EL DÍA DE LA EXPIACIÓN
Levítico 16
Tiene bastante
importancia ver, y yo aquí, por consiguiente, lo comento al principio, que la expiación difiere sensiblemente de la redención.
En el libro de Éxodo se yergue el gran tipo de la redención, y en Levítico el de la expiación. La verdad en ambos se centra
en la muerte de nuestro Señor Jesucristo. En el Antiguo Testamento la redención fue la liberación de Israel del Faraón y de
Egipto. En Su misericordia, Dios intervino para liberar al pueblo de la casa de servidumbre, y así como la pascua presentó
su terreno justo en la sangre del cordero, así estaba allí la figura de la muerte y resurrección de Cristo en el paso del
mar Rojo, o más bien de la muerte con Cristo, y por lo tanto de la fe viviendo para Dios. Pero esto no es tanto lo que se
enseña en el libro de Levítico, sino más bien un sacrificio por el pecado glorificando
perfectamente a Dios dentro del Lugar Santísimo, y un testimonio al pueblo afuera de que sus pecados fueron confesados y llevados
lejos para no ser recordados nunca más por Él.
En un solo día cada año en Israel se hacía una obra sacrificial que tenía por objeto hacer aptos al pueblo y a los
sacerdotes para sus respectivas medidas de acercamiento a Dios. Ahora era un asunto, no de enemigos, ni siquiera de Israel
siendo liberado, sino de conciliar con la santidad y justicia de Dios a un pueblo culpable e inmundo. ¿Podía Él reconocer,
en relación de vida, a un pueblo con pecados y rebeliones sobre ellos? ¿Estaban ellos completamente incapacitados a causa
de estas inmundicias de venir o a estar en la presencia de Dios en la persona del sumo sacerdote?
La expiación responde a la necesidad de ellos y a Su gloria; porque en ella Dios propuso para ese pueblo mientras estaba
en el desierto - el lugar donde abunda la impureza y los hombres están siempre expuestos a ella - proporcionar un camino digno de Sí mismo y adecuado a ellos por el cual su representante podría acercarse
a Él. Él se propuso a Sí mismo darles un terreno de acceso a Su santuario, y esto de tal forma que no iba a haber ninguna
disminución de Su carácter por una parte y, por otra parte, ninguna negación de la impureza de ellos, pero ambas cosas conocidas
mucho mejor y sentidas más profundamente que antes. Sus males quedaban tan desnudos y exhibidos delante de Dios en ese gran
día como nunca se había presenciado en otro día del año. Pero la misma institución que los exponía, también los cubría, juzgando,
al mismo tiempo, y borrando su culpa, y esto, uno puede añadir, por medio del trato más severo por parte de Dios y la más
solemne confesión de parte del hombre. No obstante, ese juicio no caía en el culpable sino en un sacrificio designado por
Dios. Esta es la verdad con la cual se abre el capítulo. Aquí, por supuesto, no es sino una figura; pero la figura de una
más bendita y eficaz realidad, del mayor interés para nosotros a quienes Dios ha revelado ahora su plenitud en la muerte de
Cristo. Porque el Espíritu de Dios toma en el Nuevo Testamento esta figura de la expiación en Israel para mostrar, no simplemente
que nosotros tenemos un sacrificio expiatorio así como ellos, sino que el de ellos no era sino una débil sombra y no la imagen
misma de lo que la gracia nos ha dado ahora en la sola ofrenda de nuestro Señor Jesucristo. (Hebreos capítulos 9 y 10).
Proseguiré con el capítulo tal como la palabra de Dios lo ha dado. Él lo comunicó de tal modo que no fuese simplemente
un rito muy solemne para Israel, sino también para siempre para nuestra instrucción. Seguramente será también un beneficio
para Israel, en el día cuando sus ojos sean abiertos para reconocer en el Crucificado al verdadero Hijo de David, y ellos
desechen todo lastre de pobres rudimentos para que puedan seguirle a Él. Este favor está reservado para ellos más allá de
toda duda; pero en este mismo capítulo, tal como se conoce de algún modo ahora, podemos leer nuestra porción distintiva como
Cristianos, si no como iglesia, lo podemos leer como un anticipo de la bendición que ellos no gustaron incluso en aquel día.
Está revelado tan claramente, y al mismo tiempo de manera tan simple, que cualquier hijo de Dios, sin importar cuan poco instruido,
debería ser capaz de discernirla con sus propios ojos y sentirla en su corazón. La bondad del Señor ha pensado en nosotros
en este capítulo, no simplemente del pueblo de la forma como va a ser restaurado dentro de poco, sino de aquellos que están
siendo llamados por medio de la gracia mientras Israel no un pueblo en absoluto.
Porque yo supongo que ustedes están al tanto de cómo los hijos de Israel han dejado de ser el pueblo de Dios por dos
mil años y más; y ustedes deberían saber también (me siento obligado a decir esto, ya que algunos pueden no saberlo) que ellos
aún serán restaurados a esa posición. Las escrituras que predicen la sentencia de Lo-Ammi (no-Mi-pueblo), son igualmente explícitas
acerca de que el título que ellos han perdido ha de serles devuelto por la gracia de Dios. Oseas 1, 2. No menos diferente
es el testimonio del Nuevo Testamento en Romanos 11. ¿Está Dios haciendo algo mientras tanto? ¿Ha dejado Él un espacio en
blanco desocupado entre el cese de Israel de ser Su pueblo, y su bendición y gloria finales en su propia tierra? Yo no hablo
simplemente de "los tiempos de los gentiles" que abarca el intervalo; sino que dentro de estos, Él ha sacado a luz, fundado
en la redención cumplida en Cristo, el misterio oculto desde los siglos: Cristo dado por cabeza sobre todas las cosas a la
iglesia. Por un solo Espíritu enviado del cielo todos los que creen en Cristo son ahora bautizados en este "un cuerpo". Así,
dentro del paréntesis Gentil de juicio sobre Israel, hay uno interior de bendición celestial, a través de la asociación con
Cristo a la diestra de Dios. La insinuación tipológica de nuestro capítulo, para no ir más lejos, enseña esto, no simplemente deja lugar para un lugar mejor que el de Israel, sino que lo muestra, en una medida, cumplido
durante el presente periodo solamente, además de apuntar hacia la futura reasunción de su título por parte de los hijos de
Israel.
De muchas maneras, por lo tanto, el tipo del día de la expiación es instructivo para todos los que lo pueden leer a
la luz de un Cristo muerto, glorificado, y que volverá. Lo que hizo surgir la ordenanza de la expiación en Levítico 16, fue
la muerte de los dos hijos de Aarón. Ellos habían actuado presuntuosamente con ligereza con la presencia del Señor y perecieron.
Ahora Aarón es informado por Moisés de la forma en la que él podía acercarse en forma segura, como representante del pueblo,
a la presencia de Dios. Está claro que en esto no podemos considerar a Aarón cono una analogía con nuestro Señor Jesús. Los
tipos deben ser tomados, no simplemente como semejanzas, sino como contrastes.
Corresponde a la naturaleza de un tipo que nunca se eleve a la plenitud de la verdad. Ninguna sombra podría nunca igualar
al Salvador. De ahí que nosotros debamos recordar que, aunque hay ciertas insinuaciones de la verdad en todos estos tipos,
con todo (como el apóstol nos muestra), no alcanzan a mostrar la plena verdad. Lo que en el tipo se hacía una vez al año se
cumple en la muerte de Cristo, una vez y para siempre, en lo que a nosotros respecta. Lo que se efectuaba formalmente de forma
externa por medio del lavamiento del agua de Aarón, apunta a la pureza de la persona de Cristo de naturaleza humana en Él,
así como divina. Cristo fue el Santo en todo tiempo. No hubo una cosa tal como un proceso para hacer apto al Señor Jesús para
Su obra. Él era una persona divina y no necesitaba nada desde afuera. En el caso de Aarón había un proceso de limpieza. Era
solamente esto que podía dar una débil insinuación de lo que era absolutamente necesario para la expiación, a saber, Uno que
es en Sí Mismo sin mancha. Así fue Cristo: "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que
los cielos." (Hebreos 7:26). Él no fue hecho santo, o inocente, o incluso apartado de los pecadores; Él era
así. Él fue hecho más sublime que los cielos. Este lenguaje lo ve a Él como un hombre, un siervo, y
una víctima aquí, debido a lo cual ahora Él es exaltado. Aquí se habla de Su exaltación en conexión con lo que Él fue hecho.
Donde el asunto es solamente Su propia gloria divina, no se habla acerca de exaltar a Cristo; pero si Él desciende, entonces
Él puede ser levantado; y Él descendió para que Él pudiese subir por encima de todos los cielos. Su resurrección, etc...,
así como Su muerte, no son de Él solo, sino por nosotros. En Su humillación por la gloria de Dios y en Su amor Él estaba poniendo
un fundamento para la bendición de otros; en su ascensión Él estuvo triunfando justamente para otros también. Por una parte,
Él fue hecho pecado, y por otra, Él fue hecho Señor y Cristo y mucho, mucho más. Él se hizo hombre; pero no hubo pecado en
Él. El pecado no necesariamente pertenece a la humanidad, tal como los filósofos y herejes enseñan. Cuando Dios hizo al hombre
al principio, no había pecado en él. El pecado entró por escuchar a Satanás, pero Cristo obedeció siempre y siempre permaneció
el Santo de Dios.
La expiación es por el pecado y por el pecado solo - no hay duda que en el primer aspecto de ella es para la gloria
de Dios, ya que el pecado era un ultraje a Dios mismo aquí abajo, muy aparte de que alguien hubiese sido perdonado o salvado,
y el Señor es mostrado muriendo, en tipo, en este mismo capítulo, como la verdad fundamental de que Dios podía ser glorificado
con respecto al pecado. De ahí que la sangre era llevada dentro y esparcida (o rociada) en el Lugar Santísimo. Pero nosotros
no debemos pasar por alto las necesarias limitaciones de los tipos, en realidad, no hay otra parte
de la escritura donde hay un peligro mayor para aquellos que el apóstol Pedro llama "indoctos e inconstantes." (2 Pedro 3:16).
Los hombres quedan satisfechos con invitar y ejercitar sus pensamientos; pero Cristo, tal como ha sido plenamente revelado,
es la única salvaguardia. Nunca se puede confiar en el intelecto humano; y por esta razón, su tendencia natural e invariable
es exaltar al hombre: el objeto del Espíritu de Dios es glorificar a Cristo. Por lo tanto, nosotros necesitamos que el Espíritu
nos mantenga en orden, de lo contrario, nos exaltamos a nosotros mismos en vez de exaltarle a Él; y la exaltación propia no
puede hacer otra cosa que depreciar a Cristo.
Aquí, entonces, encontramos a Dios poniendo los medios por los cuales no haya en el futuro algo, ya sea como ignorar
el pecado, o como la implicación de juicio al acercarse a Él. Esto había sido fatal, no simplemente para Israel, sino incluso para los hijos de Aarón. ¿Cómo podía un hombre pecador atreverse a entrar a la
presencia de Dios? Los sacerdotes mismos no habían completado su consagración antes de que dos de ellos muriesen, y los otros
dos estuviesen en riesgo de morir. Así lo aprendemos en el capítulo 10. Ahora Dios presenta, en tipo, por qué medio, hombres culpables, un pueblo que reconocía sus impurezas de toda clase, pueden,
no obstante, en la persona de su representante, acercarse al Lugar más Santísimo de todos. Esto es lo que llega ante nosotros
en el tipo del día de la expiación. "Con esto entrará Aarón en el santuario: con un becerro para expiación" - ese es el primer
pensamiento - "y un carnero para holocausto." (Levítico 16:3). No hay escasez de bendición, ni falta de todo lo necesario
en los pensamientos de Dios. Él no se contentaría solamente con enfrentar el pecado; Él daría, en la forma de un tipo, la
señal y el medio de aceptación; no simplemente borrar las consecuencias del mal, sino investirnos con favor consciente al
acercarnos a Él. ¡Cuán lleno de gracia es esto! ¡Cuánta disposición para bendecir a Su pueblo!
"Se vestirá la túnica santa de lino." En esto tenemos el carácter necesario para acercarse a Dios, lo que era exhibido
en Aarón, exteriormente a la vista. ¿Qué es lo que el hombre no vio, y lo que Dios vio en nuestro Señor Jesús? "Se vestirá
la túnica santa de lino, y sobre su cuerpo tendrá calzoncillos de lino, y se ceñirá el cinto de lino, y con la mitra de lino
se cubrirá. Son las santas vestiduras; con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua." Siendo un hombre pecador,
Aarón necesitaba tener removidas así todas las consecuencias del pecado, en cuanto ello podía hacerse figurativamente; necesitaba
ser investido de un modo adecuado a la santa presencia de Dios. Estas eran vestimentas santas, no las vestimentas de gloria
y hermosura, sino especialmente santas para este día y obra.
El versículo 6 muestra otro marcado contraste entre el tipo y el Antitipo. Aarón tenía que traer una
ofrenda por el pecado "por sí"; pero esto sería imposible en cuanto concerniese a Cristo. No necesitando un
sacrificio, Él podía ser exclusivamente para otros; Él no tenía ni defectos ni necesidades de Sí mismo: Su amor, por lo tanto,
podía estar ocupado con Dios y con nosotros, sin pensar en Sí mismo. "Como el Padre viviente me envió, y yo vivo [no simplemente
"por", que es escueto en cuanto a la verdad, sino] por medio del Padre." (Juan 6:57 - Versión Moderna). ¡Que glorioso retrato
de Uno que no tenía otro objeto aparte de Su Padre, ni otro motivo para todo lo que Él hizo! ¿Cuál fue el efecto de esto?
El más perfecto desprendimiento de afecto - afecto santo y por gracia - preparado para responder a todo clamor, a un pobre
pecador, a un leproso, a un paralítico, o a un mendigo ciego de la ciudad, o a un niño en los brazos de su madre. Él fue aquí
una persona divina, tan abierto a todo clamor de necesidad, como capaz de satisfacerlo en el poder de Dios. Él vivió "por
medio del Padre." Él descendió con el propósito, no de hacer Su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que le envió; así
que, a cualquiera que viniese, Él le daba la bienvenida. Si Él hubiese vivido para Sí mismo, Él hubiese preferido esta persona
en vez de la otra. ¡Pero no! Si el Padre traía a alguien, eso era suficiente;
si el Padre atraía, Él recibía: "al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió." (Juan 6: 37, 38). Allí encontraban amor y santidad; entre los hombres,
pero enteramente dedicado a Dios, y el efecto fue la bendición fluyendo alrededor de Él. Él era, como dice la escritura, consumido
por el celo de la casa de Su Padre. Un insulto a Él mismo, Él lo soportaba siempre con perfecta paciencia; pero Él no podía
tolerar ninguna afrenta a Su Padre. Él nunca azotó a nadie que habló contra Él. Pero cuando Él vio lo que entristeció su corazón
en la casa de Su Padre, Él echa fuera de inmediato lo que era una deshonra a Dios y destrucción a los hombres. Verdaderamente
las dos cosas van juntas, no obstante lo que el hombre puede soñar. ¿Y qué hará Su Dios en el día de retribución a aquellos
que lo menospreciaron?
Vemos, entonces, en el tipo, que el sumo sacerdote ofrecía el becerro por sí, como expiación, como ofrenda por su pecado,
pero en Cristo, precisamente debido a que Su sacrificio no era necesario para Él mismo, este podía ser perfectamente para
otros. Este contraste está autorizado, no simplemente por la verdad general de la escritura en cuanto a la persona de Cristo,
sino por la declaración directa y positiva del Espíritu Santo en la epístola a los Hebreos. Él contrasta al Señor Jesús con
Aarón respecto a esto. Parece extraño que se necesite recordar esto a un Cristiano ahora. Pero algunos han sido llevados a
abusar de la libertad en sus pensamientos y lenguaje en cuanto a Cristo, y nada puede ser más peligroso que esto.
Al principio de Hebreos 5, el apóstol no está describiendo a Cristo, sino el sacerdocio Aarónico, con el cual procede
a contrastar al Señor. Aarón fue tomado de entre los hombres, siendo él mismo un hombre débil, él podía sentir por otros.
Pero aplicar tales palabras a Cristo es verdaderamente serio. El Espíritu realmente contrasta esto con Él. Cristo era el Hijo
de Dios, tal como es elaboradamente probado en este capítulo, para ser sacerdote (aunque no hay duda de que Él tuvo que hacerse
hombre); así que, en vez de obtener Su honor del sacerdocio, Él le confirió lo más elevado a este. El caso de Aarón fue totalmente
lo contrario, cuyo honor fue el ser llamado por Dios al sacerdocio.
El Señor Jesús era el Hijo de Dios que no se glorificó a Sí mismo para ser hecho sumo sacerdote, sino que, declarado
por Dios según el orden de Melquisedec, le dio al sacerdocio un honor que, de otro modo, nunca poseyó ni podía poseer. Por
primera vez se encontró un sacerdote, no solamente perfecto según los pensamientos y la gloria de Dios, sino, por consecuencia,
de infalible beneficio para el hombre.
En Levítico 16 versículo 7, tenemos otra ofrenda, y una ofrenda de carácter similar. Sólo que en este caso no es un
animal solamente, sino dos. "Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por
Azazel. Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y
lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová
para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto." (Levítico 16: 8-10). Aquí hay una marcada diferencia
entre los dos machos cabríos que juntos constituyen la ofrenda por el pecado, la expiación, para los hijos de Israel. La diferencia
es comunicada en el hecho y nombre de las dos suertes. ¿Qué puede ser más claro que la suerte por Jehová, y la suerte por
el pueblo? La razón es también muy importante; con todo, a pesar de esta temprana enseñanza del Espíritu, ella ha sido constantemente
olvidada.
Porque, ¿qué encontramos nosotros, incluso entre quienes realmente predican muy fervientemente, y son, por la gracia
de Dios, de bendición para nuestras almas? ¿Cuál es el carácter de su predicación? ¿Se le da el primer lugar a la gloria de
Dios? ¿Comienzan ellos correctamente a partir de la suerte por Jehová - de cómo Cristo glorificó a Dios? No es así. Lo que
ellos continuamente repiten y reiteran es lo que Cristo es para el hombre. Por consecuencia,
existe la tendencia a persistir en la obra de Cristo que conmueve los sentimientos, que saca a la luz la incomparable paciencia
y la gracia de Dios para con el hombre. Ellos ven e insisten sobre los sufrimientos a causa del hombre y a favor del hombre.
Es totalmente diferente de lo que el Espíritu Santo nos muestra aquí. Él comienza con lo que era para Dios. La primera suerte
era por Jehová, no por el pueblo. En la predicación evangélica, por regla general, se piensa sobre la suerte por el pueblo.
El valor de la suerte por Jehová, como diferente de la suerte por el pueblo, no se conoce. No es sino que ellos creen que
Dios estaba necesitado, y, como sus ministros del evangelio generalmente dicen, tuvo 'satisfacción'. ¿Se niega esto? Por supuesto
que no; pero, en realidad, había mucho más. No obstante, lo que yo voy a señalar ahora es que, en la enseñanza del Espíritu
Santo, la suerte por Jehová es puesta primero, mientras que en la enseñanza común, incluso de amados hombres de Dios, demasiado
frecuentemente ella no tiene ningún lugar en absoluto.
Yo no estoy hablando de ritualistas (N. del T.: Movimiento dentro de la Iglesia de Inglaterra de mediados del siglo
19). Nosotros podemos compadecernos de su fatuidad, mientras están en terreno de extremo peligro, buscando en vano con
sus diminutas velas, donde Dios solo puede dar luz como Él la ha dado plenamente en Cristo y Su palabra por el Espíritu. Estoy
hablando de los que son generalmente presentados como ejemplos de sanos predicadores ahora y por cientos de años. Y afirmo
de forma incuestionable, que la suerte por Jehová no tiene un lugar tan distintivo en su predicación, como la palabra de Dios
lo especifica, incluso en la ley de Moisés. Se insiste exclusivamente en la suerte por el pueblo, y, por consecuencia, el
gran punto en las mentes de estos predicadores de la gracia es la remoción de la iniquidad y rebeliones e impureza del pueblo.
Pero en la muerte de Cristo hay incomparablemente más. Él llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero. Esto es
muy verdadero y exactamente lo que se comunica por medio de la suerte del pueblo. Pero, ¿qué es lo que se enseña por medio
de la suerte por Jehová? Allí ustedes encontrarán un defecto grande y general en el evangelio predicado por aquellos que se
suponen sostenedores de las doctrinas de la gracia. Y esto va más allá hasta explicar por qué nosotros tan raramente escuchamos
acerca de la "justicia de Dios." La gloria propia de Dios en la obra de Cristo con respecto al pecado no es entendida. De
ahí que, habitualmente los más instruidos de sus teólogos preguntan que se quiere significar con una expresión tal como, "destituidos
de la gloria de Dios" (Romanos 3:23) (N. del T.: o "privados de la gloria de Dios", como reza la Versión Moderna).
La incertidumbre de sus hombres más maduros, incluso en estos puntos principales que todo Cristiano debería conocer claramente,
es verdaderamente lamentable. ¿Por qué esto es así? Debido principalmente a que ellos se deslizan por sobre la verdad que
responde a la suerte por Jehová - ese aspecto de la obra de Cristo que aseguraba, en primer lugar, la gloria de Dios.
Escuchemos las palabras de nuestro Señor Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en
él." (Juan 13:31). Ni una palabra sobre pecadores, aunque no hay duda de que esto nunca podría haber sido así, de no haber
habido pecado: pero este no es el primer pensamiento. ¿Cómo fue Él glorificado? ¿Por haber sido sentado en el trono en el
cielo? No. Por haber sido levantado en la cruz en la tierra. Fue la gloria moral de Él quien restauró lo que Él no quitó;
quien entregó todo para que Dios pudiese ser vindicado; quién no sólo abandonó todo, sino que sufrió hasta el extremo, y esto
no en primer lugar para salvar pecadores, sino para glorificar a Dios acerca del pecado. Es cierto, Él salvó pecadores; pero
el pensamiento principal de Cristo, así en toda Su vida, como en su muerte, fue para con Dios. ¿No ven ustedes la diferencia?
Es realmente inmensa, y de toda posible trascendencia. Durante Su vida, fue al Padre a quien Él estuvo complaciendo en todos
los afectos y toda la obediencia del Hijo. Pero entonces llegó la pregunta de otro modo insoluble: ¿Soportaría Él el juicio
de Dios? ¿Podría Él no simplemente abandonar todo, sino ser Él mismo abandonado por Dios y sufrir para que Él pueda ser glorificado
donde Él había sido deshonrado, en el lugar del pecado? Él había sido glorificado a través de toda la vida del Único obediente
que alguna había caminado en esta tierra. ¿Pero Le glorificaría Él llevando aquello
que era lo más aborrecido, no sólo para Dios, sino para Él mismo, el Santo de Dios? La respuesta es: Él se entregó
a Sí mismo para Su gloria, y así pasó, no simplemente bajo la muerte, sino también bajo el juicio divino. En Su caso el juicio
vino antes de la muerte. {*} Y tal es el significado de esa muy maravillosa escena, donde todo es maravilloso,
al final de la vida de nuestro Señor Jesús. ¿Por qué fue ese extraño, ese infinito abandono de Sí mismo? Para que Dios, en
todo Su ser moral, Su verdad, amor, santidad, justicia, y majestad, pudiera ser glorificado.
{* En el caso de los hombres es,
"y después de esto, el juicio." (Hebreos 9:27)}
Hay otra cosa. "Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo." (Juan 13:32a). La glorificación
del Señor Jesús a la diestra de Dios fue la respuesta a la gloria moral que encontramos en Su cruz. "Y en seguida le glorificará." (Juan 13:32b). Dios no esperó la restauración de Su reino a Israel.
Él Lo resucitó y Lo puso a Su propia diestra, sobre todo nombre que se
nombra. Esta fue la respuesta a la cruz, la única respuesta adecuada al Señor entregándose a Sí mismo al juicio de Dios contra
el pecado. Digo el juicio del pecado, ya que en ello aún no se planteaba el asunto en cuanto a quien ha de ser salvo. El asunto
bajo consideración era la gloria de Dios en presencia del pecado. Y así encontramos a nuestro Señor en Juan 10 diciendo, no
que Él fue amado debido a que Él puso Su vida por las ovejas, sino, "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para
volverla a tomar." (Juan 10:17). Nadie duda del deleite del Padre en Él muriendo por las ovejas, pero aparte de esa obra,
porque ciertamente que al poner absolutamente Su vida, se manifestó una perfecta confianza en Su Padre, así como devoción
a Su gloria. Él la pondría para volverla a tomar; y por esto el Padre Lo amó. Sin duda que esto no debería - no podría - ser
olvidado por nuestros corazones si amamos a Dios y sentimos cómo Él ha sido ultrajado por el pecado. Poner Su vida a causa
de la gloria de Dios; mostrar la más absoluta confianza en Dios y la más completa entrega y sacrificio de Sí mismo para Dios,
es de un carácter esencialmente mayor que cualquier aplicación de Su obra de llevar nuestros pecados y asegurar nuestro perdón.
Al poner en primer lugar la suerte del pueblo - es decir, hacer que lo que Cristo sufrió por nosotros sea la
cosa principal y única - no solo es no escritural, sino que es una consideración esencialmente desagradecida de Dios y egoísta.
Es el resultado de ese egoísmo natural instintivo que, incluso cuando somos despertados y en cierto grado instruidos por el
Espíritu, tiende a surgir con tanta facilidad a la superficie en nosotros. ¡Cuán incorregiblemente el corazón vuelve a pensar,
si no lo que hemos de hacer, de todos modos, de qué forma las cosas nos afectan en primer lugar! Uno lo entiende fácilmente
como siendo natural. Con todo, es incomparablemente más bendito estimar el aspecto de Dios, de Cristo y Su obra, confiando
en Él acerca de nosotros mismos sin cuestionamiento. Si Dios no propone nada para nuestro aprendizaje, es bueno sopesarlo;
pero si Dios da, es según Sus propios pensamientos y corazón, y esto demostrará ser siempre la mejor porción. Él
recuerda nuestras necesidades así como Su gloria; y esto encuentra su más plena ilustración en la muerte de Cristo tal como
la escritura la expresa.
Entonces, miramos en primer lugar la suerte por Jehová. El primer macho cabrío se refería a eso que había sido comprometido
por el pecado, y tenía que ser purgado. Y si miramos en el Nuevo Testamento, encontraremos que este es un efecto maravilloso
que no podía ser mostrado en el Antiguo. Ustedes son conscientes de que no hubo tal cosa como la salida del mensaje de la
gracia a los hombres durante el período de los tratos especiales de Dios con Israel. Pero cuando nuestro Señor murió en la
cruz, Él no murió simplemente por "la nación" (el antiguo pueblo de Dios), Él sufrió la muerte por todo hombre. Yo sé que
hay muchos Cristianos que limitarían esto si pudiesen. Cuan pocos son los que creen realmente que hubo tal anchura de gracia
en la mente de Dios. Pero es vano resistir las escrituras. Nuestra sabiduría es aprender, y no podemos aprender excepto por
medio del sometimiento a la palabra de Dios. Podemos entenderla poco al principio; pero la senda de la sabiduría es inclinarse
y aceptar incluso lo que no comprendemos. Entenderemos mejor como Dios ve Su gloria que nunca
olvida, y cuando seamos aptos para ello.
En Romanos 3 podemos ver esta verdad en clara referencia al tipo mismo que tenemos ante nosotros. "Dios ha propuesto
[a Cristo Jesús] como sacrificio expiatorio [o propiciatorio], por medio de la fe en su sangre, para manifestación de su justicia,
a causa de la remisión de los pecados cometidos anteriormente", etc... (Romanos 3:25
- Versión Moderna). No cito la palabra "propiciación" como está traducida en la Versión Reina Valera 1960, pero les he dado
lo que creo que es una idea más verdadera, tal como aparece en la RV1960 en Hebreos 9:5. Aquí hay una clara referencia al
primer macho cabrío en Levítico 16; en el segundo no había sangre esparcida en absoluto. Todo el asunto en el
segundo es que el macho cabrío era presentado vivo, y enviado lejos a una tierra de olvido para no ser visto nunca más. Pero
el primero moría, y la sangre era llevada el Lugar Santísimo para ser esparcida allí, y sobre el altar, "para manifestación
de su justicia" (Romanos 3:25). Hasta este momento la justicia del hombre había estado en cuestión, y el hombre fracasó completamente,
de hecho, nunca más que en la cruz. Pero en esa cruz de Cristo, Dios estableció para siempre Su justicia. Allí Cristo, que
no conoció pecado, fue hecho pecado, y así glorificó a Dios perfectamente, incluso en cuanto al pecado. Fue Dios quien Le
hizo pecado; y yo entiendo por medio de esto, que Dios cargó en Él todas sus consecuencias en el grado que esto podía ser
hecho por imputación al Santo, quien sufrió por el pecado tan realmente, sí,
mucho más perfectamente, que si hubiese sido el Suyo propio. Cristo cayó tan verdaderamente y de manera tan inmisericorde
bajo el juicio divino del pecado, como si Él mismo hubiese sido culpable. Él fue tan completamente cargado con el pecado que
Dios trató con Él, no sólo en la muerte, sino en juicio. Porque nada caracteriza más claramente el juicio, que Dios desamparando
a uno. Si ustedes dicen que también se caracteriza por el castigo, ¿qué castigo
no hubo allí? Él fue quebrantado y herido, y Él tenía llagas, por lo cual, no quiero decir, lo que recibió sólo por manos
del hombre, sino sobre todo de parte de Dios.
Cuando se dice, "por su llaga fuimos nosotros curados", ¿es creíble que un santo pueda creer que estas palabras se
refieran a Él siendo azotado por los soldados? Estas figuras tan multiplicadas en Isaías 53 no expresan simplemente lo que
el hombre le hizo a Jesús, sino lo que Él sufrió de parte de Jehová, cuando Él cargó el pecado de los Suyos sobre el Mesías
rechazado - figuras tomadas de lo que es común entre los hombres, pero sobre todo para expresar lo que Él mismo infligió. Complació a Jehová quebrantarle, fue Él quien Le sujetó a padecimiento; y por
la rebelión de Su pueblo Él fue herido. Él llevó el pecado de muchos.
Así, en Romanos 3, la muerte del Señor Jesús es para manifestar la justicia de Dios. Ahora que Cristo había hecho esta obra, le quedaba a Dios mostrar Su estimación y aceptación de ella. ¿Cuál es la medida de Dios
de Su valor, incluso ahora, por lo que Cristo sufrió? ¡Que todo creyente en Él es justificado, la culpa de ellos desaparecida de una vez y para siempre! Entonces ya no es más una cuestión del hombre o de sus
caminos, sino de Cristo y Su muerte. El creyente, en el llamamiento de Dios a él como un pecador, ha abandonado toda pretensión
de hacer algo para Dios o para sí mismo, y ha encontrado redención en Cristo. Dios encontró Su todo en Cristo, incluso para
el perdido, en Su muerte, y proclama esta verdad al hombre para que, creyendo, pueda ser justificado. Así, la justicia de
Dios es manifestada no sólo al recibir a Cristo a Su diestra, sino en la justificación del creyente. Dios le dio un valor
tal a la entrega de Cristo de Él mismo a la muerte para la gloria de Dios, que el pecado había comprometido, que la justicia
del hombre no está ahora en cuestión sino la de Dios. La justificación del creyente es un asunto de Dios señalando Su valor
por la obra de Cristo. Esto está conectado, en primer lugar, con "la remisión de los pecados cometidos anteriormente" (Romanos
3:25 - Versión Moderna), o con el "haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados" (como reza Romanos 3:25 -
VRV60), que no se refiere a nuestros pecados en nuestras vidas pasadas, sino a los pecados de los santos en tiempos pasados,
que habían sido pasados por alto en anticipación de la obra de Aquel que venía. Reitero, el "pasar por alto" estos pecados;
ya que la palabra usada aquí es peculiar, de hecho nunca se encuentra en otra parte en el Nuevo Testamento. No es exactamente
remisión, sino preterición. [*] De hecho, Dios se abstuvo de juzgar. Desde los tiempos del Antiguo Testamento,
Dios estaba esperando la obra de Cristo, y, a causa de esa obra, Él pasó por alto los pecados de los antiguos que alcanzaron
buen testimonio de todos los que creyeron en Aquel que iba a venir. ¿Pero es esto todo lo que disfrutamos ahora? Lejos de
ser así. "Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es
de la fe de Jesús." (Romanos 3:26). No hay ni una palabra acerca de la "paciencia" aquí, habiendo sido la obra ya cumplida
y verdaderamente aceptada. La diferencia puede ser comparada con la del acreedor que tenía toda confianza en que la deuda
sería pagada y, por lo tanto, se abstuvo de presionar por el pago; y con ese acreedor
cuando ha recibido el pago de la deuda. En este caso nosotros no hablamos de paciencia, sino de acuse de recibo de que el
pago ha sido hecho. Dios es ahora "justo y justificador del que cree." (Romanos 3:26 - Biblia de Jerusalén). Este es el evangelio
de Dios.
[*N. del T.: "Preterición = del
verbo Preterir = hacer caso omiso de alguien o algo." - Diccionario de la Lengua Española, editado por la Real Academia Española]
Pero observen también en conexión con esto, lo que se encuentra en Romanos 3, versículo 22, "la justicia de Dios por
medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él." (N. del T.:
En la Versión Inglesa KJV de la Santa Biblia, se lee lo siguiente:"Even the righteousness of God [which is] by faith of Jesus
Christ unto all and upon all them that believe.", lo que traducido literalmente se puede leer, "Así como la
justicia de Dios [que es] por medio de la fe de Jesucristo para todos y sobre todos los que creen."). Esto también tiene
su lugar en el tipo; podemos, de todos modos, conectar los dos. La sangre, ya sea del becerro o del macho cabrío, que era
puesta sobre y delante del propiciatorio, no podía estar limitada en su valor en forma de tipo delante de Dios. Ciertamente
aprendemos del apóstol que la intención era que el testimonio de la sangre de Cristo fuese más allá de aquellos que creen.
La justicia de Dios es "hacia todos", sin restricción, aunque solamente sobre todos los que creen.
Por lo tanto, hay dos cosas; el aspecto universal, y el efecto especial. Su eficacia real es solamente sobre los que creen,
pero los derechos de la sangre de Cristo demandan que el evangelio sea predicado a toda criatura debajo del cielo. Es debido
a Cristo, y Su sangre, que todo pobre pecador en el mundo debe ser afrontado por el mensaje de la justicia de Dios en el evangelio,
una justicia que no condena sino justifica a todo aquel que cree. ¿Pero cuál sería el efecto de esto solo? Si no hubiese habido
allí más que el amable mensaje presentado a todos, ni un pecador habría sido salvo. Precisamente porque somos pecadores, y
de tal naturaleza, encomiamos a Dios por no tratarnos duramente a nosotros que merecemos condenación, en lugar de hacerlo
por la gracia salvadora. Nosotros no le creemos a Él, sino a nuestra propia competencia, en lugar de nuestra ruina total.
Debido a que el hombre es un pecador, él es un enemigo de Dios. Él siempre puede ser un hombre decente en sus modos entre
los hombres; pero en el momento que ustedes lo miden por su conducta para con Dios, ustedes llegan a otra conclusión. Él es
hallado totalmente falto; no tiene un pensamiento correcto de Dios, ni un verdadero juicio de sí mismo, ni un sano sentido de lo que necesita, aún menos de lo que se le debe a Dios. De ahí que si Dios no hubiese hecho
nada más que enviar a todos la buena nueva del sacrificio de Cristo por el pecado, infinito como este es para todos, ni uno
podría haber sido salvo. Hay en nosotros, de forma natural, tal repugnancia a enfrentar nuestro verdadero estado delante de
Dios, tal apocamiento, por una parte, por la convicción y confesión de nuestros pecados y culpa, y, por otra parte, tal indisposición
a creer en la gracia de Dios y someterse a Su justicia, que ni un alma se inclinaría ante Su mensaje. ¿No fue así, en otro
tiempo, con cada uno de nosotros? Les hablo a ustedes que creen. ¿Ustedes siempre fueron creyentes? ¿Por qué no lo eran? La
sangre de Cristo había sido derramada siglos antes de que nosotros hubiésemos nacido. ¿Por qué no creímos la primera vez que
escuchamos el evangelio? Porque no solamente éramos pecadores desventurados y culpables, sino soberbios, altivos, y rebeldes.
¿Cómo llegamos por fin a creer? ¿Por alguna bondad o verdad en nosotros? En ninguna manera, sino porque el Espíritu de Dios
obró en nosotros para hacernos sensibles de nuestra maldad y de Su bondad; nos humilló a vista nuestra y exaltó la gracia
de Dios para nosotros en Cristo. Así, los hechos coinciden con la palabra escrita, y hay un trato adicional de Dios esencial
para la salvación de toda alma, la intervención del Espíritu personalmente con nosotros por medio de la verdad, para hacernos
sentir y reconocer nuestros pecados y pecaminosidad en presencia de Su amor y así traernos a Dios por medio de la fe de Jesús.
Porque, de forma natural, cada alma es opuesta o indiferente, y en una u otra forma muestra esa mente carnal que es enemistad
contra Dios. Pero no debemos suponer que esa resistencia toma siempre la misma forma. Todos se han descarriado, pero cada
cual por su propio camino. La misma forma particular de incredulidad no se encuentra en todos. La tranquila incredulidad que
piensa muy elevadamente de sí misma es exactamente tan ofensiva a la vista de Dios como la osada incredulidad que desprecia
abiertamente las escrituras. Cuando la gracia de Dios obra personalmente, el resultado es que nos quebrantamos en arrepentimiento
y creemos verdaderamente.
Primero, entonces, la justicia de Dios es para todos sin distinción: y esto no responde a la suerte por
el pueblo, sino a la suerte por Jehová. El sacrificio de Cristo ha hecho que enviar el evangelio a todos sea consistente con
el carácter de Dios. Otra cosa es donde la palabra hace efecto, y entonces Su justicia es "sobre todos los que
creen." Se produce un resultado de gracia, según Dios, y por medio de Su Espíritu ellos creen. Creer en Cristo es concedido
tan verdaderamente como padecer por Él. (Comparen con Efesios 2:8; Filipenses 1:29). Lo uno es tan fruto de la gracia de Dios
como lo otro. Ningún alma creyó nunca en forma salvífica hasta que Dios le concedió creer. Ni uno de nosotros habría creído
nunca en el nombre de Cristo, a menos que también hubiese nacido de Dios. Por consiguiente, no es solo un asunto de Dios vindicado,
sino de que a nosotros también se nos da vida. Nosotros todavía hubiésemos estado perdidos, si Dios hubiese enviado simplemente
el mensaje anunciando Su amor en la muerte de Cristo, dirigido a nuestra responsabilidad. Es solamente por gracia que alguno
cree. Yo sé que los hombres como tales negarían esto, porque ellos piensan más en su propio carácter que en el de Dios. Pero
si un hombre realmente se juzga a sí mismo en la luz de Dios, encontrará poca dificultad en creer que él es tan malo como
Dios dice que es. Lo que encontramos aquí es, no obstante, la suerte por Jehová en primera instancia; luego veremos la suerte
por el pueblo.
En los versículos 11 al 14 de Levítico 16, se introduce una distinción nueva. Pero antes está la plenitud de la fragancia
de Cristo. Debemos recordar que no fue el sacrificio de Cristo lo que lo hizo fragante a Él, fue lo que estaba unido a Su
propia persona. Él siempre era el deleite del Padre. Ni una partícula en Él ofende a Dios. El Hijo se hizo hombre, la Palabra
fue hecha carne. Él fue enviado en semejanza de carne de pecado, aunque por esa razón, no en carne de pecado.
Por otra parte, tampoco es verdad que Él estuvo simplemente en semejanza de carne. Él fue realmente hecho carne, pero cuando
se agrega "de pecado", entonces es sólo en semejanza de ella. Él era realmente y propiamente un hombre, y Él todavía lo es.
Que Él haya resucitado de los muertos no disminuye de ningún modo su real humanidad. Él es un hombre y lo será para siempre.
Él es mucho más, lo sabemos; Él es el Hijo de Dios. Ese bendito Unigénito se dignó ser un hombre, pero un hombre sin pecado,
y así Él pudo ser hecho pecado. Él nunca fue hecho pecado antes de la cruz, sino que Él fue hecho en semejanza de carne de
pecado, en el momento que Él entró en el mundo.
En este tipo, entonces, vemos un hermoso testimonio a la fragancia del Señor antes de Su obra en la cruz.
La sangre por otros no era presentada hasta después que el incienso hubiese sido traído y hubiese ascendido a Jehová. "En
seguida tomará de la sangre del novillo y rociará con su dedo sobre la superficie del Propiciatorio, a la parta del oriente;
y delante del Propiciatorio rociará siete veces de aquella sangre con su dedo." (Levítico 16: 14 - Versión Moderna). Entonces
la sangre del becerro es traída y rociada una vez sobre el propiciatorio, y siete veces delante de él - un testimonio perfecto.
Luego, "Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro,
y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro." ¿Por qué ambas sangres, la del
macho cabrío y la del becerro, son rociadas (o esparcidas) así? Yo sé que hay algunos que no encuentran otra cosa en la muerte
de Cristo que la provisión de Dios para Su iglesia. Pero hay más de todas maneras. Ya he mostrado que primero se requería
esta muerte para Su propia gloria. Pero incluso cuando restringimos nuestros pensamientos al hombre, yo niego que Jesús haya
muerto solamente por la iglesia. La sangre del becerro y la sangre del macho cabrío no eran dos ofrendas de la misma clase.
La diferencia fue hecha con demasiada precisión en el tipo como para permitir que se piense en una mera repetición en el antitipo.
Así como los sacerdotes y el pueblo se diferenciaban, así aún más se diferenciaba lo que era representado. Hay allí un ejemplo
suficientemente manifiesto de cuan perdidos e incorrectos son los conceptos de la teología. Yo no conozco ningún teólogo,
que alguna vez haya vivido, que distinguiese correctamente las verdades enseñadas por medio del becerro y del macho cabrío.
Quizás uno puede decirlo así después de haber leído más que la mayoría. Y lo digo, en la medida en que mi memoria me resulta
útil para recordar a los antiguos padres - tantos los Griegos como los Latinos - y a los teólogos modernos de nuestro país
y de otros países. No logro pensar en uno que haga la obvia distinción. ¿Acaso
menciono esto con el propósito de mostrar que cualquiera de nosotros entiende mejor? ¡Dios no permita semejante pensamiento!
Yo no lo digo para exaltar a los hombres de ahora por sobre los del pasado, sino para mostrar cuan rica y profunda es la palabra
de Dios, y para mostrar que, después de todo, la teología es una cosa vacía, ya que no puede explicar ni siquiera la más simple
escritura acerca de la muerte de Cristo.
¿Qué es entonces lo que hemos de aprender de esta doble presentación, en forma de tipo, del sacrificio de Cristo? ¿Por qué el becerro y el macho cabrío? El Nuevo Testamento nos capacita para responder esto muy simplemente.
Cristo iba a morir "por la nación" - Israel - "y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos
de Dios que estaban dispersos." (Juan 11: 51, 52). Así, dos distintos propósito se encuentran en la muerte de Cristo. Primero,
vemos a Su pueblo - rechazándolo entonces. Con todo, Él murió por ellos. Pero, ¿quiénes eran los hijos de Dios que debían
ser congregados en uno? Esto está sucediendo ahora. No es simplemente salvar almas, sino congregar (o juntar) a los hijos
de Dios. Los salvados son congregados en uno. Por lo tanto, todo Cristiano reconoce como hermano (y, según las epístolas,
como un miembro de Cristo) a un creyente que provenga de los fines de la tierra; y es la verdad de esta relación lo que hace
que sea tan ofensivo escuchar a la gente hablar de esta o aquella iglesia, olvidando que, si la escritura debiese decidir,
no hay más que una. Ya sea en los escritos de Juan, o en los de Pablo, encontramos siempre, por supuesto, la misma verdad
sustancial, la unidad de aquellos congregados ahora por el Espíritu de Dios. En realidad, la palabra de Dios no permite, por
medio de ningún apóstol, la división de esta unidad en varios cuerpos o sectas distintivas. No es que nunca pueda haber muchos lugares de reunión, incluso en una ciudad, como en Jerusalén o en Roma; pero allí la unidad
se mantenía no sólo en cada lugar, sino en todo el mundo.
Nosotros, por supuesto, no escuchamos acerca de esta unidad en el tipo, sino cuando el antitipo aparece. Pero podríamos
ver que la obra de Cristo alcanza, más allá "del pueblo", a aquellos que la casa sacerdotal representa traídos ahora a la
bendición, así como el pueblo será también traído, de aquí a poco, a través de la muerte de Cristo. Mientras que Israel todavía
son los rechazadores de Cristo y, por lo tanto, ellos mismos rechazados por Dios,
Dios está congregando en uno a Sus hijos que formalmente han estado dispersos. En vez de estar escondidos entre los Judíos
y los Gentiles, y mezclados con ellos, ellos son llamados ahora a formar una compañía distinta. "Y puestos en libertad, vinieron
a los suyos." (Hechos 4:23). Los creyentes habían comenzado a actuar instintivamente en la verdad. Así nuevamente, si ellos
iban a otro lugar, encontraban hijos de Dios congregados como tales, y estaban juntos con ellos. Esto nunca había sido así
antes. Donde ellos iban, la predicación de los apóstoles, etc..., era usada para congregarlos. ¿Qué los congregaba? El poder
y la presencia del Espíritu quien les daba a conocer que Cristo había muerto con este propósito. Cuan sabia, plena y precisa
es la escritura. Nosotros conocemos poco su valor.
Aquí, entonces, no vemos la falta de inteligencia del hombre, sino la obra de Dios; Su provisión para la necesidad
del hombre, y esto en dos diferentes aspectos - el becerro y el macho cabrío. Ahora, prestando atención para qué es la sangre del becerro, busquemos en el Nuevo Testamento luz divina sobre todo. "Aarón entonces
presentará el novillo de la ofrenda por el pecado, que es para él, y hará expiación por sí mismo y por su casa, degollando
el novillo de la ofrenda por el pecado que es para él." (Levítico 16:11 - Versión Moderna). Era por el sacerdote mismo y por
su casa.
La epístola a los Hebreos declara expresamente que la ofrenda de Cristo no fue por Sí mismo, sino que muestra una casa
sacerdotal para la cual también era. Estaban aquellos que Dios le había dado: "He aquí, yo y los hijos que Dios me dio." (Hebreos
2:13). El verdadero Aarón tiene ahora una casa y una familia en la tierra - ¡los Cristianos! El que santifica y los que son
santificados, de uno son todos; por lo cual [Él] no se avergüenza de llamarlos hermanos. Y, por lo tanto, uno de los propósitos
de esta epístola es demostrar, entre otras cosas, que ahora no sólo nuestros pecados son perdonados, sino que tenemos derecho
a entrar al santuario. ¿Y quién puede entrar en el santuario si no un hijo de Aarón? No había nada tan característico de la
familia Aarónica como entrar al lugar santo. Un Israelita no podía hacerlo; él
sólo podía ir hasta detrás de la cortina del tabernáculo. Los creyentes Hebreos, o Cristianos, son invitados a entrar, no
al lugar santo, sino al Lugar Santísimo. El privilegio de un Cristiano va más allá del tipo de los hijos de Aarón, así como
la gloria de Cristo está por sobre la de Aarón. El apóstol puede decir, "Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar
en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo." (Hebreos 10:19). ¿A quiénes se
refiere como "hermanos"? Ciertamente no sólo a los tempranos creyentes, sino a todo hijo y santo de Dios ahora. Todos estos
son "hermanos", y son exhortados ahora a acercarse con libertad al Lugar Santísimo. Y que él no quiere dar a entender nada
menor que el lugar más santo de todos, es evidente a partir de las palabras "a través del velo." (Hebreos 10:20). De ahí que
sucediese que cuando Cristo murió, el velo se rasgó en dos, de arriba abajo. Fue para mostrar que había un final para eso
que mantenía al hombre afuera. El creyente puede ir ahora a la presencia de Dios. Por supuesto que esto es por la fe, y por
la fe en la sangre de Cristo. Lo que caracteriza a un Cristiano según la Epístola a los Hebreos, es este derecho de entrada
al Lugar Santísimo. Él no es simplemente uno del pueblo sino un sacerdote, sí, es más libre para entrar al Lugar Santísimo
que Aarón. Hombres, mujeres, y niños que creen en el Señor Jesús, son la casa de Cristo,
y están asociados con Él.
Y aquí permítanme decir que nunca debemos confundir sacerdocio con ministerio. Ellos son dos cosas muy distintas. Toda persona que se puede acercar al Lugar Santísimo es un sacerdote, pero no toda persona es
un ministro. Un ministro de la palabra es formado por el Espíritu otorgándole un claro don de Cristo. El ministerio es un
asunto de la soberana elección del Señor entre los salvados, y depende de un don que el Espíritu Santo imparte. Es una cosa
muy distinta del sacerdocio. Así que confío poder decir sin ofender que Lutero estaba completamente equivocado en su idea
de una democracia cristiana. Si todos son maestros, es muy difícil saber quiénes deben ser enseñados.
Si a Dios le hubiese complacido constituir así a Su pueblo, por supuesto que uno lo habría aceptado de corazón. Pero fue una
confusión de pensamiento, no obstante lo grande y buen hombre que él puede haber sido.
La casa de Aarón, entonces, era la familia sacerdotal, que tipificaba a toda la familia cristiana. La sangre del becerro
era derramada por ellos. Entonces, ¿por quién era derramada la sangre del macho cabrío? Por el pueblo. "Después degollará
el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo." (Levítico 16:15). Más adelante leemos, "Ningún hombre estará en el
tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario, hasta que él salga." (versículo 17). Allí esta
Él ahora en el verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Él no entró con sangre ajena, sino con la Suya
propia, y eso no meramente por nosotros que creemos y que tenemos ahora el incomparable privilegio de entrar en espíritu en
ese santuario "donde Jesús entró por nosotros como precursor" (Hebreos 9:20) - sino por el pueblo. Ustedes pueden preguntar,
¿por qué tenemos ahora un privilegio tal? ¿por
qué no
puede el pueblo, en el futuro, tener lo mismo en su tiempo de bendición? Porque no es lo mismo creer en un Cristo rechazado,
que dar la bienvenida a Aquel que viene a manifestarse en poder y gloria. Dios pone un honor especial sobre los que creen
mientras Él está escondido del mundo. Seguramente los que Lo vean, de aquí a poco, serán bendecidos, pero "bienaventurados
los que no vieron, y creyeron." (Juan 20:29). Esta es nuestra porción, la porción de los que ahora, por la soberana gracia
de Dios, son apartados del mundo para creer en nuestro Señor Jesucristo, y seguir con deleite en el corazón el camino que
Él ha trazado hasta la presencia misma de Dios, sabiendo que Él se ha sentado allí por nosotros y que podemos ahora acercarnos
libremente donde Él está.
Pero Él saldrá. ¿Él ha salido ya? No. Noten ahora la diferencia y lo que determina la verdadera interpretación del
macho cabrío. Yo dije que el macho cabrío es por el pueblo, a diferencia de la familia sacerdotal; es decir, para los que
han de creer en el futuro, en contraste con los que creen ahora. Y esto puede hacerse
perfectamente claro, a pesar de todo prejuicio. "Y saldrá", etc... (Levítico 16:18), tal como sabemos que el Señor
Jesús está viniendo desde la diestra de Dios en el cielo.
No hay credo en la Cristiandad que no reconozca que Él viene otra vez. No es que yo cito los credos como que tienen alguna autoridad: pero a aquellos que los valoran más que yo, digo que ellos enseñan habitualmente
que Él viene otra vez. Eso es lo que responde a la salida de Aarón en el tipo. "Y saldrá
al altar que está delante de Jehová, y lo expiará . . . . Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo
limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel."
Cuando el Señor venga, Él vendrá a reinar sobre este mundo, a tomar los cielos inferiores y la tierra bajo Su propio
poder y gobernar para la gloria de Dios. Encontramos en la Epístola a los Colosenses que Él, por la sangre de Su cruz, no
solo hizo la paz, sino que va a reconciliar todas las cosas tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo.
Esto corresponde a lo que tenemos aquí. La bendición de toda la creación se une con el perdón de Israel.
"Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo;
y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos
de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto
por mano de un hombre destinado para esto." (Levítico 16: 20, 21). Recuerden que esto es después que Él ha salido del santuario.
Cristianos, ¿estamos nosotros esperando nuestra porción? ¿Estamos esperando que el Señor Jesús salga y se lleve
entonces nuestros pecados? ¿Qué clase de doctrina sería esta? Ustedes saben que lo que el evangelio proclama no es que el
Señor va a hacer algo por nuestros pecados entonces, sino que Él ya lo ha hecho perfectamente y para siempre, y que Él ha
ido al cielo donde nosotros nos acercamos ahora a través del velo rasgado, lo cual es característico del Cristianismo. Él
ha de venir y ha de ser visto por Su propio pueblo, los Judíos; y allí se aplica lo del macho cabrío.
¿Por qué esto está puesto después de Su salida? El macho cabrío ya degollado es el tipo de la obra hecha por el pueblo,
el macho cabrío vivo es su aplicación futura para ellos. La razón por la cual el último es puesto al final de todo es porque
Dios vio con anticipación que el tiempo cuando el pueblo será traído bajo el efecto de la obra de Cristo no es mientras Él
permanece en el cielo, sino cuando Él sale. Entonces el Espíritu de Dios será derramado nuevamente sobre el pueblo quebrantado
consciente de sus pecados, y aprendiendo que Aquel mismo que habían despreciado, y odiado, y matado, es el Redentor, el Señor
Dios de Israel; aprendiendo también que Él los perdonará y quitará todas sus más graves transgresiones en aquel día cuando
Él regrese.
Esto está predicho claramente en Zacarías 12. Esto es precisamente lo que tenemos aquí en la escena del macho cabrío
para Azazel (N. del T.:o "macho cabrío expiatorio" como se lee en "La Biblia de las Américas"): no, por supuesto, la
obra concreta de sufrimiento por el pecado, sino la aplicación de ella, cuando Israel caiga bajo su eficacia. La obra fue
Su muerte. Aquí está el real aprendizaje de ellos, de que a consecuencia de ese derramamiento de sangre sus pecados han desaparecido
completamente. Será una obra de la gracia divina en sus corazones.
Pero es digno de que prestemos toda nuestra atención a que en el caso del sacrificio por la casa de Aarón no hay un
segundo animal. No hay becerro expiatorio. Había un becerro degollado justo cuando el primer macho cabrío era degollado, pero,
¡no había un becerro expiatorio enviado al desierto! ¿Por qué es esto? Nosotros que somos representados por
quienes el becerro fue ofrecido, no estamos esperando que el Señor salga para la aplicación de la obra, como Israel en el
día de poder y gloria. Nosotros esperamos Su venida, pero Su venida "sin relación con el pecado, para salvar a los que le
esperan." (Hebreos 9:28). Porque nuestros cuerpos han de estar allí llevados
bajo Su poder, tal como están ahora nuestras almas. Ahora escuchamos la gracia de Dios en el evangelio, y somos conducidos,
aunque a menudo a través de cierto conflicto o incredulidad que después resultan de provecho para nosotros, a plena paz y
plena libertad por la obra de Cristo. No tenemos que esperar hasta que Él salga otra vez para saber que nuestro pecado ha
sido borrado y ha desaparecido. En vez de esperar afuera hasta que Él venga, nosotros Le seguimos adonde Él ha ido. Esta es
la esencia del Cristianismo. Nosotros entramos en la bendición donde Él está,
en los lugares celestiales. Los Judíos, por el contrario, esperan que Él salga y los bendiga en la tierra. Entonces ellos
verán y creerán. Nosotros creemos sin ver. Por consecuencia, nosotros, mirando por fe en el santuario, no necesitamos ver
una señal visible y separada para mostrar todos nuestros pecados confesados y ponerlos sobre Él para que los lleve. Nosotros
simplemente descansamos en la sangre que entró delante de Dios. Nada puede ser más notable o más hermoso que la diferencia,
en el tipo, entre los que creen ahora, y los que en ese día mirarán a Aquel a quien traspasaron.
Debo finalizar sin entrar en detalles. Añadiré solamente un punto más, y este es, el estado de alma que se produce
incluso en aquellos que reposarán entonces en la expiación. Esto es muy importante. Hay un cierto estado de corazón que va
junto al conocimiento de esa infinita obra del Señor Jesús, y el hombre cuyo corazón no es influenciado de manera adecuada
por ella, no es un verdadero creyente. ¿Cuál es ese estado de corazón? Responderé en las palabras del capítulo, "En el mes
séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas, y ninguna obra haréis. . . . Día de reposo es para vosotros,
y afligiréis vuestras almas; es estatuto perpetuo." (Levítico 16: 29 y 31). Es un hecho hermoso que se encuentra en otro lado,
que en este mismo día se tocaba la trompeta del jubileo y todo era rectificado (Levítico 25), todo hombre era reinstalado
en lo que era suyo propio. Pero había también ejercicio de corazón. En primer lugar, su alma tenía que ser afligida en ese
día, no debía regocijarse. Donde hay fe genuina, hay genuino arrepentimiento; donde las almas no sientes sus pecados, es vano
buscar la remisión de ellos. En lugar de hablar livianamente acerca de recibir la palabra con gozo, hay un profundo juicio
de uno mismo, reposando en esa escena muy solemne, muy humillante, donde el Señor Jesús murió por nosotros. En segundo lugar,
no se pretendía trabajar en ese día, debía ser un día de reposo (N. del T.: "descanso solemnísimo" en la Versión Moderna;
"sabbath" en la Versión Inglesa KJV), la obra era de Otro. No había ni un pensamiento en ellos acerca de hacer algo con
respecto a la expiación, sino un real quebrantamiento de espíritu en presencia de tan incomparable misericordia.
¡Pueda Dios bendecir Su propia verdad, y hacernos sentir más y más cuán completa es, y cómo cada parte del Antiguo
Testamento está unida con el Nuevo Testamento! El hombre que mejor entienda el Nuevo Testamento valorará más el Antiguo.
William Kelly (1820-1906)
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Mayo 2005.-
Título del Original en Inglés: "THE DAY OF ATONEMENT", by
William Kelly
Publicado en "THE BIBLE TREASURY", Volumen 12, pag. 260 de Enero de 1878
Versión Inglesa |
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