportunidad a un enemigo, a menos que hubiese habido alguna buena base para ello. Yo repito que es "la palabra del reino" en Mateo, y "de Dios" en Lucas. En este último tenemos, "para que no crean", y en el primero, "para que no… entiendan". (Mateo 13: 15). ¿Qué es enseñado mediante esta diferencia? Es evidente que, en Mateo, el Espíritu Santo tiene particularmente en perspectiva al pueblo judío; mientras que en Lucas el Señor tenía particularmente ante Sí a los gentiles. Ellos comprendían que había un gran reino que Dios estaba a punto de establecer y que estaba destinado a consumir a todos los reinos de ellos. En el caso de los judíos, ya familiarizados con la palabra de Dios, el gran asunto de ellos era entender lo que Dios enseñaba, — lo cual la justicia propia nunca entiende. Ustedes podrían haber sido refutados si hubiesen dicho a un judío: «Tú no crees lo que dice Isaías»; y vendría una pregunta seria: «¿Lo entiendes tú?» Pero para el gentil, que no tenía las "palabras de vida", en lugar de establecer su propia sabiduría, el asunto era creer lo que Dios decía; y esto es lo que tenemos en Lucas. En Mateo, hablando a un pueblo que ya tenía la Palabra, lo importante era entenderla. Esto ellos no lo hicieron. El Señor muestra que si ellos oían con sus oídos, no entendían con sus corazones. Esta diferencia, cuando es conectada con las diferentes ideas y objetivos de los dos Evangelios, es igualmente interesante e instructiva.

 

"Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende". (Versículo 19). Otra verdad solemne que aprendemos a partir de esto: a saber, la gran cosa que impide el entendimiento espiritual es el prejuicio religioso. Los judíos fueron acusados de no entender. No eran idólatras ni abiertamente incrédulos, pero tenían un sistema de religión en sus mentes en el que habían sido entrenados desde la infancia, el cual oscurecía su entendimiento acerca de lo que el Señor estaba sacando a relucir. Lo mismo ocurre ahora. Pero entre los paganos, aunque el estado sea moralmente malo, sin embargo, en el estéril yermo la palabra de Dios puede ser sembrada libremente, y, por gracia, ser creída. Este no es el caso donde las personas han sido criadas en ordenanzas y superstición: allí la dificultad es entender la palabra. "Viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón". La respuesta a las aves, en la primera parábola, como vimos, es el malo que se lleva la palabra del reino tan pronto como ella es sembrada.

 

"Y aquel en quien se sembró la semilla en pedregales, éste es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo". (Versículo  20 - LBA). Allí tienen ustedes el corazón, conmovido en sus afectos, pero sin ejercicio de conciencia. Al instante la palabra es recibida con gozo. Hay una gran alegría al respecto, pero allí termina. Sólo el Espíritu Santo actuando sobre la conciencia es el que presenta lo que las cosas son delante de Dios. "Pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza".

 

Luego tenemos el terreno espinoso: "Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, éste es el que oye la palabra, mas las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto". (Mateo 13: 22 – LBA).  Hay un caso que pudo haber parecido prometedor por un tiempo; pero la ansiedad acerca de este mundo o la facilidad halagadora de la prosperidad aquí abajo le hicieron infructuoso, y todo se acaba. "Pero aquel en quien se sembró la semilla en tierra buena, éste es el que oye la palabra y la entiende" (en todo se trata de entendimiento espiritual) "éste sí da fruto y produce, uno a ciento, otro a sesenta y otro a treinta". (Mateo 13: 23 – LBA).

 

Llegamos ahora a la primera de las semejanzas del reino de los cielos. La parábola del sembrador fue la obra preparatoria de nuestro Señor en la tierra. "Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue". (Versículos 24, 25), — exactamente lo que ha sucedido en la profesión de Cristo. Hay dos cosas necesarias para la irrupción del mal entre los cristianos. La primera es la falta de vigilancia de los propios cristianos. Ellos caen en un estado de descuido, se duermen; y el enemigo viene y siembra cizaña. Esto comenzó en una época temprana en la cristiandad. Nosotros encontramos los gérmenes incluso en el libro de los Hechos, y aún más en las Epístolas. 1ª Tesalonicenses es la primera epístola inspirada que el apóstol Pablo escribió; y la segunda fue escrita poco tiempo después. Él les dice allí que el misterio de iniquidad estaba ya en acción; que la apostasía y el hombre de pecado iban a seguir; y que cuando la iniquidad se manifestara plenamente (en lugar de actuar en secreto), entonces el Señor daría fin al inicuo y a todo lo involucrado. El misterio de iniquidad es análogo a la siembra de la cizaña de la que se habla aquí. Algún tiempo después, "Cuando el trigo brotó y produjo grano", — cuando el cristianismo comenzó a hacer grandes progresos en la tierra, "entonces apareció también la cizaña". (Mateo 13: 26 – LBA). Pero, es evidente que la cizaña fue sembrada casi inmediatamente después de la buena semilla. Con independencia de cuál sea la obra de Dios, Satanás siempre sigue muy de cerca. Cuando el hombre fue hecho, escuchó a la serpiente, y cayó. Cuando Dios dio la ley, ella fue quebrantada incluso antes de que fuera depositada en manos de Israel. Tal es siempre la historia del hombre.

 

Así que el daño es hecho en el campo, y nunca es reparado. La cizaña no es arrancada del campo, por el momento: no hay juicio sobre ella. ¿Significa esto que vamos a tener cizaña en la Iglesia? Si el reino de los cielos significara la Iglesia, no debiese haber ninguna disciplina en absoluto: la inmundicia de carne o de espíritu, los blasfemos, los borrachos, los adúlteros, los cismáticos, los herejes, los anticristos, tendrían que estar permitidos dentro de ella. Aquí está la importancia de ver la distinción entre la Iglesia y el reino. De la cizaña que ahora está en el reino de los cielos el Señor dice: "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega" (Versículo 30), es decir, hasta que Él venga en juicio. Si el reino de los cielos fuera lo mismo que la Iglesia, esto equivaldría, yo reitero, nada menos que a esto: a saber, que ningún mal, por muy flagrante o evidente que sea, ha de ser sacado de la Iglesia hasta el día del juicio. Vemos, entonces, la importancia de hacer estas distinciones que demasiados desprecian. Ellas son sumamente importantes para la verdad y la santidad; y no hay una sola palabra de Dios de la que podamos prescindir.

 

Pero esta parábola no tiene nada que ver con el asunto de la comunión eclesiástica. De lo que se habla es del "reino de los cielos", el escenario de la confesión de Cristo, sea ella verdadera o falsa. Así, griegos, coptos, nestorianos, católicos romanos, así como protestantes, están en el reino de los cielos; no sólo los creyentes, sino todos aquellos que profesan externamente el nombre de Cristo. Algunos pueden ser inmorales o herejes, y aun así ellos no han de ser sacados del reino de los cielos. Pero surge la pregunta, ¿sería correcto recibir a los tales a la mesa del Señor? ¡Dios no lo permita! La Iglesia (la asamblea de Dios) y el reino de los cielos son dos cosas diferentes. Una persona que cae en pecado abierto no debe ser permitida a la comunión de la Iglesia; pero ustedes no pueden sacarlo fuera del reino de los cielos. De hecho, ello sólo podría ser hecho quitándole la vida; porque el desarraigo de la cizaña involucra esto. Y en esto es en lo que cayó el cristianismo mundano en un espacio de tiempo no muy largo después de que los apóstoles partieran de la tierra. Castigos temporales para la disciplina fueron introducidos; leyes fueron dictadas con el fin de entregar a los refractarios al servil poder civil. Si ellos no honraban a la llamada «iglesia», no se les debía permitir vivir. Así, el mismo mal en contra del cual nuestro Señor había estado protegiendo a los discípulos llegó a suceder: y el emperador Constantino utilizó la espada para reprimir a los culpables eclesiásticos. Él y sus sucesores introdujeron castigos temporales para lidiar con la cizaña, para tratar de desarraigarla. Tomen ustedes a la iglesia de Roma, donde ustedes tienen que se confunde tan completamente a la Iglesia con el reino de los cielos: si un hombre es hereje ellos afirman categóricamente que hay que entregarlo a los tribunales del mundo para que lo quemen; y ellos nunca confiesan o corrigen el error porque ellos pretenden ser infalibles. Suponiendo que sus víctimas incluso fuesen cizaña, esto es para sacarlos fuera del reino. Si ustedes arrancan una cizaña del campo, la matan. Puede haber hombres afuera profanando el nombre de Dios; pero debemos dejarlos para que Dios lidie con ellos.

 

Para la responsabilidad cristiana hacia los que rodean la mesa del Señor tenemos enseñanzas completas en lo que está escrito acerca de la Iglesia. "El campo es el mundo" (Mateo 13: 38); pero la Iglesia incluye solamente a los que son miembros del cuerpo de Cristo. Tomen ustedes 1ª Corintios, donde el Espíritu Santo nos presenta el orden de la casa de Dios y su disciplina. Suponiendo que algunos de los que están allí son culpables de pecado no arrepentido, tales personas no deben ser admitidas mientras continúen en ese pecado. Un santo verdadero puede caer en pecado abierto, pero la Iglesia, conociendo esto, está obligada a intervenir para expresar el juicio de Dios sobre el pecado. Si ellos permitieran deliberadamente que alguien así viniera a la mesa del Señor, ellos harían efectivamente al Señor partícipe de ese pecado. El asunto no es si acaso la persona se ha convertido o no. Si son inconversos, los hombres no tienen por qué estar en la Iglesia; y si se han convertido, el pecado no debe ser ignorado. Los culpables no son sacados fuera del reino de los cielos; ellos deben ser sacados fuera de la Iglesia. De modo que la enseñanza de la palabra de Dios es muy clara en cuanto a estas dos verdades. Es incorrecto usar castigos mundanos para lidiar con una persona inicua en asuntos espirituales. Yo puedo procurar el bien de su alma y mantener la honra de Dios con respecto al pecado, pero esto no es motivo para usar el castigo mundano. Los inconversos serán juzgados por el Señor en Su aparición. Esta es la enseñanza de la parábola de la cizaña; y ella presenta una visión muy solemne del cristianismo. Hay un remedio para el mal que entra en la Iglesia, pero no todavía para el mal en el mundo.

 

Este es el único Evangelio que contiene la parábola de la cizaña. Lucas presenta la levadura. Mateo tiene también la cizaña. Ella enseña particularmente la paciencia para el presente, en contraste con los tratos judiciales judíos, así como con la justa expectativa de ellos acerca de un campo despejado bajo el reinado del Mesías. Los judíos dirían: «¿Por qué debemos permitir a los enemigos, herejes impíos?» Incluso cuando nuestro Señor estaba aquí abajo y algunos samaritanos no Le recibieron, Jacobo y Juan quisieron ordenar que bajara fuego del cielo para que los consumiera. Pero el Señor no había venido para juzgar en aquel entonces sino para salvar. El juicio del mundo debe esperar Su regreso. (Véase Lucas 9: 51-56).

 

Pero, tenemos más. "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero". (Versículo  30). Por tanto, los santos celestiales van a ser recogidos en el granero del Señor para ser sacados de la tierra al cielo. Pero, el "tiempo de la siega" insinúa un cierto período ocupado con los diversos procesos de recolección. No se dice que el trigo ha de ser atado en manojos para ser llevado al cielo. No hay ninguna insinuación de algún trabajo preparatorio especial acerca de los santos antes de que ellos sean recogidos. Pero sí hay un trato de Dios con la cizaña. Los ángeles van a recoger la cizaña y la atará en manojos antes de que el Señor la elimine del campo. Yo no pretendo decir la manera en que eso será, o si el sistema de asociaciones en el día actual no puede preparar el camino para la acción final del Señor en cuanto a la cizaña. Pero el principio de la asociación mundana está creciendo rápidamente.

 

La parábola del campo sembrado había demostrado plenamente lo que debió ser un golpe inesperado para los pensamientos de los discípulos, a saber, que la época que se iniciaba, en lo que respecta a la mantención de la gloria de Dios por parte del hombre, fracasaría tan completamente como la dispensación pasada. Israel había deshonrado a Dios; ellos no habían producido liberación sino vergüenza y confusión en la tierra; habían fracasado bajo la ley, y rechazarían la gracia tan completamente que el Rey se vería obligado a enviar Sus ejércitos para destruir a esos homicidas y quemar la ciudad de ellos. Pero, si iba a haber una nueva obra al reunir a los discípulos al nombre de Jesús por medio de la palabra que se les predicaba, ¿iba eso a estropearse también en manos del hombre? La salvación de las almas está verdaderamente segura en las manos de Dios; pero la prueba de lo que está encomendado a la responsabilidad del hombre resulta ahora, como siempre, un completo fracaso. El hombre fue destituido de la gloria de Dios en el Paraíso, y fuera de él corrompió su camino y llenó la tierra de violencia. Después, Dios escogió un pueblo para ponerlos a prueba, y ellos fracasan. Y ahora llegó la nueva prueba: ¿Qué sería de los discípulos que profesaban el nombre de Cristo? La respuesta ha sido dada: leemos, "Mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña"; y el anuncio solemne declara que ningún celo por parte de ellos podría remediar el mal. Ellos mismos podrían ser fieles y vehementes; pero el mal que ha sido hecho por la introducción de la cizaña, — es decir, falsos profesantes del nombre de Cristo, — nunca será erradicado. El Señor habla, evidentemente, del vasto campo de la profesión cristiana y del triste hecho de que el mal iba a ser introducido desde el principio mismo; y, una vez introducido, nunca sería expulsado hasta que el Señor mismo regresa a juzgar, y por medio de Sus ángeles recoja la cizaña en manojos para quemarla, mientras el trigo es recogido en el granero.

 

Si la Iglesia está en nuestros pensamientos al leer Mateo 13, entonces nosotros nunca entenderemos el capítulo. Leemos, "El campo es el mundo" (Mateo 13: 38), — es decir, la esfera donde el nombre del Señor es profesado, y que se extiende mucho más allá de lo que podría ser llamado, la Iglesia. Podría haber, y hay, muchas personas que se llaman a sí mismas cristianas, y sin embargo muestran mediante sus modos de obrar que no hay fe real en ellas. A estos se les llama "cizaña". Hay muchos, de quienes nadie cree que han nacido de Dios, que, sin embargo, se horrorizarían si fuesen considerados como incrédulos. Ellos reconocen a Cristo como el Salvador del mundo, el verdadero Mesías, pero ello es tan inoperante en sus almas como lo fue en quienes creyeron en Cristo cuando vieron los milagros que Él hizo (Juan 2:23). Jesús mismo no coincide con los tales ahora, de la misma manera en que Él no lo hizo en aquel entonces.

 

La parábola siguiente insinúa que el mal no sería simplemente una profesión falsa entremezclándose, sino que seguramente algo muy diferente seguiría a continuación. Ello podría estar relacionado con la cizaña, y crecer a partir de ella; pero se necesitaba otra parábola para explicarlo. Comenzando con el núcleo más pequeño, más humilde en lo que respecta a este mundo, iba a existir aquello que asumiría vastas proporciones en la tierra, lo cual echaría sus raíces profundamente entre las instituciones de los hombres, y se elevaría hasta llegar a ser un sistema de vastos poder e influencia terrenales. Este es el grano de mostaza que brota hasta hacerse un gran árbol, en cuyas ramas vienen y hacen nido las aves del cielo. El Señor había explicado ya estas últimas como siendo el malo , o sus emisarios. (Compárese con versículos 4 y 19.) Nosotros nunca debemos apartarnos del significado de un símbolo en un capítulo a menos que haya algún motivo nuevo y expreso para ello, lo cual en este caso no aparece. Por tanto, nosotros tenemos la más pequeña de todas las semillas que crece hasta hacerse algo parecido a un árbol; y de este pequeñísimo comienzo surge un tallo con ramas lo suficientemente espaciosas como para dar albergue y morada a las aves del cielo. ¡Qué cambio para la profesión cristiana! El destructor está instalado ahora en su seno.

 

Luego sigue la tercera parábola, de nuevo de una naturaleza diferente. No se trata de una semilla, buena o mala. No es lo pequeño que ahora se vuelve altivo y grande, un poder protector en la tierra, ¿y para qué? Pero encontramos aquí que habría propagación de doctrina en el interior, — encontramos el término "levadura", utilizado aquí, así como en otros lugares, en lugar de "doctrina". Por ejemplo, tenemos "La doctrina de los fariseos y de los saduceos", que nuestro Señor llamó "levadura". (Mateo 16: 5-12). El pensamiento aquí es para simbolizar lo que se propaga e impregna lo que está expuesto a ello. "El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado". Versículo  33). No es legítimo asumir que las tres medidas de harina significan el mundo entero, como muchos han hecho, y aún lo hacen. [Véase nota 10]. No es habitual encontrar la verdad entendida de tal manera. Sabemos lo que el corazón es, y podemos inferir que la doctrina que se propaga tan completamente bajo el nombre de Cristo debe estar muy alejada de su pureza original cuando llega a ser bien acogida por las masas de los hombres.

 

[Nota 10]. Si nosotros acudimos solamente a la Escritura como su propio intérprete, las "tres medidas de harina" de la parábola nos remitirían naturalmente a las ofrendas vegetales, o de cereal, prescritas en la ley. Ellas debían ser alimentos para los sacerdotes, comidas en el lugar santo, sin levadura. Véase Levítico 6: 14-17, y 1ª Corintios 5: 8.

 

Además, hemos visto la cizaña, — lo cual no implica nada bueno, — mezclada con el trigo. Hemos tenido la semilla de mostaza crecida hasta hacerse  un árbol, y albergando extrañamente a las aves del cielo, las cuales antes comieron la semilla que Cristo sembró. Además, siempre que la "levadura" aparece simbólicamente en la palabra de Dios, nunca es empleada excepto para caracterizar la corrupción que tiende a obrar activamente y a propagarse; de modo que no se debe asumir que ella sea la extensión del evangelio. Yo no dudo de que el significado es un sistema de doctrina que llena y da su tono a una determinada masa de hombres. Por otra parte, el evangelio es la semilla, — la semilla incorruptible, — de vida, por ser ella el testimonio que Dios presenta de Cristo y de Su obra. La levadura en ninguna parte tiene que ver con Cristo o con dar vida, sino expresamente lo contrario. Por lo tanto, no hay la menor analogía entre la acción de la levadura y la recepción de la vida en Cristo por medio del evangelio. Creo que la levadura describe aquí el propagandismo de los dogmas y decretos después de que la cristiandad se convirtió en un gran poder en la tierra (respondiendo al árbol, — que fue el caso, históricamente, en la época del emperador romano Constantino el Grande). Nosotros sabemos que el resultado de esto fue un terrible alejamiento de la verdad. Cuando el cristianismo llegó a ser respetable en el mundo, en lugar de ser perseguido y un vituperio, integró a multitudes de hombres. Un ejército completo fue bautizado al ser dada la orden de hacerlo. La espada fue usada ahora para defender o imponer el cristianismo.

 

"Ninguna ofrenda que ofreciereis a Jehová será con levadura" (Levítico 2: 11), — la mujer aquí en la parábola está haciendo lo que la ley prohíbe estrictamente. Siendo la levadura siempre en la Escritura un tipo de la maldad, ponerla en la harina es introducir mala doctrina en el pan de Dios, — el alimento de Su pueblo. Véase Juan 6: 32, 33.

 

Asimismo, la mujer de esta parábola debería recordarnos a Eva incurriendo en "transgresión"; y aún más a "esa mujer Jezabel, que se dice profetisa", que enseña y seduce a Mis siervos", etcétera (Apocalipsis 2: 20), — de nuevo haciendo lo que está prohibido. Véase 1ª Timoteo 2: 12-14. ¿Por qué deberían los comentaristas interpretar la levadura como el bien propagándose, o el evangelio dominando todo el mundo? Ellos se parecen a los doce en Lucas 18: 31-34, a quienes el Señor habló de Su rechazo, Sus padecimientos, muerte y resurrección; pero, "ellos nada comprendieron de estas cosas". En sus mentes el reino estaba a punto de ser restaurado a Israel; así que ellos no podían comprender las más claras palabras acerca del rechazo del Mesías. [Las ideas preconcebidas impiden la recepción de la más sencillamente expresada verdad. – Nota del Editor en Inglés.]

 

Observen también ustedes que de este modo la interpretación fluye armoniosamente. Tenemos parábolas dedicadas a cosas distintas, que pueden tener cierto grado de analogía entre sí, y sin embargo, ellas exponen verdades distintas en un orden que no puede sino ser aceptables para una mente espiritual y desprejuiciada. Mucho depende de la debida comprensión de lo que se entiende por, "el reino de los cielos". No olvidemos que ello es simplemente la autoridad del Señor en el cielo reconocida en la tierra. Cuando ello se convierte en algo de lo que el mundo considera como un poder civilizador en la tierra, ya no es el mero campo sembrado con buena semilla que el enemigo puede estropear con mala, sino el árbol imponente, y la levadura en amplia y profunda acción. Tal es la inesperada revelación que hace nuestro Señor. La multitud podría admirar, pero los sabios entenderían. Los discípulos necesitaban ser enseñados acerca de que iba a haber un estado de cosas totalmente diferente de lo que ellos esperaban; que aunque el Mesías había venido, Él se iba a marchar; que mientras Él estuviera en los cielos, el reino sería introducido en paciencia, no en poder, — de manera misteriosa, y aún no a la vista; y que en él se permitiría al diablo obrar igual que antes, sólo que aprovechando su ventaja habitual para estropear y corromper, de manera especial, la nueva verdad y nueva condición que estaba a punto de ser introducida.

 

Entonces, hasta ahora estas parábolas muestran el crecimiento gradual del mal. En primer lugar, hay una mezcla de un poco de mal con una gran cantidad de bien, como en el caso del campo sembrado. Luego, el crecimiento de lo que es alto e influyente desde el humilde origen del cristianismo temprano. En lugar de tener tribulación en el mundo, el cuerpo cristiano se convierte en patrocinador o benefactor, ejerciendo autoridad en él, y los que más aspiran del mundo buscan en dicho cuerpo profesante lo que ellos desean. Después sigue a continuación una gran propagación de la doctrina adaptada a las condiciones del mundo, a medida que la locura del paganismo y la estrechez del judaísmo se hacen más evidentes para los hombres, y cuando sus intereses los arrastraron con el nuevo sistema mundano.

 

Ahora, presten ustedes atención a un cambio. El Señor deja de dirigirse a la multitud, a quienes había tenido en cuenta hasta ahora. Como se dice: "Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba". (Mateo 13: 34).  Pero ahora Jesús despide a la multitud y entra en la casa. Yo llamaría a que ustedes presten atención a esto, porque ello divide las parábolas e inaugura una serie distinta. Las parábolas que siguen a continuación no eran de las que la multitud pudiera ver o adentrarse en ellas. En la separación de estas tres últimas parábolas de las cuatro anteriores tenemos una analogía con las fiestas establecidas en Levítico 23, donde después de la Pascua y de los panes sin levadura, la ofrenda de las primicias y la fiesta de las semanas, las cuales se suceden unas a otras, ustedes tienen una interrupción; después de la cual vienen la fiesta de las trompetas, el día de la expiación y, finalmente, la fiesta de los tabernáculos. El apóstol nos enseña que, "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros", así que tenemos que celebrar la fiesta de los panes sin levadura inseparablemente relacionada con ella. (1ª Corintios 5: 7). Luego tenemos la resurrección de Cristo, — la gavilla de las primicias, seguida de Pentecostés, tal como leemos en Hechos 2: "Cuando llegó el día de Pentecostés". Estas fiestas se cumplen en nosotros los cristianos. Pero la fiesta de las trompetas, el día de la expiación y la fiesta de los tabernáculos, que siguen a las cuatro primeras, sería absurdo aplicarlas a la Iglesia; la aplicación de ellas será para los judíos. Por lo tanto, tal como a la mitad de Levítico 23 la interrupción indica un nuevo orden de temas, así es en este capítulo, donde ello está igualmente señalado. Y si bien las primeras parábolas son aplicables a la profesión externa del nombre de Cristo, las últimas pertenecen especial e íntimamente a lo que concierne a cristianos verdaderos. La multitud no podía adentrarse en ellas. Ellas eran los secretos de la familia, y, por lo tanto, el Señor llama a los discípulos que estaban en el interior de la casa, y allí Él les revela todo.

 

Pero antes de que entre en un nuevo tema, Él presenta más información acerca del  anterior. Los discípulos le preguntan, "Explícanos la parábola de la cizaña del campo". Ignorantes como podían ser, ellos tenían confianza en su Señor, y en que lo que había dicho Él estaba dispuesto a explicarlo. "Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo". (Mateo 13: 38, 39). El Hijo del Hombre y el malo, como ha sido bien recalcado, se oponen entre sí. Como en la Trinidad, nosotros sabemos que hay una parte adecuada que cada Persona bendita lleva en la obra de bendición de ellas, de modo que el triste contraste aparece en el mal afuera. Así como el Padre saca a la luz especialmente Su amor, y separa del mundo mediante la revelación de aquel amor en Cristo; así como ustedes tienen al Espíritu Santo, en contraposición a la carne, el gran agente de toda la gracia, los consejos y los modos de obrar del Padre; así la Escritura habla largo y tendido acerca de que Satanás actúa siempre como el gran antagonista personal del Hijo. El Hijo de Dios ha venido "para deshacer las obras del diablo". El diablo utiliza el mundo para enmarañar a las personas, para excitar la carne, despertando la afición natural del corazón por la honra y la comodidad actuales. En oposición a todo esto, el Hijo de Dios presenta la gloria del Padre como el objetivo para el cual Él obraba por medio del Espíritu Santo.

 

La discriminación recorre con contundencia la explicación del Señor a los discípulos en la casa. En la primera de las parábolas, el bien está completamente separado del mal, pero, en la última de las tres, todo se funde en una masa mediocre. Al principio, todo estaba claro. Por una parte el Hijo del Hombre siembra la buena semilla y el resultado son los hijos del reino. Por otra parte está el enemigo, y está sembrando su mala semilla, — a saber, falsas doctrinas, herejías, etcétera; y el resultado de esto son los hijos del malo. El diablo ha aprovechado la oportunidad brindada por el cristianismo para hacer que los hombres sean peores que si nunca hubiera habido una revelación nueva y celestial. A los ojos de Dios, aquello que lleva falsamente el nombre de Cristo es una cosa más inicua que cualquier otra. Nunca ha sido derramada tanta sangre justa como por la mano de la así llamada religión, y de quienes ella será demandada. Véase Mateo 23: 34-36. El catolicismo romano ha sido la plena consumación de esta religión terrenal. Y todo sistema religioso del mundo tiende a perseguir a todo lo que no esté de acuerdo con él. La amargura y la oposición hacia aquellos que procuran seguir al Señor en nuestro día es la misma clase de cosa que apareció en los horrores de la edad oscura, la edad media, y persiste todavía en la « Congregación para la Doctrina de la Fe» aquello de la inquisición cuando y dondequiera que levante su cabeza.

 

Para continuar: "La siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles". "El mundo" en el versículo 38 no debe ser confundido con "el siglo" en el versículo 39. Se trata de palabras y cosas totalmente distintas. "El siglo" en el versículo 39 significa la edad, la era. Se trata de un curso de tiempo, y no de la mera suma de 100 años. En el versículo 38, "el mundo" significa la esfera en que el evangelio es anunciado; en el versículo 39  "el siglo" es el espacio de tiempo en el que el evangelio avanza o es obstaculizado por el poder del enemigo. La siega es la consumación de la era, es decir, de la época actual, — el tiempo mientras el Señor está ausente, y el evangelio está siendo proclamado en la tierra. La gracia está siendo anunciada activamente ahora. Los únicos medios que Dios emplea para actuar sobre las almas son de tipo moral o espiritual. Los ángeles introducen el juicio providencial; mientras que el evangelio prende a pobres pecadores para salvarlos. El Señor insinúa aquí que se pondrá fin al presente envío de la palabra del reino y que habrá un día en que los efectos de la obra de Satanás deben desarrollarse plenamente y deben ser juzgados. "Los segadores son los ángeles". Nosotros no tenemos nada que ver con la parte judicial, sólo con la propagación del bien; los ángeles, con el juicio de los impíos. "De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo". Lamentablemente, en la versión Inglesa Autorizada de la Biblia (KJV), en el versículo 40 es utilizada la misma palabra para "siglo" que en el versículo 39, donde leemos en ambos versículos la palabra "mundo, world".

 

Muchas Escrituras muestran una época futura y un estado de cosas para el mundo totalmente diferente de lo que el evangelio contempla. Me referiré a una o dos de estas cosas en los profetas. Tomen ustedes Isaías capítulo 11, el cual habla primero de nuestro Señor bajo la figura de un vástago de las raíces de Isaí (Isaías 11: 1). Es evidente que esto es cierto en cuanto a Cristo, ya sea en Su primera o en Su segunda venidas. Él nació como israelita y de la familia de David. Y además, en cuanto al Espíritu Santo reposando sobre Él (Isaías11: 2), nosotros sabemos que esto fue cierto acerca de Él cuando Él fue un hombre aquí abajo: pero, en el versículo 4 encontramos otra cosa pues leemos que, Él "juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra". Si ustedes argumentan que esto es aplicable ahora porque en el reino de los cielos el Señor actúa sobre las almas de los mansos, etcétera, yo les pido que lean unas palabras más: "Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío". (Isaías 11:  4B). ¿Está haciendo esto el Señor ahora? Claramente no. En lugar de matar al impío con el espíritu de Sus labios, ¿acaso no está Él convirtiendo a los impíos mediante la palabra de Su gracia? — en contraste total con lo que está descrito aquí. En Apocalipsis 19 tenemos el mismo período de juicio donde el Señor es visto con una espada saliendo de Su boca. Ello representa el justo juicio ejecutado por la escueta palabra del Señor. Así como Él habló al mundo para existencia, Él hablará a los malos para perdición. Tomando esto como el significado indudable de lo que aquí es mencionado en Isaías, ¿qué infiere ello? —Infiere un estado de cosas muy distinto a lo que tenemos ahora bajo el evangelio: "Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará… No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar". (Isaías 11: 5-9).

 

Todo esto no es lo que tenemos ahora. En lugar de que el mundo se convierta mediante la predicación del evangelio, la Escritura declara enfáticamente que "en los postreros días vendrán tiempos peligrosos" (2ª Timoteo 3: 1); y que en los postreros tiempos no prevalecerá la verdad de Cristo sino la mentira del Anticristo (1ª. Juan 2: 22); no el triunfo de los buenos, sino de los malos, hasta que el Señor extienda Su propia mano; y esto es lo que está reservado para Su aparición y Su reino. "Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío". El Señor no está hiriendo la tierra ahora. Él ha abierto el cielo, pero en breve tomará la tierra. En Apocalipsis ustedes tienen la visión del ángel fuerte, con su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra- (Apocalipsis 10: 1, 2). Se trata del Señor tomando todo el universo bajo su propio gobierno inmediato. En la actualidad el misterio de iniquidad es dejado sin juzgar. Al mal se le permite que siga desenfrenado en el mundo. Pero esto no será para siempre. El misterio de Dios va a ser terminado. Entonces comenzará este asombroso cambio, "la regeneración", como lo llama nuestro Señor (Mateo 19: 28), cuando el Espíritu de Dios sea derramado, y la tierra sea "llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar". (Isaías 11: 9). Pero, hasta que lleguen estos tiempos de refrigerio desde la presencia del Señor, la versión autorizada de la Biblia inglesa (KJV) llama al espacio intermedio el "mundo malo". Así, en Gálatas 1: 4, dicha expresión no se refiere al mundo material, sino al curso moral de las cosas, es decir, a este "presente siglo malo". El nuevo siglo, por el contrario, será glorioso, santo y bienaventurado.

 

A partir del siguiente versículo mismo de Isaías 11, Isaías 11: 11-16, es predicha la restauración del pueblo antiguo de Dios, la recolección de todo Israel así como de Judá. No fue ese el caso al regreso de la cautividad Babilónica. Una pequeña fracción de Judá y Benjamín regresó, y sólo unos pocos individuos de Israel. Las diez tribus son llamadas universalmente «las tribus perdidas»; mientras que, "Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinnar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín;… Y secará Jehová la lengua del mar de Egipto" (Isaías 11: 11-15),  — algo que nunca ha sido hecho, ni tampoco nada parecido. Y "Agitará su mano sobre el río con su viento abrasador, lo partirá en siete arroyos y hará que se pueda pasar en sandalias. Y habrá una calzada desde Asiria para el remanente que quede de su pueblo, así como la hubo para Israel el día que subieron de la tierra de Egipto". (Isaías 11: 15, 16 - LBA). Tanto en el mar de Egipto como en el río Nilo habrá esta gran obra de Dios, sobrepasando lo que Él hizo cuando sacó al pueblo la primera vez por medio de Moisés y Aarón.

 

Esto será el siglo venidero, pero en el presente siglo la cizaña y el trigo han de crecer juntos hasta la siega, que es la consumación de este siglo; y cuando la siega llega, el Señor envía a sus ángeles, "y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad". La separación tiene lugar en aquel entonces, a saber, la cizaña es recolectada y es echada en un horno de fuego y, "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.". Presten ustedes atención a la exactitud de la expresión: "Entonces…resplandecerán"; no dice, «Entonces serán arrebatados». Será una era nueva en la que no se mezclarán los buenos y los malos: pero la recolección de los impíos para el juicio cierra esta era, a fin de que los buenos sean bendecidos en la siguiente.

 

De modo que tenemos aquí la región superior, llamada el reino del Padre; y la inferior, el reino del Hijo del Hombre. "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad". A estos ni siquiera se les permite estar en la tierra, sino que son echados en un horno de fuego. "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre". Ambos son "el reino de Dios". ¡Qué perspectiva tan gloriosa! ¿No es un dulce pensamiento que incluso esta escena actual de ruina y confusión va a ser libertada? ¿que Dios va a tener el gozo de Su corazón, no sólo al llenar los cielos con Su gloria, sino en que el Hijo del Hombre sea honrado en el lugar mismo donde Él fue rechazado?

 

Pero, consideremos ahora la parábola siguiente. "El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo". (Versículo  44). Esta es la primera de las nuevas parábolas dentro de la casa. El Señor no muestra allí el estado de cosas que se encuentra bajo la profesión pública del nombre de Cristo, sino las cosas ocultas, o las que necesitan discernimiento. Se trata de un tesoro escondido en un campo, que un hombre halla y esconde, y por gozo vende todo lo que tiene y compra el campo. Yo soy consciente de que la costumbre de las personas es aplicar esto a un alma que encuentra a Cristo. Pero preguntémonos, ¿qué hace el hombre de la parábola? Él vende todo lo que tiene para comprar el campo. ¿Es esta la forma en que un hombre se salva? Si es así, la salvación no es un asunto de fe, sino de renunciar a todo para ganar a Cristo, lo cual no es gracia, sino obras llevadas a lo sumo. Cuando un hombre tiene a Cristo, indudablemente renunciaría a todo por Él. Pero estos no son los términos en los que un hombre recibe por primera vez a Cristo para la necesidad de su alma. Pero esto no es todo: hemos aprendido que "El campo es el mundo". Entonces surge la pregunta, ¿debo yo comprar el mundo para obtener a Cristo? Esto sólo muestra las dificultades en las que caemos siempre que nos alejamos de la sencillez de la Escritura. El propio Señor confuta tal interpretación. Él muestra que hay un Hombre, uno solo, que vio este tesoro en medio de la confusión. Se trata de Él mismo, que renunció a todos Sus derechos para que Él pudiera tener pecadores lavados en Su sangre y redimidos para Dios; fue Él quien compró el mundo para adquirir el tesoro que él valoraba. Las dos cosas son presentadas claramente en Juan 17: 2, donde leemos, Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste". Allí está el tesoro: "Todos los que le diste". Él compra todo, el mundo exterior, para poseer este tesoro escondido.

 

Pero, además, "El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró". (Mateo 13: 45, 46 – LBA). La parábola del tesoro escondido no comunicaba suficientemente lo que los santos son para Cristo. Porque el tesoro podría consistir en cien mil piezas de oro y plata. ¿Y cómo podía esto indicar la bienaventuranza y la hermosura de la Iglesia? El mercader encuentra "una perla de gran valor". El Señor no ve solamente la preciosidad de los santos, sino la unidad y la hermosura celestial de la asamblea. Cada santo es precioso para Cristo; pero, "Él amó a la Iglesia, "y se entregó a sí mismo por ella". (Efesios 5: 25). Eso es lo que se ve aquí, —  "Una perla de gran valor". No dudo en lo más mínimo que el espíritu del símil puede ser aplicable a todo cristiano; pero creo que su intención es exponer la hermosura de la Iglesia a los ojos de Cristo. ¿Acaso no podría ser dicho plenamente de un hombre que se despierta para creer en el evangelio que «él está buscando buenas perlas»? Y antes de la conversión el pecador se alimenta más bien de algarrobas con los cerdos. (Véase Lucas 15: 16). Aquí se trata de uno que busca "buenas perlas", lo cual ningún hombre inconverso ha buscado alguna vez realmente. No hay ninguna posibilidad de aplicar estas parábolas excepto al propio Señor. Cuán bienaventurado es que en medio de toda la confusión que el diablo ha causado, Cristo ve en Sus santos un tesoro y la hermosura de Su Iglesia, ¡a pesar de todas las debilidades y el fracaso!.

 

A continuación tenemos que se pone término a todo en la parábola de la red que es echada al mar. (Versículos 47-50). Se trata de una figura utilizada para recordarnos que nuestras energías y deseos deben dirigirse hacia aquellos que están flotando en el mar del mundo. La red es echada al mar, y recoge de toda clase, "y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera". Y, ¿Quiénes son "los que la sacan a la orilla? Nosotros nunca encontramos a los ángeles recogiendo lo bueno, sino siempre apartando a los inicuos para el juicio. Los pescadores eran hombres, tal como los siervos de la primera parábola. Pero no es sólo el evangelio lo que tenemos aquí. La red recoge de toda clase. Se nos muestra que de toda clase, antes de que el Señor regrese en juicio, iba a haber una poderosa operación del Espíritu a través de los pescadores de hombres, reuniendo santos de una manera sin precedentes. ¿Acaso no es posible que el espíritu de esto esté ocurriendo ahora? El evangelio está saliendo con notable poder por todas las tierras. Pero hay otra acción, — a saber, la recolección y reunión de lo bueno y la colocación en cestas. Lo malo es echado fuera; pero esto no es el fin de ellos pues leemos, "Saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego". Los ángeles se ocupan siempre de los inicuos; los siervos, de los buenos. Separar a los malos de entre los justos no es en absoluto el trabajo de los pescadores; y que ellos echen fuera a los malos no es lo mismo que el horno de fuego. [Véase nota 11].

 

[Nota 11]. En el folleto, "Los Misterios del Reino de los Cielos", de F. W. Grant, se da luminosidad al significado de estas tres parábolas. El "tesoro escondido en el campo", que representa a Israel, el "tesoro peculiar" de Jehová ("Porque Jehová ha escogido a Jacob para sí, a Israel como su tesoro especial", Salmo 135: 4 – KJV - RVA - VM) - buscado por el Señor, el cual adquiere el derecho sobre el campo y el tesoro mediante Su humillación y Sus padecimientos hasta la muerte; y guarda ahora el tesoro escondido para un día futuro.

 

Luego, "la perla de gran precio", — es decir,  la Iglesia que Él ama y por la cual Él "se entregó a sí mismo", y Él mismo se adornará con ella como Su compañera y esposa, en la gloria celestial.

 

Después, la "red" echada en el mar gentil después de que la Iglesia sea "arrebatada" para encontrarse con su Esposo, — y el Evangelio del Reino saliendo y reuniendo una multitud, para ser clasificada por los administradores del gobierno de Dios al final de ese breve período de tiempo].

 

[Nota del editor en Inglés]. Recomendamos al lector el folleto mencionado , así como la "Biblia Numérica", acerca de los Evangelios, del mismo autor.

 

Al comentar los capítulos 8 y 9 de nuestro Evangelio ya han sido señalados algunos casos sorprendentes de desplazamiento. De este modo, los incidentes de la travesía del lago en la tempestad, de los endemoniados curados, de la hija de Jairo resucitada y de la mujer sanada en el camino, pertenecen, como asuntos de historia, al intervalo entre las parábolas de las que nos hemos ocupado últimamente y el desprecio a nuestro bendito Señor, lo cual nuestro evangelista procede a registrar en orden sucesivo. Yo he tratado de explicar el principio por el cual, según creo, el Espíritu Santo se complació en actuar al organizar así los acontecimientos como para revelar de manera más vívida el ministerio Mesiánico de nuestro Señor en Israel, con Su rechazo y sus consecuencias. Por eso que habiendo sido los hechos intermedios insertados en esa porción anterior, la incredulidad de Israel en presencia de Su enseñanza sigue a continuación de manera natural. Él estaba en Su propia tierra y les enseñaba en sus sinagogas; pero el resultado, a pesar del asombro ante Su sabiduría y Sus obras poderosas, es la pregunta despectiva, "¿No es éste el hijo del carpintero?... Y se escandalizaban de él". Él es un profeta, pero sin honra en Su propia tierra y en Su casa. La manifestación de la gloria no es negada; pero Aquel en quien ella se manifestaba no es recibido conforme a Dios, sino juzgado según la vista y las aprensiones de la naturaleza. (Mateo 13: 54-58).

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 14

 

Y esto que hemos comentado al final del capítulo anterior no es toda la triste verdad. Alrededor de este tiempo los doce fueron enviados. Esto lo tuvimos en el capítulo 10 formando parte de la serie especial de acontecimientos trasplantados en esa parte del Evangelio; pero, en su momento, siguió el juicio carnal por parte del pueblo ejercido sobre Cristo. La misión de ellos fue presentada de manera hermosa antes por Mateo como para completar el retrato de la paciente gracia perseverante de Cristo para con Israel, así como para dar testimonio de los derechos de Su persona como Jehová, el Señor de la mies. Por consiguiente, aquí el hecho es omitido, pero aparece el efecto. "En aquel tiempo Herodes el tetrarca oyó la fama de Jesús, y dijo a sus criados: Este es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes". (Versículo 1).

 

Esto brinda la ocasión al Espíritu de Dios para contar la historia (versículos 3-12) de la extinción del testimonio de Juan el Bautista en su propia sangre. No sólo se trataba de un pueblo cegado, sino que en medio de él gobernaba un falso  y arrebatado rey, el cual no temió primero encarcelar, y finalmente dar muerte, a aquel bienaventurado testigo de Dios. No es que él no temiera a la multitud (versículo 5); pues sus pasiones le habrían impulsado a realizar el acto; ni que no tuviera tristeza y escrúpulos cuando llegó el momento (versículo 9); pero, ¿de qué pueden servir estas cautelas contra las asechanzas y el poder de Satanás? Por muy malo que fuera Herodes él no carecía del todo de conciencia, y la predicación de Juan había llegado a ella, al menos hasta el punto de inquietarlo. Pero el resultado fue lo que podía esperar uno que sabe que hay un enemigo detrás de la escena, que aborrece todo lo que es de Dios, y que incita al hombre a ser su esclavo y enemigo de Dios, en la gratificación de la pasión y el mantenimiento de una honra peor que la vanidad. ¡Qué percepción del mundo y del corazón tenemos aquí de parte de Dios! Y con qué santa sencillez es puesto de manifiesto todo lo que sería provechoso para nosotros oír y sopesar. "El hombre no permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen. ¡Este es su camino; tal es su locura! mas después de ellos, los hombres se complacerán en sus dichos. (Pausa.) Como manada de ovejas son conducidos al sepulcro; la muerte los pastorea; pero los rectos tendrán el dominio sobre ellos por la mañana". (Salmo 49: 12-14) – VM). Así cantaba el salmista, y ciertamente era correcto y era de Dios. "Y (el rey) ordenó decapitar a Juan en la cárcel. Y fue traída su cabeza en un plato, y dada a la muchacha; y ella la presentó a su madre". (Versículos 10, 11). Así es el hombre, y así es la mujer, sin Dios.

 

Cuando la noticia acerca de la muerte de Juan fue traída al Señor, Él indica de inmediato Su sentido acerca del acto: leemos, "Se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le siguió". No había ninguna insensibilidad en Él, a pesar de Su longanimidad y Su gracia. Él sintió el grave agravio hecho a Dios y a Su testimonio y a Su siervo. Ello fue el presagio de una tempestad aún más violenta y de un hecho de sangre mucho más oscuro, — a saber, el terrible pecado de Su propio rechazo. Él no quiso apresurar el momento, sino que se retira. Él fue un sufriente, un sufriente perfecto, así como un sacrificio; y aunque Sus padecimientos alcanzaron su punto álgido en esa hora tan solemne en la que llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, sería ignorar mucho si nosotros limitáramos nuestros pensamientos y sentimientos acerca de Su amor y de Su gloria moral a Su agonía final. El Señor, entonces, sintió mucho más el mal, por Su amor desinteresado y Su inmaculada santidad. El mal siempre se siente más en la presencia de Dios, donde Jesús sentía todo. La obra de rechazo continúa.

 

¿Interrumpió este profundo sentido en Su espíritu acerca del creciente poder del mal en Israel el curso de Su amor? Ni mucho menos. "Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos". (Versículo 14). Que la incredulidad homicida actúe como ella pueda, Él era Jehová, presente aquí abajo en humillación, pero en divinos poder y gracia.

 

Los discípulos poco aprovechan Su gracia y dejan poco espacio para la exhibición de Su poder benéfico. De modo que cuando anochecía, "se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer". (Versículo 15). ¡"Despide a la multitud"! — ¿Qué? ¿Alejarse de Jesús? ¡Qué propuesta! La grandeza de la estrechez, la urgencia de la necesidad, la dificultad de las circunstancias, cosas que para la incredulidad son tantos motivos para que los hombres hagan lo que puedan, son, para la fe, mucho más la solicitud y la ocasión para que el Señor muestre lo que Él es. "Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer". ¡Oh, la torpeza del hombre! — ¡la insensatez y la lentitud de corazón de los discípulos para creer todo! Y sin embargo, amados amigos, ¿acaso no lo hemos visto? ¿No hemos comprobado lo mismísimo en nosotros? ¡Qué falta de cuidado por los demás! ¡Qué medición de sus necesidades, al olvidar a Aquel que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra, y quien, en el mismo aliento que nos lo asegura, nos ha enviado a satisfacer las necesidades más profundas de las almas oscurecidas por el pecado!

 

"Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces". ¡Ah! ¿estaban ellos, estamos nosotros, tan ciegos como para pasar por alto que no se trata de lo que tenemos, sino de a quién tenemos? Jesús es nada para la carne, incluso para la de los discípulos.

 

Él dijo: "Traédmelos acá". Oh, ojalá que haya más sencillez en llevar toda carencia y toda insuficiente provisión a Aquel que va a proveer, no sólo para nosotros, sino para todas las exigencias de Su amor; contar con Él más habitualmente como Aquel que no puede actuar de manera indigna de Él..

 

"Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños". (Versículos 19-21).

 

¡Qué bienaventurada es la escena, y de qué manera resplandece la perfección de Cristo a través de toda ella! En nada Él se aparta de la gracia, a pesar de la reciente exhibición de odio homicida en Herodes; pues el hecho mismo de retirarse Él aparte ante ello no es más que un paso más en la senda de Su dolor y Su humillación; y sin embargo allí, en el lugar desierto, para esta gran multitud atraída por sus necesidades, surge este sorprendente testimonio. ¿No deberían ellos haberse persuadido con seguridad acerca de quién y qué era Él? Jehová había elegido a Sión, — y la ha deseado como morada Suya (Salmo 132: 13 - VM), — Él había dicho: "Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré, porque la he deseado". (Salmo 132: 14 – VM). Pero ahora estaba allí un edomita, el esclavo de un gentil voraz (Roma); y el pueblo lo consentía, y los sumos sacerdotes no tardarían en gritar: "No tenemos más rey que César". (Juan 19: 15). Sin embargo, el Rechazado extiende una mesa en el lugar desierto, bendice abundantemente la provisión de Sión y a sus pobres sacia de pan. Puede ser que el milagro no sea el cumplimiento del Salmo 132: 5, pero es el testimonio de que estaba allí Aquel que podía, y aún lo hará, cumplirlo. Él es el Mesías, pero el Mesías rechazado, como siempre en nuestro Evangelio. Él sacia de pan a los pobres de Sión, pero ello es en el lugar desierto, adonde Él se había retirado aparte de la nación incrédula y del voluntarioso rey apóstata.

 

Pero ahora comienza un cambio en nuestra visión. Porque, "En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo". (Versículos 22, 23). La corona no iba a florecer aún sobre Él. (Véase Salmo 132: 18). Él debía dejar a Su pueblo antiguo a causa de su incredulidad y tomar una nueva posición en lo alto, y también llamar a un remanente a otro estado de cosas. Rechazado como Mesías en la tierra, Él no sería un rey por la voluntad del hombre para gratificar los deseos mundanos de cualquiera, sino que Él iría a lo alto, y ejercería allí Su sacerdocio delante de Dios. Se trata de una imagen exacta de lo que el Señor ha hecho. Mientras tanto, si las masas de Israel ("la gran congregación" — véase Salmo 22) son despedidas, Sus escogidos son introducidos en una escena de aflicciones en ausencia de su Maestro durante la noche del día del hombre. "Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario". (Mateo 14: 24).

 

Tales fueron algunas de las consecuencias del rechazo de Cristo. Apartado en lo alto, y no en el lugar aparte, Él ora por los Suyos; separado en cuanto a lugar, y sin embargo y en verdad mucho más cerca, Él ora por los discípulos dejados solos para la apariencia exterior. Ellos son "los que habían de ser salvos", los escogidos, compañeros de Su propia humillación mientras la nación Le despreciaba.

 

"Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?"  (Versículos 25-31). Sin explayarme ahora acerca de la lección moral con la que todos estamos más o menos familiarizados, unas pocas palabras acerca de las enseñanzas típicas comunicadas por medio del pasaje pueden ser bienvenidas.

 

Él dejará Su lugar de intercesión en lo alto y se reunirá con Sus discípulos cuando las aflicciones y perplejidades de ellos sean más profundas. El monte, el mar, la tempestad y la calma, la oscuridad y la luz, todas estas cosas son, en cuanto a seguridad, lo mismo para Cristo; pero Su participación en la angustia es el terror de la mente natural. Al principio, incluso los discípulos "se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo", sólo acalladas por la señal de Su pronta presencia. Esto apenas va más allá de las circunstancias y la condición del remanente judío. Si hay alguna parte que lo hace, ello es mostrado en Pedro, quien, a la palabra de Jesús sale de la barca (la cual presenta el estado común del remanente), y va al encuentro del Salvador fuera de todo apoyo de la naturaleza. A nosotros nos corresponde cruzar el mundo mediante el poder divino pues por fe andamos, no por vista. (2ª Corintios 5: 7). El viento no se acalló, las olas eran tan amenazantes como siempre; pero, ¿acaso no había oído Pedro aquella palabra , "Ven", y no fue ella suficiente? Ella era amplia como del Señor y Dios de todo. "Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús". Mientras Jesús y Su palabra estuvieran ante su corazón, no había fracaso así como tampoco peligro. "Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!" Pedro fracasó, tal como ha fracasado la Iglesia, en andar hacia Cristo y con Cristo; pero, como en el caso de él así en el nuestro, Cristo ha sido fiel, y nos libró, y nos libra de tan grande muerte, en "quien esperamos que aún nos librará". (2ª Corintios 1: 10). "Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios". (Versículos 32, 33).

 

Jesús vuelve a reunirse ahora con el remanente e inmediatamente la calma sigue a continuación, y Él es reconocido allí como el Hijo de Dios. Y no solamente esto pues ellos "vinieron a tierra de Genesaret. Cuando le conocieron los hombres de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a él todos los enfermos; y le rogaban que les dejase tocar solamente el borde de su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron sanos". (Versículos 34-36). El Señor es recibido ahora con gozo en la escena misma donde antes Él había sido rechazado. Ello es la bendición y la sanación de un mundo angustiado y gimiente como consecuencia de Su regreso en reconocidos poder y gloria.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 15

 

En este capítulo nosotros encontramos evidencias sorprendentes del gran cambio que estaba entrando rápidamente mediante el rechazo de Jesús por parte de Israel. Porque, en primer lugar, tenemos ciertos guías religiosos, "escribas y fariseos de Jerusalén", que tenían las mejores oportunidades espirituales de su nación, y que venían revestidos de todo lo que tenía el sabor de antigüedad y santidad exterior. Estos hombres plantearon la pregunta a nuestro Señor: "¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan". El Señor procede a tratar con la conciencia. Él no entra en una discusión abstracta acerca de la tradición, ni discute con ellos en cuanto a la autoridad de los ancianos, sino que de inmediato Él echa mano del hecho evidente de que, en el celo de ellos por la tradición de los ancianos, se estaban oponiendo de manera categórica al claro y positivo mandamiento de Dios. Yo creo que éste es el efecto invariable de la tradición, con independencia de con quién ella pueda ser encontrada. Si nosotros abordamos la historia de la cristiandad y consideramos cualquier norma que alguna vez haya sido inventada, se encontrará que ella lleva a quienes la siguen a oponerse al pensamiento de Dios. Puede parecer que ello es la cosa más natural posible, y que surge de las nuevas circunstancias de la Iglesia; pero nunca estamos seguros al apartarnos de la palabra de Dios por cualquier otro estándar.

 

Yo no estoy defendiendo ahora la escueta interpretación literal de la Escritura. Un determinado proceder que la palabra de Dios impone a Sus santos para lidiar con un mal puede no ser el deber de ellos en otra crisis. Nuevas circunstancias modifican la senda que la Iglesia debiera seguir. Si ustedes aplicaran las instrucciones dadas para juzgar la inmoralidad al error fatal que afecta a la persona de nuestro Señor, ustedes tendrían una medida de disciplina muy insuficiente. La falsa doctrina no afecta la conciencia natural como la afecta la conducta grosera. Es más, demasiado a menudo ustedes pueden encontrar a un creyente arrastrado por sus afectos para excusar a los que son fundamentalmente heterodoxos. Toda clase de dificultades llenan la mente donde el ojo no es realmente sencillo. Muchos que no sostuvieran falsa doctrina podrían estar involucrados así. Si yo sostengo el principio de no tratar con nadie más que con aquel que no trae la doctrina de Cristo, ello no servirá; porque puede haber otros confundidos con ella. Preguntémonos, ¿qué es cualquier individuo, qué es incluso la Iglesia, en comparación con el Salvador, el Hijo del Padre? Consecuentemente, la norma establecida por el Espíritu para vindicar la persona de Cristo de los blasfemos agresores, o de sus partidarios, es mucho más rígida que cuando se trata de corrupción moral, aunque ella siempre sea tan mala.

 

Además, hay una fuerte tendencia a estereotipar nuestra práctica anterior, y cuando surge algún mal nuevo, insistir en lo que fue hecho antes, o generalmente, sin preguntar de nuevo a Dios y escudriñar en Su palabra en vista del caso real que tenemos ante nosotros y de nuestra responsabilidad. Se necesita el espíritu de dependencia para andar correctamente con Dios. En la palabra escrita de Dios hay lo que responderá a toda demanda; pero cada caso debería ser una ocasión renovada para consultar esa palabra en Su presencia, que es Aquel que la dio. A las personas le gusta ser coherentes consigo mismas, y asirse de las opiniones y prácticas anteriores.

 

Nuestro Señor, en este lugar, afirma que la deferencia a la mera tradición humana conduce a la desobediencia directa de la voluntad de Dios. Lavarse las manos podía a ver parecido un acto muy apropiado. Nadie podía pretender que la Escritura lo prohibiera; y, sin duda, los doctores de la ley judíos podían insistir en su gran trascendencia. Ellos podían argumentar muy bien lo calculado que dicha tradición estaba para mantener ante sus mentes la pureza en la que Dios insiste, y especialmente que nunca debiésemos recibir nada de Su mano sin quitar toda la contaminación de la nuestra. Ellos podían razonar así a un pueblo que amaba toda rutina exterior. En cualquier caso, ellos podían decir: «¿cuál era el daño que producía esa tradición?» Pero nuestro Señor simplemente llega a esta consecuencia: "¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" Por medio de la tradición de ellos, ellos mismos desobedecían a Dios. El mandamiento de honrar al padre y a la madre era el primer mandamiento con promesa, como dice el apóstol al escribir a los Efesios. Otros mandamientos tenían la amenaza de muerte anexa a ellos; este mandamiento llevaba la promesa de una larga vida sobre la tierra (Éxodo 20: 12). El razonamiento del apóstol es que si un niño judío no sólo estaba obligado a venerar a sus padres sino que era alentado por tal promesa, cuánto más debe obedecerles un niño cristiano, — no meramente en la ley, sino en el Señor.

 

El Señor, entonces, confronta a los fariseos con: "Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente". Honrar a los padres era valorado por Dios; y la falta de respeto era mortal a Sus ojos, — "Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre...". Los judíos habían introducido un truco (para tranquilizar sus conciencias) mediante el cual podían liberarse de la obligación de cumplir con los deberes filiales. Ellos sólo tenían que pronunciar la palabra, "mi ofrenda a Dios" (Corbán), ¡y un padre podía ser olvidado! Sin duda, ella era una de sus tradiciones autorizadas, y para beneficio del sacerdote, pero a los ojos de Dios era una violación directa de Su mandamiento. "Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición". Y esto es lo que la tradición hace habitualmente, ya sea en el catolicismo romano o en otros lugares. Añadir a la Escritura es ruinoso: no importa por quién ello es hecho, o por cualesquiera motivos santos que los hombres puedan alegar; Dios es celoso acerca de ello y no consentirá que Su palabra sea ampliada o enmendada. La revelación está completa, y nuestra sencilla responsabilidad es ser obedientes a la palabra de Dios.

 

Tomen ustedes, por ejemplo, la elección de un ministro. La gente, los cristianos, dicen: «Debemos enviar a buscar ministros y escoger entre ellos quién ha de ser el nuestro.» Yo estoy dispuesto a concebir el cuidado y la conciencia en el ejercicio del juicio de ellos. Pero, ¿dónde está la autorización para elegir a cualquiera para predicar el evangelio o enseñar a la Iglesia? ¿Hay un solo precepto o un solo ejemplo en todo el Nuevo Testamento? Entonces, ¿no previó Dios las dificultades y las necesidades de las congregaciones? Ciertamente Él lo hizo. Entonces, ¿por qué hay ausencia de todas esas instrucciones para ellas? Porque era un pecado hacerlo; no sólo no era Su pensamiento sino que era contrario a dicho pensamiento. No hay un solo caso, ni nada parecido, en la Escritura desde el momento en que el Espíritu Santo fue enviado en Pentecostés. Aun así, la Escritura habla de multitudes de iglesias. Entonces, ¿qué debe hacer una congregación cuando ellos quieren un ministro? ¿Por qué no escudriñar y ver el proceder de la Escritura para satisfacer la necesidad? La dificultad surge de que ellos ya están en una posición falsa. La verdad central de la Iglesia es la presencia del Espíritu Santo. Yo estoy hablando ahora de la asamblea cristiana, en la que el Espíritu está personalmente presente para actuar según Su voluntad en medio de los discípulos allí reunidos con el propósito de glorificar a Dios y exaltar a Cristo. En una reunión tal no surgiría la cuestión de escoger un ministro. Así que, si ustedes toman esta común tradición protestante de escoger un ministro, ello está en clara oposición a la palabra de Dios. Podría ser bueno para una asamblea cristiana sentir la debilidad de ellos. Podría no haber ninguno con un don especial entre ellos: algunos podrían ser capaces de ayudar en la adoración y la oración, aunque no en la predicación o en la enseñanza. Pero el bienaventurado consuelo es que, aunque no hubiera ninguno especialmente dotado en la Palabra, el Espíritu Santo puede edificar a los santos sin ellos. Dios en Su sabiduría puede complacerse en no levantar a nadie en una asamblea en particular, o Él puede enviar allí a dos, tres o más para ministrar. Yo no creo que un solo hombre tenga suficientes dones para la Iglesia. La noción de que una sola persona sea el instrumento exclusivo de las comunicaciones de Dios a Su pueblo es un agravio para ellos y, sobre todo, es un agravio para el Señor. En la Reforma el asunto fue tener la Biblia para que las pobres almas pudieran aprender de Cristo para su salvación. Pero casi todo lo que se conoció de la verdad terminó allí. La Reforma nunca abordó el verdadero asunto acerca de la Iglesia. Los reformadores tuvieron que lidiar con un enemigo muy bronco.  Tuvieron que, por así decirlo, hacer estallar las masas de roca en la cantera; y nosotros no debemos criticar si ellos no pudieron moldear las piedras ni edificarlas con igual habilidad. Pero no debiésemos detenernos en sus tajaduras.

 

Aquí, con los fariseos, no se trató de seguir simplemente la tradición, sino de usarla para complacer al egoísmo hipócrita. "Hipócritas", dice nuestro Señor, "bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí". Los que pretendían tal celo por la ley estaban todo el tiempo destruyéndola con su tradición deshonrando la autoridad de Dios en las relaciones terrenales que Él había establecido y honrado. Por eso Él añade: "Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres".

 

Tras esto, el Señor llama a la multitud, y les dice: "Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre". Los líderes religiosos son principalmente los que se ocupan en la tradición. La gran trampa general es negar el mal de los hombres. El engaño que Satanás utiliza constantemente ahora es la idea de que el hombre no es tan malo sino que la cultura moral puede mejorarlo. «El progreso del mundo es asombroso», ellos dicen. Existen sociedades para promover todo objetivo filantrópico y para el mejoramiento del hombre. Los defectos son buscados en las circunstancias del entorno en lugar de ser buscados en el hombre. Aquí hay una palabra que sentencia estos esfuerzos de los hombres en general, y es la siguiente, "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre". El verdadero secreto de la condición deplorable del hombre es su corazón. Esto afecta a todo lo que sale.

 

Ello no es en absoluto lo que Dios hizo. El hombre es ahora una criatura corrupta cuya corrupción es impartida a lo que él ingiere. Por lo tanto, meramente reprimir la carne es totalmente inútil a los ojos de Dios y esencialmente falso. El Señor dice a la multitud: "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre". Observen ustedes  que Él ha acabado con el asunto de Jerusalén y la tradición. Él habla de lo que afecta a la naturaleza humana. El hombre está perdido. Pero nadie cree completamente esto acerca de sí mismo hasta que ha encontrado a Cristo. Él puede creer que es pecador pero, ¿cree él que es tan malo que nada bueno puede salir de él hacia Dios? ¿Acaso no son la teoría y el esfuerzo predominantes para mejorar la condición del hombre? Pero nuestro Señor declara aquí que el corazón es malo; y hasta que el corazón es alcanzado, todo lo demás es vano. "Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón". (Deuteronomio 30: 14). El modo de obrar de Dios es tratar con el corazón. ¿Qué es tan sencillo, tan bienaventurado, tan poderoso, como el evangelio? ¿Y acaso no necesita el evangelio una sierva? La sierva ha perdido su misión y es despedida. Agar fue echada de la casa, y el hijo nacido según la carne sólo se burla del hijo de la promesa. El hombre no está ahora en estado de prueba. La prueba ha sido hecha. Dios ha declarado que la carne no tiene ningún valor; y sin embargo, el hombre constantemente vuelve a rever el asunto en lugar de creer a Dios.

 

Los discípulos no disfrutaron del todo lo que el Señor había estado diciendo. Ellos se acercaron y le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?" Ellos mismos pudieron no estar ofendidos pero estaban dispuestos a simpatizar con las personas que sí lo estaban. Pero nuestro Señor responde aún más severamente: "Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada". Se necesita una nueva vida que procede de Dios, no una mejora de la antigua. Entonces, una planta de origen celestial debe ser plantada y el Padre celestial debe hacerlo. Toda otra planta debe ser desarraigada. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos". Razonar con estos fariseos es del todo vano. Ellos necesitan los primeros principios y la obra de Dios en sus almas. Por lo tanto, toda discusión es inútil. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos". Él no aplicó esto a la multitud sino a los líderes que tropezaban en la doctrina de la corrupción total del hombre. A los tales es mejor dejarlos a su propia suerte. "Dejadlos… y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo".

 

Pero el Señor no deja a los discípulos donde estaban. Pedro responde y le dice: "Explícanos esta parábola". ¿Qué quiso él decir al llamarla parábola? Él mismo no la entendía. Aquí estaba uno, el principal mismo de los doce apóstoles, y él no puede entender a nuestro Señor cuando Él les dice que el hombre es malo del todo,— su corazón más que nada; haciendo que lo que sale de él sea malo—, no lo que entra. ¡Y esto es una parábola! La dificultad de la Escritura surge menos del lenguaje difícil que de la verdad difícil de aceptar. La verdad es contraria a los deseos de la gente; ellos no pueden verla porque no les gusta recibirla. Un hombre puede no ser siempre consciente de esto, pero es el verdadero secreto lo que Dios ve. El obstáculo consiste en la aversión del hombre a la verdad. Jesús respondió, "¿También vosotros sois aún sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias". La fuente de la maldad del hombre proviene de su interior. Y, por lo tanto, hasta que una nueva vida es introducida, — hasta que el hombre nace de nuevo, del agua y del Espíritu, — todo es inútil. "Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre".

 

Finaliza aquí la bienaventurada e importante enseñanza de nuestro Señor, mostrando que el día de las formas exteriores había pasado, y que ahora se trataba de la realidad del estado del hombre a los ojos de Dios.

 

El Señor se aleja ahora de estos escribas y fariseos y va a la región de Tiro y de Sidón, en el extremo mismo de Tierra Santa, y a esa parte particular de la frontera de ella que había sido expresamente la escena de los juicios de Dios.

 

En el capítulo 11 nuestro Señor se había referido a ellas, y dijo que sería más tolerable para Tiro y Sidón en el día del juicio que para las ciudades donde Sus obras poderosas habían sido realizadas. Ellas eran ampliamente conocidas como ejemplos excepcionales de la venganza de Dios entre los gentiles [véase nota 12]. Una mujer de Canaán sale allí a Su encuentro. Si había una raza más particularmente bajo la prohibición de Dios, dicha raza era Canaán. "Maldito sea Canaán", dijo Noé. El joven Canaán parece haber sido especialmente el líder de su padre en su iniquidad contra su abuelo Noé. "Maldito sea Canaán; Siervo de siervos será a sus hermanos". (Véase Génesis 9: 18-29). Y cuando Israel fue hecho entrar a la tierra, los cananeos, hundidos en profunda corrupción, debían ser exterminados sin misericordia. Sus abominaciones habían subido al cielo con un clamor por venganza de parte de Dios. Aquí, esta mujer salió de la región de Canaán, y clama a Él, diciendo: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio". (Versículo. 22). Si nosotros pudiéramos concebir algún caso más opuesto a lo que hemos visto antes, — escribas y fariseos de Jerusalén, llenos de erudición y veneración externa por la ley, — lo tenemos en esta pobre mujer de Canaán.

 

[Nota 12]. La destrucción de Tiro, predicha en Isaías 23 y Ezequiel 26, sólo fue consumada parcialmente por Nabucodonosor, el cual llevó a Judá cautiva a Babilonia. Esta antigua y espléndida ciudad mercantil sobre el mar no sólo fue después capturada sino totalmente destruida por Alejandro Magno, conforme a Ezequiel 26: 3, 4, el cual vendió el remanente de sus habitantes como esclavos. [Nota del Editor en Inglés].

 

Las circunstancias fueron también terribles. No sólo ello fue en Tiro y Sidón, recordando los juicios de Dios, sino que el diablo había poseído a su hija. Todas estas circunstancias juntas hacían que el caso fuese más deplorable de lo que uno pudiera encontrar. ¿Cómo iba a tratar el Señor con ella? El Señor muestra, al abordar su caso, un gran cambio en Sus modos de obrar. A los judíos los había declarado hipócritas; la adoración de ellos era intolerable para Dios, y habían sido declarados así por sus propios profetas: pues, al declararlos hipócritas, Él lo hizo de labios de Isaías, profeta de ellos. Ahora viene una mujer que no tenía el menor vínculo con Israel. ¿Cómo trataría el Mesías con ella? Ella clama a Él, diciendo: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio". Pero Él no le respondió ni una palabra". ¡Ni una palabra!

 

Surge la pregunta, ¿por qué fue esto? Porque ella estaba en un terreno totalmente equivocado. ¿Qué tenía ella que ver con el Hijo de David? Si el Señor hubiera sido simplemente el Hijo de David, ¿podría Él haberle dado la bendición que tenía en Su corazón? Ella se dirigió a Él como si ella misma hubiese sido una del pueblo escogido que tenía reivindicación acerca de Él como Mesías de ellos. ¿Acaso se prometió alguna vez que el Mesías iba a sanar a los cananeos? Ni una palabra hay acerca de ello. Cuando el Mesías venga como Hijo de David, los cananeos no estarán allí. Consideren ustedes Zacarías 14, cuando nuestro Señor sea Rey sobre toda la tierra, "y no habrá en aquel día más cananeo en la casa de Jehová de los ejércitos". (Zacarías 14: 21 – RV1977, JND, KJV, JNDF, IRL, EB). Los juicios que no fueron ejecutados exhaustivamente por Israel, porque ellos fueron infieles a la confianza del Señor, serán ejecutados cuando el Hijo de David tomará Su herencia. Esta mujer estaba totalmente confundida acerca de ello. Ella tenía la convicción de que Él era mucho más que el Hijo de David, pero no sabía de qué manera exponerlo. Yo creo que ello es de la misma manera en que muchas personas ahora, ansiosas acerca de sus pecados, han probado la Oración del Señor (el Padre Nuestro), y han pedido al Padre que les perdone sus pecados como ellos perdonan a los demás. Ellos acuden a Dios como Padre de ellos y Le piden que trate con ellos como hijos. Pero esto es precisamente lo que aún no está resuelto. ¿Son ellos hijos? ¿Pueden ellos decir que Dios es Padre de ellos? Ellos evitarían hacerlo. Eso es lo que principalmente desean pero temen que no sea así; es decir, no tienen derecho a acercarse a Dios sobre el fundamento de una relación que no existe. Y cuando las personas están así confundidas, ellas nunca consiguen una paz sólida para sus almas. A veces tienen la esperanza de ser hijos de Dios, a veces temen no serlo, abatidos por el sentido del mal que llevan dentro. El hecho es que ellos no entienden el asunto en absoluto. Dichas personas tienen bastante razón al desear volverse a Dios, pero no saben de qué manera hacerlo. Temen ir a Dios justo cuando renuncian a todo pensamiento de tener promesas, o cualquier otra cosa. Esto muestra lo erróneo que es que un alma ansiosa busque a Dios en el terreno de las promesas. Mucho se habla acerca de que los pecadores «se aferran a las promesas»: pero las promesas en el Antiguo Testamento eran para Israel; y en el Nuevo, para cristianos. Pero usted no es ni israelita ni cristiano. Un alma llevada a ese punto está confundida.

 

Es bueno que un alma sea llevada a esto: a saber, «Yo no reivindico nada a Dios; soy un pecador perdido.» Si Dios mueve a una persona de aquello de lo que los seres humanos no tiene derecho, si Él los despoja de todo, ello es con el propósito de darle una bendición que Él tiene derecho a darle. La gente olvida que ahora se trata de la justicia de Dios, — del derecho de Dios de bendecir por medio de Cristo Jesús, según todo lo que hay en Su corazón. Los hombres están perdidos; pero ellos temen confesar la verdadera ruina en la que se encuentran. A esto el Señor condujo a la pobre mujer de Canaán. Él la estaba abatiendo para que ella sintiera que no tenía derecho alguno a las promesas, — promesas hechas realmente a Israel, pero, ¿dónde estaban cualesquiera promesas hechas a los cananeos? Por lo tanto, sobre el fundamento de ser Él el Hijo de David, era imposible que el Señor le diera lo que ella pedía. Ella no entendía esto. Pensó que si un israelita podía ir en el terreno de la promesa, entonces ella podía. Pero ello es un error. La pobre mujer hizo así que fuera apropiado que no se le respondiera. Fue la gracia y la ternura lo que llevó al Señor a no responderle: Él permanece en silencio hasta que ella abandona el terreno que había asumido en primer lugar.

 

Pero los discípulos no quedaron en silencio; ellos quisieron librarse de la importunidad de ella; no les gustaba su molestia. "Acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros". Pero el Señor confirma lo que ya ha sido dicho en cuanto a lo erróneo de la petición de ella. Él dice, por así decirlo, «Ella no pertenece a la casa de Israel: Yo no puedo darle una bendición en el terreno que ella asume, pero no la despediré sin una bendición.» Él estaba allí con privilegios especiales para las ovejas de la casa de Israel, pero ella no era una de esas ovejas. "Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Entonces la pobre mujer "vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!" Ella omite las palabras "Hijo de David". Ya no utiliza el título que relaciona al Señor Jesús con Israel, sino que reconoce Su autoridad de manera general. Él le responde ahora aunque ella aún no desciende al nivel que le corresponde. Cuando ella se dirige a Él como Señor, un título adecuado, Él le responde: "No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos". En el momento que esto es pronunciado, todo lo secreto sale a  relucir. "Sí, Señor", dice ella, "pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos". Ella asume el lugar de ser un perrillo. Reconoce que Israel era, en los modos de obrar exteriores de Dios, el pueblo favorecido, como  hijos que comen pan sobre la mesa; mientras que los gentiles no eran más que perrillos debajo. Ella lo reconoce, y ello es muy humillante. A las personas no les gusta esto ahora. Pero ella es abatida a ello. El Señor puede, con el propósito de llevarnos a una bendición más profunda, abatirnos hasta el punto más bajo de la verdad acerca de nosotros mismos. Pero, acaso no había bendición ni siquiera para un perrillo? Ella recurre a esta verdad: «Bien, que yo sea un perrillo, ¿no tiene Dios alguna bendición para mí?» Aquí el Señor la encara con la más amplia bendición. La encara con la más fuerte aprobación de su fe, — "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres". El Señor había pronunciado la sentencia sobre la nación de los judíos, los cuales no eran más que hipócritas, y había salido a los gentiles. La fe se encuentra allí con Él; una fe que penetra a través de las circunstancias externas, y lleva al descubrimiento del lugar bajo que debiésemos ocupar; y la pobre mujer es bendecida plenamente. "Hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora". Una gracia ilimitada es otorgada a una gentil que estaba bajo una maldición especial; y el corazón de nuestro Señor es reconfortado por la fe de ella.

 

Pero hay más. Habiendo visitado a los gentiles, el Señor regresa ahora a Israel en benignidad soberana. "Pasó Jesús de allí y vino junto al mar de Galilea; y subiendo al monte, se sentó allí. Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel". (Mateo 15: 29-31). Yo considero que esto es un retrato de Israel sintiendo su verdadera condición. Ellos se acercan a Jesús, Le miran y dicen, por así decirlo, «Bendito el que viene en el nombre del Señor.» Así van ellos a hablar en breve; y el Señor declaró que ellos  no lo verían hasta que dijeran: « Bendito el que viene en el nombre del Señor.» Lo que ellos vieron en Jesús los llevó a glorificar al Dios de Israel. Así tendrá el Señor relaciones con Israel. Ellos vienen, ahora no en controversia, sino como una multitud pobre, manca, ciega y miserable; y el Señor los sana a todos. Pero esto no es todo: los alimenta así como los sana; y tenemos el hermoso milagro de los panes.

 

Pero, presten ustedes atención a las diferencias. En el caso anterior (Mateo 14: 13 a veintiuno), los discípulos estuvieron a favor de despedir a la multitud; y el Señor les permitió mostrar su incredulidad. En el presente caso, es Cristo mismo quien piensa en ellos y se propone bendecirlos. "Tengo compasión de la gente", Él dice, "porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino". (Versículo 32). Recuerden ustedes que en Oseas capítulo 6 se dice: "Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él". Se trata del tiempo adecuado de la prueba del pueblo. Literalmente, fue el tiempo que nuestro Señor estuvo en el sepulcro. Pero ello también está relacionado con la bendición futura de Israel. "Enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande?" ¡Cuán lentos son ellos para enterarse de los recursos de Cristo, como lo fueron antes en aprehender la inutilidad del hombre! "Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos". No son cinco panes y doce cestas llenas lo que sobra ahora; sino que ellos comienzan con siete panes y terminan con siete cestas llenas. El motivo es el siguiente: a saber, el siete representa la integridad espiritual en las Escrituras, y con ello se pretende mostrar la plenitud con que el Señor hace emanar la bendición a Su pueblo, — la plenitud de la provisión que ellos tienen en Él. "Tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud". Yo concibo que esto es un retrato del Señor proveyendo ampliamente para los judíos, — el pueblo amado de Su elección, a quienes nunca puede Él abandonar, para quienes Él debe cumplir Sus promesas, porque Él es el Dios fiel. Aquí el Señor, de Su propio corazón, está proveyendo plenamente incluso para el refrigerio corpóreo de ellos. Este será el carácter del día milenial cuando no sólo el alma será bendecida, sino que abundará todo tipo de misericordia; Dios vindicando Su tierra de la mano de Satanás, el cual la había contaminado durante mucho tiempo. En los siete panes antes de que ellos comiesen, y en las siete cestas de fragmentos recogidos después de haber comido, ustedes tienen la idea de integridad, de una amplia reserva para el presente y para las necesidades venideras.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

EB = Biblia Elberfelder en Alemán (1905)

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.

JNDF= Biblia en Francés de J. N. Darby.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

RV 1602 P = Versión Reina-Valera 1602 Purificada

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 16

 

En el capítulo anterior, el cual introduce una nueva parte del tema en Mateo, vimos dos grandes retratos: en primer lugar, la desobediencia hipócrita de los que se jactaban de la ley, completamente expuesta por sus propios profetas, así como por el referente del propio Señor; y, en segundo lugar, la verdadera naturaleza de la gracia mostrada a alguien cuyas circunstancias no exigían otra cosa que la misericordia soberana si ella quería ser bendecida en absoluto. Al final, la paciente y perfecta gracia del Señor hacia Israel es manifestada, a pesar de la condición de los líderes judíos. Si Él tenía compasión por los gentiles, Su corazón anhelaba aún a Su pueblo, y Él lo demostró repitiendo el gran milagro de alimentar a miles de personas en la indigente condición de ellos; sin figura alguna de la retirada de la tierra, lo cual vimos en el capítulo 14, después del primer milagro de alimentar a la multitud, — que es tipo de la ocupación de nuestro Señor a la diestra de Dios.

 

Nosotros tenemos ahora otra imagen, muy distinta de la anterior, aunque similar a ella. No se trata de la desobediencia flagrante de la ley a través de la tradición humana, sino de la incredulidad, la cual es la fuente de toda desobediencia. Por eso, en el lenguaje empleado por el Espíritu Santo, hay solamente un matiz de diferencia entre las palabras incredulidad y desobediencia. La primera es la raíz de la cual la segunda es el fruto. Habiéndonos mostrado la flagrante violación sistemática de la ley de Dios, incluso por parte de aquellos que eran líderes religiosos en Israel, y habiéndolos condenado por ello, un principio más profundo es sacado ahora a la luz. Toda esa desobediencia hacia Dios emanaba de la incredulidad en Él mismo, y, por consiguiente, de la mala comprensión de Su propia condición moral. Estas dos cosas siempre van juntas. La ignorancia acerca del yo emana del hecho de ignorar a Dios; y la ignorancia tanto acerca de nosotros mismos como el hecho de ignorar a Dios son demostrados por medio de despreciar a Jesús. Y lo que es completamente cierto acerca del incrédulo, es parcialmente aplicable al cristiano que en cualquier medida desprecia la voluntad y la persona del Señor. Todas estas cosas no son más que el funcionamiento de ese corazón de incredulidad del que el apóstol advierte incluso a los creyentes. La grandiosa provisión contra esto, la operación del Espíritu Santo, en contraste con el funcionamiento de la mente natural del hombre, sale a relucir aquí claramente.

 

"Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo". Ellos comenzaron con la misma historia una vez más; pero ahora la fuente está más arriba, y por tanto, ello es peor en cuanto a principio, obviamente. Es una cosa horrible encontrar facciones opuestas con una única cosa que las une, — a saber, la aversión a Jesús; personas que podrían haberse despedazado unas a otras en otro momento, pero este es su punto de encuentro, — tentar a Jesús. "Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle", etcétera. No había conflicto alguno entre los escribas y los fariseos, pero un amplio abismo separaba a los saduceos de los fariseos. Aquellos eran los librepensadores de la época; éstos, los paladines que defendían las ordenanzas y la autoridad de la ley. Pero ambos se unieron para tentar a Jesús. Ellos deseaban una señal del cielo. La señal más significativa que Dios había dado alguna vez al hombre estaba ante ellos en la persona de Su Hijo, el cual eclipsaba todas las demás señales. Pero, la incredulidad es tal que puede ir a la presencia de la plena manifestación de Dios, puede contemplar una luz más resplandeciente que el sol al mediodía, y allí mismo pedir a Dios que le dé una vela que carece de resplandor.

 

Pero Jesús "respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!" (Versículos 2, 3). La condición moral de ellos era la señal y la demostración de que el juicio era inminente. Para los que podían ver, había buen tiempo, la Aurora de lo alto que los había visitado en Jesús. Ellos no lo vieron. Pero, ¡no era que ellos podían discernir el mal tiempo! Ellos estaban en presencia del Mesías y ¡estaban pidiendo una señal del cielo! El Dios que hizo el cielo y la tierra estaba allí, pero las tinieblas no lo comprendieron. " A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). Ellos estaban completamente ciegos. Podían discernir los cambios físicos pero no tenían ninguna percepción de las glorias morales y espirituales que realmente tenían ante ellos. Cuán verdaderamente, — "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue".

 

Los hombres se equivocan constantemente en cuanto al carácter de Jesús. Ellos imaginan que Él no podía usar un lenguaje fuerte ni sentir enojo; sin embargo, ello está allí en la Palabra, escrito en la luz. La incredulidad es siempre ciega, y más delata su ceguera contra Jesús. La misma incredulidad que no pudo discernir quién y qué era Jesús en aquel entonces, no ve ahora que Jesús viene, y no discierne las señales de su propia ruina inminente. Se trata de la condición moral de los hombres con independencia de dónde ellos están, sólo que se manifiesta más notablemente allí donde está la luz de Dios.

 

Nuestro Señor no duda en tratar el mal con mano implacable. Él era la manifestación perfecta del amor: pero que los hombres recuerden que Él fue Aquel que dijo: ¡"generación mala y adúltera", "generación de víboras", etcétera! Ello emana del verdadero amor. — si los hombres sólo se sometieran a la verdad que los declara culpables. Someterse a la palabra de Dios, a la verdad ahora, en este mundo, es salvarse; sólo ser declarado culpable de la verdad, en el otro mundo es estar perdido para siempre. Cristo fue el Testigo fiel y verdadero; Él trajo a Dios a estar cara a cara con el hombre, e hizo que Su luz perfecta resplandeciera sobre ellos. Jesús puede encontrarse con un alma en su ruina; puede comer con publicanos para mostrar que Él puede recibir a los pecadores, — sí, Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, y a perdonar los pecados hasta lo sumo; pero Él nunca dará señal alguna para satisfacer la incredulidad que Le rechaza. Estos fariseos y saduceos no quisieron oír Su voz de gracia, y tuvieron que oír la sentencia que sobre ellos pronunció el juez de toda la tierra, a saber, "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás". Si Jesús no hubiera estado allí, pedir una señal no habría sido tan perverso; pero Su presencia convirtió esa petición en una audaz incredulidad y una espantosa hipocresía. ¿Y cuál fue esta señal? La señal de uno que desapareció de la tierra; que a través de la figura de la muerte dejó de estar entre el pueblo judío, y después de un tiempo les fue devuelto. Ello fue el símbolo de la muerte y de la resurrección, y nuestro Señor actuó inmediatamente en consecuencia. Él, "dejándolos, se fue". Él pasaría bajo el poder de la muerte; resucitaría, y el mensaje que Israel había despreciado, Él lo llevaría a los gentiles.

 

Pero hay otras formas de incredulidad; y la escena siguiente (versículos 5, 6) es con Sus discípulos: y tan cierto es ello que lo que ustedes encuentran en acción en su forma más burda en un inconverso puede ser rastreado, quizás de otra manera, en los creyentes. "Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos". Ellos No Le entendieron; discurrían entre ellos; y siempre que los cristianos comienzan a discurrir, ellos nunca entienden nada. Leemos, "Mas ellos discurrían entre sí, diciendo: Es porque no tomamos pan". (Mateo 16: 7 – VM).

 

Existe, obviamente, algo como la deducción sana y sólida. La diferencia es que  discurrir, es decir, pensar o imaginar algo erróneo, comienza siempre desde el hombre y trata de elevarse hasta Dios, mientras que el razonamiento correcto comienza desde Dios hacia el hombre. La mente natural sólo puede inferir a partir de la experiencia del hombre, y forma así las humanas ideas acerca de lo que Dios debe ser. Esta es la base de la especulación humana en las cosas divinas; mientras que Dios es la fuente, la fortaleza y la guía de los pensamientos de la fe. ¿Cómo conozco yo a Dios? En la Biblia, la cual es la revelación de Cristo desde el principio de Génesis hasta el final de Apocalipsis. Yo Le veo allí, la principal piedra del ángulo, el centro de todo lo que la Escritura habla; y a menos que sea vista la conexión de Cristo con todo, nada es bien entendido. Allí está la primera gran falacia, a saber, soslayar la revelación de Dios en Su Hijo. No es la luz detrás del velo como bajo el sistema judío, sino la bendición infinita ahora que Dios ha venido al hombre, y que el hombre es llevado a Dios. En la vida de Cristo yo veo a Dios acercándose al hombre, y en Su muerte el hombre ha sido hecho cercano a Dios. El velo se ha rasgado; todo es patente, todo lo del hombre por una parte, y por otra, todo lo de Dios, hasta donde Dios se complace en revelarse al hombre en este mundo. Todo queda al descubierto en la vida y la muerte de Cristo. Pero los discípulos tienden a ser muy tardos acerca de estas cosas ahora como siempre; y así, cuando Él les advirtió acerca de la levadura de los fariseos y de los saduceos, ellos pensaron que Él estaba simplemente hablando de algo para la vida diaria, — algo muy parecido a lo que vemos en el momento actual. Pero nuestro Señor "les dijo: ¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?" (Versículo 8). ¿Por qué no pensaron ellos en Cristo? ¿Se habrían ellos preocupado acerca de los panes si hubieran pensado correctamente en Él? ¡Imposible! ¡Ellos estaban ansiosos, o pensaban que Él lo estaba, acerca del pan! "¿No entendéis aún", dice el Señor, "ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos". (Versículos 9-12). Y esto es lo que los discípulos suelen malinterpretar, incluso ahora. No comprenden lo aborrecible que es la doctrina defectuosa. Ellos son conscientes de los males morales. Si una persona se emborracha o cae en cualquier otro escándalo grosero, ellos saben, obviamente, que ello es muy perverso; pero, si la levadura de la mala doctrina actúa, ellos no lo sienten. Y surge la pregunta, ¿por qué los discípulos se cuidan más de aquello que la mera conciencia natural puede juzgar que de la doctrina que destruye el fundamento de todo, tanto para este mundo como para el venidero? Que cosa tan grave es que los discípulos necesiten ser advertidos de esto por el Señor, ¡y aun así ellos no lo entiendan! Él tuvo que explicárselos. Estaba la oscura influencia de la incredulidad entre los discípulos que hacía que el cuerpo fuese el gran objeto, y que no viesen la importancia total de estas doctrinas corruptas que amenazaban a las almas que estaban a su alrededor en tantas formas insidiosas.

 

Pero, hay otra forma y otra escena en la que la incredulidad opera. Este capítulo es el escrutinio de la raíz de muchas formas de incredulidad. "Por fe entendemos", dice el apóstol a los Hebreos. (Hebreos 1: 3 – VM).  El hombre mundano trata de entender primero y luego creer; el cristiano comienza con tal vez el más débil entendimiento,  pero él cree a Dios: su confianza está en Uno por encima de él mismo; y así, de la piedra es levantado un hijo a Abraham. El Señor interroga ahora a los discípulos en cuanto a la verdadera esencia de todo el asunto, ya sea entre los fariseos, los saduceos o los propios discípulos. "Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Es la persona de Cristo lo que sale ahora a relucir; y esto, apenas necesito decirlo, es más profundo que toda otra doctrina. "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas". (Versículos 13, 14). Hay tantas opiniones entre los hombres, argumenta la incredulidad, que la certeza es imposible. Unos dicen una cosa y otros otra: usted habla acerca de la verdad y de la Escritura; pero, al fin y al cabo, es sólo su opinión. Pero, ¿qué dice la fe? La certeza, de parte de Dios, es nuestra porción en el momento que vemos quién es Jesús. Él es el único remedio que destierra la dificultad y la duda de la mente del hombre. "¿Quién decís que soy yo?" (Versículo 15). Esto fue con el propósito de sacar ahora a relucir lo que es el puntal de la bendición del hombre y de la gloria de Dios, y llega a ser el momento crucial del capítulo. Entre estos mismos discípulos vamos a tener una confesión bienaventurada de uno de ellos, — el poder de Dios obrando en un hombre que había sido reprendido por su falta de fe anteriormente, como en efecto lo fue poco después. Cuando nosotros estamos realmente quebrantados ante Dios acerca de nuestra poca fe, el Señor puede revelar una visión más profunda y más elevada de Él mismo que la que habíamos tenido antes. Los discípulos habían mencionado las diversas opiniones de los hombres: uno decía que Él era Elías; otro, Juan el Bautista, etcétera. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". ¡Gloriosa confesión! En los Salmos se habla de Él como el Hijo de Dios pero de manera muy diferente. Él está allí lidiando con los reyes de la tierra, a quienes se les pide que tengan cuidado acerca de la manera en que ellos se comportan. (Véase Salmo 2). Pero el Espíritu Santo levanta ahora el velo para mostrar que el "Hijo del Dios viviente" implica profundidades que van más allá de un dominio terrenal, por muy glorioso que sea. Él es el Hijo de aquel Dios viviente que puede comunicar vida incluso a los muertos en pecado. "Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".

 

En primer lugar, el Padre está revelando; y en el momento que Cristo oye la confesión de Él como Hijo del Dios viviente, Él coloca también Su propio sello y honra a aquel que confiesa. Se trata de la afirmación de Uno que se eleva de inmediato hasta Su propia dignidad intrínseca: "Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella". Él da a Simón un nombre nuevo. Tal como Dios había dado a Abraham, a Sara, etcétera, a causa de alguna nueva manifestación de Sí mismo, así hace el Hijo de Dios. Ello había sido anunciado proféticamente anteriormente; pero ahora sale a relucir por primera vez el motivo por el cual dicho nombre nuevo le fue asignado. "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia". ¿Qué roca? La confesión que Pedro había hecho de que Jesús era el Hijo del Dios viviente. Sobre dicha roca, dicha afirmación, la Iglesia es edificada. Israel estaba gobernada por una ley; la Iglesia es levantada sobre un fundamento sólido, imperecedero y divino, — a saber, sobre la persona del Hijo del Dios viviente. Y cuando esta confesión más plena prorrumpe de los labios de Pedro, la respuesta llega: Tú eres Pedro, — «tú eres una piedra [Pétros]: eres un hombre que deriva su nombre de esta Roca [pétra] sobre la cual la Iglesia es edificada.»

 

En los primeros capítulos de los Hechos, Pedro habla siempre de Jesús como el santo Siervo de Dios. Habla de Él como un hombre que anduvo haciendo bienes; como el Mesías al cual dieron muerte las manos inicuas de los hombres, a quien Dios levantó de entre los muertos. (Véase Hechos 10: 34-43). Independientemente de lo que Pedro pudo saber acerca de quién es Jesús, aun así, cuando él predica a los judíos se los presenta simplemente como el Cristo, como el predicho Hijo de David, el cual había andado aquí abajo, a quien ellos habían crucificado y Dios había levantado. Luego, en el martirio de Esteban, un nuevo término es utilizado acerca del Señor. Aquel testigo bienaventurado mira hacia lo alto y dice: "He aquí, yo veo abiertos los cielos, y al Hijo del hombre, puesto en pie, a la diestra de Dios". (Hechos 7: 56 – VM). Ahora no es simplemente Jesús como el Mesías, sino, "el Hijo del Hombre", lo cual implica Su rechazo. Cuando Él fue rechazado como el Mesías, Esteban, al percatarse de que este testimonio era rechazado, es conducido por Dios a testificar acerca de Jesús como el exaltado Hijo del Hombre a la diestra de Dios. Cuando Pablo fue convertido, lo cual es presentado en el capítulo 9 de los Hechos, él inmediatamente predica "a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios". Él no se limitó a confesarle, sino que predicó de Él como tal. Y a Pablo le fue confiada la gran obra de sacar a la luz la verdad acerca de "la Iglesia de Dios".

 

De modo que aquí, ante la confesión de Pedro, el Señor dice: «Sobre esta roca edificaré Mi Iglesia. «Tú comprendes la gloria de Mi Persona; te mostraré la obra que voy a llevar a cabo.» Presten ustedes atención a la expresión. No es, «Yo he estado edificando» sino, edificaré Mi Iglesia.» Él no la había edificado todavía, ni había comenzado a edificarla: ella era del todo nueva. Yo no quiero dar a entender que no hubiese habido almas que creyeron en Él anteriormente, y regeneradas por el Espíritu; pero, es un error llamar «la Iglesia» al conjunto de santos desde el principio hasta el fin de los tiempos. Es una noción común que no tiene ni un fragmento de Escritura para ella. La expresión en Hechos 7: 38, "la congregación [lit. ekklesía] en el desierto", significa toda la congregación, — la masa de Israel, — la mayor parte de cuyos cuerpos cayeron en el desierto. (Hebreos 3: 17). Yo pregunto, ¿Pueden ustedes llamar eso como "la Iglesia de Dios"? No había más que unos pocos creyentes entre ellos. Las personas se engañan en esto por el sonido. La palabra, "congregación [ekklesía] en el desierto", significa sencillamente las personas allí reunidas. La misma palabra es aplicada a la confundida asamblea de Hechos 19, que habría despedazado a Pablo. Si en Hechos 19 dicha palabra se tradujera como es traducida en Hechos 7, se leería como, "«iglesia en el teatro» (véase Hechos 19: 29, 41), y el yerro es obvio. La palabra que está traducida allí como "congregación [ekklesía]" significa simplemente asamblea, concurrencia. Para averiguar cuál es la naturaleza de la asamblea nosotros debemos examinar el uso Escritural y el objetivo del Espíritu Santo. Porque ustedes pueden tener una asamblea buena o mala: una asamblea de judíos, de gentiles, o la asamblea de Dios distinta de cualquiera de ellas y contrastada con ambas, como puede ser visto fácil e innegablemente en 1ª Corintios 10: 32. Ahora bien, es a esta última a la que nos referimos, es decir, a la asamblea de Dios, cuando hablamos de "la Iglesia".

 

Volviendo a nuestro tema, ¿qué insinúa nuestro Señor cuando dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia"? Claramente algo que Él iba a erigir sobre la confesión de que Él era el Hijo del Dios viviente, a quien la muerte no pudo vencer sino sólo brindar la  ocasión al resplandor de Su gloria por la resurrección. "Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades", — el poder de la muerte,— "no prevalecerán contra ella". Esto último no significa el lugar de los perdidos sino la condición de los espíritus separados. "Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos".

 

La Iglesia y el reino de los cielos no son la misma cosa. Nunca se dice que Cristo dio las llaves de la Iglesia a Pedro. Si las llaves de la Iglesia, o del cielo, le hubieran sido dadas, no me extraña que las personas se hubieran imaginado un papa. Pero "el reino de los cielos" significa la nueva época que estaba a punto de comenzar en la tierra. Dios iba a abrir una nueva economía, libre para judíos y gentiles, cuyas llaves Él encomendó a Pedro. Una de estas llaves fue utilizada, si puede ser dicho así, en Pentecostés, cuando él predicó a los judíos (Hechos 2); y la otra, cuando predicó a los gentiles (Hechos 10). [Véase nota 13]. Se trató de la apertura del reino a las personas, ya fueran judíos o gentiles. "Te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos". (Versículo 19).

 

[Nota 13]. Se ha pensado que "bautizar" y "enseñar", tareas que el Señor resucitado ordenó al enviar a los discípulos a todas las naciones en Mateo 28: 18-20, son realmente las "llaves" del reino. - [Nota del Editor en Inglés].

 

El perdón eterno de los pecados tiene que ver sólo con Dios, aunque hay un sentido en que el perdón fue encomendado a Pedro y a los demás apóstoles, lo cual sigue siendo cierto ahora. Siempre que la Iglesia actúa en el nombre del Señor, y hace realmente Su voluntad, el sello de Dios está en lo que ella hace. "Mi Iglesia", edificada sobre esta roca, es Su cuerpo, — el templo de creyentes edificado sobre Él. Pero, "el reino de los cielos" abarca a todos los que confiesan el nombre de Cristo. Este reino fue comenzado mediante la predicación y el bautismo. Cuando una persona es bautizada, ella entra en el "reino de los cielos", aunque resulte ser una persona hipócrita. Un tal nunca estará en el cielo, obviamente, si es un incrédulo; pero él está en "el reino de los cielos". En el reino de los cielos él puede ser una cizaña o un trigo verdadero; un siervo malo o un siervo fiel; una virgen insensata o una prudente. El reino de los cielos abarca toda la escena de la profesión cristiana.

 

Pero, como hemos visto, cuando Cristo habla de, "Mi Iglesia", ello es otra cosa. Se trata de lo que es edificado sobre el reconocimiento y la confesión de Su persona, — "el Hijo del Dios viviente". Nosotros sabemos que "todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios". (1ª. Juan 5: 1)  Y, además, que aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios "vence al mundo". (1a. Juan 5: 5). Pero hay un poder más profundo del Espíritu Santo al reconocerle a Él como el Hijo de Dios; y mientras más elevado es el reconocimiento de Cristo, más energía espiritual para atravesar este mundo y vencerlo. Si un creyente es más espiritual que otro es porque conoce y valora mejor la persona de Cristo. Todo el poder para el andar y para el testimonio cristianos depende del reconocimiento de Cristo.

 

Presten ustedes atención también al orden de las palabras de nuestro Señor. En primer lugar, "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Cristo debe ser encontrado fuera de la Iglesia, y antes de ella; Cristo debe ser discernido primeramente por el alma individual; y antes y sobre todo, Cristo y lo que Él es debe ser revelado al corazón por el Padre. Él puede emplear a personas que pertenecen a la Iglesia como instrumentos, o puede utilizar directamente Su palabra. Pero, con independencia de cuál sea el medio empleado, es el Padre quien revela la gloria del Hijo a un pobre hombre pecador; y cuando esto ha sido resuelto con el individuo, Cristo dice, "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". La fe en Cristo es esencialmente el orden y el modo de obrar de Dios antes de que entre el asunto de la Iglesia. Esta es una gran controversia entre Dios y el misterio de la iniquidad que está ahora en acción en este mundo. El objetivo del Espíritu Santo es glorificar a Cristo; mientras que el de lo otro es glorificar al yo. El Espíritu Santo está prosiguiendo esta revelación bienaventurada que el Padre ha hecho del Hijo; y cuando el asunto individual ha sido resuelto, entonces viene el privilegio y la responsabilidad colectivos, — a saber, la Iglesia.

 

Si yo tengo a Cristo, ello es una bendición infinita. Pero yo también debiese creer que Él está edificando Su Iglesia. ¿Conozco yo mi lugar allí? ¿Me encuentro andando en la luz de Cristo, — como una piedra viva en aquello que Él está edificando, — en una acción saludable como miembro de Su cuerpo? La salvación fue forjada aquí en la tierra, y es aquí donde la Iglesia está siendo edificada sobre esta roca; y las puertas del hades, — el estado invisible, o condición separada, — no prevalecerán contra ella. La muerte puede entrar, pero las puertas del hades no prevalecerán contra ella. El Señor dice en Apocalipsis que Él tiene las llaves de la muerte y del hades. (Apocalipsis 1: 18). La muerte del cristiano está en las manos de Cristo. Por medio de la cruz Él ha anulado el poder de Satanás, y Él es Señor tanto de los muertos como de los vivos; la muerte no es Señor nuestro, sino Cristo. "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos". (Romanos 14: 8). El Señor tiene derecho absoluto sobre nosotros; y por lo tanto, la muerte es despojada de todo lo que la hace tan terrible. En Apocalipsis tenemos al Señor con las llaves de la muerte y del hades. Las llaves del reino de los cielos Él se las da a Pedro porque él era el que iba a predicar a judíos y gentiles. La puerta se abrió de par en par en el día de Pentecostés en primer lugar (Hechos 2), y después aún más ampliamente cuando los gentiles fueron introducidos. (Hechos 10).

 

La administración es confiada también a Pedro, tanto para atar como para desatar; y ello es la autoridad para actuar públicamente aquí abajo con la promesa de la ratificación en lo alto, y leemos, "Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos". Eso es dicho primero a Pedro; y sin duda, por lo que tenemos en Mateo 18: 18, a saber, "De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo", el atar y desatar es aplicable también a los demás discípulos; no sólo a los apóstoles, sino, creo yo, a los discípulos como tales. Comparen ustedes también el encargo de Juan 20: 19-23. Sobre este principio las personas son recibidas en la Iglesia cristiana, y sobre este principio los perversos son quitados hasta que el arrepentimiento justifica su restauración. Los apóstoles o los discípulos no perdonan pecados como un asunto de juicio eterno, obviamente, cosa que sólo Dios tiene el poder de hacer. Pero Dios requiere de nosotros que juzguemos el estado de una persona para recibirla o excluirla del círculo que confiesa el nombre de Cristo aquí abajo. En Hechos 5, Pedro ató el pecado de ellos sobre Ananías y Safira. Esto no es una demostración de que ellos estuvieran perdidos; sino que el pecado fue atado sobre ellos y trajo el juicio inmediato. Ni Pedro ni Pablo estaban en Corinto; y allí el propio Señor puso Su mano sobre los culpables: algunos estaban debilitados y enfermos, y otros se habían dormido. Esto no decide en contra de la salvación final de ellos, — sino realmente lo contrario. Cuando ellos fueron juzgados por el Señor, fueron castigados para que no fuesen condenados con el mundo (es decir, para que no se perdieran). Ellos podían ser quitados por medio de la muerte, y sin embargo ser salvos en el día del Señor. La Iglesia quita a una persona perversa. (Véase 1ª Corintios 11: 27-34). El hombre en Corinto al que se les dijo que ellos excomulgasen, era culpable de un pecado atroz, pero no estaba perdido. (Véase 1ª Corintios 5). Él Fue entregado a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu pudiera ser "salvo en el día del Señor Jesús". En la epístola siguiente nosotros encontramos a esta persona tan abrumada por la tristeza a causa de su pecado que a ellos se les encargó que confirmaran su amor para con él. (Véase 2ª Corintios 2: 1-11). Verdaderamente sencillo es el atar y el desatar que las personas a menudo hacen que sean algo tan misterioso. Los únicos pecados que la Iglesia debiese juzgar son aquellos que salen a relucir de manera tan palpable que exigen un repudio público según la palabra de Dios. La Iglesia no debe ser un nimio tribunal de juicio para todo. Nosotros nunca debiésemos reclamar la intervención de la asamblea, excepto con respecto al mal que es tan evidente como para tener derecho a llevar consigo las conciencias de todos. Yo entiendo que este es el significado de atar y desatar.

 

"Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo". Un cambio notable se produce aquí. Pedro había confesado que Él era "el Cristo, el Hijo del Dios viviente": ahora el Señor les manda que a nadie dijesen que Él era el Cristo. Ello fue como decir: «Es demasiado tarde; Yo he sido rechazado como el Cristo, — el Mesías, el Ungido de Jehová.» Él es rechazado por Israel, y Él acepta el hecho. Pero presten ustedes atención a otra cosa: "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". (Mateo 16: 21). En Lucas 9: 20, se nos dice, "Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios". "El Hijo del Dios viviente" no es mencionado en Lucas: consecuentemente, nada se dice acerca de la edificación de la Iglesia. ¡Cuán perfecta es la Escritura! En Lucas el Señor continúa diciendo: "Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas", etcétera. Hay una gran diferencia entre "el Cristo" y "el Hijo del Hombre". Este último es Su título como rechazado, y después, como exaltado en el cielo.

 

Prohibir a los discípulos que digan que Él era el Cristo marca un antes y un después en el ministerio de Cristo. El significado es que Cristo abandona Su título judío, y habla de Su Iglesia. Antes de que ello suceda, Él dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". A partir de ese momento Él comenzó a mostrarles cómo es que "le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". Lucas añade que primero "es necesario que el Hijo del Hombre padezca", etcétera. Lucas 9: 22). Todo esto está relacionado con la edificación de la Iglesia, la cual comenzó a ser edificada después de que Cristo resucitó de entre los muertos y asumió Su lugar en el cielo. En Efesios sólo se habla de la Iglesia después de la resurrección de Cristo y Su asunción de un nuevo lugar en el cielo ha sido sacada a la luz. Nosotros tuvimos a Dios escogiendo a los santos en Cristo Jesús, pero, no a la Iglesia. La elección es una cosa individual. Él nos escogió, — a usted y a mí, y a todos los demás santos, — para que "fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor". (Efesios 1: 4 – JND, KJV, NC, RV1977). Pero, cuando Pablo ha introducido la muerte y resurrección de Cristo, él dice que Dios "lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". (Efesios 1: 22, 23).

 

Pero presten ustedes atención a un hecho solemne. Inmediatamente después de que Simón hubo hecho esta gloriosa confesión acerca del Señor Jesús, ¡él no es llamado Pedro sino Satanás! Él no había dicho una sola palabra impropia según el juicio humano. Ni siquiera se había apresurado como era su costumbre. El Señor nunca llamó "Satanás" a la mera excitación; pero Él llamó así a Pedro porque él procuró apartarle del padecimiento y de la muerte. El secreto fue éste, a saber, Pedro tenía su mente en un reino terrenal, y no sentía plenamente lo que el pecado era, ni lo que la gracia de Dios era. Él se interpuso en la senda del Señor hacia la cruz. ¿Acaso no era por Pedro que Él estaba yendo allí? Si Pedro hubiese pensado en esto, ¿habría dicho él, "Señor, ten compasión de ti"? Se trató del hombre interponiéndose a Cristo, y Él lo expone como Satanás. "Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". (Versículo 23). Pedro sintiendo y actuando así conecta con el misterio de la iniquidad; no con aquello que fue enseñado por el Padre.

 

Nuestro Señor se vuelve a los discípulos y les dice que Él no sólo va a ir a la cruz sino que ellos deben estar preparados para seguirle allí. Si yo voy a estar en la senda verdadera de Jesús, debo negarme a mí mismo y tomar la cruz y seguir, — no a los discípulos, — no a esta iglesia o aquella iglesia, sino, — a Jesús mismo. Debo alejarme de lo que complace a mi corazón de manera natural. Debo hacer frente a la vergüenza y al rechazo en este mundo malo. Si ello no es así, ténganlo ustedes sobre seguro, yo no estoy siguiendo a Jesús; y recuerden, es una cosa peligrosa creer en Jesús sin seguirle. Seguir a Jesús puede ser como perder la vida. En la actualidad, mucha confesión de Cristo es, comparativamente, un asunto fácil. Hay poca oposición o persecución. La gente se imagina que el mundo ha cambiado; ellos hablan de progreso e iluminación. La verdad es que los cristianos han cambiado. Preguntémonos si deseamos ser encontrados tomando nuestra cruz y siguiendo a Jesús. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará". (Versículos 24, 25).

 

Qué lecciones para nuestras almas! La carne se arroga fácilmente la superioridad sobre el espíritu; y la complacencia para con la senda de la facilidad entra (aunque de Satanás) bajo el engañoso pretexto del amor y la bondad. Preguntémonos, ¿Es la cruz de Cristo nuestra gloria? ¿Estamos dispuestos a padecer por hacer Su voluntad? ¡Qué engaño son la honra y el disfrute actuales!

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 17

 

Nuestro capítulo anterior nos ha mostrado a Jesús rechazado como Cristo o Mesías, confesado como Hijo del Dios viviente, y a punto de regresar en gloria como Hijo del Hombre. Pero, junto con la gloria en la que Él ha de venir y recompensar a cada uno según sus obras tenemos Su padecimiento: no meramente el rechazo sino que Le tenemos a Él dándosele muerte, — resucitado realmente al tercer día pero aún como Hijo del Hombre sufriente y que va a regresar en gloria. Reiterando el tema de la gloria de Su Padre en la que Él declara que ha de venir con Sus ángeles y a juzgar en Su reino, tenemos ahora un retrato presentado en el monte santo, — un retrato sorprendente desde un doble punto de vista. Tal como vimos, la gloria del reino depende de que Él es el Hijo del Hombre, el Hombre exaltado que antes había padecido y en cuyas manos toda la gloria es confiada, — el cual había recuperado a toda costa la honra de Dios y que va a hacer efectiva la bendición del hombre; quien en virtud de Su padecimiento ya ha invalidado el poder de Satanás para los que creen, y finalmente cuando llegue el reino va a expulsar a Satanás por completo y va a introducir lo que Dios ha estado esperando, — un reino preparado desde la fundación del mundo. Consecuentemente, "Seis días después" (un tipo del plazo ordinario de trabajo aquí abajo), "Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto". (Versículo 1). Es decir, Él toma testigos escogidos porque ello era simplemente un testimonio del reino, — es decir, era la muestra de aquello a lo que Él se había referido cuando dijo: "Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". (Mateo 16: 28).

 

El asunto es allí la venida del Hijo del Hombre más que el reino mismo; y lo que sigue a continuación en nuestro capítulo es sólo una ilustración parcial de la gloria del rechazado Hijo del Hombre. Aunque dicha ilustración sea parcial nada podría ser más bienaventurado excepto el reino mismo; y la fe nos lleva a una comprensión presente muy real de aquello que va a ser. Se trata de "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". (Hebreos 11: 1). El reino del que hablaba nuestro Señor no ha llegado todavía, obviamente. Cuando Él dice: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3: 5, él habla de un reino en el que nosotros sí entramos ahora. Porque Juan no presenta el reino como una cosa de mera manifestación exterior sino que él presenta una revelación más profunda del reino, verdadero ahora, en el que entra todo aquel que nace de Dios y que incluso será exhibido en su poder celestial y terrenal. Pero Mateo, el cual se ocupa de la parte judía o de las predicciones del Antiguo Testamento acerca del reino nos bosqueja la presentación del Hijo del Hombre viniendo en Su reino.

 

Consecuentemente, el Señor toma a estos discípulos y los lleva "aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz". El sol es la imagen de la gloria suprema como aquello que rige el día. "Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él", — Moisés, por medio de quien la ley fue dada, y Elías, la gran muestra de los profetas, el cual recordaba al pueblo la ley de Jehová. Por tanto, ellos eran los pilares del sistema judío a quienes todo verdadero israelita recordaba con los más profundos sentimientos de reverencia: uno de ellos destacado como el único judío llevado al cielo sin pasar por la muerte (véase 2º Reyes 2: 1-11); el otro, para que él no se convirtiese en un objeto de adoración después de su muerte, teniendo él la singular honra de ser enterrado por Jehová. (Véase Deuteronomio 34: 1-6). Estos dos aparecen en presencia de nuestro Señor. Se supo que ellos eran Moisés y Elías pues parece que no hubo dificultad en reconocerlos. Así, en el estado de resurrección la distinción de las personas será mantenida completamente. No habrá tal cosa como esa clase de semejanza que borra las peculiaridades de cada uno. Aunque las relaciones terrenales habrán fenecido y en el cielo no sobrevivirán los vínculos terrenales peculiares que conectaban a unos con otros en la tierra, aun así cada uno conservará su propia individualidad, — con la poderosa diferencia, obviamente, de que todos los santos llevarán la imagen del Celestial; pues aunque en el cuerpo todos nos parecemos ahora al Adán caído, sin embargo, nosotros no estamos en absoluto perdidos en una común muchedumbre indistinguible. Cada uno de nosotros tiene su propio carácter y su peculiar conformación del cuerpo. De modo que en la gloria cada uno será conocido por lo que él es. Moisés y Elías son vistos como glorificados pero aún como Moisés y Elías y el Señor se transfigura en medio de ellos. "Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd". (Versículos 4, 5).

 

Yo entiendo que aquí radica la profundidad de todo el pasaje. Pedro, con la intención de honrar a su Maestro pero de una manera humana, — saboreando aún en cierta medida las cosas de los hombres y no lo de Dios, — propone colocar a su Maestro en un terreno común con los principales de la ley y de los profetas. Pero ello no debía ser. Con independencia de cuál pudo ser la honra de Moisés, independientemente de cuál fue el cargo especial de Elías, la pregunta es, ¿quiénes, y qué eran ellos en la presencia del Hijo de Dios? El Hijo puede anonadarse a Sí mismo (Filipense 2: 7); pero el Padre ama al Hijo. Pedro Le pondría al nivel de los más honrados de la humanidad pero el propósito del Padre es que toda rodilla se doble ante Él, — que todos los hombres honren al Hijo así como honran al Padre. El hombre nunca hace esto, viendo simplemente al hombre en el Hijo, no honrándole de manera adecuada con divino homenaje. La fe sí lo hace porque ve a Dios en el Hijo, oye a Dios en Él, y también Le encuentra en la relación peculiarmente bienaventurada con el Padre. Porque si se concibiera que Jesús es simplemente Dios y no el Hijo ello sería una revelación incomparablemente menos bienaventurada que la que en realidad tenemos. En cuanto a nosotros mismos, si tuviéramos una naturaleza divina sin la bienaventurada relación de filiación delante del Padre, nosotros perderíamos la parte más dulce misma de nuestra bendición. Y no es sólo la deidad de Jesús lo que hay que reconocer (aunque esto está en el fondo de toda verdad), sino la relación eterna del Hijo con el Padre. No solamente Él fue Hijo en este mundo y es muy peligroso limitar así la Filiación de Cristo pues ella es desde toda la eternidad. Las personas discurren que como a Él se le llama Hijo Él debe tener un comienzo en el tiempo de manera posterior al Padre. Toda esa argumentación debiese ser desterrada del alma de un cristiano. La doctrina Escritural no tiene referencia alguna a la prioridad de tiempo. Él es llamado Hijo en lo que se refiere a afecto y cercanía íntima de relación. Es el modelo del lugar bienaventurado al que la gracia nos lleva mediante la unión con el Señor Jesucristo. Aunque en Él hay además, obviamente, alturas y profundidades inefables. Pero si nosotros somos sencillos acerca de ello obtenemos de ello el gozo más profundo que se ha de hallar en el conocimiento del Dios verdadero, — y eso, en Su Hijo.

 

Entonces, el Padre interrumpe la palabra de Pedro y Él mismo responde. Pedro sabía que la nube de luz que los cubría era la nube de la presencia de Jehová: y el Padre añade: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". No es, «Este es vuestro Mesías», — Él era eso, obviamente, pero Él saca a la luz la gran revelación del Nuevo Testamento acerca de Jesús. Él Le revela como Su Hijo amado y revela Su incondicional deleite en Él. "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd", — esta última es también una declaración de suma importancia. ¿Qué era Moisés, y qué era Elías ahora? Ellos son enteramente excluidos aquí por el Padre. No necesito decir que todo aquel que conoce a Jesús como el Hijo de Dios estaría muy lejos de despreciar a Moisés y a Elías. Aquellos que comprenden la gracia tienen un respeto mucho más profundo por la ley que el hombre que mezcla gracia y ley. La única manera plena de valorar todo lo que es de Dios es en la comprensión de Su gracia. Yo no me comprendo a mí mismo ni a Dios hasta que conozco Su gracia y no puedo conocer Su gracia a menos que la vea revelada en Su Hijo. "La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". (Juan 1: 17). Él estaba lleno de gracia y de verdad. (Juan 1: 14).

 

"A él oíd" es el requerimiento del Padre. Ya no es: «Oíd a Moisés« ni «Oíd a Elías», sino, "A él oíd". ¿Pudo haber algo más inesperado para un judío? Todos deben dar paso al Hijo. La dignidad de los otros no es negada ni desairada la debida posición de ellos. Aseverar la gloria del sol en los cielos de ninguna manera es despreciar las estrellas. Dios colocó a Moisés en su lugar y a Elías en otro según Él lo consideró adecuado; pero, ¿qué eran ellos comparados con Su Hijo? ¡Cuán insustancial y triste es que los hombres sigan haciendo dos tabernáculos: uno para Moisés (si no para Elías), y uno para el Señor Jesús! Ellos dicen que Dios es el Dios inmutable pero Aquel que ordenó la noche hizo el día y tan ciertamente como Él una vez pronunció la ley Él ha enviado ahora el evangelio. Yo veo aquí la exhibición de la gloria de Dios mostrando ahora una parte de Su carácter y ahora, otra.

 

Esto no cambia. Dios nos permite ver Sus diferentes atributos y Su variada sabiduría y Su infinita gloria; pero yo debo ver cada una de estas cosas en su propia esfera y entender la intención por la que Dios ha presentado cada una de ellas. Moisés y Elías eran, por así decirlo, los dos grandes puntos cardinales del sistema judío; pero ahora hay Uno que eclipsa todo ese sistema, — a saber, Jesús, el Hijo de Dios; — y en presencia de Él ni siquiera los representantes de la ley o de los profetas han de ser oídos. Hay una plenitud de verdad que sale a relucir en el Hijo de Dios y si quiero entender el pensamiento de Dios en lo que tiene que ver ahora conmigo yo debo oírle a Él, a Su Hijo amado. Para un judío era muy difícil entrar en esto porque su religión estaba basada en la ley. Ahora el amado Hijo de Dios, en quien el Padre mismo expresa Su perfecta satisfacción, es situado delante de todos: "A él oíd".

 

Así como Jesús es el objeto del infinito amor del Padre, así Él es el medio de aquel mismo amor que llega incluso a nosotros. Si yo veo que Él es el Hijo amado del Padre mi alma descansa en Él y entra en comunión con el Padre. "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo". (1ª. Juan 1: 3). ¿Qué es comunión? Comunión es que tenemos un gozo común en un objeto común que compartimos unos con otros. Nosotros compartimos en el gozo del Padre y del Hijo. El Padre me dice que oiga al Hijo y el Hijo revela al Padre. Nosotros tenemos comunión con el Padre el cual señala a nuestros corazones a Aquel en quien Él mismo se deleitaba; y tenemos comunión con el Hijo puesto que Él nos da a conocer el Padre. Y me pregunto, ¿Cómo conoceré yo al Padre? — ¿Cómo conocer Sus sentimientos? De una sola manera: Yo miro a Su Hijo, y veo al Padre. El Hijo habla y yo oigo la voz del Padre. Yo conozco la manera en que el Padre actúa; conozco Su amor, — un amor que puede descender hasta el más vil de los viles. Así era Cristo y ahora estoy seguro de que así es también el Padre. Yo conozco lo que Dios el Padre es cuando sigo al Hijo y oigo al Hijo. Es al Padre a quien Él revela, no a Sí mismo; el Hijo vino a dar a conocer lo que el Padre es en un mundo que no Le conoció a Él. Incluso los que tenían fe, ¿qué pensamientos tenían acerca del Padre? Sólo tenemos que considerar a los discípulos para ver esa escasa respuesta al corazón del Padre. Aunque ellos habían nacido de Dios, hasta ese momento no sabían que el Padre se estaba revelando en Jesús. Felipe dijo: "Señor, muéstranos el Padre, y nos basta". (Juan 14: 8). No es que él no conocía divinamente a Jesús como el Mesías sino que él no había entrado en la bienaventuranza de lo que Él era como el Hijo que revela al Padre. Fue solamente después de que descendió el Espíritu Santo tras la partida del Hijo al cielo que ellos adquirieron la conciencia de la gracia en la que se encontraban. De modo que, aún más, el apóstol Pablo dice: "Aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así". (2ª Corintios 5: 16). Conocer a Cristo a la diestra de Dios, — apreciar lo que Él es allí es conocerle mucho mejor que si hubiésemos oído cada discurso y visto cada milagro Suyo en la tierra. El Espíritu Santo saca esto a relucir más plenamente a través de Su palabra. Yo no estoy diciendo ahora hasta qué punto nosotros entramos en lo que el Espíritu Santo está enseñando de manera práctica porque, después de todo, esto debe depender, y con razón, de la medida de nuestra espiritualidad. Pero el Espíritu Santo está aquí para tomar las cosas de Cristo y dárnoslas a conocer, — para dar a conocer Su gloria y Sus padecimientos ya que es el deleite del Padre que Él sea conocido. Pero había muchas cosas que ellos no podían sobrellevar en aquel entonces. Cuando el Espíritu Santo viniese Él los guiaría a toda la verdad.

 

Ese es el objetivo del Padre. Él aprovecha la ocasión de la gloria de Jesús manifestada como Hijo del Hombre para mostrar que una gloria aún más profunda es asignada a Él. El reino de Cristo no agota en absoluto la gloria de Su persona y es como relacionada con Su gloria más profunda que la existencia de la Iglesia es sacada a relucir. Fue la confesión de Su filiación lo que motivó la palabra: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". (Mateo 16: 13-18). Ello es la esencia de la revelación del Nuevo Testamento, — pues es el Padre revelando a Su Hijo y el Espíritu permitiéndonos recibir lo que el Hijo es tanto como imagen del Dios invisible como introduciéndonos a la comunión con el Padre. No es Dios simplemente conocido como tal sino el Padre en el Hijo dado a conocer por el Espíritu Santo. Por eso es que en un Evangelio especialmente escrito para creyentes judíos el Espíritu Santo lo destaca de manera especial. (Compárese con el final de Mateo 11).

 

Los discípulos, confundidos por lo que oyeron, se postran sobre sus rostros y tienen un gran temor. No había comunión con ello aún. Por el momento ellos entran en ello sólo someramente aunque después les fue recordado por el Espíritu de Dios. "Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo". (Versículos 7, 8). La visión celestial se había extinguido por un tiempo: ellos estaban en el monte a solas con Jesús. ¡Qué gozo! — Si ella se desvanece, ¡Él permanece!

 

Mencionemos brevemente el relato de esta escena tal como es presentada en los otros evangelios. En Marcos las palabras, "en quien tengo complacencia" son omitidas.  La idea decisiva, en ninguna parte olvidada, es que Él era el Hijo, — en Marcos, así como en Mateo (no solamente un Siervo, aunque verdaderamente tal), — el cual debe ser oído. Pero Mateo añade, "En quien tengo complacencia". La satisfacción del Padre en el Hijo es presentada como el motivo por el cual Él debe ser oído como la expresión plena de Su pensamiento. En Lucas tenemos otra cosa: "Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías". (Lucas 9: 30). Ellos son llamados aquí "varones" de una manera distintiva, — habiendo sido escrito este Evangelio más particularmente teniendo en perspectiva a los hombres en general. Estos varones "aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén". (Lucas 9: 31). Ello es el tema de la conversación de ellos, — del más profundo interés para todos nosotros. La muerte y los padecimientos de Jesús son el gran tema sobre el cual los hombres en la gloria conversan con Jesús, el Hijo de Dios. Y Jerusalén, — ¡Jerusalén! — sería el lugar de Su muerte, ¡en vez de recibirle para que reinase! Pero nosotros encontramos aquí los tristes rasgos de la debilidad humana pues Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño. Encontramos nuevamente aquí el afecto del Padre por Su Hijo. Las más elevadas glorias  del judaísmo menguan, — el Hijo debe ser oído. Los rasgos morales son prominentes en todo momento.

 

Pero, observemos, Juan omite del todo la transfiguración porque su labor apropiada no fue detenerse en la manifestación externa de Cristo al mundo como Hijo del Hombre en Su reino sino en Su gloria eterna como Hijo unigénito de Dios; o como él mismo dice, "Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre". (Juan 1: 14).

 

En 2ª Pedro 1: 16-18 tenemos una alusión a esta escena. Allí se dice, "Él recibió de Dios Padre honra y gloria" (confirmando la observación de que esta escena no nos muestra tanto Su gloria esencial como aquella que recibió de Dios Padre), — cuando "le fue enviada desde la magnífica gloria una voz" (o la nube, que era el conocido símbolo externo de la majestad de Jehová), "que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Pedro omite, "a él oíd", porque habiendo salido la revelación de Jesús a relucir el asunto que queda es el deleite del Padre en Jesús. Yo no pretendo decir hasta qué punto los escritores inspirados conocían todo el pensamiento de Dios en una cosa tal: ellos escribieron movidos por el Espíritu Santo.

 

Cuando los discípulos descendieron del monte el Señor les hace un encargo diciendo, "No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos". (Versículo 9). Ya no se trataba de testificar acerca del reino de Cristo. Esto fue rechazado. La visión fue para los discípulos, para fortalecer la fe de ellos en Jesús. El propio Señor se ocupaba de las almas de los creyentes, no se ocupaba del mundo. Siempre hay un período en que el testimonio de tipo externo puede llegar a su fin. Ustedes pueden recordar el momento en que Pablo separa a los discípulos que estaban en Éfeso de la multitud y los conduce a lo que les concernía más particularmente. (Véase Hechos 19: 8. 9). Por el momento y hasta que el Espíritu Santo fuese dado, hasta que el Señor resucitase de entre los muertos y el poder viniese desde lo alto para hacer de estas cosas un nuevo punto de partida, hablar más acerca de ellas era inútil.

 

Luego tenemos, "Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron". (Versículos 10-12). Él Muestra que para la fe Elías había venido. Si la nación hubiese recibido la palabra predicada por Juan la misión de Elías se habría cumplido según la profecía en Malaquías; pero, rechazando la nación a Jesús así como a Su precursor sólo la fe podía reconocer el testimonio de Juan el Bautista como siendo virtualmente el de Elías. Esto concuerda con la declaración que tuvimos en Mateo 11: "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir"; mostrando que no se trataba de Elías real y literalmente sino del espíritu y del poder de Elías en la persona de Juan el Bautista. En breve el Mesías vendrá en gloria y Elías vendrá también. Pero el Mesías había venido ahora en debilidad y humillación y a Su precursor le habían dado muerte. Fue Elías quien vino en la persona del sufriente Juan el Bautista y su testimonio fue despreciado. Los discípulos son conducidos al secreto de esto: "Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista". (Versículos 12, 13).

 

Pero al pie de ese mismo monte donde el Señor exhibió la gloria del reino, Satanás también exhibió su poder. Todavía no había sido deshecho. El reino era sólo un asunto de testimonio. Los discípulos no lograron hacer uso de los recursos de Cristo para someter el poder del enemigo. Viene al Señor un hombre que se arrodilla ante él diciendo: "Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua", — los procesos más opuestos fueron así reunidos. "Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora". (Versículos 15-18). Los discípulos querían saber cómo fue que ellos no pudieron echarlo fuera, y Él les dice: "Por vuestra incredulidad". (Mateo 17: 20 – JND, KJV, RV1865, RVSBT). Es tan triste como maravilloso que la incredulidad esté en la raíz de las dificultades que Satanás impone pues él ha perdido su poder sobre los que tienen fe. Este muchacho es un lunático y está fuera de juicio pero la incredulidad es incapaz de utilizar el poder de Dios que debiese haber estado a las órdenes de los discípulos. "Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará". La más pequeña obra de la fe en el alma está disponible hasta ahora para las dificultades actuales. El poder del mundo, el poder establecido de cualquier cosa aquí, que es lo que la montaña expone, desaparecería completamente ante la fe. "Pero este género no sale sino con oración y ayuno". (Versículos 20, 21). Debe haber dependencia en Dios en el conflicto con el poder del mal. Se trataba de la gloria moral de Cristo y el secreto de la fuerza. Asumir el poder debido a la asociación con Jesús simplemente fracasa y se convierte en vergüenza. Debe haber también abnegación y el hecho de negarse uno mismo para que Dios pueda actuar. Cuando Jesús desciende todo el poder de Satanás es deshecho y se desvanece.

 

Luego viene otra declaración de Sus padecimientos pero no me detendré en esto ahora más allá de recalcar que así como en Mateo 16: 21 tuvimos Sus padecimientos por medio de los judíos (ancianos, principales sacerdotes y escribas), aquí es más bien el rechazo gentil, pues leemos, "El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres". Esto sigue a continuación de la manifestación de Su gloria como Hijo del Hombre mientras que lo otro siguió a continuación de la confesión de Su aún más profunda gloria como Hijo de Dios. Mateo 16: 16).

 

Para concluir consideremos la hermosa lección del dinero exigido para el sostenimiento del templo. Pedro responde allí rápidamente según su habitual carácter vehemente. Cuando vinieron los cobradores del impuesto los cuales estaban relacionados con el templo y la paga habitual fue exigida, Pedro respondió muy apresuradamente que ciertamente su Maestro pagaría el impuesto. Su mente no fue más allá de la posición judía de ellos. No se trataba de que algún rey de la tierra les exigiera ahora un impuesto pues esto era para el templo de Jehová. Y nuestro Señor se anticipa a Pedro cuando entran en casa y le dice, "¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?" Pedro responde muy francamente: "De los extraños". Entonces Jesús le dice: "Luego los hijos están exentos". Nada puede ser más hermoso que la verdad que nos es enseñada aquí: a saber, sea cual sea la gloria del reino venidero, sea cual sea el poder de Satanás que desaparece ante la palabra de Jesús, sea cual sea la fe que puede remover montañas, nada puede quitar al Hijo de Dios del lugar de la gracia. Él es el Rey y Pedro es uno de los "hijos" los cuales están exentos, y sin embargo fue a ellos a quienes les fue hecho este requerimiento. "Sin embargo, para no ofenderles", dice el Señor, "vé al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti". (Versículo 27).

 

Este es el gran prodigio de Cristo y el prodigio práctico del cristianismo, a saber, que aunque somos conscientes de la gloria y debiésemos pasar a través del mundo como hijos de gloria así como hijos de Dios, por este mismo motivo el Señor nos llama a ser los más humildes y los más mansos sin asumir ningún lugar en la tierra, — y yo no quiero decir que no debiésemos reivindicar ningún lugar para Cristo, obviamente. Nuestro deber es vivir para Cristo y para la verdad: pero, cuando se trata de nosotros mismos debemos estar dispuestos a ser pisoteados y considerados como la escoria del mundo. La carne y la sangre están contra ello pero es el poder del Espíritu de Dios el que nos eleva por encima de la naturaleza.

 

El Señor provee para todos los requerimientos. Él indica a Pedro cómo encontrar el estatero y le dice: "Tómalo, y dáselo por mí y por ti". ¡Qué gozo es que Jesús nos asocie consigo mismo  y provea para todo! — ¡que Jesús mismo, el cual demuestra en esta cosa misma que Él es Dios el Creador con conocimiento divino que tiene el mando del inquieto mar haciendo que un pez proporcione el dinero necesario para pagar el impuesto del templo, nos dé así un lugar con Él mismo y se encargue de toda nuestra necesidad! Nada puede mostrarnos de forma más hermosa la manera en que, conscientes de la gloria, nuestro lugar debe ser siempre el del sometimiento y la humildad de Cristo. ¡Cuán bienaventuradamente el Hijo se rebajó para ser el siervo y conduce a los hijos por la misma senda de gracia!

 

Que el Señor nos conceda saber conciliar estas dos cosas. Sólo podemos hacerlo en la medida que nuestra mirada esté puesta en Cristo.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

RV1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

RVSBT = REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.

 

Mateo 18

 

En Mateo 16 tuvimos dos temas relacionados con la revelación de la persona del Señor a Simón Pedro: uno de ellos es la Iglesia, algo enteramente nuevo o divulgado por primera vez; el otro es el tema familiar del reino de los cielos. En el capítulo que está ante nosotros encontraremos de nuevo estas dos cosas reunidas, — no confundidas ni identificadas. Nosotros estamos llamados a ver el reino y la Iglesia en su relación práctica. Ya nos hemos enterado de que el Señor iba a edificar la Iglesia. "Sobre esta roca" (la confesión de Su persona) "edificaré mi Iglesia". Él prometió después dar las llaves del reino de los cielos a Pedro. (Mateo 16: 18, 19).

 

Encontramos ahora (yo creo que relacionado con el principio que Le motivaba) la conciencia de la gloria y del mando absoluto de todo lo que Él había hecho. Él era el Señor de los cielos y de la tierra, — si él pagó en gracia el impuesto del templo porque la gracia renuncia a sus derechos, al menos ella no procura reivindicarlos y ejercerlos por el momento. Y en la conciencia misma de la posesión de toda gloria Él puede someterse en este mundo malo. Pero observen ustedes además cuidadosamente que el alma nunca debe ceder los derechos de Dios sino los nuestros. Debemos ser tan inflexibles como un pedernal dondequiera que Dios esté en cuestión. La gracia nunca abdica de la santidad verdadera, de la reivindicación o de la voluntad de Dios pues de hecho, ella es lo que fortalece al alma para valorarlas y andar en ellas. A menudo hay una dificultad práctica que las personas no entienden. Aunque se nos pide que andemos en la gracia es un uso inadecuado de la gracia suponer que ello es un consentimiento del mal o una indiferencia para con él en nuestras relaciones con Dios. Si bien la gracia nos encuentra en nuestra ruina, ella imparte un poder que no teníamos antes porque ella revela a Cristo, fortalece el alma, da una nueva vida, y actúa sobre esa vida para llevarnos adelante en la obediencia a Cristo así como en el disfrute de Él. Nuestro Señor muestra que esto debiese gobernar todo.

 

Pero tenemos en primer lugar el espíritu que nos corresponde. "En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 18: 1-3). Ahora bien, esto es lo que es obrado en un alma cuando ella se convierte pues se le da una nueva vida y esa vida es Cristo. Por lo tanto, hay mucho más que un cambio. Eso distaría mucho de la verdad en cuanto a un cristiano. Por supuesto que el cristiano es un hombre cambiado pero además el cambio se debe a algo aún más profundo. Un cristiano es un hombre nacido de nuevo que posee una vida ahora que no poseía antes. Yo no quiero dar a entender simplemente que él vive de una nueva manera sino que a él le ha sido dada una nueva vida que no tenía antes. Es así como él se convierte en un niño. Luego esta nueva vida tiene que ser cultivada y fortalecida. Nuestra vida natural como hombres se desarrolla o puede ser refrenada y obstaculizada mediante diversas circunstancias. Lo mismo ocurre con la vida espiritual.

 

Nuestro Señor muestra aquí cuál es el rasgo moral característico que corresponde al reino de los cielos y esto en oposición a los pensamientos judíos de grandeza. Ellos todavía pensaban acerca del reino según ciertas delineaciones del Antiguo Testamento acerca de él. Cuando David llegó al reino sus seguidores que habían sido fieles anteriormente fueron exaltados según el valor anterior de ellos. Ustedes tienen a los tres principales y luego a otros treinta guerreros y así sucesivamente; y todos ellos tenían su lugar determinado por la manera en que se habían comportado en el día de la prueba. Los discípulos vinieron con pensamientos similares a nuestro Señor llenos de lo que ellos habían hecho y padecido. El mismo espíritu irrumpió en muchas ocasiones incluso en la última cena. Nuestro Señor lo utiliza aquí para mostrar que el espíritu que Él ama en sus discípulos es el de no ser nada, — el de no pensar en uno mismo con un espíritu de humildad dependencia y confianza que no piensa en sí mismo. Este es el sentimiento natural de un pequeño. En el niño espiritual este olvido de sí mismo es exactamente el sentimiento correcto. El niño es el testigo constante de la verdadera grandeza en el reino de los cielos. En nuestro Señor mismo esto fue mostrado plenamente. La maravilla fue que Él que lo sabía todo, que tenía todo el poder y la fuerza, pudo asumir el lugar de un niño y sin embargo Él lo hizo. Y, de hecho, ustedes pueden estar seguros de que la humildad de un niño no es en absoluto incompatible con una persona profundamente instruida en las cosas de Dios. No se trata de una humildad que se muestra en frases o formas sino de la realidad de la mansedumbre que no confía en sí misma sino en el Dios viviente; y esto tiene el respeto que Dios mismo ama que haya hacia los que están alrededor de ella. La perfecta humildad fue una característica de nuestro Señor Jesús tanto como la conciencia de Su gloria. Las dos cosas bien pueden ir juntas y ustedes no pueden tener una humildad cristiana apropiada a menos que exista la conciencia de la gloria. Comportarnos humildemente como hijos de Dios es la cosa hermosa que el Señor coloca aquí ante nosotros.

 

"Cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos". (Versículo 4). No se trata simplemente de llegar a ser como niños engendrados por Dios sino que hay una humillación práctica de nosotros mismos. Y no sólo la humillación de nosotros mismos sino la manera en que sentimos hacia los demás pues leemos, "Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe". Sea cual fuere la humildad del cristiano él debe ser visto con toda la gloria de Cristo lo cual significa recibirle en el nombre de Cristo. Él es una persona que no defiende sus derechos ni hace valer su propia gloria sino que está dispuesta a doblegarse y dejar sitio a cualquiera mientras él es consciente de la gloria que reposa sobre él. Puede haber lo opuesto mismo a esto, — "Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí". ¿Qué significa esto? Significa cualquier cosa calculada para hacer vacilar la confianza de ellos en Cristo, para poner un tropiezo en la senda de ellos. Ello no significa algo dicho en amor fiel al alma de ellos. Las personas pueden ofenderse por esto pero eso no es de lo que se habla aquí. De lo que se habla aquí es de lo que tiende a sacudir la confianza del pequeño en Dios mismo. "Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar". Estas cosas ocurren constantemente en el mundo. Por lo tanto, el Señor dice, "¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!" Entonces, ¿Qué es lo que hay que hacer? El Señor muestra en dos formas la manera de protegerse contra estos tropiezos. La primera es ésta, — a saber, yo debo comenzar conmigo mismo. Este es el medio más importante para no hacer tropezar a otro. "Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti". Ello puede ser en el servicio que uno lleva a cabo o en el andar propio; pero si tu mano o tu pie se convierten en ocasión de tropiezo (algo que el enemigo aprovecha contra Dios), trata resueltamente de inmediato con la cosa mala. "Mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno". (Versículos 6-8).

 

El Señor coloca siempre todo el resultado del mal ante el alma. Al hablar del reino de los cielos Él tiene en cuenta que puede haber en él personas falsas así como también verdaderas. Por eso Él habla de manera general. Él no se pronuncia sobre ellas pues algunas pueden ser verdaderamente nacidas de Dios y otras no. El Señor expresa solemnemente ante ellos que los que son indiferentes acerca del pecado no son de Dios. Es imposible que un alma haya sido regenerada y sea habitualmente indiferente a aquello que contrista al Espíritu Santo. Por lo tanto, Él coloca ante ellos la certeza de los tales siendo arrojados al fuego eterno. De nadie que haya nacido de Dios puede ser dicho esto. Pero, así como puede haber en el reino de los cielos una profesión falsa como también una verdadera, el creyente debe considerar bien esto para no permitir pecado en ninguno de sus miembros. "Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego". Esto puede ser muy costoso pero Dios no es un Maestro duro; nadie es tan tierno y tan amoroso. Y sin embargo es Dios presentándonos su pensamiento por medio del Señor Jesús, mostrándonos que ésta es la única manera de tratar con aquello que puede convertirse en ocasión de pecado. (Compárese con Efesios 5: 5-6).

 

La primera gran fuente de tropiezo para los demás y que debe ser eliminada en primer lugar es aquello que es un obstáculo para nuestras propias almas. Debemos comenzar con el juicio propio. Pero también está el menosprecio a los pequeños que pertenecen a Dios. "Mirad", dice nuestro Señor, "que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos". [Véase nota 14). "Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido". (Versículos 10, 11). Una hermosa palabra especialmente porque es declarada en términos tan generales por nuestro Señor como para incluir literalmente a un niño así como a los pequeños que creen en Él.

 

[Nota 14]. Lo que nuestro Señor llama aquí, "sus ángeles", parecen ser los espíritus de los niños que ahora están en el cielo, — representando el espíritu a la persona en el estado actual hasta la resurrección. Compárese con Hechos 12: 15; Hebreos 12: 23 y Apocalipsis 1: 20, — esto último representando la asamblea. «Un ángel custodio, o ángel de la guarda», del que algunos hablan como siendo aquí el significado no parece dar un buen motivo para la advertencia del Señor; ni ello es mencionado en ninguna parte de las Escrituras. [Nota del Editor en Inglés].

 

Yo creo que este capítulo tuvo la intención de dar ánimo respecto a los pequeños. El argumento sobre el cual nuestro Señor habla no es que ellos fueran inocentes (que es la forma en que se habla tan a menudo de ellos entre los hombres) sino que el Hijo del Hombre vino a salvar lo que se había perdido. Ello supone la mancha del pecado pero que el Hijo del Hombre vino a abordar, de modo que nosotros tenemos derecho a tener confianza en el Señor no sólo para nuestras propias almas sino también para los pequeños.

 

Pero nuestro Señor va más allá. Leemos, "¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños". (Versículos 12-14). Es evidente que nosotros podemos incluir a todos los que se salvan según el mismo principio. El Evangelio de Lucas nos muestra (Lucas 15) esta misma parábola aplicada a cualquier pecador. Pero aquí el Señor la ocupa en relación con lo anterior, a saber, los sentimientos correctos para con uno que pertenece al reino de los cielos. Comenzando con un niño que Él pone en medio Él lleva el pensamiento acerca del pequeño durante toda esta parte de Su discurso. Y Él concluye ahora con la demostración en Su propia misión del interés que el Padre tiene por estos pequeños.

 

Luego el Señor aplica esto a nuestra conducta práctica. Suponiendo que tu hermano te ha perjudicado, — tal vez una mala palabra, o una acción poco amable hecha contra ti — algo que tú sientes profundamente como un verdadero perjuicio personal contra ti; ello es un pecado, obviamente. Probablemente nadie se ha enterado de ello, sólo él y tú. ¿Qué debes hacer? En seguida este gran principio es aplicable, a saber, cuando tú estabas arruinado y alejado de Dios, ¿qué ocurrió en tu caso? ¿Esperó Dios hasta que tú desecharas tu pecado? Él envió a Su Hijo a buscarte, para salvarte. "El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido". Este es el principio sobre el cual tú debes actuar. Tú perteneces a Dios; eres un hijo de Dios. ¿Tu hermano te ha hecho un perjuicio? Vé a él y trata de que lo enmiende. Ello es la actividad de amor con la que el Señor Jesús apremia a sus discípulos. Nosotros debemos procurar la liberación en el poder del amor divino de aquellos que se han alejado de Dios. La carne siente y resiente el perjuicio hecho contra ella misma. Pero la gracia no se envuelve en su propia dignidad esperando que el ofensor venga y se humille y reconozca su error. El Hijo del Hombre vino a buscar a los perdidos. Él dice, «Quiero que ustedes anden según el mismo principio, que sean vasos del mismo amor, — que ustedes se caractericen por la gracia yendo tras aquel que ha pecado contra Dios.» Esto es una gran dificultad a menos que el alma tenga el frescor del amor de Dios y disfrute de lo que Dios es para ella. ¿Cómo siente Dios acerca del hijo que ha hecho el mal? Su deseo amoroso es que él rectifique. Cuando el hijo está lo suficientemente cerca para conocer el corazón del Padre él sale a hacer la voluntad del Padre. Puede ser que haya sido hecho un mal contra él pero él no piensa en eso. Es su hermano el que se ha deslizado al mal y el deseo de su corazón es hacer que el hermano que se ha extraviado se corrija, — no para reivindicarse a sí mismo sino para que su alma sea restaurada al Señor.

 

"Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano". (Versículo 15). No se trata aquí de un pecado conocido por muchos sino de una transgresión personal conocida sólo por ustedes dos. Vé y repréndele estando tú y él solos. "Si te oyere, has ganado a tu hermano". El amor se empeña en ganar al hermano. Así es para aquel que entiende y siente con Cristo. El pensamiento ante el corazón no es el ofensor sino, "tu hermano". "Has ganado a tu hermano". [Véase nota 15].

 

[Nota 15]. El perdón se basa necesariamente en el "oír", — "si te oyere", — lo cual demuestra que el corazón no continúa en el mal. [Nota del Editor en Inglés].

 

"Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra". Preguntémonos, ¿es posible que él resista a uno o dos que vienen a él los cuales son testigos del amor de Cristo? Él ha rechazado a Cristo que arguye por medio de uno; ¿puede él rechazar a Cristo ahora que Él arguye por medio de más personas? Lamentablemente puede ser que él lo haga. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia". La Iglesia significa la asamblea de Dios en el lugar al que todos estos pertenecen. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano". (Versículo 17). Entonces la asamblea es informada de la falta de la persona culpable. La cosa ha sido investigada y constatada. La Iglesia advierte y suplica a este hombre pero él rehúsa oír y la consecuencia es, — "tenle por gentil y publicano". ¡Un asunto de lo más solemne! Un hombre que es llamado hermano en el versículo anterior es ahora para mí como un gentil (pagano) y un publicano (recolector de impuestos). No debemos suponer que el hombre es un borracho o un ladrón pero él muestra la dureza de la voluntad propia y un espíritu de autojustificación. Ello puede surgir de pequeñas circunstancias pero esta soberbia inflexible acerca de sí mismo y de su propia falta es aquello por lo cual él puede ser considerado como un gentil y un publicano según el Señor, — él ya no debe ser reconocido en su estado impenitente. Y sin embargo ello puede surgir principalmente del espíritu de justificarse a uno mismo. En el caso de pecado público o de iniquidad el deber de la Iglesia es claro, a saber, la persona es apartada. Tampoco habría motivo en un caso tal para actuar de uno a uno (versículo 15), y luego con uno o dos más (versículo 16). Pero el Señor muestra aquí cómo el objetivo de esta transgresión personal pudiese ser que la Iglesia tenga que oír acerca de ella finalmente, — y eso puede conducir a algo más.

 

"De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo". Ello no es un mero asunto de ponerse de acuerdo sino de lo que es hecho en el nombre del Señor. (Véase 1ª Corintios 5: 4). "Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Ya sea para disciplina o para hacer peticiones a Dios el Señor establece este gran principio de que donde dos o tres se hallan reunidos a Su nombre, Él está en medio de ellos. Nada podría ser más dulce y alentador. Y yo estoy persuadido de que el Señor tuvo en perspectiva la ruina actual de la Iglesia, cuando podría haber muy pocos reunidos correctamente, reunidos en obediencia a la palabra de Dios y llevándola a la práctica según la voluntad del Señor Jesucristo.

 

Pero una persona puede preguntar, ¿hay alguno en este terreno? Yo sólo puedo decir que los cristianos que se apoyan en las Escrituras y que reconocen la presencia fiel del Espíritu en la asamblea en la tierra se están atrayendo una gran cantidad de problemas para un engaño si ellos no lo están. Ellos son muy insensatos al actuar como lo hacen a menos que estén seguros de que ello es conforme al pensamiento de Dios. ¿Debiesen ustedes tener más dudas acerca de la manera en que los cristianos deben reunirse para partir el pan o para la edificación mutua que acerca de cualesquiera otras instrucciones en la palabra de Dios? Si nosotros no estamos restringidos por normas humanas y si sólo la palabra de Dios es seguida hay completa libertad para llevar a cabo sus instrucciones. Pero aunque confiadamente se habla así, por otra parte preguntémonos, ¿no deberíamos ocupar nosotros un lugar muy bajo? Cuando los miembros del cuerpo de Cristo están dispersos por aquí y por allá la humillación es lo único que nos corresponde; no sólo por los modos de obrar de los demás sino por los nuestros. Pues, ¿qué hemos sido nosotros para Cristo y para la Iglesia? Sería algo muy erróneo que nosotros mismos nos denominásemos la Iglesia; pero si fuéramos sólo dos o tres los que hemos sido reunidos al nombre de Cristo tendríamos la misma aprobación y la misma presencia de Cristo que si tuviéramos a los doce apóstoles con nosotros. Si a causa de la incredulidad y la debilidad la Iglesia en general estuviera disgregada y dispersa, y si en toda esta confusión sólo hubiera dos o tres que tuvieran fe para actuar conforme a la voluntad del Señor, para ellos seguiría siendo verdadera la palabra, "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Es la presencia de Cristo y la obediencia a Él lo que da la aprobación a los actos de ellos. Si la Iglesia ha caído en la ruina el deber de aquellos que sienten esto es apartarse del mal conocido, — "Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien". (Isaías 1: 16, 17). Siempre hay que volver a los primeros principios cuando las cosas se desvían. Esta es la obligación de un cristiano.

 

Entonces Pedro pregunta a nuestro Señor: "¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?" (Versículo 21). Nosotros tuvimos instrucciones acerca de la manera en que debíamos actuar en el caso de una transgresión personal. (Mateo 18: 15-20). Pero Pedro plantea otro asunto. Suponiendo que mi hermano peca contra mí una y otra vez, ¿cuántas veces debo perdonarlo? La respuesta es: "No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete". En el reino de los cielos, — no bajo la ley sino bajo el gobierno del Cristo rechazado, — el perdón es ilimitado. ¡Qué maravilloso, — la santidad más profunda revelada en el cristianismo es al mismo tiempo aquella que siente con amor más profundo y sale con él a los demás! Así que encontramos aquí, "No te digo hasta siete", que era la idea que Pedro tenía acerca de la mayor gracia, "sino aun hasta setenta veces siete". Nuestro Señor insiste en que para el perdón no había realmente un final. El perdón debe estar siempre en el corazón del cristiano.

 

"Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos". (Versículo 23). Y entonces dos siervos son traídos ante nosotros. El rey perdona a uno de ellos que había sido muy culpable (el cual le debía diez mil talentos, — prácticamente una deuda que nunca podía ser pagada por un siervo). Ante su súplica el rey lo perdona. El siervo sale entonces y se encuentra con un consiervo que le debe cien denarios, — una suma muy pequeña en comparación con la que se le acaba de perdonar. Sin embargo asiendo él a su consiervo y ahogándolo le dice: "Págame lo que me debes". Y el rey al oír esto convoca al culpable ante él. ¿Qué es enseñado con esto? Esto es una comparación del reino de los cielos y se refiere a un estado de cosas establecido aquí abajo por la voluntad de Dios. Aunque podemos, y debemos, asumir el principio para nosotros, aquí es enseñado mucho más que esto. [Véase nota 16].

 

[Nota 16]. Aunque el tema de esta parábola del reino es el perdón o la remisión de la culpa de manera gubernamental, un espíritu despiadado e implacable mostraría un corazón insensible a la misericordia de Dios con consecuencias eternas. — [Nota del Editor en Inglés].

 

Tomado de manera amplia, el siervo que debe los diez mil talentos representa al judío, peculiarmente favorecido por Dios y que sin embargo había contraído la enorme deuda que nunca podría pagar. Cuando ellos completaron esta deuda mediante la muerte de su Mesías se les envió un mensaje de perdón: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados". Ellos sólo tenían que hacerlo y sus pecados serían borrados y Dios enviaría de nuevo al Mesías y traería los tiempos de refrigerio. (Hechos 3: 19, 20). Respondiendo el Espíritu Santo a la oración de nuestro Señor en la cruz se sirve de Pedro para decirles: "Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes… Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados", así como el Señor había dicho: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Por tanto, el siervo había oído el sonido del perdón para él pero sin verdadero entendimiento de ello. Él sale y echa en la cárcel a un consiervo por una deuda muy pequeña. Esta es la manera en que los judíos actuaban con los gentiles. Y así toda la deuda que Dios les había perdonado quedó fija sobre ellos. El amo dice al siervo: "Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía". (Versículos 32-34).

 

Yo no dudo de que ustedes puedan aplicar esto a un individuo que ha oído el evangelio y que no actúa de acuerdo con él. El principio de esto es verdad ahora acerca de cualquiera que profesa el evangelio en estos días y que actúa como un hombre mundano. Pero tomándolo en una escala más amplia ustedes deben introducir los tratos de Dios con los judíos. El día viene en que el Señor dirá que Jerusalén ha recibido de Su mano el doble por todos sus pecados. (Isaías 40: 2). Él les aplicará la sangre de Cristo, la cual puede sobrepasar los diez mil talentos, y más. Pero la generación incrédula de Israel es echada en la cárcel y nunca saldrá, mas el remanente lo hará por la gracia de Dios y el Señor hará del remanente una nación robusta.

 

Mientras tanto, lo que nosotros tenemos que recordar es el gran principio del perdón. Tenemos que recordarlo especialmente a nuestras almas en el caso de cualquier cosa que esté en contra de nosotros mismos. ¡Que de inmediato consideremos resueltamente lo que nuestro Dios y Padre ha hecho por nosotros! Si en presencia de tal gracia podemos ser duros por alguna cosa insignificante hecha contra nosotros, acordémonos de la manera en que el Señor juzga aquí.

 

¡Que el Señor nos conceda que Sus palabras no sean en vano para nosotros, que procuremos recordar la grandísima gracia que ha abundado hacia nuestras almas y lo que Dios espera de nosotros!

 

Mateo 19

 

Nosotros hemos tenido el anuncio del reino de los cielos y luego el de la Iglesia. Los hemos visto como cosas distintas aunque relacionadas en Mateo 16; y luego en Mateo 18 vimos los modos de obrar prácticos que se ajustan a ellos. Fue necesario también sacar a la luz la relación del reino con el orden de Dios en la naturaleza. Las relaciones que Dios ha establecido en la naturaleza son totalmente aparte de la nueva creación y continúan cuando un alma entra en la nueva creación. El creyente sigue siendo un hombre aquí abajo aunque como cristiano está llamado a no actuar según principios humanos sino a hacer la voluntad de Dios. Por lo tanto, era muy importante saber si las cosas nuevas afectan al reconocimiento de aquello que ya había sido establecido en la naturaleza. Consecuentemente, este capítulo revela en gran medida las relaciones mutuas de lo que es de la gracia y lo que está en la naturaleza. Obviamente, yo estoy usando la palabra "naturaleza" no en el sentido de "la carne" lo cual expresa el principio y el ejercicio de la voluntad propia sino de lo que Dios ordenó en este mundo antes de que entrara el pecado y que subsiste después de la ruina.  Solamente el hombre que entiende la gracia es aquel que puede empezar a tener conocimiento del orden natural exterior en el mundo y reconocerlo perfectamente. La gracia nunca conduce a una persona a despreciar algo que Dios ha introducido con independencia de lo que ello pudiese ser. Tomen por ejemplo la ley, ¡qué profundo error es suponer que el evangelio debilita o anula la ley de Dios! Por el contrario, pues el apóstol Pablo enseña en Romanos 3 donde él dice que por la fe nosotros "confirmamos la ley". Si yo estoy en terreno legal hay terror, ansiedad, oscuridad, y el temor de encontrarme con Dios como juez pues la ley mantiene todos estos pensamientos mientras estoy aquí, y muy debidamente. Por lo tanto, sólo el hombre que sabe que él es salvo por gracia, elevado por encima del ámbito al que la ley aplica su golpe de muerte, es el que puede considerarla y reconocer seriamente su poder pero en paz porque él está en Cristo y por encima de toda condenación. Un creyente puede hacerlo sencillamente porque él no está bajo la ley; porque "todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición". (Gálatas 3: 10). Si él estuviera bajo la ley incluso en cuanto a su propio andar y a su comunión y no en cuanto a su posición ante Dios, él debe ser miserable; tanto más en la medida en que él sea honesto con respecto a la ley. El intento de ser feliz bajo la ley es una lucha muy dolorosa con el peligro también de engañarnos a nosotros mismos y a los demás. La gracia libera el alma de todo esto situándola en un terreno nuevo. Pero el creyente puede mirar con deleite y ver la sabiduría y la santidad de Dios que resplandecen en todas Sus disposiciones y en todo Su gobierno moral. La ley verdaderamente es un testimonio de lo que Dios prohíbe o desea pero no la revelación de lo que Él es. Ustedes no pueden encontrar esto fuera de Cristo. Sin embargo, la ley sostiene el estándar de lo que Dios requiere del hombre. Él muestra su intolerancia hacia el mal y enjuicia a los que lo practican. Pero seríamos vana y desesperadamente miserables si esto fuera todo, y sólo cuando el alma ha echado mano de la gracia de Dios ella puede complacerse en Sus modos de obrar.

 

Entonces, este capítulo examina las relaciones de la naturaleza a la luz del reino. La primera relación y las más fundamental es la del matrimonio. "Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?". (Versículo 3). Allí tienen ustedes la conducta de los que están en terreno legal. No hay realmente respeto por Dios ni consideración genuina por Su ley. El Señor reivindica de inmediato desde las Escrituras la institución y la santidad del matrimonio, "¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo". (Versículo  4). Es decir, Él muestra que no se trata sólo de lo que entró por la ley sino que Él va a las fuentes. Dios lo había establecido primero y lejos de disolver el vínculo como los hombres concretan Él hizo una sola pareja, y por lo tanto, sólo para ser el uno para el otro. Todas las demás relaciones eran livianas en comparación con este vínculo tan estrecho, — a saber, la unión. Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Junto a la relación de matrimonio está el vínculo de un hijo con sus padres. Es imposible exagerar la importancia del matrimonio como institución natural. ¿Quién hablaría de un hijo dejando a su padre y a su madre por cualquier causa? Incluso los fariseos no pensarían en tal cosa. "Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre". Ellos tenían su respuesta preparada: "¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?" (versículo 7). En realidad no había un mandamiento tal: pues sencillamente un divorcio estaba permitido.

 

Nuestro Señor declara la diferencia perfectamente. Moisés permitió ciertas cosas que no estaban de acuerdo con la intención arquetípica original de Dios. Esto no debería ser motivo de asombro pues la ley no perfeccionaba nada. Ella era buena en sí misma pero no podía impartir la bondad. La ley podía ser perfecta para su propio objetivo pero no perfeccionaba nada ni era la intención de Dios que ella lo hiciera. Pero, más que esto, había ciertas concesiones contenidas en la ley que no expresaban en absoluto el pensamiento divino porque Dios trataba en ella con un pueblo según la carne. La ley no contempla al hombre como nacido de Dios, el cristianismo sí. Los hombres de fe durante la ley eran, obviamente, nacidos de Dios. Pero la ley misma no trazaba ninguna línea divisoria entre regenerados y no regenerados pues ella contemplaba a todo Israel y no sólo a los creyentes; y por eso ella permitía ciertas cosas en vista de la dureza de sus corazones. De modo que aunque nuestro Señor insinúa una cierta consideración de la condición de Israel en la carne, Él reivindicó al mismo tiempo la ley de Dios de las deducciones corruptas de estos fariseos egoístas. "Al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera". (Versículos  8, 9). Nuestro Señor añade aquí lo que no estaba en la ley y saca a la luz el pleno pensamiento de Dios acerca de esta relación. Sólo hay una causa justa por la que esta relación puede ser disuelta; o mejor dicho, el matrimonio debe ser disuelto moralmente para que termine de hecho. En caso de fornicación el vínculo desaparece por completo ante Dios y el repudio (divorcio) no hace más que proclamar ante el hombre lo que ya ha tenido lugar ante los ojos de Dios. Todo es hecho perfectamente claro. La justicia de la ley queda establecida hasta donde ella llegaba pero no llegaba a la perfección al admitir en ciertos casos un mal menor para evitar uno mayor. Nuestro Señor proporciona la verdad necesaria, — yendo hasta el principio mismo y también hasta el final.

 

De este modo es que sólo Cristo, la luz verdadera, presenta siempre el perfecto pensamiento de Dios suministrando para todas las deficiencias y haciendo todo perfecto. Este es el objetivo, la obra y el efecto de la gracia. No obstante, "Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse". (Versículo 10). ¡Lamentable! el egoísmo del corazón incluso en los discípulos. Era tan habitual en aquel entonces desechar a la esposa debido a una pequeña aversión, etcétera, que a ellos les impactó oír al Señor insistir acerca de la indisolubilidad del vínculo matrimonial.

 

Pero, dice el Señor, "No todos pueden aceptar este precepto, sino sólo aquellos a quienes les ha sido dado. Porque hay eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y también hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte". (Versículos  11, 12 – LBA). Yo entiendo que aunque mantiene allí la institución del matrimonio de forma natural, el Señor muestra que hay un poder de Dios que puede elevar a las personas por encima de ello. El apóstol Pablo actuaba en el espíritu de este versículo cuando nos presenta su propio discernimiento "como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel". (Véase 1ª Corintios 7). No hay duda alguna en cuanto a que él fue llamado a un trabajo notable que habría hecho muy difícil la debida atención a la relación familiar. Su ocupación se extendía y le llevaba a todas partes. Dondequiera que hubiera congregaciones que atender, donde las almas clamaran: «Ven y ayúdanos», — y mucho más allá de las llamadas de los santos o de los hombres, el Espíritu Santo lo depositó en su consagrado corazón. Con esposa o familia que cuidar la obra del Señor no podría haber sido hecha tan exhaustivamente. De ahí el sabio y bondadoso discernimiento del apóstol, no dado como mandamiento sino que es dejado para ser sopesado por la mente espiritual. La última de las tres clases de personas del versículo está expresada en sentido figurado y significa claramente vivir solteros para la gloria de Dios. Pero presten ustedes atención pues ello es un don no una ley y mucho menos una casta. Este precepto lo aceptan solamente "aquellos a quienes les ha sido dado". (Mateo 19: 11 – LBA).  Ello es expresado como un privilegio. Como el apóstol insiste en la honorabilidad del matrimonio él era el último en poner la menor difamación acerca de un vínculo tal; pero él también conocía un amor más elevado y del todo absorbente, una entrada, en una medida, en los afectos de Cristo por la Iglesia. Aun así no se trata de una obligación impuesta sino de un llamamiento especial y un don de la gracia en el que él se regocijaba para glorificar a su Amo. La apreciación del amor de Cristo para con la Iglesia le había formado en su propio modelo. Observen ustedes que aquí ello es, "a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos", — ese orden de cosas que depende de Cristo ahora en el cielo. Y por eso, fuertes en la gracia que resplandece en Él a la diestra de Dios son aquellos a quienes les es dado andar por encima de los lazos naturales de la vida, — no despreciándolos sino honrándolos, mientras se entregan individualmente a esa piadosa porción que no les será quitada.

 

Y ahora Le trajeron algunos niños, — pequeños propensos a ser despreciados. ¿Qué hay en este mundo tan indefenso y dependiente como un infante? "Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase". (Versículo 13). Los discípulos pensaron que ello era una molestia o una abusiva libertad y "los reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí". (Versículos 13-15). Tan completamente fueron satisfechas las demandas del amor incluso cuando el deseo pareció tan extemporáneo. Pues podemos preguntar, ¿por qué el Señor del cielo y de la tierra habría de ocuparse en poner Sus manos sobre pequeños? Pero la razón humana no limita el amor y los pensamientos indignos de los discípulos fueron desechados ya que ellos pensaban que los niños eran indignos de Su atención. Ah, qué poco Le conocían a pesar del tiempo que ellos habían estado con Él. ¿No era digno de Él bendecir así a lo más pequeño a los ojos de los hombres? ¿Cuán importante es esta lección para nuestras almas? No es necesario que ello esté relacionado con nosotros mismos; puede ser el hijo de otro. ¿Reclamamos al Señor por ello? ¿Cuál es Su sentimiento? Él es grande, Él es poderoso; pero Él no desprecia a nadie.

 

Delante de Su gloria no hay tanta diferencia entre un mundo y un gusano. El mundo es sencillamente nada si Dios lo mide por medio de Él mismo. Pero además el más débil puede ser el objeto de Sus más profundos amor y cuidado. ¡Oh, con qué interés nuestro Señor consideró a estos infantes!. Ellos son los objetos del amor del Padre por quienes Él dio a su Hijo y a quienes el Hijo vino a salvar. Cada uno de ellos tenía un alma y, ¿cuál era su valor? ¿Qué es ser un vaso de la gracia en este mundo, y de gloria en el resplandeciente día eterno? Los discípulos no entraron en estos pensamientos y cuán poco entran dichos pensamientos en nuestras almas. Jesús no sólo bendijo a los niños sino que reprendió a los discípulos que Le habían tergiversado y Él dice: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos". Una palabra devastadora para la soberbia. ¿Eran los discípulos, "de los tales", en aquel momento, o al menos en ese acto?

 

Y ahora vino un joven "y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" Evidentemente él era un encantador personaje natural; uno que combinaba en su persona toda cualidad que era estimable; uno que no sólo tenía todo lo que los hombres consideran que produce felicidad en este mundo sino que era aparentemente sincero en su deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios. Y además él se sintió atraído por Jesús y vino a Él. En otro Evangelio (Marcos 10: 21) leemos que Jesús "le amó", no porque él creyera y siguiera a Jesús pues, ¡lamentablemente! nosotros sabemos que él no lo hacía. Pero hay variadas formas de amor divino además del que nos abraza como pródigos retornados. Aunque tenemos un amor especial por los hijos de Dios y en las cosas de Dios debemos valorar sólo lo que es del Espíritu Santo, no se deduce de ello que no debamos admirar una mente fina o un carácter naturalmente hermoso. Si no lo hacemos ello sólo demuestra que no entendemos el pensamiento de Dios como es manifestado aquí en Jesús. Incluso en cuanto a la creación, ¿debo yo considerar con frialdad o no considerar en absoluto los ríos o las montañas, el mar, el cielo, los valles, los bosques, los árboles, las flores, que Dios ha hecho? Es un error total que la espiritualidad deslustre Sus obras externas. Pero, ¿debo yo fijar mi mente en estas vistas? ¿Debemos nosotros viajar por doquier con el propósito de visitar lo que todo el mundo considera digno de ser visto? Si en mi senda de servir a Cristo pasa ante mí una perspectiva grandiosa o hermosa yo no creo que Aquel de quien cuya obra de Sus manos ella es me llame a cerrar los ojos o mi mente. El propio Señor llama a prestar atención sobre los lirios del campo más resplandecientes que Salomón con toda su gloria. (Mateo 6: 28, 29). El hombre admira aquello que le permite satisfacer su amor propio y su ambición en este mundo. Eso es meramente la carne. Pero en cuanto a lo moralmente bello o bello en naturaleza, la gracia, en lugar de despreciar valora todo lo que es bueno en su propia esfera y rinde homenaje al Dios que exhibió así Su sabiduría y poder. La gracia no desprecia lo que hay en la creación ni lo que hay en el hombre. A este joven el Señor "le amó" cuando ciertamente aún no había fe en absoluto. Él se alejó de Jesús triste. Pero, ¿qué creyente lo hizo alguna vez desde el comienzo del mundo? Su tristeza se debió a que él no estaba preparado para la senda de la fe. Jesús deseó que él Le siguiera pero no como un hombre rico. Él hubiese estado encantado de hacer "alguna gran cosa"; pero el Señor puso al descubierto el yo en su corazón. Él sabía que (a pesar de todo lo que de manera natural e incluso según la ley era hermoso en él), en el fondo había suficiencia, — convirtiendo la carne estas mismas ventajas en un motivo para no seguir a Jesús. Pero, como si nada en absoluto él debía seguir a Jesús. "Maestro bueno", dijo él, "¿qué bien haré para tener la vida eterna?" Él no había aprendido la primera lección que un cristiano conoce, lo que un pecador convicto aprende, — a saber, que él está perdido. El joven mostró que nunca había sentido su propia ruina. Él asumió que era capaz de hacer el bien pero el pecador es como el leproso en Levítico 13 el cual no podía llevar una ofrenda a Dios sino sólo quedarse fuera gritando: "¡Inmundo! ¡Inmundo!" El joven no tenía conciencia del pecado. Él consideraba la vida eterna como el resultado de que un hombre hiciera el bien. Él había estado haciendo lo que la ley decía y hasta donde él sabía nunca la había quebrantado.

 

Nuestro Señor le dice: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". Él puede aceptarlo en ese terreno. Este varón no tenía idea de que aquel a quien él estaba hablando era Dios mismo. Simplemente vino a Él como un hombre bueno. En esta situación el Señor no permitiría que se Le llamara bueno. Sólo Dios lo es. Al principio el Señor se limita a tratar con él en su propio terreno. "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo". (Versículos  17-19). El Señor cita los mandamientos que se relacionan con los deberes humanos, — la segunda tabla de la ley, como es llamada. "Todo esto, — dice el joven, "lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?" Pero el Señor dice: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme". ¿Y entonces qué? "Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones". Él amó más sus posesiones que a Jesús. Esto  brindó a nuestro Señor la oportunidad de revelar otra verdad, una verdad muy sorprendente para un judío que consideraba la riqueza como un signo de la bendición de Dios. Ello fue con un espíritu similar al que actuaron también los amigos de Job aunque ellos eran gentiles, porque en verdad se trata del juicio de la justicia carnal. Ellos pensaban que Dios debía estar en contra de Job porque él se había visto envuelto en una prueba inaudita. El Señor saca a relucir, con la perspectiva del reino de los cielos, la verdad solemne de que las ventajas de la carne son auténticos estorbos para el Espíritu.

 

"Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos" (es decir, entrará con dificultad; no es que no pueda entrar, sino que "entrará difícilmente"). Él lo reitera enfáticamente: "Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja" (más allá de la naturaleza, obviamente) "que entrar un rico en el reino de Dios". Cuando sus discípulos lo oyeron se asombraron en gran manera diciendo: ¿"¿Quién, pues, podrá ser salvo?" El Señor se enfrenta a la objeción de ellos: "Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible". (Versículos 24-26). Si ello se tratase de un hombre haciendo cualquier cosa para entrar en el reino las riquezas no son más que un estorbo. Y es así con todo lo demás que es considerado deseable. Con independencia de lo que yo puedo tener y de aquello en lo que confío, sean formas morales, posición o lo que sea, — estas cosas no son más que impedimentos en lo que respecta al reino y hacen que entrar en dicho reino sea imposible para el hombre. Pero para Dios (y podemos bendecirle por ello) todo es posible sin que importe la dificultad. Por eso es que Dios escoge en Su gracia llamar a toda clase y condición de personas. Nosotros leemos acerca de una persona llamada de la corte de Herodes; leemos acerca de santos en la casa de César. Una gran compañía de sacerdotes creyó; también Bernabé el levita con sus casas y tierras; y, sobre todo, Saulo de Tarso, instruido a los pies de Gamaliel. Todas estas dificultades sólo brindaron a Dios la oportunidad de vencer todos los obstáculos mediante Su poder y Su gracia.

 

Cuando Pedro oyó cuán difícil era para los ricos salvarse pensó que era el momento para que él hablase acerca de lo que ellos habían dejado por el Señor y de enterarse acerca de lo que ellos iban obtener por ello. "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?" ¡Qué dolorosamente natural fue esto! "Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna". (Versículos  28, 29). No hay nada que el creyente haga o padezca que no será recordado en el reino. Si bien esto es muy bienaventurado también es un pensamiento muy solemne. Aunque nuestros modos de obrar ahora no tienen nada que ver con la remisión de nuestros pecados, ellos tienen suma importancia como testimonio de Cristo y repercutirán de manera muy decisiva sobre nuestro futuro lugar en el reino. No debemos utilizar la doctrina de la gracia para negar la de las recompensas; pero aun así, Cristo es el único motivo para el santo. Nosotros recibiremos según lo que hayamos hecho mientras estábamos en el cuerpo, sea bueno o sea malo, tal como el Señor muestra claramente aquí. Los doce habían seguido al Señor rechazado aunque Su gracia les había dado el poder. No fueron ellos los que Le habían elegido a Él sino que Él los había elegido a ellos. (Juan 15: 16). Ellos son alentados ahora por la seguridad de que en el momento bienaventurado de la regeneración cuando el Señor obrará una gran transformación en este mundo (pues así como Él regenera a un pecador así Él regenerará al mundo), el trabajo y el padecimiento por Su nombre no serán olvidados por Él.

 

Recuerden ustedes que de lo que aquí se habla no se refiere al cielo: hay un trabajo aun mejor en el cielo que juzgar a las doce tribus de Israel. Sin embargo, ello es un destino glorioso reservado a los doce apóstoles durante el reinado de Cristo sobre la tierra. Una gloria similar está destinada para otros santos de Dios tal como leemos en 1ª Corintios 6: 2: "¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?" Esto es usado allí para mostrar la incongruencia de que un santo busque el juicio del mundo en un asunto entre él y otro cristiano porque la porción y la bendición del cristiano están completamente aparte del mundo y él debe ser fiel a los objetivos para los que Cristo lo ha llamado.

 

En cuanto a todas las relaciones y ventajas naturales de esta vida, si ellas se pierden por causa de Su nombre los perdedores recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna. El Evangelio de Juan habla acerca de la vida eterna como algo que poseemos ahora: los demás evangelios hablan de ella como algo futuro. De hecho, nosotros la tenemos ahora morando en nosotros; en aquel entonces nosotros entraremos en su morada y tendremos su plenitud en la gloria en breve. "Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros". ¡Qué insinuación para Pedro, — y para todos nosotros! Una pretensión de justicia propia es una trampa fácil y pronto encuentra su nivel. Si el abandono de todo es valorado ha perdido todo su valor. Por lo tanto, muchos de los que comenzaron a correr bien la carrera se apartaron de la gracia para ir a la ley y el propio Pedro fue culpado por el último (pero primero) de los apóstoles, como sabemos por la epístola a los Gálatas. (Véase Gálatas 2: 11-14).

 

Que el Señor haga que Su gracia sea la fortaleza de nuestros corazones; y si hemos padecido la pérdida de alguna o de todas las cosas, ¡que las consideremos todavía como basura para ganarle a Él! (Filipenses 3: 8).

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

 

Mateo 20

 

El capítulo anterior finalizó con la importante doctrina de que en el reino el Señor se acordará de todo el padecimiento y el servicio llevado a cabo aquí por Su nombre. Pero, es evidente que aunque ésta es una verdad indudable de las Escrituras a la que se hace referencia en las epístolas de Pablo y en otras partes del Nuevo Testamento, ella es una verdad de la que el corazón estaría dispuesto a abusar para justificarse a sí mismo; y que una persona que olvidara que todo es por gracia podría estar dispuesta a reclamar a Dios frente a cualquier cosa que Él le hubiera permitido hacer. Por eso es añadida una parábola con un principio totalmente diferente en la que el pensamiento prominente es la soberanía de Dios con el propósito expreso, yo creo, de proteger contra tales resultados. Porque Dios no es injusto al olvidar nuestra obra y nuestro trabajo de amor que podamos haber mostrado hacia Su nombre: pero hay un peligro para nosotros en ello. Debido al hecho de que Dios no olvida lo que Su pueblo hace por Él no se deduce que Su pueblo deba atesorarlo. Nosotros no tenemos más que una cosa en la que situar nuestras almas, y es Cristo mismo; tal como dijo el apóstol: "una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante", — no olvidando lo que hemos hecho mal: lo contrario mismo de esto será incluso en la gloria. Cuando no quede ni un vestigio de humillación tendremos un sentido más vívido que nunca de nuestros múltiples fracasos; pero no como para producir un solo sentimiento de duda, de temor, o desdicha. Tales pensamientos serían contrarios a la presencia de Dios. Es bueno que mientras el creyente se aferra a su plena bendición piense en lo que él es, que se humille día a día ante la vista de Dios recordando siempre que la verdadera humillación es en el terreno de que somos hijos de Dios. Una persona que tuviera algún cargo que tiene que ver con  la Reina y tuviera el debido respeto por ella estaría pensando en ella y no en sí misma. ¡Cuánto más cuando estamos en la presencia de Dios! Esto debiese llenar nuestras almas de gozo en la adoración del Señor. Lo que es decoroso para el santo, lo que es muy aceptable para Dios, no es la constante presentación de nosotros mismos de una manera u otra, por más que esto pueda ser, en cierto sentido, en nuestra privacidad. Pero la alabanza de Dios por lo que Él es, — sobre todo en el conocimiento de su Hijo y de Su obra, — es el gran objetivo de todos los tratos de Dios con Sus hijos. La conciencia de nuestra nulidad muestra la más profunda y verdadera humildad. Allí donde existe descuido habitual y falta de dependencia con sus tristes resultados no habrá una disposición del corazón para adorar. El pensamiento apropiado relacionado con la mesa del Señor es que yo voy a encontrarme con Cristo para alabarle junto con Sus santos; y esto, — a saber, ser conscientes de estar en Su presencia, — mantiene un control sobre nuestros espíritus.

 

Para mantenernos en esta conciencia de la gracia el Espíritu de Dios recurre en este capítulo a la soberanía de Dios que contrarresta la justicia propia que va a ser hallada incluso en el corazón de un discípulo. Pedro dijo: "nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido" (Mateo 19: 27), y el Señor le asegura que ello no será olvidado pero Él añade inmediatamente la parábola del padre de familia. Nosotros no encontramos aquí el principio de las recompensas o el justo reconocimiento del servicio hecho por Su pueblo sino los derechos de Dios, Su soberanía. Por lo tanto, no hay diferencias aquí, — nadie es recordado especialmente por haber ganado almas para Cristo o por haber dejado todo por Cristo. El principio es que aunque Dios reconocerá infaliblemente todo servicio y pérdida por causa de Cristo, Él mantiene Su propio derecho para hacer lo que Él desea. Alguna pobre alma puede ser llevada al conocimiento de Cristo en el día de su muerte. Dios reivindica Su derecho a dar lo que le plazca, para dar a aquellos que no han hecho nada en absoluto, — como podemos pensar, — sólo lo que es bueno a Sus propios ojos. Este es un principio muy diferente del que tuvimos en el último capítulo y sumamente contrario al pensamiento del hombre. "El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña". (Versículos 1, 2).

 

La aplicación común de esta parábola a la salvación del alma es un error. Porque esto es lo que Cristo hizo, por lo que padeció y por lo que vive, independientemente del hombre. El pobre pecador sólo tiene que entregarse a sí mismo para ser salvado por Cristo. Cuando él ha sido llevado hasta el final de sí mismo reconociendo que no merece más que el infierno, ¡qué dulce es que Dios traiga ante tal alma que Jesucristo (y fiel es esta palabra) ¡vino al mundo para salvar a los pecadores! (1ª Timoteo 1: 15). Cuando uno se contenta con ser salvo como nada más que un pecador y por nada más que Cristo, el verdadero descanso de Él es dado al instante. Dondequiera que uno piense en aportar su parte sólo habrá incertidumbre, y dudas, y dificultades. Sólo Cristo es nuestra salvación. El hombre que es salvo no aporta nada más que sus pecados. Pero en esta parábola el asunto no es esto; se habla allí del trabajo de cada siervo según el Señor se complace en llamar a trabajar en Su viña. Si Él se complace pondrá a todos en igualdad de condiciones. Él recompensará el trabajo que sea hecho pero dará lo que Él quiere.

 

“Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron”. (Versículos 2-4). No se trata aquí de gracia en el sentido de salvación. "Os daré lo que sea justo". Es Dios quien juzga lo que es apropiado. "Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo". Y es singular decir que Él salió "cerca de la hora undécima ". ¡De qué corazón esto nos habla! Qué infinita benignidad! ¡Que Dios, el cual reconoce todo servicio y padecimiento hecho para Él mantiene intacta la prerrogativa de salir en el último momento para traer almas y ocuparlas en lo que podría parecer un pequeño servicio! Pero Él puede dar la gracia para hacer bien eso que es pequeño. "Y saliendo cerca de la hora undécima… les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros”. (Versículos 6-8). "Comenzando desde los postreros". En esta parábola siempre se habla de los postreros en primer lugar. Así que se le dice al mayordomo que empiece desde los postreros hasta los primeros. Y además, cuando el propio señor de la viña tiene que hablar, es lo mismo: "Los postreros serán primeros, y los primeros postreros". (Mateo 20: 16 – BJ, JND, LBA, RVA, RVSBT, RV1977). Se trata de la soberanía de la gracia al dar como a Él le place; no sólo al salvar sino al recompensar en el tiempo de gloria; pues de esto es de lo que se habla.

 

Obviamente, los postreros recibieron su salario con agradecimiento. Pero cuando los primeros oyeron acerca de ello empezaron a creerse con derecho a más, — ellos que habían soportado la carga y el calor del día. Pero el amo les recuerda que todo estaba resuelto antes de que ellos comenzaran a trabajar. En su egoísmo ellos olvidaron tanto los términos como la rectitud de aquel con quien tenían que ver. Si por la generosidad de su corazón él se complacía en dar a los postreros lo mismo que a los primeros, ¿qué les importaba a ellos? Dios mantiene Sus propios derechos. Es de suma importancia para nuestras almas que mantengamos los derechos de Dios en todo. Las personas discutirán si es justo que Dios escoja a esta o a aquella persona. Pero en el terreno de la justicia todos están perdidos, y perdidos para siempre. Ahora bien, si Dios se complace en usar Su misericordia conforme a Su sabiduría y para Su gloria hacia estos pobres perdidos, ¿quién va a argüir con Él? "Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?" (Romanos 9: 20). Dios tiene el derecho a actuar conforme a lo que hay en Su corazón: y "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis  18: 25). ¿Tiene Él derecho a actuar desde Sí mismo? Él no puede actuar desde el hombre en los terrenos de la justicia. No hay fundamento alguno sobre el cual Él pueda actuar así; ello es enteramente un asunto de Su propio beneplácito. Y nosotros debemos recordar que no hay un hombre que se pierda excepto aquel que rechaza la misericordia de Dios, que la desprecia o que la utiliza para sus propios propósitos egoístas en este mundo. El hombre que ha sido salvo es el único que tiene una conciencia verdadera del pecado, que se entrega a sí mismo como perdido y recurre a la misericordia de Dios en Cristo para salvar a un pecador perdido.

 

Al demandante, el padre de familia respondió: "Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?" (Versículos 13-15). Sale allí a relucir todo el secreto. El hombre, de hecho, un discípulo profesante, un obrero en Su viña, puede estar discutiendo porque se cree con derecho a más que otro que en su opinión ha hecho poco en comparación con él. El asunto de ser un hijo de Dios no entra en esta parábola; y en cuanto al servicio uno puede ser un siervo verdadero o un simple asalariado.

 

Yo sólo preguntaría: ¿Por qué en el capítulo anterior se lee: "Muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros (Mateo 19: 30) y aquí: "Los postreros serán primeros, y los primeros postreros"? (Mateo 20: 16 – BJ, JND, LBA, RVA, RVSBT, RV1977). Al hablar acerca de las recompensas según el trabajo realizado se insinúa el fracaso del hombre pues, de hecho, la debilidad se muestra pronto por si misma, — Los “primeros serán postreros". Pero en esta nueva parábola se trata de la soberanía de Dios que nunca falla; consecuentemente aquí es, "Los postreros serán primeros, y los primeros postreros". “Demas me ha desamparado, amando este mundo". (2ª Timoteo 4: 10). Nosotros podemos decir que hubo un primero que se convirtió en postrero, — uno que trabajaba para el Señor que no había renunciado al cristianismo pero que se cansó de la senda del infatigable servicio para Cristo. Si en lugar de honra los miles de aquellos que están comprometidos en el servicio de Cristo tuviesen que recibir ahora burla y persecución no habría la menor disminución de sus filas. Pero aquel que procura inteligentemente servir fielmente al Señor en este mundo debe esperar vergüenza y padecimiento. Demas pudo haber sido un creyente pero la prueba y el vituperio, el amor a las comodidades y otras cosas se apoderaron fuertemente de su espíritu y él abandonó el servicio del Señor. "Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús", es un principio similar. (Filipenses 2: 21).

 

Y ahora el Señor sube a Jerusalén y prepara a Sus discípulos para una dificultad aún mayor. "He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará". (Versículos 18, 19). Tan egoísta es el corazón del hombre que incluso después de esto la madre de los hijos de Zebedeo viene a Él con sus hijos que estaban entre los propios apóstoles; y adorándole ella desea cierta cosa de Él. "Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda". (Versículo 21). Tan perfecta es la humillación de Cristo, tal es Su abandono de Sí mismo (Él, el Único que tenía perfecto conocimiento de todo y derecho a todo por Su gloria personal), que dice: «Yo no tengo que dar ningún lugar en mi reino, — dar no es Mi lugar excepto como Mi Padre pueda desear. Pero tengo algo que darles ahora: es el padecer.» En efecto, padecer por Él y con Él es lo que Cristo da a Sus siervos ahora, — un elevado privilegio. Cuando el apóstol Pablo fue convertido preguntó: "¿qué quieres que yo haga?". (Véase Hechos 9). El Señor le dice cuán grandes cosas él padecería por causa de Su nombre. La mayor honra que nosotros podemos tener aquí es padecer con Cristo y por Cristo. Esto es lo que nuestro Señor hace saber a la madre de los hijos de Zebedeo. "Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos". (Versículo 22). Él asumió dos tipos diferentes de padecimiento: el vaso que es el padecimiento interior; y el bautismo que expresa aquello en que estamos inmersos exteriormente. Los dos incluyen todo tipo de prueba, tanto internas como externas. Él no está hablando aquí acerca de la cruz en expiación pues no puede haber comunión en esto. Pero puede existir la cruz en el rechazo aunque no como expiación. Puede haber un compartir lo que Cristo padeció de parte del hombre pero no de lo que Él padeció de parte de Dios. Cuando él estuvo padeciendo por el pecado en la cruz la relación es abandonada cuando Él se somete en gracia infinita al lugar de juicio. Él es hecho pecado. Él se da cuenta de lo que es ser desamparado por Dios haciéndose Él responsable de los pecados de los hombres. Por tanto Él dice en aquel terrible momento en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Nosotros no podemos tener parte en esto. Dios desamparó a Jesús para no desampararnos a nosotros. Dios nunca desampara a un cristiano ni se oculta de él.

 

Cuando el Señor dice: "¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos", ellos no sabían lo que decían ni sabían lo que pedían. Pues cuando nuestro Señor sólo estuvo en peligro de muerte encontramos que todos Le desampararon y huyeron. En cuanto a uno de ellos, si él se aventuró a entrar en el pretorio fue simplemente, por así decirlo, bajo la sotana del sumo sacerdote; es decir, con el pretexto de ser conocido por él. (Juan 18: 15). Cuando Pedro siguió en su propio terreno fue sólo para mostrar su absoluta debilidad. En presencia de un vaso como éste y de un bautismo como éste el Señor dice: "A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados" (no dice, vosotros podéis) "pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre". (Versículo 23). [Véase nota 17]. Era de Él conceder sólo a aquellos a quienes el Padre lo destinaba. Cristo es el administrador de las recompensas del reino. Como Él fue Siervo en padecimiento también dispensará las recompensas y las glorias del reino.

 

[Nota 17]. Yo sólo comentaría que en la Biblia Inglesa KJV las palabras puestas en cursiva (e insertadas sin justificación)  en Mateo 20: 23, deslucen mucho el sentido. Sin ellas el sentido es mejor. [William Kelly en el texto original en inglés].

 

"Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos hermanos". (Versículo 24). Sin duda les pareció algo muy correcto contener a estos dos hermanos que estaban tan llenos de sí mismos. Pero, ¿por qué se indignaron ellos así? La soberbia de ellos estaba herida; ellos también estaban llenos de sí mismos. Cristo no se llenó de indignación, — ello fue una tristeza para Él; pero ellos estaban enardecidos contra los dos hermanos. Nosotros tenemos que ser cuidadosos. A menudo cuando tratamos de contener a los que tratan de enaltecerse a sí mismos también está el yo de nuestra parte. Supongan ustedes que uno de nosotros ha caído en pecado. A menudo hay una gran cantidad de duros sentimientos al respecto: pero, ¿es ésta la mejor manera de mostrar nuestro sentido del pecado? Los que más sienten por Dios sienten también más profundamente por los que se han alejado de Él. "Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado". (Gálatas 6: 1).

 

"Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad". Él señaló ese mismo amor a la grandeza en ellos mismos. Ellos lo condenaban enérgicamente en Jacobo y Juan pero el sentimiento de ellos delataba lo mismo en sus corazones. "Mas entre vosotros no será así", dice el Señor, "sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo". Hay una diferencia entre las dos palabras, servidor y siervo. La palabra griega diákonos traducida como "servidor" significa siervo, sirviente. Pero en el versículo 27 la palabra griega doúlos traducida como siervo significa esclavo, por lo tanto en un sentido calificado de sujeción o subordinación. «¿Quieren ustedes ser realmente grandes conforme a los principios de mi reino? Humíllense todo lo que puedan. ¿Quieren ser ustedes los más grandes? Rebájense hasta lo inferior.» El que menos yo tiene es el más grande a los ojos del Señor. Porque "el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". (Versículo 28). Él asumió el lugar más bajo de todos y dio Su vida en rescate por muchos. ¡Bendito sea para siempre Su nombre!

 

Los últimos versículos pertenecen propiamente al capítulo siguiente  que es el de la aproximación de nuestro Señor a Jerusalén desde el camino de Jericó. Y es necesario tomar los dos capítulos juntos para tener la conexión apropiada de todo lo que nos es presentado aquí. Pero yo no puedo finalizar esta parte del tema sin llamarlos nuevamente a prestar atención a los principios del reino de Dios tal como nos los mostró el propio Cristo. ¡Qué llamamiento al servicio renunciando al yo! ¡Qué gozo pensar que todo lo que ahora es una prueba será encontrado como un gozo en aquel reino! Hay algunos que piensan que son favorecidos con pocas oportunidades para servir al Señor, — ellos piensan que están excluidos de lo que sus corazones desearían. Recordemos que Aquel que conoce todo tiene derecho a dar como Él quiere a los Suyos y de lo Suyo. Él hará lo mejor conforme a Su corazón. Nuestra única tarea ahora es pensar en Aquel que no vino para ser servido sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos. Ese es nuestro principal llamamiento y nuestra principal necesidad, — a saber, ser esclavos, doúlos de Cristo, al servirnos unos a otros.

 

En la transfiguración tuvimos una imagen del reino venidero; a saber, Cristo la Cabeza y Centro con representantes de sus aspectos celestiales y terrenales; por una parte Moisés y Elías glorificados y por la otra los tres discípulos en sus cuerpos naturales. Este fue un momento decisivo en la historia del curso de nuestro Señor que Juan pasa por alto pero que es presentado plenamente en los otros tres Evangelios. La Cruz, a causa del pecado, es el fundamento de toda gloria. No podría haber nada estable o santo sin ella. Ella es el único canal por el cual emanan todas nuestras bendiciones y sabemos por medio de Lucas que la muerte de Cristo fue el tema en el monte santo. Pero Juan no nos presenta nada de esa escena porque él se ocupa de Cristo como el Hijo. En Juan no tenemos el aspecto humano sino la deidad del Señor Jesús, y Su rechazo por parte de Israel y el consiguiente rechazo de Israel por parte de Dios son asumidos desde el principio de ese Evangelio: como leemos, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). Ahora bien, la transfiguración no saca a la luz la deidad de Cristo sino Su gloria como Hijo del Hombre exaltado reconocido además como Hijo de Dios. Esto fue una muestra de la gloria del Señor en Su futuro reino con los tipos de algunos resucitados y celestiales y de otros en su estado natural o terrenal. Pero Juan no nos muestra el reino sino la casa del Padre. El mundo puede ver en cierta medida la gloria tal como fue predicha en el monte pero ésta no es nuestra mejor porción. Mientras nosotros aguardamos "la esperanza bienaventurada" y la manifestación de la gloria (Tito 2: 13 – LBA) nuestra esperanza es estar con Cristo en la casa con muchas moradas del Padre, — una esperanza que está mucho más allá de cualquier bendición del reino. Tampoco ello será mostrado. Los secretos del amor y la comunión de Cristo con la Iglesia no son para ser exhibidos ante el mundo. Indudablemente la gloria y el lugar de poder que la Iglesia poseerá en el reino venidero serán exhibidos porque éstos constituyen algunas de las características principales del reino milenial. De este modo el monte de la transfiguración ocupa un lugar importante en los tres Evangelios sinópticos como mostrando a Cristo en calidad de Mesías, Siervo, e Hijo del Hombre. Como tal, Él será mostrado conforme al modelo en el monte, y consecuentemente, los tres evangelistas que presentan a Cristo en estos tres aspectos nos presentan la transfiguración. El pensamiento de la recepción inmediata por parte de los judíos, como hemos visto, había sido abandonado por completo y la cosa nueva venidera comienza a ser anunciada. Cristo debe padecer y morir.

 

El final de nuestro capítulo, desde Mateo 20: 30, es un prefacio a Mateo 21 donde tenemos la última presentación formal del Rey, — no con el pensamiento de ser recibido; pero para colmar la iniquidad del hombre y el cumplimiento de los consejos de Dios Él se presenta como tal. El Señor va de camino a Jerusalén y dos ciegos claman a Él, "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!" Aunque ellos no sabían nada de la crisis inminente sin embargo estaban completamente en el espíritu de la escena. El Espíritu Santo estaba actuando sobre ellos para que dieran testimonio de Jesús que iba a ser presentado ahora públicamente por última vez como Heredero al trono. ¡Qué imagen! Los que veían en su ciega dureza de corazón rechazando a su propio Mesías aunque era reconocido por los gentiles como Aquel que había nacido Rey de los judíos; y los pobres ciegos confesándole por fe en voz alta como el verdadero Rey. Tal vez el deseo principal de ellos, el único deseo de ellos puede haber sido el ser sanados de su ceguera. Sea ello como fuere pero en cualquier caso Dios dio a la fe de ellos el objeto apropiado y la confesión justa para aquel momento pues Él estaba guiando la escena. Con independencia de cuál era el pensamiento de los ciegos al clamar al Señor el designio de Dios era que se diera un testimonio adecuado de Su Rey, el "Hijo de David". Un judío entendería bien todo lo que entrañaba el título. ¡Qué condena a los fariseos y escribas que habían rechazado a Cristo! El punto de vista más elevado no es siempre el más apropiado. Las circunstancias varían. De este modo la confesión de Cristo como "Hijo de David" estuvo aquí más en consonancia que si ellos hubieran dicho "Hijo de Dios". Sólo tenemos que sopesar los diversos títulos para ver que al aclamarle conforme a Su gloria judía ellos pronunciaron lo que estaba al unísono con aquello que Dios estaba haciendo en aquel entonces.

 

Permitan ustedes que yo pregunte con reverencia, ¿por qué la resurrección de Lázaro es omitida en los tres primeros Evangelios? Si estos relatos hubieran sido obra del hombre él no la habría omitido, ciertamente. Se habría pensado que ella era demasiado importante para dejarla fuera bajo cualquier consideración. La omisión de un milagro tan estupendo en Mateo Marcos y Lucas señala claramente que es el Espíritu de Dios quien obra en soberanía y Él escribe por medio de cada uno con un propósito especial. Si es así, lo que los hombres llaman inconsistencias e imperfecciones son realmente perfecciones en la palabra de Dios. Fue parte del propósito de Dios omitir el milagro en algunos pues Él sólo presenta los hechos que se ajustan a Su designio en cada Evangelio. Este milagro de resucitar a Lázaro no nos muestra a Cristo como Mesías o como Siervo o como Hijo del Hombre sino como el Hijo de Dios que da vida y resucita a los muertos, — un gran punto de doctrina en Juan 5, — por lo tanto ello sólo es presentado en el Evangelio de Juan. Hubo otros milagros de resucitar a los muertos en los otros Evangelios; pero la verdad de la Filiación y la gloria presente de Jesús en comunión con el Padre no es lo prominente en estos otros. Por lo tanto, Él no aparece en ellos como Hijo de Dios. Tomen por ejemplo la resurrección del hijo de la viuda en Naín. (Véase Lucas 7: 11-17). ¿Cuáles son las circunstancias en las que se pone allí énfasis? Él era hijo único de su madre y ella era viuda. Lucas, o más bien el Espíritu, tiene cuidado de mencionar esto porque ello es lo que da sentido a la conmovedora historia. "Y lo dio a su madre". El objeto es aquí la compasión humana del Señor, del Señor como Hijo del Hombre. Es cierto que Él debía haber sido Hijo de Dios o Él no podría haber resucitado así a los muertos. Si la Deidad y la relación con el Padre de Aquel que se hizo carne hubiera sido la única verdad a ser mostrada no hubiera sido necesario que las circunstancias concomitantes fuesen narradas; y el Evangelio de Juan podría haber sido suficiente, como lo es, para mostrar eminentemente al Señor Jesús como el Hijo.

Todo esto manifiesta la perfección de la palabra de Dios. Cuando la mente se somete a Él esto es visto y Él enseña a los que se someten a Él y confían en Él. Un ciego es sanado en Juan 9, (no estos cerca de Jericó los cuales claman a Jesús) pero, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Rechazado por los hombres Jesús iba buscando objetos sobre los cuales conceder Su bendición; es el Hijo que sin ser buscado veía la profunda necesidad y se ocupaba consecuentemente. Se trató de una oportunidad para realizar las obras de Dios. Él no espera nada, va al hombre, y la obra es hecha aunque era día de reposo. ¿Cómo podía el Hijo de Dios reposar en presencia del pecado y de la miseria, con independencia de lo que podría sentir la soberbia religiosa? El Señor no le deja hasta que él pueda reconocerle como "Hijo de Dios" y adorarle. Además, nosotros podemos decir que Juan nunca menciona un milagro simplemente para la exhibición de poder sino para atestiguar la gloria divina de Cristo. En Mateo se trata del Mesías rechazado. Aquí (en Mateo capítulo 20), siendo Él despreciado por la nación Dios hace que dos ciegos den testimonio de Él como Hijo de David; lo cual, cuando Él sea reconocido por la nación introducirá la restauración de Israel con un poder triunfante.

 

El lugar (cerca de Jericó) era un lugar maldito. Pero si Jesús ha venido como Mesías aunque los judíos lo rechazan Él se muestra como siendo Jehová, — no sólo como Mesías bajo la ley sino como Jehová por encima de ella; y así Él los bendice incluso en Jericó y ellos Le siguieron. Este era el lugar que Israel debería haber asumido pues ellos debiesen haber conocido a su Rey. Los dos ciegos fueron testigos a favor de Él y en contra de ellos. Hubo un testimonio competente pues leemos, "En boca de dos o tres testigos", etcétera. (Mateo 18: 16; Deuteronomio 19: 15).  Marcos y Lucas, cuyo objetivo no era sacar a la luz un testimonio válido conforme a la ley, mencionan sólo uno.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

BJ = Biblia de Jerusalén.

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés"),

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

RVSBT = REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

 

Mateo 21

 

Jesús llega al Monte de los Olivos. Los judíos sabían muy bien lo que había sido profetizado respecto a este monte; ellos debiesen haber entrado en el espíritu de lo que el Señor estaba haciendo.

 

El hecho de enviar a buscar el pollino muestra al Señor como Jehová, el cual tiene perfecto derecho a todo. "El Señor (Jehová) los necesita". [Véase nota 18]. ¿Qué hay más profundo que Su conocimiento de las circunstancias en el seno del futuro? ¡Cuán evidente es Su control sobre la mente y los sentimientos del propietario! Manso como Él era, sentado sobre un asna, el Rey de Sión según el profeta, Él era en verdad tan ciertamente Jehová como el Mesías que venía en Su nombre, — y la expresión, "los necesita", es tan sorprendente como la gloria de Su persona.

 

[Nota 18]. Sólo Mateo menciona "una asna atada, y un pollino con ella", conforme a Zacarías 9: 9. "Trajeron el asna y el pollino; y pusieron sobre ellos sus vestidos, y él se sentó sobre éstos". (Versículos 2, 7 – VM). Los otros tres Evangelios sólo mencionan el pollino. Aquí en Mateo el antiguo Israel y la nación renovada están así conectados. La entrada del Señor en Jerusalén es "sobre un pollino hijo de asna" (Zacarías 9: 9), — ¡el nuevo Israel Le hará entrar con hosannas! La perspectiva dispensacional de Mateo es puesta así de nuevo ante nosotros. Según la ley el asno era "inmundo"; pero su pollino podía ser redimido. Véase Job 11: 12; Éxodo 13: 13; Éxodo 34: 20, etcétera. [Nota del Editor en Inglés].

 

El Señor avanza hacia Jerusalén. Y la multitud aclama, "¡Hosanna al Hijo de David!". Ellos aplican el Salmo 118 al Mesías y lo hicieron correctamente. Ellos pudieron haber sido muy poco inteligentes y quizás algunos pueden haberse unido después al temible clamor: "Su sangre sea sobre nosotros" (Mateo 27: 25); pero aquí el Señor guía la escena. Él llega a la ciudad pero Él es desconocido: los suyos no lo conocen. Ellos preguntan: "¿Quién es éste?" La multitud tenía tan poco entendimiento que ellos responden: "Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea". Pero aunque sólo ven a Jesús de Galilea Él se muestra como Rey y asume un lugar de autoridad y poder. Él entra en el templo y derriba las mesas de los cambistas, etcétera. Esto puede ser considerado ciertamente como un incidente milagroso pues fue sorprendente que Aquel a quien ellos conocían sólo como el profeta de Nazaret entrase tan audazmente en el templo de ellos y expulsara a todos los que lo estaban profanando. Pero ellos no se volvieron contra él. El poder del Dios del templo estaba allí y ellos huyeron; sin duda en sus conciencias repercutían las palabras del Señor acerca de que ellos habían hecho de Su casa una cueva de ladrones. Pero aquí no solamente vemos el testimonio de la multitud acerca de la realeza de Jesús sino la respuesta a ella, por así decirlo, en el acto de Jesús. Como si Él hubiera dicho: «Vosotros me aclamáis como Rey y yo demostraré que lo soy.» Consecuentemente Él reina, por así decirlo, en justicia, y limpia el templo contaminado. ¡En qué estado no habían caído los judíos! ¡"Mi casa, casa de oración… mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones"! (Versículo 13).

 

Hubo dos purificaciones, — una antes del ministerio público de nuestro Señor y otra al final del mismo. Juan registra la primera; Mateo la última.

 

En nuestro Evangelio es un acto de poder Mesiánico en el que Él purifica Su casa o al menos actúa para Dios como Su Rey. En Juan es más bien el celo por la honra herida de la casa de Su Padre pues leemos, "No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado". (Juan 2: 16). Un motivo colateral por el que Juan nos habla de la primera limpieza en el comienzo de su Evangelio es que él asume el rechazo de Israel de inmediato. Por eso el rechazo de Cristo por parte de ellos expuesto en este acto fue la consecuencia inevitable de Su rechazo por parte de ellos y este es el punto desde el que Juan empieza cuando él comienza con los modos de obrar del Señor antes de Su ministerio.

 

Pero ahora ciegos y cojos vienen a Él para ser sanados. Él perdonó todas sus iniquidades y sanó todas sus dolencias. (Salmo 103: 3). Ambas clases de personas eran las aborrecidas por el alma de David, — ello fue el efecto del escarnio sobre David (2º Samuel 5: 6-8). ¡Qué bienaventurado es el contraste en el Hijo de David! Él expulsa del templo a los religiosos egoístas y recibe allí a los pobres, ciegos, y cojos, y los sana, — justicia perfecta y gracia perfecta.

 

Por una parte están las voces de los muchachos aclamando: "Hosanna", etcétera, — la atribución de la alabanza a Él como Rey, el Hijo de David; por otra parte está el Señor actuando como Rey y haciendo aquello que los judíos bien sabían que había sido profetizado acerca de su Rey. Allí estaba el Rey confesado; pero no por los principales sacerdotes y los escribas los cuales se resintieron rechazándole deliberada e intencionalmente: "No queremos que éste reine sobre nosotros". (Lucas 19: 14). Por lo tanto, naturalmente ellos procuran hacer callar a los muchachos y Le piden a Jesús que los reprenda: "¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?" (Versículo 16). El poder de Jehová estaba allí y había una boca que lo reconocía aunque sólo en los infantes y en los que mamaban. Así que Él "dejándolos, salió fuera de la ciudad", — un acto significativo y solemne. Ellos Le rechazaron y Él los abandona dando la espalda a la ciudad amada.

 

Volviendo a Jerusalén al día siguiente el Señor tiene hambre y busca el fruto de la higuera pero no lo encuentra. Él pronuncia entonces una maldición sobre la higuera y en seguida ella se seca. La sentencia sobre la higuera fue una maldición emblemática sobre el pueblo, — Israel era la higuera. El Señor no encontró más que hojas y la palabra es que nunca jamás crecerá fruto alguno en ella. La nación no había logrado dar fruto a Dios cuando tenía todos los medios y oportunidades para glorificarle y servirle; y ahora son quitadas todas las ventajas y el viejo tronco es abandonado, — es un árbol muerto.

 

Marcos dice que aún no era tiempo de higos. (Marcos 11: 13). Muchos se han desconcertado ante esto como si el Señor buscara higos en un momento en que no podía haber ninguno. El significado es que el tiempo para la recolección de higos no había llegado, — no era tiempo de higos aún. Debiese haber habido una manifestación de frutos pero sólo había hojas, — había sólo una profesión externa. Ella era completamente estéril. Los discípulos se asombraron pero el Señor les dijo además: "Si a este monte (que simboliza el lugar de Israel entre las naciones como exaltada entre ellas) dijereis: Quítate y échate en el mar", etcétera. Esto ha sido hecho. No sólo ningún fruto es producido para Dios sino que Israel como nación ha sido arrojado al mar, — como perdido en la masa de gentes. — hollado y oprimido bajo los pies de los gentiles.

 

Los principales sacerdotes y los ancianos de Israel vienen ahora a atacar al Señor: ellos Le interrogan: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?", — a saber, la expulsión de los mercaderes del recinto del templo, — "¿y quién te dio esta autoridad? No Le fue dada por ellos, en efecto; y los ojos de ellos estaban cerrados en cuanto a Su gloria. Nuestro Señor responde preguntando cuál era el pensamiento de ellos acerca del bautismo de Juan. Él no apela a los milagros ni a las profecías sino a la conciencia. ¡Cuán evidente había sido el cumplimiento de los antiguos oráculos en Su persona, en Su vida y en Su ministerio! ¡Cuán pleno era el testimonio de señales y prodigios obrados por Él! Sin embargo la pregunta de ellos demostró cuán vano había sido todo así como la pregunta de Él demostró la deshonestidad o la ceguera de ellos. En cualquier caso, ¿quiénes eran ellos para juzgar? Poco pensaron en que al procurar escrutar al Señor de gloria en realidad ellos no hicieron más que desenmascarar su propia distancia y alejamiento de Dios. De hecho, siempre es así. Nuestro juicio acerca de lo que concierne a Cristo o nuestra negativa a juzgar lo que concierne a Cristo es un indicador infalible de nuestra propia condición. En este caso (versículos 23-27) la falta de conciencia fue evidente, — y en ningún lugar ello es tan fatal como en los guías religiosos. "Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta". Dios no estaba en sus pensamientos y por tanto todo era falso y erróneo. Y si Dios no es el objeto el ídolo es el yo. En realidad y en lo esencial estos principales sacerdotes no eran más que esclavos del pueblo sobre cuya fe, o superstición, ellos tenían dominio. "Tememos al pueblo". Al menos esto fue cierto. "Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos". A qué miserable subterfugio son ellos conducidos, — ¡ellos mismos reconocen que son ¡guías ciegos! A los tales el Señor declina dar cuenta alguna de Su autoridad. Una y otra vez ellos habían visto las obras de Su poder benigno y la pregunta de ellos proporcionó la prueba de que una respuesta era inútil. Aunque ellos  pudieran, no verían.

 

Pero nuestro Señor hace más. En la parábola de los dos hijos Él incrimina a estos líderes religiosos de estar más alejados de Dios que las clases más despreciadas del país. "De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis", etcétera. (Versículos 31, 32). Formas decentes de homenaje de labios - " Sí, señor, voy. Y no fue", — esa era la religión de los que estaban en lo más alto de la estimación del mundo de aquel día. La hipocresía estaba allí para cubrir la voluntad propia y la soberbia con el manto de la religiosidad, lo cual hacía que ellos fuesen más obstinados que las personas que desacreditaban las decencias de la sociedad en formas disolutas o de algunos modos de obrar despreciables. Ellos eran más accesibles a los emotivos llamamientos de Juan que estos fariseos. Sordos al llamamiento de la justicia ellos estaban igualmente endurecidos contra las operaciones de la gracia de Dios incluso donde ella era más conspicua. "Y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle". El arrepentimiento despierta el sentido de la relación con Dios como aquel contra quien se ha pecado. Las resoluciones de la naturaleza comienzan y terminan en, "Sí, señor, voy". El Espíritu de Dios produce la profunda convicción de pecado contra Él sin espacio ni deseo de excusa. Pero dicha convicción está perdida para la religión mundana la cual resistiendo por igual el testimonio de Dios y la evidencia de la conversión en otros se sumerge en oscuridad y hostilidad crecientes hacia Dios. Por lo tanto, el juez de todos declara que estos hombres soberbios y autocomplacientes son peores que aquellos a quienes ellos despreciaban. Ellos no eran ahora los jueces, — ellos eran los juzgados.

 

Además el Señor les pide que oigan otra parábola que no sólo expone de una doble forma la conducta de ellos hacia Dios sino el trato de Dios con ellos, a saber, en primer lugar en la perspectiva de la responsabilidad humana bajo la ley; y en segundo lugar en la perspectiva de la gracia de Dios bajo el reino de los cielos. Lo primero es desarrollado en la parábola del padre de familia (versículos 33-41); lo segundo en la fiesta de bodas del rey para su hijo (Mateo 22: 1-14). Consideremos lo primero.

 

"Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos". (Versículos 33, 34). Se trata de un retrato que está fundamentado en el esbozo de Isaías capítulo 5 y que lo completa, — es una imagen de los favores peculiares de Dios para con Israel. "¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?" (Isaías 5: 4). Él los había sacado de Egipto y los había establecido en una tierra hermosa con todas las ventajas proporcionadas por Su bondad y Su poder. Hubo un arreglo concreto, abundantes bendiciones, amplia protección. Entonces Él buscó fruto recordándoles Sus derechos por medio de los profetas. "Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon". (Versículo 35). Hubo también plena paciencia. "Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera". Preguntémonos, ¿Quedaba allí alguna posibilidad? ¿Una esperanza por más que fuera desesperada? "Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron". (Versículos 37-39). Ellos reconocieron entonces al Mesías pero ello sólo provocó la malicia y las codicias mundanas de ellos. "Matémosle, y apoderémonos de su heredad". No fue sólo la falta de fruto, el rechazo persistente de todas las justas reivindicaciones de Dios, y el hecho de privarle de toda debida devolución sino el más pleno estallido del aborrecimiento rebelde cuando fueron puestos a prueba mediante la presencia del Hijo de Dios en medio de ellos. El período de prueba ha terminado; la cuestión del estado del hombre y de los esfuerzos de Dios por obtener fruto de Su viña ha llegado a su fin. La muerte del Mesías rechazado ha finalizado este libro. El hombre, — el judío, — debiese haber dado una respuesta adecuada a Dios por los beneficios a él concedidos en profusión pero su respuesta fue, — la cruz. Es demasiado tarde para hablar de lo que los hombres deberían ser. Probados por Dios en las circunstancias más favorables traicionaron y derramaron la sangre inocente; mataron al Heredero para apoderarse de su heredad. Por eso es que el juicio es ahora la única porción que el hombre bajo la ley tiene que esperar. "Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?" Los pobres judíos, insensibles como estaban, no pudieron sino confesar la triste verdad: "A los malos destruirá sin misericordia ", etcétera. (Versículo 41). La iniquidad de los labradores no logró consumar su propio fin egoísta tan ciertamente como que nunca rindió frutos dignos de Aquel cuyo próvido cuidado dejó a los hombres sin excusa. Pero los derechos del padre de familia estaban intactos; y si todavía estaba "el señor de la viña", ¿era Él indiferente a la culpa acumulada de los siervos agraviados y de Su Hijo ultrajado? No podía ser. Siendo ellos mismos los testigos Él debía vengarse aún más rápidamente a causa de Su larga paciencia e incomparable amor tan vergonzosamente desdeñados y desafiados. Otros querrían que la viña les fuere dejada a ellos y ellos pagarle a Él el fruto a su tiempo.

 

De este modo la muerte de Cristo no es vista en esta parábola como en los consejos de Dios sino como el clímax del pecado del hombre y la escena final de su responsabilidad. Ya sea que la ley o los profetas o Cristo buscaran fruto para Dios todo fue vano, no porque la demanda de Dios no fuera justa sino porque el hombre, — en efecto, el hombre favorecido con toda concebible ayuda, — era irremediablemente malo. En este aspecto el rechazo del Mesías tuvo el significado más solemne porque demostró más allá de toda apelación que el hombre, el judío, no tenía amor por Dios, amor por quien él había sido bendecido. No sólo fue que él era malo e injusto sino que no pudo soportar el perfecto amor y la perfecta bondad en la persona de Cristo. Si hubiese habido una sola partícula de luz o de amor divino en el corazón de los hombres ellos habrían reverenciado al Hijo; pero ahora resalta la demostración completa de que el hombre natural es irremediablemente malo y que la presencia de una Persona divina que vino en amor y bondad, un Hombre entre los hombres, sólo brindó la oportunidad final de asestar el golpe más malicioso e insultante a Dios mismo. En una palabra, se mostró y se declaró ahora que el hombre  estaba PERDIDO. "Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre". (Juan 15: 22-24). La muerte de Cristo fue el gran momento decisivo en los modos de obrar de Dios; la historia moral del hombre, en el sentido más importante, termina allí.

 

"Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" (Versículo 42). Esta era la conducta de los que eran líderes en Israel revelada en sus propias Escrituras. ¡Maravilloso hecho por parte del Señor! — fue el manifiesto revés de los que se erigieron y fueron aceptados como actuando en Su nombre: algo aún a ser maravilloso a los ojos de Israel, cuando el ahora oculto pero exaltado Salvador Se muestre, el gozo de un pueblo convertido que en aquel entonces recibirá y bendecirá para siempre a su otrora rechazado Rey; pues verdaderamente para siempre es Su misericordia. Mientras tanto Sus labios pronuncian la sentencia de rechazo seguro del elevado estado de ellos: "Por tanto os digo, que el reino de Dios [no reino de los cielos pues ellos no lo tenían] será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él". (Versículo 43). Tampoco esto fue todo porque, "el que cayere sobre esta piedra" (Él mismo en humillación) "será quebrantado; y sobre quien ella cayere (es decir, posterior a Su exaltación), le desmenuzará". (Versículo 44). De este modo Él expone los tropiezos resultantes de la incredulidad y además la ejecución efectiva del juicio destructivo, ya sea individual o nacional, judío o gentil, en Su aparición en gloria. (Compárese con Daniel 2).

 

 

En todos los aspectos se trata de una escena notable y el Señor que se acerca ahora a la conclusión de Su testimonio habla con una decisión lacerante. De modo que espiritualmente impotentes y torpes como podían ser los principales sacerdotes y los fariseos, y por más que Sus palabras fuesen expresadas en forma de parábolas el sentido y la finalidad eran claramente percibidas. Y sin embargo con independencia de cuál era la homicida voluntad de ellos, ellos no pudieron hacer nada hasta que llegó Su hora porque el pueblo se sometió en cierta medida a Su palabra y Le tenían por profeta. Él trajo a Dios a la presencia de la conciencia de ellos y el temor de ellos respondió débilmente a Sus palabras acerca del infortunio venidero.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 22

 

No se nos informa de manera perentoria de que la parábola de la fiesta de bodas fuese pronunciada en aquel momento. Ella está introducida de una manera tan general que uno bien podría concebir que es la misma que Lucas presenta con marcas de tiempo más definidas en el capítulo catorce de su Evangelio. Sin embargo y sea ello como fuere nada puede exceder la hermosa conveniencia de su ocurrencia aquí como secuela de la última parte del capítulo anterior. Porque así como la viña expone la justa reivindicación del Señor a Israel en el terreno de lo que Él le había confiado, así la boda expone la cosa nueva y por lo tanto es una comparación del "reino de los cielos", — y no es buscado ahora fruto como una deuda del hombre debida a Dios sino que es Dios desplegando los recursos de Su propia gloria y amor en honor de su Hijo y el hombre es invitado a compartir. De manera adecuada nosotros no tenemos aquí nada acerca de la Iglesia o asamblea sino acerca del reino. Por consiguiente, aunque la parábola va más allá de la economía judía tan elaboradamente tratada en la porción anterior y de la propia presencia personal de Cristo en la tierra, ella no contiene el privilegio colectivo sino la conducta individual diversamente afectada por la asombrosa misericordia de Dios y esto en vista del lugar de Cristo como glorificado en lo alto y emanando desde dicho lugar. El punto característico es que no se trata de una exposición de los modos de obrar de Israel hacia el Señor sino de los modos de obrar del Rey que engrandecería a Su Hijo; aunque aquí como antes la incredulidad y la rebelión nunca dejan de encontrar su justa recompensa. Había sido demostrado que Dios no podía confiar en el hombre, entonces, ¿confiaría ahora el hombre en Dios y acudiría a Su palabra y será él un partícipe de Su deleite en Su Hijo?

 

Es evidente que ya no estamos aquí en terreno veterotestamentario con sus solemnes advertencias proféticas. "El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir". (Versículos 2, 3). Fiel al plan y al designio del Espíritu Santo nuestro evangelista presenta este sorprendente retrato a manera del retrato del rechazo del Mesías. ¿Cuál sería la nueva intervención de Dios? y ¿cómo sería recibida por el hombre, especialmente por Israel? Yo puedo mencionar de paso que en Lucas no aparece la conexión dispensacional sino que el Espíritu presenta más bien una perspectiva de lo que es Dios para la humanidad de manera general e incluso lo expresa como, "cierto hombre" que hace una gran cena con una generosidad sin precedente (Lucas 14: 16 – VM) no el "Rey" actuando para la gloria de "su Hijo". En ambos Evangelios la parábola no representa la exigencia justa como bajo la ley sino la forma en que la gracia sale al judío primeramente y también al gentil. Él "envió a sus siervos a llamar a los convidados [Israel] a las bodas; mas éstos no quisieron venir". El reino no había venido pero había sido anunciado mientras el Señor estuvo aquí abajo. "Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas". (Versículo 4).

 

Presten ustedes atención a la diferencia. En la primera misión de los siervos Él no dijo, "Todo está dispuesto" sino sólo en la segunda cuando entretanto Cristo hubo muerto y resucitado y el reino fue realmente establecido en Su ascensión. Es el Evangelio del reino después de Su obra en comparación con el Evangelio predicado antes de él. Los dos mensajes se diferencian así; a saber, el rechazo de Cristo y Su muerte es el momento decisivo. Sólo Mateo nos presenta esta llamativa diferencia; Lucas comienza de inmediato con igual propiedad para su tarea con, "Venid, que ya todo está preparado" (Lucas 14: 17) deteniéndose él con detalles no encontrados en Mateo en las excusas a las que recurre el corazón para despreciar el evangelio.

 

El Rey estaba activo en aquel entonces y Su honra estaba en juego al tener una fiesta digna de Su Hijo. Ni siquiera la cruz Le desvió de Su gran propósito de tener un pueblo cerca de Él y feliz en honor a Su Hijo. Por el contrario, si la gracia actúa, tal como ella lo hace, el mensaje interrumpido es renovado con nuevos y más urgentes llamamientos a los convidados; y ahora mediante otros siervos además de los doce y los setenta. Tenemos así en el comienzo de los Hechos (Hechos capítulos 2-4) el anuncio especial a Israel como hijos del pacto, — es decir, "A los convidados". Entonces, el primer envío fue durante la vida del Mesías para llamar al pueblo privilegiado; después hubo el segundo y específico testimonio de gracia al mismo pueblo cuando la obra de la redención fue realizada.

 

¿Cuál fue el resultado? "Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios". Dios no estaba en los pensamientos de ellos sino la propia granja del hombre o su comercio y lamentablemente a medida que Dios aumenta el testimonio de Su gracia el hombre se vuelve más osado en su desprecio y oposición. "Y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron". (Versículos 5, 6). Esto es lo que ustedes encuentran en alguna manera en los Hechos de los Apóstoles. En los primeros capítulos el mensaje es desatendido; en los capítulos 7 y 12 los siervos son ultrajados y asesinados. A continuación el pormenor es predicho, — a saber, el juicio sobre los judíos y sobre Jerusalén. "Al oírlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad". (Mateo 22: 7). ¿Quién es aquel que no ve en esto el destino de la nación judía y la destrucción de la ciudad de ellos? Esto no se encuentra en Lucas y no hace falta precisar cuán adecuado ello es para Mateo.

 

Pero Dios hará que Su casa se llene de convidados y si los peculiarmente favorecidos no vienen y se exasperan hasta el extremo, la gracia divina no será frustrada por el empecinamiento humano, — el mal debe ser vencido por el bien. "Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis". (Versículos 8, 9). Hay aquí un llamamiento no discriminado a toda alma mediante el evangelio. "Y saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados". (Versículo 10). El evangelio sale a los hombres tal como ellos son y allí donde el evangelio es recibido produce por medio de la gracia lo que es conforme a Dios en lugar de exigirlo. Por lo tanto, todos son bienvenidos, malos y buenos, — un ladrón moribundo o una mujer pecadora, una Lidia o un Cornelio. El asunto no era el carácter de ellos sino la fiesta para el Hijo del Rey; y a esto ellos fueron llamados gratuitamente. La gracia, lejos de pedir, da la aptitud para estar ante Él en paz.

 

Efectivamente se produce una idoneidad necesaria e indispensable. El vestido de boda corresponde a la fiesta de bodas. El Rey lo proporcionaba de Su propia y magnífica generosidad y cada invitado debía llevarlo pues, ¿quién era aquel que honraba al Rey y no honraba la ocasión? Los siervos no buscaban esas prendas afuera pues ellas no se llevaban puestas en los caminos sino que se llevaban puestas en la boda. Tampoco se trataba de que los convidados se presentaran con sus mejores galas. El Rey se ocupaba de darlas. Viniera quien viniera había suficiente y de sobra; «todo estaba preparado.»

 

Esta es la gran verdad esencial del Evangelio. Lejos de buscar algo en el hombre que sea agradable a Dios las buenas nuevas vienen de parte de Él en el expreso terreno de que todo está arruinado, miserable, culpable, por parte del pecador. "El que tiene sed, venga… el que quiera".

 

Pero allí donde el corazón no está bien con Dios este nunca se somete a Su justicia; y en este caso el hombre prefiere estar sobre su propio fundamento. O bien él piensa que puede plantear una reivindicación a Dios siendo o haciendo algo, o se aventura en su interior sin preocuparse de sí mismo ni de Dios. Así era el hombre al cual el rey encuentra que él no estaba vestido con traje de boda. Él despreciaba tanto la santidad como la gracia de Dios y demostraba que era totalmente ajeno a la fiesta. ¿Qué pensaba él acerca de los sentimientos del Rey que estaba decidido a glorificar a Su Hijo o qué le importaban esos sentimientos? Porque éste es el verdadero y real secreto: Dios prodiga misericordia a los pecadores por amor a Su Hijo. Se brinda así la oportunidad de dar honra a Su nombre. ¿Se inclina mi alma ante ello y ante Él?— ello es salvación. El corazón puede atravesar por  muchos ejercicios pero la única llave para la asombrosa bondad de Él para con nosotros es el sentimiento de Dios hacia Su Hijo. Si puedo aventurarme a hablar así, el Señor Jesús ha puesto al Padre bajo la obligación de actuar así. Él de tal manera ha vivido y ha muerto para glorificar a Dios a toda costa que Dios (y lo digo con reverencia) está obligado a mostrar esta gracia, a mostrar lo que Él es a causa de Su Hijo. De ahí esa notable expresión en las epístolas de Pablo: "La justicia de Dios". Ya no se trata de la justicia del hombre buscada mediante la ley sino de la justicia de Dios al justificar a los que tienen fe en Su Hijo cuando ha sido demostrado que el hombre ha fracasado completamente y de todas formas. Debido al valor infinito de la cruz Dios ama honrar a Cristo; y si un alma sólo aduce Su nombre ello se convierte en un asunto de la justicia de Dios al justificarla gratuitamente, de Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.

 

¡La verdad es mostrada de manera notable por medio del trato del rey con el intruso que desprecia a Cristo! Leemos, "Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda". (Versículo 11). Este fue el motivo de la acción inmediata. No fue planteado el asunto acerca de lo que el hombre había sido o había hecho. Los siervos tenían el encargo de traer a los malos así como a los buenos. "Y esto erais algunos de vosotros", dice el apóstol. (Véase 1ª Corintios 6: 9-11 - VM). De hecho, este hombre puede haber sido el más correcto, el más moral y el más religioso de la compañía, como el joven principal que con tristeza dejó al Señor. (Véase Lucas 18: 18-23). Pero, tanto si él era un pecador degradado como un alma con pretensiones de superioridad moral una cosa es cierta: a saber, él no estaba vestido con traje de boda. Esto atrajo inmediatamente la atención del Rey. Este hombre estaba despreciando la gracia del Rey, — él estaba deshonrando públicamente a Su Hijo.

 

El vestido o traje de boda es Cristo. Por lo tanto, este invitado se presentó ante el Rey sin Cristo. ¡Él no se había revestido de Cristo! (Gálatas 3: 27). Independientemente de la pretensión ello era todo y era sólo él mismo no Cristo, y eso es la ruina y la condenación eternas para un pecador. En cambio, el peor de los pecadores mismos que acepta a Cristo como su única confianza para estar ante Dios, mediante ello Le justifica y Le exalta a Él y a Su gracia. Es como un hombre abatido en pensamientos acerca de sí mismo que mira a lo alto y dice: «No puedo confiar en lo que yo he sido ni siquiera en lo que deseo ser, pero puedo confiar en lo que Tú eres para mí en el don de Tu Hijo.» Y tal confianza en Dios produce un profundo aborrecimiento del yo, una verdadera rectitud de alma, así como un deseo verdadero de hacer la voluntad de Dios. Pero este hombre no sabía, no creía, que nada de la tierra es apto para la presencia divina, — sólo lo que es comprado mediante la preciosa sangre de Jesús. Él no era consciente de la gracia que lo invitaba ni de la santidad que corresponde a la presencia de Dios. Por consiguiente el Rey le dice: "Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció". (Versículo 12). Él estaba en espíritu y ante Dios totalmente afuera de la fiesta pues si no él habría sentido la absoluta necesidad de un atuendo acorde con el gozo del Rey y las nupcias del Hijo. Y el juicio lo echó de esa escena para la cual él no tenía corazón, — lo echó donde los incrédulos en desesperada miseria y reproche de sí mismos deben honrar al Hijo. No se trata de una mera venganza gubernamental como la que providencialmente mató a los homicidas y quemó su ciudad (Mateo 22: 7) sino que se trata del juicio final sobre aquel que despreció la gracia al pretender acercarse a Dios sin revestirse de Cristo. "Entonces el Rey dijo a los siervos: (no a los siervos de los versículos 3, 4, etcétera) Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son llamados, y pocos escogidos". Preguntémonos, ¿Fue rara esta solemne sentencia porque un solo hombre la ejemplifica? No, ciertamente; "porque muchos son llamados, y pocos escogidos". (Versículos 13, 14).

 

Finalizaba así la doble prueba de la nación; en primer lugar en el terreno de su responsabilidad bajo la ley y después como habiendo sido probada por medio del mensaje de la gracia. El resto del capítulo juzga en detalle todas las diversas clases de personas de Israel que trataron sucesivamente de juzgar y entrampar al Señor, poniendo de relieve la posición de ellos y concluyendo todo con una pregunta que ellos no podían responder sin entender Su posición y al mismo tiempo Su gloriosa Persona.

 

"Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos". Mateo 22: 15, 16). ¡Qué alianza! Los fariseos (partidarios del judaísmo estricto y de la ley) y los herodianos (servidores políticos contemporizadores de aquel tiempo a los que los primeros aborrecían cordialmente), se unen para halagar a Jesús y entramparle con la cuestión del derecho judío contra el gentil. Y surge la pregunta, ¿Iba Él, el Mesías, a negar las esperanzas y los exaltados privilegios de Israel como nación? Si Él no lo hacía, ¿cómo escapar de la acusación de traición al César? La astucia diabólica estaba allí pero la sabiduría divina aporta el justo equilibrio de verdad en cuanto a Dios y a la autoridad humana y la dificultad se desvanece. La rebelión de los judíos contra Jehová fue lo que brindó la ocasión a que Él los sometiera a sus señores paganos. ¿Fueron ellos humillados por eso y buscaron los recursos de la gracia de Dios? No, sino que fueron soberbios y jactanciosos y sus partidos en conflicto se unieron en este momento en una oposición mortal a Dios conspirando contra el propio Mesía de ellos, y Mesías de Él. "Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo". (Versículos 17-19). Ellos Le presentaron un denario y reconocieron la imagen del César y la inscripción en él y oyeron la sentencia de la Sabiduría: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios". Si los judíos Le hubiesen honrado ellos nunca habrían estado sometidos al dominio gentil; pero al estarlo ahora por el propio pecado y la locura de ellos, ellos estaban obligados a aceptar su humillación. Ni el fariseo ni el herodiano sentían el pecado y si uno sentía la vergüenza de la que el otro se gloriaba, el Señor al mismo tiempo que los obligaba a enfrentarse a la verdadera posición a la que la iniquidad de ellos los había reducido, les señalaba aquello que si ellos prestaban atención sería el veloz presagio de una liberación divina.

 

"Aquel día vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés dijo", etcétera. (Versículos 23-33). De este modo la incredulidad es tan falsa y deshonesta como la pretendida justicia humana. Si los fariseos podían aliarse con los herodianos y fingir lealtad al César también los escépticos saduceos podían aducir a Moisés ¡como si la palabra inspirada tuviera autoridad plenaria sobre la conciencia de ellos! Pero al poner el Señor de manifiesto la hipocresía de los que se alzaban como religiosos Él detectó igualmente aquello que los escépticos nunca sospechan, a saber, que sus dificultades no sólo emanan del hecho de pasar por alto el poder de Dios sino de la más absoluta ignorancia, — con independencia de cuál sea la presunción de ellos. "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios". Por el contrario, la fe ve con claridad ya que ella cuenta con Dios según la revelación de Él mismo en la Palabra.

 

El Señor no sólo muestra que el sofisma de ellos es una mera mala interpretación del estado de resurrección sino que Él demuestra (y eso también desde Moisés, sin ir más lejos) que la resurrección de los muertos es una parte esencial del propósito y de la verdad de Dios. Una afirmación adicional es presentada en Lucas en cuanto a la vida intermedia del espíritu separado. Pero en nuestro Evangelio el único punto es que los muertos resucitan porque Dios mismo declaró que Él es el Dios de los padres incluso después de la muerte de ellos; y reconocidamente Él no es Dios de muertos (los extintos, como pensaban los saduceos), sino de vivos. Si Él era el Dios de ellos en el estado en que ellos estaban cuando Él habló con Moisés Él debía ser el Dios de los muertos, cosa que los saduceos hubiesen sido los primeros en negar. Fue muy importante revelarse Él mismo a Moisés, por medio de quien el sistema de la ley fue dado, sistema al cual los saduceos pretendían adherirse.

 

Pero si los fariseos se retiraron asombrados ellos estaban lejos de ser sometidos y, de hecho, se animaron de nuevo cuando sus escépticos rivales fueron acallados. Ellos se reúnen y entonces un intérprete de la ley Le "tienta" sólo para obtener un perfecto resumen de la justicia práctica. Ellos hablaron y tentaron: Jesús era la expresión de toda la perfección de la ley y de los profetas y mucho, mucho más, — la imagen de Dios mismo en gracia así como en justicia aquí abajo: no como Adán, el cual se rebeló contra Dios, — no como Caín, que no amó a su prójimo sino que mató a su hermano. (Versículos 34-40).

 

Y ahora correspondió al Señor plantearles la pregunta de las preguntas no sólo para un fariseo sino para cualquier alma, "¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?" Él era el hijo de David, — muy cierto. Pero, ¿era esta verdad toda la verdad? "¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor (Jehová) a mi Señor", etcétera. ¿Cómo es que Él era a la vez Hijo de David y Señor de David? Ello era la clave para toda Escritura,— el camino, la verdad, la vida,  — la explicación de Su posición, la única esperanza para la posición de ellos. Pero ellos enmudecieron. No sabían nada y no podían responder nada. "Ni osó alguno desde aquel día preguntarle más".

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 23

 

¡Todos los que pretendían tener más luz fueron silenciados! Al no creer en Cristo ellos  estaban desprovistos de la única clave de la Escritura y el Salmo 110, por muy brillante que sea su testimonio acerca del Mesías de ellos, era una densa nube no sólo para los egipcios ahora como antaño sino para Israel. Ellos no veían Su gloria y por lo tanto estaban desesperadamente perplejos como para entender que David hablando por el Espíritu llamara Señor a su hijo.

 

En este capítulo el Señor pronuncia la condena de la nación y sobre todo, — no de aquellos a quienes el hombre denunciaría principalmente; no de los abiertamente inicuos, licenciosos o violentos; ni de los indolentes y escépticos saduceos, — sino de aquellos que gozaban de la más elevada estima general por su conocimiento religioso y su santidad. La conciencia, el hombre, el mundo mismo, pueden juzgar con más o menos exactitud la crudeza inmoral. Dios ve y rechaza lo que parece hermoso a los ojos humanos y sin embargo es falso e impío. Y la palabra de Dios es explícita en cuanto a que así ha de ser. Las aflicciones más graves aún reservadas para este mundo no son para las tinieblas paganas sino que así como son para el judaísmo rebelde igualmente lo son para la cristiandad corrupta donde la mayor parte de la verdad es conocida y los más elevados privilegios son conferidos pero, lamentablemente, donde el poder de dichas cosas es despreciado y negado. No es que cuando Dios se levante para juzgar las naciones paganas quedarán impunes. Ellas también beberán de la copa. Sin embargo, "Oíd esta palabra que ha hablado Jehová contra vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que hice subir de la tierra de Egipto. Dice así: A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades". (Amós 3: 1, 2). Lo mismo sucede con la cristiandad profesante pues cuanto más plena es la luz concedida, cuanto más rica es la gracia de Dios revelada en el Evangelio, tanto más graves serán los motivos para los implacables juicios sobre la profesión hipócrita cuando suene el redoble de la venganza divina para los "que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo". (2ª Tesalonicenses 1: 8). Ya sea en gracia o en juicio el Señor no ve como el hombre ve porque el hombre mira la apariencia exterior pero el Señor mira el corazón. Así habló Jesús en la escena que está ante nosotros.

 

No obstante, es notable que Él hablara en primera instancia "a la gente y a sus discípulos". Todavía ellos eran vistos en gran medida juntos, — y esto hasta la muerte y resurrección de Cristo; e incluso entonces el Espíritu Santo rompe lentamente un antiguo vínculo tras otro y sólo pronuncia Su última palabra al remanente judío (entonces cristiano, obviamente) por medio de más de un testigo no mucho antes de la destrucción de Jerusalén. Pero no había separación ni podía ella existir hasta la cruz.

 

Entonces, fue parte de la misión judía de nuestro Señor decir que, "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo". (Versículos 2, 3). Pero hubo la cuidadosa advertencia de no hacer que los escribas y fariseos fuesen en modo alguno normas personales del bien y del mal. "No hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen". Ellos eran en sí mismos atalayas, modelos del mal, no del bien. (Versículos 3-7). Sin embargo, no sólo los discípulos fueron clasificados con la multitud sino que en las denuncias más fuertes mismas de estos guías religiosos ellos fueron obligados todavía por el Señor a reconocer a los que se sentaban en la cátedra de Moisés. De hecho, ellos estaban allí y el Señor en vez de disolver mantiene la obligación de reconocerlos a ellos y a todo lo que ellos expresan que no es de sus propias tradiciones sino de la ley. Esto era para honrar a Dios mismo a pesar de los hipócritas que sólo buscaban la honra del hombre para sí mismos y no ofrece ninguna garantía para los falsos apóstoles o sus sucesores que ahora se engañan a sí mismos. Porque los apóstoles no tenían una cátedra como la de Moisés y el cristianismo no es un sistema de ordenanza o de observancia formales como la ley sino que cuando el cristianismo es real es el fruto del Espíritu por medio de la vida en Cristo que es formada y alimentada por la palabra de Dios.

 

Últimamente se ha instado con bastante confianza y en sectores en los que uno podría haber esperado mejores cosas a que así como los santos en los tiempos veterotestamentarios esperaban a Cristo y la vida eterna era de ellos por medio de la fe aunque ellos estaban bajo la ley, así nosotros que ahora creemos en Cristo estamos sin embargo y en el mismo sentido bajo la ley al igual que ellos aunque como ellos somos justificados por medio de la fe. Plausible e incluso justo como a algunos esto puede parecer yo no dudo en declararlo extremadamente malvado. Es una forma deliberada de devolver a las almas a la condición de la cual la obra de Cristo nos ha libertado. Los judíos de antaño fueron puestos bajo la ley para el sabio propósito de Dios hasta que la Simiente prometida vino a obrar una completa liberación; y aunque los santos en medio de ellos se elevaron por encima de esa posición por medio de la fe ellos estuvieron toda su vida sujetos a servidumbre y al espíritu de temor. (Véase Hebreos 2). Cristo nos ha libertado por la gran gracia de Dios por medio de Su muerte y resurrección e inmediatamente después hemos recibido el Espíritu de filiación por el que clamamos, Abba, Padre. ("Porque no recibisteis espíritu de esclavitud para reincidir de nuevo en el temor; antes recibisteis Espíritu de filiación adoptiva, con el cual clamamos; ¡Abba! ¡Padre!" – BC1957). Y sin embargo, a pesar del más claro testimonio de Dios acerca del cambio trascendental producido por la venida de Su Hijo y la consumación de Su obra y el don del Espíritu Santo, se propone pública y seriamente como si ello fuera parte de la fe una vez entregada a los santos que esta acción maravillosa y la exhibición de la gracia divina sean desechadas con sus resultados para el creyente, ¡y que el alma debería ser repuesta bajo el antiguo yugo y en la antigua condición! Indudablemente esto es precisamente lo que Satanás pretende, es un esfuerzo por borrar todo lo que es distintivo del cristianismo mediante un retorno al judaísmo. Uno sólo puede asombrarse de encontrar una aseveración tan descarada acerca del asunto en hombres que profesan tener luz evangélica.

 

Entonces, la verdadera respuesta a tales malentendidos acerca de Mateo 23 y a las erróneas aplicaciones de porciones similares de la Escritura Santa es que todavía nuestro Señor se estaba adhiriendo (y así Él lo hizo hasta el último momento) a Su apropiada misión mesiánica y esto suponía y mantenía a la nación y al remanente bajo la ley y no en el poder libertador de Su resurrección. Y, ¿cuál de los discípulos podía decir en aquel momento, "Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación". (2ª Corintios 5: 16-19 – BCI ). Por el contrario, este es ahora el lenguaje normal del cristiano. No se trata de un logro especial ni de una fe extraordinaria sino de la sencilla sujeción actual al pleno testimonio cristiano en el Nuevo Testamento. Incluso si fuésemos judíos el antiguo vínculo es disuelto por la muerte y estamos casados con otro, con Cristo resucitado de entre los muertos. Por lo tanto, tener la ley y a Cristo como guías y normas es como tener dos maridos a la vez y ello es una especie de adulterio espiritual.

 

Ciertamente nosotros también podemos y debemos sacar provecho moral de la censura de nuestro Señor a los escribas y fariseos: pues, ¡qué es el corazón! Debemos guardarnos de imponer a los demás aquello en lo que nosotros mismos actuamos de manera negligente. Debemos estar en guardia para evitar hacer obras para ser vistos por los hombres. Tenemos que orar contra la permisión del espíritu del mundo, — el amor a la preeminencia tanto en lo interior como en lo exterior. (Versículos 4-7). Por eso la palabra es, "Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo". (Versículos 8-10). El asunto no es aquí lo referente a los diversos dones que el Señor confiere por medio del Espíritu Santo a Sus miembros en Su cuerpo la Iglesia, sino el de la autoridad de las religiones en el mundo y de un cierto estatus y respeto en virtud del cargo o posición eclesiástica. Pero el gran principio moral del reino (que siempre es verdad) es puesto aquí en vigor, a saber, "El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". (Versículos 8-12). La cruz y la gloria celestial no harían más que profundizar el valor y el significado de estas palabras del Salvador; pero incluso antes de ambas cosas e independientemente del nuevo orden de cosas en la Iglesia ellas llevaban Su sello y eran cosas vigentes para el reino.

 

En marcado contraste con este modelo de servicio verdadero para los discípulos estaban los escribas y fariseos sobre los cuales el Señor procede a continuación a pronunciar ocho solemnes ayes. (Versículos 13-33). [Véase nota 19].

 

[Nota 19]. El versículo 14 es generalmente omitido por el editor porque no aparece aquí en los Manuscritos más antiguos aunque se lo encuentra en Marcos 12: 40 y Lucas 20: 47). Por lo tanto, los ayes aquí pronunciados sobre los escribas y fariseos son siete y no ocho. — [Nota del Editor en inglés].

 

¿Qué otra cosa podía Él decir acerca de los hombres que no sólo no entraban en el reino de los cielos sino que impedían la entrada a los que estaban dispuestos a entrar? ¿Qué otra cosa se puede reprochar a aquellos que buscan la influencia religiosa sobre los débiles e indefensos para obtener ganancia? ¡De acuerdo! el celo proselitista de ellos era incansable pero, ¿cuál era el fruto en las almas delante de Dios? ¿No eran los enseñados, como de costumbre, el índice más verdadero de tales maestros, por ser más sencillos y sin reservas en cuanto a sus procederes, objetivo y espíritu? Entonces el Señor pone de manifiesto las demasiado puntillosas e inútiles distinciones de ellos que en realidad anulaban la autoridad de Dios insistiendo, como ellos lo hacían, en las más insignificantes imposiciones en detrimento de las más claras verdades morales y eternas. A continuación es detectado el esfuerzo por la apariencia externa con independencia de cuál pudiera ser la impureza interior; y esto tanto en el trabajo como en las vidas de ellos y en sus personas que estaban llenas de engaño y voluntad propia, llenas de una afectada gran veneración por los profetas y los justos de antaño que habían padecido y que ya no afectaban la conciencia. Esto último les daba más crédito. No existe un medio más asequible ni más exitoso de ganar una reputación religiosa que esta muestra de honra por los justos que han fallecido y han desaparecido especialmente si ellos se conectan con ellos en apariencia como si fueran de la misma asociación. La sucesión parece ser natural y resulta difícil acusar a los que honran en este día a los santos fallecidos con el mismo espíritu rebelde que los persiguió y mató en el propio día de ellos. Pero el Señor los sometería a una prueba rápida y decisiva y demostraría la verdadera propensión y el verdadero espíritu de la religión del mundo. "Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar". (Versículos 34, 35). Era moralmente la misma raza y el mismo carácter en todo. En justo juicio el Señor añade, "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación". Así debe ser juzgado de manera íntegra lo que fue comenzado por sus padres y completado por ellos mismos. Hipócritas y serpientes, ¿cómo podrían los tales escapar del juicio del infierno?

 

Pero, ¡qué conmovedor! He aquí el lamento del Señor por la ciudad culpable, — Su propia ciudad: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta". (Versículos 37, 38). Su gloria resplandece más que nunca; el Mesías rechazado es en verdad Jehová. Él habría juntado (¡y cuántas veces!), pero ellos no quisieron. Ya no era Su casa ni la de Su Padre sino la de ellos, y les es dejada desierta, vacía. Sin embargo, si se trata de una palabra solemnemente judicial al final hay esperanza, "Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor". Israel todavía tiene que ver a su Rey pero no Le verá hasta que un remanente piadoso de ellos se convierta para darle la bienvenida en el nombre de Jehová.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

 

BC1957 = SAGRADA BIBLIA BOVER - CANTERA 1957 (Cuarta Edición).

BCI = Biblia  Francisco Cantera y Manuel Iglesias, Edición 1975).

 

Mateo 24

 

En esta profecía de nuestro Señor en la que vamos a entrar ahora vemos una confirmación de un gran principio de Dios: a saber, que Él nunca despliega el futuro de los juicios sobre los rebeldes y de la liberación para Su pueblo hasta que el pecado se ha desarrollado de tal manera como para manifestar la ruina total. Tomen ustedes los primeros ejemplos de la Biblia. Y surge la pregunta, ¿Cuándo fue dicho que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente? Y la respuesta es: cuando la mujer fue engañada y el hombre estuvo en transgresión por los ardides del enemigo; cuando el pecado hubo entrado en el mundo y por el pecado la muerte. Además, la profecía de Enoc que Judas nos presenta fue pronunciada cuando el tiempo de la paciencia de Dios con el mundo de aquel entonces casi había llegado a su fin y el diluvio estaba a punto de dar testimonio de Su juicio sobre la corrupción y la violencia del hombre.

 

De este modo, ya sea que consideremos la primera predicción de Cristo antes de la expulsión de Edén, o el testimonio de la venida de Jehová para juzgar antes del diluvio, la profecía entra cuando el hombre se ha arruinado por completo. De modo que Noé, cuando el fracaso hubo entrado en su familia y en él mismo, lo vemos guiado por el Espíritu Santo en un resumen profético de toda la historia del mundo comenzando con el juicio de aquel que despreció a su padre (aunque fuera para su propia vergüenza) y continuando con la bendición de Sem y la porción de Jafet. (Véase Génesis 9: 18-29). Así es más adelante con las profecías de Balaam y de Moisés, "Y asimismo todos los profetas, desde Samuel, y los que le sucedieron" (Hechos 3: 24); pues la de Samuel es la época notable que el Nuevo Testamento señala como el comienzo de la gran línea de los profetas. ¿Y por qué? Porque fue el día en que Israel abandonó abiertamente a Dios como su Rey consumando el pecado que el corazón de ellos concibió en el desierto cuando buscaron un capitán para volver a Egipto. (Números 14: 4). Se trató de una crisis de soberbia en Israel cuya bendición consistía en ser un pueblo separado de todo lo que lo rodeaba por y para Jehová su Dios, el cual ciertamente les habría proporcionado un rey de su propia elección si hubiesen esperado Él en lugar de elegir ellos mismos para deshonra de Dios y para degradación y dolor de ellos para ser como las naciones.

 

El mismo principio es conspicuamente aplicable a la época en que los grandes libros proféticos fueron escritos, — Isaías, Jeremías y los demás. Ello fue cuando toda la esperanza inmediata había huido y los hijos de David no lograron la liberación sino que por su muy grande iniquidad y sus profanos insultos a Dios Él se vio moralmente forzado a declarar a la nación como siendo "Lo-ammi", — "No pueblo mío". (Véase Oseas 1). Antes, durante, y después de la cautividad el Espíritu de profecía puso de manifiesto el pecado de los reyes, de los sacerdotes, de los profetas (los falsos) y del pueblo pero señaló al Mesías venidero y al nuevo pacto. Y a Él lo hemos visto en nuestro Evangelio realmente venido pero creciente y totalmente rechazado por Israel y rechazadas todas las promesas y esperanzas de ellos en Él; y ahora, en la perspectiva cercana de Su muerte a manos de ellos, y por ello la peor de sus muertes, el Señor rechazado ocupa este  tono profético.

 

"Y SALIENDO Jesús, se iba del Templo". Mateo 24: 1 – VM). Y esto porque, ¿qué era el templo ahora? Un cadáver y nada más. "He aquí vuestra casa os es dejada desierta". (Mateo 23: 38). [Véase nota 20].

 

[Nota 20]. El Señor del templo fue rechazado; la casa de Israel fue abandonada; la Gloria regresó al cielo. (Compárese con Ezequiel 10: 2-4, 18-19, y con Ezequiel 11: 22, 23). Cuando los juicios sobre Israel los haya hecho regresar al Señor la Gloria regresa de la misma manera en que se había marchado. Compárese con Ezequiel 43: 1-4, y con Zacarías 14: 1-9. [Nota del Editor en inglés].

 

"Se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada". (Mateo 24: 1, 2). Los corazones de los discípulos estaban en aquel entonces, como demasiado a menudo están los nuestros ahora, ocupados con las apariencias inmediatas y la gran exhibición de grandeza en el servicio de Dios; pues el halo de las asociaciones era luminoso delante de los ojos de ellos. Pero Jesús dicta sentencia sobre todo lo que incluso ellos admiraban en la tierra. En verdad, cuando Él salió del templo desapareció todo lo que le daba valor a los ojos de Dios. Al estar Jesús afuera, ¿qué hay en este mundo sino una vana apariencia o algo peor? ¿Y cómo liberta el Señor a los Suyos del poder de la tradición y de cualquier otra fuente de atracción para el corazón? Él desvela las comunicaciones de Su pensamiento y proyecta la luz del futuro sobre el presente. ¡Cuán a menudo la mundanalidad no juzgada en el corazón de un cristiano se delata a sí misma por la falta de aprecio por la revelación de parte de Dios de lo que Él va a hacer! ¿Y cómo puedo yo disfrutar la venida del Señor si ella es para derribar mucho de lo que yo estoy tratando de construir en el mundo? Por ejemplo, un hombre puede estar tratando de ganar o mantener un estatus por su habilidad y puede estar esperando que sus hijos puedan sobrepasarlo por medio de las ventajas superiores que ellos disfrutan. Según una idea tal se basa toda la grandeza humana; de hecho, ello es "el mundo". Cristo viniendo otra vez es una verdad que demuele todo el entramado debido a que si nosotros realmente esperamos Su venida como algo que puede ser en cualquier momento, — si nos damos cuenta de que estamos colocados como siervos a la puerta con su pomo en la mano esperando que Él llame (y no sabemos cuán pronto), y deseando abrirle inmediatamente (¡"Bienaventurados son aquellos siervos"!), — si esa es nuestra actitud, entonces, ¿cómo podemos tener tiempo o corazón para lo que ocupa al ajetreado mundo que olvida a Cristo? Además, nosotros no somos del mundo como tampoco lo es Cristo; y en cuanto a los medios y agentes que el mundo ocupa para llevar a cabo sus planes, al mundo nunca le faltarán hombres para hacer su trabajo. Pero nosotros tenemos una tarea más elevada y es indigno de nosotros buscar los honores del mundo que rechaza a nuestro Señor. Que nuestra posición externa sea siempre tan nimia o complicada pero, ¿qué es tan glorioso como servir a Cristo nuestro Señor? Y Él viene.

 

En la cruz nosotros vemos a Dios humillándose, — el Único de toda grandeza rebajándose para salvar mi alma, — el Único que todo lo manda haciéndose Siervo de todos. Una persona no puede recibir la verdad de la Cruz sin que su andar esté de acuerdo con el espíritu de la misma en cierta medida. Sin embargo, ¡cuántos santos de Dios consideran la cruz no tanto como aquello por lo que el mundo ha sido crucificado para ellos y ellos para el mundo (Gálatas 6: 14) sino más bien como ¡el remedio mediante el cual ellos son libertados del temor para hacerse un lugar cómodo en el mundo! El cristiano debiese ser el más feliz de los hombres pero su felicidad debería consistir en lo que él sabe, a saber, que su porción es en Cristo y con Cristo. Mientras tanto nuestros servicio y obediencia deben ser formados según el espíritu de la cruz del Señor Jesucristo. La maldad del hombre y la gracia de Dios salieron a relucir completamente en la cruz pues todo ello allí se encontró: y sobre esta gran verdad se fundamenta lo que se dice a menudo en la Escritura: "El fin de todas las cosas se acerca" (1a Pedro 4: 7); porque todo ha sido sacado a la luz en las formas morales y en los tratos dispensacional entre Dios y el hombre.

 

El Señor trata con los discípulos donde ellos estaban. Ellos eran judíos creyentes y piadosos. Sus asociaciones relacionaban a Cristo y el templo juntamente. Ellos sabían que Él era el Mesías de Israel y esperaban que Él juzgara a los romanos y reuniera a todos los dispersos de la descendencia de Abraham desde los cuatro vientos del cielo. Ellos esperaban que se cumplieran todas las profecías acerca de la tierra de Israel y de la ciudad, Jerusalén. No había en la mente de los discípulos en aquel momento ningún pensamiento acerca de Jesús yendo al cielo y de que Él se quedara allí por mucho tiempo, ni de la dispersión de Israel, ni de los gentiles siendo llevados al conocimiento de Cristo. Por consiguiente, esta gran profecía en el monte de los Olivos comienza con los discípulos y con la condición de ellos. Sus corazones estaban demasiado ocupados con los edificios del templo. Pero el Señor ahora rechazado anuncia que "no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada". Esto excitó en gran medida el deseo de los discípulos de comprender la manera en que iban a suceder tales cosas. Ellos sabían por las profecías que había un tiempo de atroz dolor para Israel y no sabían cómo conjugar esto con la bendición que se les había predicho. Por lo tanto ellos le preguntan, "¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo (edad)?" (Versículos 2, 3).

 

"Tu venida" significa la presencia del Señor con ellos en la tierra; y el "fin del siglo (edad)" es una palabra totalmente diferente de la que es traducida como "mundo" en otros lugares y ella significa aquí el fin del tiempo durante el cual nuestro Señor debía estar ausente de ellos. Ellos deseaban conocer la señal de Su presencia con ellos. Sabían que nunca podría haber tal desolación si su Mesías estuviese reinando sobre ellos. Ellos deseaban saber cuándo llegaría el tiempo de dolor y cuál sería la señal de Su presencia que le daría fin e introduciría un gozo interminable.

 

"Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán". (Versículos 4, 5). En las Epístolas nunca hay un pensamiento exactamente tal como advertencia a las personas contra los falsos Cristos porque las Epístolas están dirigidas a cristianos; y un cristiano no podría ser engañado por las pretensiones de un hombre de ser Cristo. Ello es muy apropiado aquí porque los discípulos no son vistos en este capítulo como los representantes de nosotros los cristianos ahora sino como representantes de los futuros judíos piadosos. Nosotros como cristianos no tenemos nada que ver con la destrucción del templo; ello no nos afecta de ninguna manera. Como remanente de la nación estos discípulos estaban esperando que el Mesías introdujese gloria. Por lo tanto el Señor les advierte que si entre ellos se levantara alguno diciendo: «Yo soy el Cristo», ellos no debían creerle. Había llegado el momento en que debía aparecer el Mesías verdadero. Y Él había aparecido pero Israel Le había rechazado endureciéndose ellos mismos en la mentira de que nuestro Señor no podía ser el Prometido. Pero Israel no había renunciado todavía a la esperanza del Mesías y esto los expone al engaño del cual se habla aquí (es decir, a personas que dicen, «Yo soy Cristo»). En cualquier caso el rechazo del Cristo verdadero los expone a la recepción de un Cristo falso. Nuestro Señor les había advertido acerca de esto. "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis". (Juan 5: 43). Si un mesías viniera lleno de sí mismo y de Satanás la nación debería ser entregada a recibir al falso como justa retribución por haber rechazado al Verdadero. Los discípulos eran los representantes de los judíos piadosos y fueron advertidos de lo que debía acontecer a su nación. Pero tomen ustedes la epístola de Juan y ¿qué tienen allí? "Amados, no creáis a todo espíritu". ¿Por qué? Porque la gran cosa por la que se distingue la Iglesia es la presencia del Espíritu Santo y el engaño contra el que tenemos que velar son los espíritus falsos y no los Cristos falsos aunque hay muchos anticristos. El peligro de los cristianos es contristar al Espíritu Santo, — no, es más bien escuchar a los falsos espíritus. "No creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo". (1ª Juan 4: 1).  Hay falsos profetas ahora y espíritus malignos obran en ellos. En estos días la fe tanto en el Espíritu Santo como en el poder de Satanás está muy debilitada. Las personas sólo consideran al hombre mientras que la Escritura habla mucho de Dios y de Satanás. Lo que da poder a Satanás sobre un profesante del nombre de Cristo es la tolerancia del pecado. Satanás no tiene ni una pizca de poder contra un hijo de Dios que mira a Jesús; pero donde el yo es permitido ello es una oportunidad para que Satanás entre.

 

Aquí es un asunto acerca de falsos Cristos porque nuestro Señor estaba hablando a los discípulos sobre las circunstancias y esperanzas judías aunque después pasa a temas cristianos. La profecía consiste de tres grandes partes. El remanente judío tiene su historia descrita completamente y después viene la porción de los cristianos y luego la de los gentiles. La profecía se divide en estas tres secciones. En primer lugar son presentados los judíos porque los discípulos aún no habían sido sacados de su posición judía pues sólo cuando Cristo fue crucificado la pared de separación fue derribada. (Véase Efesios 2: 11-22). La intención de nuestro Señor fue tomar un remanente judío y mostrar que habría una compañía en el último día en el mismo terreno que estos discípulos, — los cristianos entrarían en medio. Esto lo tenemos descrito en la última parte del capítulo y en la mayor parte de Mateo 25. Luego tenemos a los gentiles, "todas las naciones" reunidas ante el Hijo del Hombre. (Mateo 25: 31-46). Tal es el hilo de conexión entre las partes de este gran discurso.

 

"Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin". (Versículos 5, 6). Observen ustedes que hay dos grandes advertencias morales presentadas por nuestro Señor. En primer lugar ellos debían cuidarse de una esperanza verdadera aplicada falsamente. Falsos Cristos se aprovecharían del hecho de que los judíos debiesen estar esperando a Cristo y pretenderían ser Cristo. En segundo lugar ellos podrían ser aterrorizados por el enemigo que sabe cómo utilizar tales circunstancias. Por lo tanto, el versículo 6 los previene contra las alarmas: "Oiréis de guerras y rumores de guerras". Claramente esto no es para el cristiano pues, ¿dónde advierte el Espíritu Santo al cristiano acerca de tribulación derivada de guerras y de rumores de guerras? ¡No encontramos nada acerca de ello en las Epístolas donde la Iglesia Cristiana es sacada a la luz. ¿Acaso esto es negar la importancia de la advertencia del Señor? ¡Dios no lo permita!

 

Pero la porción que estamos considerando no se refiere a cristianos sino a los discípulos judíos tal como eran en aquel entonces y como serán. Nuestro llamamiento tiene lugar después de que nuestro Señor fue al cielo y antes de que Él regrese en gloria, mientras que el remanente judío será encontrado en el día postrero en un terreno similar y con esperanzas como las que tenían los discípulos a los que nuestro Señor se dirigía aquí. Si nosotros queremos juntar las cosas correctamente en la palabra de Dios debemos observar de qué habla Él y a quién habla Él. Si yo que soy un gentil adopto el lenguaje de un judío yo incurro en un gran error; o si un cristiano adopta el lenguaje de un judío o de un gentil nuevamente se incurre en el mismo error. Por eso es que en 2ª Timoteo 2: 15 se enfatiza tanto el hecho de trazar "correctamente la palabra de verdad" (RV1977), o cortar "en línea recta la palabra de verdad" (JND), o dividir "correctamente la palabra de verdad" – KJV). Nosotros encontramos diversos modos de obrar de Dios según Su voluntad soberana acerca de aquellos con quienes Él trata y debemos tener cuidado de aplicar Su palabra correctamente. Los discípulos, como remanente judío teniendo un llamamiento peculiar en una tierra particular, la tierra de Judea, si oían de guerras y rumores de guerras no debían turbarse: "Porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin". ¿Encontramos nosotros alguna vez a los apóstoles diciendo: «Aún no es el fin para nosotros?» Por el contrario, de nosotros se dice (1ª Corintios 10: 11), "a quienes han alcanzado los fines de los siglos"; mientras que al dirigirse el Señor al remanente judío él dice, "aún no es el fin", — porque muchas cosas deben cumplirse aún antes de que los judíos puedan entrar en su bendición. Pero para los cristianos todas las cosas son nuestras en Cristo incluso ahora; la bendición nunca es pospuesta, si bien nosotros esperamos la corona en Su venida.

 

La diferencia es inmensamente importante también de manera práctica porque el cristiano no es del mundo como tampoco lo es Cristo, lo cual no podría decirse igualmente del cuerpo judío que va a ser llamado en el día postrero. Para nosotros "las guerras y rumores de guerras" no debiesen ser una fuente de turbación aunque ciertamente deberían ser una ocasión de santas preocupación e intercesión en el espíritu de gracia y esto por todos los implicados. Por el contrario, el remanente judío no será separado de esta manera celestial y las luchas terrenales que entonces harán estragos en el país y en sus alrededores no pueden dejar de afectarlos grandemente: de modo que ellos necesitarán especialmente abrigar confianza en las palabras del Salvador y no turbarse como si el asunto fuera dudoso o si ellos mismos fueran olvidados en aquel día de obscuridad. Ellos deben esperar pacientemente; "Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores". Es evidente que el lenguaje sólo es aplicable en toda su fuerza a judíos, — a judíos creyentes, obviamente, pero no obstante judíos en medio de una nación castigada judicialmente por su apostasía de Dios y el rechazo de su propio Mesías.

 

Por lo tanto el Señor prepara a los discípulos judíos, o remanente judío, para sus pruebas especiales parcialmente verdaderas después de Su partida hasta la destrucción de Jerusalén, y que se verificarán más plenamente antes de que Jerusalén vuelva a ser reconocida después de la destrucción del Anticristo. "Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán". (Versículos 9, 10). Habrá falsa profesión y aborrecimiento para con los fieles incluso entre ellos mismos, — no sólo tribulaciones afuera: "Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo". (Versículos 11-13). Por tanto hay un cierto período definido de perseverancia, — y un final que vendrá tan verdaderamente como hubo un principio de dolores. Pero, ¡cuánta prueba, y oscuridad, y padecimiento, y escándalo (o tropiezo) antes de que llegue ese final! Cuando en el Evangelio de Juan nuestro Señor habla de la parte del cristiano Él nunca nombra ni un principio ni un final sino que más bien da a entender que la tribulación debe ser esperada a lo largo de la carrera del cristiano pues leemos, "En el mundo tendréis tribulación". (Juan 16: 33 – VM). Y este es el lenguaje y el pensamiento constantes en las Epístolas donde indudablemente nuestro llamamiento es considerado.

 

Sigue después una última señal. "Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin." (Versículo 14). El evangelio de la gracia de Dios no es lo mismo que el evangelio del reino. Ambos deben ser predicados, — a saber, que Dios está salvando almas ahora de Su mero favor por medio de Cristo; y que hay un reino que Él va a establecer por medio de Su poder en breve, un reino que va a abarcar toda la tierra. Por lo tanto, antes de que llegue el fin habrá un testimonio especial de esta venida del Señor tal como Él lo da a entender aquí. De este modo, en Apocalipsis 14 un ángel es visto por Juan en visión profética teniendo el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra y a toda nación y "diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. No se puede decir ahora que la hora de Sus juicios ha llegado porque por el contrario y expresamente hoy es el día de Su gracia y Su salvación. Por lo tanto, claramente la inferencia es que justo antes del fin de esta era o edad habrá una notable energía del Espíritu en medio de los judíos; y de ese mismo pueblo que antaño rechazó a Jesús saldrán mensajeros del reino tocados por Su gracia para anunciar la caída sin demora del juicio divino y el establecimiento del reino de los cielos en poder y gloria. ¿Quién, en la misericordia de Dios, es tan idóneo para proclamar al Mesías que regresa como algunos de la misma nación que antaño Le había clavado en la cruz, — para proclamarle ahora entre todos los orgullosos gentiles cuyo representante de aquel entonces habían inscrito sobre su cruz: "ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS"? (Mateo 27: 37). El testimonio será difundido entonces universalmente. ¡Cuán humillante para la cristiandad! con el catolicismo romano y el islamismo, y también el paganismo prevalente aún en Asia y África, — la mayor parte de la humanidad. Y sin embargo los hombres cristianos cierran sus ojos ante los hechos más claros y más solemnes, ¡y se jactan de los triunfos del Evangelio!. No: los gentiles han sido sabios en sus propias presuntuosidades aunque la gracia soberana ha actuado a pesar de todo; pero proclamar el reino venidero en toda la tierra habitable está reservado para otros testigos cuando la "apostasía" haya sido completa en la cristiandad y el hombre de pecado haya sido manifestado.

 

En el versículo 15 el Señor no nos muestra señales generales del fin que se aproxima o lo que debería distinguir en general el final de los primeros dolores de Israel, sino que señala circunstancias del carácter más definido que pueden ser aplicadas tal vez parcialmente a lo que ocurrió antes de la caída de Jerusalén bajo Tito, pero que sólo pueden cumplirse en el futuro de Israel si prestamos la debida atención a la peculiaridad de la escena, a la conexión de la profecía y, sobre todo, a la consumación en la que todo ha de terminar.

 

Luego nuestro Señor señala en primer lugar a un profeta judío. "Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda)", etcétera. (Mateo 24: 15).  El paréntesis advierte que la predicción podría ser malinterpretada, — en todo caso, ella exigía atención. Dos pasajes de la profecía (Daniel 11: 31 y Daniel 12: 11) hablan de esta abominación; pero yo no dudo en decir que lo primero era una prefiguración de los hechos de Antíoco Epífanes siglos antes de Cristo, y que lo segundo es aquello a lo que se hace referencia aquí y que aún no se ha cumplido. Totalmente distinto de la época de Antíoco Daniel 12 habla de otro ídolo que trae desolación en su séquito y esto expresamente "al tiempo del fin ". (Daniel 11: 40 – VM). Leemos también, "Muchos serán limpiados, emblanquecidos y purificados; pero los impíos obrarán impíamente, y ninguno de ellos entenderá. Pero los sabios, sí entenderán". (Daniel 12: 10 – VM). En esto tenemos otro eslabón de conexión con las palabras de nuestro Señor: "el que lee, entienda". "Y desde el tiempo en que fuere quitado el holocausto continuo, es a saber, para poner allí la abominación desoladora, habrá mil doscientos y noventa días". (Daniel 12: 11 – VM).  Así, además del mal idolátrico impuesto por el acérrimo rey del norte Antíoco mucho antes de que el Señor apareciera, Daniel mira hacia el futuro a un mal similar al final de los dolores de Israel cuya destrucción precede inmediatamente a su liberación final. "Bienaventurado el que espere". (Daniel 12: 12). En cuanto a esto último nuestro Señor cita al profeta judío y arroja más luz sobre el mismo tiempo y las mismas circunstancias.

 

La conclusión es clara y cierta: a saber, en el versículo 15 de Mateo 24 nuestro Señor alude a la parte de Daniel que es aún futura y no a lo que era historia cuando Él  habló esto en el monte de los Olivos. Yo soy consciente de que algunos han confundido el asunto con lo que leemos en Daniel 8 y 9. Pero en Daniel 8, "la prevaricación asoladora" (Daniel 8: 13) no es lo mismo que ""la abominación desoladora"; ni podemos identificar absolutamente "el fin de la indignación" (Daniel 8: 19 – VM)  con el "tiempo del fin ". (Daniel 11: 40 – VM). (Compárese con Isaías 10). Tomar nota de las diferencias de la Escritura es tan importante como tomar nota de los puntos de semejanza y de contacto. El último versículo de Daniel 9 podría parecer que tiene mayores afirmaciones. Tenemos allí un pacto confirmado por una semana y después a la mitad de la semana el sacrificio y la oblación son interrumpidos, después de lo cual y debido a la protección de las abominaciones, o ídolos, hay un desolador, "hasta que la consumación y lo que está determinado será derramado sobre la desolada" (es decir, sobre Jerusalén). (Daniel 9: 25 – JND; KJV). Yo he presentado así lo que concibo como el verdadero sentido de este importante pasaje porque cuando ello es expresado con precisión la supuesta semejanza con "la abominación desoladora" desaparece. Un desolador que viene debido a la protección otorgada a las abominaciones es muy distinto de la abominación desoladora o del ídolo que aún va a estar en el santuario. La  instalación de esta abominación está relacionada con la fecha de mil doscientos noventa días. Incluso para los que interpretan esto como que son tantos años es imposible aplicar la profecía a la destrucción de Jerusalén o a su templo por los romanos. Si ello hubiera sido así el período de bendición debió llegar mucho tiempo antes para Israel. Entonces, ¿ha fallado la profecía? No; sino que los lectores no han logrado comprenderla. Nosotros no debemos corregir el lenguaje de la Escritura sino nuestras interpretaciones: debemos volver a la palabra de Dios una y otra vez y ver si acaso no nos hemos desorientado.

 

La verdad es que la comprensión de Daniel 12 es de suma importancia para obtener el debido provecho de Mateo 24. En su primer versículo tenemos un claro hito: "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo". No puede haber ninguna duda justa acerca de que el pueblo de Daniel significa los judíos y que una poderosa intervención en favor de ellos es insinuada; pero como de costumbre no sin la más severa prueba de la fe. Porque "será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces". Esto es lo que nuestro Señor tiene indudablemente en perspectiva en el versículo 21 de Mateo 24: "porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá". No puede haber dos tribulaciones para el mismo pueblo, cada una de las cuales es mayor: pues ambas afirmaciones se refieren a la misma tribulación. Ahora bien, Daniel está muy seguro al afirmar que "en aquel tiempo será libertado tu pueblo (los judíos)". ¿Quién puede pretender que Miguel defendió a Israel contra Tito más de lo que no los defendió contra Nabucodonosor? ¿Acaso no sabe todo el mundo que en aquel tiempo lejos de ser libertados fueron completamente vencidos por los romanos y que los que escaparon de la espada fueron vendidos como esclavos y esparcidos por el mundo? Dios estaba en aquel entonces en contra y no a favor de Israel; y como el Rey de la parábola Él se enojó, envió a sus ejércitos, destruyó a esos homicidas y quemó la ciudad de ellos. (Véase Mateo 22: 1-7). Por el contrario, la hora inigualable de dolor es aquí justo antes de la liberación de ellos por parte de Dios, no antes del cautiverio de ellos.

 

Trasladando esto a nuestro capítulo la visión del ídolo desolador en el lugar santo es la señal para huir. "Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes". (Versículo 16). No hay ningún pensamiento acerca de una señal para los cristianos como tales sino para los discípulos judíos en la tierra santa; y esto es para que se retiren inmediatamente de la escena de peligro. "El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días!" (Versículos 17-19). Se ha procurado encontrar en esto la advertencia por la cual algunos huyeron a Pella (N. del T.: en la región de la Decápolis, al otro lado del río Jordán) en el intervalo después de que el oficial militar romano rodeara la ciudad y antes del saqueo final bajo el comandante victorioso. Pero esto surge del hecho de confundir Lucas 21: 20-24 con Mateo 24: 15-21; mientras que esos pasajes son manifiestamente distintos a pesar de una medida de analogía entre ellos. Pertenece a la esfera dada por el Espíritu al gran evangelista gentil (Lucas) el hecho de señalar el pasado asedio romano así como la actual supremacía de las naciones que huellan Jerusalén hasta que los tiempos de dichas naciones se cumplan. (Lucas 21: 20-24). Sin embargo Mateo tuvo su propia tarea al presentar la gran crisis futura, al menos desde el versículo 15. Y es evidente que así como la abominación en el lugar santo difiere ampliamente de los ejércitos que rodean Jerusalén, había amplio espacio para la salida más pausada de la ciudad amenazada (en efecto, para que los más impedidos y los enfermos de ambos sexos se marchen) después de que Cestio Galo (N. del T.: procónsul de Siria desde el 63 al 65 d. C) se retiró. Por lo tanto, yo llego a la conclusión de que por medio de Mateo nuestro Señor nos presenta lo que atañe al tiempo del fin; por medio de Lucas lo que se refiere al pasado, y al presente también, someramente, así como al futuro. Mateo, por ejemplo, no pudo hablar acerca de Jerusalén siendo hollada por los gentiles como lo hizo Lucas porque aquí en Mateo 24 él se ocupa solamente de los horrores que preceden inmediatamente a la bendición y liberación de Israel. Lucas tiene tanto un tiempo anterior como uno posterior de tribulación: Mateo, a partir del versículo 15, se limita a este último tiempo.

 

"Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá". (versículos 20, 21). ¡Qué considerado es el Señor! Y cuán ciertamente Sus discípulos pueden contar con Su cuidado en aquel día, que sus peticiones serán atendidas de modo que no obstante lo urgente que deba ser la huida de ellos ¡ni la estación inclemente ni el día de reposo judío la entorpecerán! Aquí hay nuevamente otra prueba de que no son los cristianos sino Sus seguidores judíos los que están contemplados. Santo como es el día de reposo, yo no dudo en decir que el día del Señor con el que la Iglesia tiene que ver está fundamentado en una santidad más profunda. Por una parte el creyente tiene que cuidarse ahora  de confundir el día de reposo (día sábado) con el día del Señor (día domingo) y por otra parte tiene que cuidarse de suponer que porque el día del Señor no es el día de reposo él puede por lo tanto convertirlo en una referencia egoísta o mundana. El día de reposo es el santo memorial de la creación y de la ley, como el día del Señor es de la gracia y de la nueva creación en la resurrección del Salvador. Como cristianos no somos de la vieja creación ni estamos bajo la ley, sino que estamos en el terreno totalmente diferente de Cristo muerto y resucitado. El día de reposo era para el hombre y el judío, — era el último día de la semana y uno simplemente de descanso que debía compartirse con el buey y el asno. Esta no es la idea cristiana que comienza la semana con el Señor, Le da lo mejor a Él en adoración y es libre de trabajar para Él todo lo posible en medio del pecado y la miseria del mundo.

 

Nosotros tenemos así a cada paso un nuevo testimonio del verdadero significado de la profecía. Para nosotros el lugar santo está en el cielo no en Jerusalén; para nosotros no se trata de escapar de alguna tribulación sin precedente sino de estar preparados para padecer con y por Cristo y regocijarnos siempre en ello; para nosotros, recogidos de todas las naciones y lenguas los montes que rodean Judea no son ningún escondite adecuado; tampoco el invierno o el día de reposo podrían ser una fuente justa de alarma. Cada palabra es para que nosotros la examinemos con cuidado y nos beneficiemos mediante ella; pero la evidencia indica inequívocamente un cuerpo de judíos convertidos en el día postrero que no se encuentra en la luz y el privilegio de la Iglesia sino que tiene esperanzas judías; y mientras ellos esperan al Mesías se les advierte cómo escapar de los engaños y las aflicciones abrumadores de ese día. Se trata de la carne siendo salvada (Mateo 24: 22) y no de la comunión con los padecimientos de Cristo y la conformidad con Su muerte para tener parte en la resurrección de entre los muertos independientemente del costo de ello. Por tanto tampoco hay algún pensamiento aquí acerca de la venida de Cristo para tomarnos a Sí mismo y darnos moradas donde Él está en la casa del Padre sino de Su aparición en gloria para destruir enemigos, para juzgar lo que estaba muerto y era ofensivo para Dios, y para liberar a los dispersos escogidos de Israel. Por causa de ellos esos días de terror serán acortados. Las advertencias de los versículos 23-28 concuerdan con esto: "Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios", etcétera. (versículos 23, 24). ¿Podría un engaño tal ser dirigido incluso al más sencillo cristiano que espera al Hijo de Dios desde el cielo? Sin embargo ello es muy inteligible si pensamos en estos futuros discípulos judíos que podrían esperar algo parecido de una predicción como la de Zacarías 14 donde encontramos que el monte de los Olivos es el lugar designado en el cual Jehová-Mesías aún ha de afirmar Sus pies. Bien podemos concebir rumores para tales santos de que el Mesías estaba en el desierto o en los aposentos: ellos podrían engañar a los que esperaban encontrarse con el Señor en la tierra pero no a los que saben que van a reunirse con Él y con los resucitados en el aire. (1ª Tesalonicenses 4; 2ª Tesalonicenses 2).

 

Entonces la forma de Su presencia para liberar a los judíos es dada a conocer como el modo de evitar los engaños de ellos: "Porque como el relámpago que sale", etcétera. Las figuras (versículos 27, 28) que ilustran la presencia del Hijo del Hombre comunican el pensamiento de una terrible manifestación repentina y de un juicio rápido e inevitable sobre lo que en aquel entonces no es más que un cuerpo sin vida delante de Dios con independencia de cuáles hayan sido sus pretensiones. Sin embargo, no se habla de nada parecido cuando la Escritura describe el descenso del Señor para recibir a Sus santos resucitados. ¿Y cuál es el resultado de aplicar mal así estos versículos? La indignante interpretación de que "el cuerpo muerto" se refiere a Cristo y "las águilas" a los santos transfigurados o lo contrario, merece censura, no comentario. Tampoco es necesario refutar la afirmación establecida para los estandartes romanos. Aplicado a Israel todo es sencillo. El cuerpo muerto representa la parte apóstata de dicha nación; las águilas, o buitres, son figura de los juicios que caen sobre ella. No se trata solamente de que habrá una relampagueante exhibición de Cristo en juicio sino que los agentes de Su ira sabrán dónde y cómo lidiar con lo que es abominable ante la vista de Dios. La alusión es a Job 39: 30.

 

"E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, etcétera. (Versículos 29-31). Difícilmente se me puede pedir que mencione el antiguo esfuerzo de aplicar estos versículos al triunfo romano sobre Jerusalén. A primera vista, ¿acaso se podría decir que esto sucedió "inmediatamente después de la tribulación", o acaso ello no fue más bien la coronación de la aflicción judía? — no el cambio glorioso de sus padecimientos por una liberación divina. Cualesquiera que sean los portentos que el historiador Josefo reporte ellos tuvieron lugar más bien durante la tribulación que él registra; mientras que las señales de las que se habla aquí, literales o figurativas, han de seguir a "la tribulación de aquellos días" (es decir, la crisis futura de Jerusalén). No; uno mayor que Tito está aquí; y es anunciado un acontecimiento en conexión con ese pobre pueblo que cambiará el rostro y la condición de todas las naciones. "Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro". Los escogidos son en todo momento la descendencia escogida  de Israel (versículos 22, 24, 31. Compárese con Isaías 65). Hay otros escogidos, sin duda; pero debemos interpretar siempre por el contexto; y esto en el presente caso parece perfectamente evidente. Yo creo que El Hijo del Hombre en el cielo y visto allí es la señal para los que están en la tierra. Esto llena de lamento a todas las tribus; y Cristo viene visiblemente para el juicio. Otras Escrituras muestran que los santos celestiales ya han sido trasladados y que en aquel entonces van a acompañar a su Señor pero nada de esto aparece aquí. Ello habría sido prematuro. Además, el objetivo de esta parte de la profecía es mostrar Su venida para el alivio y la recogida de Sus escogidos de Israel. Por eso es Él está presente como Hijo del Hombre (es decir, judicialmente, véase Juan 5: 27); y también por eso Él envía Sus ángeles con gran voz de trompeta. "Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran trompeta, y vendrán los que habían sido esparcidos en la tierra de Asiria, y los que habían sido desterrados a Egipto, y adorarán a Jehová en el monte santo, en Jerusalén". (Isaías 27: 13). No sólo se trata de la proclamación del año de la buena voluntad de Jehová sino del día de la venganza de Dios. (Véase Isaías 61: 1, 2). "Y vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos uno a uno". (Isaías 27: 12). Los cuatro vientos en conexión con Israel no plantean ninguna dificultad sino más bien lo contrario. (Véase Zacarías 2: 6). Así como Jehová los había dispersado y esparcido "por los cuatro vientos de los cielos", ahora Sus escogidos serán reunidos.

 

 

El esquema general y la visión especial de la porción judía han sido presentados hasta ahora en el capítulo 24. Esto es ilustrado a continuación tanto a partir de la naturaleza (versículos 32, 33), como de la Escritura (versículos 34, 35), y finaliza con una aplicación adecuada (Versículos 42-44).

 

"De la higuera aprended la parábola [o, su parábola]". (Versículo 32). La higuera es el bien conocido símbolo de la nacionalidad judía. La vimos en Mateo 21 produciendo nada más que hojas, — esa generación entregada a la maldición de la perpetua infructuosidad independientemente de lo que la gracia puede hacer por la generación venidera. En Lucas 21 la palabra es: "Mirad la higuera y todos los árboles" porque el Espíritu Santo de principio a fin de este evangelio y de manera notable en ese capítulo presenta a los gentiles. Lucas abarca un ámbito más amplio que Mateo y trata expresamente acerca de las aflicciones de Jerusalén en relación con "los tiempos de los gentiles". Por eso tenemos la diferencia incluso en las figuras ilustrativas. Aquí en Mateo es el árbol con renovados signos de vida, — la nacionalidad judía revivida: "Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (es decir, el fin de esta era y el comienzo de la siguiente bajo el Mesías y el nuevo pacto). Pero el Salvador advierte solemnemente que "esta generación", esta raza que rechaza a Cristo en Israel no pasará hasta que todas estas cosas sucedan.

 

La noción de que todo se cumplió en el pasado asedio de Jerusalén fundamentada en un sentido estrecho y no Escritural de este pasaje existe por no oír lo que el Señor dice a los discípulos. Mediante el término "generación" en una genealogía (como en Mateo 1), o donde el contexto lo requiere (como en Lucas 1: 50) implica sin duda un tiempo de vida: pero preguntémonos, ¿dónde es usado así este término en las Escrituras proféticas, — los Salmos, etcétera? El significado es aquí moral más que cronológico como por ejemplo en el Salmo 12: 7, "Tú, Jehová, los guardarás; De esta generación los preservarás para siempre". Las palabras "para siempre" demuestran una fuerza prolongada y consecuentemente el pasaje insinúa que Jehová preservará a los piadosos de sus inicuos opresores, "De esta generación… para siempre". Esto es una refutación clara y decisiva de lo que afirman los que quieren limitar la frase a la corta época de la vida de un hombre. Así, en Deuteronomio 32: 5, 20, encontramos que la palabra generación es usada de manera similar, no para expresar un período sino las características morales de Israel. Además, en los Salmos tenemos "la generación venidera", expresión que no se limita a un mero término de treinta o cien años. Así también en Proverbios 30: 11-14: "Hay generación que maldice a su padre… Hay generación limpia en su propia opinión, etcétera", donde es considerado el carácter de ciertas clases de personas; y si es factible, aún más claro es el uso en los Evangelios sinópticos. Así, en Mateo 11: 16, "¿A qué compararé esta generación?", implica los que vivían en aquel entonces caracterizados por la veleidad moral que los situaba en oposición al testimonio de Dios con independencia de lo que este pudiese ser en justicia o en gracia. Pero evidentemente aunque están en perspectiva principalmente personas que vivían en aquel entonces la identidad moral de los mismos rasgos podría extenderse indefinidamente y así de época en época seguiría siendo "esta generación". Compárese con Mateo 12: 39, 41-42, 45, cuyo último versículo muestra la unidad de la "generación" en su juicio final (no agotado aún) con la generación que surgió de la cautividad en Babilonia. Además, observen ustedes el capítulo 23 de Mateo versículo 36, "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación", — una generación que continuará hasta que todas las predicciones de juicio que Cristo pronunció acontezcan. (Mateo 24: 34). Como es evidente por lo que ya ha sido mostrado que queda mucho por cumplirse "esta generación" todavía subsiste y subsistirá hasta que todo haya terminado. Y ¡cuán cierto es! Aquí están en nuestro día los judíos. — el asombro de toda mente reflexiva, — no sólo como una raza cascada, dispersa y sin embargo perpetuada; no sólo distintos, a pesar de los poderosos esfuerzos desde fuera para obliterarlos y desde dentro para amalgamarlos con otros, sino con la misma incredulidad, el mismo rechazo y el mismo desprecio por Jesús su Mesías que el día en que Él pronunció Su sentencia. Todas estas cosas, — -hablando de los anteriores y de los últimos pesares de ellos, — han de suceder antes de que desaparezca esa mala generación. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". (Mateo 24: 35). Aquello que la incredulidad considera más estable, la escena de su idolatría o de su autoexaltación, desaparecerá; pero las palabras de Cristo, sean ellas acerca de Israel o acerca de otros, permanecerán para siempre.

 

Pero si todo es así de seguro e infalible sólo el Padre conoce el día y la hora. (Versículo 36). El Salvador ya había anunciado señales abundantes y claras y los entendidos comprenderán; pero "los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá". (Daniel 12: 10).  "Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre". (Versículos 37-39). Hay aquí otro testimonio de que nuestro Señor en esta posición habla acerca de los discípulos judíos de los días postreros (representados por aquellos que Le rodeaban en aquel entonces) y no de la Iglesia. Porque Su ilustración está tomada de la preservación de Noé y de su casa a través de las aguas del diluvio; mientras que el Espíritu Santo de Pablo ilustra nuestra esperanza según el modelo de Enoc arrebatado al cielo completamente aparte de las escenas y circunstancias del juicio aquí abajo.

 

Además, cuando el Hijo del Hombre venga así en juicio sobre los hombres vivos aquí abajo ello no será una matanza indiscriminada o un cautiverio como cuando los romanos u otros se apoderaban de Jerusalén; sino que, sea en el campo abierto o en los deberes del hogar, sean hombres o mujeres, habrá un justo discernimiento de los individuos. "Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada". (Versículos 40, 41). El significado es claramente que uno es llevado judicialmente y el otro es dejado para disfrutar de las bendiciones del reino de Cristo, el cual juzgará al pueblo de Dios con justicia y a Sus pobres con juicio. Ello es lo contrario de nuestra transformación cuando "los muertos en Cristo se levantarán primero; luego, nosotros los vivientes, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos a las nubes, al encuentro del Señor, en el aire." (1ª Tesalonicenses 4: 16, 17 – VM. Véase también 1ª Corintios 15: 50-58); porque en el caso que estamos considerando los que son dejados atrás son dejados para ser castigados con la eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor. Pero el Señor tendrá también un pueblo terrenal. Él espera hasta que los santos celestiales sean reunidos con Él en lo alto y entonces comienza a sembrar, si se me permite hablar así, para la bendición terrenal, en cuyo caso Su venida como Hijo del Hombre será para la eliminación de los inicuos dejando a los justos sin ser molestados y en paz. "Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; Su fruto hará ruido como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado. Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén". (Salmo 72: 16-19).

 

"Velad, pues, porque no sabéis a qué hora (o qué día, véase nota 21)  ha de venir vuestro Señor".

 

[Nota 21]. μέρα, jeméra = "día" (en lugar de la común lectura ρα, jóra = "hora") tiene una excelente fiabilidad.

 

Los tratos con Israel que terminan con el rescate de los justos en medio de ellos implican el juicio del mundo seguro de sí mismo e inconsciente. Por consiguiente en estos versículos de transición (42-44) tenemos una alusión a una esfera más amplia que los judíos o su tierra, esfera en la que se encontraría el remanente piadoso, — protegido, pero todavía allí. Dios sabrá liberar a los piadosos de la prueba. Sin embargo allí están ellos rodeados de lazos y enemigos pero preservados: una posición totalmente diferente a la nuestra pues nosotros seremos  llevados previamente a lo alto en la gracia y sabiduría soberanas de nuestro Salvador. "Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis". (Versículos 43, 44). El objetivo es evidentemente una advertencia práctica para que los piadosos de la tierra estén preparados. Ellos habían sido consolados en vista de la tribulación y la violencia; se los había puesto en guardia contra los engaños religiosos de la serpiente antigua; se les había dado solemnemente la seguridad acerca de la estabilidad de las palabras del Señor en el asunto mismo en que la presunción gentil ha desorientado incluso a verdaderos creyentes; y ellos son exhortados ahora a la vigilancia y al alistamiento para su Señor venidero para que ellos no sólo pudiesen escapar de los cazadores sino que pudieran estar ante el Hijo del Hombre. Para el mundo ello será como el ladrón inesperado que irrumpe sobre ellos en su supuesta seguridad.

 

Desde el versículo 45 hasta Mateo 25: 30, entramos en las parábolas que pertenecen sólo a la cristiandad y no al remanente judío. Nosotros podemos considerarlo como un apéndice del aspecto judío del cual el Señor había estado hablando hasta ahora. Por eso nosotros tenemos aquí un retrato tan claro de la profesión verdadera y de la falsa. Siempre que tocamos lo que es propiamente cristiano Dios trata con el corazón y la conciencia. Él está llamando y formando a los que han de ser los compañeros de Su Hijo en la gloria celestial. Por lo tanto nada es pasado por alto; todo es juzgado por Dios en su verdadera luz. Por eso también no hay aquí límite alguno ni de lugar ni de personas. El cristianismo está por encima del tiempo y es del cielo y para el cielo aunque de hecho pueda ser divulgado en la tierra durante el intervalo en las dispensaciones de Dios hecho por una temporada por el rechazo de Israel. El cristianismo es una revelación de la gracia que emana de Aquel que ahora no habla desde la tierra sino desde el cielo. Yo apenas necesito insistir en que no se trata de que el mal sea despreciado. Ningún error puede ser más profundo o fatal que el error de que la gracia implica levedad ante el pecado. Por el contrario, la gracia es la condena más fuerte de todo el mal ya que ella no es realmente la mera pretensión de lo que el hombre debiese ser para con Dios sino la revelación de lo que Dios es para con el hombre en el juicio de su pecado en la cruz de Cristo. Por lo tanto, ella es la exhibición más completa del aborrecimiento divino y del juicio del mal; pero esto es en Cristo, a costa de Su propio Hijo amado para salvar al más culpable que cree. Cuando Él trataba con Su pueblo terrenal bajo la ley muchas cosas estaban permitidas por la dureza del corazón de ellos, cosas que nunca tuvieron Su aprobación. Pero cuando la exhibición completa de la gracia resplandece como lo hace ahora el mal no es soportado sino juzgado. Así es el cristianismo en principio y en hecho. Y por eso es que para el cristiano verdadero todo el tiempo de su estadía terrenal es una temporada de juicio propio; o si él fracasa en esto la asamblea está obligada a juzgar sus procederes; y si ellos fracasan el Señor lo juzga a él y a ellos santamente pero en gracia para que no sean condenados con el mundo. Él puede exponer la falsa profesión aquí y ahora si Él lo cree conveniente pero la finalidad de esto la vemos en todas estas tres parábolas. La gracia nunca hace un guiño al mal; y si el mal se aprovecha de la gracia para sus propios fines el resultado es aterrador y ello será manifiestamente así en la venida del Señor.

 

Y esto me lleva a recalcar que la venida del Señor tiene un carácter doble. En primer lugar está Su venida en plena gracia totalmente aparte de toda cuestión acerca de nuestro servicio y consecuentemente de recompensas especiales en el reino en que vamos a ser manifestados junto con Cristo. Pero debemos tener en cuenta que esta manifestación al mundo en el reino futuro está lejos de ser la parte más elevada de Su gloria o incluso de la nuestra ya que dicha manifestación no suscita el ejercicio más profundo de Su gracia. Por otra parte, en el hecho de que Él nos tome a Sí mismo todo es puramente de Él. (Véase Juan 14: 1-3). Es el propio amor de quien quiere tenernos con y como Él mismo. Es así como encontramos que Juan coloca la venida de Cristo en su Evangelio (Juan 14); y no tengo constancia de que ello sea alguna vez tratado allí de otra forma. En Apocalipsis nosotros encontramos ambas formas. En el primer capítulo de Apocalipsis es: "He aquí que viene con las nubes", etcétera. Es evidente que no hay allí vestigio alguno de los santos arrebatados sino que "Todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él". (Apocalipsis 1: 7). La Esposa no aparece en ninguna parte en esa escena sino que aparece más bien lo que es público y afecta al mundo universalmente y especialmente a los judíos culpables de la sangre; y todos "harán lamentación". Pero el último capítulo, Apocalipsis 22, no podía terminar sin darnos a conocer que a pesar de todo el mal y la aflicción y el juicio existe una como la Esposa que espera a su Esposo celestial. Tan pronto como Él mismo se anuncia como "la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana", el Espíritu y la Esposa dicen: "Ven". Tenemos aquí la íntima relación de corazón entre el Señor y la Iglesia. Es imposible que alguien que no haya nacido de Dios diga, "Ven", aunque puede haber quienes hayan nacido así y sin embargo ignoren su pleno privilegio de unión con Cristo. Y yo no dudo que para ellos es hecha una provisión de gracia en la palabra, "Y el que oye, diga: Ven". (Apocalipsis 22: 17). Pero en ningún caso puede el mundo o un alma no perdonada acoger tal llamado; pues para ellos sería realmente la locura de la presunción ya que para ellos Su venida debe ser una destrucción segura e interminable. Además, no se trata meramente de salvar la carne o de liberación de la miseria y el peligro mediante el derrocamiento de los enemigos de ellos: porque el Espíritu Santo nunca coloca el aspecto de la venida de Cristo a llevarnos consigo bajo esa luz. Nosotros tendremos descanso y los que nos atribulan tendrán tribulación en el día de Su aparición; pero nosotros vamos a encontrarnos con el Salvador y a estar para siempre con Él; y mientras tanto es nuestro dulce privilegio terrenal padecer ahora por Su causa. Nosotros somos dejados por un tiempo en un mundo en que todo está en contra de nosotros porque está en contra de Él y nosotros pertenecemos a Él. Pero sabemos que Él espera para venir por nosotros y nosotros Le esperamos desde el cielo; y si mientras dura la espera somos fieles al Señor no debemos esperar más que padecimiento de parte del mundo; y sin embargo somos felices en dicho padecimiento asegurados de que la gloria en el cielo y la cruz en la tierra van juntas. La copa de la prueba, es decir, el vituperio y el desprecio de los hombres tal vez sea menor en un momento que en otro. Esto corresponde a nuestro Padre darlo como Él lo considere adecuado. Pero si nosotros  buscamos otra cosa como nuestra porción natural aquí, entonces como cristianos somos infieles a nuestro llamamiento. El rechazo es nuestro porque somos de Él: "Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él". (1ª. Juan 3: 1).

 

Entonces, como el Esposo el Señor no tiene más que amor en Su corazón hacia la Esposa. Tampoco es un asunto de nadie más que los Suyos. Él les ha dicho que viene; y cuanto mayor es el poder del Espíritu en el alma más ardientemente la Esposa dice: "Ven". En este encuentro celestial del Señor con la Esposa, ¡qué incongruente es que otros ojos vean o que las multitudes que se lamentan importunen o sean testigos de tal encuentro! La Escritura no habla así.

 

El judío y el mundo que rechazaron al Cristo verdadero recibirán al Anticristo. Esto es en lo que los hombres caerán; y en medio del engaño y del aparente triunfo de ellos el Señor vendrá en juicio. Pero cuando Él venga así no estará solo. Otros, Sus santos celestiales, aparecerán juntamente con Él en gloria. Esto es lo que vemos en Colosenses 3: 4; 1ª Tesalonicenses 3: 13, y con detalle en Apocalipsis 19. Cuando Él sale desde el cielo no solamente ángeles sino Sus santos Le siguen vestidos de lino finísimo y sobre caballos blancos según las sorprendentes figuras de Apocalipsis. Los santos habían estado en el cielo antes del día del juicio del mundo. Ellos debieron haber sido sacados de la tierra y llevados al cielo antes de esto para seguirle a Él  desde el cielo y estar con Él cuando aquel día amanezca; y esto sólo pudo haber sido mediante Su venida para tomarlos a Sí mismo. (Juan 14: 1-3). Además, por eso parece que Su venida tiene un carácter doble conforme al objetivo de cada uno de sus pasos o etapas. Él mismo viene a reunir consigo a todos Sus santos, vivos o muertos, y los presentará en la casa del Padre para que donde Él está ellos también estén. A su debido tiempo Él los traerá consigo juzgando a la Bestia y al falso Profeta, a los judíos y a los gentiles, así como a todo falso profesante de Su nombre. Esto último sigue siendo Su venida, o estado de presencia: sólo que ahora es, Su "aparición" o "Su "manifestación", el "resplandor de su venida" (2ª Tesalonicenses 2: 8), Su "revelación" y Su "día", (lo que el acto anterior cuando nos lleva a estar con Él nunca es llamado).

 

Con este segundo acto de la venida del Señor, o Su "día", está conectada la evaluación de nuestro servicio y la asignación de la recompensa por la labor que ha sido hecha. Porque todos deben comparecer ante el tribunal de Cristo y cada uno debe recibir según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2ª Corintios 5: 10).  Algunos encuentran una dificultad en someterse a ambas verdades; pero si nosotros nos sujetamos a la Palabra no pasaremos por alto ni la bendición común de los santos en la plena gracia del Salvador en Su venida, ni el reconocimiento de la fidelidad individual, o la falta de ella, en las recompensas del reino. Cuando nosotros leemos acerca de las muchas moradas no debemos soñar con que una es más gloriosa que otra. La verdad comunicada es que nosotros debemos estar tan cerca y ser tan amados como los hijos pueden estar en la presencia del Padre por medio del amor perfecto y la obra perfecta del Hijo. En este punto de vista yo no veo ninguna diferencia en absoluto. Todos son llevados absolutamente cerca, todos son amados con el amor con que Cristo fue amado, y todos tienen Su porción, hasta donde ello puede ser para la criatura. Pero, ¿he de negar yo, por tanto, que "cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor", o que en algunos casos la obra permanecerá así como en otros será quemada? (Véase 1ª Corintios 3: 1-23). O ¿voy  yo a negar que como enseña la parábola, un siervo puede recibir diez ciudades y otro cinco? (Véase Lucas 19: 11-27).

 

Por consiguiente, se encontrará que hay una estrecha conexión en las Escrituras entre el día de Cristo, o Su aparición, y las inmediatas exhortaciones a la fidelidad. De este modo, Timoteo es exhortado a guardar el mandamiento "sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". (1ª Timoteo 6: 14).  Luego el apóstol habla en 2ª Timoteo 4 de "la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida ( o Su aparición)". El resultado de la fidelidad o de la infidelidad sólo será manifestado en aquel entonces. Es el día de la exhibición ante el mundo; y "Cuando Cristo, el cual es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente con él en gloria". (Colosenses 3: 4 – VM). Por eso el apóstol habla acerca de los santos Corintios como no faltándoles ningún don esperando ellos la manifestación (aparición) de nuestro Señor Jesucristo, y él introduce de inmediato los pensamientos acerca de Su día. (1ª Corintios 1: 7, 8). De modo que el día de Cristo es el bienaventurado final y la solemne prueba de todo al escribir a los Filipenses. De las epístolas a los Tesalonicenses yo no necesito decir mucho ya que ellas presentan de la manera más clara estas dos verdades.

 

Volviendo ahora a la primera de las tres parábolas (Mateo 24: 45-51) parábolas que se refieren a la profesión cristiana, me gustaría hacer la observación general a partir de lo que hemos estado examinando de que si bien las palabras "aparición", "día", "manifestación", etcétera, son especiales (y yo creo que nunca son usadas excepto cuando se trata de responsabilidad) la palabra "venida" es general; y aunque si el contexto lo requiere ella es aplicable a los casos de responsabilidad, ella es en sí misma de carácter más amplio y por tanto es usada para expresar el regreso de nuestro Señor en nada más que gracia. En otras palabras, la aparición, el día, o la revelación o la manifestación de Cristo sigue siendo Su venida o presencia; pero Su venida no significa necesariamente Su aparición o Su manifestación o Su día. Él puede venir sin aparecer, sin manifestarse, y yo creo que hay pruebas en las Escrituras de que es así cuando Él mismo nos tome en lo alto (Juan 14: 1-3); pero Su "aparición (Su manifestación) es esa etapa posterior de Su regreso cuando todo ojo Le verá.

 

"¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?" Aquí no es un asunto acerca de evangelizar sino de cuidar la casa. El principio de negociar afuera con los dones del Maestro vendrá más adelante (Mateo 25: 14 y sucesivos); pero lo grandioso es aquí el hecho de que así como el Señor ama a Sus santos ("la cual casa somos nosotros": Hebreos 3: 6), así Él da mucha importancia al servicio fiel o al servicio infiel dentro de esa esfera. Porque no necesito decir que la fidelidad al Señor no implica la negación del ministerio que Él proporciona. Cuando el ministerio es real, es de Dios; aunque el modo en que dicho ministerio es ejercido es a menudo erróneo y no Escritural. El ministerio no es judío sino característico del cristianismo. Pero ello es algo muy propenso a perder su verdadero carácter. En lugar de ser siervos de Cristo en Su casa muchos zozobran en los componentes de un cuerpo particular. En tal caso el ministerio emana siempre de la iglesia o denominación. El verdadero ministerio proviene de Cristo y sólo de Él. Por consiguiente el apóstol dice que él era siervo (o esclavo) de Jesucristo, sin que su misión procediera nunca de la Iglesia ni ser el responsable ante ella de su labor. El Evangelio y la Iglesia eran las esferas de su servicio (Colosenses 1); pero el dador de su servicio y su Señor era exclusivamente Cristo mismo. Me parece que esto es necesario para que el ministerio sea reconocido como divino; y nada más que el Ministerio divino es reconocido en la Escritura, y nada más que un ministerio tal debería ser reconocido ahora por el pueblo de Dios. Entonces, esto es lo primero en que nuestro Señor insiste, a saber, que el siervo fiel y prudente a quien el Señor pone sobre Su casa sea encontrado haciendo Su labor, cuidando de aquello que está tan cerca de Cristo. Es una demostración muy dolorosa del bajo estado de la Iglesia en estos días que tal servicio sea considerado como un "desperdicio" de perfume. (Véase Marcos 14: 3-6). Los hijos de Dios se han alejado tanto de la idea del ministerio verdadero que piensan que es ociosidad o proselitismo servir a los que están adentro. Ellos dicen, ¿por qué no predicar a los de afuera y tratar de llevar a los tales al conocimiento de Cristo? Pero esto no es en lo primero que insiste nuestro Señor. El "siervo fiel y prudente" tenía que servir a los de adentro: su objetivo era darles su alimento a tiempo; y el Señor declara a ese siervo bienaventurado. "Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así". Otros podrían plantear dudas acerca del título del siervo; pero Él dice sencillamente, «Si Yo te encuentro "haciendo así", eres bienaventurado.» El gran argumento es hacer Su voluntad. No se trata de título o de posición sino de hacer la obra que el Señor desea que sea hecha.

 

Pero ahora viene el otro aspecto de la situación. "Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos". (Versículos 48, 49). Ustedes tienen allí el gran peligro de los siervos de Cristo en este mundo que sólo son profesantes. En primer lugar perjudicar a los consiervos asumiendo un lugar arbitrario. La autoridad es correcta donde es ejercida bajo la obediencia a Cristo. Ningún cambio de circunstancias o de condición altera la verdad de que el Señor sigue siendo Cabeza de la Iglesia y levanta siervos en todo momento para que ejecuten Sus deseos con autoridad. Pero aquí se trata de la voluntad del hombre donde el siervo asume el lugar del Amo y comienza a golpear a sus consiervos. En segundo lugar, junto con eso hay una comunicación maligna con el mundo. No se dice que él mismo está borracho; pero hay asociación con el mundo. "Las malas compañías corrompen las buenas costumbres". (1ª Corintios 15: 33 – VM). Allí donde el pensamiento del Señor ha desaparecido el ministerio pierde su verdadero carácter. Habrá opresión hacia los de adentro y una mala interacción con los de afuera. "Vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes". (Versículos 50, 51). Ello supone que el siervo continúa con el mismo curso y es hallado allí cuando el Señor viene, — su corazón completamente con el mundo. Él comenzó diciendo en su corazón: "Mi señor tarda en venir". Esto es mucho más que los pensamientos erróneos acerca de la venida del Señor que algunos santos podrían albergar sin que esta Escritura sea aplicable a ellos. Por otra parte, si hubiese personas profesando esperar la venida del Señor y actúan como si no creyeran en ello, ellas se parecen mucho más al siervo que dice en su corazón: "Mi señor tarda en venir". Lo que el Señor juzga no es un mero error o desatino doctrinal sino el estado del corazón, — satisfecho con que Cristo se mantenga alejado. Si nosotros estamos deseando algo grande y de estima entre los hombres, ¿cómo podemos decir: "Ven"? Su venida frustraría todos nuestros planes. Nosotros podemos hablar de la venida del Señor y ser eruditos acerca de las profecías; pero el Señor mira el corazón y no la apariencia. Dejen que la profesión sea siempre tan estridente o elevada, pero Él ve dónde las almas se adhieren al mundo y no Le desean a Él.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés"), versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 25

 

"ENTONCES el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes". Nosotros tenemos aquí el aspecto general de aquellos que llevan el nombre de Cristo. El reino de los cielos implica aquí una cierta economía en un momento dado del tiempo. "ENTONCES el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas, y salieron a recibir al esposo". (Mateo 25: 1 – VM).  La expresión, "sus lámparas", muestra la luz de la profesión. Se trata de testigos del Señor y su vocación era encontrarse con el Salvador. Esa debió ser la actitud del cristiano desde el principio, salir a recibir al Esposo. El cristianismo no significa que sus profesantes se queden allí donde ellos están y esperen así a Cristo, sino que dejen todo para salir a recibir al Esposo. Algunos de los primeros creyentes eran judíos y otros eran gentiles; pero ellos abandonaron por Cristo sus conexiones anteriores, su posición en el mundo y todo lo que hasta entonces valoraban. Ellos tenían un nuevo objeto; pues sabían que el único bienaventurado a los ojos de Dios era el Salvador; ellos estaban esperando a Aquel que está en el cielo y salen a recibir a Aquel que ha prometido venir otra vez. Esta es la verdadera expectativa del cristiano. No debiese haber fijación de fechas sino la esperanza cierta de que el Señor vendrá, — si bien no sabemos cuándo. Cuanto más fuerte es esa esperanza en nuestros corazones más completamente separados estaremos de los planes y proyectos de este mundo.

 

"Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas". El reino de los cielos se convierte en algo que es sólo de profesión. Tal como en el caso de los siervos en que había un siervo malo así como un siervo fiel, así tenemos aquí cinco vírgenes prudentes y cinco insensatas. "Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite". Eran personas que tenían la lámpara de la profesión pero no aceite. Algunos han  pensado que ellos eran cristianos que no lograron esperar que el Señor viniera. Pero yo creo que esto es falso porque las insensatas demostraron su insensatez en esto, — a saber, que ellas no tomaron aceite en sus lámparas. ¿Qué implica esto? El aceite es el tipo del Espíritu Santo. Nosotros leemos en 1ª. Juan 2: 20 acerca de una "unción del Santo". Y surge la pregunta, ¿sostendrá alguien que hay cristianos verdaderos que no tienen esta "unción"? Las vírgenes prudentes representan a los creyentes verdaderos, las insensatas a meros profesantes; éstos tomaban el nombre de Cristo pero no había nada que pudiera hacerlos aptos para la presencia de Cristo. Nuestro poder de disfrutar de Cristo es enteramente por medio del Espíritu Santo. El hombre natural puede admirar a Cristo pero sólo a distancia y sin una conciencia despertada o limpiada. No hay un vínculo viviente de relación entre el corazón del hombre natural y Cristo y por eso el hombre Le crucificó. Al no tener aceite en sus lámparas estas vírgenes insensatas mostraron que no poseían nada que las habilitara para acoger a Cristo. Sólo el Espíritu Santo puede hacer a los hombres aptos para estar en la confesión de Su nombre para hacer Su obra. El aceite era lo que alimentaba la lámpara y estas vírgenes insensatas no lo tenían. "Mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron". (Versículos 4, 5). Todas abandonaron de manera práctica la esperanza de la venida de Cristo: en eso no había diferencia. Había cristianos verdaderos y falsos pero todos estaban dormidos al respecto. Así, aunque la vocación original de los cristianos era esperar el regreso de Cristo al estar unidos a Él por el Espíritu Santo, sin embargo iba a haber un estado de sueño universal en cuanto a esperar a Cristo. Pero el Señor añade: "A la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!" (Versículo 6). Claramente aquel clamor era el movimiento del propio Espíritu Santo. Era el poder y la gracia de Dios los que lo enviaban por el medio que Él consideró adecuado. No se nos dice cómo pero ello revela claramente un movimiento general entre los cristianos profesantes, — un avivamiento de la verdad de la venida del Señor. "Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas". (Versículo 7). El clamor afectó incluso a los que no tenían el Espíritu Santo morando en ellos.

 

Pero sale a relucir ahora la solemne diferencia. "Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan", o "se están apagando". Ellas habían encendido sus mechas pero no había aceite. La luz de la mera naturaleza arde pronto y rápidamente pero no hay nada que implique el Espíritu de Dios, — ellas nunca habían tenido aceite. "Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas". No necesito decir que los términos en los cuales Dios vende y el hombre compra el Espíritu Santo son "sin dinero y sin precio"; pero el gran argumento es que cada alma debe tener que ver con Dios. El creyente oye y se inclina ante Dios en este mundo; el incrédulo se estremecerá ante Dios en el otro mundo. La gracia compele a las almas a entrar y a tener que ver con Él ahora, en este mundo; pero si yo rehúso enfrentarme a Dios por mis pecados aquí abajo me encontraré perdido para siempre. Ahora es el día de la salvación; y es sólo un engaño del diablo persuadir al corazón a que lo posponga hasta un tiempo más conveniente. Si yo acudo a Dios acerca de mis pecados y porque creo que Jesús es un Salvador no sólo encontraré a Jesús el Hijo de Dios sino al Espíritu Santo dado por medio del cual podré disfrutar del Salvador. Las prudentes tenían este aceite y podían esperar la venida del Señor en paz. Pero las insensatas no conocen Su gracia. ¿Y a quién acuden? No a los que venden sin dinero y sin precio. "Mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta". Después, como vemos en el doloroso retrato de las vírgenes insensatas, ellas vienen diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondiendo dijo: "De cierto os digo que no os conozco." Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora". (Mateo 25: 11-13 – RVA). [Véase nota 22].

 

[Nota 22]. Las palabras, "en que el Hijo del Hombre ha de venir", no tienen ninguna autoridad manuscrita sustancial en este versículo. Este no es un punto de vista particular mío sino que es el dictamen de toda persona competente que ha examinado los testimonios originales.

 

Cuando el Señor es presentado como viniendo a juzgar se habla de Él como "Hijo del Hombre". Él es representado aquí como el Esposo; y si las palabras "Hijo del Hombre" tuvieran que aparecer realmente aquí ello sería verdaderamente difícil explicarlas. ¡Cuán claro es que ustedes no pueden añadir nada a la Escritura sin estropearla! Nuestro Señor aparece aquí en un aspecto de gracia hacia Sus santos y éste es uno de los motivos por los que ustedes no tienen descripción alguna del juicio que está a punto de caer sobre las vírgenes insensatas. La ejecución mostrada de la venganza divina sería incongruente con Su título de Esposo. Sin duda, incluso aquí la puerta está cerrada y nuestro Señor dice a las vírgenes insensatas cuando ellas apelan a Él para que abra, "no os conozco"; pero Él en seguida convierte el hecho para beneficio espiritual de Sus discípulos: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora". (Versículo 13 - RVA).

 

Luego viene otra parábola. "Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos". (Versículos 14, 15). Nuestro Señor es representado allí como dejando este mundo y marchándose a un país lejano. Esta es una forma notable en la que nuestro Señor es presentado aquí. En Mateo se supone que Su casa está en la tierra porque Él es el Mesías que a lo Suyo vino aunque los Suyos no Le recibieron. (Juan 1: 11). Como el Mesías rechazado Él deja Su casa y se marcha, el sufriente pero glorificado Hijo del Hombre, al país lejano que es claramente el cielo. Y mientras Él está allí tiene a Sus siervos a quienes Él ha encomendado algunos de Sus bienes; y con ellos han de trabajar. "Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos". (Versículo 16). Nosotros tenemos aquí otra clase de ministerio. No se trata de servir a la casa y darles el alimento a su tiempo como en Mateo 24: 45. Se trata de negociar, o salir hacia otros. Esta es una característica del cristianismo. En el judaísmo no existía tal cosa como que Jehová enviara a Sus siervos aquí y allá para ganar almas; pero cuando el Señor Jesús dejó este mundo y ascendió al cielo Él los envió a salir así. Él les dejó medios para negociar con ellos. Es la actividad de la gracia que sale a buscar pecadores así como a difundir el testimonio de la verdad de Dios entre los santos.

 

Si el Señor nos llama al servicio Él también nos lo da de acuerdo con nuestra capacidad. En la sabiduría del Dador el carácter del don que es puesto a nuestra disposición es idóneo tanto para el objetivo como para el receptor. Hay soberanía y todo está sabiamente ordenado. Pues, ¿cómo podría ser de otra manera viendo que es el Señor quien llama? Es aquí también donde la cristiandad ha fracasado tanto. Si un hombre comenzara ahora a predicar y enseñar sin alguna anuencia humana muchos lo considerarían un descaro si no una presunción; mientras que en verdad si yo busco autoridad de parte de las iglesias para predicar o servir al Señor yo estaré pecando contra Cristo. Cualquier designación por parte de los hombres para tal propósito no está autorizada por la mente de Cristo y se opone a ella; y aquellos a quienes ellos considerarían que actúan irregularmente están en realidad en la humilde senda de la obediencia y ellos encontrarán su vindicación en el gran día. Ello es un asunto enteramente entre Cristo y Sus siervos. Él da a uno el ser profeta, a otro un evangelista, a otro un pastor y maestro (Véase Efesios 4). Pero hay dos cosas en el siervo, — y ambas de importancia. Él les dio dones pero ello fue de acuerdo a sus respectivas capacidades. El Señor no llama a un servicio especial a nadie que no tenga una capacidad para la responsabilidad que se le ha encomendado. El siervo debe tener ciertas calificaciones naturales y adquiridas además del poder del Espíritu de Dios. Él les dio talentos, — "A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno". Nosotros tenemos aquí la energía del Espíritu Santo, — que es el poder que el Señor da desde lo alto además de Su elección de cada hombre "conforme a su capacidad".

 

De la lectura de esto resulta evidente que hay ciertas cualidades en el siervo que son independientes del don que el Señor pone en él. Sus facultades naturales son el utensilio que contiene el don y en el que el don ha de ser ejercido. Si el Señor llama a un hombre a ser predicador se supone que hay una aptitud natural para ello. Además el don puede ser aumentado. En primer lugar está la capacidad del hombre antes y cuando se convierte; luego el Señor le da un don que nunca poseyó antes; en tercer lugar, si él no aviva su don puede haber un debilitamiento si es que no hay una pérdida. Él puede llegar a ser infiel y puede perder poder. Pero si por el contrario un hombre espera en el Señor puede haber poder aumentado dado a él.  Muchos piensan que la única cualificación del siervo de Dios es la del Espíritu. Esto es esencial, obviamente, y muy bienaventurado; pero ello no es todo. La verdad es que Cristo da dones; pero Él los da conforme a la capacidad del individuo. Es de suma importancia tener claramente en cuenta la unión de los dos hechos, a saber, la capacidad del siervo y el don que le es concedido soberanamente para que negocie con él.

 

Pero prosigamos: "Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel". (Versículos 19-21). En el capítulo 24 fue el "siervo fiel y prudente" porque cuando se trata de la casa la sabiduría (la prudencia) es necesaria. Pero aquí es "siervo bueno y fiel". Ambos son llamados "fieles"; pero en el ejercicio de los dones que el Señor envía al mundo con el mensaje de la gracia la bondad de Dios es característica. ¿Cuál es la fuente de toda gracia en el siervo del Señor? Es la apreciación de la bondad de Dios. Esto sale a relucir por contraste en el caso del siervo negligente. Un hombre no convertido podría tener un don del Señor. El siervo negligente era claramente uno que nunca tuvo el conocimiento de Dios: y eso queda demostrado en que él no creía en la bondad del Señor: no tenía confianza en la gracia que hay en Cristo Jesús. El siervo malo mostró en esto lo que él era. Él dice: "Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí". (Versículos 24-26). Su señor lo lleva a su propio terreno. Si el siervo en su propio terreno juzga que Él es duro, Él dice:"Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses". Según su propia defensa el siervo había fracasado por completo y así es siempre. El hombre que habla acerca de la justicia de Dios no puede estar de pie ni un instante ante ella; mientras que el que se entrega humildemente a la gracia de Dios será encontrado andando sobria, justa y piadosamente en este presente mundo malo. El que niega la bondad de Dios es él mismo un hombre malo invariablemente.

 

Es así en el asunto de nuestro servicio: pues si tenemos dos talentos o cinco y los usamos para Él el Señor nos lo devolverá a nuestras almas y en el día venidero hará que oigamos las palabras bienaventuradas: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor". (Versículo 23).

 

Llegamos ahora a un tema que según yo creo es visto con mucho prejuicio por muchos. Me entristece decirlo pero este tema ha sido pervertido incluso por aquellos que aman al Salvador y reconocen tanto la bendición general de aquellos que Le pertenecen como la condena segura de aquellos que Le desprecian. Pero aunque todos los cristianos deben estar de acuerdo en general con estas verdades fundamentales, cuando llegamos a preguntar qué es lo que el Señor quiso que dedujéramos del hecho de que Él se sienta en el trono de Su gloria (versículo 31 – VM, LBA, RVA; cuando nosotros queremos constatar quiénes son los grupos de personas que el Señor tiene ante Sí en esta escena y cuál es el destino especial de los bienaventurados nos encontramos con las más diversas opiniones. El origen de la raíz de la dificultad puede ser encontrado generalmente en un pensamiento, — a saber, la ansiedad, incluso de cristianos, por encontrar lo que repercute en su propia suerte. No estando completamente tranquilos con respecto a su aceptación por parte de Dios existe generalmente una disposición a deformar las Escrituras, en parte para escapar de lo que ellos temen y en parte para obtener consuelo para sus almas atribuladas. La mayor parte de los hijos de Dios están, más o menos, en espíritu bajo la ley; y dondequiera que los tales son honestos en esta condición ellos deben ser miserables. Comparativamente pocos conocen la plenitud de la liberación en Cristo; pocos saben lo que es estar muerto a la ley y ser de otro, del que resucitó de los muertos. (Véase Romanos 7: 4). Ellos pueden oír y repetir las palabras de la Escritura pensando que significan algo bueno; pero muy pocos aprecian el verdadero significado y la bendición de estar muertos a la ley y unidos a un Salvador resucitado. Este es el motivo por el cual tantos no están en condiciones de entender la palabra de Dios. Al no disfrutar en paz de su propia posición en Cristo ellos se aferran a toda promesa con poca consideración hacia los objetivos que Dios tenía en perspectiva. Buscando así seguridad para sus propias almas, cuando el Señor habla de ciertos gentiles como "ovejas" ellos piensan que ello se refiere a nosotros porque somos llamados así en otras partes, como en Juan 10. Ellos encuentran que éstos son benditos del Padre y por eso concluyen que ello no puede ser otra cosa que nuestra esperanza. Además aquí se habla de algunos como "hermanos" del Rey; y dan por sentado que ello se refiere a nosotros, — los cristianos. De esta manera superficial la Escritura es malinterpretada y el consuelo mismo que las almas están buscando ciertamente las esquiva. Dondequiera que nosotros desviamos la fuerza de la palabra de Dios y nos apropiamos indiscriminadamente de lo que se dice de personas en una posición totalmente diferente, hay pérdida. Dios ha dispuesto todo de tal manera que la mejor porción para nosotros es lo que Dios ha dado. No podemos enmendar los consejos de Dios ni añadir a las riquezas de Su gracia. Si conocemos el amor que Dios nos tiene en Cristo conocemos lo mejor que podemos encontrar en la tierra o en el cielo. En el momento que nos asimos de esto y vemos cuan grandemente somos bendecidos nosotros dejamos de tener la intranquilidad de que cada buena palabra de Dios concurran en nosotros mismos; pues vemos su objetivo infinitamente mayor, a saber, Cristo, y podemos deleitarnos en que otros sean bendecidos incluso en lo que nosotros no tenemos. Esto es lo más importante de manera práctica, — a saber, que nosotros estemos tan satisfechos con el amor de Dios hacia nosotros y con la porción que Él nos ha dado en Cristo como para regocijarnos en todo lo que Él se complace en dar a los demás. ¿Acaso no estamos ciertos de que nuestro Padre nada retiene de nosotros excepto aquello que interferiría con nuestra bendición? Así que al leer esta parábola, o descripción profética, nosotros no estamos bajo restricción alguna. Podemos examinarla con otras Escrituras y ver a quién tiene el Señor en perspectiva y preguntar cuál va a ser la porción de ellos.

 

"Pero cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con El, entonces se sentará en el trono de su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones". (Versículos 31, 32 – LBA). Hay aquí suficientes pruebas de cuál es el momento y las circunstancias de los que habla nuestro Señor. Él se sienta en Su propio trono como Hijo del Hombre. Él está reuniendo ante Sí a todas las naciones. Y surge la pregunta, ¿cuándo será esto? Al menos no se afirmará aquí que de lo que se habla es algo que ha pasado. El Señor Jesús ni siquiera está sentado aún en Su trono. Cuando Él  estuvo en la tierra no tuvo trono; cuando Él se fue al cielo se sentó en el trono de Su Padre tal como dice Apocalipsis 3: 21: "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono". Según esta promesa, cuando ella se cumplirá, Él habrá dejado el trono de Su Padre y se habrá sentado en Su propio trono. Se trata de algo futuro. Toda Escritura que hace mención del lugar actual de nuestro Señor muestra que Él está sentado ahora en el trono del Padre. Pero la Escritura muestra también que Él se sentará en Su propio trono; y esto es lo que tenemos aquí. Todas las cosas en el cielo y en la tierra serán puestas bajo el gobierno del Señor Jesús. Él será la cabeza de toda gloria, celestial y terrenal. Y, ¿de cuál gloria habla esta porción? ¿Hay alguna circunstancia con la que nuestro Señor rodea Su trono que haga que la respuesta sea clara? Leamos, "Serán reunidas delante de él todas las naciones". ¿Están las naciones en el cielo? Claramente no. ¿Quién puede imaginar una cosa tan burda? Cuando se cruza el límite que separa las cosas que se ven de las que no se ven ninguna vista terrenal rebaja o distrae la adoración en lo alto. Cuando los hombres sean resucitados de entre los muertos ya no serán conocidos como ingleses o franceses: estas distinciones nacionales terminan para ellos. La suerte futura de ellos es decidida según la recepción o el rechazo de Jesús en la presente vida. Por consiguiente, este futuro trono del Hijo del Hombre está relacionado con un estado temporal en la tierra. Cuanto más cada palabra sea sopesada más evidente será esto para los imparciales.

 

A continuación, si nosotros lo comparamos con una escena de resurrección su carácter distintivo será evidente. En Apocalipsis 20: 11 leemos, "Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos". No puede haber ninguna duda acerca de este trono. No puede tener nada que ver con la tierra porque el texto mismo nos dice que la tierra y el cielo huyeron. Yo aprendí de inmediato el contraste positivo entre Mateo y Apocalipsis. En este último sólo oímos una palabra acerca del cielo y la tierra huyendo; en el primero sólo tenemos indicaciones muy claras de que el Señor está ocupando Su trono en el gobierno de la tierra y de los hombres que viven en ella, — no juzgando a los muertos cuando el reino esté a punto de ser entregado. Los que son reunidos aquí ante Él son "todas las naciones", — un término que nunca es utilizado para referirse a los muertos o a los resucitados sino que sólo es aplicado a hombres de aquí abajo, y de hecho sólo a los gentiles como siendo distintos de los judíos. Porque ya hemos tenido a los judíos en Mateo 24 y ahora vemos a los gentiles; entre estos dos casos están las parábolas que son aplicables a la profesión cristiana.

 

Por lo tanto, nada puede ser más metódico que toda la conexión de esta profecía en el monte. Los judíos aparecieron en primer lugar ya que de hecho los propios discípulos todavía lo eran; luego las parábolas del siervo de la casa, de las vírgenes y de los talentos, parábolas que describen la posición cristiana pronto a ser desarrollada cuando los judíos rechacen el testimonio del Espíritu Santo. Por último, otra sección finaliza todo: ni judíos ni cristianos sino "todas las naciones", o los gentiles, a los que será enviado el testimonio del reino [Véase nota 23], y entre los que obrará el Espíritu Santo (obrando también Satanás para que ellos no sean sacados de las tinieblas a la luz admirable de Dios).

 

[Nota 23]. Esto se corresponde también con las tres últimas parábolas del capítulo 13, tal como vimos. — [Nota del Editor en inglés].

 

En Apocalipsis 20 encontramos un gran trono blanco. "Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie…". (Apocalipsis 20: 11). Ustedes ven así de inmediato el carácter de este trono. Ni un solo hombre vivo está allí en vida natural sino que los muertos ahora resucitados son convocados para el juicio ante el gran trono blanco. En Mateo 25 ni un solo hombre muerto es mencionado; en Apocalipsis 20 ni un solo hombre vivo es mencionado. En Mateo las personas llamadas ante el trono son "todos los gentiles" o naciones; en Apocalipsis nadie más que "los muertos". "Y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras". (Apocalipsis 20: 12). Cuando nosotros llegamos a considerar atentamente Mateo capítulo 25 el principio de juicio no es según las obras de manera general sino que sólo se insiste en una prueba particular sobre ellos, — a saber, el tratamiento fiel o infiel de los hermanos del rey. "Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el infierno entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras". (Apocalipsis 20: 13). Ni una palabra acerca de esto hay en Mateo 25; y de hecho la expresión "naciones" implica sin duda la inferencia de que ellos no eran resucitados de los muertos. Se trata del juicio de aquellos comúnmente llamados "los vivos"—, es decir, los que viven en la tierra en aquel momento, — y ellos son tratados según su comportamiento respecto de los mensajeros del evangelio del reino. Esto mostrará que es un gran error suponer que todos los juicios en la palabra de Dios significan una y la misma cosa. Nosotros debemos dejar espacio para las diferencias aquí como en otras partes. De hecho, Dios puede resolver toda dificultad y sacar a la luz Sus perfecciones al tratar con todo lo que llega a estar ante él.

 

Recopilando el contraste de Apocalipsis 20 pasemos a la escena final de Mateo 25. El título "Hijo del Hombre" nos prepara de inmediato para un juicio relacionado con la tierra y con personas que viven allí. Sin duda el Hijo del Hombre viene sobre las nubes del cielo (Mateo 24: 30), pero Él viene a juzgar el mundo y a las personas que están en él. Incluso ello puede ser dicho acerca de iglesias o asambleas, como en Apocalipsis 1; pero con independencia de cuál sea el objeto de juicio es el Señor juzgando a personas aún vivas en la tierra y no a los muertos.

 

"Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos". Se trata de una discriminación cuidadosa y divina, — no de un mero acto de venganza que trata con masas en el que todos podrían ser sobrecogidos en común ruina. Él aparta los unos de los otros. En el gran trono blanco donde los muertos están de pie para ser juzgados no hay allí necesidad de apartarlos. Pero aquí hay una compañía mezclada. Tal mezcla nunca es encontrada en el cielo o en el infierno sino sólo en la tierra. Por tanto cada cláusula demuestra que nuestro Señor habla de un juicio de los vivos en la tierra. Él los aparta "como aparta el pastor las ovejas de los cabritos". Se deduce que las personas aludidas como "las ovejas" y "los cabritos" son respectivamente los justos y los impíos entre las naciones que entonces viven en la tierra cuando nuestro Señor viene a juzgar en Su calidad de Hijo del Hombre. No se trata ahora de lo que hemos visto en Mateo 24 donde Él se muestra repentinamente como un relámpago. Aquí se trata de un juicio tranquilo pero muy solemne con resultados eternos de acuerdo con la discriminación que el Señor hace entre individuos. Cuando el juicio de los muertos tiene lugar ante el gran trono blanco los cielos y la tierra huyen; de modo que el Señor tiene que haber venido antes de aquel entonces  o no habría una tierra como la que existe ahora a la cual venir, como todos confesamos que Él vendrá.

 

Entonces, nuestro Señor está aquí apartando a los piadosos de entre los impíos en esas naciones que están vivas. Él dispone de ellos así, "Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo". (Versículo 34). Con independencia de cuán bienaventurados ellos sean Él no los describe como hijos del Padre de ellos. Yo no niego que ellos sean hijos de Dios; pero Él dice: «hijos de mi Padre.» Sin duda las palabras dichas a ellos son muy preciosas; pero, ¿se elevan ellas a la altura de la bendición que la gracia de Dios nos ha dado ahora en Cristo? No hay nada aquí acerca de que hemos sido bendecidos "con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo". (Efesios 1: 3). Ellos son llamados a heredar el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo. Cuando Dios puso los cimientos de la tierra Él estaba mirando hacia adelante a este bienaventurado momento. El hecho de que Satanás obtuviera poder sobre el hombre fue sólo una pavorosa interrupción pero no una cuyas consecuencias el Señor no pudiera dominar y expurgar: Él tiene la intención de hacerlo; y hacer que este mundo sea la escena de una bendición incomparablemente mayor de lo que su miseria actual es por medio de la obra de Satanás. Dios tiene la intención de dar el reino de este mundo a Su Hijo, — sí, Él hará que todo el universo se sujete a Cristo. Nuestro Señor tenía derecho a todo en Su propia gloria; pero Él se humilló y puso Su vida para librarnos a nosotros y a la creación de la mano de Satanás y establecer un derecho nuevo y justo sobre todo y traerlo de vuelta a Dios.

 

Además téngase en cuenta que aquí no hay ni una palabra acerca de Su Esposa. Él habla como "el Rey" y nunca se habla de Él como tal en Su relación con la Iglesia. En Apocalipsis 15 la expresión, "Rey de los santos" debería ser, "Rey de las naciones", expresión citada de las palabras de Jeremías (Jeremías 10: 7). Se trata de un título en el que nosotros podemos regocijarnos pero no es Su relación con nosotros. Nosotros somos llamados por gracia a ser miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos. Aquí en Su calidad de Rey el Señor disgrega a los gentiles justos de sus injustos congéneres: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo". Efesios 1 habla de que nosotros fuimos escogidos "en él antes de la fundación del mundo"; ello es una elección independiente de la escena de la creación en relación con la cual estos gentiles bienaventurados tienen su porción. Con respecto a nosotros puede ser dicho más bien que nuestro lugar está con Aquel que creó todo. El mundo puede desaparecer; pero nuestra bendición es identificada con Él mismo. El ladrón en la cruz pidió: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". (Lucas 23: 42 – RVA). Pero nuestro Señor dice: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Estar con Cristo es mejor que el reino, — reino que también heredaremos. Cristo mismo está mucho más allá de toda la gloria exhibida en el mundo y al mundo. Su amor va siempre más allá de nuestra fe dando más de lo que Le pedimos.

 

La bendición dada a estos piadosos de entre los gentiles es la herencia del reino preparado para ellos por el Padre desde la fundación del mundo. Ello mostró que eran poseedores de vida eterna: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí". (Versículos 35, 36). Observen ustedes lo que ellos responden: "Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?" Preguntémonos, ¿podría un cristiano decir tal cosa en el cielo donde nosotros conoceremos como fuimos conocidos? (1ª Corintios 13: 12). Pero estos gentiles piadosos aún están evidentemente en sus cuerpos naturales. Y el Señor les está enseñando incluso después de que Él aparece en gloria. Con independencia de cuán bienaventurada sea esta escena aun así se trata del Señor como Hijo del Hombre juzgando a todas las naciones y bendiciendo a los justos de entre ellos quienes hasta ese momento ignoraban que al mostrar actos de amor y bondad hacia los mensajeros de Cristo lo hacían hacia el propio Cristo. La última lección de ellos fue la primera que Pablo aprendió de camino a Damasco, — la verdad que estremeció su alma: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". (Véase Hechos 9). Pablo fue enseñado por el Señor acerca de que perseguir a los santos que viven en la tierra era perseguir a Cristo en el cielo: pues ellos y Cristo son uno. Es evidente que estas ovejas gentiles presentan a hombres todavía en la condición que requiere y recibe enseñanza por parte de Cristo.

 

"Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis". (Versículo 40). ¿Quiénes son "estos mis hermanos"? Nosotros hemos tenido las ovejas y los cabritos, — es decir, los gentiles justos e injustos; pero, ¿quiénes son los hermanos del Rey? Son aquellos que el Señor enviará antes de que Él venga en la gloria del reino; hombres enviados para anunciar que Él viene en Su reino. Las ovejas les mostraron amor — cuidado — compasión — en sus pesares. De modo que estos hermanos del Rey deben haber estado expuestos a la tribulación antes de que el Rey aparezca. La conclusión es obvia y es que en aquel día el terreno sobre el que Él tratará con las naciones será éste, — «¿Cómo os habéis comportado con Mis mensajeros?» Inmediatamente antes de que Él aparezca en gloria los mensajeros del Rey saldrán a predicar el evangelio del reino por todas partes; y cuando el Rey tome Su trono los que recibieron el evangelio del reino entre las naciones serán reconocidos como "ovejas", y los despreciadores perecerán como "cabritos". Los que honran el mensaje tratan bien a los mensajeros, — cuidando de ellos e identificándose con ellos, —como "compañeros de los que han estado en tal situación". (Hebreos 10: 33 – RVA). El Señor se acuerda de esto y considera lo que fue hecho a Sus mensajeros como hecho a Él mismo. Ello será tan verdaderamente la obra del Espíritu Santo como lo es nuestra entrada en el testimonio mucho más pleno de Su amor ahora. El asombro de ellos ante Su trono por haber hecho algo a Él en la persona de Sus hermanos demuestra que ellos no estaban en la posición cristiana aunque fueran verdaderamente creyentes.

 

Pero, ¿quiénes eran estos "hermanos"? A partir de los principios generales de las Escrituras y de la enseñanza especial de este discurso profético poca duda puede haber acerca de que los hermanos del Rey serán israelitas piadosos empleados por el Señor después de que la Iglesia haya sido arrebatada al cielo para ser ellos los heraldos del Rey y del reino que vienen. Nosotros sabemos que la Iglesia será sacada del mundo antes del tiempo de la última gran tribulación. "Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra". (Apocalipsis 3: 10). Pero aquí hay santos que se encuentran en la tierra, — santos no guardados de la hora de la prueba sino viviendo en la tierra durante ella y predicando este evangelio del reino. Y según la manera en que ellos sean recibidos las naciones serán malditas o bendecidas. No hubo ningún evangelio del reino predicado antes o después del diluvio y es el evangelio de la gracia de Dios el que está siendo predicado ahora. El evangelio del reino a menudo es confundido con este . Por lo tanto yo no tengo ninguna duda de que los hermanos del Rey son una clase de personas, israelitas piadosos, a quienes Cristo reconocerá como Sus hermanos. Hay algunas bendiciones que los santos judíos tendrán que ni ustedes ni yo poseeremos; hay otras que nosotros tendremos y que ellos no disfrutarán.

 

Pero hay un antecedente muy solemne para la bienaventurada entrada en el reino: "Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". (Versículo 41). Observen ustedes que Él no dice: «Malditos de mi Padre», respondiendo a "Benditos de mi Padre". Dios aborrece encerrar. Así que cuando llega el terrible momento para que la maldición sobre estos malvados gentiles sea pronunciada leemos, "Apartaos de mí, malditos". Yo creo que ello es el más profundo dolor para Dios y hace recaer toda la responsabilidad de la destrucción sobre aquellos de quienes fue el pecado, sobre quienes rechazaron Su amor y santidad y gloria al rechazar a Su Hijo. "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". En el otro caso se dijo que el reino estaba, "preparado para vosotros": pero no es así cuando se habla de la maldición. El infierno no fue preparado para el pobre hombre culpable. Él lo merece; pero fue preparado para el diablo y sus ángeles. Allí donde las almas rechazaron el testimonio Él sí los declara malditos. Él es el Rey, el juez. Pero ya sea el gran trono blanco o este trono terrenal se trata del "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". No hubo esperanza de liberación para estos ángeles caídos, — ninguna redención para ellos. Se apartaron de Dios voluntariamente y sin un tentador. El hombre fue tentado por un enemigo; y Dios se compadece del hombre culpable atraído por un rebelde más poderoso si no más culpable que él mismo. ¡Cuán solemne es pensar que el infierno fue preparado para otros y que los hombres lo comparten con estos espíritus rebeldes! No estaba en el corazón de Dios hacer un infierno para el hombre miserable: fue preparado para el diablo y sus ángeles. Pero hubo quienes prefirieron al diablo antes que a Dios; y a los tales les dice: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". La misma prueba es aplicada a ellos como a los piadosos anteriormente. — a saber, el trato otorgado al Rey y a Sus mensajeros, o más bien a Él en ellos.

 

Para nosotros, aunque el mismo principio está involucrado, sin embargo de una manera entra lo que es aún más profundo. Todo depende de, "¿Qué pensáis del Cristo?" " ¿Crees tú en el Hijo de Dios?" "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida". (1ª. Juan 5: 12). El pecador se ve obligado a estar frente a la persona del Hijo de Dios y esto se convierte en un asunto urgente, totalmente absorbente y eterno que debe ser decidido por el alma, — ¿Prefiero yo a Cristo antes que al mundo? ¿Prefiero yo a Cristo o a mí mismo? Que el Señor nos conceda ser sabios (prudentes) y saber cómo encontrar en Cristo tanto la salvación como el poder de Dios. Porque el mismo Bendito que nos dio vida nos da poder para toda dificultad práctica. "Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe". (1ª. Juan 5: 4).

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

Mateo 26

 

El Señor había dado Su testimonio como el Testigo Fiel tanto en hechos como también en palabras. Él había dado fin a todas las expresiones que Le proclamaban como el Profeta como Moisés tal como fue profetizado por él (Deuteronomio. 18: 15), pero incomparablemente mayor y que de ahí en adelante iba a ser oído bajo peligro de ruina eterna. Y ahora se acercaba la hora, la hora solemne de Sus padecimientos; y Jesús entra en ella en espíritu con la serena dignidad adecuada sólo a Él.

 

Los guías religiosos estaban decididos acerca de Su muerte. Los principales sacerdotes, los escribas, los ancianos, todos en un mismo sentir en esto se reunieron en el patio del sumo sacerdote. Ellos consultaron, tramaron; pero, después de todo, si consumaban su infamia ellos cumplían sin querer las palabras de Cristo a Sus discípulos más que el propio plan de iniquidad de ellos. Se decían unos a otros: "No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo" (versículo 5); pero Él dijo a Sus discípulos: "Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado". (Versículo 2). ¿Querían ellos darle muerte? Debían hacerlo entonces. El hombre tiene su iniquidad y Dios tiene Su modo de obrar. Pero poco sabían los amigos o los enemigos de Jesús de qué manera iba a ser llevado a cabo el determinado consejo de Dios. Un traidor desde el interior del círculo más íntimo, jefe de esa generación adúltera y ahora apóstata en el abismo de la perdición, instrumento idóneo para la malicia intrigante de Satanás debe alzar su calcañar contra el Salvador. (Véase Salmo 41: 9). El enemigo degrada moralmente a sus víctimas, — que es siempre la consecuencia del mal, — y la hermosa ofrenda de amor (fruto del Espíritu Santo en aquella que derramó el perfume de gran precio del vaso de alabastro sobre la cabeza de Jesús) brindó la ocasión a los más bajos motivos en Judas y al éxito final del tentador sobre un alma por largo tiempo habituada a la culpa secreta a pesar de ver y oír constantemente a Cristo. (Versículos 6-16).

 

Yo me veo obligado por las circunstancias a mirar sólo someramente estas últimas y conmovedoras escenas. Sin embargo, no dejemos de observar en primer lugar para nuestra advertencia cuán fácil es para once hombres buenos ser engañados por las bellas pretensiones de un hombre malo que estaba influenciado por sentimientos malvados desconocidos para ellos. ¡Lamentablemente! la carne, incluso en los regenerados, sigue siendo siempre la misma cosa aborrecible y no hay nada bueno para el creyente excepto donde Cristo es el Objeto y Él controla el corazón. Luego y para nuestro gozo ¡cuán dulce es encontrar que el amor a Cristo es ciertamente reivindicado por Él y tiene la guía del Espíritu en el más débil a pesar de las murmuraciones de los que parecen siempre tan elevados y fuertes! En tercer lugar, si una santa mujer manifestó su estimación por Jesús, — tan generosamente a juicio de la incredulidad utilitarista, — ¿cuál era Su valor a los ojos de los sacerdotes sobornadores y del traidor? "Y ellos le asignaron treinta piezas de plata". (Versículo 15). ¡El precio de un esclavo fue suficiente para el despreciado Señor de todos! (Compárese con Éxodo 21: 32; Zacarías 11: 12-13).

 

No obstante, a pesar de todo el Señor sigue Su senda de amor y santa calma; y cuando los discípulos le preguntan en qué lugar quería comer la pascua Él habla como el Mesías consciente, que Él es siempre rechazado así: "Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con mis discípulos". (Versículo 18). Mientras los doce comían Él expresa el quebranto de Su corazón: "De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar". (Versículo 21), — lo que no deja de suscitar la realidad de los afectos y la profunda tristeza de ellos. Si Judas imitó la consulta de inocencia de ellos, temeroso de que su propio silencio lo descubriera y tal vez contando con la ignorancia debido a la generalidad de la expresión del Señor ("uno de vosotros"), él sólo oye de ese modo que su condena le es puesta personalmente en claro. La profecía se cumplía, "mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado!" (Mateo 14: 21).

 

Sin embargo nada detiene la corriente del amor de Cristo. "Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados". (Versículos 26-28). El pan, pero especialmente la copa, presentaban al Mesías, no vivo en la tierra sino rechazado e inmolado. La amplia verdad es presentada aquí así como por Marcos en, "Esto es mi cuerpo", sin detenerse en la gracia que lo dio; pues se trata de la verdad en sí misma sin los complementos vistos en otra parte. Énfasis es aplicado a, "mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada", porque el rechazo del Mesías por parte de Israel y Su muerte abrieron el camino para otros que estaban afuera, — a saber, para los gentiles; y fue importante para nuestro evangelista mencionar esto. Lucas dice, "por vosotros se derrama" (es decir, por los creyentes en Jesús) (Lucas 22: 20); y Mateo añade: "para remisión de los pecados", en contraste con la sangre del antiguo pacto que, por así decirlo, declamaba su sanción penal: pues la sangre de Éxodo 24 sellaba sobre el pueblo la promesa de obediencia de ellos a la ley bajo amenaza de muerte; pero aquí en la sangre del Salvador ellos beben el testimonio de sus pecados borrados y desaparecidos. "Pero", añade Él, "os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre". (Versículo 29). De ahí en adelante Él está separado del gozo de estar con ellos hasta que venga el reino del Padre: entonces Él reanudará Su asociación con deleite en Su pueblo aquí abajo. Los piadosos beben ahora Su sangre con agradecida alabanza: en breve Él beberá el nuevo vino del gozo con nosotros en el reino del Padre. Hasta entonces Él es el Nazareo celestial; y consecuentemente así debemos ser nosotros en espíritu.

 

Después de la cena cantaron un himno, — ¡cuán bienaventurado en un momento así! — y se dirigieron al monte de los Olivos. (Versículo 30). Con una gracia inefable el Señor les da a conocer la prueba que les acontecería y sacudiría a todos aquella misma noche, y esto conforme a la Palabra escrita como la que Él había mostrado con respecto a Sí mismo. (Compárese con los versículos 24 y 31). La carne había dado prueba de sí misma y de su valor en el "hermoso precio" que ella adjudicó a Jesús (véase Zacarías 11: 12, 13); ella iba a demostrar también el valor de su propia confianza y de su jactancioso coraje a favor de Él: "Todos vosotros os escandalizaréis de mí", etcétera. Pedro, que era quien más confiaba en su propio amor por el Salvador lo demostró amargamente para sí mismo y de manera indiscutible para los demás. (Versículos 32-35). Por tanto, el objetivo de las pruebas sería confirmar la fe de ellos y profundizar su desconfianza en el yo haciendo que Cristo fuera el todo de ellos en todo; y Él una vez resucitado iría delante de ellos a Galilea reanudando en poder de resurrección la relación que Él había tenido con ellos allí en los días de Su carne.

 

La escena siguiente en el huerto, igualmente perfecta en su presentación de Jesús y muy humilladora en su exposición de lo más selecto de los apóstoles

, no nos muestra el retrato de la santa calma en el pleno conocimiento de todo lo que le esperaba a Él y a Sus discípulos, sino el retrato de la angustia hasta el extremo y la consciencia de la muerte en todos sus horrores como ante Dios. (Versículos 36-46). Aunque Él era Jehová-Mesías, ¡qué atisbo de Él nos brinda Getsemaní como el Varón de dolores y experimentado en quebranto! ¿Quién vio alguna vez la aflicción como Él? Jesús no sólo tuvo que conocer las profundidades de la cruz en la expiación como ningún otro pudo hacerlo; inclinar Su cabeza bajo el pleno e implacable juicio de Dios cuando Él por nosotros fue hecho pecado; sino que experimentó más que todos los demás la presión expectante de la muerte sobre Su alma como el poder de Satanás, sintiéndola perfectamente y más profundamente al tomarla de la mano de Su Padre y no de la mano del enemigo. Fueron el "gran clamor y lágrimas" para con Su Padre ahora como después para con Dios como tal cuando se trató del auténtico hecho de cargar con el pecado en el madero. "Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo". (Versículos. 37, 38). Cuando llegó la cruz no hubo tal llamamiento a los discípulos a velar con Él. Estuvo absolutamente, esencialmente solo por nosotros, — es decir, por nuestros pecados, — y sin que ninguno de los hombres o ángeles estuviera de alguna manera o en alguna medida cerca de Él (moralmente hablando), — Él estuvo solo cuando Dios desamparó y ocultó Su rostro de Aquel sobre cuya cabeza se acumularon todas nuestras iniquidades. Aquí en Getsemaní fue la súplica como un Hijo a Su Padre cuando Él, "Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro [postrado en Su fervor], orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú". (Versículo 39). Él veló y oró y no entró en tentación aunque fue tentado hasta el extremo. Pero Él halla a los discípulos dormidos: ellos no pudieron velar con Él ni una hora. "El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil"; y así fue una y otra vez con ellos hasta que les ordenó que se durmieran pero les advirtió que llegaba la hora pues aquel que Le entregaba se acercaba.

 

Pero la misma carne que arrastra al sueño cuando el Señor llamó a velar y orar es lo suficientemente celosa con las armas carnales cuando vino Judas con su beso engañoso y una multitud que lo seguía (Versículos 47 y sucesivos), aunque ella no preservó sino que llevó más bien a abandonar al Maestro o a negarlo. Una vez pasado el conflicto en Getsemaní Jesús en toda dignidad y paz ante el hombre avanza para cumplir la voluntad de Dios en las manos malvadas de ellos; y en las más mansas palabras (Versículos 50-54) poniendo de manifiesto la ruin maldad de Judas, la imprudente debilidad de Su desconsiderado defensor, y señala Su muerte que se aproximaba a pesar de Su derecho de comandar legiones de ángeles en Su favor, — el cual además habla y mundos cobran existencia y anula a los inicuos por medio de Su palabra. Pero Él era un prisionero por la voluntad de Dios no por el poder del hombre.

 

Ante Caifás (Versículos 57-68) Él es considerado reo de muerte, — no porque triunfara la falsedad de los testigos sino por Su propia confesión de la verdad. Él, el Hijo de Dios, venido en plenitud de gracia y de verdad como Él lo era, ellos Le verían de ahí en adelante como el Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo en las nubes del cielo, — es decir, Su posición actual y Su manifestación cuando Él venga en poder y gloria.

 

Sin embargo en medio de Su rechazo y desprecio a manos de los de arriba y de los de abajo entre Su propio pueblo exterior Jesús hace que Su poderosa palabra sea recordada por el pobre Pedro, audaz ahora al negarlo con maldición y juramento. (Versículos 69-75). "Y saliendo fuera, lloró amargamente". ¡Oh, qué siervo, ¡oh, ¡qué Señor!

 

Mateo 27

 

En todo este Evangelio el Espíritu Santo tiene muy particularmente en perspectiva las relaciones de nuestro Señor con Israel. Por eso en los capítulos anteriores donde hemos tenido predicha la destrucción de Jerusalén se tuvo cuidado de sacar también a relucir la preservación de un remanente piadoso de Israel, — un hecho que sería de especial consuelo para Su pueblo. Y tal como hemos visto en ese testimonio profético y también en la narración de la crucifixión lo que sale a relucir de manera peculiar en el Evangelio de Mateo es la parte en que Israel participó en aquel solemne hecho en el cumplimiento de ellos de lo que estaba escrito en la Ley, en los Salmos y en los Profetas en cuanto al rechazo de ellos a su propio Mesías. Nuestro evangelista escribió teniendo en expresa perspectiva a los judíos y por eso fue de la mayor importancia convencerlos de que Dios había cumplido las promesas en el envío del Mesías al cual la incredulidad de Israel había rechazado y crucificado en el madero por medio de manos gentiles. ¿Cuál sería el valor especial de citar de la Ley y de los Profetas a los gentiles? Las Escrituras del Antiguo Testamento constituían un libro del cual los paganos tenían el más exiguo conocimiento. Nosotros encontramos referencias a estas Escrituras en Lucas, lo suficiente para presentar un vínculo pero esto es todo. Pero aunque el evangelio de Mateo está escrito ciertamente para todos tiene en perspectiva especialmente a Israel. Por eso el Señor es presentado tan clara y cuidadosamente como Mesías en este Evangelio; pero desde el principio bastante es insinuado como para mostrar Su rechazo. En los detalles subsiguientes nosotros no sólo vemos el cumplimiento de las amplias predicciones sino el progreso y desarrollo de esa enemistad. Son prominentes la culpa de los líderes religiosos y sus malas obras religiosas que son especialmente ofensivas para Dios; introduciendo el diablo el nombre de Dios para impresionar y ratificar lo que es hecho por el hombre.

 

Por eso la actividad del mal es aquí por medio delos sacerdotes. "Venida la mañana", — ellos se levantan temprano para cumplir el designio que les corresponde. Y presten ustedes atención pues se dice, "todos los principales sacerdotes", etcétera. Esto muestra la ruina y la ceguera completas de la nación. Era un hecho muy sorprendente y mayúsculo que un judío comprendiera que quienes debiesen haber sido los guías seguros del pueblo fueran sus corruptores en el mayor de todos los pecados (pues un judío sabía que el sacerdocio había sido instituido y ordenado por Dios). ¿Acaso no habían sido los hijos de Aarón divinamente escogidos? ¿Acaso no eran éstos sus sucesores? ¿No eran los judíos un pueblo llamado a salir del resto del mundo para reconocer al verdadero Dios y Su ley? Todo esto es muy cierto, ciertamente, pero ¿qué hacían ellos y sus líderes ahora? Entrar en consejo y planear la destrucción de su Mesías! ¡Y estos eran los hombres que tenían mejor luz que cualquier nación! ¡Todo el uso que el hombre hizo de la luz que poseía fue para endurecerse y amargarse más al rechazar al Hijo de Dios! "Y le llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador". (Versículo 2). Con independencia de la parte en que los gentiles participan en ello Dios se encarga de señalar que los judíos no sólo fueron los instigadores sino los acusadores públicos en el horrible hecho.

 

"Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido… diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente". ¡Horrible retrato de lo que Satanás produce en un miserable corazón humano! Sólo más lejos moralmente de Jesús porque él estaba más cerca externamente. Los más culpables de todos son los que tienen los mayores privilegios exteriores mientras la verdad de Dios no gobierna el alma. Nosotros vemos también la afrenta de Satanás, —  la forma en que él engaña a sus víctimas. Evidentemente Judas no esperaba un final así para Jesús. Él había conocido antes al Señor en peligro inminente; Le había visto esconderse cuando la gente tomaba piedras para arrojárselas, atravesando por en medio de ellos y siguiendo Su senda. (Juan 8: 59). Él sabía cómo Jesús podía caminar sobre el mar (Mateo 14: 22-25), — cómo Él podía dominar todos los obstáculos de la naturaleza; ¿y por qué no iba Él a dominar la fiera tormenta de la pasión y la violencia humanas? Pero Judas estaba engañado con independencia de cuáles fueran sus cálculos; él cedió a la codicia; negoció por la sangre de Jesús. Para su horror él sólo encontró que ello fue demasiado cierto. Y Satanás, el cual lo había guiado por su amor al dinero lo deja sin esperanza, — en negra desesperación. Él acude a los sacerdotes los cuales se apartan despiadadamente de un alma miserable y desesperada. Lamentablemente la confesión del pecado sin confianza en la gracia de Dios carece de valor, — es ineficaz para cualquier bien. ¡Adhiérete a Dios, alma mía! y hónrale por lo que Él es en Cristo. Pero no hay fe donde Jesús no es amado; y Judas no tenía ninguna de las dos cosas, ni fe, ni amor. Toda la cercanía externa que él había disfrutado anteriormente fue sólo un peso mayor sobre su alma ahora perdida. ¡Qué cosa es el fin del pecado aún en este mundo, ¡el pecado contra Jesús!

 

Judas lleva las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos con la confesión: "Yo he pecado entregando sangre inocente". Ellos no pudieron negar la verdad de esto; pero con total indiferencia, más endurecidos, si cabe, que el propio corazón de Judas, dijeron: "¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó". (Versículos 4, 5). Muchos venden  a Jesús de manera virtual si es que no lo hacen de manera literal. Que cada alma se ocupe de que su pecado no sea de alguna manera similar al de Judas. Si Dios está llamando a pecadores al conocimiento de Su Hijo y de Su gracia por medio de Él, es algo terrible rechazarle; ello es vender a Jesús por algún objeto en este mundo que o bien buscamos conseguir o bien amamos demasiado como para separarnos de él. En Judas esto salió a relucir en su peor forma; pero la perdición no está limitada a aquel que es el hijo de perdición.

 

"Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata", etcétera. La conciencia les habría dicho que de ellos fue la culpa de sobornar a Judas para traicionar a Jesús pero hacía tiempo que dicha conciencia estaba cauterizada y ahora completamente muerta para con Dios ya que ella se muestra despiadadamente cruel para con Judas. La religión sin Cristo sólo sirve como medio para engañar al alma. Ellos dijeron, "No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre". Aquí estaba la religión; pero, ¿dónde estaba la conciencia al dar el dinero por Jesús? "Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre". (Versículos 7, 8). El recuerdo de la culpa de ellos se perpetúa así para la propia condenación de ellos. Y esto es un retrato de aquello en lo que el pueblo se había convertido, — siendo los principales sacerdotes como modelo de lo que la nación era. Esa tierra sigue siendo un campo de sangre hasta el día de hoy; un campo "para sepultura de los extranjeros". Al ser expulsado Israel de su propia tierra ella es dejada a otros sólo para ser enterrados allí. [Véase nota 23].

 

[Nota 23]. Esto es aplicable más bien a los propios judíos. Expulsados de su tierra a causa de la sangre del Justo, del cual ellos dijeron: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27: 25), ellos han sido "extranjeros" entre todas las naciones del mundo desde entonces, — donde ellos tienen sus sepulcros pero no su hogar. — [Nota del Editor en inglés].

 

Pero lo que nos ocupa ahora no son los principales sacerdotes y los ancianos, ni la miserable condición de Judas, ni la perpetuación de la iniquidad de Israel predicha por el profeta. Lo que nos ocupa ahora es nuestro Señor mismo en pie ante el gobernador. Él reconoce el poder del mundo cuando Pilato le pregunta: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" A los principales sacerdotes y a los ancianos Él no responde. Pilato, impresionado por el silencio y la dignidad moral de su prisionero desea su liberación, él percibe la malicia del pueblo y les propone una elección tal como era la costumbre del gobernador: "¿A quién queréis que os suelte?" Pero él tuvo que enterarse del odio con que los hombres consideraban a Jesús: no hay persona o cosa que la malicia del hombre no prefiera antes que a Él. Dios se encarga también de que haya un testimonio hogareño para la conciencia del gobernador. Su mujer envió un mensaje diciendo: "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él". (Versículo 19). Esto que sólo está registrado en Mateo perturbó aún más a Pilato. Todo ello lo ordenó Dios para que la iniquidad del hombre al rechazar a Jesús fuese evidente y sin excusa. Observen ustedes luego la solemne lección: "Los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto". (Versículo 20). Cuanto mayores son las ventajas morales donde no hay una fe sencilla en Dios mayor es el odio a Jesús. La recepción o el rechazo de Jesús ahora es la misma cosa en principio aunque sin duda las circunstancias del mundo han cambiado.

 

Las personas pueden conocer lo suficiente acerca de Jesús para la salvación de sus almas y experimentar poco el rechazo del mundo; pero si yo me adhiero realmente a un Cristo crucificado y ahora glorificado debo saber lo que es tener el desprecio y la mala voluntad del mundo. Si el mundo Le rechazó yo debo estar preparado para lo mismo. Nosotros no podemos hacer que el cielo y la tierra sean nuestro objeto ni podemos servir a Dios y a las riquezas. La cruz y la gloria van juntas. El Señor presentó esperanzas de bendición en la tierra a Israel si ellos Le hubiesen recibido; pero ellos rehusaron y esto trajo la cruz de Jesús. Dios sabía que ello era inevitable a causa de la iniquidad del hombre; y ello fue la ocasión de presentar Su propósito en cuanto a la Iglesia y la gloria celestial; pero nosotros debemos prepararnos para todo cuanto el hombre escoja hacer en el estado actual de la sociedad. Es una mentira de Satanás que el hombre haya cambiado para mejor durante los últimos mil ochocientos años; el corazón del hombre natural es siempre el mismo aunque haya momentos en que dicho corazón entre en crisis. Las mismas personas que estaban maravilladas "de las palabras de gracia que salían de su boca", el mismo día procuraron despeñarle. (Véase Lucas 4: 16-30). ¿Y qué fue lo que sacó a relucir la enemistad de ellos? Fue la afirmación de la maldad del hombre y la verdadera gracia de Dios. El hombre no puede soportar el pensamiento de que su salvación depende de la misericordia de Dios y que ella es para el peor de los pecadores como para cualquier otro. El hombre se pregunta, «¿Es posible que yo que he tratado de servir a Dios durante tantos años sea tratado como un borracho, un embaucador o una ramera?» Él da la espalda a Dios y se convierte en Su enemigo público. Pero después de todo en la salvación de un pecador no es un asunto de justicia para el hombre. Si Dios salva a alguien debe ser gracia; y Él se complace en mostrar esta gracia. Tampoco se trata de un remedio parcial pues no hay caso tan desesperado que Su gracia no pueda alcanzar.

 

"Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!" Nosotros vemos aquí la amarga injusticia de estos hombres religiosos; y si al principio Pilato pareció demasiado sensato como para actuar así, veremos también a qué equivale su justicia. Él pregunta: "Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua", etcétera. (Versículos 23, 24). A esto es lo que equivale la justicia del mundo, sea ella de los principales sacerdotes o del romano. La verdadera justicia se encuentra solamente donde Dios gobierna. Solamente Uno en esta escena es hallado en la paciencia, la bondad, la sabiduría de Dios, — perfecto en todo sentido. Cuando fue el momento de hablar Su palabra es pronunciada; cuando era el momento de callar Él calla. Él era Dios en la tierra y todos Sus modos de obrar perfectos. Pero este no es el gran asunto aquí. Así como el Evangelio de Juan desarrolla especialmente la deidad de nuestro Señor y Lucas Su humanidad, en Mateo Le vemos como Mesías; por consiguiente Pilato le pregunta aquí: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" Cuando Pilato "se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros" (como si eso pudiera aliviarlo del temible crimen que él estaba perpetrando), todo el pueblo respondió y dijo, "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos", y allí permanece la oscura y fatal mancha hasta el día de hoy. "Y habiendo (Pilato) azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado". ¡Y esta es la justicia del juez! Este era aquel que poco antes había llamado a Jesús hombre justo. (Véase Lucas 23: 4). Luego vienen los soldados. Se demuestra que también ellos, y todos, son culpables. Ninguna clase o condición de hombre deja de evidenciar su aborrecimiento a Dios en la persona de su Hijo, — mostrado también en aquello que era la soberbia de ellos. Porque, ¡qué cobardía ruin es la que pisotea a quien padece sumisamente! "Y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas,… Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza". (Versículos 28-30). El abuso de poder de los soldados sale a relucir en este sentido: a saber, ellos obligan a uno de ninguna manera implicado a hacer un servicio que ellos no harían, — "Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz".

 

En la cruz "le dieron a beber vinagre mezclado con hiel". (Versículo 34). No debemos confundir esta circunstancia con la mencionada en Juan donde el Señor dice: "Tengo sed". (Juan 19: 28). En la narración de Mateo se trató del sorbo narcótico que era administrado a los prisioneros antes de que padecieran; y esto el Señor no quiso beberlo. Mientras que en Juan el Señor mientras está en la cruz cumple una escritura. En Juan Él no es considerado como Uno que no padeció sino como Amo absoluto sobre todas las circunstancias. Por lo tanto estando vivo para la honra de la Escritura y en cumplimiento de una palabra que aún no había recibido su cumplimiento Él dice: "Tengo sed". "Ellos empaparon en vinagre una esponja, y… se la acercaron a la boca". Entonces Él sí bebió el vinagre. Pero por el contrario aquí en Mateo "después de haberlo probado, no quiso beberlo". (Versículo 34), — Él no deseó ningún alivio de parte del hombre. "Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes".

 

La inscripción difiere en los distintos Evangelios. Nosotros debemos recordar que Pilato la escribió en tres idiomas diferentes y por lo tanto puede no haber sido exactamente la misma en cada uno. Un Evangelio (Marcos) no pretende presentar nada más que la sustancia de lo escrito, la acusación, o cargo, contra Él; en los otros el Espíritu Santo presenta las palabras. Y ¡qué apropiado es esto! "ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS". (Versículo 37). Lo extraño para el judío es la identificación de su Mesías y Rey con Jesús. En Lucas la palabra "Jesús" debiese ser omitida, como en los mejores manuscritos. En realidad es, «¡El Rey de los judíos, éste!» y significa »este individuo», un término de desprecio. El objetivo es allí mostrar que él es, "Despreciado y desechado entre los hombres ": aquí, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" porque aunque el gentil comparte la culpa es el judío quien lleva a Pilato a condenarle a muerte. En Juan tenemos característicamente la forma más completa de todas, — a saber, "JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS". El motivo es que ello une dos cosas en nuestro Señor que no están tan puestas en yuxtaposición en ninguna otra parte, — a saber, la más completa humillación y la más excelsa gloria. Aquel por quien todas las cosas fueron hechas, Dios mismo, era un hombre de "Nazaret". La hermosura de esto debe aparecer para cualquier mente espiritual. A lo largo del Evangelio de Juan el Señor es a la vez más excelso y más humilde que en cualquier otro lugar.

 

"Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él". (Versículo 44). Ellos encontraron tiempo para injuriar a Jesús también desahogando la angustia corporal de ellos escarneciendo al Hijo de Dios. Oh, amados amigos, ¿hubo alguna vez una escena semejante?

 

Nosotros hemos visto brevemente la parte del hombre pero, ¿qué hizo Dios allí? "Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Versículo 46). Tenemos plena evidencia de que esto no fue el agotamiento de la naturaleza. "Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu". (Versículo 50). Nuestro Señor murió como una víctima voluntaria. El hombre pudo querer Su muerte y ser el instrumento de ella. Él se hizo hombre para morir como hombre; pero en cada circunstancia ello está tan señalado como para mostrar que estaba allí Aquel que podría haber arrasado un mundo con la misma facilidad con la que en el pasado puso los cimientos del cielo y los fundamentos de la tierra mediante Su palabra. Él "entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron". (Versículos 50, 51). A la naturaleza se le hizo dar su testimonio arriba y abajo; y la oscuridad sobre la tierra no fue un simple eclipse. (Lucas 23: 45). El sistema judío dio también su solemne testimonio en el velo rasgado, — las sombras estaban desapareciendo pues el cumplimiento de ellas, la gran Realidad, había venido. El velo no rasgado había sido el símbolo de que el hombre no podía acercarse a Dios. Bajo la ley ello nunca pudo ser. Dios moraba en densas tinieblas en aquel entonces. Pero en la muerte de Jesús ha venido la plenitud de la gracia. Dios y el hombre pueden ahora encontrarse cara a cara. La sangre es rociada sobre y ante el propiciatorio y el hombre es invitado a acercarse con santa confianza. Ello es debido a esa preciosa sangre. En Él Dios había descendido del cielo para quitar el pecado mediante el sacrificio de Sí mismo. Para toda alma que cree ello está hecho. El sistema judío podía perdurar como un cadáver que espera tantos días para ser sepultado; pero el rasgado del velo fue el alma separada del cuerpo. De este modo hubo testigos de todas partes, — de la tierra, del cielo, de la ley y del mundo invisible. Jesús tiene las llaves de la muerte y del Hades. Los sepulcros mismos se abrieron cuando Jesús murió, si bien los cuerpos de los santos no se levantaron hasta después de la resurrección. (Mateo 27: 52, 53). Él mismo fue las primicias y el poder de la vida fue introducido por Su resurrección. ¿Qué testimonio pudo ser más completo? El centurión encargado de la vigilancia, pagano como él era, temió en gran manera y sin duda dijo, "Verdaderamente éste era Hijo de Dios".

 

"Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos". Pero, ¿dónde estaban los discípulos? Oh, ¡qué condena tan drástica de todo coraje jactancioso! Ellos habían desamparado a Jesús y habían huido; pero aquí estaban estas mujeres en contra de su natural timidez, ellas "sacaron fuerzas de la debilidad", mirando aunque de lejos. En José de Arimatea vemos a un hombre que tenía mucho que perder: un hombre rico y consejero miembro del Sanedrín y además discípulo secreto de Jesús. Dios lo lleva ahora a un punto donde ustedes menos podrían esperar. Con la muerte de Jesús en la cruz, — "contado con los pecadores", — él va a Pilato, pide Su cuerpo, y habiéndolo puesto en su sepulcro nuevo él hace rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, cumpliendo inadvertidamente Isaías 53: 9, — "con los ricos fue en su muerte". Si los apóstoles y los discípulos huyeron Dios puede levantar testimonios por causa de Su nombre, y Él lo hace.

 

En este capítulo hemos trazado la historia del yo. Si nosotros tuviéramos todas las riquezas, la erudición, el poder, de este mundo, ninguna ni todas estas cosas podrían hacernos felices. Jesús puede y lo hace. Pero recordemos que estamos en el territorio del enemigo el cual ha mostrado su traición a nuestro Maestro. Si nosotros no sentimos que estamos pasando por el campo de los que crucificaron a Jesús estamos en peligro de caer en alguna emboscada del enemigo. Que el Señor nos conceda esa calma de fe que no está ocupada con el yo sino con Aquel que llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero.

 

Mateo 28

 

El propósito especial de este Evangelio aparece en el relato de la muerte y resurrección del Señor tan claramente como en otro lugar. De hecho, casi ninguna porción ilustra esto de manera más sorprendente que el capítulo que está ante nosotros. Por lo tanto no tenemos mención alguna de la ascensión de nuestro Señor. Si nosotros tuviéramos solamente Mateo 28 no habríamos sabido como siendo un hecho que el Señor ascendió al cielo en absoluto. Es imposible que sin un propósito especial el apóstol pueda haber omitido un acontecimiento tan glorioso e interesante. No es que esta omisión sea un defecto en la narración de Mateo; por el contrario, es una parte y una prueba de su perfección cuando la trascendencia es entendida. Si la escena de la ascensión estuviera introducida aquí no estaría en consonancia con la historia que concluye nuestro capítulo. Sin embargo incluso ahora es uno de los puntos en los que tropiezan los eruditos. Al descuidar la evidencia de designio ellos razonan a priori y por consiguiente no pueden comprender por qué un acontecimiento tal pudo haber sido dejado fuera por nuestro evangelista. Evidentemente ellos no creen en ningún sentido pleno que Dios escribió estos Evangelios; de lo contrario concluirían que la culpa reside en su ignorancia y en su falta de raciocinio. Aunque un creyente de corazón sencillo no entienda el motivo de esto, él está satisfecho de que la omisión en Mateo es tan perfecta como la inserción de ello en Lucas; todo es como debe ser en la palabra de Dios tal como Él la escribió. Y la noción de que ahora falta algo que Mateo escribió una vez como conclusión es contraria a toda evidencia externa e interna.

 

Antes de concluir procuraré mostrar de qué manera la presencia de la ascensión sería incongruente aquí y empañaría la hermosura del retrato que Dios estaba proporcionando: y por otra parte yo no necesito añadir que su presencia allí donde aparece en otros lugares es igualmente hermosa y necesaria. Los acontecimientos son seleccionados en relación con el tema inmediato. Tomando el capítulo tal como está escrito vemos que el Espíritu Santo se limita aquí a un Mesías resucitado de los muertos el cual se encuentra con Sus discípulos en Galilea fuera de la ciudad rebelde. En otras partes de este Evangelio la ascensión está implícita o se da por supuesta como en Mateo 13: 41; Mateo 16: 27-28; Mateo 22: 44; Mateo 24; Mateo 25; y sobre todo, Mateo 26: 64. Por lo tanto la ascensión no fue omitida por ignorancia ni ningún accidente nos ha privado de ella en el original. Yo sólo digo esto para refutar por completo el razonamiento necio e irreverente de los hombres, principalmente de los hombres modernos.

 

"Pasado el día de reposo, al amanecer", etcétera. (versículo 1). (N. del T.: otra posible traducción: "Cuando al anochecer del día de reposo comenzaba el primer día de la semana…"). Esto no fue por la mañana del día de la resurrección sino al atardecer anterior a ella. Nosotros con nuestros cálculos occidentales de tiempo podríamos pensar sólo en el comienzo del alba; pero la expresión traducida como, "Pasado el día de reposo, al amanecer", significa simplemente que la semana estaba llegando a su fin. Debemos recordar que para una mente judía el ocaso de la tarde daba comienzo al nuevo día.[Véase nota 24]. Una frase exactamente similar aparece en Lucas 23: 54 donde no se puede dudar del sentido judío.

 

[Nota 24]. Esto está de acuerdo con Génesis 1: 5 donde está escrito, "Y fue la tarde y la mañana un día". Así también los versículos 8, 13, etcétera: a esto se ajustaba el cómputo judío del tiempo. Si nosotros creemos que Génesis 1 tiene también una aplicación simbólica tal como otros han mostrado claramente, la omisión de "la tarde y la mañana" en el séptimo día señala muy significativamente el reposo de Dios (y el nuestro con Él) en la nueva creación donde el pecado no entrará y Su reposo no será interrumpido. — [Nota del Editor en inglés].

 

 El Espíritu Santo no continúa la descripción de esta visita de las mujeres al sepulcro. No hay ningún terreno real para relacionar las circunstancias de los tres primeros versículos de este capítulo. [Véase nota 25].

 

[Nota 25]. Esto concuerda bastante con lo que hemos encontrado en otro lugar en Mateo. El lector puede comparar "καί δού",  Kaí idoú ("Y he aquí") en Mateo 8: 2 con lo mismo en Mateo 28: 2, "Y he aquí, se produjo un gran terremoto", etcétera. (Mateo 28: 2 – LBA). La verdadera conexión está en el objetivo del narrador y no en el mero tiempo. No hay motivo alguno para suponer que las mujeres presenciaron el terremoto: pero yo creo que los soldados fueron los únicos que lo hicieron. — [Nota del Editor en inglés].

 

El primero de los tres versículos arriba mencionados presenta meramente la dedicación de estas santas mujeres. Cuando los discípulos se habían marchado a sus casas estas mujeres no pudieron mantenerse alejadas a pesar de los temores naturales en un lugar y en un momento tales. Ellas habían preparado especias aromáticas para embalsamar el cuerpo pero descansaron el día de reposo (tal como leemos en Lucas), según el mandamiento. El verdadero pensamiento es aquí «Estaba a punto de anochecer.» Era el ocaso después del día de reposo. Sus corazones las llevaron a la tumba tan pronto como la ley sabática lo permitió estando dichos corazones ligados con Jesús.

 

"Y he aquí, se produjo un gran terremoto", etcétera. (Mateo 28: 2 – LBA). Esto fue un suceso posterior; pero no se dice cuánto tiempo después. Nosotros tenemos simplemente una narración de acontecimientos uno tras otro en estos primeros versículos sin definir los intervalos de tiempo. No debemos confundir la visita de las mujeres aquí (en el versículo 1) con la visita de ellas en la mañana del primer día mencionada por Marcos y en nuestro versículo 5 y versículos siguientes. El Señor no estaba en el sepulcro en esta última ocasión y el ángel al descender y hacer rodar la piedra no tuvo nada que ver directamente con la resurrección del Señor. Una intervención tal de ninguna manera fue necesaria para Él. Dios Le resucitó, y Él mismo se levantó, — volviendo a tomar Su vida así como Él la había puesto. (Juan 10: 17). Esa es la doctrina bíblica de la resurrección. Yo supongo que esta acción angélica fue para llamar la atención de los hombres acerca del acto Divino en la resurrección de Jesús y para desechar más plenamente los engaños o los razonamientos de los enemigos. [Véase nota 26]. Así que la palabra del ángel es: "Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor".

 

[Nota 26]. Tal vez más especialmente para el consuelo y la seguridad de los afligidos discípulos  así como el anuncio a ellos de la resurrección de Jesús. — [Nota del Editor en inglés].

 

Siempre se insiste en una notable consecuencia de la resurrección: el ángel dice: "No temáis". Ese poderoso acto de Dios tiene la intención de disipar para siempre la alarma de los que creen en Jesús dándoles la certeza de Su intervención a favor de ellos. Hasta la venida y la resurrección de Jesús hubo una medida de oscuridad e incertidumbre con independencia de cuales fueran la bondad y la misericordia mostradas por el Señor. La resurrección dejó a todo el mundo aparentemente imperturbable; pero, ,¿cuál fue la gran verdad y la gran bendición resultantes para el pueblo de Dios? Para la fe es el triunfo de Dios sobre los últimos esfuerzos del pecado y del poder de Satanás. Sin duda la muerte sigue en el mundo continuando con sus estragos. El objetor dice, «¿y qué es para usted la resurrección?» La respuesta es, «Si Cristo es mi vida la resurrección es todo. Yo tengo derecho a tener el consuelo de ella; mi alma es bienvenida a beber en el gozo de ella aunque mi cuerpo no comparta todavía la liberación. Dios me ha mostrado en la cruz de Cristo el testimonio perfecto del padecimiento por el pecado». El hombre no cree que Él es el Hijo y no puede comprender cómo Dios pudo permitir que Su muy amado padeciera. Otros también habían clamado a Dios; y a pesar de todas sus faltas ellos habían sido oídos; sin embargo, en la situación extrema de los padecimientos de Cristo y a pesar de Su gracia y Su gloria y del amor del Padre hacia Él, ¡Él clamó y no fue oído! Porque en verdad en toda Su vida Él fue el Amado sobre el que los cielos se abrieron con complacencia. Pero en la cruz llegó la crisis y todo cambia. Al mundo podría haberle parecido que todo había terminado con los clamores de Jesús. Él había muerto en la cruz y según Su propia confesión había sido desamparado por Dios. Y surge la pregunta, ¿era ahora todo lo que el hombre o el diablo deseaban? Al tercer día Dios interviene: Jesús resucitó de los muertos y todo el poder de la tierra y del infierno fue sacudido hasta su centro. La resurrección lo resolvió todo en paz para el creyente. Todo motivo de temor y de dolor incrédulo fueron sepultados en la tumba de Cristo. Toda bendición rebosa en Él resucitado. ¡Cuánta importancia se da a esto en las Epístolas! Nada es más fundamental ni en nada se insiste más. Pensamientos vagos acerca de la bondad de Dios, de Su amor, etcétera, no serían suficientes para el sólido consuelo del pueblo de Dios. La paz plena y asentada está fundamentada en la sólida base a la que Dios señala, — a saber, la muerte y resurrección de Jesús. Si Su muerte paga todo mi mal, Su resurrección es el manantial y el modelo de la nueva vida y la aceptación, — más allá del pecado, de la muerte, y del juicio. Nuestra vida, nuestra paz, nuestro nuevo lugar ante Dios, han de estar asociados ahora con Jesús resucitado.

 

El curso del mundo no fue interrumpido por la resurrección del Señor. Los hombres durmieron como de costumbre y se levantaron como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo la resurrección fue la obra de poder más grande que Dios había realizado jamás; en efecto (una obra fundamentada en el padecimiento más profundo que jamás fue soportado), fue la obra más grande que Él jamás hará; y yo digo esto mirando hacia el día en que todo será hecho nuevo según Su gloria. Éstas son las consecuencias de la resurrección de Cristo, las aplicaciones del poder expuesto en ella. Pero si el mundo fue indiferente a ella, ¿qué debería ser ella para nosotros? No digamos que es poca cosa debido a que todavía es un asunto de fe. En medio de esta escena de debilidad y muerte ha entrado el gran poder de Dios y ha sido dado a conocer aquí en la resurrección de Cristo. Dios no puede hacer más ni necesita hacerlo para borrar el pecado: el pecado ha sido quitado mediante el sacrificio de Cristo. Jesús fue tratado como si Él hubiese estado cubierto por él, como si fuera todo de Él. Si el pecado iba a ser eliminado Él debía llevarlo completamente: y Él lo hizo, y ahora el pecado ha desaparecido; y nosotros descansamos en lo que Dios nos dice acerca de Él y del pecado. Esto es lo que pone a prueba la confianza del alma en Dios. ¿Estoy yo dispuesto a confiar en Dios cuando no puedo confiar en mí mismo? El pecado introdujo la desconfianza en Dios; pero el don, la muerte y la resurrección de Cristo restauran con creces lo que se había perdido y establecen el alma en un conocimiento de Dios tal como ningún ángel lo tuvo o puede poseer. Lo que mi alma quiere no es que Dios sea tan misericordioso como para no destruirme a causa de mis pecados sino una liberación completa con un juicio completo del pecado. (Romanos 8: 1, 3). Nosotros no podemos tener comunión con Dios excepto en el terreno de que el pecado es quitado con justicia. Jesús crucificado ha abolido el pecado ante Dios para los que creen. Creer a Dios acerca de la muerte de Su Hijo a causa de nuestro pecado es asumir la parte de Dios contra nosotros mismos. Reconocernos pecadores perdidos ante Él es arrepentimiento hacia Dios y es algo  inseparable de la fe.

 

El amor perfecto está en Dios y sale de la profundidad de Su santo ser. Dios se hizo hombre para poder resolver toda la cuestión moral del pecado: pues lo hecho en Cristo es el triunfo de la gracia. No es de extrañar entonces que el ángel pudiera decir: "No temáis”. La resurrección muestra que todo obstáculo ha desaparecido. El ángel Le reconoce como Señor ("Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor"); pero, ¡qué bendición es poder decir, nuestro Señor! ¡Qué gozo es reconocer así como con derecho a mandar en todo a Aquel resucitado que fue crucificado! Sin duda lo que hizo que Su obra tuviese valor fue que Él era Dios mismo, — Uno que  aunque era un hombre estaba infinitamente por encima del hombre, — un "árbitro", —, uno que podía poner "Su mano sobre ambos". (véase Job 9: 33 – LBA). El ángel insinúa esto, a saber, que en presencia de un Salvador resucitado el creyente más tímido no tenía nada a lo cual temer. Por otra parte Hechos 17: 31 dice: "Por cuanto [Dios] ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos". Si yo no confío en un Salvador resucitado para la liberación de mi alma participo en la culpa de Su muerte. Si yo no he huido para hallar refugio en Él entonces pertenezco a la misma asociación, por así decirlo, que Le crucificó. Pero por la fe en Él yo soy lavado de esta culpa mediante Su sangre. Cuán justo es que si la provisión de gracia que señala la liberación del creyente es despreciada ¡ello se convierta en el peso muerto que hunde al mundo! Si Le creo a Él yo sé que fue el hombre el que crucificó a Jesús; y no el hombre profano meramente pues la culpa todo lo impregna. Y hay una sola puerta de liberación para cualquiera y ésta es Jesús crucificado. "No temáis". No hay necesidad de alarmarse pues Él ha resucitado. "Yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado", etcétera. Fue el corazón puesto en Jesús lo que fue valorado. Siempre había estado en la mente de Dios borrar el pecado; pero ahora todo había desaparecido; y Dios estaba esperando esto para anunciar las buenas nuevas. Aquel que estaba lleno de santo amor al dar a Jesús para que muriera ahora Le levantó de entre los muertos y Le dio gloria para que nuestra fe y esperanza estuvieran en Dios. (1ª Pedro 1: 21). Si mi fe y mi esperanza están en Dios mi deleite está en Cristo; pero si ellas están en mí mismo entonces Cristo se convierte para mí en una criptografía y yo perezco para siempre merecidamente. Si yo no tengo aquí a Cristo como mi descanso y deleite, como mi Salvador y Señor, yo en breve debo estremecerme ante Él como mi juez.

 

Y ahora y volviendo a las mujeres ellas debían ir a decir a Sus discípulos que Jesús había resucitado de los muertos y que Él iba delante de ellos a Galilea. En Lucas no hay mención alguna de Galilea, pero en ese evangelio Él se une a los dos discípulos que van a Emaús; y cuando ellos regresaron a Jerusalén esa misma tarde, "hallaron a los once reunidos,… que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón". Jesús mismo aparece en medio de ellos. Todas las circunstancias en ese evangelio tienen como centro a Jerusalén. (Véase Lucas 24: 13-35).  En Mateo es enfatizado el gran asunto acerca del lugar de reunión asignado en Galilea. ¿Y por qué? ¿Acaso no es a primera vista notable que uno presente la reunión de Jesús con Sus discípulos en Jerusalén y el otro en Galilea? ¿Acaso no tiene Dios alguna verdad que enseñarme por medio de esto? Nosotros somos propensos a medir la importancia de una verdad por sus resultados para nosotros mismos; pero el verdadero estándar es la relación de dicha verdad con la gloria de Dios. En conclusión, el modo en que Dios nos presenta Su verdad es también el mejor modo para nosotros. A lo largo del Evangelio de Mateo a Jesús se Le encuentra en Galilea. Jerusalén Le rechaza, la ciudad se turba ante Su nacimiento y Le arroja a la muerte, muerte de cruz. "Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido", describe exactamente el sentimiento de ellos. Ellos buscaban en el Mesías algo que se ajustara a la idea terrenal de ellos; y descargaron su desilusión en el rechazo del Hijo de Dios. Entonces, de acuerdo con esto Mateo registra que la escena de sus labores estando Él en vida así como también donde Él se manifestó como resucitado después de que la casa de Israel Le rechazara fue Galilea, —  el lugar del escarnio judío. Él se muestra de nuevo en la despreciada Galilea de los gentiles cuando toda potestad Le es dada en el cielo y en la tierra; y Él da allí al remanente piadoso de Su pueblo antiguo la gran comisión de ellos.

 

"Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro", etcétera. En el evangelio de Juan, donde María recupera a su amado Señor, mientras ella piensa Él dice, "No me toques". ¿Cómo es que aquí en Mateo cuando las mujeres vinieron y abrazaron Sus pies nuestro Señor no lo prohíbe? Una verdad totalmente diferente es así presentada mediante estos hechos. La gran esperanza de Israel era tener a Cristo en medio de ellos. Pero para nosotros la ausencia de Cristo en lo alto mientras atravesamos nuestro tiempo de prueba es tan característica como lo será Su presencia para ellos. Juan habla plenamente de la partida de nuestro Señor: y otra escena de gloria completamente distinta de este mundo es sacada a relucir allí. Por eso la enseñanza implícita es, por así decirlo, «Como judíos uustedes han estado esperando una escena en la que Yo estaré personalmente presente; pero en lugar de esto Yo les hablo de mi actual lugar en lo alto y de las muchas moradas que voy a preparar para ustedes en la casa de mi Padre.» Él les revela una esperanza celestial totalmente distinta de Su reinado sobre Su pueblo en este mundo: y por consiguiente en Juan el Señor dice a María: "No me toques, porque aún no he subido", etcétera. Pero en Mateo se nos muestra a Jesús rechazado por Jerusalén pero sin embargo encontrado en Galilea incluso después de Su resurrección. Con independencia de cuáles son ahora Su potestad y Su gloria y el consuelo y la bendición para los Suyos, en lo que respecta a los judíos y a Jerusalén Él sigue siendo el Mesías rechazado y despreciado. Por eso que en esta ocasión Él confirma el mensaje del ángel diciendo a las mujeres: "No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán". (Versículo 10).

 

El gobernador ejercía el poder del reino romano; pero, ¿quiénes eran los que lo instigaban en secreto? Eran los falsos religiosos de su tiempo,. — los sacerdotes completamente cegados por el diablo. Siempre sin sencillez de corazón ellos se reunieron con los ancianos y deliberaron; y los que sobornaron a un discípulo traidor con "treinta piezas de plata” para dar muerte a Cristo dieron "mucho dinero" ahora para negar la verdad de Su resurrección. Eso es el hombre, eso es el mundo; y solemne es decirlo, esa es su fase más elevada y soberbia. Así fue en aquel entonces: y nos preguntamos, ¿se ha alterado ahora el carácter moral? Si nosotros leemos la Biblia de manera correcta no sólo encontraremos en ella el registro del pasado sino el divino libro de lecciones del presente y del futuro. ¡Que la leamos por nuestras propias almas! Es cierto que los judíos y especialmente los jefes religiosos eran los líderes en el mal y en la oposición a Dios antes de la muerte de Cristo (Mateo capítulos 26 y 27), mientras Él yacía en la tumba (Mateo 27: 62-66), y después de que Él resucitó (Mateo 28: 1-15). Pero en conclusión la incredulidad es tan débil contra Dios como la fe es poderosa con y por medio de Él. La propia guardia de ellos se convirtió en el testigo más claro, involuntario y menos sospechoso de la resurrección. ¡Qué testimonio fue la alarma de los soldados sumada a las dudas de Sus propios discípulos! Ello llegó a ser ahora algo más que incredulidad; fue una mentira deliberada e intencionada; y ahí están los judíos "hasta el día de hoy". Los temores de ellos fueron un testimonio cierto de Jesús sin que ellos tuvieran esa intención; pero su enemistad los lleva ahora a rechazar lo que sabían que era la verdad, aunque perecieran eternamente.

 

"Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban".  (Versículos 16, 17). "Algunos dudaban", — y éstos eran discípulos. ¡Cuán bueno es Dios! ¡Cuán por encima de los pensamientos del hombre! El hombre habría ocultado el hecho. ¿Por qué decir que algunos de Sus discípulos dudaban? ¿No haría ello tropezar a otros? pero es provechoso conocer la profundidad de nuestros corazones incrédulos, — ver que incluso en la presencia de un Jesús resucitado "algunos dudaban". Independientemente de cuál es Su amor para con Sus hijos Dios nunca oculta sus pecados ni los menosprecia.

 

"Acercándose entonces Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y sobre la tierra… y he aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo (o era)". (Mateo 28: 18-20 – VM).  Ahora bien, me parece que con una palabra como ésta la escena de la ascensión sería incongruente. Él había dicho: "He aquí que estoy yo con vosotros siempre"; y allí todo se interrumpe, — ¡la bienaventuranza ininterrumpida de esta promesa resuena en el corazón! Por tanto el hecho de ocultar Su partida me parece que corona la hermosura de la promesa de despedida y de todo el Evangelio.

 

¿Y por qué no está aquí "el arrepentimiento y el perdón de pecados"? (Véase Lucas 24: 47). ¿Por qué no está, "predicad el evangelio a toda criatura"? (Véase Marcos 16: 15). ¿Cuál es la peculiar idoneidad de esta conclusión de Mateo? El Señor rechazado como el Mesías judío despliega nuevos tratos de Dios con los hombres. Antes ellos no debían ir ni siquiera a los samaritanos; pero aquí una esfera completamente nueva es abierta. Ya no se trata de Dios teniendo Su morada peculiar en una nación; ahora se trata de este pensamiento más amplio: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". (Versículo 19). [Véase nota 27].

 

[Nota 27].  Se trata aún de "el reino" pero no ya limitado a Israel. — [Nota del Editor en inglés].

 

El bautismo está aquí en contraste con la circuncisión, y la revelación más plena de la Deidad es contrastada con el nombre Jehová por medio del cual Dios era conocido por Israel. "Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado". Esto coincide con el sermón en el monte donde en contraste con los de antaño el Señor dice, "Pero yo os digo". Él era el Profeta como Moisés que Dios había prometido levantar y al que estaban obligados a oír. (Véase Deuteronomio 18: 15-18). ¡Qué designio especial fue esto para los discípulos judíos! Ellos debían enseñar todas las cosas que Jesús había mandado. Él era el Hijo amado de Dios que ahora debía ser escuchado de manera preeminente. No se trataba de poner a los gentiles bajo la ley, — lo cual ha sido la ruina de la cristiandad, la negación del cristianismo y ¡la profunda deshonra del propio Cristo!

 

Y aquí termina todo. Los discípulos estaban a punto de entrar en una escena turbulenta; pero, "He aquí que estoy yo [Jesús] con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo". (Versículo 20 – VM). Y esto era y es suficiente para la fe. Que el Señor nos conceda confiar nuestras almas tanto para este tiempo como para siempre ¡a esa Palabra que permanecerá cuando el cielo y la tierra pasen!

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – 2022

 

 

Versión Inglesa: https://www.stempublishing.com/authors/kelly/2Newtest/MATT_PT1.html

 

www.graciayverdad.net

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

Versión Inglesa

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