Las Ciudades de Refugio
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Lectura Bíblica: Números 35;
Deuteronomio 19; Hebreos 6
Hubo una ordenanza en Israel de
antaño que parece tener un notable antitipo en la "Iglesia de Dios" durante
el actual intervalo, mientras Jesús permanece en los cielos ejerciendo Su cargo
Sumo Sacerdotal. Yo aludo a la de la designación de las Ciudades de Refugio
para el homicida.
Entre las cuarenta y ocho
ciudades de los Levitas, había seis ciudades que debían ser señaladas para que
el homicida pudiera huir allí, y estar a salvo del vengador de la sangre. Tres
ciudades de refugio debían ser designadas en el lado oriental del Jordán; y
tres ciudades en la tierra de Canaán. Ellas eran para los "hijos de Israel",
para el "forastero" y para el "peregrino", "para que
huya allí cualquiera que sin intención mate a una persona". (Números 35:
15 – LBA).
Se tuvo cuidado de que el
hombre culpable, cuyo crimen era cometido deliberadamente, no escapara del
vengador de la sangre. Él podía haber huido para refugiarse a una de
estas ciudades, y los levitas de allí, como obligados por el deber, podían
haberlo recibido; pero llegaba el día en que él entraba "en juicio delante
de la congregación", y su causa era oída. Si el acto había sido hecho con
premeditación, él era entregado al "vengador de la sangre", a pesar
de haber llegado al refugio de la ciudad que había sido designada para este
propósito.
Pero, si el homicida había
cometido el hecho en ignorancia, y aun así había derramado la sangre, llegaba
el día cuando el vengador era oído y la congregación debía librar al homicida
de mano del vengador de la sangre, y la congregación lo haría volver a su
ciudad de refugio, en la cual se había refugiado; y él moraría en ella hasta
que muriese el sumo sacerdote, el cual había sido ungido con el aceite santo.
(Números 35: 25).
Pero allí debía permanecer él.
Lemos, "No aceptaréis rescate" por la vida del homicida, el hombre
culpable a sabiendas (versículo 31 - VM), que aborrecía a su prójimo en tiempos
pasados. (Deuteronomio 19: 11). Y ningún rescate debía ser aceptado para el que
huía a la ciudad de su refugio (el hombre que había cometido el acto sin
premeditación, y era culpable involuntario) para que él volviera a
habitar en la tierra, hasta la muerte del Sumo Sacerdote; y cuando llegara ese
momento, y sólo entonces, él podría volver a la tierra de su posesión. (Versículos
28, 31, 32).
Haber regresado, suponiendo
que así hubiera sido, era contaminar la tierra con sangre; porque la tierra no
podía ser expiada de la sangre que era derramada en ella, sino por medio de la
sangre de aquel que la derramaba (versículo 33). Ello habría equivalido a decir
que la sangre de los muertos no tenía ninguna importancia, y esto sería
contaminar la tierra en que Jehová habitaba.
La recepción del hombre así
culpable era el acto de los levitas. Esto formaba parte, en tiempos pasados, del
servicio de ellos para Israel, para el extranjero, o para el peregrino entre
ellos, que había dado muerte a su prójimo.
Pasamos ahora al Nuevo
Testamento. ¡Los judíos habían dado muerte a su Mesías! La voz de "todo el
pueblo", incluso cuando Pilato deseó dejarle ir, y tomó el lebrillo, y se
lavó sus manos delante de ellos, diciendo, "Inocente soy yo de la sangre
de este justo", sus voces respondieron, "Su sangre sea sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos". (Mateo 27: 24, 25). La inflamada
corriente de maldad del corazón del hombre rodeaba esa cruz y las escenas que
la precedieron. Ninguno en esa vasta multitud no tenía su advertencia en cuanto
a lo que estaba haciendo. No fue un homicidio involuntario por parte del
hombre. La ley exigía al menos dos testigos para establecer la culpabilidad del
acusado (Deuteronomio 19: 15). Los principales sacerdotes y los ancianos, y el
consejo, buscaron falso testimonio contra Jesús para entregarle a la muerte
(Mateo 26: 59, 60), pero no lo hallaron. Al fin vinieron dos testigos falsos,
con el embuste de que Él había dicho, "Puedo derribar el templo de Dios, y
en tres días reedificarlo". Pero Jesús no abrió Su boca.
Fue sorprendente, — y sin
embargo cierto, — que Dios se hubiera encargado de que hubiese dos de los
testigos más imparciales que el mundo pudiera producir para dar testimonio de
la impecabilidad de Su Hijo: Uno fue Judas, el traidor; y el otro fue, ¡Pilato,
el juez! Uno que Le había conocido íntimamente, y que había observado con el
ojo penetrante de la codicia, a su anterior Maestro; uno que tuvo la
oportunidad de conocer cada instante de Su vida inmaculada y Sus intachables
modos de obrar, y que había sido tratado por Jesús como cualquier otro de Sus
seguidores, a lo largo de Su curso. Pues Jesús nunca, ni por palabra, mirada, o
señal, había hecho una diferencia entre él y los demás. ¿Quién sino él podía
ser más capaz de distinguir el defecto, — desagradable palabra, — la más mínima
mancha, si esos hubieran estado allí? Y Dios eligió al traidor para que fuera
uno de los dos testigos independientes para Su Hijo. Cuando el traidor vio que
el Salvador, que no se había resistido había sido condenado, en su
remordimiento, y, puede ser, en desafío, entró en el lugar santo (τόπῳ ἁγίῳ), usado para esa
parte del templo donde la gloria había
habitado antaño), y arrojó
las piezas de plata, confesando, — pues la desesperación dice la
verdad, — "Yo he pecado entregando sangre
inocente". (Mateo 27: 3 a 5).
También el juez, después de
oír todo lo que los acusadores tuvieron que decir, y advertido por su esposa, y
por esa conciencia que le decía que estaba a punto de cargar su alma con un
crimen inútil, — él fue el otro testigo ¡que Dios escogió para hablar por el
Hijo de Su amor! ¿Qué testigos más imparciales pudo haber allí? El falso
discípulo que vendió a su Maestro, y el juez injusto que condenó al inocente,
ambos fueron hombres escogidos por Dios para proclamar aquel día, y desde entonces,
que ¡el condenado era un hombre sin mancha! Pilato tomó el agua, se lavó las
manos y dijo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo". (Mateo
27: 24).
El Mesías fue llevado a Su
cruz: "Como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su
boca". (Isaías 53). En el camino a
la cruz, habló a las hijas de Jerusalén que lloraban, advirtiéndoles de su
destino y el de sus hijos. En la cruz, dijo: "Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen". (Lucas 23: 34). Dispuesto, en Su gracia, a no
considerarlos finalmente culpables de un homicidio deliberado en el
aborrecimiento de ellos hacia Él. Pero ellos fueron culpables, y lo fueron de
forma deliberada, del crimen de odio de un Hombre justo, — para no ir más allá
de esto. El dinero de la sangre fue utilizado por los sacerdotes para comprar
un campo para sepultar a los "extranjeros". Ese campo se llama hasta
el día de hoy: campo de sangre. (Mateo 27: 7, 8.) Y por tanto, el pueblo es
culpable de la sangre, y la tierra contaminada.
Pero Dios
levantó de los muertos a Su Hijo, y Le exaltó a Su propia diestra en la gloria
como Hombre. Aquellos que Le habían seguido cuando estuvo aquí abajo, debieron
esperar en Jerusalén el Espíritu Santo que iba a ser enviado desde el cielo. Y
esto fue hecho. "Cuando llegó el día de Pentecostés", y el Consolador
prometido fue enviado desde el cielo, asentándose sobre cada uno de ellos, en
lenguas repartidas, como de fuego, Él llenó toda la casa donde estaban
sentados, y formó a los discípulos en una morada de Dios en el Espíritu.
(Efesios 2: 22).
No es mi propósito actual
trazar la constitución de esta compañía de discípulos por el bautismo del
Espíritu en "un solo cuerpo", uniéndolos al Señor en el cielo.
Este es uno de los aspectos de la Iglesia de Dios, — un cuerpo unido a su
Cabeza en el cielo. El otro aspecto es que ella es una morada de Dios por medio
de Su Espíritu en la tierra, — la "Casa de Dios". Esta casa
edificada en el nombre del asesinado, pero exaltado Jesús, era ahora la ciudad
de Refugio para el pobre judío culpable de la sangre. ¡El vengador de la sangre
le seguía de cerca! Cada momento era precioso si él escaparía y huiría en busca
de refugio.
Y en aquel instante la
Iglesia, en su lugar Levítico, o de siervo, abre sus puertas para el Israel
culpable de la sangre pero arrepentido. Pedro clama, "¡Salvaos de esta
generación perversa!" (Hechos 2: 40 – VM). Incluso el "extranjero"
encontraría un lugar en esta Ciudad de Refugio, — la Iglesia de Dios: los que 'estaban
lejos' encontrarían un sitio donde el no intencionado culpable de la sangre
podía encontrar un perdón.
Miles huyeron buscando refugio
en aquel momento. La tierra, — contaminada con sangre, — en lugar de ser
meramente, como es ahora, un lugar para la sepultura de
"extranjeros", era el sitio donde esta nueva y celestial Ciudad de
Refugio iba a ser hallada, donde "extranjeros" podrían hallar
refugio, vida y paz. La Iglesia de Dios era esto. El Sumo Sacerdote que había
sido ungido con el óleo santo se había marchado a lo alto al santuario
celestial. Cuando Él subió a los cielos, las campanillas de oro puro y las
granadas en los bordes de Sus vestiduras fueron oídas, y fueron vistas en el
testimonio y en el fruto del Espíritu en la tierra, en la Iglesia, — en el
cuerpo de Cristo. El servicio Levítico de Su pueblo estaba activo acogiendo en
este lugar de seguridad a los culpables de la sangre que se arrepentían de su pecado.
El oficio sacerdotal de ellos estaba ocupado en ofrecer sacrificios
espirituales aceptables a Dios por medio de Jesús, y en manifestar las
excelencias de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz maravillosa. (1ª
Pedro 2: 9 – VM). [Véase nota 1]
[Nota
1. Pablo, Apóstol de los Gentiles, alude de manera conmovedora a la
misericordia que él había obtenido en su culpa no intencionada, al haber
encontrado así un refugio del vengador. Él escribe: "Doy gracias a Cristo
Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome
en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor.
Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia
en mi incredulidad". (1ª Timoteo 1: 12, 13 – LBA)]
El vengador de la sangre
alcanzó a los que no huyeron, y pronto los judíos culpables de la sangre fueron
eliminados y dispersos entre las naciones; pero, la Iglesia de Dios permanece,
— la morada de Dios en el Espíritu, — la verdadera ciudad de Refugio para
acoger al judío, al extranjero y al peregrino, hasta que Jesús, el verdadero
Sumo Sacerdote, deje Su lugar actual en los cielos; y entonces Israel, como
nación, regresará a la tierra de sus posesiones. (Abdías 1: 17). [Véase
nota 2]. Esa tierra sigue siendo un gran "Acéldama", o "campo de
sangre", — un lugar para llevar a los extranjeros hasta el día de hoy.
[Nota
2. Yo no entro aquí en la limpieza de la tierra, hasta entonces 'contaminada
por la sangre', o a la limpieza de la culpa del judío por la sangre, cuando
toma sobre él (al menos el remanente piadoso de ellos) la culpa de su nación en
los postreros días. El Mesías ha asumido el lugar de los culpables y ha
respondido por ello con justicia ante el Señor. Él ha derramado Su sangre
preciosa para esto, como también para comprar y limpiar la contaminación de Su
tierra (la de Emanuel). Deuteronomio 21: 1 a 9, presenta lo que responde a lo
mencionado en primer lugar como tipo. Salmo 51, Zacarías 12 y 13, Isaías 53,
etc., muestran la culpa de Su pueblo limpiada por el mismo derramamiento de la
sangre de Jesús.]
Así como cuando Moisés levantó
el tabernáculo fuera del campamento culpable de Israel (Éxodo 33), la Iglesia
de Dios llegó a ser el "Tabernáculo de Reunión" donde podían ir los
que buscaban al Señor. Allí permaneció Josué. [Véase nota 3]. Israel fue
juzgado y Dios estuvo en Su morada… por medio del Espíritu.
[Nota
3. Moisés es en este capítulo y en los anteriores (Éxodo 32 y 33), tipo de un
Cristo misericordioso que desciende al mal. Josué, — es un tipo de un Cristo
celestial que permanece aparte de ellos, donde deben ir los que buscan al
Señor].
Pero, yo sigo trazando aún
este pensamiento acerca de la Ciudad de Refugio. Si acudimos a la epístola a los
Hebreos, encontraremos en ella lo que presenta a Cristo ido a lo alto como sumo
sacerdote, al "cielo mismo". (Hebreos 9: 24). A diferencia de la
epístola a los Efesios, la cual presenta a la Iglesia "en Cristo
Jesús" en los lugares celestiales, Hebreos presenta a Cristo en el cielo
para los hombres (creyentes, obviamente). La profesión de Cristianismo es vista
así como estando en la tierra; y siendo la redención el punto de partida, los
cristianos van de camino, como participantes del llamamiento celestial, hacia
el reposo que queda. Pero, en concordancia con el actual lugar sacerdotal del
Señor, ¿acaso no encontramos el pensamiento de la ciudad de Refugio
entremezclándose con el pensamiento general del escritor? El Cristianismo es
visto allí en sus privilegios disfrutados como consecuencia del lugar de Cristo
en el cielo, y del lugar del Espíritu Santo en la tierra en la Iglesia. Yo no
digo que la doctrina de la Iglesia se encuentra en la epístola a los Hebreos;
ella es nombrada sólo de paso, una vez en el capítulo 12, — a saber, "a la
asamblea general e iglesia de los primogénitos, etc. (Hebreos 12: 23 – VM).
Pero la Iglesia externa en la
tierra está ante la mente del Espíritu; siendo los Hebreos que habían profesado
el Cristianismo el pensamiento primario en esta nueva esfera de privilegio, y donde
se estaba salvo del vengador de la sangre. La hora de la verdad muy ciertamente
llegaría, y toda irrealidad encontrará que "nuestro Dios es fuego
consumidor". (Hebreos 12: 29). De ahí las muchas advertencias, y las muchas
solemnes palabras escudriñadoras que han estremecido alguna vez a casi toda
conciencia vivificada. Véase los capítulos 6 y 10 de esta epístola a los
Hebreos.
Ver el significado de muchos
pensamientos en esta y en Escrituras afines en las epístolas, exige que
nosotros entendamos la diferencia entre la Iglesia externa en su
responsabilidad en la tierra, y la Iglesia, — "Su cuerpo", como
estando en Cristo Jesús en los lugares celestiales.
En el día de Pentecostés ambas
eran coincidentes; el mismo número de discípulos que fueron constituidos en
"morada de Dios en el Espíritu", estaban en unión con Cristo en los
lugares celestiales. Estos dos pensamientos siguen siendo verdaderos. Mientras
la verdadera Iglesia,— el cuerpo de Cristo ha permanecido, — cuidada por el
Señor, y mantenida en unión con Él por la presencia y el poder del Espíritu
Santo enviado desde el cielo en Pentecostés, la profesión de la misma en la
tierra ha ampliado sus proporciones hasta llegar a ser lo que se denomina 'cristiandad',
y esto ha acontecido por medio de las maquinaciones del enemigo y del fracaso
del hombre.
El escritor de la epístola a
los Hebreos ve, con el ojo discernidor del Espíritu, la tendencia a recaer en las
ordenanzas, y en un ritual del obsoleto sistema del judaísmo; que es, de hecho,
regresar al orden terrenal en el cual el "primer hombre" había sido
probado por el Señor y había sido hallado falto, como en todo lo demás; y él ve
también la tendencia en algunos a no moverse de "los principios
elementales de los oráculos de Dios". (Hebreos 5:; 12). Y, con estos dos
pensamientos ante él, él alentaría a uno en el cual se encontraría esto último
a avanzar hacia la "perfección" o madurez, — hacia el conocimiento de
un Cristo celestial, y todo lo que sigue. Al primero él le advierte de los
peligros de retroceder incluso un poco, no sea que después de todo termine en
apostasía, — no encontrándose ninguna realidad en el alma que se volviera así a
las cosas que eran del pasado.
Este estado (de hecho, ambos
estados), están ante su mente cuando él escribe el paréntesis que se encuentra
entre el capítulo 5: 11 y capítulo 6: 20. Él estaba por desplegar las glorias
de este Melquisedec, cuando el estado de sus oyentes surgió ante su mente con
fuerza solemne, y vuelve a tomar la pluma más para advertir, y luego alentar, que
para desplegar. (capítulo 6).
Cuando el Señor nos presenta
este ejemplo, Él aborda el caso más solemne que podríamos suponer, en la parte
inicial del capítulo 6, en los versículos 4 a 8, a saber, el carácter más alto
de los privilegios sin tener vida en el alma.
Él escribe, "es imposible
que los que una vez fueron iluminados". Señalemos aquí que esta 'iluminación'
puede ser encontrada en almas donde no existe vida alguna; y al decir vida, yo
quiero decir vida cuya procedencia y origen es el Señor. La mente puede estar
llena, de la manera más clara, con las verdades del Cristianismo, y puede ser
que la conciencia nunca haya sido alcanzada, — esta, la única vía al alma del
hombre, — la conciencia que él recibió cuando cayó. A menos que ella haya sido
traspasada por el poder vivificador de la Palabra de Dios por medio del
Espíritu, el conocimiento no hace más que aportar a la ruina del alma.
Tomen un pez y elévenlo al
aire del cielo, y ustedes encontrarán que dicho aire es muerte para él,
mientras que aquel mismo aire es vida para otros. De igual forma, se puede
encontrar que "las cosas que son del Espíritu de Dios" son
destrucción y ruina para aquellos que no pertenecen a Su esfera. El
conocimiento con vida es algo peligroso. Conocimiento donde no hay vida es
fatal.
Después leemos, "y
gustaron del don celestial". Observen, también, que aquí se trata de que
gustaron de él. Este es un caso muy solemne. Gustar una cosa ni siquiera
se acerca a una expresión tal como degustarla. Este "don
celestial" incluiría todas las bendiciones resultantes de la muerte y
resurrección y ascensión del Señor, con la presencia del Espíritu Santo, y todo
lo que emanaba de esto, en contraste con los dones y bendiciones terrenales
conocidos y disfrutados en el judaísmo.
Lemos, además, "y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo". Ciertamente, dice alguien, ¡esos
son santos verdaderos! No; pues puede ser que yo nunca haya tenido comunión con
una persona con la cual yo puedo participar en algo. Los convidados a una cena pueden
participar de las viandas y, sin embargo, no tener nada más en común con el
anfitrión y la anfitriona que los han convidado. Las personas que están juntas tienen
comunión, de manera personal, cuando ellas mismas están a la vista; aunque también
pueden ser partícipes de un pan. Supongan que ellas poseyeran el pan
juntamente, y estuvieran participando de él, cuando, una tercera persona, la
cual no tuviera derechos de propiedad sobre el pan, se acerca, y participa con
los demás en el ágape. Ahora bien, todos participarían juntamente, mientras que
sólo dos serían los que comparten juntos el pan como poseyéndolo, (κοινωνοὺς, koinonós).
De este modo, con la presencia
del Espíritu Santo en la iglesia, como consecuencia de la exaltación de Cristo
como Hombre, todos pueden participar de las bendiciones de Su presencia; pero
aun así, de nadie se puede decir, excepto de aquellos en quienes Él mora
personalmente, que ellos están en la comunión del Espíritu Santo; si bien estos
últimos, en comunión con todos, serían también partícipes de Su presencia y de
las bendiciones que Él derrama.
"Y asimismo gustaron de
la buena palabra de Dios". Aquí no se trata de degustarla; sino de la
palabra de Dios hablada, habiendo sido gustada con discernimiento, — portando
la buena nueva de lo que Él es como Salvador y Bendecidor en contraste con todo
lo anterior. Estando estas palabras acompañadas, también, con "los poderes
del siglo venidero", es decir, esos milagros y prodigios, y señales que
Dios hizo para atraer la atención del hombre a lo que Su corazón estaba
dispuesto a conceder por medio de Su Hijo, y con Su Hijo. ¿Qué más tenía que
dar el cielo cuando lo mejor había sido dado, y todas las cosas gratuitamente añadidas
a Cristo? ¡Nada, ciertamente!
Entonces, si el corazón era
aún un pedregal, si el poder de Satanás para cegar los ojos del hombre tenía
aún un poderoso control sobre el alma, el escritor añade, "y recayeron [o,
"y recayendo"], (es imposible que) sean otra vez renovados para
arrepentimiento". Si habiendo encontrado un refugio del vengador por la
culpa de la sangre del Mesías, el cual era el Hijo de Dios, en la ciudad de
refugio provista por Él, ellos se volvían a la tierra donde Su sangre había
sido derramada, y abandonaban su refugio, como individuos, (quienquiera que pueda
ser así culpable) ellos asumirían así la culpa de su nación, — ¡crucificando
para sí mismos al Hijo de Dios! La nación había hecho esto como una
nación, y ahora el homicida que era considerado como culpable involuntario por
medio de la gracia de Jesús, suscribe el hecho con conocimiento y deliberación
y hace afrenta "al Espíritu de gracia". (Hebreos 10: 29). Entonces,
para él no había retorno hasta donde el hombre podría decir. Para Dios todo es
posible.
A continuación, en los
versículos 7 y 8, el escritor establece una analogía entre el corazón del
creyente fiel y el del profesante infiel, que no producía más que espinos y
abrojos, aunque las lluvias del cielo fuesen derramadas sobre su corazón. El
versículo 7 nos hace pensar en la descripción de la tierra de Canaán, en Deuteronomio
11: 11 y 12, la tierra "que bebe las aguas de la lluvia del cielo", así
como el versículo 8 nos hace pensar en la tierra de Egipto, donde todo era trabajo
duro.
En los versículos 9 al 12, el
escritor se dirige a ellos con una palabra de verdadera consolación, viendo
entre ellos, como él lo hace, las "cosas mejores, y que pertenecen a la
salvación". Estas eran señales e indicaciones de que la vida estaba allí.
Es posible que sus corazones hubieran olvidado lo que Dios no olvidaría, — a
saber, la obra y el trabajo de amor de ellos, — que Él deseaba que él
pudiese ver en la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la
esperanza. Y que no fueran perezosos, sino que anduvieran en pos de los que por
la fe y la paciencia heredaron promesas.
Yo no me detengo en Sus
consoladoras y refrescantes palabras, sino que paso a señalar algunos otros
rasgos que parecen ayudarnos a ampliar los pensamientos acerca de la analogía
de la "ciudad de refugio" de antaño, y la asamblea de Dios en la
tierra ahora.
Leemos, en los versículos 17 y
18, "Por lo cual, queriendo (en consejo) Dios mostrar más plenamente a los
herederos de la promesa lo inmutable de su designio, interpuso juramento; para
que por dos cosas inmutables (el consejo de Dios, y Su juramento), en las que
es imposible que Dios mienta, tengamos un poderoso consuelo los que hemos huido
en busca de refugio, para aferrarnos a la esperanza puesta ante nosotros".
(Hebreos 6: 17, 18 – VM2020)
¡Cuán pequeña, cuán débil es
la fe salvadora que es reconocida y alentada aquí! Alguien sentía que el juicio
le seguía de cerca, y que sólo le quedaba una oportunidad de escapar. Su
corazón y su conciencia sentían que sólo Cristo podía ser su esperanza de
salvación ahora; otra esperanza que no estuviera en Él era descartada. Él corre
a la ciudad designada para su refugio, y entra en sus recintos para respirar de
nuevo con seguridad. Pero él desea descansar sólo en Aquel único que le había
señalado esta vía de escape y seguridad. Él ni siquiera descansaría en la
seguridad carnal de haber entrado en la ciudad, y olvidaría a Aquel en cuyo nombre
la ciudad había sido edificada. Su corazón se eleva al Señor como el intercesor
celestial de Su pueblo; y, por así decirlo, su alma entra en el santuario
celestial en esperanza; y su fe se aferra a los cuernos mismos (por así
decirlo) del altar de oro dentro del lugar santo. Aún más alto se eleva su
esperanza cuando el ancla de su alma cae segura y firmemente dentro del velo
mismo, donde el Precursor ha entrado: allí él encuentra el "poderoso
consuelo" que Dios daría a todos los que huirían.
En 1º y 2º de Reyes tenemos
pasajes que ilustran dos casos. En primer lugar, huir del juicio a un lugar de
refugio, y confiar en la palabra de aquel que gobernara en aquel día. En
segundo lugar, descansar solamente en la huida, sin confiar en la palabra. Me
refiero al caso de Adonías y Joab, cuando Salomón ascendió al trono de David su
padre.
En 1º de Reyes capítulo 1
leemos acerca del esfuerzo de Adonías por obtener el reino a pesar del
propósito de Dios, ya que David había jurado que Salomón sería rey. Pero
Salomón había sido ungido por el sacerdote Sadoc (versículo 39) y proclamado
rey, tal como había sido dicho: "Salomón se ha sentado en el trono del
reino" (versículo 46).
Una vez fracasado el intento
de Adonías, él "se levantó y se fue, y se asió de los cuernos del altar".
Salomón fue informado de esto, y que él también había dicho estas palabras
(pues incluso "los cuernos del altar" no debían ser un refugio para
aquel que pecaba a sabiendas, — véase Éxodo 21: 12 a 14), "Que el rey
Salomón me jure hoy que no matará a espada a su siervo". (1º. Reyes 1: 51
– LBA). Adonías confió en la palabra del rey, y fue perdonado. [Yo sólo
menciono aquí este caso como una ilustración, pues después Adonías murió por otro
pecado].
Ahora bien, el caso de Joab
fue similar, en el hecho de su huida al tabernáculo de Jehová, y de asirse de
los cuernos del altar. Entonces Salomón envió para expulsarlo de allí, pero él
no quiso salir. "Y él dijo: No, sino que aquí moriré". (1º. Reyes 2:
30); en su caso no hubo apelación al rey o confianza en su palabra. Y entonces
Salomón mandó que fuera ejecutado en el mismo lugar donde él se había asido de
los cuernos del altar.
Para aplicar estos casos para
ilustrar lo que hemos tenido ante nosotros, vemos a un hombre, cuando el juicio
de sus modos de obrar lo estaba alcanzando rápidamente, huyendo al altar para
hallar seguridad; y sin embargo, cuando estaba a punto de ser derribado de
allí, él apela a la palabra empeñada del rey, y apoyándose en ella, es
perdonado.
En el otro caso (el de Joab)
ubo un desafiante asimiento del altar, mientras que no fue hecha apelación
alguna a la palabra del rey, y él es tomado en el lugar de la seguridad (como
él pensaba) y el juicio cae sobre él.
¡Cuán lamentable! cuántos hay
que encontrarán en este caso un paralelo! (como ilustrando la inseguridad de
los mayores privilegios donde no hay fe en Cristo, o en la Palabra de Dios,
encontrada en el alma). La ruina de descansar en cualquier cosa que no sea la
fe directa, personal, y confiada en el Señor Jesús, en Dios mismo, será vista
cuando el juicio tome su curso, y el día de los privilegios de este tipo , como
de la gracia, hayan fenecido.
Pero, ¡cuán dulce es la
seguridad para toda alma que descansa sólo en Él, el cual responde a la fe más
débil que Él mismo otorga, alma que ha huido para refugiarse en él "echando
mano de la esperanza puesta delante de nosotros; la cual tenemos como ancla del
alma, segura y firme, y que penetra hasta a lo que está dentro del velo; adonde,
como precursor nuestro, Jesús ha entrado por nosotros, constituido sumo
sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec". (Hebreos 6: 18 a
20 – VM).
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2021.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
VM2020 =
Versión Moderna 1929 actualizada en 2020, publicada con permiso de
Biblicom.org.