El Espíritu como Sello
2ª Parte del escrito: Acciones Personales y Colectivas
del Espíritu Santo.
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 150 a 157.
"Y en el último día, el
gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si
alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como ha dicho
la Escritura: "De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua
viva." Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en
El habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía,
pues Jesús aún no había sido glorificado". (Juan 7: 37 a 39 - LBA).
"Pues por muchas que sean
las promesas de Dios, en él está el Sí de ellas; y en él el Amén, para gloria
de Dios por medio de nosotros. Y el que nos confirma juntamente con vosotros en
Cristo, y nos ha ungido, es Dios; el cual nos ha sellado, y nos ha dado las
arras del Espíritu en nuestros corazones". (2ª Corintios 1: 20 a 22 – VM).
"En él también vosotros,
habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa". (Efesios 1: 13).
Estos pasajes nos presentan
tres grandes hechos.
En primer lugar, el Espíritu
Santo nunca fue dado para morar en el creyente hasta que Jesús hubo consumado
la obra de redención, y Él hubo entrado en Su gloria en lo alto. El Espíritu
Santo había obrado, como el Señor Jesús lo había hecho, antes que Él viniese; y
luego, como el Señor Jesús había venido a este mundo, así fue enviado el
Espíritu Santo para morar, — no meramente para obrar, como en días anteriores.
Él hizo esto en Pentecostés.
En segundo lugar, nosotros
vemos que Dios nos unge con Su Espíritu y nos sella, en conexión con el nuevo
lugar para el hombre, "en Cristo" resucitado de los muertos y
ascendido.
Y, en tercer lugar, en el
último pasaje citado, encontramos que en Él, el creyente recibe el Espíritu
como sello, como una consecuencia de su fe en Cristo.
Yo les pediré nuevamente, como
lo hice en el escrito anterior, que recuerden conmigo algunos de los tratos de
Dios en los días del Antiguo Testamento, un recuerdo que hará que Sus tratos
actuales se destaquen en contraste con todo los acaecidos anteriormente.
Yo paso por alto los días
anteriores a los días patriarcales y comienzo con Abraham, en quien estos
tratos de Dios comenzaron. Encontramos, en primer lugar, la promesa dada a
Abraham, "Te bendeciré [le dijo Jehová]… y serás bendición. Bendeciré a
los que te bendijeren,… y serán benditas en ti todas las familias de la
tierra". (Génesis 12: 2, 3). Estas promesas fueron confirmadas y repetidas
a Abraham en la figurativa resurrección de Isaac de los muertos (Génesis 22),
que fue un tipo de Cristo resucitado de los muertos.
Hubo después promesas dadas a
David como raíz de la realeza de Israel, siendo Abraham y David los dos grandes
receptores de promesa en la tierra.
Pero antes de David nosotros
encontramos un trato intermedio de Dios con Israel por medio de la ley, la cual
llevó a Israel a estar bajo un pacto de fidelidad de parte de ellos para
cumplir los términos de un pacto que era el terreno de la bendición de ellos, o
lo contrario. En las promesas no hubo más que una sola parte que entró en
ciertas obligaciones en perfecta libertad de resolución, cuyo fracaso sería el
fracaso de Dios , el cual las hizo fracasar — cosa que nunca puede ser. Si yo
le dijera a una persona «Mañana te daré este libro», y yo no lo hiciera, soy yo
el que fracasaría. Pero si yo dijera «Yo te daré este libro mañana si tú haces
esto o aquello», ello depende tanto de que él cumpla los términos
propuestos, y luego de mi cumplimiento de mi promesa por haber acatado
él las condiciones. Este sería el principio de la ley; ese, el de la
promesa. Si el último fracasara, Dios fracasaría, lo que Él no puede hacer;
todas sus promesas y dones y llamamiento son irrevocables. (Romanos 11: 29).
Ahora bien, estos tratos de
Dios estuvieron aconteciendo en el Antiguo Testamento: Israel estuvo siendo
probado bajo la ley, y las promesas de Dios, dadas antes de la ley, estuvieron
en suspenso hasta que llegó el momento oportuno de Dios. Por fin, Jesús vino a
este mundo, — "Nacido de mujer", a través de la cual el pecado había
entrado en el mundo; y "nacido bajo la ley", a través de la cual
Israel estaba bajo maldición. (Gálatas 4: 4).
En Él estaban el Sí y el Amén de todas las promesas de Dios. (2ª Corintios
1: 20 - VM). Él personificó a todas en Su propia Persona, ya sea las dadas a
Abraham o las dadas a David; siendo el primero la raíz de una raza, y siendo el
último la raíz de la realeza en Israel. Pero Él fue echado fuera y se Le dio
muerte. Aquellos que tenían las promesas las rechazaron cuando se cumplieron en
Cristo. Y cuando esto fue así, y la obra de la cruz fue consumada, y Cristo
hubo resucitado e ido a lo alto, algo nuevo es presentado para la fe, lo cual
no es una ley, bajo la cual el hombre estaba condenado, ni una promesa,
la cual ahora se había cumplido. Esto fue la consumación; la redención
fue completada, y la justicia de Dios establecida; Su verdad fue manifestada, y
Su gracia fue liberada para actuar en soberanía fuera de todos los anteriores
tratos, y para sacar a la luz lo que había en Su mente antes de la fundación
del mundo.
Por eso, cuando la cruz ha
pasado nosotros tenemos los "ahora" de la Escritura sacados a
relucir plenamente.
Primero. "Ahora,
una sola vez en la consumación de los siglos, él ha sido manifestado para
efectuar la destrucción del pecado, por medio del sacrificio de sí mismo".
Ese fue Cristo en la cruz. (Hebreos 9: 26 – VM).
Segundo. "Ahora,
aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios". Esto fue visto
en Cristo en el trono de Dios. (Romanos 3: 21).
Tercero. "Quien nos ha
salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras,
sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús
desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de
nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y
la inmortalidad por medio del evangelio" (2ª Timoteo 1: 9, 10 - LBA). Esto
fue por medio del Espíritu enviado desde el cielo.
Cuarto. Y además, "A fin
de que ahora por medio de la Iglesia, sea dado a conocer a las
potestades y a las autoridades en las regiones celestiales, la multiforme
sabiduría de Dios" (Efesios 3: 10 - VM). En esto encontramos que la
iglesia de Dios fue mostrada.
Permitan que comente aquí que
nosotros poseemos las cuatro cosas (con muchas otras) que nunca fueron
conocidas en tiempos veterotestamentarios, a saber,
la justicia de Dios como el
terreno de Su gracia para con nosotros;
una conciencia limpiada por
medio de la sangre de Cristo; y, como una consecuencia,
la morada del Espíritu; y, aún
más,
el conocimiento del Padre.
Todas estas cosas son nuestras
ahora por medio de la obra consumada de Cristo.
Afirmemos, asimismo, que el
lugar nuevo para el hombre que está "en Cristo" delante de Dios nunca
fue conocido, ni pudo serlo, hasta que Jesús hubo asumido Su lugar en una nueva
esfera para el hombre, — resucitado de entre los muertos. No se puede decir
acerca de los patriarcas y los santos en los días veterotestamentarios que
ellos estaban en Cristo, ni tampoco eso podría ser dicho acerca de aquellos que
estuvieron con Él en Su estada aquí en la tierra. No tendría ningún sentido
hablar de los tales como estando ellos "en Cristo". Yo menciono esto
porque el Espíritu Santo es dado en conexión con este lugar nuevo para el
hombre resucitado con Cristo, como de una nueva creación, pues leemos, "si
alguno está en Cristo, hay una nueva creación". (2ª Corintios 5: 17 – JND).
Este nuevo estado para el creyente salió a relucir cuando el Señor subió a lo
alto; y lleva, con ello, la completa eliminación de todo su estado anterior,
junto con la culpa que ello conlleva como un hijo de Adán.
Llegamos ahora a lo que sucede
como consecuencia de la fe en el testimonio del Espíritu Santo acerca de la
obra de Cristo cuando es recibido por fe. Lo que sucede es que el Espíritu
Santo le es dado como un Sello; y yo digo una «consecuencia», porque ello no
necesita que el creyente pida que el Espíritu le sea dado (aunque cuando él
posee el Espíritu Santo él pueda en verdad pedir ser llenado con el Espíritu
como un verdadero estado); pero cuando la obra de Cristo es presentada y
recibida por el alma despertada (porque no es un pecador el que es sellado,
sino un creyente) como respuesta a su necesidad de la conciencia, el Espíritu Santo
sigue a continuación, como de parte de Dios, el cual pone Su sello de
aprobación sobre la persona así bendecida. Tal como Pablo pudo exhortar a los
Gálatas, "¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír
con fe?" Fue por "el oír con fe", obviamente.
Muchos ejemplos pueden ser
vistos en los Hechos de los Apóstoles que ilustran esto; como el de los
discípulos a los que previamente se les había dado vida como pecadores durante
la vida del Señor, y que posteriormente habían recibido el Espíritu Santo como
creyentes en el día de Pentecostés (Hechos 2). Así también los Samaritanos por
medio de la predicación de Felipe (Hechos 8), recibiendo después el Espíritu
Santo. También Saulo de Tarso, cuando le fue dada vida por la voz de Jesús
desde el cielo, fue sellado con el Espíritu Santo tres días después (Hechos 9).
En Hechos 10, Cornelio, un alma verdaderamente convertida, el cual oraba a Dios
siempre, etc., debió enviar a buscar a Pedro, y oír sus palabras para
salvación; y, como consecuencia, el Espíritu de Dios sella a los que oyeron y
recibieron la palabra de gracia.
En el pasaje de 2ª Corintios 1,
ya mencionado, nos enteramos del progreso de este gran trato de Dios de manera
muy sencilla. Cristo, en quien están el Sí y el Amén de todas las promesas de
Dios, es echado fuera y se Le da muerte, y los hijos de Abraham, los cuales las
tenían, ellos mismos son echados fuera,
— habiéndolos rechazado a todos en Cristo. Pero todo esto hace este lugar nuevo
para los redimidos, y Dios "nos confirma [judíos] con vosotros [gentiles]
en Cristo", donde no hay ni judío ni gentil —, y en consonancia con este
lugar nuevo Él nos unge con el Espíritu. Este ungimiento o unción es para tener
poder sobre las obras de la carne y conocimiento de todas las cosas, — leemos, "Vosotros
tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas". (1ª. Juan 2: 20).
Leemos, "el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del
Espíritu en nuestros corazones". (2ª Corintios 1: 22). Se trata,
indudablemente, de la misma acción del Espíritu Santo, pero teniendo otro
carácter, es decir, una apropiación por parte de Dios de aquellos a quienes Él
ha marcado como suyos, y una garantía para nosotros de todo lo que viene en un
día futuro, como en Efesios 1, una "garantía de nuestra herencia, con
miras a la redención de la posesión adquirida". (Efesios 1: 14 – LBA).
Examinaremos ahora algunos
pasajes de la Escritura que muestran el efecto en nosotros de la posesión del
Espíritu.
Primero. Vamos a Romanos 5: 5,
y sucesivos, donde leemos, "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado".
Aquí está el primer efecto de la
posesión del Espíritu. Se nos da la certeza del amor de Dios, el cual nos salvó;
es una certeza para el corazón. Pero, para que al poseer el Espíritu no nos
volvamos místicos o introspectivos, para que no nos volvamos interiormente
hacia nosotros mismos para buscar evidencias de este amor de Dios,
inmediatamente la vista es dirigida hacia afuera, a aquello que es la
plena demostración del amor de Dios para con nosotros en los versículos que
siguen a continuación. Nos enteramos allí de qué manera "Dios demuestra su
amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros". (Romanos 5: 8 – LBA).
"Débiles"
como para apropiarnos de este amor de Dios. (Romanos 5: 6);
"pecadores", aún en
nuestros pecados. (Romanos 5: 8);
"impíos", por
quienes Cristo murió. (Romanos 5: 6);
y, "enemigos",
¡que necesitaban ser reconciliados! (Romanos 5: 10). Cuán plena y abundante es
la demostración de ese amor que el Espíritu Santo derrama en nuestros
corazones, — señalándonos a Dios, afuera de nosotros mismos; y no obstante,
dando la certeza de ello, ¡y el gozo de ello en el interior!
Segundo. Luego, en Romanos 8:
9, se nos asegura que "vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu,
si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros". (Romanos 8: 9 –
LBA). La posición es cambiada desde "en Adán" a "en
Cristo", desde "en la carne" a "en el Espíritu", y
todo es demostrado por el Espíritu que nos ha sido dado. Dios revela esto, la
fe lo recibe, y el Espíritu Santo lo hace realidad en el alma.
Tercero. Además, en 1ª
Corintios 2 leemos, "Nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo,
sino el Espíritu que es de Dios; para que conozcamos las cosas que nos han sido
dadas gratuitamente por Dios". (1ª Corintios 2: 12 – VM). Aquí, "las
cosas" que son nuestras nos son dadas a conocer por el Espíritu. En el
Antiguo Testamento se había dicho, "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni
han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman". (1ª Corintios 2: 9, véase también Isaías 64: 4). Pero nuestra
porción es ahora clara para ser comprendida y poseída. "Pero Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu". (1ª Corintios 2: 10).
Cuarto. La unión con
Cristo, asimismo, es conocida por nuestras almas, pues "el que se une al
Señor, un espíritu es con él". (1ª Corintios 6: 17). Por el Espíritu
nosotros sabemos que estamos en Cristo, y que Cristo está en nosotros.
Quinto. La libertad es
disfrutada en esa nueva esfera a la que somos llevados. "Donde está el
Espíritu del Señor, allí hay libertad". (2ª Corintios 3: 17). La libertad
de un alma que ha terminado con todos los interrogantes en cuanto al yo, a
Satanás, y en cuanto a Dios. Libertad con el Padre para recurrir a Él en lo
alto: libertad, también, con respecto a nosotros mismos de todas las
actividades de los deseos desordenados y de la carne en el interior.
Lamentablemente, cuán poco realizado, pero, sin embargo, ministrado a nosotros
por el Espíritu de Dios dado a nosotros por Cristo en la gloria.
Sexto. La filiación,
también, es conocida y disfrutada. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (Gálatas 4: 6). Por tanto, nosotros
somos introducidos en esa relación positiva con el Padre, — ya como hijos de
Dios.
Séptimo. El poder sobre
las obras de la carne para nuestro andar aquí en la tierra es encontrado en la
posesión del Espíritu Santo. "Andad", dice el apóstol, "en el
Espíritu, y así jamás satisfaréis los malos deseos de la carne". (Gálatas
5: 16 a 23 – RVA). Andar en el Espíritu es tener siempre la vista del alma
sobre Aquel a quien el Espíritu glorifica. Si Cristo está ante el alma,
entonces las actividades de la carne son mantenidas en el lugar de la muerte.
No es por esfuerzos que nosotros nos ordenamos y nos administramos, sino por el
hecho de ocuparnos en el Señor mismo de manera superior. Esto da poder, no
poder intrínseco en nuestra propia alma, sino en el sentido de debilidad en
nosotros mismos, y como poder sobre nosotros mismos; la vista se vuelve hacia
Él, y surge el poder para atraer el corazón hacia Él, y nos da así la victoria
sobre la carne.
Octavo. Nuestra herencia
con Cristo nos es asegurada por el Espíritu de la promesa dado a nosotros
(Efesios 1: 13, 14). Él espera redimir, de manos del enemigo, esa herencia de
todas las cosas creadas. Él la compró mediante Su sangre cuando estuvo aquí; la
tomó con su carga de culpa sobre ella, y murió para redimirla toda. Pero, el
enemigo es todavía el usurpador y debe ser echado fuera. Poder debe ser
desplegado para libertarla de la esclavitud en la cual gime. Hasta entonces,
nosotros también esperamos, pero hemos sido sellados con el Espíritu hasta el
día de su redención, cuando nosotros heredaremos todo como coherederos con
Cristo.
Noveno. Nosotros no debemos
contristar al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuimos sellados para el día
de la redención. (Efesios 4: 30). Cuán a menudo, en lugar de ser la fuente de
gozo en Cristo, y en todo lo que es nuestro, se hace que el Espíritu de Dios se
convierta en un ¡Reprensor de nosotros! Nos torcemos en pos de las cosas del momento
y del sentido; corremos tras las cosas del mundo y nos preguntamos por qué
nuestras almas no están en su fresco gozo. Ah, el Espíritu ha sido contristado;
el baldón es sentido por aquel muy íntimo Huésped que mora en nosotros; y en
fiel amor se nos hace sentir la mácula, el corazón es reprendido, y se hace que
el alma sienta su dolor, y es traída de regreso humillada, pero enseñada a oír
de nuevo esta palabra dirigida a nosotros: "¡No [Le] contristéis!"
Décimo. Encontramos así que
este mismo Huésped bienaventurado dentro de nosotros, como una fuente de agua
que brota para vida eterna, es la fuente y el poder de la oración, del
cantar las alabanzas de Dios, y también de la adoración. "Oraré con el
espíritu, pero oraré también con el entendimiento". (1ª Corintios 14: 15).
"Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu".
(Efesios 6: 18). "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en
verdad es necesario que adoren". (Juan 4: 24). Y, "Nosotros somos la
verdadera circuncisión, los cuales adoramos a Dios por el Espíritu de Dios, y
nos gloriamos en Cristo Jesús, y no confiamos en la carne". (Filipenses 3:
3 – JND).
De este modo, queridos amigos,
nosotros vemos cuán grande esfera de disfrute y privilegio, y también de
responsabilidad, se abre para nosotros por la posesión del Espíritu de Dios, —
dado a nosotros como Sello, como consecuencia de nuestra fe en la obra de
Cristo. El amor de Dios es asegurado para nuestros corazones; el Nuevo
Estado como "en el Espíritu" es hecho nuestro. Las Cosas
que Dios nos ha dado gratuitamente son dadas a conocer. Nuestra Unión
con Cristo es por medio del Espíritu dado a nosotros. La verdadera libertad
de un santo, libertad del yo y de la carne, y del poder de Satanás, y también para
con nuestro Dios, es disfrutada. Por el Espíritu de adopción conocemos nuestra Filiación
con el Padre. El poder para nuestro andar afuera de los deseos
desordenados de la carne es nuestro. Nuestra Herencia está asegurada, y
nosotros no debemos Contristar al Espíritu Santo de Dios; y por medio
del Espíritu que nos es dado, nosotros Oramos y Cantamos, y Adoramos
al Padre que nos buscó y nos halló, e hizo de nosotros Sus vasos para ¡Su
eterna alabanza!
F. G. Patterson
Traducido del Inglés
por: B.R.C.O. – Enero 2021.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986,
1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso
RVA
=
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano)
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).