EL NUEVO NACIMIENTO
F. G. Patterson
Capítulo
6:
"En la Luz" - Confesión
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Queda pendiente la pregunta,
¿cuál es la esfera y la medida del andar para el nuevo hombre? Se trata de una
pregunta sumamente importante. ¡Que el Señor nos conceda entenderlo!
El golpe del juicio que cayó
sobre el amado Hijo de Dios en la cruz rasgó el velo que existía entre Dios y
el pecador. El mismo golpe que reveló y expresó, al mismo tiempo, el amor y la justicia
de Dios, quitó para siempre los pecados y la condición pecaminosa que excluía a
Su pueblo de Su presencia. Por tanto, el Cristiano que posee vida eterna en
Cristo ha sido introducido en la presencia de Dios ¡en la luz!
"Pero si andamos en la luz,
como él está en la luz," etc... (1ª. Juan 1: 7 – VM).
La esfera de su andar es,
entonces, ¡la presencia de Dios en la
luz! Dios le ha limpiado y le ha
engendrado de nuevo para tal esfera, y ahora el estándar y la medida de sus
modos de obrar son nada menos que ¡la Luz
— dentro del velo! Todo lo que es inconsistente con la presencia de Dios en
la luz es juzgado como siendo del "viejo hombre"; de este modo, el
"nuevo hombre" se regocija en libertad, en la presencia de Dios. En
otro tiempo él era "tinieblas", ahora él es "luz en el
Señor", y la exhortación es, 'anda como hijo "de la luz'. Leemos,
"porque en un tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor:
andad como hijos de la luz". (Efesios 5: 8 – VM). La luz pone de
manifiesto todo lo que no es de Dios en sus caminos.
¡Qué medida maravillosa es esta!
Sin embargo, ¡el nuevo hombre se regocija en que nada menos que un estándar es
dado por Dios!
Llamado a la comunión con el
Padre, y con Su Hijo Jesucristo, ¿cómo podría existir esta comunión excepto en
el poder de la vida eterna? Imposible. La comunión es el resultado apropiado y que
procede de la vida eterna. El Cristiano no puede andar en ningún otro lugar; no
puede tener ningún otro estándar que no sea este. La vida que él posee en
Cristo lo lleva a la presencia de Dios en la luz. La luz no lo juzga, como
cuestionándole su derecho a estar allí. Cuanto más resplandeciente es la luz,
más claramente se ve que el derecho existe. Pero la luz hace que él se juzgue a
sí mismo por todo lo que es inconsistente con ella. Cuando la carne está en
acción de una u otra forma (incluso si la acción es puramente hacia el
interior), si hay alguna cosa, cualquiera que sea, acerca de la cual la
conciencia debiese ser ejercitada, el alma no está, no puede estar, en el
disfrute de la comunión con Dios en la luz, porque el efecto de la luz es
llevar la conciencia al ejercicio. Pero cuando la conciencia no tiene nada que
no haya sido ya juzgado en la luz, el nuevo hombre está en acción con respecto
a Dios.
La posesión de una mala
naturaleza nunca hace mala a una conciencia en la presencia de Dios. Es
solamente cuando dicha naturaleza está en acción de alguna manera, que entonces
la conciencia se contamina. El nublado se siente, impidiendo que el alma disfrute
de la comunión en la luz. Entonces, aquí entra el trato bienaventurado de Dios
con aquello que es puesto de manifiesto en Su presencia, donde hay fracaso en
nuestros caminos como Cristianos. Se trata de la intercesión (o, abogacía) de
Cristo que, cuando es ejercida, hace que el corazón se doblegue en juicio
propio y en confesión de pecados (1ª. Juan 2: 1). Al igual que un hombre que con
su vestimenta manchada o en desorden entra en una sala llena de luz y de
espejos, e instintivamente arregla su vestimenta — la luz pone al descubierto
todo lo desviado; entonces uno no puede evitar confesar cuando, estando en la
luz, hay la más mínima mancha, cualquier cosa que la luz revele, "porque
la luz es lo que manifiesta todo" (Efesios 5: 13), y, si confesamos
nuestros pecados, Dios "es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad". (Juan 1: 9).
¡Lamentablemente! cuando nuestra
naturaleza es consentida y le es permitido aparecer en la forma de "pecados",
la conciencia se contamina y es infeliz, el Espíritu es contristado, y mientras
más sensible es la conciencia, más intensamente siente la mancha. Es aquí
donde nos enteramos de lo que ha producido este doblegamiento del corazón y la
conciencia delante de Dios. La intercesión
(o, abogacía) de Cristo ha estado en ejercicio — no porque yo me he
arrepentido del pecado, y me he juzgado a mí mismo acerca de él, sino debido a
que yo había pecado y ello hacía necesario que mi alma fuese doblegada debido
al fracaso delante del Señor. Una Persona viviente — Jesús — trata mediante Su
palabra y Su Espíritu con mi corazón y mi conciencia, hace que yo sienta el
pecado, y hace que mi corazón se doblegue en confesión a Él que "es fiel y
justo para perdonar" y para "limpiarnos de toda maldad" (1ª.
Juan 1: 9). "Si alguno peca",
(no dice, 'si alguno se ha arrepentido de su pecado'), Abogado tenemos para con
el Padre". Él perdona el pecado y limpia el corazón del recuerdo de
aquello que había causado el quebranto y la angustia de alma. "Hijitos
míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". (1ª. Juan 2: 1 – LBLA).
La confesión verdadera es una
obra dolorosa, intensa, profunda en el alma. No tiene que ver meramente con el
fracaso en sí, sino con la raíz del asunto, la cual, al no haber sido juzgada,
produjo el pecado. El caso de Pedro en Juan 21 presenta una ilustración de este
trato de Cristo, cuando él necesitó un sentido de su pecado no poseído con
anterioridad. Pedro había llorado "amargamente" por el pecado (su
negación de Cristo), sin embargo las raíces no fueron alcanzadas, y era
probable que volvieran a arremeter. El Señor trata con él — no acusándolo del
pecado, e incluso sin hacer mención de ello. Leemos, "¿me amas más que
éstos?" «¿Tienes aún esa desmesurada confianza en ti mismo?» Porque él se
había jactado de que si todos los demás Le negaran, sin embargo él no lo haría.
El Señor no consideró el caudal, sino la fuente; Él la puso de manifiesto, la
expuso al corazón y a la conciencia de Pedro. La raíz fue alcanzada, y todo
estuvo afuera ante Su vista. El manantial fue expuesto, fue juzgado, y se secó.
Bienaventurado trato de Uno que nos ama de manera perfecta, y que cuida
demasiado de nosotros como para prescindir de nosotros ¡cuando nosotros mismos
necesitamos aprender! De nada se nos acusa, como imputado a nosotros, pero nada
es permitido — permitirlo no sería amor — no sería Dios. ¡El corazón Le adora
cuando ve sus modos de obrar! Pero, ¡oh, cuán poco se benefician las almas
mediante Sus modos de obrar! En breve se verá cómo Él reivindicó Su cuidado — y
de qué manera las almas ejercitadas se beneficiaron mediante dichos cuidados, y
las indiferentes se perdieron a lo largo del camino.
¡Qué maravilloso es el lugar, el
llamamiento, la esfera del andar del Cristiano! Andar en el Espíritu, afuera de
la carne y del yo, y por la vida de Jesús, la luz de la presencia de Dios es su
esfera, donde ninguna mancha de pecado, ningún espíritu del mundo puede jamás
llegar. Todo su ser está abierto y es sencillo en Su presencia; no encontrando
motivo alguno para ocultarse de Él ahora, incluso si ello fuese posible. Dios
mismo es el recurso del corazón, contra todo lo que está en el interior. Por
tanto, la "luz" es 'la armadura del alma'. Ella aprende a ser perentoria
con ella misma, al rehusar todo lo que no es de Dios: ella camina así en el
gozo de una comunión ininterrumpida con Él. También es consciente de ser
agradable a Él. La vista no es dirigida al interior para buscar frutos allí,
sino al exterior a Él. El alma vive por medio de Otro. Cristo está ante el alma
claramente y sin distracciones. La carne es detectada en sus raíces — los
frutos no necesitan aparecer para aprender lo que ella es. La carne es vista
como aquello que quebrantaría la comunión y separaría el corazón del gozo de
andar con Dios, y es rechazada. Las cosas de alrededor son vistas en su valor verdadero.
El alma crece en Su presencia — no como contemplando ella misma su crecimiento,
sino como no habiendo alcanzado aún la perfección, o no habiendo sido perfeccionada
aún a la plena y real conformidad a Cristo que está en la gloria; ella prosigue
hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús. (Filipenses 3: 14 – LBLA).
Amado lector Cristiano, nosotros
tenemos una vida que nos conecta con el cielo ahora, que ha de ser mostrada mientras
estamos aquí en la tierra.
Tenemos miembros que han de ser mortificados, pero no se nos reconoce ninguna
vida aquí abajo (Colosenses 3). La vida que nos es reconocida es formada en
nosotros mediante el despojo del yo —
viviendo en la negación y el no reconocimiento del yo. Sólo lo que deriva y sale
de ella es aquello que Dios puede
reconocer. La vida de Jesús aquí fue una vida de dependencia perfecta, de
indivisa obediencia; Su perfecta voluntad fue rendida, "no se haga mi
voluntad, sino la tuya". (Lucas 22: 39 al 44). Él es nuestra vida —
leemos, "el que se une al Señor, un espíritu es con él". (1ª.
Corintios 6: 17). Sus palabras nos dicen lo que Él era cuando estuvo aquí — ellas
eran ¡Él mismo! (Juan 8: 25). Nosotros
vivimos por medio de ellas: ellas forman y nos conforman y nos modelan en
conformidad a Él. Cuando no somos formados por ellas, nosotros estamos verificando
(refrenando) lo que sale de nuestra vida
— estamos impidiendo nuestro crecer hasta Cristo y ¡en Cristo!
Que el Señor nos conceda que, con
un crecimiento constante, continuemos día a día creciendo en la gracia y el
conocimiento de Él, que la vida dentro de nosotros brote hasta su fuente, en el
resplandor de la presencia del Padre donde Él está, hasta que seamos plenamente
conformados a Él, espíritu, y alma, y cuerpo, ¡y estemos con Él para siempre!
Amén.
F.
G.
Patterson
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Septiembre 2019.-
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).