Acciones Personales y
Colectivas del Espíritu Santo
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Contenido:
1. El Espíritu Santo como Dador de
Vida y Testigo
2. El Espíritu
como Sello
3. El Cuerpo de
Cristo Formado por el Bautismo del Espíritu Santo
4. El Andar de
los Santos Según el Espíritu
*******
1. El Espíritu
Santo como Dador de Vida y Testigo
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 113 a 125.
"¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre
subir adonde estaba primero?
"El espíritu es el que da vida; la
carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son
vida". (Juan 6: 63).
"Empero éste, el sacerdote nuestro, cuando
hubo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la
diestra de Dios, de entonces en adelante esperando, hasta que sus enemigos sean
puestos debajo de sus pies: porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para
siempre a los que son santificados".
"De lo cual el Espíritu Santo también
nos da testimonio; porque después de haber dicho: Éste es el pacto que
haré con ellos, después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su
corazón, y también en su mente las escribiré; luego añade: Y de sus pecados y
sus iniquidades no me acordaré más".
"Y en donde hay remisión de éstos, ya
no hay más ofrenda por el pecado". (Hebreos 10: 12 a 18 – VM).
En estas dos Escrituras encontramos las
dos grandes verdades que yo deseo presentar a mis lectores, — a saber,
1. La acción del Espíritu de Dios aquí en
la tierra dando vida a las almas de los pecadores, despertándolas así al
sentido de su necesidad a los ojos de Dios; y —
2. Su presencia aquí en la tierra como Testigo
para nosotros de la perfección de la obra del Señor Jesús, y de su
aceptación por parte de Dios; proporcionando así una respuesta al alma
despertada mediante un testimonio del valor de esa obra por medio de la cual
ella es salvada.
En primer lugar, seamos claros en cuanto
al hecho de que si bien el Hijo de Dios es el Actor mediante el cual todas las
acciones son realizadas, el Espíritu de Dios ha sido siempre el Agente directo
en cada acción de la Deidad que alguna vez ha sido hecha, ya sea en creación, o
en providencia, o en gobierno, o en redención. Nosotros vemos referencias a
esto en todas partes de la Escritura, incluso en cuanto a esas acciones que
tuvieron lugar antes que el mundo existiera. En Génesis 1: 14 a 19, donde fue
hecha la designación del sol y la luna para señorear el día y la noche,
nosotros leemos que Dios, habiendo hecho estas dos grandes luces (el sol y la
luna), "hizo también las estrellas". Y leemos en el libro de Job
(capítulo 26 versículo 13), que el Espíritu de Dios fue el Agente que lo hizo,
pues por medio de "Su espíritu adornó los cielos". Así también,
cuando desde el caos de la materia hallado en Génesis 1, Dios formaría la
tierra Adánica como una morada para el hombre, nosotros leemos que "el
Espíritu de Dios incubaba [o se movía] sobre la faz de las aguas". Él
también llenó a Bezaleel hijo de Uri; y a Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu
de Dan, con el Espíritu de Dios, en sabiduría e inteligencia para hacer toda la
obra del tabernáculo en el cual Dios estaba punto de morar en Israel. Así
también David tuvo "por el Espíritu" el modelo del templo que Salomón
edificó. Leemos, "Asimismo el diseño de todo lo que tenía ideado, por el
Espíritu, respecto de los atrios de la Casa de Jehová, y de todas las cámaras
al rededor, y de las tesorerías de la Casa de Dios, y de las tesorerías de las
cosas santificadas", etc." (1º Crónicas 28: 12 – VM – JND). Él vino
sobre los profetas; inspiró la palabra de Dios; dio a Sansón su gran fuerza; y,
en resumen, todas las acciones divinas han sido siempre por la agencia directa
del Espíritu Santo. Esto es visto más plenamente cuando llegamos al Nuevo
Testamento, tanto en el ministerio del Señor como en los hechos de poder (Si yo
por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, etc. – Mateo 12: 28), así como
después en la iglesia formada en Pentecostés, lo cual nos trae hasta el
intervalo actual. Yo me refiero a estos hechos solamente de paso, para que
podamos tener esta gran verdad establecida en nuestras mentes, antes que
pasemos al tema especial que tenemos ante nosotros.
También será necesario señalar aquí que
Dios no se había revelado plenamente a Sí mismo en los días del Antiguo
Testamento. Él es conocido allí bajo varios nombres, en conexión con ciertas
acciones y relaciones que fueron entabladas, ya sea en la creación, o después
de la caída del hombre, o con almas individuales de los escogidos, o con la
nación de Israel, — Su pueblo terrenal escogido. Nosotros Le hallamos como
Elohim, y sus derivados; como Jehová, como El Shaddai (Dios Todopoderoso), como
Elyón (Altísimo); como Adonai, y sus palabras afines; así como mediante otros
nombres.
Aun así, "un Dios"
fue la gran verdad presentada en contraste con la pluralidad de los dioses de
los paganos; y, para dar testimonio de esta unidad de la Deidad, Israel fue
escogido y llamado aparte del mundo. "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios,
Jehová uno es". (Deuteronomio 6: 4). Pero la Trinidad de las Personas de
la Deidad no fue en aquel entonces el tema de la revelación directa. Hubo
indicios de ello en todas las épocas; pero el hecho no fue dado a conocer en
aquel entonces. Yo puedo aducir muchos ejemplos acerca de esto, tal como el
carácter plural del nombre Elohim — Dios; y también la atribución de los
serafines hecha tres veces en Isaías 6 comparada con Juan 12: 39 a 41, y con
Hechos 28: 25 a 27. Véase asimismo Isaías 48: 16, "Acercaos a mí, oíd
esto: desde el principio no hablé en secreto; desde que eso se hizo, allí
estaba yo; y ahora me envió Jehová el Señor, y su Espíritu". Las triunas
Personas de la Deidad son claramente vistas.
Por consiguiente, el hecho de dar
a conocer la Trinidad de las Personas estuvo reservado para el advenimiento del
Hijo de Dios a este mundo, cuando Él asumió definitivamente la humanidad, y
tomó Su lugar como hombre en la tierra. Esto sucedió en el momento cuando el
Señor Jesús comenzó Su servicio en la tierra, a los treinta años de edad. El
Bautista había estado despertando a Israel con el testimonio del solemne asunto
de su misión como aquel que estaba yendo delante de la presencia del Señor para
preparar Sus caminos. (Lucas 1: 76). Su clamor a Israel era, "Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado". (Mateo 3: 2). El hacha ya
estaba puesta a la raíz de los árboles; no era ahora el momento de podar las
ramas, ya se había llegado a la raíz, y todo árbol que no daba buen fruto iba a
ser cortado y echado al fuego. El juicio era inminente sobre todos. El Señor
apareció entre la multitud que venía a ser bautizada por Juan — confesando sus
pecados. A Juan le incomodó este acercamiento de Jesús, "Yo necesito ser
bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" El Mesías podía perdonar pecados; pero
no podía confesarlos, porque no tenía ninguno. Pero la gracia se estaba
moviendo en los corazones de Israel. Dios había tocado sus almas; y en lugar de
decir, "A Abraham tenemos por padre", ellos estuvieron aceptando su
verdadero lugar de pecadores convictos, — no teniendo derecho alguno sobre
ninguna base a las promesas, excepto a la de la misericordia soberana. El
propio Jesús se identificó con este movimiento de gracia en las almas de ellos.
Las ovejas de Israel estaban en las aguas; ¡el Pastor de Israel también estaría
allí! Y Su respuesta al Bautista es, "Consiente ahora; porque así nos
conviene [a Él y a él] cumplir toda justicia. Entonces lo consintió"
(Mateo 3: 15 – VM); «tú para recibir la
confesión de Israel de sus pecados; YO
para ir con la gracia que los trajo allí; y para recibirlos, y deleitarme en
ellos como los íntegros de la tierra. (Salmo 16)». ¡Inmediatamente los cielos
fueron abiertos! Un objeto digno de todos los cielos fue visto por primera vez.
El Señor, como un hombre en la tierra, recibe el Espíritu de Dios. Él es
sellado como hombre por el Espíritu Santo, — una demostración de la excelencia
y la perfección de Su Persona, sobre la cual el Espíritu pudo descender como
paloma y permanecer, sin derramamiento de sangre o sacrificio. La voz del Padre
es oída desde el cielo, "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia." La Trinidad en pleno es dada aquí a conocer por primera vez
claramente, — Padre, Hijo, y Espíritu, — la gloria de la Deidad es revelada en
la Trinidad de las Personas mediante las cuales las operaciones de la gracia
son llevadas a cabo.
Pero ahora debemos volver
sobre nuestros pasos un poco para determinar las variadas esferas en las que el
Espíritu de Dios ha obrado con los hombres en los días anteriores. Debemos, por
lo tanto, regresar a los días anteriores al diluvio. Aquí encontramos que los
esmeros del Espíritu de Dios tuvieron como objeto toda la raza humana. Durante
los ciento veinte años anteriores a ese momento de juicio, la palabra fue:
"No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre". (Génesis 6: 3).
No se podría decir acerca de cualquiera de los períodos posteriores que la raza
fue el sujeto de sus esmeros. Por eso podemos decir que ahora realmente no hay
salvación para el hombre como raza en la Escritura; si bien hay
salvación para los hombres. "Reduces al hombre hasta convertirlo en
polvo, y dices: Volved, hijos de los hombres". (Salmo 90:3 – RV1977).
Ese período de trato pasó. Su
Espíritu se esmeró por ese tiempo asignado, y el diluvio de aguas finalizó la
escena. La raza ya no sería más el objeto de tal gracia. Pero cuando la tierra
se renovó, y los hombres volvieron a poblar su superficie, y luego se
dispersaron en Babel por su orgullo, Dios llamó a un hombre (Abraham) y en él a
una nación, mediante la cual y en la cual Él comenzó un nuevo trato. Esta fue
la nueva esfera en la cual, o mediante la cual, el Espíritu Santo volvería a
llevar a cabo Sus operaciones, — ya sea obrando en el interior, en medio
de ese pueblo por los muchos modos de obrar de la gracia utilizados en aquel
entonces, o por medio de ese pueblo para atraer a las naciones de la tierra a
ese centro de los modos de obrar de Dios.
En ese nuevo escenario Israel
corrompió su senda, y fueron expulsados de la tierra de Canaán. Aun así, la
palabra para la fe fue, "Mi Espíritu permanece en medio de vosotros; ¡no
temáis!" (Hageo 2: 1 – VM). Y el remanente piadoso fue sostenido en la fe
hasta que el Mesías vino. Cuando llegó ese momento, sólo Jesús fue Aquel a
quien le fue dado el Espíritu sin medida. Él es el Centro al que todos deben
ahora reunirse, en los modos de obrar de Dios. Pero, expulsado y habiéndosele
dado muerte, Él asciende al cielo y allí recibe de nuevo del Padre el Espíritu
Santo, y "ha derramado esto [como Pedro dijo en el día de Pentecostés] que
vosotros veis y oís". (Hechos 2: 32, 33). Este envío del Espíritu
constituye a los discípulos en una casa espiritual en la tierra, una
"morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2: 22), que llega a ser
(como todavía lo es, aunque ampliada en la cristiandad) la nueva esfera de las
operaciones del Espíritu de Dios. En la actualidad no hay ninguna acción del
Espíritu de Dios directamente desde el cielo sobre los paganos que nos
rodean. No hay ninguna acción aparte de la esfera donde el Espíritu de Dios
mora ahora. Dios obra en ella, o por medio de ella, dondequiera que Su
obra es hecha. Muchos ejemplos pueden ser aducidos para ilustrar este hecho.
Dios ha encendido una portadora de luz en la tierra, para ser una carta de
Cristo, conocida y leída por todos los hombres, pues, "una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder". Él no reconoce ninguna otra luz, y
no obra a por medio de ningún otro canal que no sea la iglesia de Dios.
Nosotros vemos esto al principio de los Hechos de los apóstoles, cuando esta morada
de Dios fue formada. Los judíos debieron ser convencidos por el Espíritu Santo
desde esa plataforma, por medio de la boca de Pedro, del pecado de ellos, y
encontrar el remedio de Dios para ello, y entrar en la morada de Dios. El
Gentil (Hechos 10) que hasta entonces había sido atraído hacia el Dios de
Israel, y había amado a Su pueblo como canal de misericordia en un día
anterior, debe ahora mandar traer a Pedro y oír sus palabras por las que él y
toda su casa serían salvos. El ángel enviado a él desde el cielo sólo puede
señalar la verdadera esfera en la tierra donde se encontraría salvación.
Y aunque la iglesia de Dios ha
corrompido su senda en la tierra, Dios no conoce ningún otro canal para los de
"afuera", ni ninguna otra esfera para Su Espíritu sino "adentro",
donde la buena palabra de Dios es oída, y las operaciones de Su Espíritu son
llevadas a cabo. El pagano o el judío, siempre que es alcanzado por la palabra
del evangelio, la oye por medio del testimonio del Cristianismo. El cristiano
profesante dentro de esa esfera es el objeto de las variadas operaciones del
Espíritu de Dios. Nosotros oímos hablar de un pagano, el hombre principal en …,
el cual solía razonar, «Yo hice esta canoa; alguien formó el árbol del que la
hice», pero allí terminaba su razonamiento. Los cristianos habían establecido
un asentamiento misionero en esas partes muchos años antes, pero no habían
encontrado ningún fruto. Por último, este hombre vino a oír. Él oyó acerca de
un Dios Creador, y Uno que había dado a Su propio Hijo cuando Su criatura cayó.
«Ah», dijo él, «esto es lo que yo he estado buscando», y abrazó el evangelio.
Él se entera de la verdad por medio de la luz que Dios había instalado en la
tierra. Su razonamiento preparó el camino para que el testimonio de Cristo y Su
palabra resplandecieran en su corazón; pero el debió enterarse a través de la
manera ordenada por Dios. Como el centurión de antaño, cuya fe sobrepasó eventualmente
la de Israel (Lucas 7), y había amado a la nación de ellos, y les había
construido una sinagoga; sin embargo, ahora que Cristo había venido, su fe se
dirigía a un objeto más elevado, y aprende del propio Cristo acerca de Su
gracia.
Nosotros también oímos (para
citar un caso de "adentro") acerca de dos mineros que se encontraron
un día en lo profundo de su mina en…, cuando uno dijo al otro, «¿Sabes tú que
existen personas que vienen a los alrededores predicando, las cuales dicen que
deberías saber que tus pecados son perdonados en esta vida?». «Oh», dijo su
compañero, «eso es un sinsentido; nadie podría saber eso aquí». Ellos se
separaron por el momento, pero sucedió que se volvieron a encontrar en el
transcurso de algunos días. «¿Sabes», «dijo uno al otro», "que yo sé que
mis pecados han sido perdonados"? «¡Tú!» dijo su camarada; «¡imposible!»
«En absoluto», dijo el otro; «ven y oye tú mismo». Él vino, y también conoció
el evangelio. Aquí estaba uno de los diez mil casos de "adentro", así
como el otro era de "afuera", ilustrando la esfera de acción, o canal
de bendición, del cual Dios no se aparta mientras las cosas presentes
permanecen, aunque la luz sea tenue, y el candelabro ya no brille con su luz
primera. Aun así, el Espíritu de Dios permanece y obra, morando en la iglesia
de Dios durante toda Su senda aquí, aunque, exteriormente, ampliada a la
cristiandad.
Yo no voy a atraer su atención
al modo en que la promesa del Espíritu Santo salió a relucir durante la estada
del Señor con Su pueblo en la tierra; aquel "otro Consolador" que iba
a tomar Su lugar entre ellos, — "en vosotros" y "con
vosotros", — cuando el Señor Jesús se hubiese ido. Él permanecería con
ellos para siempre; mientras que el Señor Jesús debía partir después de Su
breve estada con ellos en la tierra. Esto sale a relucir claramente en el
evangelio de Juan. En el evangelio de Lucas, cuando los corazones y las
conciencias son tan ejercitadas por el Señor, y cuando las necesidades del alma
son sugeridas con antelación acerca del estado de ellos en aquel entonces,
nosotros encontramos al Señor, después de enseñar a Sus discípulos a orar
(Lucas 11), y de mostrarles mediante parábolas de qué manera, mientras el
hombre necesitaba ser importunado para conceder una petición cuando su propia
conveniencia estaba en juego, Dios como Padre de los suyos, "¿cuánto más…
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?". (Lucas 11: 5 a 13). Así,
mientras que en realidad el Espíritu fue dado en respuesta a la oración del propio
Jesús al Padre (Juan 14), el Señor produciría deseos en el corazón de Su pueblo
por lo que Él estaba a punto de conferir.
Cuando pasamos a Juan,
capítulo 14, nos enteramos que Él estaba a punto de marcharse, y que antes que
Él regresara a recibirlos a Él mismo, el Espíritu Santo sería dado para morar
con ellos, — no por unos pocos años y luego partir, como Jesús, sino "para
siempre". Leemos, "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora [o morará] con vosotros, y estará en vosotros".
(Juan 14: 16, 17). Además, "El Consolador, es decir, el Espíritu Santo, a
quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo cuanto os he dicho". (Juan 14: 26 – VM). En estos pasajes
encontramos al Señor orando al Padre para que el Espíritu Santo sea dado, y
luego encontramos al Padre enviándole en el nombre del Hijo.
En Juan 15: 26 tenemos aún
otro paso en antelación a estos, "Pero cuando venga el Consolador, a quien
yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él
dará testimonio acerca de mí". En este pasaje el Señor Jesús, ido a lo
alto, es el que envía el Espíritu Santo mismo. "Y cuando él venga,
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto
no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado". (Juan
16: 8 a 11). Todo esto aconteció en Hechos 2. Leemos, "Cuando llegó el día
de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un
estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde
estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,
asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo". (Hechos 2: 1 a 4). Y al explicar esto, Pedro dice, "A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que,
exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del
Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís". (Hechos 2: 32,
33). Así se cumplió la promesa, — el Espíritu Santo fue enviado, y llenando a
cada uno, llenó también toda la casa donde ellos se encontraban, — formando a
estos discípulos en una morada de Dios por el Espíritu. Esta fue, desde
entonces, esa esfera en la que, o, por medio de la que, como hemos visto, la
obra de la gracia sería llevada a cabo en la tierra.
Ahora bien, la facultad en el
hombre en la cual, y mediante la cual, el Espíritu obra es la conciencia;
la fe brota en el alma en la cual se ha obrado así. Por tanto, el alma es
consciente de su verdadero estado, en alguna medida, delante de Dios. En
general, a esto le sigue una gran angustia en el alma. Pero ello es así una
demostración de que la vida está allí, y, como consecuencia, el alma se vuelve
a Dios, aunque en miseria. También hay veces en que solamente la conciencia
natural del hombre es conmovida por la Palabra o la verdad usada por el
Espíritu Santo; y el resultado es, entonces, hacer que el alma se aleje de
Dios. Este es siempre el caso cuando sólo la conciencia natural del hombre es
despertada. El caso de Adán cuando él cayó y comió el fruto prohibido demuestra
esto. Él llego a ser como Dios, conociendo el bien y el mal. Esto fue la
conciencia; el principio que él recibió cuando cayó, y cuando aceptó su
responsabilidad al comer el fruto que estaba prohibido. Se trató de la prohibición
dada por Dios para ser la prueba si su voluntad estaría sometida a su Creador o
no. El hombre y su mujer cayeron, — el sentido de culpa y desnudez fueron
suyos, y como ellos no pudieron cambiarlo procuraron ocultarlo el uno del otro.
Una vez hecho esto, ellos oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el
huerto al fresco del día, y se escondieron de Dios. Este es el efecto de la
palabra en la conciencia natural del pecador, a saber, lo aleja de Dios. Pero
en el momento que Dios habla al hombre, — Adán, "¿Dónde estás tú?" —
la conciencia es trabajada por la palabra de Dios, y ellos salen, — culpables y
desnudos, y aun así son atraídos hacia Él.
Se encontrará que esto es el
hecho presentado constantemente en la Escritura, especialmente cuando la
conciencia está directamente ante nosotros en los tratos de Dios en el Nuevo
Testamento. Cuando ella es despertada o vivificada, ello acerca a Dios, pero a
menudo en miseria. Cuando la conciencia no es despertada, el efecto de la
palabra de Dios, o de las verdades vigentes de ella, aleja de Él incluso más
lejos que antes; y el corazón del hombre le mantiene lejos de Dios. El caso del
hijo pródigo, tan lleno de enseñanza divina para nosotros, nos muestra el
efecto del despertar del alma cuando está absorta en el estado lamentable de la
provincia apartada de este mundo. Cuando él volvió en sí, el sentido de su
condición alcanzó su conciencia y de inmediato el sentido de la bondad de Dios
brotó en su alma, y él es atraído hacia Él, en profundo juicio propio y en
profunda miseria. Él no encuentra ninguna respuesta a este despertar del alma
hasta que se encuentra con el Padre. "Dios es amor", y "Dios es luz";
las únicas dos cosas que son dichas de lo que Él es. Estas responden al corazón
y a la conciencia en el hombre. La luz trata con la conciencia y expone nuestro
verdadero estado como pecadores a los ojos de Dios; pero el amor atrae el
corazón y suscita esperanza en Él en el alma. Uno u otro puede preponderar, o
prepondera, antes que Dios es plenamente conocido en Cristo; y el alma fluctúa
entre los dos hasta entonces. La luz presiona sobre la conciencia del hijo
pródigo y le muestra su ineptitud; pero el amor le envía en su camino a
encontrarse con el Padre. Entre tanto, el Padre había anticipado todo y estaba
dispuesto a satisfacer tanto a la conciencia como al corazón con la respuesta
que ellos necesitaban. Muchos ejemplos son encontrados en la palabra de Dios en
cuanto a esta obra del Espíritu Santo, y muchos son vistos a nuestro alrededor
todos los días.
Pero a veces, la conciencia
natural es trabajada por un tiempo por el Espíritu, y, al igual que Herodes, en
quien vemos un hombre que, al oír a Juan el Bautista predicar, "hacía
muchas cosas, y le escuchaba con gusto" (Marcos 6: 20 – VM), y aun así,
regresó a sus concupiscencias y decapitó a Juan; y cuando Cristo estuvo de pie
ante su tribunal (Lucas 23) fue entregado a estos deseos desordenados, y Cristo
no le respondió ni una palabra. Él guardó silencio hacia él, como Uno cuyo día
había pasado.
Ahora bien, en estas verdades
encontramos la acción del Espíritu de Dios sobre almas despertándolas a un
sentido de su estado delante de Dios; una necesaria acción preparatoria a la de
ser testigos de esa obra de Cristo que proporciona una respuesta a la necesidad
así producida. Examinaremos ahora la verdad presentada en la segunda Escritura
citada en el encabezamiento de este escrito. Ya hemos tratado acerca de la
primera cita mostrando la acción del Espíritu Santo como dador de vida,
produciendo vida en el alma del pecador mediante una obra en la conciencia,
efectuada por la palabra de Dios, sin que la carne sirva para nada. "Las
palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida". (Juan 6: 63).
En cuanto a la segunda cita,
pasaremos a la epístola a los Hebreos — a la cual podríamos caracterizar
generalmente como la aceptación de la obra de Cristo, y el testimonio del
Espíritu Santo en la tierra de esta gran verdad. Hebreos 9 se ocupa
especialmente en contrastar el antiguo ritual repetido a menudo en Israel, con
la una sola obra perfecta de Cristo, el cual obtuvo eterna redención para
nosotros por medio de ofrecerse a Sí mismo por el Espíritu eterno sin mancha a
Dios una sola vez y para siempre. Al final de este capítulo Le encontramos
representado como apareciendo de tres maneras distintas. En Hebreos 9: 26
leemos, "Ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para
siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado".
Por otra parte, en Hebreos 9: 24 leemos, "Porque no entró Cristo en el
santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para
presentarse ahora por nosotros ante Dios". Y en Hebreos 9: 28, "Cristo,
habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por
segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación". (Hebreos 9: 28 -
LBA). La primera de estas «apariciones» fue en la obra de la cruz, cuando toda
la prueba del primer hombre terminó, para consumar allí esa obra cuyo resultado
final será visto en el estado de eterna bienaventuranza, en los cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia. La segunda ya está madurando, a
saber, Él aparece ante la faz de Dios por todos los que creen. Y la tercera: el
hecho de que Él es visto por todo ojo en Su segunda venida, será para
introducirnos en el resultado de toda Su obra. Esta tercera aparición es
manifiestamente futura.
En los dos últimos versículos
de este capítulo encontramos el estado del hombre pecador contrastado con el de
aquellos que creen. Un versículo (Hebreos 9: 27) comienza con, "De la
manera", y el otro con, "Así", colocando cada uno en contraste
con el otro, y leemos, "De la manera que está establecido para los hombres
que mueran una sola vez, y después de esto el juicio". Encontramos aquí
las dos solemnes certezas que llenan el corazón del hombre con terror, —
"muerte", y luego, "juicio". ¡Qué mundos no daría el hombre
para escapar de estas terribles realidades! Luego vienen las dos certezas
bienaventuradas para los que creen, — "Así también Cristo, habiendo sido
ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez,
sin relación con el pecado, para salvación". (Hebreos 9: 28 - LBA).
¡Bienaventuradas certezas, efectivamente! El resultado final de Su primera
venida es conocido, y nuestros pecados llevados, y quitados para siempre! ¡El
resultado final de Su segunda venida es presentado para nuestra esperanza; Él
vendrá nuevamente, aparte en aquel entonces de toda cuestión acerca del pecado,
¡para una plena y final salvación! Entonces, nosotros estamos situados entre la
primera y la segunda venida del Señor; limpiados de nuestra culpa por medio de
Su primera venida y Su cruz, puesto el corazón entonces en Aquel que viene de
nuevo a llevarnos al cumplimiento de todo.
Con estos dos pensamientos
ante nosotros, leeremos el capítulo siguiente correctamente. Hebreos 10
comienza con el grandioso resultado de Su primera venida, y de la obra
consumada en aquel entonces, y finaliza con la esperanza de Su regreso: "Porque
aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará". (Hebreos 10:
37). Pero en el intervalo entre estos dos puntos encontramos, de la lectura de
este capítulo, de qué manera el Espíritu Santo es un "testigo" para
nosotros aquí abajo de las perfecciones de todos. Él llama a nuestras
conciencias a mirar hacia atrás a la obra de Jesús en la cruz, y a saber que el
adorador, una vez purificado, no debe tener más conciencia de pecado. Él nos
lleva a mirar hacia lo alto al Lugar Santísimo, y a entrar allí, por medio de la
fe y en paz, para alabar a nuestro Dios; y Él conduce el corazón a mirar hacia
adelante, a ese momento en que Cristo vendrá de nuevo, y los afectos estén en
paz.
¡cuán
bienaventurado! es tener una Persona Divina aquí tan verdaderamente como lo fue
cuando el propio Señor estuvo aquí en la tierra, dándonos testimonio, — a toda
alma cargada, despertada, — "Y nunca más me acordaré de sus pecados y
transgresiones". (Hebreos 10: 17). ¡Cuán dulce para ellos es someterse a
esta certidumbre de este Testigo digno de fe! No necesitamos escudriñar
nuestros pobres corazones para un testimonio tal, — ellos sólo nos dirán lo
contrario. Una Persona Divina desde el cielo para morar en la tierra; para dar
testimonio de que la sola obra perfecta de Cristo es acepta para Dios, en lugar
de las obras de nuestras almas arruinadas; para conducir nuestros corazones,
fuera de nosotros mismos, a contemplar en Él la respuesta divinamente dada a nuestra
culpa. Aquí podemos descansar en plena certidumbre de fe, — asegurados por Dios
de que nuestros pecados e iniquidades nunca más serán recordados. Esto no
requiere ninguna experiencia en nosotros para que nos demos cuenta; sólo
necesita que el alma se vuelva a Dios, el cual pensó en nosotros cuando
estábamos arruinados y perdidos; que se vuelva a Su Hijo que vino a cumplir
toda Su voluntad, el cual, cuando lo hubo hecho, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas; y que el alma se vuelva al Espíritu que fue enviado
del Padre y del Hijo para traer las nuevas de Dios, — Padre, Hijo, y Espíritu
Santo, estando todos, ¡"por nosotros", dando a nuestras almas
perfecto y eterno descanso!
Conduciéndonos,
también, a esperar, con nuestras almas en paz, a Aquel que vendrá nuevamente para
tomarnos para estar con Él y ser semejantes a Él, ¡para siempre!
Es así, querido lector, que el
Espíritu Santo no sólo despierta nuestras almas a esta necesidad de un
Salvador, sino que Él mismo se convierte en el testigo para nosotros de esa
obra del Salvador, que responde a la conciencia despertada con eso único que
puede eliminar nuestros pecados, y limpiar nuestras conciencias, y hacernos tan
blancos como la nieve.
2.
El
Espíritu como Sello
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 150 a 157.
"Y en el último día, el gran
día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno
tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como ha dicho la
Escritura: "De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua
viva." Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en
El habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía,
pues Jesús aún no había sido glorificado". (Juan 7: 37 a 39 - LBA).
"Pues por muchas que sean
las promesas de Dios, en él está el Sí de ellas; y en él el Amén, para gloria
de Dios por medio de nosotros. Y el que nos confirma juntamente con vosotros en
Cristo, y nos ha ungido, es Dios; el cual nos ha sellado, y nos ha dado las
arras del Espíritu en nuestros corazones". (2ª Corintios 1: 20 a 22 – VM).
"En él también vosotros,
habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y
habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa". (Efesios 1: 13).
Estos pasajes nos presentan tres
grandes hechos.
En primer lugar, el Espíritu
Santo nunca fue dado para morar en el creyente hasta que Jesús hubo consumado
la obra de redención, y Él hubo entrado en Su gloria en lo alto. El Espíritu
Santo había obrado, como el Señor Jesús lo había hecho, antes que Él viniese; y
luego, como el Señor Jesús había venido a este mundo, así fue enviado el
Espíritu Santo para morar, — no meramente para obrar, como en días anteriores.
Él hizo esto en Pentecostés.
En segundo lugar, nosotros vemos
que Dios nos unge con Su Espíritu y nos sella, en conexión con el nuevo lugar
para el hombre, "en Cristo" resucitado de los muertos y ascendido.
Y, en tercer lugar, en el último
pasaje citado, encontramos que en Él, el creyente recibe el Espíritu como
sello, como una consecuencia de su fe en Cristo.
Yo les pediré nuevamente, como lo
hice en el escrito anterior, que recuerden conmigo algunos de los tratos de
Dios en los días del Antiguo Testamento, un recuerdo que hará que Sus tratos
actuales se destaquen en contraste con todo los acaecidos anteriormente.
Yo paso por alto los días
anteriores a los días patriarcales y comienzo con Abraham, en quien estos
tratos de Dios comenzaron. Encontramos, en primer lugar, la promesa dada a
Abraham, "Te bendeciré [le dijo Jehová]… y serás bendición. Bendeciré a
los que te bendijeren,… y serán benditas en ti todas las familias de la
tierra". (Génesis 12: 2, 3). Estas promesas fueron confirmadas y repetidas
a Abraham en la figurativa resurrección de Isaac de los muertos (Génesis 22),
que fue un tipo de Cristo resucitado de los muertos.
Hubo después promesas dadas a
David como raíz de la realeza de Israel, siendo Abraham y David los dos grandes
receptores de promesa en la tierra.
Pero antes de David nosotros
encontramos un trato intermedio de Dios con Israel por medio de la ley, la cual
llevó a Israel a estar bajo un pacto de fidelidad de parte de ellos para
cumplir los términos de un pacto que era el terreno de la bendición de ellos, o
lo contrario. En las promesas no hubo más que una sola parte que entró en
ciertas obligaciones en perfecta libertad de resolución, cuyo fracaso sería el
fracaso de Dios , el cual las hizo fracasar — cosa que nunca puede ser. Si yo
le dijera a una persona «Mañana te daré este libro», y yo no lo hiciera, soy yo
el que fracasaría. Pero si yo dijera «Yo te daré este libro mañana si tú haces
esto o aquello», ello depende tanto de que él cumpla los términos
propuestos, y luego de mi cumplimiento de mi promesa por haber acatado
él las condiciones. Este sería el principio de la ley; ese, el de la
promesa. Si el último fracasara, Dios fracasaría, lo que Él no puede hacer;
todas sus promesas y dones y llamamiento son irrevocables. (Romanos 11: 29).
Ahora bien, estos tratos de Dios
estuvieron aconteciendo en el Antiguo Testamento: Israel estuvo siendo probado
bajo la ley, y las promesas de Dios, dadas antes de la ley, estuvieron en
suspenso hasta que llegó el momento oportuno de Dios. Por fin, Jesús vino a
este mundo, — "Nacido de mujer", a través de la cual el pecado había
entrado en el mundo; y "nacido bajo la ley", a través de la cual
Israel estaba bajo maldición. (Gálatas 4: 4).
En Él estaban el Sí y el Amén de todas las promesas de Dios. (2ª Corintios
1: 20 - VM). Él personificó a todas en Su propia Persona, ya sea las dadas a
Abraham o las dadas a David; siendo el primero la raíz de una raza, y siendo el
último la raíz de la realeza en Israel. Pero Él fue echado fuera y se Le dio
muerte. Aquellos que tenían las promesas las rechazaron cuando se cumplieron en
Cristo. Y cuando esto fue así, y la obra de la cruz fue consumada, y Cristo
hubo resucitado e ido a lo alto, algo nuevo es presentado para la fe, lo cual
no es una ley, bajo la cual el hombre estaba condenado, ni una promesa,
la cual ahora se había cumplido. Esto fue la consumación; la redención
fue completada, y la justicia de Dios establecida; Su verdad fue manifestada, y
Su gracia fue liberada para actuar en soberanía fuera de todos los anteriores
tratos, y para sacar a la luz lo que había en Su mente antes de la fundación
del mundo.
Por eso, cuando la cruz ha pasado
nosotros tenemos los "ahora" de la Escritura sacados a relucir
plenamente.
Primero. "Ahora, una
sola vez en la consumación de los siglos, él ha sido manifestado para efectuar
la destrucción del pecado, por medio del sacrificio de sí mismo". Ese fue
Cristo en la cruz. (Hebreos 9: 26 – VM).
Segundo. "Ahora,
aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios". Esto fue visto
en Cristo en el trono de Dios. (Romanos 3: 21).
Tercero. "Quien nos ha
salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras,
sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús
desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de
nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y
la inmortalidad por medio del evangelio" (2ª Timoteo 1: 9, 10 - LBA). Esto
fue por medio del Espíritu enviado desde el cielo.
Cuarto. Y además, "A fin de
que ahora por medio de la Iglesia, sea dado a conocer a las potestades y
a las autoridades en las regiones celestiales, la multiforme sabiduría de
Dios" (Efesios 3: 10 - VM). En esto encontramos que la iglesia de Dios fue
mostrada.
Permitan que comente aquí que
nosotros poseemos las cuatro cosas (con muchas otras) que nunca fueron
conocidas en tiempos veterotestamentarios, a saber,
la justicia de Dios como el
terreno de Su gracia para con nosotros;
una conciencia limpiada por medio
de la sangre de Cristo; y, como una consecuencia,
la morada del Espíritu; y, aún
más,
el conocimiento del Padre.
Todas estas cosas son nuestras
ahora por medio de la obra consumada de Cristo.
Afirmemos, asimismo, que el lugar
nuevo para el hombre que está "en Cristo" delante de Dios nunca fue
conocido, ni pudo serlo, hasta que Jesús hubo asumido Su lugar en una nueva
esfera para el hombre, — resucitado de entre los muertos. No se puede decir acerca
de los patriarcas y los santos en los días veterotestamentarios que ellos
estaban en Cristo, ni tampoco eso podría ser dicho acerca de aquellos que
estuvieron con Él en Su estada aquí en la tierra. No tendría ningún sentido
hablar de los tales como estando ellos "en Cristo". Yo menciono esto
porque el Espíritu Santo es dado en conexión con este lugar nuevo para el
hombre resucitado con Cristo, como de una nueva creación, pues leemos, "si
alguno está en Cristo, hay una nueva creación". (2ª Corintios 5: 17 – JND).
Este nuevo estado para el creyente salió a relucir cuando el Señor subió a lo
alto; y lleva, con ello, la completa eliminación de todo su estado anterior,
junto con la culpa que ello conlleva como un hijo de Adán.
Llegamos ahora a lo que sucede
como consecuencia de la fe en el testimonio del Espíritu Santo acerca de la
obra de Cristo cuando es recibido por fe. Lo que sucede es que el Espíritu
Santo le es dado como un Sello; y yo digo una «consecuencia», porque ello no
necesita que el creyente pida que el Espíritu le sea dado (aunque cuando él
posee el Espíritu Santo él pueda en verdad pedir ser llenado con el Espíritu
como un verdadero estado); pero cuando la obra de Cristo es presentada y
recibida por el alma despertada (porque no es un pecador el que es sellado,
sino un creyente) como respuesta a su necesidad de la conciencia, el Espíritu Santo
sigue a continuación, como de parte de Dios, el cual pone Su sello de
aprobación sobre la persona así bendecida. Tal como Pablo pudo exhortar a los
Gálatas, "¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír
con fe?" Fue por "el oír con fe", obviamente.
Muchos ejemplos pueden ser vistos
en los Hechos de los Apóstoles que ilustran esto; como el de los discípulos a
los que previamente se les había dado vida como pecadores durante la vida del
Señor, y que posteriormente habían recibido el Espíritu Santo como creyentes en
el día de Pentecostés (Hechos 2). Así también los Samaritanos por medio de la
predicación de Felipe (Hechos 8), recibiendo después el Espíritu Santo. También
Saulo de Tarso, cuando le fue dada vida por la voz de Jesús desde el cielo, fue
sellado con el Espíritu Santo tres días después (Hechos 9). En Hechos 10,
Cornelio, un alma verdaderamente convertida, el cual oraba a Dios siempre,
etc., debió enviar a buscar a Pedro, y oír sus palabras para salvación; y, como
consecuencia, el Espíritu de Dios sella a los que oyeron y recibieron la
palabra de gracia.
En el pasaje de 2ª Corintios 1,
ya mencionado, nos enteramos del progreso de este gran trato de Dios de manera
muy sencilla. Cristo, en quien están el Sí y el Amén de todas las promesas de
Dios, es echado fuera y se Le da muerte, y los hijos de Abraham, los cuales las
tenían, ellos mismos son echados fuera,
— habiéndolos rechazado a todos en Cristo. Pero todo esto hace este lugar nuevo
para los redimidos, y Dios "nos confirma [judíos] con vosotros [gentiles]
en Cristo", donde no hay ni judío ni gentil —, y en consonancia con este
lugar nuevo Él nos unge con el Espíritu. Este ungimiento o unción es para tener
poder sobre las obras de la carne y conocimiento de todas las cosas, — leemos, "Vosotros
tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas". (1ª. Juan 2: 20).
Leemos, "el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del
Espíritu en nuestros corazones". (2ª Corintios 1: 22). Se trata,
indudablemente, de la misma acción del Espíritu Santo, pero teniendo otro
carácter, es decir, una apropiación por parte de Dios de aquellos a quienes Él
ha marcado como suyos, y una garantía para nosotros de todo lo que viene en un
día futuro, como en Efesios 1, una "garantía de nuestra herencia, con miras
a la redención de la posesión adquirida". (Efesios 1: 14 – LBA).
Examinaremos ahora algunos
pasajes de la Escritura que muestran el efecto en nosotros de la posesión del
Espíritu.
Primero. Vamos a Romanos 5: 5, y
sucesivos, donde leemos, "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado".
Aquí está el primer efecto de la
posesión del Espíritu. Se nos da la certeza del amor de Dios, el cual nos salvó;
es una certeza para el corazón. Pero, para que al poseer el Espíritu no nos
volvamos místicos o introspectivos, para que no nos volvamos interiormente
hacia nosotros mismos para buscar evidencias de este amor de Dios,
inmediatamente la vista es dirigida hacia afuera, a aquello que es la
plena demostración del amor de Dios para con nosotros en los versículos que
siguen a continuación. Nos enteramos allí de qué manera "Dios demuestra su
amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros". (Romanos 5: 8 – LBA).
"Débiles" como
para apropiarnos de este amor de Dios. (Romanos 5: 6);
"pecadores", aún en
nuestros pecados. (Romanos 5: 8);
"impíos", por
quienes Cristo murió. (Romanos 5: 6);
y, "enemigos",
¡que necesitaban ser reconciliados! (Romanos 5: 10). Cuán plena y abundante es
la demostración de ese amor que el Espíritu Santo derrama en nuestros
corazones, — señalándonos a Dios, afuera de nosotros mismos; y no obstante,
dando la certeza de ello, ¡y el gozo de ello en el interior!
Segundo. Luego, en Romanos 8: 9,
se nos asegura que "vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si
en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros". (Romanos 8: 9 – LBA).
La posición es cambiada desde "en Adán" a "en Cristo", desde
"en la carne" a "en el Espíritu", y todo es demostrado por
el Espíritu que nos ha sido dado. Dios revela esto, la fe lo recibe, y el
Espíritu Santo lo hace realidad en el alma.
Tercero. Además, en 1ª Corintios
2 leemos, "Nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que es de Dios; para que conozcamos las cosas que nos han sido dadas
gratuitamente por Dios". (1ª Corintios 2: 12 – VM). Aquí, "las
cosas" que son nuestras nos son dadas a conocer por el Espíritu. En el
Antiguo Testamento se había dicho, "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni
han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman". (1ª Corintios 2: 9, véase también Isaías 64: 4). Pero nuestra
porción es ahora clara para ser comprendida y poseída. "Pero Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu". (1ª Corintios 2: 10).
Cuarto. La unión con
Cristo, asimismo, es conocida por nuestras almas, pues "el que se une al
Señor, un espíritu es con él". (1ª Corintios 6: 17). Por el Espíritu
nosotros sabemos que estamos en Cristo, y que Cristo está en nosotros.
Quinto. La libertad es
disfrutada en esa nueva esfera a la que somos llevados. "Donde está el
Espíritu del Señor, allí hay libertad". (2ª Corintios 3: 17). La libertad
de un alma que ha terminado con todos los interrogantes en cuanto al yo, a
Satanás, y en cuanto a Dios. Libertad con el Padre para recurrir a Él en lo
alto: libertad, también, con respecto a nosotros mismos de todas las
actividades de los deseos desordenados y de la carne en el interior.
Lamentablemente, cuán poco realizado, pero, sin embargo, ministrado a nosotros
por el Espíritu de Dios dado a nosotros por Cristo en la gloria.
Sexto. La filiación,
también, es conocida y disfrutada. Dios envió a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (Gálatas 4: 6). Por tanto, nosotros
somos introducidos en esa relación positiva con el Padre, — ya como hijos de
Dios.
Séptimo. El poder sobre
las obras de la carne para nuestro andar aquí en la tierra es encontrado en la
posesión del Espíritu Santo. "Andad", dice el apóstol, "en el
Espíritu, y así jamás satisfaréis los malos deseos de la carne". (Gálatas
5: 16 a 23 – RVA). Andar en el Espíritu es tener siempre la vista del alma
sobre Aquel a quien el Espíritu glorifica. Si Cristo está ante el alma,
entonces las actividades de la carne son mantenidas en el lugar de la muerte.
No es por esfuerzos que nosotros nos ordenamos y nos administramos, sino por el
hecho de ocuparnos en el Señor mismo de manera superior. Esto da poder, no
poder intrínseco en nuestra propia alma, sino en el sentido de debilidad en
nosotros mismos, y como poder sobre nosotros mismos; la vista se vuelve hacia
Él, y surge el poder para atraer el corazón hacia Él, y nos da así la victoria
sobre la carne.
Octavo. Nuestra herencia
con Cristo nos es asegurada por el Espíritu de la promesa dado a nosotros
(Efesios 1: 13, 14). Él espera redimir, de manos del enemigo, esa herencia de
todas las cosas creadas. Él la compró mediante Su sangre cuando estuvo aquí; la
tomó con su carga de culpa sobre ella, y murió para redimirla toda. Pero, el
enemigo es todavía el usurpador y debe ser echado fuera. Poder debe ser
desplegado para libertarla de la esclavitud en la cual gime. Hasta entonces,
nosotros también esperamos, pero hemos sido sellados con el Espíritu hasta el
día de su redención, cuando nosotros heredaremos todo como coherederos con
Cristo.
Noveno. Nosotros no debemos
contristar al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuimos sellados para el día
de la redención. (Efesios 4: 30). Cuán a menudo, en lugar de ser la fuente de
gozo en Cristo, y en todo lo que es nuestro, se hace que el Espíritu de Dios se
convierta en un ¡Reprensor de nosotros! Nos torcemos en pos de las cosas del momento
y del sentido; corremos tras las cosas del mundo y nos preguntamos por qué
nuestras almas no están en su fresco gozo. Ah, el Espíritu ha sido contristado;
el baldón es sentido por aquel muy íntimo Huésped que mora en nosotros; y en
fiel amor se nos hace sentir la mácula, el corazón es reprendido, y se hace que
el alma sienta su dolor, y es traída de regreso humillada, pero enseñada a oír
de nuevo esta palabra dirigida a nosotros: "¡No [Le] contristéis!"
Décimo. Encontramos así que este
mismo Huésped bienaventurado dentro de nosotros, como una fuente de agua que
brota para vida eterna, es la fuente y el poder de la oración, del
cantar las alabanzas de Dios, y también de la adoración. "Oraré con el
espíritu, pero oraré también con el entendimiento". (1ª Corintios 14: 15).
"Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu".
(Efesios 6: 18). "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en
verdad es necesario que adoren". (Juan 4: 24). Y, "Nosotros somos la
verdadera circuncisión, los cuales adoramos a Dios por el Espíritu de Dios, y
nos gloriamos en Cristo Jesús, y no confiamos en la carne". (Filipenses 3:
3 – JND).
De este modo, queridos amigos,
nosotros vemos cuán grande esfera de disfrute y privilegio, y también de
responsabilidad, se abre para nosotros por la posesión del Espíritu de Dios, —
dado a nosotros como Sello, como consecuencia de nuestra fe en la obra de
Cristo. El amor de Dios es asegurado para nuestros corazones; el Nuevo
Estado como "en el Espíritu" es hecho nuestro. Las Cosas
que Dios nos ha dado gratuitamente son dadas a conocer. Nuestra Unión
con Cristo es por medio del Espíritu dado a nosotros. La verdadera libertad
de un santo, libertad del yo y de la carne, y del poder de Satanás, y también para
con nuestro Dios, es disfrutada. Por el Espíritu de adopción conocemos nuestra Filiación
con el Padre. El poder para nuestro andar afuera de los deseos
desordenados de la carne es nuestro. Nuestra Herencia está asegurada, y
nosotros no debemos Contristar al Espíritu Santo de Dios; y por medio
del Espíritu que nos es dado, nosotros Oramos y Cantamos, y Adoramos
al Padre que nos buscó y nos halló, e hizo de nosotros Sus vasos para ¡Su
eterna alabanza!
3.
El Cuerpo de Cristo Formado por el Bautismo del Espíritu Santo
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 174 a 184.
"Porque así como el cuerpo
es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, aunque son
muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un
solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos
dio a beber del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino
muchos". (1ª Corintios
12: 12 a 14 - LBA).
"Hay un solo cuerpo y
un solo Espíritu" (Efesios 4: 4 – LBA).
Vamos a examinar ahora, no la
acción individual, en las personas, del Espíritu de Dios, sino Su acción
colectiva, vista en la formación de la iglesia de Dios en la tierra, — el
"cuerpo de Cristo".
Antes de hacerlo, yo mencionaría
que el santo tiene ahora dos llamamientos, a saber, uno es el llamamiento individual;
el otro, un llamamiento colectivo. Ellos no se confunden, ni pueden ser
separados. El primero de estos es su "llamamiento celestial"; el
segundo es su llamamiento eclesial. Por lo tanto, nosotros debemos
examinar cada uno de estos en algún detalle; pues encontraremos que algunas
Escrituras en el Nuevo Testamento tratan de uno, y algunas del otro. Esto nos
muestra el motivo por el cual en algunas Escrituras del Nuevo Testamento nos
encontramos en compañía de Abraham y David, y de otros notables del Antiguo
Testamento, mientras en otras Escrituras nos encontramos totalmente separados
de ellos, y ellos pasan desapercibidos, a menos que sea de manera casual, y en
un lugar inferior en la gloria de Dios. Ellos pueden ser vistos como 'principados
y autoridades', mientras nosotros somos el cuerpo de Aquel que está puesto
sobre ellos, — a saber, "la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo".
Ahora bien, tan pronto como la
tierra llegó a ser la escena de la desilusión divina, cuando el hombre cayó, Dios
se retiró de la escena, y los escogidos se convirtieron en "extranjeros y
peregrinos sobre la tierra", llamados a salir de ella y a buscar
"otra patria mejor". (Hebreos 11: 16 – LBA, VM). Cuando Dios volvió a
visitar a los escogidos en ella, Él lo hizo con un amor misericordioso y
condescendiente; y cuando concluyó Su momentánea estada, comiendo con ellos y
compartiendo su hospitalidad, entonces "se levantó y se fue", porque
el pecado estaba allí; y en una escena tal, Dios no podía morar. Esto está
ilustrado de hermosa manera en Su visita a Abraham en Génesis 18. Entonces,
esto fue el "llamamiento celestial" — un llamamiento a salir de la
tierra, por medio de la revelación de Sí mismo, a otra escena. Este llamamiento
es atestiguado en todos los períodos y edades del mundo por los escogidos, o
alguna persona que es un tipo, que nos presenta los rasgos de este llamamiento
en el día de ellos. {Ver nota 1}.
{Nota
1. Uno puede entender que el llamamiento celestial está en vigor sólo ahora,
pero hay tipos y presagios de ello en el Antiguo Testamento, — similar a,
digamos, Caleb, como un tipo del llamamiento celestial. (Compárese con 1ª
Corintios 15: 48)}.
Primero. El llamamiento celestial
es visto en los días antediluvianos, en Enoc, el séptimo contando desde Adán.
La tierra estaba corrompida delante de Dios; toda carne había corrompido su
camino sobre la tierra; y, "caminó Enoc con Dios". ¿Maravilloso
testimonio! que abarca todo lo que el hombre podía desear. Durante trescientos
años (Génesis 5), mientras el mundo estuvo madurando para el juicio, cada paso
de Enoc fue "con Dios". Su curso comenzó cuando su hijo nació; tal
como un sorprendente incidente en la historia de un hombre se convierte en la
voz divina para su alma. A su hijo le pone el nombre Matusalén, el cual
significa «cuando él muera enviará». {Ver nota 2}.
{Nota
2. O, "Él muere y luego la
flecha"; una forma figurativa de expresar que, a la muerte de su hijo, la
flecha de la destrucción aceleraría su camino. Matusalén vivió hasta el momento
del diluvio, y murió cuando este llegó}.
Dentro del círculo inmediato de
su familia Enoc presenció que, ¡He aquí que viene el Señor! en Sus juicios en
la tierra. Su testimonio exterior entre los hombres fue, "¡He aquí que
viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para
ejecutar juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas las
obras impías que han obrado impíamente, y de todas las palabras injuriosas que
han hablado contra él los impíos pecadores!" (Judas 14, 15 - VM).
"Por fe Enoc fue trasladado para que no viese la muerte; y no fue hallado,
porque le había trasladado Dios: porque antes de su traslación, le fue dado
testimonio de que agradaba a Dios". (Hebreos 11: 5 – VM). Él anduvo con
Dios, y no fue hallado, porque le tomó Dios consigo. (Génesis 5: 24 – VM).
Segundo. El llamamiento celestial
fue visto en los días patriarcales en Abraham. Leemos, "El Dios de
la gloria apareció a nuestro padre Abraham,… y le dijo: Sal de tu tierra y de
tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré". (Hechos 7: 2, 3;
Génesis 12: 1). Al final, él lo hace. Y luego, cuando estuvo allí, Dios dice,
"A tu simiente daré esta tierra". (Génesis 12: 7 – VM). Entonces, aquí
estaba este hombre, afuera de
todo aquello con lo cual estuvo vinculado, y no teniendo nada en la tierra
excepto su tienda y su altar, — un extranjero y un adorador en la tierra; un peregrino
viajando hacia "la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios". (Hebreos 11: 8 a 10 – LBA). Él no poseyó nada aquí
excepto un sepulcro, comprado a los hijos de Het, con estas palabras en sus
labios, "Forastero y extranjero soy yo entre vosotros, dadme propiedad de sepultura
entre vosotros, y sepultaré a mi difunta lejos de mi presencia". (Génesis
23: 4 – BTX3).
Tercero. El llamamiento celestial
fue presenciado en la época Mosaica por el gran líder del pueblo de
Dios. Moisés dijo, "Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está
más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová… no me escuchó;
y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto". (Deuteronomio
3: 35, 26). "Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre
del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra… Y le
dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob,
diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no
pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab,
conforme al dicho de Jehová. Y [Él] lo enterró en el valle, en la tierra de
Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy".
(Deuteronomio 34: 1 a 6).
Cuarto. El llamamiento celestial
está expresado en los días reales por David, en las palabras que él
cantó por el Espíritu como el dulce Salmista de Israel: "Oye mi oración,
oh Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas; Porque forastero
soy para ti, Y advenedizo, como todos mis padres. Déjame, y tomaré fuerzas,
Antes que vaya y perezca". (Salmo 39: 12, 13).
Quinto. Y en la época
profética el llamamiento celestial es visto en Elías, el cual subió al
cielo, al final de su tarea profética, en un torbellino, con un carro de fuego
con caballos de fuego. (2º Reyes 2).
Sexto. Y, por último, en el período
cristiano, lo vemos en nosotros mismos, con nuestra propia esperanza
celestial mientras estamos aquí en la tierra como "extranjeros y
peregrinos", "participantes del llamamiento celestial" (Hebreos
3: 1), y esperando de los cielos al Hijo de Dios para que nos lleve consigo,
para que donde Él está, nosotros también estemos. (Juan 14: 1 a 3). {ver nota
3}.
{Nota
3. Habrá otra compañía de este gran "llamamiento celestial", que será
visto en el remanente martirizado, en la última crisis final de la tierra antes
de la aparición de Cristo, los cuales reciben una recompensa celestial, y son
arrebatados y llevados arriba, habiendo sido asesinados por el testimonio de
Jesús y perdiendo así su lugar terrenal en el reino terrenal. Ellos también
pertenecen a la "primera resurrección"}.
En todo esto vemos que nosotros
seguimos en la gran línea de santos, patriarcas y profetas, reyes y personas
que se han desplazado y avanzado a través y fuera de esta escena a su reposo.
Nosotros los vemos como "los espíritus de los justos hechos
perfectos" (Hebreos 12: 23), pero esperando "la primera
resurrección", cuando ellos, juntamente con nosotros, como "hijos de
la resurrección" serán revestidos con sus cuerpos de resurrección, y
entrarán en la plena gloria celestial de ellos (Hebreos 11: 40). En la época en
la cual cada uno de ellos vivió, Dios señaló y definió la manera en que ellos
debían andar en las cosas que existen aquí en la tierra. Algunas veces esto fue
por un caminar individual con Dios; en otras, como un miembro de Su nación
elegida; pero en ninguna de ellas, antes del intervalo cristiano actual,
encontramos aquello en lo que nosotros mismos somos llamados a andar, como
miembros del cuerpo de Cristo, formado por el bautismo del Espíritu Santo (1ª
Corintios 12: 13).
Así pues, nosotros no sólo nos
encontramos en compañía de ese gran ejército de santos desde el principio hasta
el final, teniendo nuestro lugar en aquel llamamiento celestial; sino teniendo
un lugar concreto en los consejos de Dios, que ellos nunca compartirán. En la
Iglesia de Dios Él se glorifica a Sí mismo de una manera que trasciende todo lo
que alguna vez existirá. En nosotros Él exhibe en los siglos venideros las
abundantes riquezas de Su gracia y Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Si bien Él ha dado un lugar a Su Hijo como Hombre, situándole sobre todo
principado y potestad, no solamente en este siglo sino en el que ha de venir,
Él nos ha concedido ser Su esposa, Su cuerpo, Sus coherederos; ¡la Eva del
Segundo Adán para el Paraíso de Dios!
Ello fue Su propósito "desde
antes de la fundación del mundo", Su "propósito eterno que hizo en
Cristo Jesús". Aun así, Él guardó el mejor vino para el final; Él mantuvo
como Su secreto el misterio "escondido… en Dios", para exhibir al
final la multiforme sabiduría de Dios a esos "principados y potestades en
los lugares celestiales". A este misterio Él lo llama "las
inescrutables riquezas de Cristo". Nadie nunca contó jamás con ello en Sus
modos de obrar. Todo lo demás acerca de Cristo podía ser escrutado en las
Escrituras veterotestamentarias. Su Encarnación estaba allí, Su vida de
padecimiento, Su muerte expiatoria, Su sepelio, Su resurrección, Su ascensión a
la diestra de Dios, Su recepción de dones en el hombre (Él mismo), Su venida en
poder y gloria, Su reino glorioso. Todas estas van a ser encontradas; pero
aquello que estaba entre Su ida a lo alto y Su regreso, — el valle que estaba
entre las cimas de las montañas que, cuando las contemplábamos, está oculto a
nuestra vista, — eso nunca fue dicho a los hijos de los hombres, como ahora ha
sido revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu. Esto era
aquello que era "inescrutable", 'insondable', en ¡Sus inescrutables
caminos!
Pero nosotros debemos examinar
ahora las Escrituras en cuanto a la formación de este cuerpo, por el bautismo
del Espíritu. Por lo tanto, consideraremos la primera mención profética de este
"bautismo" antes que tuviese lugar. La oímos primero, entonces, de
los labios de Juan el Bautista, el precursor de Jesús. Cuando Le anuncia él
dice, "Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego". (Mateo 3:
11 – LBA). En Marcos 1: 8 el anuncio reza, "Yo os bauticé con agua, pero
Él os bautizará con el Espíritu Santo". (LBA). En Lucas 3: 16 es, "Yo
os bautizo con agua; pero viene el que es más poderoso que yo; a quien no soy
digno de desatar la correa de sus sandalias; Él os bautizará con el Espíritu
Santo y fuego". (LBA). Mientras que en Juan 1: 33 leemos, "Y yo no le
conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien
veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con
el Espíritu Santo". Y, por último,
en Hechos 1: 5, el Señor dice a Sus discípulos, "Porque Juan ciertamente
bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro
de no muchos días". Encontramos aquí, entonces, los varios pasajes de la
Escritura donde este bautismo del Espíritu es anunciado formalmente. Se verá
que un bautismo adicional de fuego es nombrado en alguno de estos pasajes, en
concordancia con las Escrituras donde ellos se encuentran.
Posiblemente
nosotros somos conscientes de que los cuatro Evangelios presentan a Cristo de
varias maneras y caracteres. Mateo Lo presenta como el Hijo de Abraham e Hijo
de David, — los vasos de la promesa y de la Realeza en Israel. "A lo suyo
vino, y los suyos no le recibieron" (Juan 1: 11); y Él regresará a ellos
en poder y gran gloria; teniendo así que ver, en Sus venidas primera y segunda,
tanto con la gracia como con el juicio. Por eso tenemos estos dos bautismos, —
el del Espíritu Santo, que tiene que ver con la gracia, y el de fuego,
expresivo del juicio que llegará en breve. En el Evangelio de Marcos tenemos a
Cristo presentado como el Siervo de Dios, el cual "anduvo haciendo bienes".
Como tal, Él sólo tuvo que ver con la gracia, por eso, de acuerdo con esta
característica, en Marcos encontramos nombrado solamente un bautismo, — el del
Espíritu Santo. Ahora bien, en Lucas tenemos la genealogía humana del Señor, y
Su Persona, presentada a nosotros como el "Hijo del Hombre". En
concordancia con lo cual, y debido a que Él en ese carácter tiene que ver, de
manera tan bienaventurada, con la gracia, así como con todas las acciones
judiciales, ambos, el bautismo del Espíritu Santo y el de fuego son nombrados.
Dios también "le dio autoridad para ejecutar juicio, porque es el Hijo del
Hombre". (Juan 5: 27 – LBA). Pero todos verán que como Hijo del Padre, —
el Hijo de Dios, como el Evangelio de Juan Lo presenta, — Él tendría que ver
sólo con la gracia; por consiguiente, es mencionado un solo bautismo, el del
Espíritu Santo. Este mismo motivo nos muestra el por qué en Hechos 1 es
nombrado solamente un bautismo, el del Espíritu, debido a que el libro de los
Hechos de los Apóstoles nos presenta la obra de la gracia iniciada después que
la cruz es expuesta allí a nosotros. Esto aclara todo.
Pues bien, "Cuando
llegó el día de Pentecostés", este bautismo del Espíritu tuvo lugar. Y
puede ser oportuno comentar aquí que este bautismo nunca tiene que ver con un
santo individual, sino con un número de personas, como una acción colectiva; y también,
que una vez que ello tuvo lugar, ello nunca se repitió. Se encontrará que estas
observaciones tienen una gran importancia en nuestra comprensión verdadera de
la iglesia de Dios, o cuerpo de Cristo.
Así se actuó sobre el número de
discípulos que estaban juntos orando en el día de Pentecostés, — ellos fueron
bautizados en un solo cuerpo en aquel momento. Habiéndoseles previamente dado
vida y atraídos en pos de Cristo, esta acción nueva cambia el estado de ellos
de ser meros creyentes individuales, a aquel de un cuerpo unido a su Cabeza en
el cielo. Cristo había subido allí después que la redención fue consumada, y Él
ha entrado en un nuevo estado para el hombre por medio de la resurrección, y en
un nuevo lugar para el hombre, como ascendido y sentado en los lugares
celestiales. Y, en conexión con este nuevo estado y ese nuevo lugar, el
Espíritu actúa como tal descendiendo del cielo y formando este "un solo
cuerpo" en unión con Cristo y de unos con otros, como "miembros de
Cristo". Esta es la única 'membresía' conocida en la palabra de
Dios.
Pues bien, me gustaría comentar aquí
que cuando este cuerpo fue formado en Pentecostés nadie sabía nada acerca de
él; porque fue necesario que una nueva oferta fuese hecha, a saber, que Cristo
regresaría a Israel como nación, y traería los tiempos de la restauración de
todas las cosas, de la que hablaron los profetas, y bendeciría a Su pueblo en
la tierra. Los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles (2
al 7), se ocupan de esta acción tentativa hacia aquel pueblo; y ella finalizó
con el martirio de Esteban, y el mensaje fue enviado tras Cristo, "No
queremos que éste reine sobre nosotros". El terreno estuvo ahora despejado
para sacar a relucir plenamente el "propósito eterno" de Dios; y
Saulo de Tarso fue convertido por un Cristo celestial, y fue separado del
pueblo [Israel] "y de los gentiles, a quienes [dijo el Señor] ahora te
envío". Él fue celestial en su origen y destino y ministerio, para sacar a
la luz ese cuerpo, formado por el bautismo del Espíritu en la tierra. Mientras
Cristo ocultaba Su rostro de la casa de Israel; es decir, esas "inescrutables
riquezas nunca antes dadas a conocer a los hijos de los hombres; aquel valle
entre las cimas de la montaña hasta entonces no descubierto y no revelado.
Saulo de Tarso oye del propio Señor Jesús que los santos en la tierra a los
cuales él perseguía, eran Él mismo.
"Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?" (Hechos 9: 4). "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero
levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para
ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que
me apareceré a ti". (Hechos 26: 15, 16).
Él recibe aquí una insinuación de
que revelaciones adicionales serían dadas en algún momento conveniente que en
aquel entonces no había llegado. Ahora bien, todo esto sucedió después
que toda la asamblea fue dispersada, en la persecución que surgió alrededor de
la muerte de Esteban, en Jerusalén. Exteriormente, aquello que había sido
reunido y formado en Jerusalén fue destruido; pero Pablo recibe (de todos los
apóstoles solamente él habla siempre de la iglesia de Dios) la revelación de
aquello que había sido formado en Pentecostés en una unidad divina, como un
solo cuerpo, que nunca podría ser destruido; ni tampoco su unidad podría ser
quebrantada; Dios retiene la unidad del cuerpo en Sus propias manos.
Las revelaciones especiales dadas
a Pablo (con la de su ministerio, generalmente), son comprobadas al atraer él
especial atención a ellas en conexión con este gran asunto. Ellas son cuatro:
Primera. La unidad del cuerpo. Leemos,
"Cómo, por revelación, el misterio me fue dado a conocer, según ya
lo he escrito brevemente… que en otras generaciones no fue dado a conocer a los
hijos de los hombres". (Efesios 3: 3 a 5 – VM2020). Luego el procede a
desvelar este cuerpo, compuesto de judíos y gentiles, y aun así, no siendo
ninguno de los dos cuando ellos son unidos en uno.
Segunda. Pablo recibió una
revelación acerca de la Cena del Señor en conexión con estas verdades encomendadas
a él. "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado",
etc., y él da los detalles de la cena (1ª Corintios 11: 23 y sucesivos),
añadiendo a ello varios rasgos no presentados anteriormente por el Señor cuando
Él la instituyó en la tierra; pero como siendo ahora instituida de manera
reciente desde el cielo, como Cabeza de Su cuerpo, lo cual Él no era hasta que Él
fue allí. Un rasgo prominente es el de que ella llega a ser, cuando es
observada en su verdad, el símbolo de la unidad del cuerpo de Cristo en la
tierra. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la
sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?
Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos
participamos de aquel mismo pan". (1ª corintios 10: 16, 17).
Tercera. Una tercera prominente
revelación la encontramos en 1ª Corintios 15: 51, 52, en conexión con la
resurrección de los santos que han dormido, y la transformación de los que no
se duermen antes que Cristo viene. "He aquí", dice él, "os
digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en
un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará
la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos
transformados".
Cuarta. Nosotros encontramos la
cuarta revelación en 1ª Tesalonicenses 4: 15 a 17 donde leemos, "Por lo
cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que
habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que
durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán
primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire,
y así estaremos siempre con el Señor".
Tenemos así, en estas cuatro
revelaciones: la unidad del cuerpo de Cristo; el símbolo de su unidad en la
tierra en la Cena; la primera resurrección de los santos que duermen y la
transformación de los que están vivos; y, entonces, el arrebatamiento de todos
a la gloria de Dios. Estas revelaciones abarcan la constitución, el disfrute,
la resurrección, y la recogida o arrebatamiento desde esta escena de la iglesia
de Dios o cuerpo de Cristo; y ellas forman un resumen completo y acabado de
toda su verdad.
Ahora bien, yo aún debo intentar
presentar más claramente la realidad actual de este cuerpo como estando aquí en
la tierra donde, en cuanto a lugar personal, el Espíritu está. Es aquí donde
todos sus miembros son vistos en un momento dado, — como por ejemplo, mientras
yo hablo estas palabras. Es cierto que cuando hay una declaración general abstracta
de este cuerpo como la plenitud de Cristo, a saber, "la iglesia, la cual
es su cuerpo, la plenitud [o, el complemento] de Aquel que todo lo llena en
todo" (Efesios 1: 22, 23), en ello no está contemplado ningún tiempo; y
entonces, el cuerpo es visto en unión con Cristo en los lugares celestiales,
como un asunto de consejo, en conexión con Su exaltación como Hombre. Pero en todos
los demás lugares en la Escritura cuando este cuerpo es mencionado, incluye
solamente a los miembros de Cristo que están vivos en la tierra en algún momento
dado de su existencia, ¡cuando ustedes oyen estas palabras! Porque allí
está el Espíritu Santo en cuanto a lugar personal, el cual constituye su
unidad, morando en cada miembro, y bautizándolos a todos en un solo cuerpo.
Hagamos una ilustración en cuanto
a esto. El regimiento número xx del ejército británico luchó en la batalla de
Waterloo. Dicho regimiento está ahora en la nómina del ejército de Inglaterra,
teniendo su identidad, y el mismo número que tuvo entonces. Sin embargo, todos
sus miembros han fallecido, ningún hombre que está en él ahora estuvo en aquel
entonces cuando estuvo en activo. Otros han ingresado y han llenado las filas,
y aunque los miembros han cambiado, el regimiento es el mismo. Así es con
respecto al cuerpo de Cristo; los que lo compusieron en el día de Pablo han
muerto, y otros han entrado, y llenado las filas. Los que duermen, sus cuerpos
están en el polvo, y sus espíritus con el Señor. En cuanto a lugar personal,
ellos han perdido su conexión con el cuerpo por el presente. Ellos son de él,
aunque no están en él, ahora. Ellos tomarán su lugar en él cuando el cuerpo de
Cristo sea sacado de la escena. Aquí, "si un miembro padece, todos los
miembros se duelen con él, etcétera". El padecimiento no es la parte de
los que han dejado de existir para la actual conexión con él.
Formado por el bautismo del
Espíritu Santo en Pentecostés, este cuerpo ha sido llevado en una unidad
intacta lo largo de esos veinte siglos que han pasado, con almas que fallecen,
y otras que entran; y él está hoy aquí en la tierra para Dios y para la fe, tan
verdaderamente como cuando Pablo escribió, "Hay un solo cuerpo y
un solo Espíritu". (Efesios 4: 4 – LBA). El bautismo del Espíritu
nunca se repitió, pero a almas individuales se les ha dado vida y han sido
selladas, y unidas así individualmente a aquello que el Espíritu Santo formó
mediante Su bautismo en Pentecostés; y, por lo tanto, todos sus miembros pueden
decir ahora, "por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo
cuerpo" (1ª Corintios 12: 13 – LBA), porque nosotros pertenecemos a eso
que en aquel entonces fue definitiva y permanentemente formado por el bautismo
del Espíritu Santo.
Hay una importante verdad
adicional en conexión con esta doctrina, o con el cuerpo, a la cual me referiré
ahora antes de finalizar este escrito. Se trata de esto,— que dondequiera que
los miembros de este cuerpo eran vistos juntos "en asamblea" (1ª
Corintios 11: 18 – VM), ellos eran siempre tratados como el cuerpo; esto,
obviamente, no separándolos de todo el cuerpo en la tierra, sino tratados por
Dios, como actuando en el terreno y en el principio del cuerpo, y en unidad con
todo el cuerpo en la tierra. Esto es encontrado en 1ª Corintios 12: 27 (LBA)
donde leemos, "Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno
individualmente un miembro de él". Aquí el principio es aplicado. El
apóstol había estado enseñando la gran doctrina del cuerpo (1ª Corintios 12: 12
a 26), en primer lugar, su unidad, y luego, la diversidad de sus miembros, cada
uno de ellos teniendo individualmente (fuesen ellos miembros decorosos o
indecorosos) su lugar en el todo; y él aplica esto de manera práctica a la
asamblea local en Corinto, en el versículo 27 arriba citado.
Esto es, entonces, el cuerpo de
Cristo; este es el lugar colectivo de todo miembro de Cristo en la tierra; esta
es la única membresía conocida en la Escritura. El hecho divino, positivo, y la
verdad de aquello que ninguna ruina de su unidad exterior, ninguna corrupción
de la Cristiandad, puede nunca estropear o destruir. Captando esto en la conciencia
de nuestra alma, y por medio de la fe, nosotros tenemos algo estable, en medio
de las ruinas de la iglesia profesante, sobre lo cual actuar; sobre lo cual
descansar en los días postreros. Nosotros esperamos tratar acerca del uso
práctico de la verdad en el escrito final.
4.
El Andar de los Santos Según el Espíritu
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 207 a 218.
"Procurando
con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".
(Efesios 4: 3 – RVA).
"Apártese de iniquidad todo
aquel que invoca el nombre de Cristo". (2ª Timoteo 2: 19).
Nuestro tema actual es examinar y
determinar, en alguna medida, desde la Escritura, cuál es nuestra senda en el momento
actual, y nuestra responsabilidad, en conexión con la presencia del Espíritu Santo
en la tierra, como miembros del cuerpo de Cristo, formado por Su presencia y
por Su bautismo. Que el bienaventurado Señor nos guíe, como aquellos que
dirían, «Muéstrame ahora Tu senda», y, «dame gracia para andar en ella.»
En primer lugar, entonces,
nosotros debemos examinar los testimonios de la Escritura en cuanto al estado
de ruina en que la iglesia profesante ha caído, y en el cual nosotros mismos
estamos involucrados. Dios permitió que las raíces y los primeros tallos de
todo este estado salieran a la luz en los días apostólicos, para que Él pudiese
presentarnos el testimonio de Su palabra en cuanto a todo ello, y señalar una
senda para los Suyos en la escena de confusión que existe a nuestro alrededor.
Nosotros no podemos escapar de ella para salir al exterior; y al mismo tiempo, Dios
tampoco nos obliga a seguir en una senda donde la conciencia es ultrajada, y la
palabra de Dios es descartada, y son encontradas prácticas que no tienen
autorización alguna por parte de Él. Él nos presenta una senda clara, donde
podemos obedecer Su voz, y tener el gozo de Su presencia con nosotros en
nuestro curso mientras estamos aquí.
Es sorprendente y aleccionador
ver que la epístola de la que hemos citado nuestro texto para el sermón de esta
tarde no fue escrita en un día cuando todo estaba en orden, cuando la iglesia
de Dios andaba, en la frescura de su primer poder y de su primera bendición,
con Cristo. Y si este hubiese sido el caso cuando ella fue escrita, nosotros
podríamos haberla admirado y pensado en su perfección y hermosura en días
lejanos; pero, no habríamos encontrado ningún valor práctico para nuestra
propia senda en días de debilidad y fracaso y ruina. Nosotros vemos la
sabiduría de Dios al presentarnos la enseñanza de ella justo cuando los días
eran más oscuros en los tiempos apostólicos; cuando, como leemos en la epístola
a los Filipenses (escrita en el mismo momento), todos buscaban "lo suyo
propio, no lo que es de Cristo Jesús" (Filipenses 2: 21); cuando muchos
andaban, de los cuales el apóstol les había dicho antes, y tenía que decirles
ahora llorando, que eran, "enemigos de la cruz de Cristo", el fin de
los cuales era la perdición, cuyo dios era el vientre, que sólo pensaban en lo
terrenal. (Filipenses 3: 18, 19). Tales eran los días cuando la epístola a los
Efesios fue escrita; el propio anciano apóstol estaba en prisión, y aislado de
la obra que él amaba; y todo se estaba precipitando a la ruina. Fue entonces el
momento en que Dios presentó, por medio de él, la revelación más plena y
bienaventurada dada a la iglesia de Dios. Esta epístola fue escrita en un día de
ruina, como provisión de la fe para un día de ruina, hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición
de un hombre maduro, — a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
para que ya no seamos niños", etc. (Efesios 4: 13, 14 – LBA).
La decadencia gradual, pero
segura, había comenzado de inmediato en la iglesia temprana. La cizaña fue
sembrada entre el trigo, y personas falsas fueron introducidas desde fuera,
como Simón el mago (Hechos 8); el enemigo, asimismo, había comenzado a sembrar
el mal y la discordia en el interior. (Véase Hechos, capítulos 5 y 6). Este
estado de cosas es ampliamente reconocido en las diversas epístolas. En los
Corintios la sabiduría de los hombres y el sectarismo estaban brotando, y el
mal moral había sido permitido (1ª Corintios 5), y el mal doctrinal se estaba
extendiendo rápidamente (1ª Corintios 15). La ley había sido introducida en
Galacia; ascetismo y filosofía habían sido añadidos a la ley en Colosas. Hubo
un retorno al judaísmo y a las ceremonias en todos lados (Hebreos), y la
presencia del Espíritu fue olvidada. Todo esto puede ser visto en gran parte en
las epístolas. Pero cuando llegamos a la Segunda Epístola de Pablo a Timoteo,
estas cosas estaban allí, y eran reconocidas como vigentes, y todos los de Asia
se habían alejado de Pablo, aunque tal vez,
todavía no de Cristo. Es entonces cuando el Espíritu Santo en el apóstol
pronostica el estado de los "postreros días", que estaban llegando en
aquel entonces. En los postreros días tiempos peligrosos habría allí, y el
estado de los cristianos nominales llegaría a ser como el de los paganos, como
está descrito en la epístola a los Romanos, capítulo 1, versículos 29 a 31, comparados
con 2ª Timoteo 3: 2 a 5, con la diferencia de una "apariencia de
piedad", mientras ellos negaban la eficacia de ella". De los tales el
siervo de Dios debe apartarse. Leemos, "teniendo la forma de la piedad,
mas negando el poder de ella: apártate también de los tales". (2ª Timoteo
3: 5 – VM).
Este era, en aquel entonces, el
estado de la iglesia profesante que había sido establecida en la tierra como
"columna y apoyo de la verdad". (1ª Timoteo 3: 15 – VM). Ella era
ahora la esfera donde el error y el mal existían sin ser cuestionados.
Debemos preguntar ahora, ¿cuáles
son los principios de Dios, cuando la esfera establecida por Él en cualquier
momento en la tierra llega a corromperse como esta ante nosotros? Incluso
podemos ver que estos principios eran Suyos antes que el mal entrara en la
escena y que ellos son los principios verdaderos, inalterados por cualquier
circunstancia que sobreviniera. Ellos eran separación y anchura,
— ¡separación para Dios porque Él es santo; y anchura de corazón porque Él es misericordioso!
Nosotros vemos esto en el paraíso antes que el hombre cayera. Él plantó un
huerto en Edén, y lo separó del resto de la escena, para que el hombre morara
en él y lo guardase; sin embargo, de él fluían cuatro ríos, para llevar sus
bendiciones a los cuatro puntos cardinales de la tierra. De modo que, cuando el
mundo fue juzgado (en el diluvio de Noé), y poblado de nuevo, y dividido en
naciones en Babel, Dios llamó a un hombre a salir de él, separándolo para Sí
mismo, porque Él era santo; y aun así, debido a que Él era misericordioso,
prometió que, "serán benditas en ti todas las familias de la tierra".
(Génesis 12: 3). Así también en Israel; Él los sacó de Egipto para poder morar
Él entre ellos, y Su palabra fue, "Santos seréis, porque santo soy yo
Jehová vuestro Dios". (Levítico 19). Aun así, ellos iban a ser el centro
desde el cual la bendición emanaría hacia las naciones, las cuales podrían
enterarse allí de que Él era Dios. "Dios es conocido en Judá; En Israel es
grande su nombre". (Salmo 76: 1). En la iglesia de Dios, asimismo, los
santos no eran del mundo, así como Él no era del mundo; sin embargo, el deseo
que Él expresó fue que, "todos sean uno… para que el mundo crea".
(Juan 17). Estos ejemplos nos muestran los principios que deben guiar a los Suyos.
Nosotros vemos esto ilustrado en
el día cuando Israel se corrompió, y, bajo Aarón, hicieron el becerro de oro.
Moisés había subido a la cima del Monte Sinaí para recibir la ley, cuando el
pueblo se rebeló contra Dios, y regresó a la idolatría, de la cual ellos habían
sido redimidos. Moisés descendió con las tablas de la ley en sus manos, y vio
el becerro y las danzas; pero, con la bienaventurada inteligencia de uno que
estaba en espíritu con Dios, él actúa de inmediato de una manera que salva el
honor de Jehová, y perdona al pueblo. Si él hubiese mantenido las tablas de la
ley fuera del campamento intactas, él habría comprometido la autoridad de Jehová.
Y si él hubiese entrado en el campamento con ellas, el pueblo habría tenido que
ser eliminado. De modo que él ¡rompió las tablas delante del monte! Entonces él
regresa a Dios, después que la tribu de Leví hubo ejecutado la disciplina de
Dios sobre sus hermanos, ganándose el lugar de tribu sacerdotal (Éxodo 32).
Luego Moisés oró a Jehová para que perdonase al pueblo, o le borrara a él del
libro que Él había escrito. No, dijo Jehová, "Al que pecare contra mí, a
éste raeré yo de mi libro". Moisés regresa entonces al desierto, y
mientras esperaba ver lo que Jehová haría, y el pueblo se despojaba de sus
atavíos delante del monte, Moisés tomó la tienda, y la levantó lejos, fuera
del campamento, y la llamó Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a
Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento.
(Éxodo 33). Aquí estuvo el momento más glorioso de toda su historia. El momento
cuando él comprendió de tal manera a Dios, y a Su naturaleza santa, que, sin
siquiera un mandamiento Suyo, él hace lo que era apropiado para Él; y la
columna de nube, emblema de Su presencia, descendía, y Él hablaba a Moisés ¡como
habla cualquiera a su compañero! Aquí había separación para Dios, y sin
embargo, anchura de corazón para Su pueblo, y para su verdadera bendición.
Nosotros podríamos seguir el
rastro a través de la Escritura de muchos ejemplos de este tipo que nos
muestran que la separación para Él es la senda verdadera para los Suyos, cuando
aquello que Él había establecido en bendición había corrompido su camino en la
tierra. Vemos eso en Israel separado de Egipto: Moisés separándose de Israel en
el momento citado. El Nazareo, — Sansón separado de Israel cuando ellos estaban
bajo el dominio de los Filisteos. Los hombres de David separados para él en su
día de rechazo. La instrucción dada a Jeremías para que se separase del pueblo
para Jehová (Jeremías 15), para que él pudiese ser la boca de Jehová, para
separar lo precioso de lo vil. Así también la "señal" que debía ser
puesta sobre los que gemían y clamaban por las abominaciones en Jerusalén
(Ezequiel 9). El Bautista separando para Cristo el remanente arrepentido. La iglesia
separada de las naciones en Pentecostés. Pablo separando a los discípulos de
los demás (Hechos 19). Las instrucciones, "Salid de en medio de ellos y
separaos, dice el Señor", etc. (2ª Corintios 6 – VM). Pero cuando pasamos
a la Segunda Epístola a Timoteo, encontramos este principio aplicado a nuestra
senda de la manera más sencilla y más sorprendente. El anciano apóstol se
dirige a sus propios hijos en la fe, con su corazón abrumado con el pecado en
el cual el pueblo de Dios estaba ahora implicado; y aun así, animado en la
frescura del coraje necesario para elevarlo a uno sobre todo ello, y dar el
sentido de que Dios estaba por encima de todo el mal de alrededor. A menudo se
da el caso de que el alma se encuentra a tal grado bajo el poder y el sentido
del mal, que ella llega a ocuparse de él, perdiendo así de vista a Dios. Este
es un estado erróneo, y dejarse llevar a él nunca dará el poder para superar el
mal de ninguna manera. Forcejear con los males que hay en el mundo, o en el así
llamado «mundo Cristiano», no es nuestra senda. Pero, a pesar de estar
persuadidos de la existencia y el poder de ellos, el corazón se puede volver a
Dios, y encontrar que Él y Sus modos de obrar son superiores al mal; y nosotros
somos llamados a separarnos para Él.
Este carácter de cosas ocupa la
mayor parte de la segunda epístola a Timoteo. El Espíritu de Dios reconoce que
no hay que esperar una recuperación eclesial para la iglesia de Dios,
como un todo; si bien siempre hay una recuperación individual por medio
de la verdad. El apóstol había estado tratando la falsa enseñanza de Himeneo y
Fileto, y cosas por el estilo, cuando él añade, "No obstante, el sólido
fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a
los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que
menciona el nombre del Señor". (2ª Timoteo 2: 19 - LBA). ¡Qué alivio y
consuelo es pensar que ninguna cantidad de corrupción ha destruido aquel sólido
fundamento de Dios! Allí estaban las verdades eternas que nunca se alteraron,
aunque la casa de Dios se había agrandado a lo que él asemeja a una "casa
grande", con vasos de oro y de plata, de madera y de barro: algunos para
honra, y otros para deshonra. (2ª Timoteo 2: 20 – JND), no obstante lo
dispersos que ellos están por los artilugios de los hombres, y por las malas
artes del enemigo, dentro de esa esfera en que estaban los que eran de Cristo.
"Conoce el Señor a los que son suyos", decía la inscripción ¡del
sello de Dios! El ojo del hombre no podría distinguirlos, ni siquiera el ojo de
la fe podría discernirlos. Ellos pueden ser como los siete mil cuyas rodillas
no se habían doblado ante la imagen de Baal en el día de Elías, a quienes el
profeta nunca había descubierto. Sin embargo, Dios los conocía; ellos pudieron
ser como los piadosos en el día cuando el corazón de Israel era tan duro como
diamante, cuando Ezequiel profetizaba en vano; ellos eran conocidos por Aquel
que conoce todos los corazones, y Él llama a los ejecutores del juicio en
Jerusalén. — "Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y
ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de
todas las abominaciones que se hacen en medio de ella", antes que el
juicio que no permitía la piedad cayera sobre los demás. (Ezequiel 9: 4). Dios
conocía en aquel día a los que eran Suyos; y Él los conoce ahora, como nuestro
pasaje en 2ª Timoteo 2: 19 testifica. Este es el privilegio de todos los que
pertenecen a Él.
Pero el apóstol se vuelve ahora
al reverso del sello, y lee la segunda inscripción, "Que se aparte de la
iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor". (2ª Timoteo 2: 19
– LBA). Aquí está, entonces, la forma en que yo puedo ver a aquellos ocultos
por el Señor; ellos deben estar separados del mal para Él. ¡Un paso sencillo
pero exhaustivo! Que el mal sea moral, doctrinal, intelectual, o religioso, la
senda es la misma, — a saber, apartarse de la iniquidad es la responsabilidad
del santo que menciona en nombre del Señor. Pueden estar allí vasos para honra
y vasos para deshonra, — preciosos y viles. Puede ser que los Himeneos y
Filetos tengan que ser condenados, pero el alma fiel debe separarse ella
misma de ellos, para que pueda ser "un vaso para honra, santificado
[o. separado], útil al dueño, y preparado para toda obra buena". Leemos,
"Pero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino
también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra.
Si pues alguno se habrá limpiado de éstos, separándose él mismo de ellos, será
un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra
buena". (2ª. Timoteo 2: 19 a 21 – JND).
Permitan ustedes que yo comente
en cuanto a la palabra limpiar. Ella es encontrada sólo dos veces en la
lengua original de las Escrituras del Nuevo Testamento. El primer lugar que
encontramos es 1ª Corintios 5: 7 donde leemos, "Limpiaos, pues, de la
vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque
nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros". Esto
señalaba la responsabilidad de toda la iglesia de Dios, establecida en la
tierra como una "masa sin levadura". Ella debía mantener su lugar en
esto, y limpiar todo lo que tuviese el sabor de la vieja levadura, — es
decir, el mal que se estaba infiltrando en Corinto en aquel momento, tal como
nos muestra este capítulo. Pero ella, como un todo, no hizo esto. La iglesia
pronto se volvió indiferente al mal, el cual pronto, ¡desgraciadamente! llegó a
ser la característica de ella, y no la debida santidad para con Cristo. Ahora
viene el segundo uso de la palabra limpiar. El individuo, encontrándose
él mismo en medio de una "casa grande", llena de vasos para honra
y vasos para deshonra, debía limpiarse él mismo de estos, separándose de
ellos, así como de todo esto que deshonraba al Señor, para ser un vaso para
honra para uso del Dueño.
Pero, cuando un alma ha tomado
este paso, ello podría engendrar un espíritu Farisaico en él, al estar así
apartado a causa del Señor, y por tanto, tenemos a continuación, "sigue
tras la justicia, la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con
corazón puro." (2ª. Timoteo 2: 22 – JND).
Él encontraría a otros que, al igual que él, gracia les había sido dada
para estar separados para el Señor, y él debía andar con los tales, igualmente en
santidad de conducta, y con corazón puro.
Pero esta separación para el
Señor tiene, hasta ahora, solamente un carácter negativo. Pero esta es
la responsabilidad de la "casa de Dios", que ha llegado a ser ahora
como una "casa grande" a su alrededor. Por consiguiente, nosotros
queremos algo más; necesitamos un terreno de acción positivo para
nuestras almas en medio de la escena. Entra aquí, entonces, la verdad inmutable
de la unidad del cuerpo
de Cristo, del cual el santo es un miembro. Este permanece en la tierra en
medio de la Cristiandad. Es dentro de esta esfera que el Espíritu Santo
mantiene, en inquebrantable unidad, el cuerpo de Cristo. Es algo que se da por
sentado que, exteriormente, este cuerpo está roto en fragmentos para nuestra
vista, y que los miembros de ese cuerpo están dispersos en cada sección (o,
denominación) de la iglesia profesante; también se da por hecho que es
completamente imposible restaurarlo a su estado original, que ninguna habilidad
o poder puede jamás volverlo a su correcto estado, — todo esto es bastante
cierto; pero, por otra parte, yo soy siempre responsable de volver a estar
en la posición u orden apropiados, ante todo, para con Dios. Yo soy un
miembro de Cristo, y he sido separado del mal; pues bien, yo no soy el único a
quien Dios ha llamado a actuar así para Él porque Él es santo. Yo también
encuentro a otros, nos reunimos como Sus miembros para adorar al Padre, para
recordar a nuestro Señor; pero, ello es como miembros de Cristo, y, actuando en
la verdad de aquel cuerpo del cual somos miembros, — podemos estar juntos, — ¡y
en ningún otro terreno! (Quiero
decir, ningún otro terreno conforme a Dios). Estamos así en una amplitud de
verdad que abarca a ¡cada miembro de Cristo sobre la faz de la tierra!
Esto es procurar "con
diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".
(Efesios 4: - – RVA). Nosotros no podemos guardar, ni romper, la unidad del
cuerpo, — eso es guardado intacto por el Espíritu, a pesar de cada fracaso del
hombre. Pero, nosotros somos llamados a procurar "con diligencia guardar
la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".
Entonces, ¿qué es esta unidad? Es
el poder y el principio mediante el cual los santos pueden andar juntos en sus apropiadas
relaciones en el cuerpo, y como miembros de Cristo. Ella puede implicar mi separación
de un miembro debido a que él está unido en la práctica, o religiosamente, a aquello
que no resistirá la prueba de la palabra de Dios. Ella puede llamarme a
andar con otro que esté andando en piedad, y en su verdad. Yo puedo
encontrar un alma fiel que ve la verdad hasta cierto punto, pero no más allá;
yo disfruto con él de todo lo que él disfruta en la unidad del Espíritu.
Suponga que una nueva luz llega a su alma, y que él la rechaza, ¡entonces nos
separamos! Yo nunca debo debilitar la senda en la que he sido llamado a andar transigiendo
con él acerca de la verdad. Todo esto involucra al cuerpo de Cristo; él es el
terreno de acción, porque el Espíritu de Dios lo mantiene.
Asimismo, esta unidad excluye por
completo la individualidad. Nadie puede tomar un lugar aislado. Si él es
llamado a estar solo en alguna localidad debido a la palabra de Dios, ello lo
coloca en comunión, y en un terreno común, en todo el mundo, en otras
localidades, con todos los que están andando en una verdad tal. También, ello
excluye la individualidad cuando, estando junto con otros, uno podría ser
tentado a actuar en independencia de los demás miembros de Cristo para actuar
por sí mismo, no en comunión con el resto. Ello nos arranca, también, de todo
sistema del hombre. Pero nos mantiene en esa unidad que es ¡conforme a Dios!
Ahora bien, aquí está el fundamento
divino y positivo bajo nuestros pies en este día de ruina. Esta no es meramente
una senda negativa. Ella es bastante amplia para todos, porque abarca a todos
en su amplitud, ya sea que ellos estén allí, o no. Ella excluye el mal de en
medio de ella, como es conocido y aceptado; admitirlo causaría que ella dejara
de ser la unidad del Espíritu. Ella no es meramente unidad (o, unión) de
Cristianos, — lo cual es el rechazo de la verdad del cuerpo de Cristo. Cuán a
menudo vemos el esfuerzo para estar juntos aparte de su verdad, meramente como
creyentes en el Señor. Entonces pueden hacer muchas unidades, y unir el nombre
de Cristo a ellas, y llamarlo la iglesia. Dios une la unidad a Cristo, ¡no
Cristo a la unidad! Por tanto, ella debe ser verdadera en naturaleza a Él cuyo
cuerpo ella es; ella debe ser, de manera práctica, santa y verdadera.
(Apocalipsis 3: 7).
Puede sobrevenir la prueba, y el
enemigo puede procurar estropear este esfuerzo de los fieles para actuar para
con Dios. Puede ser que también se deba recurrir a la disciplina para mantener
fieles y correctamente a los que han sido así reunidos. Cuando esto es así, la
acción tomada en un lugar en el Espíritu, y en obediencia a la Palabra,
gobierna todas las demás, donde el pueblo de Dios en otra parte está actuando
en la verdad. La mesa del Señor, estando puesta como aquello en que nosotros
reconocemos la unidad del cuerpo de Cristo (1ª Corintios 10: 16, 17), está en
medio de aquellos que han sido reunidos al nombre de Cristo. (Mateo 18: 20).
Uno que está a esa mesa en comunión en una parte del mundo, como con los que
están procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu, está en
comunión con todos, dondequiera que ellos se puedan encontrar. Uno que deja de
estar en comunión en un lugar, deja de estar en comunión en todos los lugares.
Por lo tanto, la individualidad es imposible aparte de la unidad; o la unidad aparte
de la individualidad.
Es solamente en la iglesia de
Dios, o en su principio, que hemos mantenido ambas cosas. En el catolicismo
nosotros vemos unidad, pero no individualidad; en otras sectas vemos
individualidad, pero no unidad. En la unidad del Espíritu tenemos ambas cosas,
y sólo allí.
Entonces el clamor de los demás
es, «Tú quieres que nosotros vayamos a ti, y oigamos la verdad; ¿por qué no
vienes tú a nosotros?» La pregunta es muy natural, pero la respuesta es evidente:
a saber, «nosotros nunca podemos corregir el mal mezclándonos con él; nosotros
deseamos la bendición de ustedes; deseamos que ustedes que no están con
nosotros puedan actuar de acuerdo con lo que ustedes son, como miembros de
Cristo por medio de un mismo Espíritu, y con nosotros en ¡la única posición divina
en la tierra!» Si la conciencia suya se sometiera a la verdad, usted sería el
primero en culparnos por haberla debilitado o falsificado, mezclándola con el
error para ganar a otros para que estén con nosotros. Si usted es un miembro de
Cristo (nosotros asumimos que usted anda en rectitud de alma delante de Dios),
su derecho es evidente para estar a la mesa del Señor con nosotros. No osamos
pedir otros términos para que usted esté en su lugar verdadero. Yo He oído que
otros han dicho que buscamos más, como promesas rigurosas, que no irá usted a
ninguna otra reunión de cristianos, y cosas por el estilo. Esto sería poco
inteligente en nosotros de la manera más categórica; nosotros estaríamos
haciendo que la membresía de Cristo y la santidad al caminar, sean más que su
derecho al lugar que es suyo. [ver nota]. Su venida para ayudarnos a ser fieles
al Señor debería recibir una calurosa bienvenida de nosotros en Su nombre. No
sospechemos de ningún otro motivo en los que vienen, más que nuestro propio
deseo, por medio de la gracia, de hacer lo mismo. A menudo he visto venir almas
con toda sencillez, las cuales se espantarían si se las colocara bajo condición;
pues cuando vinieron, encontraron allí Su presencia, ¡y nunca más se marcharon!
Un alma que se encuentra con Cristo probablemente no procuraría deambular de
nuevo por otras sendas, aunque esta pueda ser una senda de vituperio
"fuera del campamento" con Él.
[Nota].
Ahora, prácticamente todos los lugares están leudados.
Una palabra ahora, en conclusión,
en cuanto al lugar de aquellos que están juntos en la verdad, en estos postreros
días. Algunas veces nosotros oímos que ellos son "un testimonio". Yo
pregunto, ¿un testimonio de qué? Y yo respondo por todos, Nosotros somos un
testimonio del estado actual de la iglesia de Dios, no de lo que ella fue
una vez, sino de lo que ella es. Pero suponiendo que nosotros somos así
realmente un testimonio de su fracaso, esto implica mucho más de lo que
pensaríamos a primera vista. En un caso tal, nosotros debemos ser tan
verdaderos en principio y en práctica ¡como aquello que ha fracasado! Aunque es
sólo un fragmento del todo, este debe ser un fragmento verdadero. Esto nos
mantendrá siempre humildes a nuestros propios ojos, y como siendo nada a la
vista de los demás. Por tanto, mientras nosotros seamos un testimonio de este
carácter, ¡por gracia nunca fracasaremos! Sólo el Señor será nuestra fortaleza
y nuestro sostén en días de ruina, y de los tiempos peligrosos de los postreros
días.
En la gran esfera de la profesión
cristiana en la tierra, — es decir, la iglesia responsable, o "casa de
Dios", donde este mismo y solo Espíritu mora y opera, existe una corriente
divina, en la cual los fieles se encontrarán. En uno de los grandes lagos, o mares
interiores, de Suiza, nosotros encontramos lo que ilustrará lo que deseo dar a
entender. Uno de los grandes ríos europeos desemboca en este mar interior en
uno de sus extremos, y sale por el otro; pero se da el caso de que es fácil
seguir la corriente del río a través de la vasta extensión de agua. Están,
también, como algo natural, los remolinos, y el agua quieta, la cual está cerca
de la corriente, y el agua muerta (el fenómeno que atrapa a los barcos en medio
del océano), afuera de su influencia. Así es en la casa profesante. Están
aquellos que se encuentran en la corriente del Espíritu dentro del gran cuerpo
profesante; hay otros cuya posición estaría cerca de ella, aunque no en el
caudal; sino, por así decirlo, en los remolinos que están cerca. Hay otros que
se han desviado, y han sido arrastrados al agua quieta, y parecen no
recuperarse nunca. Hay también otros, que se encuentran en el agua muerta,
fuera del alcance del caudal, o incluso de su influencia. Es conveniente, por
lo tanto, que cada uno se pregunte realmente, «¿Dónde estoy yo?» «¿Soy yo como
una astilla, o una hoja marchita, estoy en los remolinos, o en el agua quieta,
o en el caudal?» Si estamos en el último, somos llevados en esa única senda, en
la frescura y en la energía del un mismo y solo Espíritu de Dios, en la verdad
de ese un solo y mismo cuerpo de Cristo, del que somos miembros vivos; fieles a
Aquel que nos ama, pero sin voluntad propia y obedientes en Sus manos, el cual puede
usar para Su propia gloria, y para bendición de los demás, al más débil de los
vasos, si él está en la corriente de Su Espíritu, en la verdad.
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2020 / Enero
2021.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
BTX3
=
Biblia Textual 3ª. Edición (Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.)
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RV1977
=
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
RVA
=
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano)
VM
= Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
VM2020 = Versión
Moderna 1929 actualizada en 2020, publicada con permiso de Biblicom.org.
Título original en inglés: The Personal and Corporate Actions of the Holy Spirit , by F. G. Patterson
Versión Inglesa |

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