CARTA
DE UN AÑOSO DISCÍPULO
A UNA
HERMANA 'JOVEN EN EL SEÑOR'.
A. Miller.
Bible Treasury Vol. N2 p. 174.
He recibido
debidamente su atenta y cariñosa nota. Dicha nota fue muy bienvenida y muy
aceptable. Y ahora estoy mostrando mi
disposición para, a lo menos, responder a su deseo, aunque no soy nada parecido
a un escritor de carta. Pero he pedido al Señor que me dé una palabra para
usted, y Él nunca deja de hacerlo. Aun así, yo soy tan pobre y débil, que
aunque Él pueda darme amablemente una palabra, y presente una dulce y
provechosa línea de verdad para que la aplique, yo la puedo estropear en el
detalle.
La carne
procura inmiscuirse siempre, y si se le permite entrar y mostrar lo que puede
decir y hacer, la buena obra del Espíritu se estropeará. De ahí la necesidad,
mi querida hermana 'joven en el Señor', de vigilancia y oración constantes.
El bendito
Jesús es nuestro ejemplo perfecto en esto — velando y orando, cuando la sombra
profunda y oscura del Calvario adquiría espesor a Su alrededor. Él se separó de
Sus discípulos, para que pudiese ofrecer "ruegos y súplicas con
gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, [y] fue oído a
causa de su temor reverente." (Hebreos 5:7).
Velando Él
vio
y anticipó todo lo que estaba por acontecer. Mediante la oración Él pasó a
través de todo ello antes de que sucediera, en espíritu con Su Padre. De modo
que cuando la prueba profunda llegó en realidad, Él estuvo perfectamente
preparado para ella, habiendo pasado de antemano a través de ella en profunda y
bienaventurada comunión con Su Padre.
De ahí la
hermosa tranquilidad de alma que Él manifestó en la presencia de Sus enemigos.
Con esa dignidad sublime Él se encuentra con Judas, con los alguaciles, con los
principales sacerdotes, con la multitud, etc. En la tranquila entereza de Uno
que pudo decir con veracidad, "no se haga mi voluntad, sino la tuya"
(Lucas 22:42), y que buscó sólo la gloria del Padre, Él pudo decir, "¿A
quién buscáis?" "Yo soy." (Juan 18: 4, 5). ¡Oh, qué majestad y
santo coraje, combinados con una sencilla dependencia candorosa en Su Padre en
el cielo!
Mientras más
profunda la prueba, más espesas las tinieblas, más pesados los padecimientos,
Él sólo se somete más profundamente a la voluntad de Su Padre, y se entrega más
enteramente a Él. Él tuvo plenamente en cuenta la gloria del Padre, la
salvación de los hijos; lo que lo llevó a mirar más allá de la hora y el poder
de las tinieblas a la mañana sin nubes cuando las incontables multitudes de
corazones redimidos rodearán Su bendita Persona, latiendo con perfecto amor y
gozo sin fin a Su Nombre siempre bendito, en la resplandeciente y eterna
refulgencia de la gloria del Padre.
¡Alabado sea
el Señor que murió para salvarnos; alabado sea Su Nombre por siempre amado!
Este, mi querida
hija en el evangelio, es su único ejemplo seguro y perfecto, mirar a Jesús si
el gozo y el dolor están ante usted. Antes de que ello suceda realmente, procure
pasar por todo eso en secreto con el Señor, de modo que no pueda usted ser tomada
por sorpresa y sacada de su vigilancia
cuando sea llamada a entrar en la escena. Si usted ha pasado, en espíritu, por
la prueba con el Señor en privado, Él estará con usted y le llevará a través de
ella en público paras Su gloria; y eso es todo por lo que usted tiene que
preocuparse.
Lea primero
la
escena en el huerto (Getsemaní) tal como es descrita por Mateo (Mateo 26: 36-56),
Marcos (Marcos 14: 32-50) y Lucas (Lucas
22: 39-53), y luego añada el relato de Juan (Juan 18: 1-11). Cuando Cristo
estuvo velando y orando, los discípulos estuvieron durmiendo. ¡Ah, qué lección!
La somnolencia y la confianza en sí mismo caracterizaron al audaz y afectuoso
Pedro; la perfecta sujeción a Dios, y la sencilla dependencia en Él,
caracterizaron al dependiente "Hijo del Hombre." Pero cuando llegó la
hora del conflicto, ¿quién estuvo solo en la lucha? Los que no habían velado ni
orado no estaban preparados; por lo tanto, todo ellos Le abandonaron y huyeron.
Ninguna persona estuvo con Él. ¡Ah, qué lección práctica obtenemos aquí!
Y ahora, hija
mía, habiendo transcurrido un año desde su conversión, permítame preguntarle,
¿Ha aprendido usted (cuando sabe, siente o teme que alguna prueba o dificultad
le sobreviene) a retirarse para estar a solas y a poner todo delante del Señor,
y en verdadera, dulce, y bienaventurada comunión con Él repasarlo todo, expresarlo
todo, en toda su extensión, honrando así al Señor mediante el hecho de velar y
orar, sabiendo que Él le honrará, a usted que depende de Él, cuando llegue la
dificultad, o evitando completamente que ella llegue? ¡Oh! que diferente sería
nuestro andar y nuestro testimonio, nuestra exhibición práctica de Cristo, si
orásemos o velásemos así. El propio Señor bendito, mi querida Cristiana recientemente
convertida, le enseña eficazmente por medio de Su bendito Espíritu; ya que yo,
en cierta medida. Me siento avergonzado por hablar acerca de cosas que yo he
realizado tan poco. Pero el Señor es muy paciente, Él me ha soportado por largo
tiempo. Yo sé, y eso es mucho saber, que Su sangre preciosa lava de todo pecado.
Dos cosas me hacen feliz:
1. He sido lavado con la sangre de
Cristo (Apocalipsis 1:5).
2. He sido hecho justicia de Dios en Él
(2ª. Corintios 5:21).
Por lo tanto, soy apto para estar en la
santa presencia de Dios sin un velo, allí donde hay plenitud de gozo y delicias
para siempre (Salmo 16).
Declaro esto para que lo intente usted
en el mismo terreno. Obviamente usted está precisamente en el mismo terreno:
así está todo creyente; pero no todos lo saben, debido a que se miran ellos
mismos.
Que pueda usted ser guardada, mi
querida hija en la fe, viviendo, andando, y actuando en la santa presencia de
nuestro Dios y Padre, con un ojo sencillo y un corazón no dividido para gloria
de Su Hijo, su Salvador viviente, por el poder divino del Espíritu Santo.
Con mucho amor en Cristo,
respetuosamente en los vínculos inmortales del siempre bendito evangelio.
A. MILLER.
Londres, 1º. De Junio, 1855.
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio
2014.-