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ELEMENTOS DE LA PROFECÍA
CON RELACIÓN A LA IGLESIA,
LOS JUDÍOS Y LOS GENTILES
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones, tales como:
BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica
Iberoamericana, Inc.
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986,
1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVR1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977
(Publicada por Editorial Clie).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B.
Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
El primer punto grande y capital es tener el
fin y el designio de Dios clara y establemente en mente, de modo que esté
constantemente ante nosotros como la llave y la prueba de todo. Ya que "ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada . . . sino que los santos
hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo." (2ª.
Pedro 1: 20,21). La gloria divina es siempre el objeto de todas las cosas; pero
yo hablo ahora del resultado de los consejos divinos en los cuales Dios se
glorifica a Sí mismo. Ahora bien, esto es conocido totalmente en Cristo en las
varias glorias en las que Él es revelado. En la iglesia, el cargo del Espíritu
Santo, el cual inspiró a los santos hombres de antaño, es tomar las cosas de
Cristo y hacer que nosotros las sepamos. Por eso, aunque Jerusalén, o Israel, o
incluso la iglesia, pueden ser aquello en relación con lo cual Cristo puede ser
glorificado, es solamente como estando relacionadas con Él que ellas adquieren
esta importancia. Así también sucede con la Palabra, incluso de las Escrituras
del Antiguo Testamento: todas ellas son para hacernos sabios "para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús." (2ª. Timoteo
3:15). Por otra parte, como es evidente que sólo esto da, a cualquier tema que
pueda ser mencionado, su verdadera y justa importancia, del mismo modo, si
Jerusalén está relacionada con Cristo, con Sus afectos y Su gloria, Jerusalén
se vuelve importante; y yo obtengo en su relación con Cristo, en la medida en
que comprendo Su gloria, la llave para interpretar todo lo que se dice de ella.
Ella tiene, en la mente de Dios, su desarrollo en relación con la manifestación
de Su gloria.
En los tiempos de
Israel puede que haya habido ciertas manifestaciones de los tratos
gubernamentales de Dios, importantes para la fe y para el sometimiento de ellos
a Dios, las cuales fueron, por cierto, cumplimientos parciales de tal o cual
profecía. Pero estas manifestaciones, aunque verdaderas, y aunque la investigación
las puede descubrir, se pierden, en cierto sentido, en la suma del esquema
completo de todo lo que finaliza en Cristo. Observarlas en su lugar puede ser
históricamente interesante e instructivo, en lo que se refiere a los tratos de
Dios, pero para nosotros ellas se convierten en historia — historia importante,
interesante — no
profecía.
El primer punto a
comprender es, entonces, que ni la iglesia, ni Jerusalén, ni los Gentiles, son,
en sí mismos, los objetos de la profecía, aun menos Nínive, o Babilonia, o algo
parecido, sino Cristo. Pero esto es lo que nos presenta el verdadero alcance y
el verdadero entendimiento de la real importancia y lugar de cada sujeto; a
saber, como Cristo va a ser el centro en el cual se reunirán todas las cosas, así
las que están en los cielos, como las que están en la tierra, varios sujetos
llegan a ser el ámbito de Su gloria, como estando relacionados con Él, y cada
sujeto es colocado en su lugar en relación con Él, y mediante esta relación yo
obtengo el medio para comprender qué es lo que se dice acerca de ello. De este
modo, si la iglesia es la esposa del Cordero, es en este carácter y en esta
relación que yo debo aprehender lo que se refiere a ella. Si Jerusalén es la
ciudad del gran Rey, es en esto que yo obtendré la llave a los tratos de Dios
con ella. Si los santos van a vivir y reinar con Cristo, y van a ser sacerdotes
y reyes para Su Dios y Padre (Apocalipsis 1:6 – LBLA), encontraré aquí el
entendimiento de lo que se refiere a ellos en este carácter: no unidos al
Esposo, sino asociados con el Rey y Sacerdote. Y así también con lo demás.
No sólo es esta la
única manera de comprender la profecía en cuanto a los objetos de ellos, sino,
siendo correctos los afectos, el entendimiento es claro — el ojo es sencillo y
el cuerpo lleno de luz. Yo veo con Dios en el asunto. Ya que Él considera a
Cristo; y la profecía se vuelve así santificadora, no especulativa, debido a
que lo que ella enseña se vuelve, para el alma, una parte de la gloria de
Cristo. No se logra sobrestimar la importancia de esto. Yo no debiese tener que
persuadir a Cristianos acerca de la verdad de esto; pero de buena gana lo haría
acerca de su importancia. Esto, sin embargo, es la obra de Dios. Objetivamente,
puedo citar Efesios 1: 9-11, como declarando esta gran verdad según el propósito
de Dios.
Puedo intentar
presentar ahora algunos de los temas principales, o puntos de referencia, para
el estudio de la profecía; es decir, de la revelación de los modos de obrar de
Dios para consumar Su gloria en Cristo. Observen que ningunas circunstancias
actuales, aunque puedan ser históricamente instructivas y también confirmadoras
de la fe, pueden ser la consumación apropiada de la verdad profética; debido a
que, aunque puedan llevar a ello, bajo el gobierno supervisor de Dios, y ser una
lección en la época y después, no se las identifica con la manifestación de la
gloria de Dios en Cristo, ni tampoco los objetos en los cuales esa
manifestación tiene lugar (ya que estamos suponiendo cosas cumplidas
previamente). Esto demuestra que, en el cumplimiento, todo se encuentra,
necesariamente, en los actores de la escena al final, cuando el juicio será
plenamente manifiesto, no en la medida de la fe inteligente, sino por los actos
públicos de Dios, es decir, lo que Su juicio es; y como este juicio es sobre el
mal madurado, el carácter completo de esto (cuyos principios han estado obrando
desde el principio, siendo discernidos espiritualmente, juzgados parcialmente
como para prorrogar el poder de ellos para el cumplimiento de los designios de
la gracia de Dios) — yo digo que la plenitud del fruto de estos principios será
mostrada entonces, y Dios será justificado públicamente en Sus juicios delante
de todos, así como también introduciendo la bendición, desechando el poder el
mal, y remplazándolo por Su propio reino en el bien. Y esta es la amplia
diferencia moral de nuestro estado actual, así como la de los santos verdaderos
en todos los tiempos, con el estado del siglo venidero. Nosotros tenemos el
poder de Dios internamente, por medio de la gracia y por El Espíritu, para
cumplir con la voluntad y hacer efectiva la gloria de Dios en medio del mal mientras
este subsiste; mientras que, entonces, es decir, por la presencia de Cristo, el
mal será quitado mediante poder, y el bien estará a sus anchas.
El sencillo comentario
siguiente que tengo que hacer es que, aunque la relación del cielo con la
tierra pueda estar descubierta para nosotros, en la medida que el cielo y
aquellos que están allí son revelados como el poder gubernamental establecido
(es decir, que hay, en la sede de gobierno situada en lo alto, objetos de
revelación especial), aun así el tema correcto de la profecía es la tierra, y
el gobierno que Dios ejerce sobre ella. Y es sólo en la medida que la compañía
celestial está relacionada con el gobierno de la tierra que los que componen
dicha compañía se convierten en tema colateral de la revelación profética.
Además, la providencia
no es el tema de la profecía. Por providencia quiero decir el ordenamiento del
curso de todas las cosas por el poder divino, de modo tal que todos los
resultados que suceden en el mundo son conforme al propósito y a la voluntad
divinos. A menudo inescrutable para nosotros en sus razones e incluso en los
medios que ella emplea, y dejando oscuro el gobierno de Dios, con todo, ella es
cierta para la fe, y es aquello por lo que permanece cierto que Dios no puede
ser burlado—"pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará."
(Gálatas 6:7). La fe reconocerá la mano de Dios en muchas cosas, y cree que
ella está en todo; pero para el mundo esto está oculto. Ciertos principios,
universales con Dios en su aplicación, son verificados por medios como este,
"La justicia engrandece a la nación." (Proverbios 14:34). Los hombres
de este mundo no ven nada de la influencia de las causas morales sobre el
resultado, o, si es que ellos ven las causas, el resultado que resulta de ello
es que ellos se adjudican el resultado. Y Dios es excluido. Su acción y
gobierno inmediatos son excluidos. Ahora bien, los sujetos de la profecía son lo
contrario de esto. Los productos públicos de Dios, viniendo en poder, son
revelados. Ellos son, o bien el día de Jehová (o día del Señor), o bien los
resultados característicos que lo producen — un juicio que el hombre tiene que
reconocer como siendo de Dios. Pues bien, es evidente que el día de Jehová (o
día del Señor), propiamente hablando, finaliza la historia de este mundo; es lo
opuesto de aquel curso secreto de gobierno que se lleva adelante, y de cuyos
controles surge nuevamente la soberbia del hombre para proseguir su curso de
maldad. Cuando Dios comienza a obrar, "debajo de él se abaten los que
ayudan a los soberbios." (Job 9:13).
Yo no niego que
ciertas intervenciones judiciales grandes y notables son llamadas, en un
sentido subordinado, "el día de Jehová" o "el día del Señor",
en virtud de la analogía práctica de ellas con aquel tiempo del cual se dirá,
"solo Jehová será exaltado en aquel día." (Isaías 2:17). Pero incluso
estas intervenciones están en contraste con el curso del gobierno providencial,
el cual, en su idea misma, no interrumpe sino que regula el curso normal de los
acontecimientos. Estas son profecías que, para algunos, pueden parecer referirse
al curso de la
providencia, pero estas confirman, de un modo notable, la diferencia.
Tomen los diez
cuernos. ¿Cuál es la historia providencial de estos cuernos, tal como suele ser
aplicada por los comentadores? Azotes, que continuaron algo así como ciento
cincuenta años desde el primero hasta el último, obrando para derrotar al
Imperio Romano, como se había establecido previamente, y estableciéndose ellos
mismos como conquistadores en todo su territorio Occidental. Podemos inquirir,
si lo hacemos humildemente, con utilidad, ¿por qué se permitió este azote? ¿Fue
el mal público civil, o la corrupción de la iglesia? ¿Qué causas morales
llevaron a ello? ¿Cómo ejecutó dicho azote el juicio moral de Dios sobre el
mal? ¿Por qué se salvó el Oriente de este azote? ¿De qué manera ello abrió paso
a una tiranía espiritual más terrible que aún no se había visto en la tierra?
Tomen el relato
profético (Daniel 7; Apocalipsis 13). Una bestia sube del mar con diez cuernos
todos totalmente crecidos, después de lo cual sube un cuerno pequeño, y la
bestia, los cuernos y todo, son los sujetos del juicio de Dios, no sus
ejecutores. Esto es profecía; aquello fue providencia. Tenemos lo que
caracteriza al objeto de la profecía y su juicio, y la razón de ello. Toda la
parte providencial, de la cual los comentadores han tejido un inmenso sistema,
es dejado afuera — así también lo de la estatua (Daniel 2). Todo está allí de
inmediato, la aplicación de ella a los imperios es presentada, el carácter de
cuatro, los objetos finales del juicio en los pies y en los dedos, y la
ejecución. No encontramos nada acerca del curso providencial de los
acontecimientos, mediante el cual uno toma el lugar del otro.
He tomado los casos
que parecerían presentar el mayor espacio para ello, y acerca de los cuales los
hombres han dicho más. ¿Y con qué resultado? Con un resultado tal que, si se
toma como un cumplimiento literal, un niño puede ver la discrepancia. ¿Qué
analogía entre una guerra de ciento cincuenta años para destruir un imperio, y
diez reinos, todos en plena energía y pleno crecimiento, subiendo de él y
formando parte de él como el símbolo de su fuerza?
En el Apocalipsis,
antes del final, encontramos, en los sellos, las trompetas, y las copas, juicios
sumarios ejecutados con severidad progresiva, antes de que el Rey venga a
destruir a la bestia: juicios infligidos por Dios; pero no encontramos, en la
Escritura, historia providencial. Son todos apropiados juicios sumarios
inmediatos, aunque no son más que preparatorios, e introductorios, infligidos
en las circunstancias o en las personas de los hombres de este mundo — sobre los
impíos. Se ve la mano de Dios. Pero no hay explicación alguna de las causas o
del curso providencial. Encontramos el estado moral de ellos, excepcionalmente,
en aquello de lo que rechazan arrepentirse en un caso; pero, en general, el
curso de los acontecimientos no es guiado por la providencia para ordenar bien
todas las cosas, sino que es la tierra sometida a la venganza judicial de Dios.
Ningún lector cuidadoso puede cuestionar esto. El fin de la providencia es el
ordenamiento actual del gobierno de Dios para llevar a cabo Sus designios. La
historia Apocalíptica consiste de juicios infligidos.
Además, podemos añadir
que la providencia se ocupa de la disciplina diaria de los hijos de Dios. La
profecía trata de los juicios de Dios (quitando de Su vista a aquellos que
juzga) y de la bendición plena de Su pueblo. Yo no pienso que se pueda afirmar
que alguna profecía hable de un curso de acontecimientos aplicado a Su pueblo
mientras ellos son reconocidos. La aproximación más cercana es Isaías 9:7 a
10:25; pero estos son juicios infligidos, y ningún curso de la providencia.
De este modo, habiendo
hablado de los asuntos de la profecía moralmente, puedo pasar a los asuntos que
ella abarca.
Además de la creación,
de la cual Él es la cabeza, en la que podemos incluir a los ángeles, existen
tres ámbitos en las que se muestra la gloria de Cristo — la iglesia, los
Judíos, y los Gentiles. La iglesia, hablando de manera apropiada, no es el tema
de la profecía. En cuanto a la profecía del Antiguo Testamento, el Nuevo
declara, de la manera más absoluta y positiva, que era ella un misterio oculto
en todos los siglos, y revelado ahora a los apóstoles y profetas (N.
del T.: del Nuevo Testamento) por el Espíritu (Efesios
3:4).La iglesia pertenece al cielo, es el cuerpo de Cristo sentado allí, y
mientras Él esté sentado así. La profecía se relaciona con la tierra. La
iglesia es vista, es cierto, cuando ella toma parte en el gobierno de la tierra
por esa razón; y las bodas del Cordero y la descripción de la Jerusalén
celestial presentan la época de la cual data el carácter de esta relación con
la tierra.
En el Nuevo
Testamento, la relación de la iglesia con Cristo hizo que el Espíritu Santo
permaneciera en ella, y comunicara la
luz necesaria acerca de su posición mientras espera al Señor. No hubo presencia
de Dios alguna unida a las instituciones formales subsistentes, en coherencia
con lo cual una serie de profetas iba a recordar a un pueblo (necesariamente,
mientras ellos subsistieron, el pueblo de Dios). En un aspecto, no obstante,
aunque la iglesia no era el tema apropiado de la profecía, mientras ella subsistiera,
como reconocida por Dios, se predicen ciertas cosas relacionadas con ella; es
decir, su decadencia y corrupción, como una actual advertencia moral, pero esto
pasa a ser la mera impiedad apóstata, como un claro objeto de juicio.
Por eso es que cuando,
yo no dudo, y un vasto número de Cristianos creen, el Señor presentaría un
retrato de la historia de la iglesia como un cuerpo exterior en la tierra, en
un estado, en su mayor parte, que Él no podía reconocer, en absoluto, como Su
cuerpo celestial, Él selecciona, con sabiduría divina, siete iglesias que
proporcionaban el carácter moral de los estados en los que ella caería
sucesivamente, y enfatiza moralmente Sus juicios sobre ellas. Pero no se hace
de esto un tema positivo de la profecía. Independientemente de cuál pueda ser
nuestro juicio de la parte subsiguiente del Apocalipsis, la cual trata de
acontecimientos posteriores al período de las siete iglesias, dicha parte
consiste, ciertamente, de juicios sobre el mundo, no de alguna profecía acerca
de la iglesia, excepto como se declara al final. Existe el hecho sencillo de
que la bestia vence a ciertos santos, y que da muerte a dos testigos. Ninguna
profecía de la propia iglesia se encuentra en el curso del Apocalipsis. Fue
correcto presentar estos hechos.
La razón es evidente
para uno que sabe lo que la iglesia es. Ella no es del mundo. Ella está, como
tal, sentada en lugares celestiales en Cristo, allí donde la profecía no llega.
Ella jamás será establecida en la tierra, como lo serán los Judíos. No es su
vocación. El gobierno de Dios jamás la establecerá allí en paz. Su bendición
para ella será sacarla de la tierra, para recibir al (o al encuentro del) Señor
en el aire. Yo no niego una aplicación parcial del Apocalipsis a aquello que
tiene el nombre de iglesia, pero que es el poder del mal en el mundo, pero esto
no hace de la iglesia un objeto de la profecía. Por consiguiente, nosotros
encontramos, como hemos dicho, a la iglesia en el cielo al final en relación
con la tierra, cuando todo esté unido en Cristo; pero no encontramos relato
alguno de algunos tratos de Dios para establecerla, o un progreso hacia algún
tipo de resultado. Ella va a reinar con Cristo, y a padecer con Él.
Los restantes ámbitos
de la exhibición de la gloria del bendito Señor son los Judíos y los Gentiles,
súbditos en diferentes grados de Su gobierno terrenal, así como la iglesia era
la exhibición plena de Su gracia soberana en la redención, la cual la sitúa en
lugares celestiales en Cristo, "para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús." (Efesios 2:7). Esta distinción está llena de interés. El hombre no
es gobernado al ser introducido en la iglesia. Él es tomado como un rebelde
pecador perdido, como un aborrecedor de Dios, un hijo de ira, sea él Judío o
Gentil, y colocado en el mismo lugar que ocupa Cristo. Esto no es gobierno, es
gracia. Los Judíos son el centro del gobierno inmediato de Dios, mostrado
moralmente según Su voluntad revelada. Los Gentiles son llevados a reconocer Su
poder y soberanía mostrados en Su trato con ellos. Yo hablo de la cosa, hablando
con propiedad, en su carácter revelado; ya que cada pecador en todas las épocas,
es salvado como tal, individualmente, por gracia, y cada Cristiano está bajo el
gobierno inmediato del Padre como perteneciendo a la familia celestial; pero
incluso así, el objeto del gobierno es diferente. Con respecto al Cristiano, es
para prepararlo para el cielo; con respecto a los Judíos, por el contrario, es
para mostrar la justicia de Dios en la tierra: Yo hablo de ellos como un cuerpo
o pueblo. Cristo y la iglesia padecen por causa de la justicia, y reinan. Los
Judíos, como un pueblo, padecen por causa del pecado, y el resultado de la
historia de ellos será, "Ciertamente hay galardón para el justo; Ciertamente
hay un Dios que juzga en la tierra." (Salmo 58:11 – RVR1977).
Además, la profecía no
es aplicable a un estado donde el pueblo de Dios, responsable bajo el gobierno
de Dios, camina bien, de modo que Él puede bendecirles como andando bajo Su
propia mirada en testimonio de Su favor. Esta intervención especial, porque eso
es una profecía semejante, es aplicable al caso del fracaso de ellos. Por eso,
cuando Siloh fue derrotada y el arca tomada, Samuel fue levantado, de quien el
Señor dice, "todos los profetas desde Samuel en adelante." (Hechos
3:24) Este carácter de la profecía es completamente evidente al leer los profetas,
los cuales dirigieron sus profecías al pueblo en general. De hecho, su
principio es evidente. Pero, si ellos mostraban al pueblo sus transgresiones,
señalaban constantemente al Mesías, el gran Libertador. Así es en el cántico de
Ana (1º. Samuel 2: 9, 10), donde el gobierno del mundo por parte de Jehová en
soberanía [*] y la exaltación del Mesías son expuestas plenamente. Así que,
históricamente, Samuel fue levantado ante el fracaso y la ruina de Israel, y
David fue introducido. La profecía juzga al pueblo en su responsabilidad, y
anuncia el propósito soberano de Dios.
[* Será bueno que el
lector
consulte este pasaje, el cual, como introducción del nuevo orden en Israel,
presenta el carácter de la profecía en una manera notable.]
Pero esto me lleva a mencionar dos caracteres de
la profecía, surgiendo, en lo que se refiere a los Judíos, de dos posiciones
diferentes en las cuales los encontramos en la Escritura: en primer lugar, un
pueblo más o menos reconocido plenamente por Dios, (Dios actuando entre ellos
sobre principios de gobierno conocidos); en segundo lugar, un pueblo rechazado
por un tiempo (siendo confiado a los Gentiles el poder soberano en la tierra –
véase Isaías 39, Oseas 1:9). Este último período da forma a "los tiempos
de los gentiles." (Lucas 21:24).
Me limito, por el momento, a los Judíos. Dios,
mientras Él pudo, en cualquier modo, reconocer a Su pueblo, se dirigió
directamente a ellos. Hasta la época de Nabucodonosor, el trono y la presencia
de Dios estuvo en medio de Israel. Desde aquel período, el poder soberano en la
tierra dejó de ser ejercido de manera inmediata por Dios y fue confiado al
hombre, entre aquellos que no eran Su pueblo, en la persona de Nabucodonosor.
(Daniel 2). Este fue un cambio de importancia inmensa, tanto con respecto al
gobierno del mundo, como con respecto al juicio de Dios sobre Su pueblo. Ambas
cosas muestran el camino a los grandes objetivos de la profecía desarrollados
al final — la restauración, a través de la tribulación, de un pueblo rebelde, y
el juicio de un incrédulo y apóstata jefe Gentil del poder. No obstante, la
relación anterior de Israel y las naciones es dejada afuera; pero debemos
introducir otro punto de suma importancia para el desarrollo de esto.
Hemos visto que Israel, como entre la nación y
Jehová, había sido infiel, y la palabra Icabod fue escrita sobre ella (1º.
Samuel 4: 21, 22); el arca de Dios, Su gloria y la fuerza en Israel, fue
entregada en manos del enemigo; los enemigos fueron dejados en la tierra por la
infidelidad de ellos. Pero Dios entra, en gracia soberana, y levanta a David,
figura de Cristo, el cual fue del linaje de él según la carne, rey de Israel en
gracia y liberación. Al surgir el mal en sus descendientes, la mayor parte de
Israel se rebela contra el rey de su familia: dos tribus se quedan, y un
remanente de ellos es traído de regreso desde Babilonia, Cristo es presentado y
rechazado. Por tanto, dos cosas brindaron la ocasión para el juicio de Israel —
idolatría y rebelión contra Jehová, y el rechazo de Cristo.
Habiendo sacado a la luz este segundo terreno de
juicio, yo lo dejo por el momento, para considerar el terreno anterior, la
rebelión contra Jehová. Israel debiera haber sido el testimonio de la bienaventuranza
de estar en una relación semejante con el Señor. "¡Dichoso el pueblo a
quien así sucede; sí, dichoso el pueblo cuyo Dios es Jehová!" (Salmo
144:15 - VM). Israel, por el contrario, aprendió las costumbres de los paganos;
sí, se volvieron más corruptos que ellos, y el Señor permitió que las naciones
circundantes los atacaran y los afligieran. Esto tuvo su pleno desarrollo en
las diez tribus; la tribu de David, levantada en gracia, siendo por un tiempo
un apoyo para Judá. Aunque todas las naciones circundantes tuvieron su parte en
estos ataques, la principal en cuanto a resultado fue Asiria (o Asur). Por
consiguiente, al final, este poder triunfa enteramente contra Israel e invade
Judá, defendiendo el Señor defendiendo al final sólo a Jerusalén, donde el hijo
de David era un sostén en justicia. Aun así, si Israel había merecido todo este
castigo, estas varas de castigo habían despreciado, en su animosidad, al Señor,
a Su pueblo, y a Su trono. Asiria, especialmente, se había exaltado a sí misma
contra Aquel que la despedazó con esto. Por eso, ellos mismos se convirtieron
en los objetos del juicio destructor.
Todos estos elementos se encuentran al final,
aunque tienen un cumplimiento histórico parcial con Nabucodonosor ejecutando el
juicio en aquel tiempo. Las naciones invadirán el país. El Asirio, en
particular, será el azote de Dios cono un torrente desbordante, y tendrá lugar
el doble acontecimiento; primero Judá y Jerusalén, luego (por medio de un
ataque antes del fin [*] — demostración de su aplicación al final) todo el
pueblo será abrumado; pero después, cuando el Verdadero Hijo de David estará
allí, y la tierra será verdaderamente la tierra de Emanuel, Jerusalén será
preservada y todas estas naciones serán juzgadas. Jerusalén las hollará como
gavillas en la era. Estas vastas circunstancias abren, bajo la enseñanza de
Dios, una vasta cantidad de profecías de las cuales Isaías presenta el curso
más completo y ordenado, ocupándose, otros profetas, de diversas partes de
dicho curso.
[* Habrá dos ataques. Jerusalén será hollada por el
primero; en el
segundo, Cristo estará allí, y tiene lugar el juicio. Isaías y Zacarías son
claros en cuanto a esto.]
Pero nosotros sabemos que la familia de David,
en sí misma, habiendo sido colocada responsablemente sobre el Trono del Señor
en Jerusalén, fue infiel, y el pecado de Manasés (2º. Reyes 21), hizo que el
gobierno de ellos fuese insoportable para Jehová. Judá fue quitado de Su vista,
tal como Israel lo había sido. Pero entonces, ¿qué quedó del ámbito del
gobierno directo de Dios en base a una ley dada? Nada. Su gloria dejó Jerusalén
y la tierra, pues ella había llenado el templo de Jerusalén. (véase Ezequiel
10). Este juicio fue, entonces, de un carácter y de una importancia de mucho
más peso. Este juicio sacó el gobierno de Dios de sobre la tierra, y confió el
poder a la cabeza de los Gentiles. Israel fue desechado por un tiempo. Pero a
Judá, providencialmente restaurado de una manera parcial, le fue presentado el
Mesías, pero, como hemos visto, ellos Le rechazan, declarando que no tienen más
rey que César. (Juan 19:15). Esto situó a Judá bajo el poder Gentil, no sólo
como un castigo por su rebelión contra Jehová en la persona de su Rey y del
linaje de David, sino sobre el terreno de su propio rechazo del Mesías
prometido y el hecho de asumir al Gentil como cabeza de ellos.
En consecuencia, esto tiene también su
cumplimiento en el juicio de los últimos días. La parte Gentil especial de ello
apenas se alude en los profetas, los cuales se dirigen a Israel como siendo más
o menos reconocido. Ello es el tema de Daniel y, podemos añadir, del
Apocalipsis, por una razón que añadiremos ahora mismo. En los últimos días,
Judá es visto en la profecía bajo la opresión de la cabeza del poder Gentil,
engañado y oprimido por un falso Cristo. Pero Dios considera aún a Israel como
Suyo, habiéndolo hecho pasar a través de la más profunda tribulación. Aquellos
que, por medio de la gracia, se aferran al Señor, invocan Su nombre, y reciben
la palabra del Espíritu de Cristo, en lugar de unirse a la idolatría con los
Gentiles y su jefe, serán librados. Y el poder apóstata Gentil y el falso
profeta serán juzgados.
Otro elemento se introduce aquí. Por el rechazo
de los Judíos, como sabemos, entró el Cristianismo. Pero ¡es lamentable! el
hombre fue tan infiel aquí como lo fue en el Judaísmo. El misterio de iniquidad
se puso en acción temprano en el tiempo de los apóstoles, resultando en una
apostasía, y los diez reyes del mundo Gentil peleando con el Cordero.
(Apocalipsis 17: 12-14). En una palabra, una apostasía pública en el ámbito de
la profesión Cristiana y la revelación del hombre de pecado, la guerra abierta
de la bestia y los reyes asociados con él contra el Señor, entraron como un
elemento de los acontecimientos de los últimos días, completando el carácter y
la descripción del poder Gentil, que había tomado el lugar del trono de Dios en
Jerusalén, y a quien Él había confiado la autoridad en el mundo. Esto, con sus
antecedentes, es lo que proporciona el Apocalipsis del volumen profético.
El resultado de la destrucción de este poder,
así como también el del Asirio y el de otras naciones, es el establecimiento de
Israel en la tierra en bendición bajo Cristo, siendo restablecido así el trono
del Señor en seguridad en Jerusalén. La destrucción del poder Gentil no llega
enteramente hasta este último período. Por eso es que Daniel, el cual trata
acerca del período de poder Gentil, jamás habla del milenio. Se hace que él
llegue sólo hasta la liberación, y se detenga allí. El efecto de la destrucción
del poder Gentil es reunir al Señor, Jerusalén e Israel, y luego viene el
juicio del Asirio y de los varios enemigos que se han levantado contra el Señor
y Su pueblo. Esto introduce el reinado pleno de la paz. [*] La relación de
ellos con Israel ha llevado, en muchos aspectos, a la anticipación de lo que se
refiere a los Gentiles. No obstante, será bueno hablar también de ellos.
[* Con respecto a Israel, el efecto moral es este. Para
salvarlos del
azote abrumador (o "turbión del azote"), Judá, que había rechazado a
Cristo, se asociará con el Anticristo y con los Gentiles apóstatas, e incluso
se unirá en la idolatría; pero el azote, sin embargo, pasará. Un remanente,
despreciado, sufriente, y rechazado,
retrocederá ante esto, reconocerán a Jehová, y crecerán gradualmente en
más luz, pero en medio de tal angustia como jamás la hubo. Cuando toda
esperanza es excluida y el enemigo esté llegando nuevamente ensoberbecido, el
Señor aparecerá y los salvará, y se ocupará de ellos contra todos sus enemigos.
Con respecto a las diez tribus, a lo menos el gran cuerpo
de ellas, su historia no será esta. Habiendo
determinado ser semejantes a los Gentiles, Dios no la ha permitido; ellas no
están bajo el Anticristo, ni extirpadas en la tierra, sino que son llevadas, al
igual que Israel saliendo de Egipto, bajo la vara de Dios, y los rebeldes son
extirpados de modo que no entran. Israel y Judá estarán, entonces, bajo Una Cabeza,
la cual reunirá de todas partes a cualquiera dejado en diversas tierras.]
En la Escritura tenemos un carácter doble de los
Gentiles, como ya se habrá visto: la oposición de ellos al pueblo de Dios
cuando ellos tenían este carácter, a lo menos externamente; y la soberbia, y la
rebelión, y la opresión de ellos ejercida hacia los que habían llevado el
nombre de Su pueblo, cuando el poder les fue dado por parte de Dios. La
diferencia de estos dos estados fue grande. Hasta el tiempo de Nabucodonosor,
varios reinos y naciones fueron reconocidos como tales en el gobierno
providencial de Dios, aunque dejados, moralmente, enteramente a ellos mismos,
siendo su existencia el fruto de Su propio juicio en Babel.
Israel era el centro de este sistema general.
Siendo reconocido como Su pueblo ("A vosotros solamente he conocido de
todas las familias de la tierra." Amós 3:2), habiendo el Señor establecido,
al separar los hijos de Adán y al asignar a las naciones su herencia, los
límites del pueblo según el número de los hijos de Israel (Deuteronomio 32:8). Pero
Israel, habiendo fracasado en esta posición, y las naciones, Asiria
especialmente, habiendo sido culpables de lo malo, Dios juzga a todos ellos,
porque "Al cetro de mi hijo lo desprecia como a cualquier vara…"
(Ezequiel 21:10 – BTX), y, ¿Cómo puede subsistir lo demás? Todo el orden
gubernamental es desechado, y con Israel se pierde la independencia de todas
las naciones; dondequiera que habiten los hijos de los hombres, el dominio de
Adán es colocado en las manos de la cabeza de los Gentiles. De todas estas
naciones, que existieron con anterioridad a Nabucodonosor (además de lo cual
Isaías 18 se refiere a algún pueblo no identificado fuera de sus límites, y
Ezequiel introduce al norteño Gog en su incursión en los últimos días), la
historia y el juicio en los últimos días son presentados en los profetas; y se las
encuentra, En una u otra manera, hostiles para con Israel, y reunidas contra
Jerusalén en el último día. En general, encontramos que Zacarías 12 y 14,
Isaías 30, Miqueas 4, y otros pasajes, revelan la reunión de las naciones
contra Jerusalén. Pero estos pasajes revelan también que ella es tomada una
vez, y no una segunda vez, porque el Señor está allí y la defiende. Las
naciones mismas son juzgadas. En esto, la soberbia arrogante de las naciones es
quebrantada, así como la de Israel, (que, excepto el remanente, ha buscado
ayuda lejos de Dios, y ha sido quebrantado y oprimido) es derribado por sus
propios juicios. E independiente de la manera en que las naciones pueden
haberse exaltado, se las encuentra inclinándose ante la soberanía y el poder de
Dios, y reconociendo que Él está en medio de Israel, a quien ellas habían
despreciado. Los que se libren reconocerán a Jehová en Sion cuando Él haya aparecido
— Sion establecida en paz por la presencia de Jehová.
Esa es la historia de las naciones, como tales,
pero la estatua (o las bestias) es, además de todo esto, una historia clara,
como hemos visto, y también un claro tema profético. El hombre utilizó el poder
que Dios le confió para exaltarse a sí mismo contra Él, para oprimir a Su
pueblo y para hollar Su santuario. Y esto no fue todo: la última bestia en
particular, ensangrentó sus manos (vanamente lavadas delante de los hombres) en
la sangre inocente del Hijo de Dios, y se asoció así con la parte apóstata del
pueblo Judío.
¡Lamentablemente! esto no fue todo. El misterio
de iniquidad obrando en medio de la iglesia llevó allí la apostasía, y malos
hombres, que entraron encubiertamente, sacaron a la luz el carácter peculiar de
aquellos que van a ser juzgados por Cristo en Su venida (o manifestación) en el
día postrero. Esta apostasía brindó la ocasión al surgimiento del hombre de
pecado, la expresión plena de la perversidad del corazón humano bajo todo el
poder de Satanás. No reconociendo a Dios alguno, haciéndose pasar por Dios,
engañando como un falso Cristo mediante señales y prodigios; ese es el fin
religioso del hombre dejado a sí mismo; todo esto asociado con, y manteniendo,
el poder público de Satanás en la tierra. Tal es el último carácter del poder
de los Gentiles allí donde el Cristianismo había sido introducido. Este poder
tendrá, de inmediato, una forma Gentil atea y apóstata, creciendo de, y
acompañado por, formas Cristianas apóstatas. Los últimos actos rebeldes y de auto
exaltación de poder en Jerusalén harán descender la ruina sobre el jefe y sus partidarios
por la manifestación del Señor Jesús. A partir de allí, seguirá a continuación
aquello de lo que ya hemos hablado — la toma del poder real en Israel por el
Señor Cristo, y la destrucción de todos los enemigos que se habrán reunido
contra Él.
Aquí es donde encontramos a la iglesia en la
profecía. Una vez celebradas las bodas del Cordero con la iglesia que ya ha
ascendido a lo alto, los santos vienen con el Señor sobre el caballo blanco a
la destrucción triunfal de la bestia y del falso profeta. Y la iglesia es vista
entonces en su relación con la tierra en bendición, como la Jerusalén celestial
(Apocalipsis 19 - 21): contraste sorprendente con la relación corrupta y
corruptora de Babilonia con los reyes de la tierra, que finaliza en que las
naciones y la bestia la aborrecen y la destruyen.
En esta escena de ayes, que precede a la
destrucción de la bestia, encontramos en los profetas un remanente de Judíos,
los cuales, en la profundidad de su angustia, recurren y aprenden a recurrir
más y más, a Jehová, siendo animados y enseñados por el Espíritu profético de
Cristo. A esto es aplicable al cuerpo completo de los Salmos, presentándonos,
además de la compasión de Cristo por ellos, las varias expresiones de ello. Isaías
65 y 66 se extienden acerca de este remanente. Otra circunstancia de la cual
habla la profecía debe ser mencionada aquí. Antes de la ejecución de un juicio,
habrá dentro del círculo del mal especial, y afuera de él, un testimonio de
Dios. Estos no deben ser confundidos. En la primera mitad de la última semana
de Daniel, habrá un testimonio rendido al Dios de la tierra. La bestia,
levantándose en su última forma, pondrá fin a esto, añadiendo esto a sus otras
iniquidades, para agradar a los hombres y proseguir su carrera de maldad
incontrolada. Durante la última media semana no hay ningún testimonio, salvo el
rechazo a adorar la bestia. Habrá, a la vez, un testimonio del reino que viene,
enviado entre las naciones, para que todos los que tienen oídos para oír,
puedan, por medio de la gracia, escapar del juicio venidero. Esto da ocasión al
juicio de Mateo 25. Para esto el lector puede consultar Mateo 24:14;
Apocalipsis 14; Salmo 96.
El resultado será el establecimiento pleno de lo
que estaba ensombrecido, o más bien de lo que estaba relacionado con la
responsabilidad del hombre, en la condición previa — a saber, la bendición
plena de ese pueblo y el trono del Señor en Jerusalén; pero se añade allí lo
que estaba en sombras en el poder Gentil—el dominio pleno del Hijo del Hombre
sobre el mundo. Queda por añadir, que la profecía el Antiguo y el Nuevo
Testamento declara igualmente que Satanás será atado, lanzado desde lo alto
(desde donde él ha corrompido incluso el bien que Dios ha colocado en manos de
los hombres), y de la tierra poco después. Él es encerrado en el abismo
insondable, y la bendición del mundo es ininterrumpida hasta que es soltado
nuevamente. Aun entonces no parece que los santos sufrirán. Ellos estarán
reunidos aparte de los que son seducidos. El juicio de los muertos sigue a
continuación, y los cielos nuevos y la tierra nueva, el reino intermedio finalizado
y entregado, y la familia del postrer Adán disfrutando de la plena bendición
eterna adquirida para ellos por su Cabeza.
J. N. Darby
Collected Writings Volume 11, Prophetic 4.-
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.- MAYO/JUNIO 2014.-
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