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LOS CUATRO EVANGELIOS - La Encarnación (Samuel Ridout)

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LOS CUATRO EVANGELIOS

 

Introductorio – La Encarnación

 

Samuel Ridout

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

"Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo".

Epístola a los Hebreos 1: 1

 

Dios ha estado hablando desde el principio. La creación misma es una expresión de Su pensamiento, y todo Su gobierno providencial — donde hay ojos que ven — da testimonio de Su eterno poder y Deidad, de modo que los hombres no tienen excusa. (Romanos 1: 20). De una manera especial, Él ha hablado a través del ministerio profético de Sus siervos durante el período abarcado por el Antiguo Testamento. Estas Escrituras del Antiguo Testamento nos presentan el registro y la manera en que Dios habló en el tiempo pasado. Los instrumentos que Él usó fueron los profetas, pero el Autor es Dios.

 

Pero en los Evangelios hay un cambio — el Hijo mismo ha venido, y habla. "En estos postreros días" — una expresión significativa de un cambio de Sus anteriores métodos de hablar al hombre, así como una declaración que ya no queda ningún acontecimiento por revelar — "nos ha hablado por el Hijo", o para ser absolutamente literales, "en un Hijo". Esto no sugiere que haya otros hijos, sino que presenta el gran hecho de que Su Hijo se destaca por Sí solo. No hay más que Uno; ni siquiera es necesario designarlo de manera exclusiva.

 

La expresión nos muestra que la forma de la comunicación de Dios ha cambiado. No es meramente que tenemos mensajeros inspirados y autorizados que nos declaran la voluntad de Dios en muchas partes y de muchas maneras — en detalles de biografía, en acontecimientos históricos, en tipos, etc., sino que Dios mismo está presente en el Hijo.

 

Nosotros hemos tenido presagios de este hecho maravilloso desde el mismo principio. Poca duda puede haber de que la creación misma, y cada paso sucesivo en la revelación de Dios a Sus criaturas inteligentes tenían a la vista la encarnación — era, podemos decir, un tipo de eso. Toda inspiración, cada aparición del ángel de Jehová a lo largo del Antiguo Testamento, cada ordenanza y cada sacrificio, apuntan al hecho ahora revelado, a saber, que Dios se propuso vincularse con Su creación de una manera de asombrosa condescendencia e intimidad que nunca podía haber entrado en el pensamiento del hombre, pero que interpretó y respondió al anhelo de su alma.

 

Probablemente es esto lo que da a las diversas enseñanzas del panteísmo la falacia de ellas. Se ha dicho que «todo error es en parte verdad.» El mínimo de verdad contenido en el error atrae al hombre, pues estando intacta su voluntad y cuya soberbia le impone, él es embaucado y alejado de la verdad para vincular con ella la falsedad y el error. Esta obra Satánica está en consonancia con la mentira del gran engañador de la humanidad: la Escritura, "Seréis como Dios, conociendo el bien y el mal" (Génesis 3: 5 – LBLA), de una forma u otra aún mantiene esta fascinación para el pobre hombre, el cual, a pesar del conocimiento de que su pecado necesariamente lo mantiene fuera de la presencia de Dios, él mismo se entrometería vanamente, sin perdón, en esa Presencia santa. Dondequiera que esto es hecho, el hombre pisotea el primer principio de la relación con Dios, obliterando la infinita distinción entre la criatura y el Creador. El sentido de responsabilidad se pierde. También desaparece el sentido de infinitud de Dios. El hombre no ha sido elevado al Infinito, pero el pensamiento de lo Infinito ha sido degradado y arrastrado a los límites mezquinos de la pobre, caída, mortal criatura pecadora.

 

Pero el hecho de que una gran verdad haya sido pervertida y mal usada por Satanás y el hombre caído no debe hacernos cerrar nuestros ojos al glorioso hecho de que ella es aún la verdad, y es esto lo que la encarnación expone. Dios nos ha hablado "en la persona del Hijo" (Hebreos 1: 2 – JND). Él ha hablado, podemos decir, como Hijo. "Dios estaba en Cristo" (2ª. Corintios 5: 19). Él mismo se había acercado, no meramente ahora con algún mensaje específico, sino en una Persona y como una Persona. Era Dios mismo el que estaba aquí. "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros". (Juan 1: 1 al 14 – LBLA).

 

Este es el significado maravilloso de "Emanuel", (Dios con nosotros); no meramente como omnipresente, llenando el cielo y la tierra y trascendiendo todos los límites de Su vasto universo, sino (¡pensamiento asombroso!) en la Persona de Uno que se despojó a Sí mismo y tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Filipenses 2: 7), de Aquel que era Hombre perfecto y el sentido más pleno de la palabra, espíritu, alma y cuerpo — " Jesucristo hombre".

 

No entramos en los detalles de este hecho trascendente que Dios se ha complacido en revelarnos. «¿Morará Dios en verdad con el hombre?» — había habido vislumbres de esto, pero ahora es un hecho consumado. La sabiduría del mundo, que declaradamente no conoce a Dios, cierra sus ojos a la única manera en que Él podía ser conocido, y tropieza con el Niño en Belén, donde toda la majestad eterna de la Deidad fue velada en forma humana. La gracia nos ha enseñado, a través del conocimiento mismo de nuestra necesidad, a acoger con corazones adoradores este hecho glorioso y maravilloso de "Dios con nosotros".

 

Ello es el centro a cuyo alrededor giran todas las verdades, pasadas, presentes y futuras. Incluso la cruz — el asombroso misterio de los padecimientos de Dios encarnado, con todas sus bienaventuradas consecuencias para la eternidad, llegando a la reconciliación eterna de todas las cosas en la tierra y en el cielo — obtiene su significancia del gran hecho de que "Dios estaba en Cristo". Sin la encarnación no podía haber habido ninguna cruz — ninguna redención, ninguna resurrección, ningún perdón, ningún don del Espíritu Santo, ninguna formación de la Iglesia, ningún reino del Hijo del Hombre, ninguna colocación de una creación rescatada a los pies de Dios, ligada eternamente a Él. El pecado hizo de la cruz una necesidad; ella reveló la demostración más dulce de lo que es el amor divino, tanto en los objetos sobre los cuales descansó como en el don que otorgó; pero la cruz fue un medio — atroz y necesario — para llevar al hombre a Dios, eliminando barreras que ni la justicia ni el amor podían ignorar.

 

La encarnación, "Dios con nosotros", muestra el propósito de Su corazón, no solamente tener al hombre con Él, sino estar Él con el hombre. Jehová Dios paseándose entre los árboles del huerto que Su propia mano había plantado nos habla del anhelo de un corazón que no podía descansar satisfecho si no estaba con Sus criaturas. (Génesis 3: 8).

 

Esto no tiene la intención de sugerir que posiblemente podría haber algún vínculo con Dios meramente por medio de la encarnación. "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo". (Juan 12: 24). La presencia misma de Dios en el mundo sólo acentuó el hecho terrible de la distancia moral a la que el hombre está de Él. El hombre no estaba más cerca de Dios en Belén que afuera del huerto en Edén, pero Dios se había acercado al hombre con un propósito de amor para eliminar la gran barrera a la verdadera unión moral. Se descubrirá que, en el fondo, la mayoría de los que hablan de esta unión como efectuada a través de la encarnación son negadores de la deidad verdadera, esencial, del Hombre Cristo Jesús. Se verá que Sus enseñanzas, Su ejemplo, Su grandeza moral, son considerados como algo a ser imitado, un compañerismo a la manera de la amistad humana, a ser disfrutado en un plano meramente terrenal, aún sobre la base de una primera creación caída. Incluso donde Su deidad no es negada abiertamente, existe el hecho de ignorar implícitamente la necesidad de la redención y el poner las cosas sobre un fundamento enteramente diferente del que Dios ha puesto. Se verá que, de una u otra forma, el hombre como tal ha sido introducido a la presencia de Dios sin dejar de lado toda la excelencia de la carne, y sin haber aprendido el terrible hecho de que el pecado rompió una vez y para siempre todo vínculo que lo unía a Dios.

 

La resurrección y la ascensión, y la exhibición actual de la gracia divina en conexión con el evangelio predicado con el Espíritu Santo descendido del cielo, formando un hecho nuevo y maravilloso, en el que un Hombre, que también es Dios, es visto en lo alto en el trono mismo de Dios, uniendo con Él como Hombre por el Espíritu Santo una compañía innumerable de pecadores salvados por medio de la sangre de Su cruz y por el poder de Su gracia, para compartir con Él en la gloria que Le ha sido dada como Hombre, la Supremacía sobre todas las cosas, para disfrutar el compañerismo con Él mismo y ser el objeto de Sus afectos, cerca a Su lado para siempre — este hecho glorioso no es sino el pleno resultado de Su encarnación. Fue para esto que Él vino y fue por esto que Él murió. Su cruz no puede ser olvidada por toda la eternidad, porque nuestra bendición eterna descansa sobre ella, pero poder Él tenernos consigo como partícipes de Su gozo, fue lo que Le trajo aquí y Le llevó de vuelta al cielo.

 

Samuel Ridout

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Abril 2020

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

Título original en inglés: 2
 The Four Gospels, by Samuel Ridout
Traducido con permiso


Versión Inglesa
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