LA
CASA DE DIOS
descrita a través de las Escrituras.
E. Dennett.
Reimpreso de la revista "'The Christian Friend
and Instructor", Broom.
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles
(""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995,
1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989
(Publicada por Editorial Mundo Hispano)
RVR1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada
por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
CONTENIDO
El Tabernáculo en el Desierto
El Templo de Salomón
El Templo después del Regreso de
Babilonia
La Iglesia: Hechos 2
La Iglesia edificada por el Hombre: 1ª.
Corintios 3
El Aspecto Final de la Iglesia: Efesios
2: 19-22; Apocalipsis 21: 2, 3
4.
La Iglesia
Hechos 2.
Ya hemos trazado la historia de la casa
de Dios desde Éxodo hasta la conclusión de la dispensación Mosaica. Sin
embargo, durante la vida de nuestro Señor en la tierra hubo premoniciones del
cambio que venía. Hablando a los Judíos Él dijo, "Destruid este templo, y
en tres días lo levantaré…Mas", el evangelista nos dice, "él hablaba
del templo de su cuerpo." (Juan 2: 19, 21). Además, Él dijo a Pedro,
cuando él confesó que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, "Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi
Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre
esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella." (Mateo 16: 16-18). Si pasamos ahora al día de Pentecostés, veremos
que Dios comenzó en aquel entonces a morar en la tierra de una manera nueva y
doble: "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual
llenó toda la casa donde estaban
sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,
asentándose sobre cada uno de ellos. Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen." (Hechos 2: 1-4).
Ahora bien, esto tuvo lugar según la
expresa promesa del Señor a Sus discípulos: "He aquí, yo enviaré la
promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto." (Lucas
24:49). Y además, Él "les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan
ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu
Santo dentro de no muchos días." (Hechos 1: 4, 5). Entonces el Espíritu
Santo descendió en Pentecostés conforme a la palabra del Señor, y el resultado
fue que Dios hizo Su templo por el Espíritu en el creyente individual (véase
asimismo 1ª. corintios 6:19); y que Él hizo Su habitación con los creyentes de
manera colectiva, tal como Pablo escribe a los Efesios, "vosotros también
sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu." (Efesios
2:22). Por lo tanto, los creyentes eran ahora, tal como su Señor había sido
mientras estuvo en la tierra, el templo de Dios, y la casa de Dios, la cual es
la iglesia del Dios viviente, fue ahora formada. Es esta última verdad la que
va a ocupar nuestra atención, y con este objetivo nos proponemos examinar más
detenidamente la enseñanza de este capítulo (Hechos 2).
Hablando de manera general, nosotros
tenemos tres cosas en esta Escritura — la edificación de la casa de Dios, el
modo de ingreso, y las ocupaciones de aquellos que están adentro, o, para ser
más precisos, de aquellos que la forman.
1. La
edificación de la casa. Nosotros leemos con respecto al templo de Salomón que,
"la casa, mientras se edificaba, se construía de piedras preparadas en la
cantera; y no se oyó ni martillo ni hacha ni ningún instrumento de hierro en la
casa mientras la construían." (1º. Reyes 6:7 – LBLA). Lo mismo se ve con respecto
a la casa de Dios cuando fue edificada en Pentecostés. Los discípulos estaban
todos juntos en un mismo lugar; ¿y quiénes eran ellos? Ellos eran los ciento
veinte mencionados en el capítulo anterior, todos los cuales (porque Judas ya
no formaba parte de la compañía, habiéndose desviado para irse al lugar que le
correspondía), eran piedras vivas que por la gracia de Dios habían sido
llevadas a estar en contacto salvador con Cristo, y hechos así partícipes de la
vida eterna. Y el mismo poder divino que los había salvado por medio de la fe
en el Señor Jesús, los reunió en este día, y los colocó silenciosamente en sus
lugares designados sobre la única piedra fundamental para formar la habitación
de Dios en la tierra por el Espíritu. El edificio fue erigido así. Cristo,
según Su palabra, había edificado Su iglesia, y la había preparado para su
Habitante divino.
Por eso, como cuando Moisés hubo
completado el tabernáculo, y también como cuando Salomón hubo terminado el
templo, la gloria de Jehová llenó la casa de Dios (Éxodo 40; 2º. Crónicas 5),
así también aquí, "de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara
un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados." (Hechos
2:2 – RVA). Dios tomó, de manera manifiesta, posesión de la casa que había sido
erigida aquel día. Otros podrían entrar y de hecho serían introducidos, para
formar parte de la casa ("Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que
habían de ser salvos." (Hechos 2:47)); pero aun así la casa fue edificada.
Por lo tanto, el apóstol pudo decir a los Efesios, "vosotros también sois
juntamente edificados, para morada de Dios por el Espíritu" (Efesios 2:2 –
RVR1865); y a los Corintios, "vosotros sois el templo del Dios
viviente." (2ª. Corintios 6:16). En este aspecto la casa de Dios es
contemplada siempre como estando completa, y sin embargo otros creyentes son
continuamente introducidos para ocupar sus lugares designados en el edificio.
Esto será entendido de inmediato si por un minuto nosotros cambiamos el término
y usamos "iglesia" en lugar de "casa."
Y el hecho de que el propio Señor contempló
la casa como estando ahora edificada se ve de la conexión entre el segundo y el
tercer capítulo de Hechos. Al principio de Hechos 3 nosotros leemos acerca de
Pedro y Juan subiendo juntos al templo a la hora de la oración; pero el Señor
tenía para ellos una lección, así como para nosotros, en lo que les ocurrió por
el camino. Había un hombre cojo de nacimiento, el cual llevaban y ponían
diariamente, no adentro, sino a la puerta del templo, para pedir limosna a los
que entraban para orar y adorar. Él pidió limosna a Pedro y Juan, los cuales
estaban, al igual que muchos otros, a punto de entrar en el templo. El Espíritu
de Dios usó la circunstancia guiando a Pedro a sanar al hombre cojo, como un
testimonio rendido al poder del Cristo resucitado, para enseñanza del apóstol y
nuestra. El hombre, repítase, está afuera del templo, y fue allí — afuera —
donde él recibió la bendición. La nueva casa de Dios había sido formada recién,
y el Espíritu Santo testifica ahora que la bendición está afuera de la casa
vieja y en relación con la nueva, una lección que Pedro y Juan podían no haber
logrado aprender en el momento, pero una que ha sido escrita para la
edificación de todos aquellos cuyos ojos han sido abiertos por el Espíritu de
Dios. Sí, en efecto, allí en Jerusalén, y en el día de la fiesta, sin sonido
alguno de martillo o hacha o ningún otro instrumento de hierro, en medio de una
generación incrédula, y mientras el templo de Herodes estaba allí delante de
sus ojos, y era el objeto de la veneración de los corazones carnales de ellos,
el verdadero Salomón había edificado Su Iglesia de piedras preciosas, cuyos
lustre y hermosura sólo podían ser apreciada por Aquel que las había colocado
en su lugar designado sobre la principal piedra del ángulo.
Se ha de recalcar también que aquí
solamente había piedras vivas, en consideración que la casa en este capítulo es
edificada por el propio Señor (versículo 47). Hasta aquí, por tanto, el cuerpo
de Cristo, aunque la revelación de esta verdad estuvo reservada hasta otro día
— hasta que su ministro designado hubiese sido llamado y calificado— y la casa
de Dios son coincidentes. Es decir, cada piedra de este edificio era también un
miembro del cuerpo de Cristo, aunque esto aún no se entendía; porque en este
día, incluyendo las tres mil almas que se arrepintieron bajo la poderosa
operación del Espíritu Santo a través de la predicación de Pedro, ni una sola de
ellas fue introducida que no estuviese realmente convertida. Todos eran
creyentes genuinos. Fueron los que recibieron
la Palabra los que fueron bautizados, y fueron los del mismo carácter a quienes
el Señor añadió después diariamente. Este hecho debe ser claramente puesto de
manifiesto, y firmemente mantenido.
2. Habiendo sido edificada la casa de
Dios, nosotros encontramos muy claramente indicado el modo mediante el cual las
almas habían de ser introducidas en ella. Un sencillo comentario puede quizás
despejar una dificultad para algunos antes que abordemos esta parte de nuestro
tema. A menudo se asume apresuradamente que Dios introduce almas secretamente,
por así decirlo, a Su
casa; es decir, que si Él convierte un alma, esa alma es introducida de ese
modo a Su habitación en la tierra. Cambiemos entonces por un momento el término
"casa" por una 'compañía de creyentes', porque recuerden que es la
compañía de creyentes que tiene una existencia muy clara y separada en Hechos 2
la que forma la casa de Dios, y podemos preguntar entonces, ¿un alma que ha
nacido de nuevo es introducida de ese modo en la compañía de creyentes? NO,
dicha alma puede ser desconocida para ellos, y en ese caso no podría decirse
que sea uno de ellos. Otra cosa es que Dios conozca a un tal como siendo un
creyente; pero el asunto es, como hemos visto, con respecto a la habitación de
Dios en la tierra. Y en vista de que
ella está en la tierra, hay, como veremos también, un modo designado de incorporación
a la compañía que compone esta habitación.
Consideremos en primer lugar las
diferentes clases de personas que nos son presentadas. Están los ciento veinte
que en este día han constituido la Iglesia — la asamblea de Dios. Están los
Judíos que estaban cerca — los "judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo" (Hechos 2:5), a quienes Pedro predicó después.
Luego, por último, estaban aquellos a quienes Pedro se refiere en su discurso —
"todos los que están lejos", un bien conocido término Escritural para
referirse a los Gentiles. Tenemos, entonces, esta triple división que el
Espíritu de Dios hace en otra parte — la Iglesia, los Judíos, y los Gentiles
(1ª. Corintios 10:32), una representación, por tanto, del mundo entero.
Ahora bien, fue en relación con este
círculo más cercano, esta compañía central, la iglesia de Dios, que Pedro,
poniéndose de pie con los once, rindió este testimonio a Cristo. Las
manifiestas operaciones del Espíritu — manifiestas incluso para los Judíos
incrédulos — habían producido perplejidad en las mentes de algunos, y para otros
llegó a ser una ocasión para el escarnio y la burla. Pedro entonces, guiado por
el Espíritu Santo, se dirigió a la multitud que se reunió. En primer lugar, él
explicó, a partir de las Escrituras, el carácter de las manifestaciones que
ellos habían presenciado (Hechos 2: 16-21); luego, él testificó de "Jesús
nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios
y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos
sabéis." Les habló del consejo de Dios en cuanto a Su muerte, y la
iniquidad de ellos en Su crucifixión; de Su resurrección, que había sido
predicha en sus propias Escrituras, y de lo cual Pedro y los que estaban con él
eran testigos (Hechos 2: 22-32). Entonces él concluyó con estas palabras
notables: "Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del
Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies.
Sepa, pues, ciertísimamente toda la
casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha
hecho Señor y Cristo." (Hechos 2: 33-36).
Este fue un testimonio muy claro. Jesús
de Nazaret, rechazado y crucificado por el hombre, había sido resucitado de los
muertos, exaltado a la diestra de Dios, y hecho Señor y Cristo. ¡Qué contraste
entre el pensamiento de Dios y el pensamiento del hombre! ¿Y qué podía
demostrar más claramente la culpabilidad y la condición del hombre?
Verdaderamente la cruz de Cristo lo puso todo a prueba, y no solamente expresó
lo que había en el corazón de Dios, sino también lo que había en el corazón del
hombre. Este testimonio de Pedro tocó profundamente las conciencias de los que
oían, y, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los otros apóstoles,
"Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y
para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare." (Hechos 2: 37-39). Ahora bien, es la respuesta a
estos Judíos arrepentidos lo que requiere nuestra cuidadosa atención. Había que
hacer dos cosas en aquel entonces, y como consecuencia de ello dos bendiciones
iban a ser recibidas. Ellos debían arrepentirse, y ser bautizados en el nombre
del Señor Jesús. Supongamos por un minuto que estos Judíos se habían
arrepentido verdaderamente, y aun así rechazaran ser bautizados en el nombre
del Señor Jesús. ¿No es evidente, en vista de esta Escritura misma, que en un
caso tal, cualquiera que hubiese sido el estado de corazón de ellos delante de
Dios, y a pesar de que ellos pudiesen haber nacido de nuevo verdaderamente,
ellos no podían haber sido recibidos a la compañía de creyentes que estaba ante
ellos — no es evidente que, en otras palabras, ellos no podían haber sido
introducidos en la casa de Dios en la tierra? Porque, ¿qué implicaba su
bautismo en el nombre de Jesucristo? "¿O no sabéis", dice el apóstol
Pablo, "que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte?" (Romanos 6:3).
Ello sería, por lo tanto, no solamente
creer el testimonio concerniente a Su muerte, resurrección, y lugar actual a la
diestra de Dios, sino que sería también la identificación de ellos con Él en Su
muerte; de modo que, aceptando la muerte para ellos mismos, se disociarían así,
en figura, del hombre, y serían llevados al terreno de asociación con la muerte
de Cristo, para que de aquel momento en adelante ellos mismos aceptarían el
lugar de estar muertos — muertos con Cristo — en este mundo. Por consiguiente,
el apóstol pudo escribir a los Colosenses — "si habéis muerto con Cristo… ¿por
qué, como si vivieseis en el mundo?"
etc. (Colosenses 2:20). Y esta muerte con Cristo es el terreno Cristiano, y en
vista de que el bautismo es el modo de ingreso divinamente designado de entrar
en él, no hay, por lo tanto, ninguna otra manera de entrar en la casa de Dios
en la tierra. Por consiguiente, era necesario que estos Judíos se arrepintiesen
y fuesen bautizados en el nombre del Señor Jesús. Lo primero sería producido
por el Espíritu de Dios obrando a través del testimonio que ellos habían oído; mediante
lo segundo ellos serían separados públicamente de la nación que había
crucificado al Señor Jesús — desde ese momento dejarían de ser Judíos, y serían
llevados a formar parte del número de aquellos que eran sus seguidores en la
tierra; y estos, como hemos visto, componían la casa de Dios.
Tras el arrepentimiento y el bautismo
de ellos se prometían dos bendiciones. La primera era el perdón de los pecados,
y la segunda era la recepción del Espíritu Santo. Estas dos cosas están
relacionadas, tal como una o dos palabras mostrarán. Nosotros entendemos que el
perdón de los pecados es aquello que los apóstoles fueron facultados para
administrar ante el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro señor
Jesucristo. Ante la profesión de esto, y siendo bautizados en el nombre de
Jesucristo, no solamente se accedía al perdón de los pecados como estando
delante de Dios, relacionado por Él con el arrepentimiento y la fe, sino que ello
era también anunciado con autoridad por sus siervos. (Véase Juan 20:23; Hechos
22:16). Además, estaba el don del Espíritu Santo. Tal como ya hemos dicho,
estas dos cosas estaban relacionadas. En todas partes en las Escrituras el don
del Espíritu Santo es consecutivo al perdón de los pecados. Limpiados por la
sangre preciosa de Cristo (como se ve también en figura en la consagración de los
sacerdotes y la limpieza del leproso (Éxodo 29; Levítico 14), Dios sella (unge)
a los así limpiados con el Espíritu Santo. (Véase Hechos 10; Romanos 5; 2ª.
Corintios 1; Efesios 1, etc.).
Recordemos el orden divino presentado
aquí. Tras el arrepentimiento para con Dios estaba el bautismo en el nombre de
Jesucristo, por medio del cual los así bautizados eran sacados de entre los
Judíos que habían rechazado a su Mesías, y eran introducidos en el número de
aquellos que formaban la casa de Dios. El perdón de los pecados les fue
anunciado por parte de Dios, y ahora, en la esfera donde Dios mora por el
Espíritu, ellos mismos recibieron el Espíritu Santo; y entonces ellos no sólo
eran una parte de la casa de Dios, sino también, tal como vemos acerca de los
discípulos al principio del capítulo (Hechos 2:4), el Espíritu Santo moró en
ellos. Las palabras del Señor a Sus discípulos se cumplieron de esta manera:
"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros, y estará en vosotros.
(Juan 14: 16, 17).
Había aún más en la gracia abundante de
Dios, "porque", Pedro dijo, "para vosotros (vosotros Judíos) es
la promesa (la promesa de estas bendiciones que han sido consideradas), y para
vuestros hijos (estos no iban a ser excluidos), y para todos los que están
lejos (los Gentiles — véase Efesios 2: 11-13); para cuantos el Señor nuestro Dios
llamare." (Hechos 2:39). La Iglesia — la habitación de Dios — habiendo
sido edificada, el don de gracia es anunciado tanto a Judíos como a Gentiles, y
fue anunciado el modo mediante el cual el Judío y el Gentil, en la gracia
soberana de Dios, podían salir de los dos círculos exteriores — círculos que
estaban ambos en el reino de las tinieblas, donde Satanás reinaba — a la nueva
esfera que había sido formada aquel día, donde el Espíritu de Dios actuaba y
moraba.
3. Llamamos ahora a prestar atención,
más brevemente, a las ocupaciones de aquellos que forman la casa de Dios, y
están adentro de ella. Para este propósito podemos añadir un pasaje de 1ª.
Pedro. El apóstol dice, "vosotros también, como piedras vivas, sois
edificados en un templo espiritual, para que seáis un sacerdocio santo;
a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por medio de
Jesucristo." (1ª. Pedro 2:5 – VM). En vista de que Pedro trata acerca del
sacerdocio de los creyentes — el nuevo orden de sacerdotes, el cual toma el lugar
de la familia de Aarón en la tierra — una dignidad que se aplica ahora a todos
los santos sin excepción, él es guiado a señalar la ocupación de ellos con el
sacrificio de alabanza. Ya no se trata de sacrificios de toros o machos
cabríos, sino de sacrificios aptos para la casa espiritual de la cual ellos
formaban parte, así como para los que adoraban a Dios en espíritu y en verdad.
De hecho, ellos debían ofrecer el sacrificio de alabanza a Dios continuamente;
es decir, el fruto de sus labios, dando gracias a Su nombre. La alabanza y la
adoración perpetuas debían ser oídas en esta nueva y espiritual habitación de
Dios. (Compárese con 1º. Crónicas 9:33).
Volviendo al libro de los Hechos,
nosotros tenemos otro aspecto de la ocupación de los santos. La Escritura dice,
"Y continuaban perseverando todos en la enseñanza de los apóstoles,
y en la comunión unos con otros, en el partir el pan, y en las
oraciones." Hechos 2:42 – VM). Ellos perseveraban en conocer el
pensamiento y la voluntad de Dios tal como era comunicada por Sus siervos
(porque en aquel momento no existía ninguna de las Escrituras del Nuevo
Testamento), y por tanto ellos eran llevados al disfrute de la comunión con los
apóstoles (compárese con 1ª. Juan 1:3), en la cual los recién convertidos se
deleitaban en el hecho de encontrarse. Además, ellos se reunían alrededor del
Señor a Su mesa para conmemorar Su muerte, esa muerte que era el fundamento de
todas las bendiciones a las cuales ellos habían sido introducidos; y juntos perseveraban
también en reunirse para derramar sus corazones en oración a Dios.
Al contemplar este hermoso retrato de
la casa de Dios, de la energía del Espíritu Santo produciendo oración y
alabanza constantes, así como obediencia a la Palabra, podemos decir
ciertamente, en el lenguaje del salmista, pero con otro significado, "¡Cuán
amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!... Bienaventurados los que
habitan en tu casa; Perpetuamente te alabarán." (Salmo 84).
E. Dennett
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre/2018.-
Título original en inglés: THE HOUSE OF GOD, by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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