La Iglesia en la Gloria, y La Casa del
Padre
Sermones Acerca de la Iglesia
Sermón 6
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en
que, además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Hasta aquí yo he procurado
presentarles algunos de los grandes rasgos sobresalientes de la iglesia de Dios.
Lo que ella es en Sus consejos y propósitos; lo que ella es ahora mantenida en
la tierra por medio de la presencia y el poder del Espíritu Santo; lo que el
hombre ha hecho de todo esto aquí abajo; y el aspecto en que Cristo es visto
con referencia a la gran profesión de Cristianismo en la tierra; y por último,
cuál es la senda del pueblo del Señor en medio del caos y la ruina alrededor de
ellos en la hora actual.
Dios está recuperando a Sus
santos mediante la verdad, para andar en la verdad de la iglesia de Dios, como
reunidos en el nombre del Señor Jesucristo antes que Él venga. No puede haber
ninguna recuperación eclesiástica de toda la iglesia; intentarlo es solamente
un fracaso, y sólo hace que la confusión sea más confusa. Pero Dios nunca obliga
a Sus hijos a pecar. Nunca los
deja sin una senda en la que ellos puedan andar como es digno de Él, y donde el
corazón y la conciencia puedan descansar.
Asimismo, es una alegría para el
corazón el hecho de pensar que Él mantendrá hasta el final unos pocos fieles
cuya senda y cuyos modos de obrar responderán a Su pensamiento y a Su voluntad.
El último profeta del Antiguo Testamento reconoció y se dirigió a un remanente
en medio de lo que era tan malo en aquel día, y tal remanente fue encontrado
cuando el Señor vino por primera vez (Lucas capítulos 1 y 2). Las últimas epístolas
del Nuevo Testamento tienen en cuenta a unos pocos piadosos, edificándose en su
santísima fe (Judas 20, etc.); y el corazón ve que por gracia serán hallados
aquellos que están en esa fiel condición cuando Él venga de nuevo.
En una ocasión anterior yo les
hablé de nuestra esperanza bienaventurada como estando ella conectada con
nuestra condición actual, la esperanza de la venida del Señor por los Suyos.
¿Hasta qué punto, nos preguntaremos, hemos estado viviendo en esa esperanza
durante la semana pasada — durante el día pasado? ¿Hasta qué punto ella ha sido
la expectativa de nuestras almas de hora en hora? ¿Ha estado intensamente la
persona del Señor Jesucristo ante nuestros corazones? Existen dos motivos por
los que deberíamos esperar Su regreso: en primer lugar, porque hay tanto aquí
abajo que es contrario a Su gloria, y en segundo lugar, porque Lo amamos y
anhelamos estar en Su propia inmediata presencia. Y esto se verá reforzado a
medida que el corazón busca intimidad y un conocimiento más profundo de Cristo,
el cual se entregó a Sí mismo por nosotros.
En esta ocasión deseo hablarles
un poco acerca de "la novia, la esposa del Cordero" (Apocalipsis 21:
9 – LBLA), como es exhibida en la gloria milenial. Dios actúa así sobre nuestras
almas mediante esta verdad: Él trae la gloria futura ante nosotros como una
realidad práctica actual en su poder santificador. Él nos revela la gloria
preparada para nosotros desde la eternidad, un campo ilimitado de interminable
gozo; nos señala a Uno que ha ido a lo alto, el centro de todo, Uno que puede
absorber los afectos de nuestros corazones como el único objeto digno de ellos
— a saber, Cristo, a quien hemos conocido abajo en debilidad y dolor, y es el
centro de esa escena de luz y bienaventuranza. Él nos ha dado el Espíritu para
que more en nosotros, y para darnos a conocer las cosas celestiales ahora; para
revelar esas cosas que "ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en
pensamiento humano — las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le
aman. Pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio de su Espíritu; porque
el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas profundas de Dios".
(1ª. Corintios 2: 9, 10 – VM).
Él toma de las cosas de la gloria
de Cristo, y las coloca ahora ante nosotros, para que podamos vivir en ellas —
vivir en el amor del Padre, y en el amor de Cristo que sobrepasa todo
conocimiento — para que mientras estamos aquí podamos ser el reflejo de Cristo.
Por tanto, Él revela la gloria para que nuestros corazones puedan ser llevados
a ella, y para que ella pueda tener su propio poder santificador sobre
nosotros.
Es interesante inquirir cuánto,
y
en qué diferentes maneras el poder práctico de la gloria de Dios es traída ante
nosotros en las Epístolas. La gloria es la consumación de Su gracia para con
nosotros.
Comiencen con Romanos, donde la
epístola considera nuestra esperanza (Romanos 5: 2), leemos, "nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios". Nosotros no podemos ser más aptos
para el cielo,
porque nuestra aptitud depende de lo que Cristo ha hecho; pero nuestra
capacidad para disfrutar esa gloria puede, no, más bien, debe crecer. Tal como
ha sido dicho de manera tan excelente, «La
santificación actual tiene todos los elementos de la gloria futura, y la gloria
futura contiene todas las cualidades de la santificación actual.» Ello es así. Nosotros somos formados
por aquello que hacemos que sea nuestro objeto. Así es con Pablo, el cual nos
presenta el resultado de su experiencia de Cristo: lo que él había "aprendido".
"Más aún, todas
las cosas las tengo por pérdida, a causa de la sobresaliente excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, Señor mío". (Filipenses 3: 8 – VM). Ello era
el manantial de su consagrada senda de servicio y de ¡la entrega de sí mismo al
arduo trabajo! "Para mí el vivir
es Cristo", es su principal y único objetivo, para que sea "magnificado
Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte". (Filipenses 1: 21; Filipenses
1: 20). Sin embargo, mientras más él Le conocía, más anhelaba conocerle: leemos,
"a fin de conocerle". (Filipenses 3: 10).
Tomen la segunda epístola a los
Corintios. En 2ª. Corintios 3: 18 leemos, "Nosotros todos, mirando a cara descubierta
como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen".
El apóstol dice, "Nosotros todos",
pues es el gozo común de cada Cristiano mirar esa gloria resplandeciendo en la
faz de Jesús, y ser así transformado. La primera mirada fue sobre un Hijo del
Hombre levantado y muriendo en la cruz por nuestros pecados. Pero Él ahora no
está allí: Él ha dejado la cruz, ha pasado por la muerte y el sepulcro, ha
resucitado y ha ascendido a lo alto, un testimonio de que la justicia de Dios
ha sido vindicada contra el pecado y ahora es manifestada. ¿Procuro yo ser
semejante a Él? ¿Qué corazón que Le conoce no anhela ser transformado en la
misma imagen? ¿Cómo será entonces? ¿Será estudiando a un Cristo humillado y
procurando andar como Él anduvo? No; el poder no es encontrado allí. ¿Procuraré
conformidad y semejanza a Él ocupándome de mí mismo, examinando mi propio
corazón para producir lo que es de Él allí? No; ¡eso nunca lo hará! Entonces,
¿cómo llegaré yo a ser semejante a Él? Mediante el corazón ocupándose con
Cristo en la gloria; mirándole a Él y alimentándose de Él, y con mi corazón
absorto con Él en la esfera de la inmaculada luz de Dios donde Él llena todas
las cosas, y adonde la carne y el yo nunca pueden llegar. Yo encuentro allí que
miles de cosas se oscurecen, las cuales no son aptas para esa escena, ni para
el corazón de Aquel que está allí. La carne y el yo se marchitan a su verdadero
lugar de muerte; las hermosas líneas de Cristo son escritas en tablas que son
corazones de carne mediante el ministerio del Espíritu Santo (2ª. Corintios 3:
3 – VM), y los rasgos morales de Su gloria son reproducidos en la conformidad cada
vez mayor de nuestros modos de obrar a Él.
Esteban, mirando a Su Señor en la
gloria, enfrenta las tormentosas olas de un mundo que aborreció a su Señor
antes de aborrecerle a él; y el vaso de ellos, roto por las piedras de la
muchedumbre, sólo emite la hermosa luz de su Señor glorificado cuando él
experimenta la comunión de Sus padecimientos. Él es entregado a la muerte por
causa de Cristo, y la vida de Jesús es manifestada en su carne mortal. Yo no
puedo continuar sin recalcar aquí un rasgo en el que Cristo sobresale — pues en
todo Él debe tener la preeminencia. Esteban dice en primer lugar, "Señor
Jesús, recibe mi espíritu": y luego se arrodilla y ora por Saulo y por los
que lo estaban apedreando, libertando así su espíritu. Con Jesús no fue así. Él
dice en primer lugar, "Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23: 34), y al final de la
cruz Él encomienda Su espíritu a Su Padre. El orden se invierte; Esteban no era
más que un hombre — aunque en verdad fue un mártir bienaventurado; Jesús era la
manifestación de la bondad divina: Hombre perfecto en dependencia delante de
Dios, Él era también Dios revelado perfectamente al hombre.
También en Colosenses, donde
somos vistos pasando a través de las circunstancias profundas y escudriñadoras
del corazón del camino del desierto, la gloria
de Dios es aplicada de nuevo a nosotros. Leemos, "Fortalecidos con todo
poder", para una escena donde todo está en contra de nosotros. ¿Cuál es la
medida del poder?
Es, "según la potencia de su
gloria" (no, 'glorioso poder', como rezan algunas traducciones). Ustedes
dicen, «Qué maravilloso resultado se producirá con semejante poder.» Pero,
¿para qué somos nosotros fortalecidos? ¡"Para toda paciencia"! ¿Acaso
no es esa una nueva forma de hacer que yo sea paciente en esta escena? Paciente
en medio de sus penas, pruebas, tentaciones, y conmociones. Y
"fortalecidos… para toda… longanimidad"; la longanimidad que soporta
sin murmurar toda mala obra, ya que puede llevar a cabo toda buena obra por
medio de Cristo que le da fortaleza. Pero esto lo hemos tenido ante nosotros
anteriormente; solamente que la expresión "con regocijo" corona el
versículo, leemos, "fortalecidos con todo poder según la potencia de su
gloria, para toda paciencia y longanimidad con regocijo". (Colosenses 1:
11 – JND). No es el corazón asumiendo una actitud de sumisión con dolor en el
centro, es decir, lo que llamamos resignación (una palabra desconocida en la
Escritura), sino que es el regocijo del corazón brotando hacia Él que está en
la gloria, en respuesta a los recursos de Su gloria que fortalecen para la
misma senda de pacífico descanso en el amor y en la voluntad del Padre que a Él
le caracterizaban.
Pasen a la epístola de Santiago
y
encontrarán nuevamente la gloria y sus principios presentados como un motivo y
un poder para la conducta aquí. Leemos, "Hermanos míos, no tengáis la fe
de nuestro Señor Jesucristo, Señor de la gloria, [junta] con acepción de
personas". (Santiago 2: 1 – JND). Si ustedes tienen fe — la fe de la
gloria, a la cual se dirigen sus pasos, no sigan con el espíritu del mundo que
coloca al hombre pobre en el plano inferior, y al hombre rico ¡en el asiento de
honor! Que los principios de la gloria formen sus modos de obrar, para que el
espíritu del mundo pueda ser quebrantado en ustedes.
Además, consideren 1ª. Pedro 4:
14, donde leemos, "Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos
sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente,
por ellos El es blasfemado, pero por vosotros es glorificado". (1ª. Pedro
4: 14 – LBLA). Cuando yo siento que he sido vituperado por el nombre de Cristo,
¡ello es como si las orlas de la gloria me hubieran tocado! El espíritu de
gloria donde Cristo está ha tocado, por así decirlo, a aquel que ha sido menospreciado
por Su nombre. Tómenlo donde ustedes quieran, amados hermanos, el poder de la
gloria de Dios es aplicado para la santificación actual sobre nuestros
corazones y modos de obrar. De modo que ya sea para esperanza, o para conformidad
a Cristo; para paciencia por el camino, o para lidiar con el espíritu del
mundo; o con respecto al vituperio de Cristo, la gloria de Dios revelada en
Cristo es instada en el alma como el poder para la producción de lo que es de
Él en el Cristiano. Vean Juan 17: 19.
Leamos ahora: Apocalipsis 21: 9
al
27; Apocalipsis 22: 1 al 5.
Para volver a mi tema, sólo
menciono inmediatamente, de paso, que los versículos que hemos leído nos
presentan la descripción de la exhibición milenial de la esposa al mundo. Los
santos han sido tomados a lo alto, y desde Apocalipsis 4 son vistos en el cielo
durante los juicios que siguen a continuación, preparatorios para el reino de
nuestro Señor Jesucristo. En Apocalipsis capítulos 2 y 3 la iglesia está en su
condición actual; en Apocalipsis 4 los santos son vistos en la gloria, donde
ellos permanecen hasta que aparecen como los ejércitos del cielo con Cristo en
juicio, en Apocalipsis 19: 14. Entonces Satanás es atado, y en Apocalipsis 20:
4 al 6, el hecho de los mil años del reino es mencionado; y luego ustedes
encuentran la breve temporada después de los mil años cuando Satanás es soltado
una vez más (Apocalipsis 20: 7 al 10). El juicio del gran trono blanco concluye
la triste historia de esta tierra, y el cielo nuevo y la tierra nueva siguen a
continuación (Apocalipsis 21: 1 al 8), lo cual concluye todo. Quedó una cosa
por decir, y encontramos que ella sigue a continuación y constituye mi tema
para esta tarde noche.
"La novia, la esposa del
Cordero" (Apocalipsis 21: 9 – LBLA), es vista en su gloria personal y relativa. Y lo que es de tanta real importancia y de bendición para
nuestras almas es que toda la obra santificadora que Cristo está realizando
ahora en Sus santos saldrá a la luz, y el resultado será visto en gloria como
es mostrado aquí. Leemos que Él "amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo
por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por
la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no
tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha".
(Efesios 5: 25 al 27). ¡Qué motivo, entonces, para rendirnos a Él para que Su
gracia no pueda ser obstaculizada! Él santifica mediante la acción de la
Palabra; Él desvela todo lo que obstaculiza la comunión con Él mismo en esa
escena resplandeciente; Él mismo se revela y se presenta al corazón de Sus
santos — para apartarlos de esta escena, y llenar sus corazones de Él mismo.
Después, Él se presentará a Sí mismo Su iglesia gloriosa, sin una mancha de
contaminación o arruga de vejez — ni un rastro de la escena a través de la cual
ella ha pasado; la Eva celestial del postrer Adán ¡para el paraíso de Dios!
Esta escena maravillosa es
demasiado a menudo vista como algo del futuro; una descripción con puntos de
interés reales, sin duda alguna, pero que presenta muy poco poder formativo
actual a nuestras almas. Cuando llegue la manifestación de ese día de gloria
será muy tarde para usar la Escritura de esta manera.
Yo creo que en esa exhibición de
gloria se verá lo que Cristo era personalmente,
se verá para lo que el santo — para lo que la iglesia fue dejada aquí para ser —
relativamente, por Su gracia, y lo
que la iglesia glorificada será de manera
absoluta, como exhibiendo las glorias del Cordero — todo esto sale a la luz
en esta escena.
Leemos, "Teniendo la gloria
de Dios". (Apocalipsis 21: 11). Una cosa debe sorprendernos de manera
convincente y ello es cuánto la gloria de Dios está entrelazada con la
descripción de la ciudad celestial. Ustedes tienen a ambas en palabras y
figuras literales. Ustedes la encuentran en los cimientos de la ciudad; en sus
muros; en su luz interior y en su apariencia exterior: ¡todo es gloria! Ella
sustenta, rodea, envuelve e ilumina toda la escena. La gloria de Dios ha
envuelto a los santos, y ellos moran en la gloria de Dios. No hay duda alguna, es
la exhibición milenial de dicha gloria; sin embargo, ella da carácter a la
iglesia, que aun ahora está puesta en este mundo para exhibir a él los rasgos
morales de esa gloria. "La gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera [o, su portador de luz]". (Apocalipsis 21: 23).
Aquí se la ve, en la perfección
de la gloria dada por Cristo, como respondiendo a su pleno carácter. Él, por no
decir nosotros, no podría estar satisfecho si no fuese así. Ella es la
exhibición de la gloria a la tierra milenial. Ella misma no desciende a la
tierra, sino que derrama la luz de esa gloria abajo, sobre Jerusalén. Como la
Jerusalén celestial la iglesia mantiene aún su carácter como la exhibición de
la gracia; así como Jerusalén será abajo en centro del gobierno terrenal en
aquel día. Qué triste es ver que un Cristiano que incluso ahora es celestial
(1ª. Corintios 15: 48), trate de mezclar estos dos principios; como por
ejemplo, un Cristiano actuando como un magistrado, o participando en la
política de este mundo. ¿Qué está haciendo él? Está procurando mezclar el
gobierno de la tierra con la gracia revelada desde el cielo. Ello es imposible
ahora, pero ambas cosas tendrán su lugar en la manifestación milenial de la
gloria de Cristo. Si desde la Jerusalén celestial — el vaso de la gracia — las
hojas del Árbol de la vida son ministradas para la sanidad de las naciones, en
la Jerusalén terrenal se ve que el juicio es vuelto a la justicia, [o volverá a
ser justo]. (Salmo 94: 15). "La nación o el reino que no te sirviere perecerá".
(Isaías 60: 12).
En este capítulo 21 de
Apocalipsis, uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las
últimas siete plagas, viene y lleva a Juan en el Espíritu a un monte grande y
alto. No se trata de un desierto
desde el cual el ve a la mujer, como en Apocalipsis 17: 3. Es sorprendente ver
los diferentes puntos de vista desde los cuales el vidente ve cada visión a
medida que pasan ante él en este libro; cada lugar es adecuado a lo que él
contempla. Leemos, "sobre la arena del mar" él se para para ver "subir
del mar una bestia", la cual tipifica el Imperio Romano revivido subiendo
de la masa de gentes en el estado de agitación de las naciones. El
"desierto" es un lugar apto desde el cual ver la Babilonia mística, embriagada
de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús. Un
"monte", "grande y alto" es la plataforma desde la cual él
contempla a esta Jerusalén celestial — la esposa, "descendiendo del cielo,
desde Dios". (Apocalipsis 21: 10 – VM). Ella no viene a la tierra, sino
que es bajada para que la tierra pueda ver su gloria, la gloria de Dios
exhibida en ella.
Es notable que lo que nosotros
conocemos ahora como miembros de Cristo, por medio del Espíritu de Dios enviado,
otros lo contemplarán en aquel día. Leemos en Juan 14: 20, "En aquel día
vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en
vosotros". Presten atención aquí al orden, el Hijo se ha ido a lo alto,
habiendo consumado la redención, Él está en el Padre; el Espíritu Santo ha sido
enviado y da la conciencia de ser uno en naturaleza y en vida con Aquel que
está allí: nosotros estamos en Él allí, y si es así, Él está en nosotros aquí.
Esta es la conciencia que el Espíritu de Dios nos da ahora.
Pues bien, si pasamos a un
versículo en Juan 17 encontramos que el orden de Juan 14: 20 se invierte. El Señor
dice aquí, "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así
como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí". Aquí no es Cristo en el
Padre y nosotros en Él, sino que el orden se invierte exactamente. Es Cristo en
ellos mostrado tan perfectamente como el Padre estaba en Él. (Juan 17: 22,
etc.). El Señor Jesús se refiere al día de gloria que está ante nosotros. Por
tanto, Él puede hablar de que nosotros somos "perfeccionados en unidad", y "para
que el mundo
sepa". (Juan 17: 23 – LBLA). Ahora
bien, nosotros debimos haber andado de tal manera para que el mundo pudiera
haber creído; pero ¡lamentablemente!
no hemos logrado mostrar a Cristo al mundo. En qué gracia infinita Él nos lleva
al día cuando no habrá más fracaso, sino que Él será mostrado perfectamente en
nosotros, "para que el mundo sepa que tú me enviaste", cuando los vea
a ustedes, mis hermanos, y a todos los santos, en la misma gloria del Hijo de
Dios — "y que los amaste tal como me has amado a mí." (Juan 17: 23 –
LBLA).
Esta ciudad es esa manifestación.
Ella tiene la gloria de Dios — leemos, "teniendo la gloria de Dios. Y su
fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana
como el cristal". Jaspe es un símbolo usado para la gloria de Dios (vean Apocalipsis
4: 3). Ella tiene la gloria "de Dios"; y sin embargo dicha gloria es llamada
"su fulgor (o, su luz)". (Apocalipsis 21: 11). ¿Por qué es esto?
Supongan que Dios ha producido las gracias de Cristo en los santos aquí. Pues
bien, la pura gracia lo ha hecho; sin embargo Él lo imputaba a ellos. Así es
aquí; si la iglesia tiene la gloria de Dios, sin embargo ella es su fulgor (o,
su luz), por Su gracia. ¿Qué era el propio Cristo? Dios manifestado en la
tierra en ese Hombre humilde. Usted anhela ser semejante a Él; usted anhela que
las gracias y la mente de Cristo puedan ser reproducidas en usted; pues bien, las
que existen, son contadas como suyas, aunque Su gracia las haya forjado. Como
cuando en Apocalipsis 19: 8, a Su esposa "le fue dado que se vistiese de
lino fino blanco, resplandeciente y puro", y de este lino se dice que,
"es la perfecta justicia de los santos", aunque absolutamente todo es
la producción de Su propia gracia en ella. (Apocalipsis 19: 8 – VM). Lo que
ella era en la tierra, lo que Él produce en Su pueblo, y lo que Él exhibe en
gloria, todas estas cosas son vistas.
"Tenía un muro grande y
alto, y tenía doce puertas, y en las puertas doce ángeles". (Apocalipsis
21: 12). Ustedes encuentran aquí el aspecto humano así como el divino. Doce puertas
y doce ángeles. Si ustedes consideran al propio Cristo en la tierra,
encuentran el aspecto humano y también el divino. Si Él toma un niño en Sus
brazos, ello es un hermoso acto de humanidad; pero cuando Él lo estrechaba a Su
corazón, ¡Él lo estrechaba al corazón de Dios! Un acto humano, y sin embargo
divino. A la viuda de Naín Él dice, "No llores", y eso provenía de un
compasivo corazón humano. "Joven, a ti te digo, levántate", era la
voz de Dios que da vida a los muertos. "Y lo dio a su madre",
¡nuevamente el tierno corazón del hombre! (Lucas 7: 11 al 17). Ustedes no saben
en qué momento es el hombre, y en cuál es Dios en estos destellos de Su gloria
moral. (Ver nota 1). Así en la ciudad celestial; si ustedes encuentran la
"gloria de Dios", encuentran también las doce puertas.
(Nota
1. El lector debe tener siempre en cuenta que cada acto humano del Señor Jesús
tenía una fuente divina en él. Debido a la unión
en Él de lo humano y lo divino, cada acto humano y cada palabra del Señor Jesús
tenían el valor infinito y la gloria de Su persona en ellos).
El pensamiento del
"muro" es seguridad, así como
el de los "cimientos" es estabilidad.
Los ángeles son los porteros dispuestos; ellos han sido los instrumentos de la
realización de la providencia de Dios. Aquí ellos están afuera. Ángeles no celosos
que desean mirar la medida de la gracia para con el hombre. La iglesia es ahora
un espectáculo para los ángeles y para los hombres (1ª. Corintios 4: 9); así
será ella entonces. La mujer "debe tener señal de autoridad sobre su
cabeza, por causa de los ángeles". (1ª. Corintios 11: 10). Llegado ese día
la esposa también tiene gloria, y los ángeles están como porteros a las puertas,
contemplando así "la multiforme sabiduría de Dios". (Efesios 3: 10).
Permítanme comentar que los doce
ángeles tienen un lugar doble, a saber, en relación con el reino abajo, así
como en la iglesia en lo alto. El Señor prometió a los Suyos, "cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis
seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus
de Israel". (Mateo 19: 28). Ellos tienen el lugar principal en la
administración del reino, y están en los cimientos de la ciudad en lo alto.
Leemos, "Tenía un muro grande y alto con doce puertas, y en las puertas
doce ángeles; y en ellas había
nombres escritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel".
(Apocalipsis 21: 12 – LBLA). Los nombres de las tribus están escritos en las
puertas: la puerta era el lugar de autoridad y administración judicial, de lo
cual el orden tribal de Israel era el centro. Recordemos, "Lot estaba
sentado a la puerta, etc."
(Génesis 19: 1). Esto es transferido ahora a la iglesia; por eso los nombres de
las tribus de Israel están escritos en sus puertas — el símbolo de tal orden
administrativo — transferido así. Leemos, "al oriente tres puertas; al
norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro
de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce
apóstoles del Cordero". (Apocalipsis 21: 13, 14).
Leemos a continuación, "El
que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus
puertas y su muro". Si ustedes consideran la Jerusalén terrenal en
Ezequiel, Él la mide con un cordel de lino
(Ezequiel 40: 3), como Su posesión. Pero esto no será suficiente para medir
aquello que es el fruto de la aflicción del alma de Cristo. Ustedes pueden
recordar que en Efesios 2: 7 se dice que por medio de la iglesia Dios mostrará
"en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús". Ustedes no pueden medir por medio de medición
humana aquello mediante lo cual Dios revela y muestra a la eternidad el pleno
alcance de Sus riquezas de gracia, en su bondad para con nosotros.
Dios es el símbolo de la justicia
divina. La estimación del resultado completo de Sus consejos de eternidad,
resultado que viene ahora en gloria que puede ser mostrada, sólo puede ser
según Su propia naturaleza. Sólo Dios puede evaluar de manera justa la
aflicción del alma de Jesús cuando Él hizo de Su alma una ofrenda por el
pecado: cuando Él presentó a Su Padre un motivo nuevo para el amor de Su Padre.
"Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar".
(Juan 10: 17). "La ciudad se halla establecida en cuadro,… la longitud, la
altura y la anchura de ella son iguales". Era un cubo, el símbolo de la
perfección divinamente dada. (Apocalipsis 21: 16).
"El material de su muro era
de jaspe"; ese es el símbolo de la gloria de Dios. En Apocalipsis 4: 3
leemos, "el aspecto del que estaba sentado [en el trono] era semejante a
piedra de jaspe y de cornalina". También era jaspe "el primer
cimiento" del muro. La gloria de Dios es, por tanto, el cimiento, la seguridad, la estabilidad,
y la luz de la ciudad celestial. ¡Oh,
de qué manera el corazón adora al contemplar tal escena! Su gloria envuelve a
Su pueblo por todos lados.
Y "la ciudad era de oro
puro, semejante al vidrio limpio". (Apocalipsis 21: 18). El oro es la
justicia divina, y el vidrio limpio representa la pureza transparente y fija de
la verdad. Por tanto, la ciudad representa en este maravilloso símbolo lo que
Cristo era en Sí mismo, y lo que el "nuevo hombre" es, "creado
según Dios en la justicia y santidad de la verdad". (Efesios 4: 24). No es
Adán en inocencia, cuando él no conocía el bien ni el mal; ni Adán caído, y
hecho justo mediante la ley, si eso hubiera podido ser para el hombre caído,
sino un "nuevo hombre" creado en toda la hermosura de la justicia de
Dios por gracia, y la transparente veracidad de Cristo — ¡tan transparente como
el día! Si nosotros consideramos nuestros propios corazones, qué pobre, qué
traicionero, qué cosas de doble ánimo ellos son; pero no es así con Dios.
Colocado así en justicia divina delante de Dios, en Cristo, con la verdad en el
interior, en la medida en que el nuevo hombre está en acción, ello es semejante
a Aquel que pudo responder, cuando los Judíos Le preguntaron, "¿Tú quién
eres?" "Soy absolutamente "ese mismo que os he dicho desde el
principio". (Juan 8: 25 – VM).
En cuanto a los cimientos, ellos
están adornados con todo tipo de piedras preciosas. Cuando Dios se muestra a Sí
mismo, Él lo hace bajo la figura de esas preciosas piedras de colores, como a
menudo ha sido comentado. Capturen el rayo brillante e incoloro del sol y
sepárenlo en un prisma, y ustedes encontrarán que el rayo incoloro se fracciona
y se convierte en los variados colores del arcoíris. "Dios es luz" —
y mora en la luz inaccesible a la cual nadie puede acercarse ni ver. Cuando Él
se muestra a Sí mismo de alguna manera, estos hermosos colores simbolizan esta
exhibición.
Tomen el arcoíris; es la luz pura
del sol resplandeciendo a través de las gotas de la nube de lluvia, pero cuando
se fracciona a través de esas gotas exhibe en esas luces y tonos de colores
celestiales las virtudes del rayo incoloro. Cuando el sumo sacerdote de antaño,
con el pectoral de muchas piedras de colores, entraba en el lugar santísimo, la
luz pura desde el propiciatorio se reflejaba en cada color sobre su corazón.
Así está Cristo sosteniendo ahora a Su pueblo aquí en la debilidad de ellos, y
llevándolos a través de esta escena conforme a la luz del santuario celestial.
En breve, en lugar de sostenerlos en
la debilidad de ellos como ahora, Él
los situará en poder en lo alto.
Si consideran a Cristo en la
tierra, ustedes verán al "Hijo del Hombre que está en el cielo",
mostrando a Dios en la tierra ante sus ojos. (Juan 3: 13). Leemos, "en él
habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad". (Colosenses 2: 9).
Véanle lamentando por Jerusalén; el corazón del Mesías desgarrado en lamento
por el pecado de Su pueblo. Fue el tierno corazón del hombre, pero brotó de esa
fuente profunda y maravillosa — «Las lágrimas caían de ojos humanos, pero
provenían del corazón de Dios». Así fue mostrado Dios. El corazón adora cuando
uno piensa que nosotros tenemos que ver con un Dios que se rebajó hasta las
lágrimas humanas, en un mundo de lágrimas.
Por tanto, Dios se ocupa de
nuestras pruebas, y tristezas, y lágrimas; y mediante ello Él muestra en Su
pueblo las celestiales líneas de esa naturaleza que es apta para Su corazón,
porque es la Suya.
Leemos, "Las doce puertas
eran doce perlas". (Apocalipsis 21: 21). Un amoroso pensamiento encuentra aquí
su expresión. Se ve esa hermosura y ese encanto morales que atraían el corazón
de Cristo en la iglesia y por la cual Él "vendió todo lo que tenía". Encontramos
que la ciudad es internamente "oro puro, transparente como vidrio";
externamente encontramos la hermosura moral de la perla. Cada puerta mostraba
esto. Así es con el propio Señor personalmente; así es con el Cristiano
relativamente, el cual se ha vestido "del nuevo hombre" donde
"Cristo es el todo"; y exteriormente el efecto es que los rasgos
humildes de Su gracia son producidos, y así es con la iglesia de manera
colectiva, si fuera necesario, con la totalidad, para que Cristo pueda ser
mostrado plenamente según el pensamiento de Dios. Aquí somos llevados a la
gloria cuando ello será así de manera perfecta. Vemos así de qué manera el
pensamiento fluye a través de la maravillosa descripción con respecto a lo que
Cristo era personalmente, lo que Sus santos son relativamente, en la medida en
que lo que Su gracia ha obrado sea visto en ellos, y lo que se verá en plena
exhibición cuando Él "venga en aquel día para ser glorificado en sus
santos y ser admirado en todos los que creyeron". (2ª. Tesalonicenses 1:
10).
"La calle de la ciudad era
de oro puro, transparente como vidrio". La figura fue usada antes en
Apocalipsis 21: 18. Encontramos aquí que no sólo la ciudad, sino las calles son
así. Es lo contrario de aquello a través de lo cual nosotros tenemos que pasar
ahora en un mundo corrompido. En esa ciudad de gloria los pies sólo estarán en
contacto con aquello que responde al nuevo hombre interior. Oh, si el corazón
no 'vela y ora' ahora, ¡de qué manera el terreno se contrae y el corazón se
contamina! El corazón descansa en el pensamiento de una escena donde puede
relajarse, cuando velar y orar serán cosas del pasado — pero nunca se relajen ahora
ni por un instante, porque la carne está en nosotros y el mundo a nuestro alrededor
es tan adecuado para ella.
Allí sólo Cristo llenará el alma.
¡Qué gozo sin amalgama! Y es dulce pensar que todo el desagrado que uno siente
ahora con su propio corazón no es sino una nota de afinidad con esa escena en
lo alto ¡donde todas las cosas son de Dios! Allí, las calles mismas por las que
andaremos son idóneas para la naturaleza de Dios, naturaleza que ya ha llegado
a ser nuestra en justicia y santidad verdadera. ("Y que os revistáis del
hombre nuevo, el cual, según la imagen de Dios, es creado en justicia y
santidad verdadera". Efesios 4: 24 – VM). Allí podemos desceñir nuestros
lomos, pues todo sólo refleja Su gloria, y mientras más libremente sale el corazón,
más adoración es el efecto producido.
La descripción continúa así,
"Y no vi templo en ella". (Apocalipsis 21: 22). En la restaurada
Jerusalén terrenal el rasgo destacado de la escena es una vez más el templo
(Ezequiel capítulos 40 al 48). Aquí no hay ninguno. ¿Por qué es esto? Porque
adoración es todo lo que hay allí: ella caracteriza la escena. Leemos, "Perpetuamente
te alabarán". (Salmo 84). Un Judío difícilmente podría comprender cómo es
que podía no haber templo. El Templo daba carácter a sus relaciones con Dios.
Dios moraba allí, aislado de toda mirada, para ser reverenciado. Pero si Él se
aísla dentro del velo, ¡Él impide la entrada al hombre! El hombre no podía
estar allí. Qué diferente es esta escena maravillosa de gloria. No hay ninguna
ocultación de ella. El desvelado misterio de Dios está allí, y el corazón no
tiene otra cosa que hacer sino adorar.
Es humillante descubrir cuán poca
concentración de corazón hay ahora en nosotros para adorar. Qué poco hay de esa
mirada firme a lo alto — de esa fijeza de alma. La adoración es el carácter del
lugar al cual vamos; allí continúa para siempre. Incluso aquí abajo los
pequeños tributos de alabanza que nuestros corazones pueden traer son dulces
para Él, porque, "el Padre a los tales busca como adoradores suyos".
(Juan 4: 23 – VM).
"Y no vi templo en ella;
porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero son el templo de ella".
Toda la ciudad es el santuario de Su presencia. "Y la ciudad no tiene
necesidad del sol ni de la luna, para alumbrar en ella", ninguna necesidad
de luz prestada, "porque la gloria de Dios la ilumina". (Apocalipsis
21: 23). Nosotros vimos la gloria rodeando y entrando en toda la estructura de
la ciudad, Aquí dicha gloria es la luz de la ciudad. Incluso si ahora hay luz
en nuestros corazones ella es la luz de esa gloria que resplandece en la faz de
Jesús. Leemos, "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese
la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo". (2ª. Corintios
4: 6). Toda la gloria de Dios resplandece concentrada en esa faz y nosotros,
con rostro descubierto, la contemplamos sin velo y en paz; no, es más, el hecho
de que ella resplandezca en la faz de Aquel que se entregó a Sí mismo por mí me
compromete a ocuparme de la gloria así revelada. Así será para siempre. Él
lleva la gloria. Ojalá que, al igual que la Reina de Saba, nosotros
conociésemos incluso ahora lo que fue estar tan absortos con Él, en quien toda
la gloria de Dios resplandece ante el ojo abierto de la fe, ojalá que el yo
pudiera ser enteramente desterrado. La reina de Saba se queda sin aliento (o,
asombrada), y derrama sus tesoros a los pies de Salomón. (1º. Reyes 10).
Llegado el día será perfectamente así. El corazón que ha aprendido a conocer Su
amor estará en descanso con Él en esa escena de luz y de gozo inefable.
"Y las naciones andarán a su
luz". (Apocalipsis 21: 24 – LBLA). Aquí entra otro pensamiento. Adoración
si yo miro adentro, testimonio si yo miro abajo. Se cumplen
las Escrituras, "Yo en ellos, y tú en mí", y, "La gloria que me
diste, yo les he dado". (Juan 17: 22, 23). Cristo es visto allí en los
santos, los cuales son el resplandor de Su gloria para las naciones que estarán
aquí abajo.
La adoración y el testimonio
también son verdaderos ahora, en su medida, en los santos. Como sacerdocio
santo, ustedes entran para adorarle a Él, como real sacerdocio, ustedes salen
para exponer las virtudes de Jesús. (1ª. Pedro 2: 5 al 9). Así que si hay adoración
llenando la escena, hay testimonio, para que las naciones preservadas anden a
la luz de esa ciudad celestial. La adoración es débil ahora; también el
testimonio es un pobre destello de luz en un mundo oscuro. No obstante, el
destello está ahora allí, en el Cristianismo, por muy pobre que este sea. Y en
esa medida andarán las naciones de la tierra; no hay otra luz.
"Los reyes de la tierra
traerán a ella su gloria". (Apocalipsis 21: 24 – LBLA). Ellos reconocen
que los cielos gobiernan. "Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues
allí no habrá noche". (Apocalipsis 21: 25). Perfecta seguridad — ninguna
necesidad de cerrar esas puertas; y no hay tinieblas allí. Tinieblas es ignorar
a Dios, como dice Juan en 1ª. Juan 1: 5. ¿De dónde proviene la duda — de dónde
la incertidumbre? Del hecho de ignorar a Dios. En esta escena en Apocalipsis
21, todo ha desaparecido ahora, y "allí no habrá noche".
"Y llevarán la gloria y la
honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda".
(Apocalipsis 21: 26, 27). Permítanme preguntar, ¿Ha entrado hoy en su corazón alguna
cosa inmunda? ¿Estuvo usted viviendo de tal manera con Cristo que lo inmundo
fue mantenido afuera? De qué manera uno tiembla viendo un alma recientemente
convertida llena de ese temprano gozo en Cristo, pues uno que ha recorrido la
senda por más tiempo sabe bien que ese nuevo gozo menguará si Cristo no se
convierte en el todo como su objeto, y que alguna desdichada idolatría del
corazón entrará y contaminará, y la desviará. Cuán sabiamente Bernabé exhorta a
esos niños en Cristo a permanecer adheridos al Señor con firmeza de corazón,
Leemos, "Y la noticia de estas cosas llegó a oídos de la iglesia que
estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé hasta Antioquía; el cual cuando hubo
llegado, y vio la gracia de Dios, se alegró, y exhortaba a todos que con
propósito de corazón permaneciesen adheridos al Señor". (Hechos 11: 22, 23
– VM).
Pero el corazón puede descansar
aquí. Nada inmundo o que contamina puede entrar en la ciudad celestial — ni la
carne del hombre ni la mentira de Satanás. Todo está excluido aquí. Hay también
otro aspecto — leemos, "sino solamente aquellos que están escritos en el
libro de la vida del Cordero". Sólo aquellos por los cuales Él murió, como
objetos de Su amor, pueden entrar.
Si en Apocalipsis 21 ustedes
tuvieron el carácter personal de la ciudad, en Apocalipsis 22 encuentran su
carácter relativo.
"Después me mostró un río
limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de
Dios y del Cordero". (Apocalipsis 22: 1). El río es el símbolo de la
bendición que fluye. El propio Señor es su fuente. Recordemos, "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba". (Juan 7: 37).
Aquel que bebía sería el canal
para que el río fluyera para los demás, "de su interior correrán ríos de
agua viva". (Juan 7: 38). Aquel que bebe apaga su sed en la fuente de
origen, y de la plenitud de la satisfacción hay ríos que fluyen al mundo
desierto que lo rodea. Incluso ahora la Esposa, consciente de su relación con
Cristo (Apocalipsis 22: 17), antes del día de su boda en la gloria celestial
(Apocalipsis 19), y teniéndole a Él como el centro de su corazón, tiene todo el
círculo de Sus actuales intereses ante ella, y puede decir, "el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". Encontramos aún el
pensamiento que hemos mencionado a través de todo este sermón, a saber, que lo
que Cristo era personalmente, y lo que el Cristiano o la iglesia son
relativamente, caracteriza a la Esposa en la gloria, cuando el momento para la
exhibición haya llegado plenamente.
El carácter del Cristianismo es
salir con lo que usted tiene. La predicación le da su tono. Bajo el Judaísmo la
actitud era, «Guárdalo sólo para ti.» Como norma, no había ninguna predicación.
El Cristianismo se caracteriza así — dando lo que usted ha recibido. La mujer
de Samaria no pudo evitar decir lo que Jesús había dado a conocer a su alma. Él
la amaba, Él la conocía, ¡y Él salvó! Leemos, "fue a la ciudad, y dijo a
los hombres" — en el denuedo de la gracia. (Juan 4: 28).
Vean a Saulo de Tarso. Sus ojos
son abiertos y, "enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas,
diciendo: El es el Hijo de Dios". (Hechos 9: 20 – LBLA). Amado, ¿sale
usted con lo que usted sabe? ¿O con usted es como con los leprosos de Samaria
diciendo, "Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos"? (2º.
Reyes 7: 9). ¿Ha satisfecho Dios la necesidad de su corazón? Pues bien, hay un
alma que necesita eso, ¿no se lo dirá usted a dicha alma?
También aquí ustedes encuentran
"el árbol de la vida", — no dos árboles sino uno. La antigua historia
de los dos árboles de Edén existe siempre. En el Paraíso estaba el inocente
Adán responsable. Él come del árbol del conocimiento del bien y del mal en desobediencia,
para nunca recuperar un Paraíso perdido de inocencia. Afuera del huerto vino la
ley al hombre caído para plantear la pregunta de si acaso la vida podía estar
conectada con la responsabilidad; vemos nuevamente los dos árboles en cuanto a
principio. Pero él necesitaba vida para cumplir con la responsabilidad, y no
tenía ninguna, y estaba perdido. Si yo digo, «Haga usted esto y tendrá una
fortuna», ello demuestra claramente que usted no tiene una. Una cosa muy
distinta es otorgar la fortuna, y luego decirle a usted de qué manera usarla.
Así hemos encontrado que Cristo es el árbol de la vida, cuando primero Él
satisfizo, en lugar nuestro, todo el asunto de la responsabilidad bajo el
juicio de Dios. No hay árbol de la responsabilidad. Entonces, ¿no queda ninguna
responsabilidad como hijos de Adán? ¡Ninguna! Cristo la ha asumido, y concluyó
para siempre la historia del hombre responsable, para Dios y para la fe. Ahora
bien, su responsabilidad es ser fiel a lo que usted es, a saber, un hijo de
Dios. En primer lugar hijos — entonces los deberes de los hijos siguen a
continuación.
El árbol de la vida produce doce
clases de frutos para los redimidos celestiales. De qué manera el corazón se
regocija ahora al sentarse bajo Su sombra con gran deleite, y encontrar que Su
fruto es dulce a nuestro paladar. ¿Qué será, para los corazones capaces de
disfrutar de Él en gloria, sentarse bajo Su sombra allí y comer esos frutos
celestiales siempre cambiantes, mientras las hojas del árbol son para la
sanidad de las naciones que estarán abajo en la tierra?
"Y no habrá más maldición".
(Apocalipsis 22: 3). La transgresión de Adán ocasionó la maldición; el
fratricidio de Caín conllevó otra. La maldición del pecado ha estado en todas
partes en esta escena en que vivimos, pero no habrá ningún rastro de ella allí,
sino que "el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán".
Oh, qué obstáculos para
esto existen ahora. El servicio será la gozosa libertad de la gloria celestial.
Es el feliz descanso del gozo activo; pero aún más abundante y más íntimo en
bendición. Ellos "verán su rostro" — no como ahora, oscuramente como
en un espejo — oh que divina e interminable satisfacción. "Y su nombre
estará en sus frentes". Ellos portan la prueba delante de todos de que
ellos son de Él, la impronta de lo que Él es, manifiestamente en sus frentes.
Apocalipsis 22: 4).
Apocalipsis 22: 5 dice, "No
habrá allí más noche". Ningunas tinieblas, ni ignorancia con respecto a Dios,
porque "no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol",
ninguna luz prestada o creada. "Porque Dios el Señor los iluminará; y
reinarán por los siglos de los siglos". Servir y esperar es la
ocupación de los santos ahora (1ª. Tesalonicenses 1: 9, 10); llegado ese día,
ellos sirven y ven Su faz, y reinan para
siempre.
Dios nos revela en esta escena,
donde la gloria del Cordero mora, para alegrar y llenar nuestros corazones con su
actual poder santificador, y para presentarnos una estimación más real de cuál
es la altura de nuestro llamamiento, ya que vemos todo eso que es ahora
realidad para la fe, y, en el poder del Espíritu Santo, lo que es llevado a
cabo hasta su pleno resultado en gloria llegado ese día.
Un breve comentario más y
concluyo. Hay otro aspecto de lo que está ante nosotros que necesita solamente
unas pocas palabras para ser descrito, y pocas son las palabras de la Escritura
con respecto a ello. Lo que está aquí tan elaboradamente retratado es la gloria
en la cual nosotros seremos mostrados.
El mundo verá y conocerá la medida de la gracia en {la nueva} Jerusalén en lo
alto. Pero hay un pabellón secreto del gozo más santo del alma — la casa de Su
Padre con sus muchas mansiones {moradas}. Y más que todo, el propio Hijo que
asume el lugar de siervo aún en gracia infinita y ministra las más abundantes
alegrías ¡para siempre! No hay nada de esto aquí. En Juan 17 ustedes tienen el
secreto pero no la descripción; es suficiente decir que Él está allí. En Juan
17: 24 Él dice, "Yo quiero". Anteriormente en el capítulo Él había
orado; ahora Él demanda, "¡Padre! yo quiero que aquellos también que me
has dado, estén conmigo en donde yo estoy, para que vean mi gloria, que tú me
has dado: porque me amaste antes de la fundación del mundo". (Juan 17: 24
– VM). ¿No seremos felices al verlo a Él en su propia gloria peculiar — una
gloria que nunca podemos compartir? Él también habla de ella, como habiendo
sido otorgada, cuando Él toma todo lo que es Suyo en Juan. Esta es Su gracia.
Si Él se despojó a Sí mismo de toda Su gloria que tuvo con el Padre antes que
el mundo existiese, Él la recibe de nuevo como Hombre {Juan 17: 5}. Él la
recibe de manos de Su Padre porque Él se había hecho Hombre, ¡para ser un
Hombre para siempre! Él ha llevado la humanidad a la gloria de Dios, para nunca
más dejarla. ¿Acaso no Le contemplaremos con embeleso llegado el momento?
Entonces conoceremos las alturas desde las que Su amor había condescendido, lo
cual el corazón sólo puede conocer poco. No obstante, lo poco que conocemos
hace que sea más profundo el anhelo de conocerle a Él plenamente, y de estar
con Él para siempre en esa brillante escena de gloria, de la cual Él es el
centro y el sol. Aquel que la posee es nuestro, aunque ese peculiar rango de
gloria no pueda ser nunca nuestro, pero Él nos llevará a contemplarla.
Que el Señor nos conceda vivir
conscientes de las cosas celestiales como han sido plenamente reveladas, y de
nuestra asociación con Él en ellas, para formar nuestras almas cada vez más
como un pueblo que pertenece allí. Pronto estaremos realmente allí. Que Aquel
que es el centro y el resplandor de toda esa escena llene nuestros corazones,
conduciendo su luz a ellos y desplazando cada vez más todo lo que no es apto para
ella; hasta el momento determinado en los consejos del Padre cuando Él pueda
llevarnos allí, y presentarnos ante el Padre, el cual nos entregó a Él, perfectamente
aptos para Él. Amén.
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Junio 2019.-
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción
literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBLA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).