DE
EGIPTO A CANAÁN
W. T. P. Wolston
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la
Versión Reina-Valera Revisada en 1960, excepto en los lugares en que además de
las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Capítulo 8 : La Serpiente
de Bronce y el Jordán
Lectura Bíblica: (Números 21: 1-18; Josué 5: 1-15)
Consideraremos ahora la verdad
relacionada con "la serpiente de bronce" y "el Jordán". Estos
son dos aspectos de la muerte de Cristo. Cada uno de ellos presenta la verdad
de una manera completamente diferente, pero aun así, de una manera en la que es
de suma importancia para nuestras almas apropiarse de ella. Yo pienso que en la
serpiente de bronce tenemos la maravillosa verdad de la manera en que Dios
mismo se deshace de mí, y en el Jordán tenemos la verdad de la manera en que yo
puedo deshacerme de mí mismo en mi propia experiencia.
El propósito de Dios para Israel,
tal como es presentado en el libro de Éxodo, fue que Él los sacaría de Egipto y
los llevaría a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel.
(Éxodo 3: 8). Es algo inconmensurable que el alma profundice siempre en la
comprensión del propósito de Dios, y en que, sin importar lo que suceda, el
propósito de Dios no será frustrado. A pesar de toda la oposición de Faraón, y
a pesar de los muchos compromisos que Faraón sugirió, Dios los sacó, y a pesar
del fracaso de Israel en el desierto, Él los llevó a Canaán.
En primer lugar viene la verdad
de la sangre en el dintel, la redención por medio de la sangre. Ese es el
aspecto de la muerte del Señor Jesucristo mediante el cual se nos protege del
juicio de Dios como pecadores, y nos alimentamos del cordero asado "al
fuego", — es decir, de los padecimientos y la muerte de Cristo, — entrando
nuestras almas en lo que es expresado en Su muerte.
Luego tenemos el paso del Mar
Rojo. Lo que hemos visto es la verdad de la muerte y resurrección de Cristo por
nosotros y por nuestros pecados, el poder del enemigo absolutamente quebrantado,
la salvación de Dios manifestada, y el pueblo llevado a regocijarse en ella. Yo
creo que el Mar Rojo es la muerte y resurrección de Cristo por nuestros
pecados, como también por nosotros mismos. Y es algo grandioso que un alma recién
convertida vea esto, a saber, que estoy libre de la tierra del enemigo, que soy
sacado de esa tierra por medio de la muerte y la resurrección. Tú palpas la
misma verdad, de cierta manera, cuando llegas al Jordán. Es algo grandioso que mi
alma vea que estoy ante Dios en relación con Cristo, muerto y resucitado. Es lo
que tú tienes en la epístola a los Romanos. Yo creo que lo que me enseña el Mar
Rojo, así como la epístola a los Romanos, es que soy llevado a la muerte
para escapar de todo lo que estaba en contra mía. Por medio de la muerte, — la
muerte de Cristo vista como mía, — yo escapo de todo lo que me oprime como
hombre en la carne. En Romanos capítulo 5 tú escapas de la asociación con el
primer hombre, — Adán, — la muerte rompe el vínculo; en el capítulo 6, escapas
del pecado como amo; y en el capítulo 7 escapas de la condenación que está
relacionada con una ley infringida.
Es muy llamativo notar que tú ves
a Israel como compañía entrar en el Mar Rojo, pero nunca se los ve salir.
Ellos salieron, pero no se dice que lo hicieron. Creo que el motivo es éste, a
saber, que cuando tú llegas al Jordán, no lees acerca de que ellos entran
en el Jordán, tú ves el arca entrando, pero a ellos se los ve salir. El
hecho es este, a saber, que el Mar Rojo y el Jordán se fusionan. Sacarlos
de Egipto y llevarlos a entrar a Canaán era el propósito de Dios.
Pero, tú dices, «el desierto se
interpuso». Sí, pero eso no era parte del propósito de Dios. Eso estaba en Sus modos
de obrar, pero Su propósito era sacarlos y llevarlos a entrar. Los
cuarenta años intermedios se convirtieron en la ocasión de aprender lo que ellos
eran, y brindaron también la ocasión de aprender los modos de obrar de gracia
de Dios. Si tú consideras el undécimo capítulo de Hebreos, quedarás
impresionado con esto. "Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra
seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados". Es decir,
la naturaleza no pudo andar por la senda de la fe. ¿Y cuál es la siguiente
palabra? "Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete
días". (Hebreos 11: 29, 30). El Jordán no es mencionado. ¿Por qué? Porque
el viaje por el desierto, con el Jordán al final, no fue la senda de la fe, fue
la senda del fracaso. Cuando Dios cuenta la historia de la vida de fe, tienes
el Mar Rojo y la caída de Jericó juntos. Uno va al lado del otro, y los
cuarenta años en el desierto ni siquiera son mencionados.
Pues bien, libertados por la
gracia soberana de Dios, y sacados de Egipto como hemos visto, les llevó
cuarenta años entrar en Canaán. Su viaje se dividió en cuatro etapas. La
primera, con la que todos estamos bastante familiarizados, va desde las orillas
del Mar Rojo hasta que llegan al Sinaí (Éxodo capítulo 15 a capítulo 19: 1, 2).
En esa etapa de su viaje estuvieron bajo la pura gracia soberana. Si llegan a
Mara, donde las aguas son amargas, Dios convierte el agua amarga en agua dulce.
Si tienen hambre, Él les da pan del cielo. Si dicen: «Nos estamos muriendo de
sed», Él golpea la roca y sale agua. Si tienen que enfrentarse a un enemigo,
ahí está Moisés intercediendo por ellos en lo alto, y Josué guiándolos hacia
una victoria segura en el valle de abajo. Tenemos allí la energía de un Cristo
resucitado, por medio del Espíritu Santo, conduciendo al pueblo de Dios a la
victoria.
La primera etapa te lleva a la
mitad del libro de Éxodo. La segunda mitad del libro está ocupada con las enseñanzas
relacionadas con la instalación del tabernáculo en el que Dios iba a habitar.
El libro de Levítico nos presenta la manera de acercarse ellos a Dios. Cristo
es presentado en todos estos tipos y figuras como el fundamento de toda
adoración. Ese es el gran tema del libro de Levítico.
Cuando tú llegas al libro de Números
tienes el itinerario del pueblo de Dios a través del desierto. El capítulo que
he leído se encuentra realmente en la última etapa de la historia de ellos. Se
están acercando al final de su viaje cuando entra la historia de la serpiente
de bronce. Para conectar nuestro tema, daré una breve mirada a la primera parte
del libro.
Los diez primeros capítulos del
libro se ocupan de la organización de ellos y su preparación para el viaje. El
libro de los Números comienza con: "Habló Jehová a Moisés en el desierto
de Sinaí, en el tabernáculo de reunión, en el día primero del mes segundo, en
el segundo año de su salida de la tierra de Egipto". (Números 1: 1). Los trece
primeros meses, la primera etapa de su viaje, fueron ocupados en llegar desde
el Mar Rojo hasta el Sinaí, donde ya sabes, en una fatal insensatez, ellos
mismos se pusieron bajo la ley. Abandonaron la gracia y asumieron la
responsabilidad de andar ante Dios consintiendo que la bendición de ellos dependiera
de la propia conducta de ellos. Sin embargo, todos tenemos que aprender a
medida que avanzamos que el único secreto de la bendición es la gracia de Dios,
en conexión con Su propósito.
Pues bien, en los diez primeros
capítulos de Números, reitero, tú te enteras de la manera en que Dios los
congregó, los reunió en torno a Él, y de cómo Él mismo estuvo en medio de
ellos. Cuando llegas al capítulo 10, lees: "En el año segundo, en el mes
segundo, a los veinte días del mes, la nube se alzó del tabernáculo del
testimonio". (Versículo 11). Es decir, en veinte días todos fueron puestos
en orden. Dios estaba entonces en medio mismo, pero Moisés, como el
resto de nosotros, queriendo algo aquí abajo para que la vista se apoyara como
guía a través del desierto, se dirige a Hobab y le dice: "«Sé tú los ojos
para nosotros». Leemos, "Ven con nosotros,… Te ruego que no nos dejes;
porque tú conoces los lugares donde hemos de acampar en el desierto, y nos
serás en lugar de ojos". Números 10: 29-32). El hijo del desierto se niega
a ser guía de ellos y con tierna gracia Jehová dice: «Yo iré delante de
vosotros», y el arca de Jehová se convierte en guía de ellos. La columna de
nube había sido su guía antes, pero Jehová, en Su hermosa gracia, ahora va
delante de ellos Él mismo. "El arca del pacto de Jehová fue delante de
ellos camino de tres días, buscándoles lugar de descanso". (Versículo 33).
Esto fue hermosa gracia, amados amigos, al
abordar el fracaso.
Y tú llegas ahora a lo que es una
parte muy penosa de la historia de ellos. La segunda etapa de su historia fue
muy corta, pero muy llena de incidentes. Abarca el capítulo 10: 11-36, y los
capítulos 11-15. Ellos llegaron a Cades muy rápidamente. (véase Números 12: 16;
13: 26).
Se trató de un recorrido de sólo once
días desde el Sinaí hasta Cades-barnea (Deuteronomio 1: 2), pero hubo una
inmensa cantidad de terribles fracasos en esos pocos días. En el undécimo
capítulo se los encuentra diciendo: "Y ahora nuestra alma se seca; pues
nada sino este maná ven nuestros ojos". (Versículo 6). Es decir, en
lenguaje claro, se cansaron de Cristo. Ah, amados, ¿está alguno de nosotros
cansado de Cristo? ¿Quiero algo además de Cristo? Ese es el primer fracaso.
El final del capítulo muestra que
Jehová les dio codornices en respuesta a su murmuración, y luego Él lidió con
ellos en Su gobierno. (Versículos 31-34). "Les cumplió, pues, su deseo. No
habían quitado de sí su anhelo, aún estaba la comida en su boca, cuando vino
sobre ellos el furor de Dios, e hizo morir a los más robustos de ellos". (Salmo
78: 29-31). Estoy seguro que todos ustedes quedarán impresionados por este
comentario del Espíritu de Dios en los Salmos acerca de esta escena. Yo
realmente creo que lo que nosotros queremos lo obtenemos. Si yo quiero carne,
Dios me la dará, pero con ella, disciplina y flaqueza de alma. La mano de Dios
en el gobierno estuvo aquí realmente sobre ellos. No fue como el primer caso,
en el capítulo 16 del Éxodo donde ellos pidieron y Dios les dio codornices. En
aquel entonces ellos estaban en el terreno de la pura gracia, pero ahora,
estando en el terreno de la responsabilidad, Él actúa de manera diferente. Allí
se trató de pecado abordado por la gracia, aquí, de pecado juzgado en gobierno.
Luego, en el duodécimo capítulo
de Números, el sacerdote Aarón y la profetisa María se levantan contra Moisés,
que era rey en Jesurun, — el representante de Dios. Cuando tú llegas al siguiente
capítulo ellos envían espías para ver cómo era la tierra agradable, y para ver
por cuál camino debían ir. (Véase Deuteronomio 1: 22-25). Admito realmente
que Dios permitió que los espías fueran porque Él no frustró a Israel en su
incredulidad. Por eso dijo: "Envía tú hombres que reconozcan la tierra de
Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel". (Números 13: 2). Ellos enviaron
estos espías, y como la incredulidad siempre trae problemas al incrédulo, me
atrevo a decir que tú has notado que esta misión fue la forma en que Arad supo
que Israel venía, y salió a pelear contra ellos. (Véase Números 21: 1).
La incredulidad siempre trae dolor. Lo siguiente es que cuando los espías
regresan la congregación no creerá lo que se les dice.
En primer lugar, el informe es
muy bueno, y el racimo de uvas, — que necesitó de dos hombres para llevarlo, — atestiguó
la buena calidad de la tierra y luego dijeron: "La tierra por donde
pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo
que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura." (Números 13: 32);
es decir, la tierra no proporcionaba suficientes provisiones. Caleb y Josué
defendieron la verdad, y casi fueron apedreados (Números 13: 30; 14: 6-10).
"Despreciaron la tierra deseable" (Salmo 106:24 - VM) es el siguiente
paso. Ellos no quisieron seguir adelante. Ello es semejante a un corazón que
ahora no quiere ir al cielo.
Luego ellos dicen: "¡Ojalá
hubiésemos muerto en la tierra de Egipto! ¡Ojalá hubiésemos muerto en este
desierto! ¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada? ¿Para que
nuestras mujeres y nuestros pequeños sean una presa? ¿No nos sería mejor volver
a Egipto?" (Números 14: 1-4 - RVA). «Volvamos», ellos dicen. Oh, ¿podrías tú
suponer esto después de toda la gracia mostrada a ellos? Pero, amados, nosotros
sabemos lo que nuestros propios corazones son. ¿Acaso nunca hemos deseado
volver atrás? Ah, todos los corazones de este salón saben cuán a menudo ha
habido un retroceso. La respuesta de Dios fue esta: «Ustedes dicen que desearían
haber muerto en el desierto, — pues bien, morirán en el desierto». Leemos,
"En cuanto a vosotros, vuestros cadáveres caerán en este desierto.
Vuestros hijos andarán errantes en el desierto durante 40 años. Ellos llevarán
la paga de vuestras infidelidades hasta que vuestros cadáveres sean consumidos
en el desierto". (Números 14: 32, 33 – RVA). Dios dice, «Tendréis que
morir, sólo que os tomará cuarenta años hacerlo», "Conforme al número de
los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis
vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día". (Versículo 34).
Ellos deben conocer la muerte.
Luego viene el capítulo
decimoquinto. ¿Has estudiado alguna vez el capítulo decimoquinto de Números? Es
un capítulo hermoso. ¿Por qué? Porque el propósito de Dios resplandece en él
tan claramente como siempre, a pesar del pecado del pueblo. Comienza así:
"Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles: Cuando
hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy".
(Versículos 1 y 2). ¡Ah, esto es precioso! Yo veo a Jehová dando instrucciones en
cuanto a lo que será cuando ellos lleguen a la tierra, como si nunca hubiera
habido un murmullo o algún fracaso. Ese capítulo es una joya. El capítulo entra
como la expresión de la manera en que el propósito de Dios nunca es alterado.
No importa cuál sea el pecado del pueblo en el trayecto, Dios lleva a cabo Su
propósito con respecto a ellos. Una lectura minuciosa del capítulo te permitirá
ver cuán hermosamente la verdad sale a relucir de esa manera. Ese capítulo te
lleva al final de la segunda etapa de las jornadas de Israel.
Y ahora, en la tercera etapa, Jehová
los hace andar errantes durante treinta y ocho años por el desierto, y cuando
tú llegues al capítulo veinte encontrarás que ellos han regresado a Cades. Si seguimos
el rastro de sus jornadas, encontraremos que ellas consisten en andar errantes
sin rumbo recorriendo de norte a sur y de sur a norte la península de Arabia,
desde Cades (Números 12: 16; 13: 26) hasta Cades (Números 20: 1), y sin ningún
progreso real. Qué retrato es este de muchos santos que se han rebelado ahora
contra Dios y nunca han avanzado realmente en sus almas.
En esta tercera etapa tenemos la
rebelión de Coré (Números 16), que lleva a Dios a manifestar en gracia quién es
Su sacerdote (Números 17). La única manera en que un pueblo débil puede ser llevado
a través del desierto al Santuario de Dios es mediante la gracia y el
sacerdocio. ¡Oh, cuánto le debemos nosotros, como cristianos, al sacerdocio de
Cristo! ¿De qué manera somos mantenidos por aquel Bendito! En el capítulo
dieciocho tú tienes instrucciones acerca del sostenimiento de los sacerdotes, y
en el capítulo diecinueve tienes la historia de la vaca alazana (becerra roja),
o de qué manera la contaminación puede ser abordada y limpiada en el desierto.
Y luego, cuando llegas al
capítulo veinte, de nuevo no hay agua, y allí es donde Moisés y Aarón fracasan
porque no glorificaron a Dios. Dios le ordenó a Moisés que fuera y hablara a la
peña. Dios le dijo: "Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu
hermano, y hablad a la peña a vista de ellos". (Versículo 8). Moisés debía
tomar la vara del sacerdocio. No fue juicio lo que debía ser expresado sino
gracia a través del sacerdocio. Es la gracia sacerdotal la que endereza siempre
el corazón. "Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le
mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les
dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?
Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces". (Números
20: 9-11). Esa no fue la vara que Jehová le había ordenado tomar. Él la golpeó
con la vara con la que él había herido a Egipto, a saber, la vara del juicio.
Esa es una figura de la muerte de Cristo sometido al juicio de Dios. No puede
haber una repetición de aquello, ni siquiera en el tipo. La respuesta de Dios
fue ésta: "Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en
mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis
esta congregación en la tierra que les he dado". (Versículo 12). Por
tanto, tú ves, Moisés y Aarón fracasan en el trayecto, y este último muere. (versículo
28). A continuación hay una oposición por parte de Edom, e Israel, humillado al
fin, cede.
Y ahora, en el versículo 22 del
capítulo 20 ellos comienzan la cuarta y última etapa de su viaje, etapa que
ocupó aproximadamente un año. Luego, en el capítulo 21 tenemos otro brote de
maldad y la historia de la serpiente de bronce. Es muy sencillo, pero no creo
que nos enteramos de su verdad al principio de nuestra senda cristiana. Tú dirás,
«Oh, ¿no es ello acerca del nuevo nacimiento?» Bueno, está relacionado con él
en Juan 3, pero hay algo más profundo que simplemente satisfacer la necesidad
de un pobre pecador. Lo que sale a relucir aquí es que la carne es incurable e
incorregible. Ellos murmuraron, "y Jehová envió entre el pueblo serpientes
ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. (Números 21:
6). Pero, cuando ellos se volvieron a Jehová y reconocieron su pecado, Él
ordenó a Moisés que hiciera una serpiente ardiente y la pusiera sobre una asta,
y cuando un hombre mordido la miraba, él vivía. (Números 21: 5-9). Allí, en
tipo, está la maravillosa verdad de que Cristo, que no conoció pecado, fue hecho
pecado. (2ª Corintios 5: 21). Ello es la fuente de una vida totalmente
nueva. Nuestro Señor, en el tercer capítulo del Evangelio de Juan, relaciona
este acontecimiento de la serpiente de bronce con la vida eterna, y no dudo que
las cosas que están en figura en este capítulo 21 de Números son sacados a relucir
en la doctrina de Juan capítulos 3 y 4. El primer hombre es incurablemente
malo, no puede ser enmendado y debe desaparecer de delante de los ojos de Dios.
Debe desaparecer en muerte, en juicio, ese es el asunto. Es decir, no hay nada
en ti o en mí que sea apto para Dios. Todo lo que somos debe desaparecer en
muerte, y allí es introducido eso que es entera y absolutamente nuevo. Es Cristo,
como Hijo del Hombre, levantado, en Juan 3: 14, 15, y como consecuencia, a
través de la fe en Él, no sólo hay un nuevo nacimiento, sino vida eterna, y en
el cuarto capítulo de Juan tú tienes el "agua que brota para vida
eterna" (Juan 4: 14 – LBA) , es decir, vida en el poder del Espíritu
Santo que se eleva a su fuente, — el Padre, — en adoración.
Considera de nuevo por un momento
la serpiente de bronce. Lo que hizo el mal fue la serpiente ardiente, y lo que
los curó fue una mirada a una serpiente ardiente. El pecado trajo la muerte, y
sólo con la muerte se elimina el pecado. El pecado en la carne es incorregible,
incurable e imposible de erradicar. ¿Entonces, qué se puede hacer con ella?
Dios nos lo dice: "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y
a causa del pecado, condenó al pecado en la carne". (Romanos 8: 3). Eso es
la serpiente de bronce. Lo que yo soy, como hombre, ha sido totalmente
condenado en la cruz de Cristo, y absolutamente desechado delante de Dios en la
muerte. Lo que yo soy como hombre ha desaparecido de la vista de Dios en la
muerte de Su bendito Hijo, cosa inmensa para el alma. ¿Por qué? Porque hasta
que esto se aprende, hay confianza en uno mismo y un esfuerzo para mejorar la
carne. De ahí que, muy a menudo, tengamos que aprender por medio de una experiencia
práctica muy dolorosa y prolongada, y por medio del fracaso, cuán pobre cosa inútil
es el hombre. Cuando yo aprendo la verdad de la serpiente de bronce descubro
que Dios se ha librado de mí en la cruz de Su Hijo, y que sólo Cristo permanece.
A continuación tú tienes: "De
allí fueron a Beer. Este es el pozo del cual Jehová dijo a Moisés: "Reúne al pueblo, y yo les daré agua. Entonces Israel
cantó este cántico: "¡Brota, oh pozo! ¡Cantadle!". (Números 21: 16,
17 – RVA). Esto es, en tipo, lo que el Señor dijo a la mujer en el pozo, "Si
tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de
beber", tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva… El
que beba del agua que yo le daré, no tendrá
sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de
agua que brota para vida eterna." (Juan 4: 10, 13, 14 – LBA). ¿Qué es eso?
Pues, amado amigo, es el Espíritu de Dios en el interior del cristiano, en el
alma del creyente, conduciendo ahora tu alma en el disfrute de la vida eterna
hacia lo que es tuyo en el cielo, aunque todavía estés en el desierto. "¡Brota,
oh pozo! ¡Cantadle!" Ese es el Espíritu de Dios llevando el corazón ahora
al disfrute de las cosas celestiales, las cuales realmente son nuestras. Es la
energía del Espíritu Santo en el cristiano. No sirve de nada que yo te diga que
te deshagas de esto y de aquello. Tú nunca lo harás. Lo que queremos conocer es
la libre energía del Espíritu Santo. Él nos ocupará en Cristo, traerá a Cristo
a nosotros, y nos hablará de Cristo. "Reúne al pueblo, y yo les daré agua".
Oh, cuán mucho le agrada a Dios establecer a Su pueblo en la energía y el poder
del Espíritu Santo.
Tú no tienes la serpiente de
bronce sino hasta el final de la historia del desierto de Israel. Esto es mucho
tiempo antes de que nos enteremos de que Dios nos ha desechado, y ello apunta a
quitarnos de en medio. Oh, qué batallas y luchas han pasado las almas al tratar
de deshacerse de la carne. Yo veo aquí, con profundo alivio y agradecimiento,
ese aspecto de la muerte de Cristo en el cual todo lo que soy como hombre en la
carne ha desaparecido, y que he sido reemplazado por el Hombre del corazón de
Dios, el Hombre del cielo, el Señor del cielo. Y es Él, en la energía y el
poder del Espíritu de Dios, el que conduce el alma hacia adelante.
El esfuerzo final del diablo para
impedir que ellos entren en la tierra es presentado en la sección que presenta
a Balaam. (Números capítulos 22-25). Él es contratado para maldecirlos, pero en
realidad los bendice, y en sus notables profecías muestra que ellos son el
pueblo de Dios; separados para Él (Números 23: 9); justificados por
Él (Números 23: 21-23); vistos por Él sólo en orden y hermosura (Números
24: 5-9), y destinados a la victoria y la gloria con Él. (Números 24: 17-19).
Siempre gana aquel que está de parte de Dios.
Balaam era un hombre inicuo pero
sabía que Dios juzgaría el mal, especialmente en Su pueblo, así que "enseñaba
a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas
sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación". (Apocalipsis 2: 14).
Él intentó que ellos se corrompieran
mezclándose religiosa y socialmente con el mundo. Algunos cayeron en el lazo, y
sufrieron el juicio de Dios.
¡Cuántos del pueblo de Dios son
atrapados de la misma manera hoy en día!
En el capítulo 27 las hijas de
Zelofehad indican que por fin hay un deseo de la tierra deseable en
lugar de despreciarla. Ellas reivindican la porción de su padre, y Dios
honra la demanda de la fe. Él siempre ama dar. Por eso Jehová habló a Moisés
diciendo: "Dicen bien las hijas de Zelofehad; ciertamente les darás posesión
de herencia". (Números 27: 6, 7 – VM).
El espíritu que movió a estas
mujeres no animó a toda la congregación pues en el capítulo 32 los hijos de
Rubén y Gad piden que sus familias y rebaños no sean llevados al otro lado del
Jordán, territorio que estaba ahora a la vista de todos.
En
realidad, ellos cayeron en el lazo de Faraón. No quisieron pasar el
Jordán. Vieron que la tierra de Galaad era un lugar agradable y dijeron a
Moisés: «Si nos permites, dejaremos aquí a nuestras esposas y a nuestros pequeños
y el ganado, y pasaremos y te ayudaremos a luchar y luego regresaremos a
ellos». Ah, fue una cosa muy triste, amado. Ellos son como las almas que no se
interesan ahora por las cosas celestiales. Es importante que el alma entienda
esto. Oye tú lo que ellos dicen: "No nos hagas pasar el Jordán". (Números
32: 5). Oh, amados amigos, que Dios nos guarde de pronunciar alguna vez una
palabra como esa. Expresado en lenguaje sencillo, ello es, «yo no quiero entrar
ahora en las cosas celestiales». Ah, ellos habían caído justo en lo que Faraón
propuso y Moisés rechazó. Teniendo Canaán a la vista ellos dicen: «Nos
instalaremos donde estamos». No estaban satisfechos con una tienda, querían una
casa. Sin embargo, cuando el diablo trató de obstaculizarlos por medio de
Balaam, éste dijo una de las cosas más verdaderas y hermosas sobre ellos.:
"¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel!".
(Números 24: 5) Estas tiendas habían estado de viaje durante cuarenta años y
los que en ellas habitaban iban a entrar en la tierra, y Balaam sintió que
ellos entrarían. Pero, por desgracia, estas dos tribus estaban cansadas de la
tienda, y dijeron: «Nos instalaremos». "Edificaremos aquí apriscos para
nuestro ganado y ciudades para nuestros pequeños". (Números 32: 16 - LBA).
Dios les permitió que ellos hicieran lo que querían, y fueron los primeros en
ser llevados cautivos. (Véase 2º Reyes 15: 29). Ah, amados, ¡qué lección en
cuanto a lindar con el mundo y sus resultados!
Pasemos ahora al libro de Josué y
verás la manera en que somos llevados a la bendición que es nuestra. Josué es
el equivalente veterotestamentario de Efesios, así como Efesios es el Josué neotestamentario.
Encontrarás en el capítulo inicial: "Todo lugar que pisare la planta de
vuestro pie, a vosotros lo he dado, como dije a Moisés". (Josué 1: 3 - VM).
Por lo tanto, no es bueno que yo diga que tales cosas o las otras son mías. Es
muy cierto que son mías en Cristo, pero no son mías de manera experiencial a
menos que yo ponga la planta de mi pie en ellas. Es una gran cosa que el alma
vea que ello es celestial. Dios nos ha llamado al cielo. Al cielo pertenecemos
y todo lo que es nuestro está en el cielo. Somos peregrinos pasando a través de
este escenario, pero somos vistos como pertenecientes al cielo.
Para entrar en Canaán Israel
debía cruzar el Jordán, y simplemente debían seguir el arca. "Sin embargo,
dejaréis entre vosotros y ella una distancia de unos dos mil codos (900 metros).
No os acerquéis a ella para saber el camino por donde debéis ir, porque no
habéis pasado antes por este camino". (Josué 3: 4 - LBA). Obviamente yo no
necesito decir que el arca es Cristo. Es Cristo que ha entrado en la muerte,
como pasando por el juicio de Dios, poniendo fin realmente a la historia del
hombre, y venciendo el poder de la muerte. En el versículo 14 ellos desarmaron
sus tiendas en el desierto por última vez. Hasta ese momento tuvieron el
carácter de peregrinos.
Debió ser un momento maravilloso
cuando llegaron al Jordán. Fue un momento maravilloso cuando llegaron al Mar
Rojo, como hemos visto. Ese era un lugar estrecho muy pequeño y entraron en
columnas de a cinco, así también aquí. Cuando el caso fue entrar en el Mar Rojo
se trató de una senda estrecha. Las aguas se levantaban como paredes de
cristal. Pero, cuando llegaron al Jordán no había ni una gota de agua en cuarenta
y ocho kilómetros a la redonda. El Jordán es muerte. Así es con respecto a nosotros,
todo aquello que yo eludía desaparece si veo que la muerte es anulada por
Cristo. El Jordán es muerte, no mi
muerte, sino la de Cristo, y la mía con Él. No es sólo muerte sino que es que
yo tomo conciencia de que Cristo ha entrado en la muerte y la ha anulado, y la
ha vencido. Si tú tomas tu mapa y buscas Saretán (Versículo 16), verás que esta
localidad estaba a unos cuarenta y ocho kilómetros río arriba, y Dios retuvo allí
las aguas. No había nada más que tierra seca a la vista, y leemos, "Los
sacerdotes que llevaban el Arca del Pacto de Jehová, se mantuvieron firmes en
seco, en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando en seco,
hasta que toda la nación acabó de pasar el Jordán". (Josué 3: 17 – VM).
La lección de esto para nosotros
es sencilla. Si el corazón está dispuesto para el cielo, es fácil entrar. Es
maravillosamente fácil entrar en la tierra prometida si sólo tú estás dispuesto
para las cosas celestiales, porque Dios quita todo obstáculo, y Él ama hacer
que los corazones de Su pueblo habiten en el disfrute de lo que Él ha hecho que
ellos sean ahora en Cristo.
"Cuando toda la gente hubo
acabado de pasar el Jordán, Jehová habló a Josué, diciendo: Tomad del pueblo
doce hombres, uno de cada tribu, y mandadles, diciendo: Tomad de aquí de en
medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce
piedras, las cuales pasaréis con vosotros, y levantadlas en el lugar donde
habéis de pasar la noche". (Josué 4: 1-3). Se trató del testimonio de
dónde había estado el arca. Yo no dudo que las doce piedras son el memorial. Es
semejante a lo que el partimiento del pan es para nosotros.
Pero además, "Josué también
levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies
de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí hasta hoy".
(Josué 4: 9). La colocación de estas doce piedras expresaba el conjunto de la
compañía. Lo que éramos, por así decirlo, está todo bajo las aguas de la
muerte. Yo aprendo que en la muerte de Cristo soy libre para despedirme de mí
mismo. Soy una persona muerta y resucitada, y tengo vida en un Cristo
resucitado, pero, Dios mantendrá siempre viva en mi memoria la forma en que yo he
sido llevado a la bendición y a la asociación con su Hijo. Para este fin creo
que nos ayuda mucho el partimiento del pan. "Y Josué erigió en Gilgal las
doce piedras que habían traído del Jordán". (Versículo 20). Esas piedras quedaron
como el testimonio eterno de una obra consumada, tal como nos habla el
partimiento del pan.
Y ahora lo siguiente es que ellos
son conscientes de haber pasado el Jordán. Y, amados, es algo inmenso
que el alma esté segura de esto de manera consciente. Esa alma es una
persona que puede decir verdaderamente, «Yo sé que estoy muerto y resucitado».
¿De manera experiencial? «Sí, ciertamente. El asunto es que yo tengo en el
fondo de mi alma el sentido de que estoy en asociación con Aquel que ha
resucitado». Por medio de la gracia estamos ocupados en un Cristo resucitado
durante toda la semana, y luego, en el partimiento del pan, durante esos
momentos nuestros corazones son conmovidos de nuevo con el sentido de Su muerte
y de todo lo que ella implicó para Él y para nosotros.
Cuando Israel llegó a Gilgal
aprendió una nueva lección. Gilgal fue el lugar del juicio propio. Allí ellos fueron
circuncidados (Josué 5: 2-9). Tú no puedes cortar la carne en la energía de la
carne. Ellos fueron un pueblo muerto y resucitado en figura antes de ser
circuncidados. Y tú nunca encontrarás a un cristiano capaz de andar de manera
práctica en el poder de lo que esto saca a la luz hasta que él sepa que está
ante Dios en la vida de Otro. ¿De dónde obtenemos esta verdad? Pienso que la
tenemos en la epístola de Pablo a los Colosenses.
Ahora, nuevo cristiano, considera
el tercer capítulo de la epístola a los Colosenses. El segundo capítulo dice:
"En el cual también fuisteis circuncidados con una circuncisión hecha sin
mano, desvistiéndoos enteramente del cuerpo de la carne, por medio de la
circuncisión de Cristo". (Colosenses 2: 11 – VM). Yo acepto para mí la
circuncisión de Cristo. He sido apartado. Lo acepto. Ahora tú estás en novedad
de vida. ¿Qué es lo siguiente? "Siendo, pues, que habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de
Dios". (Colosenses 3: 1 - RVA). ¡Cuán preciso! Donde Cristo está. "Ocupad
la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra". (Colosenses 3: 2
- RVA). Observa que aquí es la tierra, no exactamente el mundo, eso
es Egipto. Si mi mente está en las cosas de la tierra claramente yo no soy
celestial. Ese es el asunto. Yo puedo encontrar cristianos mundanos, y
cristianos terrenales, y por otra parte puedo encontrar almas que son celestiales.
Ah, qué alegría es llegar a estar junto a una persona celestial.
Y ahora la siguiente palabra es:
"Ya moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios… haced
morir pues vuestros miembros que están sobre la tierra". (Colosenses 3: 3-6
- VM). Es decir, que yo debo mantener, de manera práctica, todo lo que es del
primer hombre en el lugar de la muerte. Ese es nuestro Gilgal. "Y Jehová
dijo a Josué: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto; por lo cual el
nombre de aquel lugar fue llamado Gilgal, hasta hoy" (Josué 5: 9). Ellos
desecharon aquello que es la marca de un hombre que vive para este mundo. Que
un hombre celestial sea mundano es su descrédito. Él necesita ir de nuevo a Gilgal.
Y tú observarás después que Israel siempre tuvo que regresar a Gilgal. Así
debemos hacerlo nosotros. Después de la victoria o de la derrota, Gilgal, — el
juicio propio, — es nuestro único recurso, si hemos de progresar en la vida
divina.
"Y los hijos de Israel
acamparon en Gilgal, y celebraron la pascua a los catorce días del mes, por la
tarde, en los llanos de Jericó". (Josué 5: 10). Ellos están fuera de
Egipto y en Canaán. La promesa de Dios se cumple fielmente y Su propósito es
llevado a cabo; aunque todavía no se posee nada de Canaán, ni se obtiene
ninguna victoria. A menudo he pensado de qué manera Caleb y Josué debieron
haber disfrutado aquella pascua. Ellos la habían comido en Egipto y, además,
habían celebrado la pascua en el desierto (véase Números9: 1-14); pero estoy
seguro que ellos disfrutaron de ésta mucho más que de la primera, o de la
segunda. Cuando comieron la segunda, es posible que dijeran uno al otro, «Me
gusta mucho más ésta que la de Egipto. Temíamos bastante a Faraón en aquel
entonces pero ahora él ha desaparecido y nosotros estamos de camino a la tierra».
Sí, en efecto, pero incluso entonces ellos no estaban en ella. Allí estaba
reservado lo que era mejor para la fe. Pero ahora ellos se sientan y comen la
pascua en la tierra. La comen con alegría celestial. Así lo hacemos nosotros si
hemos sido enseñados divinamente. Nuestras almas, disfrutando plenamente de
descanso celestial y de asociación con Cristo, se alimenta de aquello que es lo
primero que nos dio el sentido de la gracia de nuestro Dios. Creo que Caleb y
Josué disfrutaron plenamente de esa pascua, y si tú y yo estamos realmente
sobre el Jordán, disfrutaremos el partimiento del pan de una manera
maravillosa.
"Al otro día de la pascua
comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día
espigas nuevas tostadas". (Josué 5: 11). Sí, ellos habían alcanzado a
Cristo en gloria. Es de Cristo, conocido ahora en gloria, del que el alma se
alimenta. El tercer capítulo de la epístola a los Filipenses es el fruto de la
tierra. Es Cristo conocido donde Él está ahora. "El maná cesó el día
siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra; y los hijos de
Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de
Canaán aquel año". (Josué 5: 12). Pero comer el maná es muy importante para
nosotros. Es Cristo humillado en la vida humana aquí, y nosotros como
peregrinos, encontrándonos en las circunstancias por las que Él pasó, nos
alimentamos de Él y de Sus modos de obrar de gracia. Eso es maná. Si yo no me
alimento de maná, ciertamente no seré un peregrino constante (un peregrino es
alguien que va a un punto fijo), y si no me alimento del fruto de la tierra, no
seré un guerrero vigoroso. Necesitamos ambas cosas. Ellos tuvieron ambas cosas,
y tanto el maná como el fruto de la tierra han de ser nuestro alimento diario. Ellos
participaron allí de "panes sin levadura" y de "espigas
nuevas tostadas", y que Dios nos permita alimentarnos de lo mismo, y así
entrar más y más en el disfrute de lo que es nuestro, como resucitados con
Cristo.
"Estando Josué cerca de
Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía
una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de
los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como Príncipe del
ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro
en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe
del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque
el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo". (Josué 5: 13-15). El príncipe
del ejército del Señor es el propio Jehová. Con la espada desenvainada en la
mano Él los conduciría ahora a la victoria; pero, "Quita el calzado de tus
pies, porque el lugar donde estás es santo", nos recuerda que la santidad conviene
a Su presencia ahora igual que cuando Él vino a redimir a Su pueblo (Éxodo 3: 5).
Si yo voy a entrar en los gozos y asociaciones celestiales con Cristo, y voy a ser
llevado a la victoria, debe haber, por así decirlo, el hecho de quitarme el
calzado, sacar el pie de aquello que ha tocado la tierra. Si te quitas el
calzado el pie será limpio. Dios tendrá santidad en aquellos que a Él se
acercan.
Es maravilloso a lo que Dios, por
medio de su Espíritu, llevará nuestras almas a entrar si nos rendimos a Él. El
hombre que más conoce acerca del cielo dirá, tal vez, lo mínimo acerca del
cielo, pero él lo disfruta y vive allí.
Concluiremos aquí, entonces, nuestro
estudio de la historia temprana de Israel. Ellos están en la tierra que
fluye leche y miel, alimentándose del fruto de la tierra, — lo que crecía en la
tierra, — y tienen al propio Jehová como líder de ellos para futuras victorias.
Que Dios guíe a cada uno de
nosotros para responder a esto en la historia de nuestras almas. Hemos de
sabernos resucitados con Cristo; entonces nos alimentamos de Cristo, y vamos a
ser conducidos por Él a la victoria sobre todos los enemigos que se oponen a
nuestra adquisición y a nuestro disfrute de la vida y bendiciones celestiales.
W. T. P. Wolston
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Agosto 2021.
Otras versiones de La Biblia usadas
en esta
traducción:
LBA = La Biblia de las Américas,
Copyright
1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909
Actualizada en
1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).
VM = Versión Moderna, traducción
de 1893 de H.
B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).