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La Venida del Señor, la Esperanza del Cristiano -- (H. H. Snell)

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Duración: 53:30 min.

Siete Sermones acerca de la Segunda Venida y el Reino de nuestro Señor Jesucristo.

 

H. H. Snell

 

Segundo Sermón:

 

La Venida del Señor, la Esperanza del Cristiano

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

"Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 - LBLA).

 

Lectura Bíblica:

 

"Después de haber dicho estas cosas, fue elevado mientras ellos miraban, y una nube le recibió y le ocultó de sus ojos. Y estando mirando fijamente al cielo mientras El ascendía, aconteció que se presentaron junto a ellos dos varones en vestiduras blancas, que les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo". (Hechos 1: 9 a 11 - LBLA).

 

"Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo". (Filipenses 3: 20, 21 - LBLA).

 

"Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera". (1ª. Tesalonicenses 1: 9, 10).

 

"¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro… He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra…  El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús". (Apocalipsis 22: 7, 12, 20).

 

Yo he leído estas varias Escrituras, amados amigos, porque mi tema esta noche es, 'La Venida del Señor Jesús, la Esperanza del Cristiano.' Observen que el tema no es, el día del Señor, sino, la venida del Señor. La diferencia es muy obvia en la Escritura. Por ejemplo, el día del Señor era la esperanza de Israel. En los profetas abunda el día del Señor; pero ningún escritor del Antiguo Testamento nos presenta la venida del Señor como la esperanza del cristiano; mediante lo cual yo quiero decir el Señor descendiendo en el aire cuando todos los que son de Cristo que están vivos, y todos los que son de Cristo que están en sus tumbas, serán arrebatados para ir a Su encuentro. Nuestro tema esta noche no es el Señor viniendo con Sus santos, sino el Señor viniendo a buscar a Sus santos. Y yo llamo a prestar atención a estas diferencias, pues me parece totalmente imposible que alguien tenga pensamientos claros acerca de la esperanza particular del cristiano a menos que distinga entre las cosas que difieren. El propio Señor Jesucristo dijo, "Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). Esto no se refiere al Señor viniendo a nosotros, como muchos han supuesto, en el instante de la muerte, cuando el creyente se duerme en Jesús; pues entonces se habla del cristiano como que está 'ausente del cuerpo y habitando con el Señor' (2ª. Corintios 5: 8 – LBLA), o, como que él partió para estar con Cristo. (Filipenses 1: 23). Pero en ninguna parte en la Escritura se habla de la muerte del creyente como siendo la venida del Señor a él.

 

Tampoco hay en esta expresión de Cristo una palabra acerca de juicio; de hecho, en la Escritura no tenemos una idea semejante a que el creyente está esperando un día de juicio para decidir si él va a ser salvo o no. Yo no ignoro que muchos que no consideran la Escritura cuidadosamente por sí mismos, sino que aprenden de otros, piensan que lo que es llamado, 'la parábola de las ovejas y los cabritos (Mateo 25: 31 a 46), es la sesión judicial, el gran día del juicio; y que hasta ese momento ninguna persona puede estar segura si es salva o si está perdida, porque primero tiene que ir ante ese tribunal. Yo soy consciente de que muchos piensan que la Escritura favorece el pensamiento de un juicio general; pero afirmo con denuedo que ningún cristiano que busca con oración la ayuda y la guía del Espíritu Santo acerca del tema, y que compara una parte de la Escritura con otra, con una mente sometida a la palabra de Dios, permitiría que una doctrina tal permanezca vigente. En primer lugar, en el relato de las ovejas y los cabritos no hay absolutamente ningún pensamiento acerca de la resurrección. En segundo lugar, allí es Cristo como Rey, cuando Él viene en gloria a la tierra, teniendo delante de Él a todas las naciones. Y, en tercer lugar, toda la parábola, en la que no puedo entrar ahora, muestra claramente que se trata del juicio que se llevará a cabo durante el reinado personal del Señor cuando Él trata con las naciones según hayan tratado amablemente o no a Sus mensajeros, a Sus hermanos en la carne — es decir, a un remanente de judíos, que proclamarán "el evangelio del reino" después del arrebatamiento de los santos.

 

El cristiano no es enseñado en el Nuevo Testamento a esperar la muerte, Por el contrario, en 1ª. Corintios 15 se le dice, "No todos dormiremos" (1ª. Corintios 15: 51), es decir, no todos los creyentes experimentarán la muerte pues habrá algunos creyentes vivos en la tierra cuando el Señor Jesús venga del cielo. Entonces, la muerte no puede ser la esperanza del creyente; porque podemos, o no, dormir en Jesús. Es seguro que algunos no lo harán. Nadie sabe si alguno de nosotros morirá o no. Dios no nos lo ha dicho; pero lo dio a conocer mediante una revelación especial a Pedro, y Pablo también sabía que dormiría. Necesitaban esta enseñanza especial sobre sí mismos porque la enseñanza general de las Escrituras era que los creyentes debían esperar el regreso de Cristo desde el cielo.

 

La pregunta es, ¿qué debemos entender nosotros por esas palabras del bendito Señor, "vendré otra vez y os tomaré conmigo" (Juan 14: 3 – LBLA)? Observen, en primer lugar, que al hacer esta observación nuestro Señor estaba hablando a personas que eran salvas. Judas no estaba presente. Él había salido. Los once estaban allí con Él y Él se dirigió a ellos como a limpios. Leemos, "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado". (Juan 15: 3). Él había sido rechazado por Israel y había declarado a su casa "desierta" (Mateo 23). Ahora Él iba a padecer, el justo por los injustos, en la cruz. Anticipando que Israel sería puesta a un lado y que la Iglesia del Dios viviente sería llamada, y sería formada por el descenso del Espíritu Santo, posterior a Su glorificación a la diestra de Dios, Él nos presenta, en los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, grandes principios de enseñanza peculiar que nunca antes habían sido encontradas en las Escrituras. Estos capítulos están repletos de la más profunda enseñanza para los que ahora forman la Iglesia de Dios, y, por tanto, entre otras cosas preciosas Él presenta esta bienaventurada esperanza que reconforta el alma — a saber, "vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). A nosotros no se nos deja conjeturar acerca de estas cosas. Las Escrituras nos señalan claramente el significado de tales palabras. Por ejemplo, en el primer capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde tenemos un relato de la ascensión del Señor al cielo, se nos dice que hubo dos varones en vestiduras blancas, dos mensajeros angélicos que vinieron y hablaron a los varones de Galilea, los discípulos que estaban mirando al Señor y Le habían visto ir cada vez más alto, hasta que una nube Le recibió y Le ocultó de sus ojos. Mientras ellos aún miraban hacia arriba, mirando adónde había ido el bendito Jesús, el cual era tan querido para ellos, estos mensajeros dijeron, "¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús" — no otro Jesús, sino "este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo". (Hechos 1: 10, 11 – LBLA). ¿Le vieron ellos subir personalmente? ¿Le vieron sus ojos? ¿Fue una ascensión personal y visible? Ciertamente. Bueno, entonces Él vendrá personal y visiblemente; pues Él "vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo". Por consiguiente, la interpretación es clara; no hay misterio alguno acerca de ello — "vendré otra vez y os tomaré conmigo". No hay nada aquí acerca del mundo. Ni una sola palabra acerca de los impíos. Es el propio Cristo el que viene. "Vendré otra vez". No dice, «Enviaré a ángeles a buscarlos.» Pues ciertamente los cristianos son demasiado valiosos para el corazón de Cristo como para confiárselos a los ángeles. Son Su propia carne y Sus huesos (Efesios 5: 30). Por lo tanto, Él dice: "vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA).

 

Al proseguir con nuestra indagación, puede ser formulada de manera justa la pregunta, ¿cómo entendieron tales palabras los apóstoles y los cristianos de los días de los apóstoles? ¿Hay alguna prueba en las epístolas de que ellos comprendieron que debían esperar a que Cristo viniera personalmente del cielo? Muy ciertamente que la hay; y por eso es que yo leo en Filipenses 3 las palabras, "Mas nuestra ciudadanía" — o, nuestro país, el lugar que ahora nos pertenece — "está en los cielos". En el sermón anterior yo traté de mostrar que un cristiano es una persona que ahora está en Cristo en los lugares celestiales. Por lo tanto, si un hombre no está en Cristo en los lugares celestiales, él no es un cristiano en absoluto. Si un hombre dice, «Yo no soy musulmán, no soy judío, no soy un pagano; yo hago profesión de haber abrazado el cristianismo porque pertenezco a padres cristianos», eso no es ser cristiano. Un cristiano es una persona que ha huido a buscar refugio en Jesús a la diestra de Dios como la única esperanza puesta ante él en el evangelio. Es una persona que ha sido enseñada y regenerada por el Espíritu Santo — es uno que descansa simplemente en Cristo Jesús el Hijo de Dios para salvación; está, por lo tanto, en Cristo, y ha pasado de muerte a vida. Por eso el apóstol, hablando de sí mismo y de los demás, dice: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos" — ¿qué esperamos? ¿Esperamos la muerte? No. ¿El juicio? No. ¿Y entonces qué? Nosotros esperamos al Salvador. ¿Quién es ese? La respuesta es dada, "al Señor Jesucristo" (Filipenses 3: 20). ¿Y entonces qué? Bueno, cuando Él venga, cuando Le veamos, este cuerpo de nuestro estado de humillación será transformado "en conformidad al cuerpo de su gloria". (Filipenses 3: 21 – LBLA). Por tanto, los cristianos en los días de los apóstoles habían sido enseñados a esperar a Cristo — a Cristo mismo. Y si ustedes pasan a 1ª. Tesalonicenses 1, encontrarán precisamente la misma enseñanza —a saber, que cuando ellos oyeron el evangelio por medio del apóstol se convirtieron "de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero". Ahora bien, yo creo que eso satisfaría a muchas personas en el día actual; también me temo que muchos cristianos sinceros estarían perfectamente satisfechos con las dos cosas — convertirse de los ídolos y servir a Dios. Pero hubo otra cosa que caracterizó a los primeros cristianos, y el apóstol por el Espíritu Santo los encomió por ello, y eso fue, porque ellos esperaban a alguien. ¿A quién? Esperaban "de los cielos a su Hijo… a Jesús", se nos dice, "quien nos libra de la ira venidera". (1ª. Tesalonicenses 1: 9, 10). Ustedes ven que el Espíritu Santo emplea una variedad de expresiones en las diferentes Escrituras a las cuales yo he llamado a prestar atención, para mostrar que al que ellos esperaban era al propio Señor que murió en la cruz para salvar pecadores. Ellos esperaban al mismo Jesús que había sido sepultado — que salió de entre los muertos y dijo, "un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Lucas 24: 39) — que subió al cielo, de quien los mensajeros que vinieron a los discípulos testificaron que Él, "vendrá de la misma manera" (Hechos 1: 10, 11 – LBLA). Sabemos que en aquel entonces entraremos en el gozo eterno, y se llevará a cabo esa transformación de cuerpo que tendrá aptitudes para entrar en las glorias inefables a las que tenemos derecho por medio de la sangre de Jesús. Esta es realmente una esperanza bienaventurada.

 

Por lo tanto, habiendo establecido desde la Escritura el hecho de que Cristo viene personalmente, que Él viene a buscar a los Suyos, y que los primeros cristianos Le esperaban, otra pregunta se sugiere a si misma de manera natural, ¿Qué ocurrirá cuando Cristo venga así a buscar a Sus santos? Antes de responder esta pregunta permitan que yo comente que este tema, como ustedes deben percibir, no es una doctrina árida. Es la más cálida, la más conmovedora y una de las verdades más eminentemente prácticas que la Escritura nos presenta. Si una persona dice: «No me preocupa la venida del Señor; no la considero esencial», todo lo que puedo decir es que su corazón, quienquiera que sea, no es muy saludable ni es muy ferviente hacia Cristo; pues todo lo que concierne a Cristo debe concernirle si usted es redimido por Su preciosa sangre. Si Él es su vida y usted está sentado en lugares celestiales en Él, ¿puede usted ser indiferente acerca de lo que Él está a punto de hacer? Yo pregunto, ¿es posible que el corazón de un cristiano pueda estar en ese estado verdadero y ferviente en que debe estar hacia Cristo, y desatender el testimonio de la Escritura (incluso si él no la entiende), especialmente con respecto a la persona, la obra, la gloria, o la venida de Cristo?

 

En las epístolas tenemos revelaciones especiales con respecto a lo que ocurrirá en la venida del Señor Jesús, es decir, no somos dejados en ignorancia acerca de ella. Dios fue tan misericordioso que, antes que el canon de la Escritura estuviese completo, de vez en cuando, cuando Sus santos tenían dificultades, él las abordó con una enseñanza especial, así que nosotros cosechamos el beneficio del ejercicio y los errores de ellos. Por ejemplo, los Corintios tuvieron gran dificultad en cuanto a la doctrina de la resurrección del cuerpo, y hubo una revelación especial que fue hecha a Pablo y comunicada a ellos. En 1ª. Corintios 15: 51 él escribe, "He aquí, os digo un misterio", es decir, él reveló en aquel entonces algo que hasta aquel momento había sido un misterio. Leemos, "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1ª. Corintios 15: 51 a 57). El misterio es este, que nosotros (es decir, nosotros los creyentes) seremos transformados — nuestros cuerpos mortales serán transformados en cuerpos inmortales, semejantes al cuerpo glorioso de Cristo. Los cuerpos de los que han muerto en Cristo también serán transformados, leemos, "esto corruptible se haya vestido de incorrupción". Y todo esto ocurrirá "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", el espacio más corto de tiempo que se puede concebir; así que repentinamente tendrá lugar esta maravillosa transformación.

 

Hubo otra revelación hecha por medio de Pablo a los santos Tesalonicenses, los cuales estaban en dificultades porque vieron que algunos de los que ellos sabían que eran santos habían muerto en toda la apariencia exterior como morían los pecadores, de modo que no podían entender dónde estaba la diferencia. El pensamiento del regreso del Señor era tan lozano, tan ferviente y tan real en los corazones de estos Tesalonicenses que evidentemente pensaron que ninguno de ellos moriría, sino que todos estarían vivos y serían arrebatados cuando Cristo viniera. Ellos constantemente esperaban que el Señor regresara desde el cielo; pero algunos de sus hermanos murieron, así que estaban muy doloridos y muy abatidos. Pero el Señor instruyó al apóstol que les escribiera acerca de ello. Él declara en 1ª. Tesalonicenses 4, comenzando en el versículo 15, "Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor"; observen, "en palabra del Señor", mostrando así que hubo una palabra especial dada a él por el Señor para ocuparse del problema de la mente en el cual ellos estaban en aquel entonces. ¡Cuán bienaventurado es esto! "Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor". (1ª. Tesalonicenses 4: 15 a 17). Ustedes ven que el apóstol les muestra que los que habían dormido en Jesús, y habían sido llevados a sus tumbas no se quedarán atrás cuando el Señor venga, sino que ellos serán resucitados primero; es decir, ellos saldrán de sus tumbas primero; después, los santos vivos serán transformados; y entonces todos nosotros seremos arrebatados para encontrarnos con el Señor en el aire. El aire será el lugar de reunión de Cristo y Sus santos; y entonces "estaremos siempre con el Señor". Así que ustedes verán que desde esas revelaciones a los Corintios y a los Tesalonicenses obtenemos una clara enseñanza en cuanto a lo que ocurrirá cuando el Señor Jesucristo descienda personalmente en el aire. No olvidemos que Él "vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo" (Hechos 1: 11 – LBLA), y que entonces seremos transformados y arrebatados. Por ejemplo, supongan ustedes que el bendito Señor viene mientras estamos en esta habitación, ¿qué ocurriría? Bueno, cada uno de nosotros que estamos en Cristo, y todos los santos a nuestro alrededor en esta gran ciudad, y todos los que son de Cristo en todas partes, vivos o muertos, en todo el mundo, serían inmediatamente transformados "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos". Este cuerpo mortal se vestiría inmediatamente de inmortalidad. La venida de Cristo en el aire sería como un poderoso imán. Ustedes han visto un imán poderoso, el cual cuando es colocado a cierta distancia atrae a pequeñas partículas de metal a sí mismo desde todas las direcciones; justo así el Bendito Señor viniendo en el aire será como un imán; pues los muertos en Cristo saldrán de sus tumbas, y los santos que estén vivos serán transformados, y todos serán arrebatados para encontrarse con el Señor.

 

Hay otra pregunta que quizás puede ser de una calidad más carnal que espiritual, y sin embargo se trata de una pregunta que oímos a menudo, y que debiese ser abordada. Es esta, ¿Cuándo vendrá Cristo? En el último libro de la Escritura, en la última página, entre las últimas palabras mismas de la verdad inspirada, tenemos tres veces la afirmación de que Cristo viene pronto. Ustedes dicen, Oh, eso es muy indefinido; ¿no me puede usted decir el año, si no el día o la hora, cuando esto sucederá? No, yo no puedo porque no está revelado en la Escritura, pero no dudo que ello fue dejado de esta manera indefinida para que podamos glorificar a Cristo esperándole. Yo se que algunos se han aventurado, y yo creo que erróneamente pero indudablemente con las mejores intenciones, a predecir un momento determinado, o un año determinado para la venida del Señor; pero ello es solamente porque no han entendido la diferencia a la que ya he llamado a prestar la atención esta tarde, entre la venida del Señor por nosotros, y el día del Señor. Ellos van a la profecía de Daniel de las setenta semanas y otras fechas, y suponiendo erróneamente, como lo hacen, que el día del Señor y la venida del Señor son lo mismo, tratan de demostrar por medio de cálculos cuándo se cumplirán los diversos tiempos, y llegue el plazo para que el día del Señor sea fijado. Casi desde que hemos sido cristianos, ¿acaso no hemos oído hablar de este año, de ese año, o de otro año, como el momento probable para la venida de Cristo? Obviamente, nosotros no prestamos atención a tales afirmaciones, porque sabemos que al estar en Cristo en los lugares celestiales no estamos, por así decirlo, en el campo de las fechas, o de los tiempos o de las épocas. Repito, que el momento de la venida de nuestro Salvador por nosotros no está revelado en las Escrituras. ¿No se dice más bien, que "el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis"? (Mateo 24: 44). Los tiempos y las épocas no son dadas a nosotros los cristianos en relación con nuestra esperanza. La Escritura nos coloca en la bienaventurada posición de ser librados de la ira venidera por medio de la obra expiatoria del Señor Jesucristo, y ser presentados ahora en Cristo Jesús en el cielo, el cual es nuestra justicia y nuestra vida delante de Dios; así que tenemos que servir fielmente y esperar pacientemente de los cielos al Hijo de Dios, cuando tendremos la redención del cuerpo. Entonces nuestros cuerpos podrán entrar en todos esos deleites y todas esas glorias que tenemos ante nosotros, las que han sido aseguradas para nosotros por la sangre preciosa de Cristo. Mientras esperamos, el Espíritu Santo habita en nosotros, enviado del cielo por una Cabeza resucitada y ascendida para unirnos a Él, "Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo" (1ª. Corintios 12: 13 – LBLA). Entonces, estamos preparados, por así decirlo, para servir al Señor Jesucristo con devoción, firmeza, incesantemente y sin ninguna duda. Por eso tenemos la exhortación, "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano". (1ª. Corintios 15: 58).  Es así que debemos esperar Su regreso desde el cielo. Esperar cualquier indicio por medio de señales o fechas, o tiempos o épocas, con respecto a cuándo el Señor Jesucristo viene por nosotros, sería sin la autoridad de la Escritura, y contrario al verdadero carácter de la posición en que hemos ido establecidos por la gracia de Dios como participantes del llamamiento celestial. Obras verdaderas de fidelidad a Cristo, de un real afecto por Cristo, de cuidado por la verdad de Cristo, asir Su nombre, obediencia a Su palabra, esperar y anhelar ardientemente Su regreso desde el cielo, deben caracterizar a todos los cristianos.

 

Con respecto a las expresiones al final del Apocalipsis, "¡He aquí, vengo pronto!" (Apocalipsis 22: 7); "He aquí yo vengo pronto" (Apocalipsis 22: 12), y las últimas palabras, "Ciertamente vengo en breve"  (Apocalipsis 22: 20), recordemos que fueron presentadas a las iglesias hace casi mil ochocientos años; de modo que es evidente que la venida del Señor debe estar ahora mil ochocientos años más cerca de lo que estaba en aquel entonces. Puede haber aquí esta noche alguno que tiene dificultad con respecto a este asunto a causa de otro texto que es encontrado en Hebreos 10, el cual dice, "exhortándonos unos a otros , y mucho más al ver que el día se acerca". (hebreos 10: 25 – LBLA). Este versículo a menudo ha sido mal utilizado. Algunos lo han entendido como si quisiera decir que el día del Señor fuese la esperanza del cristiano; como si ellos hubiesen sido llamados a esperar el día del Señor, en vez de esperar de los cielos al Hijo para encontrarse con nosotros en el aire. Como he dicho, hay una diferencia inmensa entre estas dos cosas. Israel, el pueblo terrenal de Dios, fue enseñado claramente a esperar el día del Señor; y hay algo que es de la tierra, terrenal, e intelectual, y también podemos decir, político, en el hecho de esperar un día particular que ha de venir sobre la tierra; pero aquellos de los cuales se declara que no son del mundo (Juan 17: 16), los que son llamados con un llamamiento celestial, y están unidos a Cristo en los lugares celestiales, ellos no son llamados a esperar acontecimientos en la tierra, sino, tal como he procurado demostrar desde la Escritura, ellos son llamados a esperar de los cielos al Hijo de Dios. Pero mientras Le esperamos así, como teniendo el Espíritu Santo, teniendo las Escrituras, y entendimiento espiritual, como el apóstol dice, "la mente de Cristo" (1ª. Corintios 2: 16), nosotros no podemos sino observar los variados acontecimientos que están teniendo lugar, especialmente en la parte más interesante del mundo profético en la cual vivimos — y me refiero a los diez reinos del Imperio Romano, — no podemos dejar de observar que el escenario, por así decirlo, ya está siendo preparado para el día que se acerca. Nosotros vemos que el momento no puede estar, hablando humanamente, muy distante cuando el Señor Jesús vendrá y nos llevará, y entonces Él comenzará a tratar en juicio con el mundo, y especialmente con esta parte de él en que nosotros vivimos. Por consiguiente, sería muy consistente que un creyente esté esperando que del cielo el Hijo de Dios venga en cualquier momento — mañana, tarde, o noche — en cualquier día, y no obstante que esté observando con entendimiento espiritual, según la palabra de Dios, lo que está sucediendo a su alrededor; particularmente lo que últimamente ha ocurrido en el continente europeo, y aún está ocurriendo, mostrando que los diez reinos del imperio romano se están desarrollando gradualmente, conforme a la profecía del segundo capítulo del libro de Daniel. Pero reitero que, aunque nosotros vemos que "el día se acerca", nunca hay que olvidar que aquel día no es nuestra esperanza — es una esperanza judía; pero nuestra esperanza inmediata es la venida desde el cielo del Señor mismo, y entonces, obviamente, todas las glorias que la seguirán. Yo digo que esto nunca se le enseñó a un judío en el Antiguo Testamento, ni tampoco puedo yo encontrar allí tal idea como un creyente siendo enseñado a esperar que del cielo el Hijo de Dios venga y lo lleve con él (Juan 14: 3) — para ir al encuentro de Él en el aire.  El día del Señor, cuando Sus santos vienen con Él, es otra cosa. Esta segunda venida del Hijo de Dios a los que Le esperan es una esperanza distinta — a saber, es una esperanza especial dada a los que están en Cristo, participantes del llamamiento celestial, nacidos de nuevo del Espíritu de Dios, y unidos al Señor, y son un espíritu con Él.

 

Es muy evidente que el Señor vendrá antes del milenio.

 

1º. Porque la restauración de todas las cosas mencionada en Hechos 3 está relacionada con que Dios envíe a Jesús.

 

2º. Los judíos como una nación entrarán en su bendición al ver a Jesús.  El Libertador vendrá de Sion, y apartará de Jacob la impiedad. (Romanos 11: 26).

 

3º. Según el capítulo 8 de la epístola a los Romanos, la creación no será libertada de su actual esclavitud de corrupción hasta que los hijos de Dios sean manifestados; y ellos no serán manifestados hasta que Cristo venga. "Cuando Cristo, el cual es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente con él en gloria". (Colosenses 3: 4 – VM).

 

4º. El mundo continuará como lo hizo en los días de Noé; y como no lo supieron hasta que vino el diluvio, así será cuando el Hijo de Dios venga, demostrando que el mundo no puede tener sus prometidas bendiciones hasta que Cristo sea manifestado en gloria.

 

Con respecto a la esperanza, permitan ustedes que yo diga que una cosa es tener el conocimiento desde la Escritura de que el Señor Jesucristo viene otra vez; y otra cosa es tener la esperanza de Su venida en el alma. La Escritura nunca dice que el que tiene el conocimiento de la profecía se purificará a sí mismo; pero se dice, "todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo" (1ª. Juan 3: 3). Al contemplar la obra del Señor en los cristianos durante muchos años, yo me he visto impactado por dos distintas fases de carácter, si se me permite hablar así, en aquellos que han recibido la doctrina de la segunda venida del Señor. Una es la que yo llamaría una fase espiritual; la otra es una fase intelectual o política. Ustedes percibirán fácilmente que lo que es meramente intelectual no tiene ningún poder real sobre el corazón, porque Cristo mismo no es el objeto, sino que los acontecimientos proféticos se convierten en el objeto. Algunos lo encuentran un estudio ameno. Yo he conocido a personas que podían ir desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y me han dicho mucho más de lo que yo sé acerca de la profecía, y a veces he dicho que tal o cual persona ha comenzado en el extremo equivocado. Ha comenzado con hechos proféticos, en lugar de comenzar con Cristo. Pues bien, si alguno de ustedes, querida gente, está ocupado con la profecía y los acontecimientos proféticos, yo quisiera que reflexionen sobre lo que he dicho. Los hombres de carne y hueso pueden dedicarse a la historia de los judíos, la era milenaria y los acontecimientos pasados, presentes o futuros; pero una mente espiritual comienza con Cristo, estudia todo lo relacionado con Cristo, se mantiene cerca de Cristo, no ve nada interesante excepto lo que tiene relación con Cristo, mira hacia Cristo; no puede ser feliz en ningún lugar donde no está Cristo, pero puede vivir en cualquier lugar donde está Cristo. No ve nada bueno aparte de Cristo. El deseo de su corazón es:

'Que no se me dé a nadie más que a Cristo

Nadie más que Cristo en la tierra o en el cielo.'

 

Yo no confiaría mucho en el entendimiento profético si este no comienza, continúa, y termina en conexión con la persona, la obra, y la gloria de Cristo. Por eso es que la esperanza es tan prominente en la Escritura, pues es la esperanza en el alma lo que es tan eminentemente práctico. Eso es lo que Cristo ama. ¿Qué pensarían ustedes acerca de un novio que escribiera con ternura y afecto a su desposada y le dijera: «Vendré de nuevo y yo mismo te recibiré», y que ella manifestara una gran indiferencia al respecto? Cualquiera diría que a ella no le importaba mucho aquel que la amaba. Sobre todas las cosas, amigos amados, asegurémonos que nuestro corazón responde al amor de Cristo, que nuestros afectos por Él sean verdaderos, que Cristo sea el solo objeto de nuestras almas, y que sea para Aquel que nos amó y nos lavó de nuestros pecados que ahora vivimos para complacer y esperar. Y ustedes, cristianos recién convertidos, asegúrense de mantenerse sobre el verdadero fundamento de la paz — la paz permanente entre sus almas y Dios; y sabiendo que ella ha sido establecida para siempre, asuman su lugar allí arriba en comunión con el Señor Jesucristo, y vean todo desde ese punto de vista. No consideren a la iglesia o a Israel aparte de Cristo. No consideren el mundo milenial, o cualquier otra cosa profética, aparte de Cristo. Cristo es vuestra vida, y Él es vuestra esperanza. Él dijo, "Vendré otra vez" (Juan 14: 3). Si ustedes y yo fuésemos arrebatados a los cielos de inmediato y no viéramos a Jesús, ¿estaríamos satisfechos? No existe ningún hijo de Dios que lo estaría. No hay personas en esta asamblea, ancianos o jóvenes, que creen realmente en Cristo para salvación, que estén completamente satisfechos hasta que vean a Cristo. Verlo y tener que ver con Él es lo único que puede satisfacer plenamente un corazón regenerado. Por lo tanto, no vengo aquí con la doctrina sólo para que la reciban, o con un número de acontecimientos proféticos para que los consideren, los anoten y los atesoren en sus mentes. Mi objetivo es procurar, si es posible, que sus queridas almas aprendan más de Cristo, se sientan más atraídas por Él, puedan andar más en Sus caminos y vivan más para Su gloria. Si diez mil personas en esta ciudad tuviesen que recibir una declaración sencilla de los acontecimientos proféticos, por muy correctos que sean, y sólo eso, me sentiría descorazonado y angustiado; pero si como resultado de estas conferencias yo encuentro que algunos han sido más atraídos por el Señor mismo, se han llenado más del amor de Cristo, más separados de las cosas del momento y de esta actual era mala, al estar más ocupados con la persona de Cristo, eso sería en verdad una abundante recompensa por cualquier número de sermones acerca de Su segunda venida.

 

Paso ahora al aspecto práctico de esta gran doctrina de la Escritura, la venida del Señor Jesucristo por Sus santos. Y, en primer lugar, permitan que mencione lo que en la Escritura es llamado "la esperanza bienaventurada" (Tito 2: 13). ¡Oh, qué palabra es esa — bienaventurada! Para nosotros estará relacionada con nada más que bendición. Será la plenitud de gozo y delicias para siempre (Salmo 16: 11). Entonces ustedes nunca derramarán otra lágrima. Nunca tendrán otro dolor. Ustedes serán tan rica y completamente bendecidos, que nunca conocerán el final de sus bendiciones. Nunca podrán calcular ese eterno peso de gloria, ese gozo inefable, ese perfecto reposo, o ese incesante e ininterrumpido deleite que tendrán cuando miren por primera vez el rostro de su precioso Jesús, y empiecen a elevar el himno eterno, "¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado!" (Apocalipsis 5: 12 – VM).

 

Se trata también de una experiencia que conmueve el alma. Es una verdad para los afectos. Consideren la realidad del novio y la novia. ¿Puede alguna cosa despertar más plenamente las emociones de un corazón verdadero? Yo pregunto, ¿qué novia fiel, amorosa, casta, no estaría encantada con la promesa de aquel que la ama, «Vengo pronto por tí»? ¿Qué conmovería los afectos, qué conmovería los sentimientos más profundos del corazón, como el testimonio de él mismo, de que «dentro de poco vendré por ti?» Por otra parte, con referencia a la predicación del evangelio, ¿podemos concebir algo más conmovedor? ¿Puede haber algo más poderoso que impulse al cristiano fiel a dar testimonio de la gracia de Dios a los pobres pecadores, que el conocimiento del hecho de que el Maestro viene pronto por los santos, y que entonces los impíos serán dejados atrás para el juicio? Tampoco puedo imaginar nada que nos obligue a ser realmente fieles al Señor, y a cuidar de Sus santos, de Su verdad, de Su gloria, como la voz del Maestro, "He aquí yo vengo pronto". ¿Conocemos qué tan conmovedora es esta esperanza? ¿Vivimos y andamos como para ser hallados por Él en paz, sin mancha e irreprensibles? (2ª. Pedro 3: 14). Si el Maestro viniera esta noche, ¿nos diría a ti y a mí: « ¡Muy bien, siervos buenos y fieles!»? (Mateo 25: 23 – VM).     

 

Dicha esperanza nos es presentada en la Escritura como una esperanza alentadora, leemos, "Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras". ¿Cuántos hijos de Dios pueden estar ahora en este salón que han tenido un querido progenitor, hijos queridos, una querida esposa, o un marido larga y entrañablemente amado, que han muerto en el Señor? El corazón se ha entristecido mucho por la separación; pero el testimonio de las Escrituras es que el Señor mismo descenderá del cielo, y entonces los muertos en Cristo resucitarán, y nosotros los que quedemos seremos transformados; y entonces todos subiremos juntos al aire para encontrarnos con Él, y así estaremos siempre con el Señor. "Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras".  (1ª. Tesalonicenses 4: 13 a 18). Y ciertamente aquellos que han partido antes están esperando con paciencia la venida del Señor. No abriguemos pensamientos equivocados acerca de los que han muerto en el Señor, porque, aunque están ausentes del cuerpo y presentes con el Señor, no obstante, sus cuerpos están en la tumba.  No puede haber ninguna duda acerca de que ellos están con el Señor, y en el disfrute de la plena dicha y la plena felicidad en la medida de sus posibilidades; pero ellos están esperando la venida del Señor, cuando conocerán también la redención de sus cuerpos, y entonces podrán recibir y disfrutar en toda su extensión las bendiciones prometidas. Recuerdo que hace algún tiempo escuché que un número de, yo espero, siervos de Cristo, sintieron el deber de predicar contra esta importante verdad. Mi consuelo es este, que tan pronto ellos se duerman en Jesús conocerán su realidad; porque inmediatamente comenzarán a esperar al Señor. Cristo está esperando venir; y los que se han dormido en Él están esperando que el Señor venga, para que sus cuerpos y espíritus se unan, y entonces todos nos encontraremos, y seremos siempre como el Señor, y estaremos siempre con el Señor.

 

Esta esperanza también está expuesta claramente ante nosotros en la Escritura como una esperanza purificadora. El apóstol Juan dice, "Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro (1ª. Juan 3: 3 – LBLA). Es imposible que nosotros podamos estar realmente esperando el regreso del Señor desde el cielo y andar descuidadamente. Nuestro gran adversario a menudo nos engaña, o nosotros mismos nos engañamos, colocando el conocimiento en el espacio de la fe y de la esperanza. Muchas personas tienen una gran cantidad de conocimiento de la letra; pero eso es muy diferente de tener el poder de la verdad en el corazón. Por eso se dice, "el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica". Si estamos esperando a Cristo, no podemos estar asociándonos con lo que sabemos que Él desaprobará. No podemos estar defendiendo ahora lo que sabemos que nos avergonzará en ese momento. Aquellos que no piensan aún en la venida del Señor como una gran verdad práctica harán bien en considerar esa Escritura. Ella se encuentra en el tercer capítulo de la primera epístola de Juan: leemos, "Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro". (1ª. Juan 3: 2, 3 – LBLA). Un creyente tal vive en esta esperanza como un hombre separado para Dios. No sabemos cuándo Él va a venir, pero debemos esperar y esperarle. Es posible que el Señor Jesucristo venga esta noche. No digo que lo haga; decirlo no sería conforme a las Escrituras. Pero digo que puede venir; y si lo estamos esperando, no podemos ocuparnos de lo que sabemos que sería aborrecible a Sus ojos. Podemos ser muy ignorantes, pero no podemos andar en desobediencia y al mismo tiempo estar diciendo, "Amén; sí, ven, Señor Jesús" (Apocalipsis 22: 20). Por lo tanto, "todo el que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro".

 

Además, es una esperanza gozosa. ¿Qué puede dar a un cristiano tal alegría como la esperanza de ver y estar con Cristo mismo? Pero ustedes dicen, «Yo sostengo la doctrina de la venida del Señor, y no tengo este gozo.» Eso es lo que he estado diciendo. Conocer las Escrituras sobre ello es una cosa, pero otra cosa es creer que es la verdad revelada de Dios para ustedes como la actual esperanza de su alma. Si ustedes creen que la verdad revelada de Dios es que han sido librados de la ira venidera, que sus pecados han sido borrados, que a su viejo hombre se le ha dado muerte en la cruz, que han recibido la vida en un Cristo resucitado, y que Él está viniendo rápidamente del cielo por ustedes, — si es para ustedes una esperanza bendita, seguramente está calculada para llenar el corazón con el más profundo y puro gozo. Si eso no le da gozo al corazón, nada lo hará. Concedo que el fundamento de todo gozo es la redención consumada de Cristo; pero el gozo supremo es la esperanza de verlo a Él. Por una maravillosa misericordia, tendremos una corona y un vestido; pero ¿qué son el vestido y la corona comparados con Él? Ellos no son Cristo; y es una realidad preciosa que,

 

'Mucho más grande que todos los demás, Él, Él mismo es tuyo.'

 

Cuando Pablo pensó en su servicio en el evangelio, su gozo fue que el Señor venía. En el segundo capítulo de la primera epístola a los Tesalonicenses se dice, "¿Cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? (1ª. Tesalonicenses 2: 19). Así Pablo, que fue perseguido, a veces casi apedreado hasta la muerte, rechazado, en la pobreza y la prisión, dice: «Espero con gozo la venida del Señor, porque entonces conoceré y tendré el gozo de los resultados de mis labores en el evangelio.» Además, si por un momento consideramos que incluso ahora, conociendo por medio de la fe a Aquel a quien nunca hemos visto, Le amamos y nos regocijamos en Él de tal manera que nos regocijamos con un gozo inefable y lleno de gloria, ¿qué debe ser verle? ¿Qué debe ser tener Su sonrisa continuamente ante nuestros ojos? ¿Qué debe ser estar siempre en la atmósfera de Su inmutable, personal y perfecto amor? ¿Qué debe ser tener a Aquel que es el deleite de nuestros corazones siempre ante nosotros? ¿Qué debe ser verle en toda Su gloria? Como he dicho, Él mismo lo espera; dijo: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado" (Juan 17: 24). ¿No es ésta la mayor bendición que la Escritura pone ante nosotros? — "¡Verán su rostro!" (Apocalipsis 22: 4). No creo que haya nada de mayor calidad que eso; porque cualquier bendición que podamos tener antes, cualquier felicidad que podamos conocer entonces, o cualquier gozo que nos rodee, todavía habría algo que faltaría si no viéramos, si no pudiéramos ver a Jesús. Pero ciertamente estaremos satisfechos cuando despertemos a Su semejanza, viendo Su rostro; y, bendito sea Su nombre, Él también estará satisfecho; porque entonces Él "verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho". (Isaías 53).

 

Pero hay dos asuntos más a los que me debo referir brevemente en conexión con esta esperanza. Se trata de lo que la Escritura enseña en cuanto a la unión eterna y a la separación eterna. ¡Qué solemne! Esta esperanza bienaventurada está asociada con la idea más unificadora de las Escrituras. En esta vida presente vemos a los queridos hijos del Señor separados, apartados y escindidos, a menudo manifestando poco interés, poca compasión, rara vez tal vez entregándose a la oración los unos por los otros. Ahora hay pocos abrazos entre ellos, poco de la ternura de corazón que caracterizó a los santos de antaño. Pero todo esto cambiará cuando venga el Señor. Todos los que son de Cristo, aunque ahora estén separados, serán reunidos para encontrarse con el Señor en el aire. Entonces viviremos como debemos vivir, y amaremos como debemos amar. Lo que hacemos ahora de forma imperfecta, lo haremos bien a Sus ojos. Por muy ignorantes que seamos ahora, en aquel entonces sabremos cómo somos conocidos. Estaremos perfectamente unidos. ¡Qué bienaventurado! Pero en relación con esta verdad de que los santos están unidos, hay también una alarmante certeza de separación en relación con la venida del Señor Jesús. Los que son arrebatados y llevados a la esfera de la bendición eterna se limitan a los que son de Cristo. La Escritura es muy categórica. No incluye a todos los religiosos; no dice los que han sido bautizados; no dice los que han asistido regularmente a ‘la iglesia’ o a ‘la capilla’; no, no dice tal cosa. Dice, "los que son de Cristo, en su venida" (1ª. Corintios 15: 23), quienesquiera que sean o dondequiera que estén. Muchos de los que pueden ocupar altos cargos aquí, y ser considerados como las personas más religiosas y consagradas, si no son de Cristo, su desnudez será manifestada, su turbio estado será puesto al descubierto, toda máscara será quitada, y se dará a conocer que el que no estaba con Cristo ha estado realmente contra Él. Entonces se descubrirá, tal vez, que no había enemigos de Cristo como los meros profesantes vacíos. A veces nos sentimos como si nos estuviéramos acercando al final de nuestra labor en la tierra; pero nuestro deseo más ferviente es que Dios nos impida hacer meros profesantes, sembrar cizaña, porque es claramente la obra de Satanás. Sé que hay muchos que piensan que primero deben hacer que las personas sean cizaña, y que entonces se convertirán más fácilmente en trigo. No puedo verlo en las Escrituras; veo que la cizaña es declarada allí como la obra del malo. Para lo que deberíamos desear vivir es para que Cristo sea magnificado, Sus santos bendecidos y las almas llevadas al Salvador, para que Él sea glorificado. Por lo tanto, si hay una persona aquí que no ha recibido al Señor Jesús como su Salvador, le ruego, antes que salga de esta habitación, que se incline ante Jesús el Hijo de Dios, y Le acepte como su Salvador y su Amo. "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" (Hechos 9: 6). Éstas son las verdaderas marcas de un verdadero cristiano: él reconoce a Cristo como su Salvador, y también como su Amo. "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" es el lenguaje del alma que ha recibido a Cristo como su Salvador. Por lo tanto, dado que va a llegar el momento en que estarán para siempre con Cristo, o desterrados para siempre de Su presencia, les ruego que oigan esta verdad. Cuando Jesús venga, como he dicho, ello estará relacionado con la unión eterna en la gloria, o con la separación eterna. En ese momento, la esposa que cree será quitada para siempre al marido que no cree, o el marido creyente a la esposa incrédula. Les suplico ahora, mientras sea el tiempo aceptable y el día de salvación, que piensen solemnemente en estas cosas en la presencia de Dios. Les suplico encarecidamente, como pobres pecadores perdidos, culpables y condenados, que no pueden hacer nada en la carne para complacer a Dios, que tienen una naturaleza que no está sometida a Dios, y que nunca puede estarlo — les suplico que vengan tal y como son al bendito Señor Jesucristo, — aquel bendito Salvador resucitado en la gloria, que todavía dice, "Al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6: 37). Pero si ustedes aún Le rechazan, recuerden que, si viene esta noche, los dejará atrás para que perezcan con los inicuos. Les ruego, mientras Dios predica la paz por medio de Jesucristo, que no Le rechacen, que no rechacen a este bendito Jesús que ama al pecador y que está a la diestra de Dios, que se deleita en la misericordia, que puede salvar hasta lo sumo, y que todavía dice, " Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11: 28). Que Dios los bendiga, queridos amigos, para que puedan escapar de la ira venidera, y no estén entre ese desdichado número de personas que llamará a la puerta cuando sea demasiado tarde; que sólo creerán después que se cierre la puerta; y que oirán la voz del Señor llenándolos de una angustia y desesperación indecible, diciendo: "Apartaos de mí", "Nunca os conocí" (Mateo 7: 23).

 

A aquellos de ustedes que están en Cristo, que aman y honran Su amado nombre, pero que hasta ahora no han esperado Su venida, que la luz de la verdad revelada de Dios resplandezca de tal manera en sus almas, que puedan empezar desde este momento a clamar, "Ven, Señor Jesús"; porque Él dice, "vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). Yo digo nuevamente, comiencen ustedes esta noche a darle la respuesta adecuada a esa preciosa promesa — a saber, " Amén; sí, ven, Señor Jesús". (Apocalipsis 22: 20).

 

H. H. Snell (Marzo 1817 - Enero 1892)

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2020

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
The Coming of the Lord, the Christian's Hope, by H. H. Snell
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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