EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

Los Días Finales de la Cristiandad.(J. N. Darby)

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Los Días Finales de la Cristiandad

J. N. Darby.

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Recién he estado pensando en la manera en que los grandes sistemas apóstatas, sean ellos civiles o eclesiásticos, están destinados a avanzar en fuerza y magnificencia a medida que se acerca el día de la perdición y el juicio de ellos. Vean la condición de la MUJER en Apocalipsis 18, y la de la BESTIA en Apocalipsis 18 y 19.

 

Y yo pregunto, ¿Acaso no está este momento actual por el que estamos pasando presentando una señal de esto? ¿No vemos el gran sistema eclesiástico apóstata avanzando para ocuparse del mundo con algo de progresos gigantescos? ¿Y no está el mundo, como cosa civil o secular, extendiéndose en mejoras y logros, y el cultivo de todas las cosas deseables y espléndidas, más allá de todo precedente? ¿No son estas cosas así, más allá del cuestionamiento de incluso el menos observador? ¿Y no son estas cosas señales de que todo está ahora en la vía rápida hacia la revelación plena de la Mujer y de la Bestia en sus diversas formas de grandeza y de magnificencia, y de que están así, según la palabra de Dios, destinadas a preceder al juicio de ellas? Yo reconozco que estas cosas están muy claras y son muy sencillas para mí.

 

Pero pregunto, además, ¿hay alguna mención en la palabra de Dios acerca de que los SANTOS o la IGLESIA se elevarán a cualquier condición de hermosura o de fuerza apropiadas para ellos antes que llegue la hora de su traslado? Las COSAS APÓSTATAS, como hemos visto, van a ser grandes y magníficas justo antes de su juicio; pero pregunto, ¿la COSA VERDADERA, será eminente a su manera, fuerte y hermosa en esa fuerza y belleza que le pertenecen, antes de ser llevada a la gloria?

 

Esta es una indagación conmovedora. ¿Qué respuesta nos dan los Oráculos de Dios? (1ª. Pedro 4: 11 – VM).

 

PABLO, en su segunda epístola a Timoteo, contempla "los postreros días" en el carácter peligroso de ellos, y la ruina de la iglesia que hemos visto y vemos en este día a todo nuestro alrededor. Pero, ¿qué condición de cosas entre los santos o escogidos de Dios anticipa él como siguiendo a esa ruina? Con seguridad puedo decir que él no contempla ninguna restauración en cuanto al orden de la iglesia, ninguna reconstrucción de la casa de Dios, por así decirlo, ninguna recuperación de la hermosura o la fuerza colectiva digna de esta época de la gracia; sino que exhorta a los puros de corazón a invocar al Señor juntos fuera de la "casa grande", y allí también a seguir juntos las virtudes y a apreciar las gracias apropiadas a ellos y que les pertenecen.

 

PEDRO, en su segunda epístola, también contempla "los postreros días", y abominaciones impuras muy espantosas entre los profesantes, y un incrédulo menosprecio muy atrevido de las promesas divinas en el mundo. Pero él no da ningún indicio de que se restaurará el orden y la fuerza en la iglesia, o en la acción espiritual colectiva: simplemente dice a los santos que crezcan en la gracia y en el conocimiento del Señor y Salvador, y que estén seguros de esto, que la promesa de Su venida y majestad no es una fábula astutamente concebida. Les habla de una entrada en el reino eterno, pero nunca de un regreso a un orden restaurado de cosas en la iglesia en la tierra.

 

JUDAS también anticipa de manera similar el "postrer tiempo", y muchas corrupciones terribles, tales como convertir "la gracia de nuestro Dios en libertinaje". Pero, ¿entonces qué? Él no promete nada en cuanto a hermosura y consistencia restauradas como en los tempranos días, sino que alienta a los "amados" a edificarse en la santísima fe, y a conservarse (o, guardarse) en el amor de Dios; pero él está tan lejos de alentar cualquier esperanza de recuperar el orden y la fuerza en la iglesia en la tierra, que les dice que aguarden por completo otro propósito — "la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna".

 

JUAN, a su manera, nos presenta el juicio de las siete iglesias en Asia, en Apocalipsis 2 y 3. Es una escena muy solemne. Se encuentra algo de bien y mucho de mal en medio de ellas. Las expresiones del Espíritu que son oídas allí tienen saludables advertencias para nosotros, tanto en nuestra condición individual como en la colectiva. Pero no hay ninguna promesa de que el juicio vaya a obrar una corrección y un restablecimiento. Las iglesias son juzgadas, y son dejadas bajo el juicio, y no sabemos más de ellas en la tierra; y la próxima visión que tendremos de los escogidos será en el cielo. (Véase Apocalipsis 4).

 

Todo esto es serio, y sin embargo oportuno; y todo esto está verificado de manera sorprendente por el gran fenómeno moral a nuestro alrededor, bajo nuestra mirada, o por lo que oímos, en este momento. Pues nosotros sabemos que las grandes cosas apóstatas, las cosas del mundo, sean ellas civiles o eclesiásticas, están avanzando, madurando hasta un pleno florecimiento de vigor y belleza, al mismo tiempo que vemos la cosa verdadera quebrantada, debilitada, y desperdiciada, sin prometer de ninguna manera recuperar lo que una vez tuvo en los días de orden y poder colectivo.

 

Pero está bien. Es amable por parte del Señor que nos saque a relucir en Su palabra la vía rápida por la que estábamos destinados a viajar, y las vistas que nos fueron designadas para que las viéramos. Y es positivo saber que nuestro traslado no espera una condición recuperada del orden y de la fuerza de esta época de la gracia. Porque, de acuerdo con las apariencias actuales, podríamos tener que esperar bastante tiempo antes de que eso pudiera ocurrir.

 

Pero presten más atención a esta misma verdad. A veces, cuando el Señor Jesús estaba a punto de libertar al pobre cautivo de Satanás, el enemigo en ese mismo momento ponía alguna energía nueva de maldad, y su cautivo aparentemente estaba en su estado más grave.

 

Esta fue una nueva forma de la misma cosa que observamos de principio a fin en la palabra de Dios, a saber, que la cosa apóstata está en fuerza y magnificencia peculiares justo en el momento en que su perdición o juicio es inmediato, y que lo que es de Cristo está en la debilidad y en el quebrantamiento, justo cuando la liberación que Él trae consigo es inminente.

 

José, Moisés y David también son ejemplos de esto. Uno fue tomado de una prisión para alimentar y gobernar una nación; otro fue sacado de una soledad desapercibida y lejana, donde tuvo a cargo el cuidado de rebaños y manadas, para libertar una nación; otro fue levantado y manifestado de debajo del abandono y el desprecio de su propia parentela, para sostener por su propia mano todo un pueblo y un reino. Y lo que realmente puede asombrarnos en medio de tales cosas es esto, que algunos de estos estaban en el lugar de la degradación y la pérdida a causa de su propio pecado, y del juicio de Dios. Así fue con Moisés y David. José fue un mártir, lo reconozco, y pasó de las penas de la justicia a la grandeza de las recompensas de la gracia. Así fue David en el día de Saúl, cuando David llegó finalmente al reino. Pero David en tiempos posteriores no fue un mártir, sino un penitente. Había traído sobre sí mismo toda la pérdida, el dolor y la degradación de la rebelión de Absalón; y el pecado que produjo todo tuvo este juicio más severo de justicia reposando sobre él: leemos, "no se apartará jamás de tu casa la espada". (2º. Samuel 12).

 

Ni lo hizo. Y él estuvo así bajo juicio; estuvo en las ruinas que su propia iniquidad había traído sobre él; él era el testigo de Dios en santidad, cuando repentinamente su casa, en la persona de Salomón, prorrumpió en pleno lustre y en plena fuerza.

 

Y así Moisés antes que él. Moisés fue un mártir, lo concedo, en sus días tempranos, en Madián, y sale del lugar donde su fe le había impelido, a la honra y el gozo de ser el libertador de Israel. Pero, al igual que David, en días posteriores Moisés estuvo bajo juicio — el juicio de Dios por su incredulidad y su pecado. Él transgredió, como sabemos, en las aguas de Meriba (Números 20), y transgredió tanto como para perder de inmediato todo derecho de entrar en la tierra de la promesa. Y nada hasta el final pudo cambiar ese propósito divino. En ese sentido, la espada nunca se apartó de la casa de Moisés, como no lo hizo de la de David. Él oró al Señor una y otra vez, pero fue en vano. Nunca entró en la tierra; y así fue juzgado, y no obstante bajo juicio cuando la gracia abunda; porque él es (en principio) trasladado, llevado a la cima de la colina, y no a los campos de Canaán; a la cumbre del monte Pisga, y no a las llanuras de Jericó y del Jordán.

 

Estas cosas fueron así. Pero es mejor ser juzgado por el Señor que ser condenado con el mundo, porque lo pobre, lo débil y la cosa juzgada son expuestos a la luz y a la redención de Dios, mientras los soberbios y los fuertes se abaten bajo Él.

 

Así que yo digo que no hay ninguna promesa en el Nuevo Testamento de que la iglesia recuperará su consistencia y su hermosura antes que llegue su traslado. Ella pasa de su ruina a su gloria, mientras el mundo va desde su magnificencia a su juicio — ruinas que, yo añado, también testifican acerca del juicio de Dios. La espada nunca se ha apartado de la casa.

 

Puedo yo no decir, amados, a la luz de estas verdades, «Consuélense mientras miran en todo lugar y vean qué es lo que es fuerte hoy en día, y qué es lo que es débil. Pero permítanme añadir, que la debilidad de la que yo hablo, la debilidad colectiva o eclesiástica de los santos, no sea la menor ocasión para el relajamiento moral personal. Esto sería hacer un uso triste y terrible de las verdades de las que hablamos, y recopilamos de las Escrituras. Muy ciertamente debemos estar separados del mal tan claramente como siempre, y apreciar todos los pensamientos y sendas de la santidad tan cuidadosamente como siempre.»

 

Pero, además, podemos encontrar indecisión en cuanto a saber exactamente cómo hablar de la historia de Israel — si es la historia de un mártir o de un penitente. Dicha historia tiene algo de cada uno de ellos; sin embargo y a mi juicio, más de esto último. Pero sea así o no, sus recuperaciones y redenciones ilustran el misterio que tenemos ahora ante nosotros, que lo apóstata va a juicio en la hora de su mayor fuerza y grandeza, y lo verdadero se eleva de entre sus debilidades y ruinas a su gloria y bienaventuranza.

 

Ellos estaban en una baja condición en Egipto, como nos dicen los hornos de ladrillos y los capataces, y el relato exacto de ladrillos sin la paja acostumbrada, justo cuando el Señor enviaba a Moisés y su vara para libertarlos.

 

Así otra vez en Babilonia. El enemigo estaba insultando sus cadenas, alegrándose de la infidelidad a pesar del cautiverio de Jerusalén y su templo, cuando, esa misma noche, el libertador de Israel entró en Babilonia.

 

Así de nuevo en Persia. El decreto había fijado un día para la destrucción de ellos, y ese decreto no sería, no podía, ser cambiado. El perseguidor Amalecita de ellos, Amán, estaba en el poder, y todo, hasta donde la vista podía alcanzar, era una destrucción total. Pero Amán cayó, y los judíos fueron libertados. Y así será de nuevo con respecto al mismo pueblo (Deuteronomio 32: 36, e Isaías 59: 16) "al caer la tarde habrá luz". La ciudad será tomada; todos los pueblos de la tierra la rodearán en su día de asedio y estrechez; la mitad de ella irá al cautiverio; las casas serán saqueadas, y todo será desperdicio y degradación; pero el Señor de los cielos, en ese instante, abogará por su causa. "Al caer la tarde habrá luz". La sombra de muerte se convertirá en mañana. (Véase Zacarías 14).

 

Y, además, Augusto César estaba en fuerza y majestad. Sus procónsules estaban en provincias lejanas y su decreto había salido hasta los confines de la tierra, y todo el mundo romano estaba puesto en hermosura y en orden, justo cuando Jesús nació (Lucas 2). Pero el remanente era débil. La familia de David vivía en Nazaret, y no en Jerusalén. La esperanza de la nación yacía en un pesebre en Belén. Uno o dos santos devotos, solitarios y expectantes, frecuentaban el templo; y fue a pastores durante sus vigilias nocturnas a quienes se les revelaron las glorias. Israel había caído así, junto con la casa de David, y había caído, cada uno de ellos, por su iniquidad y por el juicio de Dios. La soberanía de los romanos podía ordenar que el principal de los hijos de Israel fuera desde Galilea hasta Judea, se le impusiera impuesto y fuera avaluado, tal como el resto de las propiedades romanas. Pero el Señor estaba cerca. El Niño, que iba a estar puesto para caída y para levantamiento de cosas y de personas, acababa de nacer.

 

Cobremos valentía conforme a Dios, y juzguemos, no según carne y sangre, sino por medio de la luz del Señor.

 

J. N. Darby     

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).


Título original en inglés:
The Closing Days of Christendom,  by J. N. Darby
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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