COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

EVANGELIO DE MARCOS (comentario expositivo de J. N. Darby) - Capítulos 5 a 8

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Evangelio de Marcos

 

J. N. Darby

 

Escritos Compilados, Volumen 24, Expositivo

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

CAPÍTULOS 5 a 8

 

Marcos 5

 

Si el hecho de calmar los vientos y el mar muestra el poder del Señor sobre la creación lo que sigue a continuación muestra Su poder sobre los demonios pues Él echa fuera una legión mediante Su palabra. Pero ahora encontramos el efecto de la manifestación de Su poder sobre el mundo incluso donde Él obró para la liberación de los hombres. Ellos suplican a Jesús que se vaya y Él se va. ¡Pobre mundo! la influencia silenciosa de Satanás en el corazón es más desastrosa que su poder exterior y visible y esto es bastante triste pero el poder del Señor es absolutamente suficiente para ahuyentarlo; mientras que por otra parte la influencia silenciosa de Satanás en el corazón del hombre hace que Jesús mismo se aleje. Y observen ustedes que cuando la presencia de Dios es sentida ella es más terrible que la de Satanás y el hombre desearía librarse de esta última pero él no puede; pero la presencia de Dios es insoportable cuando se hace sentir y de hecho el hombre ha expulsado a Dios de este mundo (en la persona de Cristo). Es cierto que Jesús se entregó a Sí mismo por nosotros pero en cuanto a la responsabilidad del hombre éste ha expulsado al Señor. Yo no dudo que toda esta escena es la representación del final de la historia del Señor y que los cerdos nos presentan el final de los judíos, los cuales fueron apresurados a la perdición como poseídos por el diablo al final de la historia de ellos. El mundo no quiso recibir a Jesús; los judíos son abatidos a la ruina sin esperanza.

 

El hombre sanado está tranquilo; él desea estar con Jesús que se marchaba pero no se le permite. Él debe ir a anunciar a los demás lo que Dios ha hecho por él. Aquí está la posición de los discípulos y de todos los cristianos después de la partida del Señor de este mundo. Ellos desean ir y estar con Él pero son enviados de nuevo al mundo para declarar la bienaventurada obra que el Señor ha hecho en sus propias personas y mediante su propia experiencia ellos pueden decir cuál es la gracia y el poder de Jesús. Pero ¡cuán deplorable es el estado del mundo y del hombre! La presencia del diablo es más tolerable para él que la de Dios. El hombre desearía frenar las violentas manifestaciones del poder de Satanás pero no puede, — las cadenas son rotas y el hombre es tan malo como siempre. Dios no es un tirano como Satanás; él es bueno, lleno de gracia, y libera a los hombres en Cristo del poder de Satanás; pero siendo ésta la prueba de la presencia y el poder de Dios el hombre muestra que Su presencia le es insoportable incluso cuando Dios se manifiesta como el liberador de todos los males que el pecado y el poder de Satanás han introducido.

 

La historia que sigue a continuación revela las verdaderas relaciones entre Jesús e Israel. Jesús vino a sanar a Israel pero Israel estaba en realidad muerto hablando espiritualmente; y cuando Jesús llegó era necesario resucitarlos si la voluntad de Dios era que vivieran y el Señor podía hacerlo y lo hará por esta nación en los postreros días. Pero estando después de camino con la gente la multitud de Israel Le rodeó y si la fe individual Le tocaba la persona era sanada, y esto es lo que sucedió con la pobre mujer afligida.

 

Notemos algunos detalles del relato: — el Señor distingue entre la fe verdadera y el afán de la multitud que era atraída por Sus milagros y por los beneficios que había recibido. La sinceridad no escaseaba en la multitud pues la gente veía los milagros y disfrutaba de sus resultados pero ellos no tenían fe en la persona de Jesús. Pero en la mujer estaba lo bueno, por gracia, aquello que se encuentra siempre en la fe, a saber, una sentida necesidad y la percepción de la excelencia de Su persona y del poder divino que había en Jesús acompañada de una verdadera humildad con respecto a ella misma. La pobre mujer está segura de que si sólo toca el borde de Su manto ella será sanada y de hecho esto es lo que tiene lugar. Tan pronto como la mujer es sanada Jesús percibe que el poder que está en Él y que ha salido de Él hacia la mujer ha obrado con eficacia. Y siempre es así: y muchos pueden oír el evangelio y deleitarse en oírlo pero la fe es otra cosa y la fe siempre recibe la respuesta del Señor a la necesidad que ella le presenta.

 

Si a Él le parece bien ejercitar la fe Él puede hacer que uno espere pero siempre responde con amor y la mujer queda perfectamente sanada. La fe hace que el creyente se humille ante su desdicha y la mujer deseó permanecer oculta pero el Señor anima a la creyente diciendo en este caso: "Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado". (véase Mateo 9: 22; Marcos 5: 34). Con independencia de cuán tímida y temerosa sea el alma en la presencia del Señor en las cosas espirituales y sin importar lo mucho que ella sienta su desdicha, cuando el llamamiento es verdadero el alma se abre y confiesa Su gracia y no la miseria que había hecho necesaria esta gracia. Es entonces cuando el Señor anima y habla de paz al corazón. La fe personal es plenamente diferenciada aquí del afán de la multitud que Le seguía ya sea por curiosidad o por los beneficios que Jesús le confería. Pero el poder de la resurrección se encontraba en Él y por medio de Él. Aunque Israel estaba muerto sólo estaba durmiendo y la voz del Señor llamará a la vida al remanente de la nación a Su tiempo. (Véase Marcos 5: 35-43).

 

Marcos 6

 

Pero con independencia de cuan grande era Su poder divino Él se manifestó en una forma que no podía aportar nada a la soberbia y la vanidad de la naturaleza humana. El hombre era responsable de recibirle porque Él manifestaba el carácter de la Deidad y Él no quiso halagar ni dar apoyo a las pasiones humanas ni a las de los judíos como nación. Si el hombre ha de recibir a Dios él debe recibir lo que Dios es pero esto es exactamente lo que su naturaleza caída no hará. El carácter divino fue manifestado mucho más plenamente en la humillación de Jesús que si Él hubiese venido como un Rey glorioso, pero Él no fue lo que el corazón del hombre deseaba. Él Era el hijo del carpintero y eso fue suficiente para provocar Su rechazo. Ellos juzgaron según la carne y la familia de Jesús estaba en su medio y ellos no miraron más allá. Asombrado ante la incredulidad de ellos Él los deja después de haber hecho lo que requerían las necesidades de algunos de ellos pues Su gracia nunca falló. No hay profeta sin honra sino en su tierra pues es allí donde Él es conocido según la carne. Así fue con Jesús no sólo en Nazaret sino también en Israel. Observen ustedes qué obstáculo es la incredulidad para el ejercicio del poder de Dios. La fe de la mujer enferma que toca Su manto hace que salga Su poder pero la incredulidad de los habitantes de Su tierra impide el ejercicio de dicho poder. Nosotros encontramos, "No pudo hacer allí ningún hecho poderoso", etcétera. (Marcos 6: 5 – RVA). Que Dios nos conceda no poner ningún obstáculo a la actividad de Su gracia la cual siempre está dispuesta a actuar sino que por el contrario sepamos lo que es beneficiarnos por Su poder haciendo que ella actúe hacia nosotros por medio de la fe. (Véase Marcos 6: 1-6).

 

Ahora bien, el Señor envía a Sus discípulos a predicar y tenemos una prueba de Su poder más notable que la de Sus milagros. Él les da el poder para que ellos mismos realicen milagros, poder para echar fuera todos los demonios. Este es un poder evidentemente divino con el que Dios hace al hombre capaz de realizar señales y prodigios pero, ¿qué hombre puede dar este poder a otro? Cristo lo dio y Sus discípulos echaron fuera demonios capacitados en realidad por Su don pues Cristo era Dios manifestado en gracia en la tierra. Ya hemos llamado a prestar atención al hecho de que todos los milagros del Señor y los de Sus discípulos no son sólo los resultados del poder como los milagros de Moisés, de Elías, etcétera, sino que son los frutos de la bondad divina. Uno puede exceptuar la maldición de la higuera pero después de todo es una demostración de lo mismo. El testimonio del Señor marcado como está por el amor y confirmado por Sus obras milagrosas había sido rechazado; — e Israel, — el corazón del hombre, — bajo la influencia de esta bondad, de la manifestación de Dios y de todo el cuidado que Dios le había prodigado no había dado ningún fruto. Por lo tanto el árbol malo es juzgado para siempre de modo que nunca puede volver a dar fruto. Habiendo mostrado el propio hombre de este modo que él es nada más que culpable y tan culpable que se ha encontrado que todos los medios empleados por Dios, incluso el don de Su Hijo unigénito son incapaces de despertar un solo sentimiento bueno hacia Dios en cuanto a su estado en la carne, él es finalmente rechazado por Dios. Dios puede salvarlo dándole una nueva naturaleza por medio del Espíritu Santo pero en sí mismo él está sin esperanza. ¿Quién hará más de lo que Dios ha hecho?

 

Más que esto, el Señor no sólo tiene poder para dar a Sus discípulos autoridad sobre espíritus malos sino que Él también puede predisponer los corazones humanos. Los discípulos debían partir sin tomar nada para su recorrido y sin embargo, como leemos en Lucas, en respuesta al Señor los discípulos dieron testimonio de que nada les había faltado. Sostenidos por el poder de Emanuel cuyo poder se extendía por todas partes y armados con Su autoridad ellos debían permanecer en la casa en la que habían entrado hasta que se marchasen de cada lugar. Así debían ellos cumplir con esta misión poseyendo la autoridad del Señor para el mensaje de ellos y debían actuar consecuentemente. Y dondequiera que el mensaje de ellos no fuera recibido ellos debían sacudir el polvo de sus pies como testimonio contra esa ciudad cuyo destino iba a ser peor que el de Sodoma y Gomorra. Es cierto que el Señor lleno de bondad y paciencia envió de nuevo a setenta discípulos delante de Él cuando subió a Jerusalén al final de Su carrera en la tierra y éstos debían predicar el evangelio. Pero en lo que respecta al principio de la misión lo que encontramos en Marcos fue el último testimonio presentado a Israel antes del juicio de la nación. Esto iba a ser un último llamamiento a la conciencia y al corazón del pueblo para que pudiera recibir al Salvador y arrepentirse y volverse a Dios y escapar del terrible juicio que le esperaba; y para que pudiese haber al menos un remanente que movido por la poderosa palabra de Dios pudiese volver a Dios para disfrutar de Su bondad en el Salvador y de una esperanza mejor que la que el judaísmo les había podido dar.

 

Los discípulos salieron a predicar que los hombres debían arrepentirse. ¡Qué gracia hay en el envío del evangelio! No sólo Dios nos concede disfrutar de la salvación y de Su amor sino que emplea hombres como instrumentos de la actividad de Su amor. ¡Oh, cómo debemos bendecir a Dios por condescender Él a hacer uso de nosotros para llevar el testimonio de Su amor inefable y de Su verdad a los corazones de los hombres, — al menos a sus oídos para que Él mismo los haga alcanzar sus corazones en Su gracia! Que sepamos al menos lo que es tener nuestros corazones llenos de amor ya sea que prediquemos o no para que ellos puedan ser una verdadera expresión de esa gracia que busca a los hombres. De este modo el poder de Dios acompañó a los discípulos; ellos echaron demonios y sanaron enfermos.

 

El informe de las obras y el poder del Señor llegó ahora a oídos del rey y su conciencia se vio perturbada por ello porque él había dado muerte a Juan el Bautista. Comienza aquí la historia de los hechos que muestran la oposición del corazón del hombre al testimonio de Dios de manera práctica. La enemistad contra la verdad y la luz que se cumplió en la muerte de Jesús se manifestó ya en la muerte de Su predecesor. La conciencia natural de Herodes le había inducido a oír a Juan pero el temor que él tenía del santo varón que había sido fiel en reprenderle hizo que él tuviese cierta consideración y lo guardara de la enemistad de Herodías pero lo que es natural no es suficiente para formar una barrera a la carne. El entusiasmo de un banquete y la soberbia reales son suficientes para causar la muerte del profeta. Doloroso ejemplo de la manera en que el hombre se engaña a sí mismo y cuando se imagina ser lo suficientemente fuerte como para mostrar Su poder todo lo que puede hacer es revelar su debilidad y su esclavitud a sus pasiones. Todo esto no hace más que cumplir la voluntad de Dios y esta enemistad del corazón del hombre debe mostrarse a sí misma y debe introducir mediante el rechazo de Juan el Bautista y del propio Jesús cosas infinitamente mejores por la gracia soberana de Dios.

 

Los discípulos vuelven y relatan a Jesús todo lo que han hecho y enseñado y fue natural que estuvieran llenos de ello. Pero el Salvador no dice nada al respecto pues para Él el poder era algo natural y Él desea que los discípulos se aparten a un lugar desierto para descansar un poco en soledad. Siempre es algo bueno e incluso necesario para nosotros, sea cual sea la bendición, — tanto más cuanto mayor ella sea, — para nosotros pobres criaturas que somos tan incapaces de soportar el efecto del poder cuando la obra es por nuestro medio, para nosotros que estamos tan dispuestos a atribuírnoslo sin percibirlo; yo digo que es necesario retirarse a la presencia de Dios y allí en Su presencia descubrir lo que en verdad somos y disfrutar en seguridad de Su perfecto amor, pero estar ocupados en Él y no en nosotros mismos. Esto es lo que hacía el Señor en Su tierna consideración por los Suyos.

 

Pero el amor de Dios no encuentra reposo en este mundo y al encontrar el hombre poco amor en los corazones humanos él teme cansar al Señor cuando Él está presente allí; pero el amor divino nunca rehúsa atender las necesidades del hombre. La gente reconoció a Jesús y juntos se apresuraron desde todas las ciudades saliendo de la soledad de ellos para ver a Jesús; y al ver Él esta gran multitud tuvo compasión porque ellos eran como ovejas sin pastor. Él comienza a enseñarles pues ésta es la primera y verdadera necesidad del pueblo abandonado por sus pastores humanos; pero el Señor piensa aún en todas las necesidades de Su pueblo hambriento. Los discípulos hubiesen deseado despedir a la multitud pero Jesús desea alimentarla. Este milagro tiene un gran significado en sí mismo por el lugar que ocupa en este Evangelio. Jehová era el verdadero Pastor de Israel y Él estaba presente allí en la persona de Cristo el cual en realidad fue rechazado. Sin embargo Su compasión y Su amor no se debilitaron por la ingratitud del pueblo.

 

Para mostrar que Él es realmente Jehová Él actúa de acuerdo con el Salmo 132: 15: "A sus pobres saciaré de pan". Este es un salmo que predice el tiempo del Mesías que se cumplirá plenamente en los postreros días; pero Aquel que lo cumplirá estaba allí presente y aunque sea rechazado Él presenta la prueba de que Jehová ha visitado a Su pueblo, — Él sacia los pobres de pan. Su amor era muy superior a la malicia de Su pueblo. Él ya había dicho que al Hijo del Hombre le darían muerte y que el pueblo no recibiría a su Dios-Salvador. Aun con todo esto Jehová no abandona Su amor; si el pueblo no quiere a Jehová, Jehová quiere al pueblo. Él presenta el precioso testimonio de que el amor de Jehová no se cansa sino que sigue siendo superior a toda la locura del hombre. ¡Sea Su nombre alabado y adorado por ello! Nosotros podemos contar aún más con Su bondad infalible que no nos permite caer en la negligencia sino que nos sostiene en nuestra debilidad porque Su amor es mayor que todos nuestros defectos de modo que podemos adorar Su paciencia.

 

Pero hay otra verdad importante que encontramos aquí. El Señor no dice: «Yo les daré de comer», sino: "Dadles vosotros de comer". El Señor desea que los discípulos sepan lo que es usar Su poder para el bien de los demás y que sepan cómo usarlo por medio de la  fe. ¡Oh, qué pensamiento es que la fe verdadera emplea el poder de Jehová y en circunstancias que muestran que Su amor está por encima de nuestra infidelidad y de nuestro fracaso! Qué importante verdad para nosotros es que Cristo es la expresión de este amor, de la superioridad de la gracia de Dios sobre todos nuestros pecados porque, "Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros". (Romanos 5: 8). Esto fue la prueba de ello pero lo que se manifestó en Su muerte es siempre cierto para nosotros en Su vida. "Mucho más", dice el apóstol, "estando reconciliados, seremos salvos por su vida". (Romanos 5: 10). Por lo tanto la fe cuenta con la fidelidad indefectible de este amor y utiliza la fuerza que es perfeccionada en la debilidad. La carne en los discípulos no ve más que medios carnales y no considera el amor y el poder de Dios sino lo que se ve. Pero el Señor da comida en abundancia a la multitud hambrienta y Él mismo se muestra como el Dios y el Salvador de Israel.

 

El relato que sigue a continuación nos presenta el retrato de la separación causada por el rechazo del Señor y la bienvenida que a Él se dará al final de la historia de este mundo que Le ha rechazado. Él no habla del juicio de Sus  adversarios sino del cambio del mundo mismo. El Señor obliga a Sus discípulos a marcharse solos mientras Él despide a la multitud y cuando ellos se han marchado Él se va al monte a orar. Esto es exactamente lo que el Señor ha hecho ahora, a saber, los discípulos son sacudidos sobre el mar tempestuoso del mundo; Jesús ha despedido a Israel y Él ha ascendido al cielo para interceder por nosotros. Entre tanto el viento es contrario y nos fatigamos al remar con dificultad y turbación estando exteriormente dejados al Señor; pero Él intercede por nosotros siempre y obtiene misericordia y gracia para nosotros en el momento de la necesidad. Israel había sido despedido.

 

Más exactamente los discípulos sobre el mar representan el remanente judío que de hecho ha llegado a ser la iglesia pero ello es considerado aquí en su carácter de remanente judío. Jesús se adelanta a la nave andando sobre el mar pues Él puede andar tranquilamente sobre circunstancias que nos causan gran turbación. Los discípulos temen pero Jesús los consuela asegurándoles que es Él mismo, su conocido amigo y Salvador. Así será al final de los tiempos: Jesús aparecerá siendo superior a todas las circunstancias por las que los de Su pueblo son atribulados y Él será el mismo compañero manso y humilde que anduvo sobre la tierra con Sus discípulos "en los días de su carne".

 

"Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento". Yo repito que el juicio de Sus  adversarios no es mencionado aquí sino lo que sucederá a Su pueblo entre los judíos cuando Él regresará. Entonces el mundo volverá a estar lleno de gozo. La tierra de Genesaret que había echado al Salvador después de haber sanado Él al endemoniado Le recibe ahora y Le reconoce y todo el pueblo en todas partes disfruta de Su presencia con deleite.

 

¿Están nuestros corazones preparados para recibir esta enseñanza? ¿Hemos aprendido que llevar uno la cruz es la verdadera posición del cristiano, la senda a la que el Señor nos ha conducido? Para andar así tenemos necesidad de un objeto que pueda gobernar el corazón, que pueda poseer sus afectos y que pueda fijarlos en lo que está delante y conducirlos hacia adelante; a saber, un objeto al que también está unida la cruz, — es decir, Cristo que nos ha amado y que se entregó a Sí mismo en la cruz por nosotros; Cristo que está ahora en la gloria a la que Él nos conduce y que nos muestra cuál es la senda de la cruz para que podamos estar con Él y como Él, siguiendo la senda que el Señor ha recorrido por nosotros en Su amor. "Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor". (Juan 12: 26).

 

Marcos 7

 

Este séptimo capítulo está lleno de la más interesante enseñanza. En primer lugar el juicio del Señor sobre la piedad exterior de los dirigentes del judaísmo, piedad que era totalmente externa y nada más y nada menos que hipocresía y que dejaba a un lado la ley de Dios. Todos estos lavamientos son despreciados por Dios pues los fariseos habían dejado a un lado el mandamiento de Dios para guardar la tradición de ellos. En segundo lugar el Señor muestra que lo que contamina al hombre es lo que sale de la boca del hombre porque ello surge del corazón y no lo que entra en el hombre. Después de haber juzgado así a Israel y al hombre Él muestra de la manera más conmovedora la gracia soberana de Dios que ignora toda barrera para alcanzar la necesidad del hombre, y esto fuera de todo derecho fundamentado en las promesas exigiendo sólo que el corazón la reconozca para que sea enteramente la gracia pura de Dios en amor la que hace el bien; revelándose ella misma como amor cuando el hombre es malo y no tiene esperanza alguna fuera de esta gracia soberana.

 

Las cosas exteriores son fáciles de hacer y al hombre le gusta hacer de ellas su religión pues no necesitan un corazón puro; al hombre le gusta hacerlas y exaltarse y distinguirse de los demás haciéndolas. Mediante ellas el hombre se jacta de una gran piedad ante los demás hombres y adquiere una gran reputación por ello; pero él puede ser malo al mismo tiempo y estos actos exteriores no lo llevan a la presencia de Dios el cual escudriña el corazón. Mediante estos actos el hombre  es religioso sin poseer santidad y él encuentra que esto es justo lo que le conviene. Uno no sólo encuentra fariseos en la época de nuestro Señor ya que a ellos se los va a encontrar en todos los tiempos. Este sistema siempre se une a la influencia que un hombre ejerce sobre otro por medio de una posición exteriormente santa; y en este caso no es la fe que posee la verdad y la gracia por sí misma (verdad y gracia que vinieron por medio de Jesucristo y que producen la santidad y comunión con Dios el cual se revela a Sí mismo en ellas), sino la influencia oficial que un hombre utiliza en su propio beneficio dejando descuidadamente a un lado la voluntad y los mandamientos de Dios. Así era entre los judíos pues ellos se lavaban sus manos pero no sus corazones; eran muy escrupulosos acerca de lo que entraba en su boca y descuidados acerca de lo que salía de su corazón.

 

Así es siempre la religión del hombre pues él puede observar una religión tal como ésta y adornarse con ella como con una gloria. Pero él no puede obtener santidad verdadera de esta manera y esto es evidente a los ojos de Dios el cual ve todo lo que sucede en el corazón. La santidad verdadera se manifiesta a sí misma en el andar práctico; uno puede fracasar pero el alma sostenida por la gracia sólo busca la aprobación de Dios, es consciente del fracaso y se regocija en Dios porque es Él quien mora en el alma y la mantiene humilde. Pero los fariseos y saduceos entre los judíos se aprovechaban de su reputación y posición para inducir a los piadosos a dar muchas ofrendas a Dios, a quien ellos representaban. De este modo los deberes para con los padres eran desatendidos y la ley de Dios era revocada. Ellos honraban a Dios con los labios pero su corazón estaba lejos de él. Se acercaban a Él con su boca pero no con su corazón pues este estaba lleno de codicia e iniquidad. Dios rechaza por completo esta clase de honra. "En vano me honran" dice el profeta Isaías y el Señor lo repite. Dios quiere un corazón puro santificado por el Espíritu y por la verdad y quiere una adoración que ha de ser rendida en espíritu y en verdad pues a tales adoradores busca el Padre para que Le adoren. Él quiere gracia pero se requiere la verdad para poder acercarse a Dios, se requiere un corazón donde existe vida divina. Toda esta religión humana exterior, farisaica, sacerdotal, es juzgada por el Señor de una vez y para siempre. Dios demanda un corazón puro y una obediencia verdadera. Los hombres se revisten de este tipo de religión dando honra en ella a la antigüedad y a las tradiciones de sus antepasados las cuales son cosas a las que la imaginación del hombre atribuye gran valor. Todo lo que se ve a través de las sombras de la antigüedad es bastante imponente pero con Dios es una asunto del corazón y era lo mismo en aquel entonces que ahora con nosotros pues estamos ante Dios y Él nos ve tal como somos. El asunto es el real estado del hombre.

 

Pero, ¿qué son estos pobres corazones en su estado natural? Este es el segundo asunto que el Señor aborda. Él ha rasgado ya el velo de la hipocresía con la que los fariseos y los sacerdotes trataban de ocultar la impureza de sus corazones y de volver a favor de ellos la piedad exterior que enseñaban; los motivos de sus corazones son manifestados y aparecen los esfuerzos que ellos hacen para cubrir la impureza y la avaricia de su corazón; su hipocresía es manifiesta. El Señor no sólo rasga el velo de la hipocresía sino que exterioriza también lo que el corazón produce. Esto es lo que Dios hace, a saber, Él escudriña nuestros corazones y los manifiesta y luego revela el Suyo. Esto no sólo es desvelar los corazones de los fariseos sino los corazones de todos los hombres; pues lo que sale de la boca contamina al hombre porque procede del corazón. ¡Qué retrato! El producto del corazón humano consiste en malicia, corrupción, envidia, ... en una palabra, en nada más que vicios.

 

¿Carecía el Señor de benevolencia o de amor hacia el hombre? Su venida es la demostración del amor de Dios. ¿Deseó Él ocultar el bien que podía ser encontrado en el hombre? ¿Era Él el único capaz de revelar el mal? ¿Podía Él desear calumniar al ser que Él había venido a bendecir y a salvar y al que daría un lugar junto a Él? Imposible: esto no podía ser. Pero conociendo más bien el corazón del hombre Él se limitó a decir la verdad. Se trató del amor que reveló la absoluta perversidad del corazón humano para que el hombre no pudiese permanecer en ese estado. Es en efecto mejor que ello sea mostrado ahora en presencia de la gracia que en el día del juicio cuando todo lo que sea manifestado será castigado y el hombre será condenado.

 

Observen ustedes también que cuando la santidad y la obediencia prácticas ya no son encontradas en la vida de los dirigentes una religión fundada por Dios se convierte en el poder del pecado y de la hipocresía y tiende siempre a pervertir la mente, a destruir la conciencia y la rectitud en todos porque lo que es considerado como autoridad de Dios fomenta la hipocresía y la iniquidad y también tiende a producir incredulidad porque los hombres ven que la religión se adhiere a lo que incluso la conciencia natural condena. ¡Oh, qué triste historia es la del corazón humano y de la iglesia de Dios tal como la han hecho los hombres! Observen también la influencia de la autoridad religiosa corrupta para cegar a los hombres y destruir el entendimiento espiritual. Pues, ¿qué puede ser más claro que lo que dice el Señor? Pero la conciencia natural no reconoce la verdad de que no es lo que entra en la boca del hombre lo que lo contamina sino lo que sale de ella pues ello procede del corazón. La cosa es bastante sencilla.

 

Los discípulos no entienden y piden una explicación acerca de ello pues la comprensión natural de ellos había sido cegada por la tradición de los ancianos. La manera de razonar adquirida por la autoridad de estos últimos había estropeado el entendimiento de ellos. Y en efecto, ¿acaso no encontramos nosotros a muchos que creen que lo que entra en la boca del hombre lo contamina? Y sin embargo son almas sinceras; y no sólo eso sino que ellos creen también que comer cierta clase de alimentos un día contamina y que otro día no, y esto debido a la tradición de los ancianos. Esto es realmente lo que los discípulos hicieron sustancialmente y el Señor los reprende, diciendo: "¿También vosotros estáis así sin entendimiento?" Vemos aquí el juicio del Señor contra muchas cosas que mantienen a muchas almas en esclavitud e incluso a almas sinceras como las de los discípulos.

 

Pero volvamos a la preciosa exhibición del amor de Dios en las palabras del Señor a la pobre mujer. Encontramos en primer lugar que todos los privilegios de los judíos son reconocidos pero encontramos también la verdad de Dios que se eleva muy por encima de tales privilegios para manifestar gracia y amor dondequiera que una necesidad es encontrada; no realmente donde hay un derecho a las promesas sino hacia una raza maldita, hacia una mujer de un país tristemente célebre por su estado endurecido. Dios mismo se manifestó elevándose por encima de todas las barreras que la iniquidad del hombre y el exclusivo sistema del judaísmo habían instalado, el sistema que Él mismo había establecido y que fue mostrado como abolido por el rechazo de Cristo.

 

El Señor se va a la región de Tiro y de Sidón; Él quiere estar tranquilo pero la bondad unida con el poder son demasiado raros en el mundo como para que pasen desapercibidos y la sentida necesidad despierta el alma y la hace lúcida. Una pobre mujer tenía una hija sometida al poder de un espíritu inmundo y sintiendo ella su miseria y creyendo en el poder de Jesús va a buscarle. El peso de la miseria que la oprimía la hizo esperar en Su bondad. El Señor cumple las promesas hechas por Dios a los judíos y en Su respuesta plantea los derechos del pueblo de Dios; Él no podía tomar el pan de los hijos y darlo a los perrillos. Observen ustedes que la mujer era de la raza maldita y si nosotros consideramos los modos de obrar de Dios en medio de Israel no había en ellos ni una sola promesa para ella y ella no tenía derecho alguno en común con el pueblo de Dios que le perteneciera. Según los judíos y según la economía legal ella no era más que un perrillo pero las necesidades inmediatas estaban allí y el poder de Dios empleado siempre como lo es para Sus buenos propósitos también estaba allí y esto inspira su confianza.

 

Siempre es así, a saber, la necesidad y la fe en la bondad y en el poder del Señor dan perseverancia como en el caso de los que llevaban al paralítico cuando la multitud se agolpaba alrededor de Jesús. Pero hay algo en el corazón de la mujer además de la confianza que la gracia había producido allí. Ella reconoce los derechos de los judíos como pueblo de Dios y admite que ella no es más que un perrillo con respecto a ellos pero insiste en su petición porque siente que aunque ella no es más que un perrillo la gracia de Dios es suficiente para los que no tenían derechos. "Pero aun los perrillos", ella dice, "comen de las migajas de los hijos"; ella reconoce lo que ella es pero reconoce también lo que Dios es. Ella cree en Su amor hacia los que no tienen derechos ni promesas y cree en la manifestación de Dios en Jesús fuera de todas las dispensaciones y sobre todas ellas. Dios es bueno y el hecho de estar en la miseria es una reivindicación para con Él: pues, ¿podía Cristo decir: «No, Dios no es bueno como tú supones»? Él No podía decir esto porque no habría sido la verdad.

 

Esta es una gran fe, una fe que reconoce nuestra propia miseria, que reconoce que no tenemos derecho a nada; pero es la fe que cree en el amor de Dios claramente revelado en Jesús, sin promesa alguna, y sin embargo amor plenamente revelado. Dios no puede negarse a Sí mismo y decir: «Yo no soy amor». Nosotros no tenemos derecho alguno a esperar el ejercicio de este amor hacia nosotros pero podemos estar seguros de que viniendo a Cristo impulsados por nuestras necesidades encontraremos bondad perfecta, el amor que nos sana y la sanación misma. Recordemos que la verdadera necesidad persevera porque no puede prescindir del auxilio del poder que fue manifestado en Cristo ni de la salvación que Él ha traído; ni hay salvación sin la ayuda que ha de ser encontrada en Él para nuestra debilidad. Y lo que hay en Dios es la fuente de nuestra esperanza y de nuestra fe; y si se nos pregunta cómo sabemos lo que hay en el corazón de Dios podemos responder: «Ello ha sido revelado perfectamente en Cristo.» Porque, ¿quién puso en el corazón de Dios enviar a Su Hijo para salvarnos? ¿Quién puso en el corazón del Hijo venir y padecer todo por nosotros? No fue el hombre. El corazón de Dios es su fuente. Nosotros creemos en este amor y en el valor de lo que Cristo ha hecho y ha consumado en la cruz para quitar el pecado mediante el sacrificio de Sí mismo. Además Él todo lo hace bien, Él hace que los sordos oigan y que los mudos hablen.

 

La gracia de Dios fue manifestada plenamente hacia la pobre mujer que no tenía derecho alguno a ninguna bendición ni a ninguna promesa pues ella era hija de la Canaán maldita; pero la fe llega incluso hasta el corazón de Dios manifestado en Jesús y del mismo modo el ojo de Dios llega hasta el fondo del corazón del hombre. De este modo el corazón de Dios y el del hombre se encuentran en la conciencia de que el hombre es totalmente malo y que no tiene ni un solo derecho; en efecto, él reconoce verdaderamente este estado y en dicho estado él se entrega a la perfecta bondad de Dios. Pero el pueblo judío que pretendía poseer la justicia y el derecho a las promesas es puesto a un lado; y en cuanto al antiguo pacto ellos han sido excluidos del favor de Dios. Sólo Jesús abre los ojos y los oídos del remanente llevado a Él en fe. Y no fue sólo el pueblo judío el que iba a ser puesto a un lado (y para siempre en cuanto al primer pacto), sino que el hombre también fue puesto a un lado en el terreno de la justicia, la cual es el principio del primer pacto.

 

Luego el Señor vuelve a salir de la región de Tiro y de Sidón y regresa a la tierra de Galilea donde se encontró en medio del pueblo de Israel. Pero como hemos dicho Él fue rechazado por el pueblo de manera práctica. Jesús es consciente de que el pueblo amado está perdido y todo lo que él hace es esperar su ruina. Ellos Le traen a un sordo con un impedimento en su habla y Le suplican que le ponga Su mano encima para sanarlo. Entonces Jesús toma al hombre y lo aparta de la multitud y luego mete Sus dedos en las orejas y tras escupir Él toca su lengua. Luego Él levanta los ojos al cielo. El poder está siempre presente en Él pero la tristeza oprime Su corazón porque las personas estaban realmente sordas a la voz del Buen Pastor; la lengua de ellos estaba atada y era incapaz de alabar a Dios. Los gemidos del Señor son la expresión de este sentimiento puesto que el estado del pobre hombre representaba el estado del pueblo amado. Sin embargo ellos estaban contentos porque el amor de Aquel cuyos consejos nunca cambian recaía sobre ellos a pesar de todo. Y en efecto el Señor estaba allí y obraba según este amor y estos gemidos; Él levantó los ojos al cielo, la fuente de amor y poder y nunca se cansó hasta que el pueblo a favor del cual él ejercía este poder no toleró más Su presencia. Es cierto que ellos no habrían podido darle muerte si Él no se hubiese entregado de Su propia voluntad pero llegaría el momento en que Él se entregaría para consumar la redención y hasta que llegue ese momento Él se muestra siempre como el Dios de bondad hacia los afligidos y para toda necesidad de las personas.

 

En el versículo 33 vemos que Él se aparta de la masa del pueblo al sanar al sordo.

En el capítulo 8 versículo 23 tenemos lo mismo; Él saca al ciego fuera de la aldea pero lo sana; sólo que allí el estado de Sus discípulos es mostrado. Es conmovedor ver esta mirada que el Señor dirige al cielo y el gemido de Su corazón al ver al pueblo sordo a la voz de Dios e incapaz de bendecir Su nombre; y ver el corazón del Señor por los hombres endurecidos y cómo este corazón estaba en armonía con el cielo lo cual Él siempre manifestaba. Él encontraba allí la certeza de este amor que el hombre rechazaba y Él reposaba en los mismos sentimientos que reinan en el cielo y de los cuales Él era la expresión en esta tierra ingrata. El poder del Señor se mostró en el momento mismo pues los oídos fueron abiertos y la lengua fue soltada. El pueblo no pudo callar sino que ellos divulgaban por todas partes lo que Jesús había hecho diciendo: "Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar". La obra del Señor abre los oídos y da motivo a los corazones humildes para alabar a Dios y reconocer Su amor. Pero, ¡lamentablemente! ¡cuántos permanecen sordos a la voz del amor de Dios! "Son como el áspid sordo que cierra su oído, que no oye la voz de los que encantan, por más hábil que el encantador sea". (Salmo 58: 4, 5).

 

Marcos 8

 

El Señor sigue manifestando bondad divina. Es lo principal que hay que notar en esta parte del Evangelio. Él ya había dado de comer al pueblo hambriento siendo esto una señal evidente de la presencia de Jehová tal como hemos señalado antes, señal que debía acompañar Su presencia. Aquí se trata más sencillamente del poder divino sin aludir al reino que iba a venir. El número siete es la expresión de la perfección en las cosas espirituales. La compasión del Señor le hace pensar en las necesidades de los pobres mientras que los discípulos sólo piensan en los medios humanos y visibles para satisfacerse. Esto es lo que ocurre demasiado a menudo con creyentes verdaderos.

 

Luego el Señor se aleja de la muchedumbre y viene a la región de Dalmanuta. Los fariseos piden allí una señal del cielo aunque ya habían visto suficiente; pero la incredulidad nunca queda satisfecha. Pero ahora el tiempo de la prueba había pasado y era demasiado tarde y el Señor los deja. Pero observen ustedes el espíritu del Señor hacia la generación perversa pues Él gimió profundamente en Su espíritu, diciendo: "¿Por qué pide señal esta generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación". El fin había llegado moralmente y era inútil dar pruebas a los corazones que habían resuelto no creer. La perfecta paciencia, el amor, la piedad y la tristeza profundas al pensar en la incredulidad de los dirigentes del pueblo estaban en Él y se manifestaban tanto más claramente cuanto más se endurecían sus corazones; y las señales eran inútiles para corazones que no querían creer y además no convenía a la majestad de Dios dar ninguna señal a hombres que no querían recibirle. Ello sería echar perlas a los cerdos.

 

Nosotros encontramos ahora que los propios discípulos no estaban realmente ciegos voluntariamente sino de hecho. El Señor advierte a los discípulos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la de Herodes. Los discípulos habían olvidado llevar pan y, ¡es lamentable! ellos habían olvidado también el poder de Jesús manifestado en los milagros con los que Él había alimentado a miles de personas con unos pocos panes. El Señor los reprende diciendo: "¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?" Ellos estaban, por así decirlo, endurecidos al ver tantos milagros y no habían entendido nada de los milagros de Jesús en la multiplicación de los panes.

 

Pero el hecho que sigue a continuación muestra el estado de los discípulos en contraste con la gente. Estos últimos no veían nada en absoluto y no querían recibir la luz; los discípulos veían vagamente; ellos veían los hombres como árboles que andan. Ellos amaban al Señor realmente pero las costumbres judías les impedían captar plenamente Su gloria. Creían ciertamente que Él era el Mesías pero el Mesías para sus corazones era algo más que el Cristo de Dios, el Salvador del mundo. Ellos se habían ligado por gracia a la persona del Señor pero no comprendían esa gloria divina que estaba, por así decirlo, escondida en esa Persona y que se revelaba en Sus palabras y obras. Ellos habían dejado todo para seguir al Señor y les faltaba entendimiento pero no fe por pequeña que ella fuera. El espíritu estaba dispuesto pero la carne era débil tal como ya hemos recalcado. El Señor saca al ciego fuera de la aldea separándolo de Israel. En primer lugar el hombre sólo ve parcialmente pues los hombres le parecían árboles que andan. Pero la paciencia del Señor que es tan grande como Su poder presenta un retrato del estado de corazón de los discípulos y también un retrato de Su incansable benignidad que no deja al ciego hasta que él ve claramente. Él hizo así con los discípulos sólo que Él no habla aquí de los medios: pero cuando Jesús hubo subido al cielo y se sentó a la diestra de Dios él envió el Espíritu Santo que los llevó a toda verdad. Entonces ellos vieron claramente.

 

Pero el Señor prohíbe al ciego que entre en la aldea o que se lo diga a nadie en la aldea no sólo porque Él no buscaba la vanagloria de los hombres sino también porque Él deseaba evitar una gran concurrencia de curiosos que no eran más que un obstáculo para Su verdadera obra en las conciencias y en los corazones y también porque Él deseaba mostrar que el tiempo del testimonio en Israel había llegado a su fin. Una vez rechazado por el mundo Él ordena al hombre que ha sido liberado del poder de los demonios que regrese a su casa y que proclame allí lo que Dios había hecho por él. (Véase Marcos 5: 1-20). Los discípulos harían eso, — ellos proclamarían Su obra, — cuando Cristo hubiera dejado este mundo; pero aquí se trataba de Israel que había rechazado al Señor y de que el testimonio de Dios ya no tenía lugar en medio de ellos.

 

El discurso del Señor que sigue a continuación menciona esto en la pregunta que Él hace a Sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" "Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas", opiniones diferentes pero ninguna fe. Entonces Él les pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro responde: "Tú eres el Cristo"; y el Señor prohíbe de la manera más positiva a los discípulos que lo digan a cualquier hombre. Esta es la prueba más clara de que el testimonio en medio del pueblo había llegado completamente a su fin. No obstante Él era el Cristo pero fue rechazado por el pueblo que se mostró como enemigo de ellos mismos al rechazar la maravillosa gracia de Dios. Ahora Él comienza a enseñar abiertamente a Sus discípulos que era necesario que Él deba padecer como Hijo del Hombre lo cual es una posición y un título mucho más grandes tanto en lo que se refiere al límite de Su poder como a la grandeza del dominio que Le pertenecía porque todas las cosas estarán sometidas al dominio del Hijo del Hombre. Pero para que el Hijo del Hombre pudiera asumir Su lugar en la gloria primero Él debía padecer, ser muerto y resucitar; puesto que era necesario que la redención fuera consumada y que el hombre entrara en una nueva posición, en un estado completamente nuevo en el que él nunca había estado ni siquiera cuando era inocente. La posición de Cristo como Mesías fue puesta ahora a un lado para este momento y Él entra en una posición mayor donde las cosas viejas son dejadas atrás más allá de la muerte y todo lo que está fundamentado en la obra de Cristo, en Su muerte, — entra en un estado completamente nuevo y eterno.

 

El tema es tratado aquí más con respecto a Sus padecimientos pues Él coloca la cruz delante de los discípulos pero habla siempre de la muerte y la resurrección. "Esto les decía claramente". Esto fue una piedra de tropiezo para Pedro el cual no quería que su Maestro fuera despreciado a ojos de la multitud pero la cruz es la porción de los que quieren seguir al Salvador. Al decir esto Pedro puso una piedra de tropiezo en la senda de los discípulos; el Señor piensa en esto y volviéndose y mirando a Sus  discípulos reprende a Pedro el cual Le había confesado hacía un momento por la gracia de Dios y le dice: "¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". Nosotros tenemos aquí una lección importante, en realidad más de una lección. En primer lugar el cristiano necesita entender bien que la senda de la salvación, la senda que conduce a la gloria y al cielo, la senda por la cual Cristo mismo anduvo y en la que Él desea que Le sigamos es una senda en la que debemos negarnos a nosotros mismos, padecer y vencer. En segundo lugar aprendamos que un cristiano puede tener una fe verdadera y ser enseñado por Dios como en el caso de Pedro aquí sin juzgar la carne que tiene en él como para hacerlo capaz de andar en la senda a la que esta verdad lo lleva. Es importante recordar esto, a saber, que la sinceridad puede existir sin que uno se conozca a sí mismo. La nueva posición de Cristo como Hijo del Hombre que abarcaba la gloria celestial del hombre en Él y la supremacía sobre todas las cosas hacía absolutamente necesaria la cruz. Pero el corazón de Pedro no estaba preparado para la cruz pues cuando el Señor le anuncia su efecto práctico él no puede soportarlo.

 

¡Cuántos corazones hay en este estado! Corazones sinceros, sin duda; pero no tienen el coraje espiritual para aceptar las consecuencias de la verdad que ellos creen. Vean ustedes la diferencia en Pablo el cual fortalecido por la presencia del Espíritu Santo y por la fe dice en presencia de la muerte: "A fin de conocerle [a Cristo], y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte", Filipenses 3: 10. Pero en él estaba el poder del Espíritu Santo y él llevaba siempre en su cuerpo la muerte de Jesús para que la vida de Jesús se manifestara en su cuerpo. (2ª Corintios 4: 10). ¡Hombre feliz! es aquel siempre dispuesto a padecerlo todo antes que no seguir plenamente al Señor Jesús y confesar Su nombre cualesquiera que puedan ser las consecuencias; y que habiendo andado fielmente obtiene al fin y por gracia la recompensa de su llamamiento celestial.

 

Pero el Señor no oculta la consecuencia ni desea hacerlo. Él advierte a la multitud y nos advierte también a nosotros que si queremos estar con Él y si queremos seguirle debemos negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz. Recibamos las palabras del Señor pues si queremos estar con Él para siempre debemos seguirle y si Le seguimos encontraremos en el camino lo que Él encontró. Obviamente no se trata de padecimientos expiatorios, no se trata de lo que Él padeció de la mano de Dios por el pecado sino de Sus padecimientos por parte de los hombres, la contradicción (hostilidad) de los pecadores, la oposición de los hombres, el abuso e incluso la muerte. Poco sabemos nosotros lo que es padecer por el nombre de Jesús pero recuerden ustedes cristianos lo que dice el Señor en primer lugar: "Niéguese a sí mismo"; y ustedes siempre pueden hacer esto por medio de la gracia. Es haciendo esto como aprendemos a padecer con Él si Dios nos llama a ello. ¿Y qué recompensa daremos nosotros por nuestra alma? Esto nos lleva a una tercera lección que requiere un poco más de desarrollo.

 

Lo que alimenta la carne y el amor propio es el gran sistema que se llama mundo. El hombre desea ser algo a sus propios ojos; él querría olvidarse de Dios y hacerse feliz si es posible sin Él. De este modo Caín cuando fue expulsado de la presencia de Dios después de la muerte de Abel se alejó de delante de Su rostro juzgado de tal manera por Dios que él no podía esperar ser admitido de nuevo en Su presencia para disfrutar de la comunión con Él porque Dios le había hecho ser un errante y extranjero en la tierra (un tipo sorprendente de los judíos en este momento después de haber dado muerte al Señor Jesús el cual se había convertido, por así decirlo, en hermano de ellos). Pero Caín no estaba dispuesto a seguir siendo un pobre errante; en todo caso él no deseaba dejar a su familia en un estado tal y él deseó que ellos escaparan de su propia suerte y con este fin edificó una ciudad en la tierra de Nod ("Nod" es la palabra hebrea traducida como "errante" en el primer caso); él deseó que su familia se estableciera en la zona donde Dios lo había convertido en errante. Él nombró la ciudad con el nombre de su hijo tal como hacen las personas importantes de este mundo. Allí se va a encontrar al padre (es decir, el inventor) de la música, el padre de los que trabajan el bronce y el hierro; allí fueron acumuladas las riquezas de esta época, mucho ganado. ¡Esto es el mundo!

 

El corazón del hombre apartado de Dios trata de hacer que la tierra en que fue establecido a distancia de Dios sea para él tan agradable como sea posible, y para lograrlo él se sirve de los dones y de las criaturas de Dios para poder prescindir de Él. Se dice que no hay ningún mal en estas cosas, — esto es cierto pero este no es el asunto. Dichas cosas son buenas por ser cosas creadas y se dice (como figura) que también habrá música en el cielo; pero en el cielo no será empleada para distraer la mente sin Dios. Se trata del uso que hagamos de estas cosas. Por ejemplo, no hay daño alguno en la fuerza sino en la manera de emplearla pues con ella uno hace daño al prójimo. Y nos podemos preguntar, ¿acaso no es cierto que el mundo que no conoce a Dios utiliza toda clase de placeres para disfrutar sin Él? El corazón que no tiene a Dios en él se esfuerza para entretenerse y para ello emplea todas las cosas que se ven, se oyen y se inventan como por ejemplo, el teatro, la música y toda clase de cosas porque dicho corazón está vacío y triste y no puede satisfacerse a sí mismo; y después de algunos años durante los cuales ha mantenido sus estados de ánimo naturales el corazón se encuentra cansado y fatigado incluso de probarlo todo y dice junto con Salomón después de haber experimentado todo: "Todo ello es vanidad y aflicción de espíritu". (Eclesiastés 1: 14). Dios es descuidado y el alma se pierde.

 

También las diversiones sólo alejan a los cristianos de Dios y destruyen su comunión con Él. "Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre". (1ª. Juan 2: 16, 17). El príncipe de este mundo es Satanás el cual sedujo a Eva con estas cosas habiendo destruido en primer lugar la confianza de ella en Dios; y con estas cosas él intentó seducir también al Señor aunque, gracias a Dios, en vano. Pero con poca dificultad él tiene éxito en seducir demasiado a menudo los corazones de los hombres y de los cristianos y tiene éxito en hacer que los placeres del mundo tengan más poder sobre el alma que el propio Cristo, más poder que el amor de un Salvador muriente.

 

¡Fue así con el pobre Pedro! Es cierto que él aún no había recibido el Espíritu Santo pero esto no cambia la naturaleza de sus deseos. Él deseó la gloria de este mundo y eso bajo la apariencia de amor por el Señor. Observen ustedes aquí también el amor del Señor por Sus discípulos y cuán grande es Su tierno cuidado por ellos pues Él se vuelve y ve el gran tropiezo que las palabras de Pedro pueden suponer para los demás discípulos y lo reprende tan severamente como sus palabras merecían. (Marcos 8: 33). Entonces el Señor expresa dos principios ante los discípulos. En primer lugar el alma vale más que todo y nada debe ser dado a cambio de ella; y en segundo lugar el Señor está a punto de venir en gloria y "el que se avergonzare de Él en este mundo corrupto donde Él es rechazado, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles".

 

J. N. Darby

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Mark's Gospel", by J. N. Darby
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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