EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

LA IGLESIA DE DIOS EN RELACIÓN CON LA VENIDA DEL SEÑOR (William Kelly)

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La Iglesia de Dios en Relación con la Venida del Señor

 

Cuarta Conferencia acerca de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo

 

William Kelly

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito

 

Lectura Bíblica:

"Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras".

Tito 2: 11-14

 

En una ocasión anterior hemos visto el lugar primordial que ocupaba Israel en los propósitos terrenales de Dios. Los ojos de Jehová descansaban continuamente sobre la tierra de ellos. Aunque en el aspecto externo Israel perdió su lugar durante una temporada y esa misma tierra ha sido por una temporada el escenario de continua devastación y del triunfo gentil sobre el antiguo pueblo de Dios, sin embargo Dios mismo nunca ha renunciado a Su plan, — Él sólo ha aplazado esa firme y primera intención Suya en lo que concierne a la tierra. Porque toda esperanza para el mundo, toda aproximación a la bendición universal sobre los gentiles no sólo está ligada a la restauración de Israel en su propia tierra sino a su conversión a Dios en esa tierra.

 

Al explicar el tema de los judíos y de los gentiles ya ha sido señalado que existe una inmensa brecha en apariencia, y de hecho, en realidad, en los modos de obrar de Dios, una brecha que la palabra de Dios había propiciado y predicho. Durante esa interrupción transitoria del plan original de gobierno ha habido una aplicación importantísima de otras verdades y ha salido a la luz otro sistema completamente distinto de la idea normal de Israel como centro de las naciones de la tierra. Si bien Dios rehúsa reconocer a los judíos como Su pueblo Él ha transferido el poder y la autoridad terrenales a las grandes monarquías gentiles. Esto tendrá consecuencias de muy profundo interés porque cuando el Señor venga y retome los planes gubernamentales que por el momento habían quedado en nada, planes totalmente frustrados por la infidelidad tanto de judíos como de gentiles, Dios entregará, si se me permite decirlo así, estas tablas quebradas a Su Hijo el cual restituirá en Su venida y reinado, primero a Israel, o más bien se restituirá a Sí mismo como su Rey, el verdadero Mesías de Israel, el manantial y el cauce de bendición en todo el pueblo escogido de Dios que en aquel entonces será capacitado por la gracia para ello y así hará que el cauce de bendición fluya alrededor entre todas las naciones; pero además de esto Él cumplirá en Su propia persona la otra y mayor gloria que responde a la exaltada cabeza del mundo gentil. De este modo los dos cauces de bendición fluirán pacíficamente alrededor del Señor Jesús, el centro, por así decirlo, de dos círculos concéntricos que luego se expandirán para Su gloria y llenarán el mundo con la bendición divina. Él es el Hijo de David para el círculo más pequeño y que de los dos es inferior. Él es el Hijo del Hombre para el círculo más amplio, el gobierno que todo lo abarca que en aquel entonces será establecido bajo todo el cielo y no sólo sobre la tierra de Judea. El gobierno de los cielos en Su persona incluirá a todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas y asegurará así la justicia y la paz a través de toda la tierra.

 

Tenemos ahora ante nosotros otro tema de un interés aún más excepcional especialmente para aquellos que saben que son miembros del cuerpo de Cristo. Mi tarea será mostrar que así como hay algo aún más terrible que el abuso del poder terrenal por parte de los gentiles, abuso de poder que en el momento destinado Dios juzgará y reemplazará por el Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo para establecer Su propio reino universal, así también hay una bendición incomparablemente más excelsa que cualquier cosa relacionada ya sea con judíos o gentiles y enteramente distinta. Para revelar este secreto Dios en Su sabiduría seleccionó aquel momento cuando la ruina del hombre y del mundo era evidentemente completa. No sólo estaban el judío rebelde e idólatra y el gentil que presuntuosa y profanamente negaba la fuente de todo su poder; sino que cuando Jesús estuvo en este mundo, cuando no sólo estaba la ley, la medida del deber humano hacia Dios, pero la plenitud de la gracia y la verdad divinas vinieron en la persona de Jesús, el unigénito Hijo del Padre. Y cuando la perfecta benignidad divina manifestada en Él fue aborrecida por el hombre y atrajo su feroz y creciente oposición hasta la muerte, muerte de cruz, fue entonces cuando Dios se complació en sacar a la luz una cosa nueva. Ya no era lo que estaba relacionado con la tierra, ni siquiera Su propia aparición desde el cielo para controlar y gobernar la tierra sino que era Aquel que rechazado por la tierra ascendió a los cielos y fue allí no como persona privada sino como persona pública sobre la base de la redención ahora consumada. Él "mediante [o en virtud de] su propia sangre" entró en el cielo. Esa sangre, o más bien la persona de Aquel que la derramó en la cruz y resucitó se convirtió en el fundamento de la Iglesia de Dios. Fue una obra realizada en la tierra pero infinita en sí misma y en sus resultados. Fue una obra que sacó a relucir la profundidad de lo que Dios es en santa gracia para el hombre pecador, aquello que es la base de Su justicia al justificar al creyente. Pero más que esto: Dios resucitó a Cristo de los muertos y Le estableció, no en algún trono terrenal, ni siquiera en un trono celestial en conexión con la tierra, sino a Su diestra en los lugares celestiales muy por encima de todos los principados y potestades, como " el principio, el primogénito de entre los muertos". (Colosenses 1: 18).

 

Esto no tenía precedentes. ¿Cuándo se había visto antes algo ni remotamente parecido a ello? La misericordia no era cosa nueva; las promesas no eran nuevas y menos aún era cosa nueva el reino preparado desde la fundación del mundo para los benditos del Padre. Ninguna de estas cosas era un misterio. Por el contrario Dios mostró misericordia a Adán caído y a sus hijos, dio promesas a Abraham, Isaac y Jacob, preparó un reino, como sabemos, para los fieles de las naciones, por no hablar de Sus tratos con Israel; pero, ¿cuándo tuvo Él un hombre exaltado por encima de todos los cielos? ¿Cuándo hubo Uno que entró allí con un sacrificio perfectamente eficaz y en vida resucitada ante Él mismo como cabeza de un nuevo sistema, cabeza de un cuerpo en la tierra? Hasta aquel momento no había habido nada por el estilo. Lejos de eso, se nos dice expresamente en la palabra de Dios que se trata de un "misterio" o secreto (pues éste es el significado de la palabra), que Dios ocultó, no en la Biblia, sino en Sí mismo, un secreto sólo ahora revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu. Podía haber tipos o sombras que cuando este secreto se hizo manifiesto se encontró que recibían una respuesta en algunas de sus partes o elementos. Pero como un todo ello era una cosa absolutamente nueva nunca dada a conocer ni por el hombre ni al hombre hasta que el Señor Jesucristo subió al cielo y envió el Espíritu Santo. Así, por lo tanto como el fundamento del misterio no era sólo una persona divina sino Él como hombre, muerto y resucitado, así iba a haber otra persona divina enviada por el Padre y el Hijo a la tierra para comunicar el conocimiento, hacer efectiva la bendición y llevar a las almas al disfrute de la infinita gracia de Dios en Cristo así como de la gloria que Le es propia. Esta es la Iglesia de Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu Santo; tal es su porción incluso ahora.

 

Por consiguiente ustedes comprenderán que cuando nosotros hablamos de la Iglesia de Dios ahora, cuando leemos acerca de ella en la Biblia no debemos suponer que es un mero conjunto de individuos que han sido regenerados por el Espíritu y confían en Cristo para salvación. Nunca hubo un tiempo desde que el pecado entró en el mundo en que Dios no obró en almas. Nunca habrá un tiempo tal hasta los cielos nuevos y la nueva tierra; pero habrá una línea de tales creyentes en la tierra. Hablamos ahora de lo que Pentecostés contempló, — una visión absolutamente nueva, sí, ni siquiera revelada en las Escrituras. El testimonio del Nuevo Testamento es abundante, explícito y decisivo acerca de ello. Unas pocas observaciones pueden tender a aclarar esto. En el gran cuerpo del Antiguo Testamento tenemos al judío mantenido por institución de Dios enteramente distinto del gentil, sin duda alguna en cuanto al carácter del judío o a la fe del gentil. Obviamente hubo creyentes entre los judíos tal como hubo creyentes ciertamente y de vez en cuando entre los gentiles. La palabra de Dios demuestra esto de modo que ello no debiese ser motivo de debate o de duda porque se trata de un hecho en Sus modos de obrar y una certeza en Su palabra.

 

Pero antes los creyentes no formaban un solo cuerpo; más aún, en los tiempos del Antiguo Testamento una cosa tal nunca fue prometida ni se pensó en ella, a saber, como que alguien formara parte del cuerpo de Cristo. No sólo ninguno de los santos cuya experiencia nos es presentada tan ampliamente en la ley, los Salmos y los profetas habla jamás así, sino que ningún profeta contempla jamás nuestra propia unicidad con el Señor. El intento de aplicar así la expresión de Isaías 26: 19: "¡Vivirán tus muertos; los cadáveres de mi pueblo se levantarán!" (Isaías 26: 19 – VM), es (si se puede decir así sin ofender) un evidente despropósito. La Iglesia no es un cuerpo muerto sino que está expresamente en unión viviente con la Cabeza. A nosotros se "nos dio vida juntamente con Cristo" (Efesios 2: 5). Es un abuso indecoroso permitir que por un momento se supusiera que el Espíritu Santo que mora en la Iglesia llena un cuerpo que es un mero cadáver a la vista de Dios. Como puede ser visto en otro momento más ampliamente la verdad es que en este versículo Dios habla por medio de Su profeta al pueblo judío y que ellos como bien sabemos por muchas partes de la palabra de Dios son tratados como completamente muertos. No es que Dios no los resucitará del sueño de la muerte pero así como el Señor al ir a resucitar a la hija del hombre principal judío trató con la que dormía (Mateo 9: 18-26), así será con el pueblo judío en breve. Pero la Iglesia nunca es descrita así bajo ninguna circunstancia pues ella no tenía ninguna relación con Dios antes de ser llamada por gracia a la unión viviente con Cristo. Y yo me atrevo a preguntar: ¿en qué sentido ella podría haber sido alguna vez descrita como Su cuerpo muerto? Además Jehová habla así del cuerpo muerto de Israel. En Isaías 26 no se trata de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, de la Cabeza viva en el cielo como tampoco en Ezequiel 37, Daniel 12 y Oseas 6 (compárese, para los asirios, Nahum 3: 18, y para el mundo, Romanos 11: 15.) La relación que Israel tenía con Jehová era la de Su pueblo, relación que perdió bajo una ley quebrantada y un Mesías rechazado hasta que la misericordia divina volvió a levantarlos como de la tumba y Jehová los poseyó como Suyos: "¡… los cadáveres de mi pueblo se levantarán!"

 

Además yo llamaría a que presten ustedes atención a esto. Ya ha sido demostrado que el paréntesis de juicio existe en los tratos de Dios con Israel durante el cual la descendencia literal ha perdido por un tiempo su posición y título de pueblo de Dios en la tierra; a saber, desde el cautiverio babilónico hasta que el Salvador acogido en sus corazones en el nombre de Jehová reaparezca y los reconozca y establezca Su reino en medio de ellos con poder y amor visibles. Además hay otro paréntesis que puede ser llamado el paréntesis de la gracia. Este comienza con Jesús rechazado hasta la cruz y resucitado de los muertos; pero no todavía juzgando a Israel y a los gentiles que han sido culpables de ese vil pecado de rechazarle y darle muerte. Es Jesús resucitado y asumiendo un nuevo lugar en la más plena misericordia en el cielo no sólo enviando a todas partes el mensaje de gracia a pecadores en la tierra sino que el Espíritu Santo mismo es enviado abajo uniendo a aquellos que ahora creen en Su nombre tanto a Cristo como unos a otros, miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos, bautizados así por el Espíritu y constituidos en un solo cuerpo incluso ahora primero en la tierra pero ciertamente para nunca ser separados en el cielo. Pero además se ve por primera vez en la tierra ese extraño espectáculo y esa maravillosa realidad de la gracia divina, a saber, el judío y el gentil unidos en el común terreno de la unión con Cristo por el Espíritu Santo.

 

Y ¡qué poderosa preparación para esta nueva obra de Dios! La redención consumada, el perdón y la justificación disfrutados, el acceso al Lugar Santísimo dado, la vida resucitada y la filiación dadas a conocer, el sacerdocio terrenal, los sacrificios, el templo, todo lo que estaba relacionado con esa mera escena visible y tangible aquí abajo desapareciendo por completo, y estos santos no sólo individualmente en posesión de los privilegios aquí nombrados sino unidos como un solo cuerpo a Cristo el Señor a la diestra de Dios conscientes de la unión de ellos con Él, esperando que Él los tome a Sí mismo para estar con Él en aquel cielo donde ellos Le conocen y al cual sus corazones se vuelven continuamente como siendo el hogar y la porción propios de ellos, — de ellos porque Él, Cristo, el cual es la vida de ellos está allí. Nada de esto existía o podía existir en los días que precedieron a Pentecostés: ni siquiera la incredulidad puede negar esto aunque muestre su ciega vileza tratándolo todo como una mera cuestión de diferencias circunstanciales. Por lo tanto se trata estrictamente de lo que yo he denominado un paréntesis de gracia porque se extiende desde la ascensión de Cristo al cielo y termina con Su regreso desde el cielo para recibir a los que Le están esperando en la tierra. Pero cuando el Señor renueve Su conexión con los judíos y establezca Su reino, el reino de los cielos sobre la tierra en el siglo venidero, no habrá tal hecho como una cabeza en el cielo ni por consiguiente santos en la tierra unidos en relación alguna con Él como Su un solo cuerpo por el Espíritu Santo enviado desde el cielo.

 

¿Es que no habrá tal bendición como el Espíritu Santo derramado en aquel entonces? Ciertamente la habrá pero debemos recordar que antes de que viniera Cristo el Espíritu Santo siempre había estado en acción porque no hubo ningún acto de Dios en el mundo antiguo desde la creación hasta la presencia y partida de nuestro Salvador sin la acción del Espíritu Santo. No importaba lo que pudiera ser, juicio, misericordia, poder, habilidad o sabiduría, Él era siempre la Persona activa de la Trinidad. Suyo es eternamente el tratar con el alma o el cuerpo. Yo no digo que Él sea el objeto ante ellos: la gracia de Dios nos ha presentado esto en Jesucristo el Hijo; pero el Espíritu Santo es el agente interno que actúa sobre los hombres y en los hombres y es el poder que efectúa ya sea en la creación, la providencia, la redención, el gobierno, o en cualquier otra cosa que Dios realiza en la tierra. No sólo la acción normal del Espíritu permanecerá sino que en el milenio habrá un derramamiento del Espíritu de Dios aún mayor que nunca. En efecto, ¡cómo podría ser de otro modo en el día en que nuestro Señor Jesucristo gobernará la tierra y hará que la bendición fluya como un río por todas partes! Nosotros sabemos que el Espíritu será derramado sobre toda carne. (Joel 2).

 

Habrá una difusión del bien en poder por todo el mundo mucho más rica al menos en extensión de lo que jamás se ha experimentado aquí abajo. Pero en los aspectos más importantes no será el mismo carácter de bendición que el de ahora. Cristo habrá venido una vez más en persona y gobernará visiblemente el universo. Sería presuntuoso y vano que alguien intentara definir los detalles pero tenemos con la garantía de la palabra de Dios la seguridad de que nuestro Señor Jesús vendrá, se sentará como Sacerdote en Su trono, reinará en justicia sobre la tierra, y será así cabeza no sólo de Israel sino también de los gentiles. Todo esto es cierto y junto con ello nosotros encontramos nuevamente tanto una tierra como un pueblo peculiarmente santos y especialmente cercanos al gran Rey. Un poco más lejos tenemos también a otros, reconocidos y bendecidos. Es decir, tenemos judíos y gentiles separados como antaño. Yo no quiero decir que las cosas se reanudarán absolutamente según lo que era bajo el sistema levítico porque el nuevo pacto y el Mesías reinando en gloria implican grandes diferencias. Sin embargo habrá ciertos asuntos fundamentales de comunidad entre ambos.

 

Al mismo tiempo Dios, habiendo hecho que la corriente de bendición fluya hacia los gentiles, Él nunca se apartará de Su gracia excepto en la ejecución de juicio sobre los adversarios. Con independencia de cuál sea la bendición de Israel en el milenio Él permanecerá fiel con respecto a que los gentiles han de regocijarse con Su pueblo. Pero por otra parte esto es en sí mismo una cosa muy diferente de que esto sea la realización actual de ello en la Iglesia en la que las distinciones entre judíos y gentiles desaparecen, y los que ahora creen son hechos por el Espíritu Santo que mora en ellos miembros del Hombre exaltado resucitado, miembros de Cristo Jesús en el cielo, siendo el Espíritu Santo no sólo derramado sino enviado personalmente. La misión del Consolador que ha descendido en persona desde el cielo es la verdadera diferencia entre la acción del Espíritu Santo ahora en comparación con los tiempos del Antiguo Testamento o con la bendición generalizada de la que la Escritura asegura a través de Él en el futuro. Por eso la presencia del Espíritu Santo enviado personalmente desde el cielo (1ª Pedro 1) subsiste ahora de una manera tal que no era cierta antes de Cristo y como no lo va a ser después de que Él venga a reinar sobre la tierra.

 

La verdad de esto (precioso como pueda ser el derramamiento del Espíritu en el futuro), tal como  ha estado a menudo ante nosotros en varias formas así aparecerá desde muchas de las Escrituras que se presentarán ante nosotros en el curso de estas conferencias. De hecho, cualquiera que conozca familiarmente la Palabra de Dios admitirá (y cuanto más profundamente la conozca más fácilmente verá y admitirá) que al expresar lo que he dicho antes yo he tenido ante mis ojos un vasto conjunto de pruebas Escriturarias al hacer estas observaciones generales.

 

Algunas consecuencias muy importantes emanan de esta revelación de la Iglesia de Dios acerca de las cuales y acerca de las esperanzas que son propias del cristiano diré ahora algunas palabras. La declaración de la verdad en cuanto a esto expondrá por sí misma aquello que ella necesariamente debe desterrar e invalidar, a saber, las infundadas expectativas terrenales que han sido asociadas con la Iglesia porque su carácter celestial era desconocido. Mi objetivo es demostrar y hacer evidente que estas verdades no son meramente importantes en sí mismas sino que llevan consigo efectos prácticos no sólo para nuestro andar exterior sino también para los afectos y la disciplina interior del alma.

 

En primer lugar por todo lo que se acaba de formular en cuanto a la Iglesia de Dios yo apelo al Nuevo Testamento como un todo y a cada pasaje que trata de la Iglesia en detalle. Permítanme señalar también los patentes hechos del Antiguo Testamento en contraste con lo que no se puede negar que es la enseñanza del Espíritu Santo en el Nuevo. Si estas cosas son así permítanme preguntar en qué medida nuestras almas entran en este asombroso lugar de santa intimidad y cercana relación con nuestro Dios y Padre así como con Cristo nuestro Señor. ¿Hemos sopesado lo que sucede con aquellos que incluso ahora son uno con Cristo, miembros de Su cuerpo, quienes tenemos el propio Espíritu Santo mismo morando en nosotros? Ustedes habrán notado de qué manera en la Escritura se asume que esta relación con Dios y con Cristo en el poder del Espíritu supone que somos conscientes de nuestra unión con Cristo. Por otra parte, ¿Cómo es que puede haber miembros del cuerpo de Cristo que no tengan tal comprensión de la bienaventuranza de ellos? El triste hecho es que el mayor daño ha sido hecho a las almas al mezclar las esperanzas, la experiencia, los pensamientos y también los sentimientos que son producidos por la revelación de Cristo y de la Iglesia con la experiencia, las expectativas y los modos de los tratos de Dios inherentes a los santos del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento es tan divino como el Nuevo; no hay parte en él que no sea de Dios. Por lo tanto nadie puede debilitar o infravalorar debidamente una palabra de ninguno de los dos. Pero ellos no son lo mismo. No sólo se diferencian en medida o grado sino en carácter. ¿Hay aquí algún corazón que se irrite por esto? ¿Hay quienes sienten que es indebidamente violento el hecho de afirmar que en su propia naturaleza la Iglesia de Dios es una cosa absolutamente nueva y celestial? Permítanme preguntar a los tales, ¿Acaso no es digno de Dios poner dignidad sobre Su Hijo, — Su Hijo crucificado en la cruz? ¿No es digno de Dios que cuando todo lo que el Antiguo Testamento nos condujo a esperar en relación con el Mesías fue bruscamente desbaratado en la cruz cuando el judío y el gentil rivalizaron mutuamente en aborrecer y despreciar a Su Hijo? — ¿Acaso no es digno de Él y debido a Su propio Hijo que Él haga que aquel momento de todos los demás sea uno para sacar a la luz los consejos escondidos en Él mismo desde la eternidad, que son los únicos que implican y manifiestan un valor adecuado para Jesús y para Él crucificado, para el Hijo de Dios que había colgado en vergüenza, dolor y padecimiento juzgado por el pecado incluso por Dios mismo, sí, por nuestros pecados?

 

Si la tierra Le rechazó, ¿qué hizo el cielo? El cielo se abre y Le recibe. El cielo se había abierto antes cuando Jesús estaba aquí y ahora se abre una vez más no sólo para testificar de la complacencia de Dios Padre en el Hijo mientras Él caminaba en la tierra sino de cuál fue el sentimiento de Dios Padre acerca del Hijo cuando Él habiendo sido crucificado Él fue levantado de los muertos. Ello se convirtió además en un asunto acerca de lo que Dios haría por Su Hijo. ¿Qué podía Dios hacer por Él en aquella naturaleza en la que había sido despreciado y había padecido hasta el extremo? Él Le sentó "a su diestra en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad". (Efesios 1: 20, 21 – VM). ¿Fue eso suficiente? No fue suficiente. Tomen ustedes a los peores, al más vil de los hombres y Él demostrará quién es el Hijo; mostrará cuál es el valor de esa cruz; mostrará el poder de la sangre preciosa para limpiar de todo pecado; Él mostrará cuál es para ellos el poder de esa vida que está en Él. La consecuencia es que entonces Dios saca a relucir consejos que antes Él había mantenido en secreto. Él había prometido la tierra a Israel; había asegurado bendición a los gentiles por medio de Israel y en ellos y todo estaba necesariamente relacionado con Cristo y dependía de Él porque era sólo así que Israel o las naciones podrían ser bendecidos. Pero, ¿a quién había prometido Él los cielos? En lo que al Antiguo Testamento respecta todo podría haber parecido reservado para Dios mismo. No, Él coloca primero al Segundo hombre muy por encima de los cielos pues la maravillosa verdad es que ello no es meramente en Cristo visto como el Hijo eterno, que obviamente Él lo era, sino que lo que ahora resplandece en la verdad es que toda la gloria es conferida al hombre. Es en la naturaleza humana que Cristo es resucitado y exaltado al lugar más prominente del cielo. Que todos los ángeles de Dios Le adoren.

 

No fue suficiente que Jesús estuviera así personalmente en el cielo pero, ¿cuál fue el valor de Su obra? Esa obra fue por el pecado; fue por los pecadores; fue también para la gloria de Dios vindicando Su carácter en todos los aspectos acerca del pecado; y ahora el pecado, terrible como es y destructivo sin Cristo, se convierte en la ocasión para que Dios muestre de qué manera Cristo y la obra de Cristo y la sangre de Cristo triunfan sobre todo rastro y efecto del pecado. La consecuencia es que Dios puede sacar a la luz ahora el maravilloso y oculto consejo de que todo aquel que cree en Cristo no sólo es salvo, no sólo se le da vida, es perdonado, es justificado, sino que tiene el Espíritu Santo morando en él. El Espíritu Santo lo une así a Cristo.

 

Advirtamos cuidadosamente a los que oyen o leen. Ustedes encuentran a menudo a personas que hablan acerca de estar unidos a Cristo por medio de la fe. Esta es una frase desafortunada. No existe tal cosa como estar unido por medio de la fe. Es el Espíritu Santo dado personalmente quien une a Cristo. Es el vínculo de Uno que es divino y no meramente un vínculo de fe. Se admite que la fe es don de Dios. Es producida por el Espíritu Santo, obviamente; pero, amados amigos, para formar una unión entre Cristo y los hombres en la tierra se necesita mucho más además de todo esto. Si esto es así ello barre evidentemente y de inmediato las teorías de los hombres acerca de la Iglesia de Dios. Según la Escritura Su asamblea en el Nuevo Testamento no está compuesta exactamente por creyentes sino por creyentes que viven ahora que el Espíritu Santo descendido del cielo los bautizó en un solo cuerpo. El Espíritu Santo es dado ahora como el sello de la redención y las arras de la herencia. No había tal estado de cosas antes de que Cristo muriera, resucitara y fuera al cielo. El Espíritu regeneraba o daba vida a almas dándoles fe en Cristo pero Él no podía ser el sello hasta que la redención fuese consumada, de lo cual Él es el sello. Por otra parte no habrán arras de la herencia cuando la herencia de la gloria misma haya llegado. Nosotros tenemos allí los dos extremos, por así decirlo, a cada lado de la Iglesia puestos completamente fuera de la vista y de la estimación. Cuando la gloria de Dios ilumine a Sión, cuando el conocimiento de Su gloria llene la tierra como las aguas cubren el mar habrá llegado el momento de que los coherederos tomen con Cristo la herencia. ¿Dónde estaría la necesidad o la sabiduría de unas "arras" cuando la herencia misma es disfrutada? La verdad es que en aquel entonces el Espíritu Santo ya no actuará de esta manera en absoluto. Él es ahora el Consolador o Patrono; Él intercede ahora por nosotros, sí, en nosotros, con gemidos que no pueden explicarse con palabras. (Romanos 8: 26 – VM). ¿Por qué? Los santos están en aflicción y prueba; se supone que ellos siempre están padeciendo y sin embargo esperando reinar con Cristo; pero cuando el Señor reine, cuando la tierra sea bendecida y el enemigo atado la acción del Espíritu Santo asumirá, obviamente, una forma en concordancia con un cambio tan completo. No habrá necesidad alguna de dar un sello divino a los gemidos de los hombres en la tierra cuando realmente no haya más que gozo, alegría, paz y justicia en todas partes. Cuando todo resplandece así y el mal es mantenido alejado no es la ocasión para que Uno como Él venga a consolar el corazón con la esperanza de futura bienaventuranza y gloria en lo alto. Se trata claramente de otro carácter apto para el nuevo estado de cosas como lo demuestran abundantemente las Escrituras.

 

Por lo tanto la Iglesia difiere esencialmente de los santos del Antiguo Testamento aunque ellos fueron tan verdaderamente regenerados como nosotros y con la misma certeza miraban a Cristo y descansaban únicamente en Él; de lo contrario no serían santos en absoluto. Así, en el milenio también habrá claramente un conocimiento divino de Dios en Cristo, con juicio propio o arrepentimiento ante Sus ojos en cada uno que sea nacido de Dios. El hecho de que Cristo será mostrado en aquel entonces en gloria no desechará la necesidad de la operación del Espíritu en el alma más que cuando Cristo estaba en la tierra. Además, como antes, el Espíritu de Dios tenía que obrar con poder vivificante. Sin embargo, ¿quién puede negar que el Señor Jesús insinuó claramente a los discípulos (quienes Le habían recibido, habían creído en Su nombre y habían nacido de agua y del Espíritu) que alguna bendición adicional les iba a ser conferida en breve, bendición que ellos no habían recibido aún; que era conveniente para ellos, no sólo para Él, que Él se marchase (pues de lo contrario el Consolador no vendría); y que cuando Él se marchase enviaría el Parákletos para que estuviera en ellos para siempre? Todos podemos comprender que era conveniente que Cristo entrase en Su gloria en lo alto pero también era conveniente para ellos. La conveniencia radicaba en que de lo contrario ellos no podrían tener el Espíritu Santo en esa forma personal en que Él iba a ser dado y enviado desde el cielo. Cristo subió y el Espíritu Santo descendió y ahora, desde aquel día hasta hoy, el Espíritu Santo mora en cada creyente que descansa en la redención en Cristo y Él mora también en la Iglesia de Dios. (Juan capítulos 14-16; 1ª Corintios capítulos 3,  6 y 12; 2ª Corintios 6).

 

Yo me desviaría de mi objetivo actual si entrara en las influencias eclesiásticas de este importante asunto tales como el hecho de reunirse y la adoración de los hijos de Dios. Ahora estoy viendo a la Iglesia en conexión con los modos de obrar de Dios como para desarrollar el fundamento de su esperanza distintiva. Visto como ello puede ser visto es evidente que hay una creación enteramente nueva sacada a la luz en la tierra que responde a algo enteramente nuevo en el cielo, — a saber, un hombre, una Cabeza glorificada allí, quien también es Dios. Como Cristo nunca antes fue Cabeza, como sólo llegó a ser Cabeza cuando ascendió al cielo después que la redención fue consumada, así no hubo antes en la tierra tal cosa como la membresía de Su cuerpo. Con esto está ligado el Espíritu Santo enviado personalmente el cual nos constituye en miembros de Cristo; como se dice: "El que se une al Señor, un espíritu es con él". (1a Corintios 6: 17). No se trata aquí de "una fe", sino de que "el que se une al Señor, un espíritu es con él"; ello se refiere expresamente al Espíritu Santo obrando de esta manera nueva e íntima. No meramente creyendo, sino que "por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo". (1a Corintios 12: 13 - LBA). Esto supone la presencia del Espíritu Santo el cual es dado ahora para estar en el creyente y une en uno a todos los creyentes sin importar lo  que ellos puedan haber sido previamente. (Véase también Efesios 2).

 

Entonces, esto es lo que, por así decirlo, hace que la Iglesia sea la Iglesia. Es el elemento primordial, capital, constitutivo de la Iglesia de Dios tal como el Nuevo Testamento expresa que es el caso. Pero además el Espíritu Santo no está aquí para llamar la atención sobre Su propia presencia por muy verdaderamente que sea el hecho de que Él está aquí y que Su presencia debe ser sentida. De hecho no es así la manera en que Él obra, en absoluto. Es cierto que Él fue enviado y que está aquí; también es muy importante que el creyente reconozca, conozca y disfrute Su presencia; pero aun así la manera en que Él afirma Su poder es exaltando a Cristo. Por eso entre Sus otras glorias Él mantiene que Jesús es el Señor y que consecuentemente no hay espacio alguno para la permisión de la voluntad humana en la Iglesia de Dios o para la interferencia de cualquier autoridad en cuanto a las cosas divinas desde afuera. No, más que esto: toda interferencia desde dentro excepto en la medida en que el Espíritu Santo controle a los miembros del cuerpo con el propósito de glorificar a Cristo (algo que la conciencia guiada por la palabra de Dios tiene que discernir), es algo ofensivo para Dios y destructivo del objetivo mismo de Su Iglesia en la tierra.

 

Pero si este es el carácter de la Iglesia y este es el poder que obra en ella ahora, si en la exaltación del Salvador radica la gran prueba para decidir lo que es de Dios y lo que no lo es, yo preguntaría: ¿Qué revelan las Escrituras en cuanto al curso y a las esperanzas de la Iglesia de Dios aquí abajo? El Nuevo Testamento lejos de guardar silencio habla mucho de ambas cosas. ¿Iba la Iglesia a permanecer triunfante en un progreso ininterrumpido? ¿Iba ella a cumplir infaliblemente su inmensa obra de representar dignamente la gracia y la gloria de Cristo? Ciertamente Israel había fracasado en su infructuosa tarea, así como habían fracasado los gentiles, pues en cuanto a su responsabilidad ellos habían llevado a cabo una corrupción aún más abominable. ¿Qué iba a ser de la Iglesia de Dios? En primer lugar ella difiere ampliamente de todos los demás, de sus predecesores. La Iglesia de Dios no es de esta creación en ningún sentido verdadero. Ella es una forastera en la tierra. Pertenece a los cielos donde ya está su Cabeza y desde donde el Espíritu de gloria y de Dios viene a formarla y a llenarla. Por eso el Nuevo Testamento mantiene continuamente esta verdad inmensa y fundamental aunque los miembros de la Iglesia de Dios ocupen cierto lugar en la tierra como sucediendo por el momento a Israel. Los judíos eran el pueblo de Dios antes, los miembros de la Iglesia lo son ahora; los bautizados son responsables de ser testigos para Dios en la tierra. Aunque hay algunos privilegios y deberes que ellos tienen en común con los que los precedieron, ellos tienen un carácter especial adherido únicamente a ellos.

 

Esto resuelve la dificultad que algunas mentes sienten al considerar la simiente de Abraham (Gálatas 3) y el olivo (Romanos 11). Es muy cierto que nosotros seguimos a Israel en estos detalles y más. Ellos eran la simiente de Abraham según la carne; los que ahora creen en Cristo son la simiente de Abraham tan ciertamente aunque de otra manera, una manera espiritual. Nosotros tenemos a Cristo y tal como Cristo era, en el sentido más elevado, la Simiente prometida, Aquel en quien están todas las promesas de Dios, el que posee a Cristo ya tiene todas las promesas pues por muchas que sean las promesas de Dios en Él está el Sí de ellas y en Él el Amén para gloria de Dios por medio de nosotros; y Dios nos ha confirmado en Él y también nos ha sellado y nos ha dado el Espíritu en nuestro corazón como garantía. (2ª Corintios 1: 20-22).

 

Sin embargo hay más que debe ser mencionado. No sólo los verdaderos creyentes son así la simiente de Abraham de una manera aún mejor y más cercana que el Israel literal porque ellos tienen todo en Cristo; sino que también la cristiandad profesante o aquello que confiesa el nombre de Cristo aquí abajo tiene un lugar importante. Este es el solemne asunto tratado en Romanos 11. Los hombres de Israel fueron infieles a lo que se les confió e hicieron que la ley de Dios fuera odiosa y menospreciable. Los gentiles ahora, o la cristiandad profesante, bautizada en el nombre de Cristo es responsable de dar testimonio de la benignidad de Dios en el evangelio y de hecho cualquier luz que haya, cualquier testimonio de alguna manera para Dios no se encuentra entre los judíos sino entre los bautizados. Los judíos están endurecidos, secos, ciegos y muertos, como sus propias mercancías e intereses. Ellos no entienden las mismas Escrituras que vanamente sostienen en sus manos. Se avergüenzan, se turban y se confunden aun ante el más débil confesor verdadero del nombre de Jesús porque es demasiado evidente que con independencia de cuál haya sido la luz de Israel en el tiempo antiguo ahora está extinta y desaparecida. Las ramas judías infieles se marchitaron y fueron desgajadas y es sobre los hombros de la profesión gentil que cualquier testimonio verdadero de Dios es llevado. Yo digo la «profesión» gentil porque incluso aquellos cristianos nominales que no han nacido de Dios aun así tienen la luz externa de la cual carecen los judíos. Exclusivamente entre ellos hay algún reconocimiento de la gracia de Dios. Sólo allí el evangelio es predicado y es predicado más o menos verdaderamente incluso por personas no convertidas. Puede ser que ellos no sigan a Cristo, puede ser que ellos no reciban la verdad en Él; pero aun así la palabra y el nombre de Cristo son sostenidos, especialmente Su cruz. Pero por otra parte aunque hay verdad en toda la mayoría de la profesión externa de Cristo, verdad que no es encontrada en ninguna otra parte, ella se está desvaneciendo y nosotros estamos viviendo ahora en días en que la cristiandad se apresura a su ruina; y la extraña visión crece de prisa, visión no meramente de incrédulos (pues incrédulos ha habido siempre en abundancia), no meramente de hombres profanos que se burlan y triunfan a causa de los abusos de la cristiandad sino visión de hombres que son apóstatas aunque estando en todas las posiciones imaginables de la así llamada Iglesia; no sólo profesando el nombre de Cristo sino erigiéndose en maestros, principales dirigentes y pilares de la profesión cristiana. Por lo tanto nosotros no sólo tenemos a hombres bastos que ridiculizan la Biblia y cada verdad que está en la Biblia en proporción a su valor y su gloria sino que (¡ay de mí por decirlo con la triste convicción de su certeza!) la defensa de la verdad parece aún más ominosa que incluso los ataques contra ella. Se trata de la resistencia lastimosamente débil a estos agresores bajo el nombre y ropaje cristianos; es el estilo laxo y transigente adoptado por aquellos que son aceptados como hombres ortodoxos y verdaderos; es el dejar entrar el principio fatal de que la Escritura contiene errores, errores demostrables les dirán, y esto no viniendo del grupo racionalista sino de aquellos que se jactan del evangelio y que en el mismo contexto profesan ser los paladines de la inspiración: estos son los signos que presagian la veloz "apostasía". ¿Cuál debe ser el resultado? Si estos son los pensamientos y palabras de hombres que defienden la verdad revelada, ¿qué se puede esperar de los defensores del librepensamiento? Si tal es el estado actual, ¿qué se puede esperar en la cristiandad cuando Dios envíe un poder engañoso para que los hombres crean una mentira? (2ª Tesalonicenses 2: 11).

 

Pero junto con esto Dios ha enviado un clamor a medianoche: "¡Aquí viene el esposo!". (Véase Mateo 25).  Y Aquel bueno y misericordioso que por consiguiente ha despertado de nuevo a las almas y las despierta en todas partes para el regreso de Su Hijo desde el cielo, — Aquel que ha obrado pese a todo obstáculo sobrevenido a manera de indiferencia, desprecio y oposición, también ahora ha vindicado Su palabra como nunca fue vindicada desde que la Iglesia primitiva se apartó para mezclar fábulas con ella. Los escritos más tempranos de la antigüedad cristiana evidencian la terrible manipulación de la pureza de la palabra de Dios por parte de judaizantes, gnósticos y supersticiosos agoreros; mientras que los últimos escritos (del siglo 19) en medio de una apostasía inminente son por contraste la mejor de todas las evidencias no sólo para con Su palabra sino también para con la gracia de Su Espíritu en la recuperación de tesoros preciosos y por mucho tiempo perdidos.

 

Con toda certeza Dios está convocando ahora misericordiosamente a almas; y presten ustedes atención a Su modo de obrar. ¿A qué las despierta Él en primer lugar? A Cristo en el cielo, al Espíritu Santo enviado desde el cielo llenando corazones en la tierra con la conciencia de la relación de ellas con Cristo y con la conciencia de Su amor. ¿Y cuáles son los efectos? La perfecta, feliz y santa libertad del cristiano, el gozo celestial en la certeza del amor del Salvador y de la comunión con Él en concienzuda y creciente separación del mundo en todas sus formas, del mundo que Le aborreció. ¿Y luego qué? ¿Acaso no tiene todo esto ninguna relación con la venida del Señor? Que no permita Dios el incrédulo pensamiento. Ciertamente tiene mucha en todo sentido. ¿Cuándo ha habido algo como la presente expectativa de Cristo? Yo soy consciente de que hombres especulativos dirán a ustedes que clamores acerca de que el Señor venía han sido oídos  continuamente entre los hombres en épocas de agitación. Pero me atrevo a afirmar que nunca hubo nada como la actitud y el tono actuales de esperar al Señor. La verdad es que ha habido de vez en cuando no poco pánico. Los hombres se han estremecido temiendo que el día del juicio era inminente. ¿Es esto lo mismo que la resplandeciente y gozosa esperanza de la venida del Esposo? ¿Es esto salir a recibirle? Sin duda en el año 600 d.C. una alarma general impregnó a la cristiandad y el año de gracia 1000 fue testigo de un sobresalto aún más violento (pues realmente no fue digno de un mejor nombre). Ellos se horrorizaron al pensar que el Señor ya venía a juzgar al mundo. Desde aquellos días ha habido tiempos, generalmente de cambio y confusión externos,— estados convulsionados, revoluciones de reinos, etc., — y los pobres hijos de los hombres y también los hijos de Dios asustados como liebres han pensado y temido, sí, han temido, que el Señor estuviese a las puertas. Pero, ¿puede algún hombre justo y con un juicio formado en la palabra de Dios confundir estos dolorosos rumores, estos humillantes pánicos acerca del día del juicio con el Señor llamando a las vírgenes para que entren con Él a las bodas?

 

Como ustedes observarán no se trata simplemente de que ellas son despertadas por el clamor que se oyó a medianoche: esto no hace sino recordar a las vírgenes su posición original que ellas habían abandonado para dormir más a gusto. La gracia las despierta de nuevo y ellas vuelven a tomar sus lámparas ahora arregladas con aceite en sus vasijas y salen una vez más a recibir al esposo. Ellas no se quedan donde estaban sino que dejan todo lo que las había apartado de su correcto objetivo; se abren camino a través de todos los impedimentos terrenales; descartan los andrajos de la tradición humana. Es el retrato profético de la esperanza recuperada de los santos que actúa en sus corazones después de un largo eclipse, la esperanza de almas ni excitadas ni alarmadas sino en armonía con el amor del Salvador y esperando Su venida con paz y gozo en sus almas. ¿No está ocurriendo nada semejante ahora? Yo hago un llamamiento a los que aman al Señor y a la Iglesia; y cuanto más sepan ellos lo que sucede en la Iglesia y cuanto más honestos sean al responder tanto mejor. ¿No está sucediendo el clamor de medianoche? ¿Dónde se sale a recibir a Cristo? Me parece que sólo puede haber una respuesta, a saber, dondequiera que se encuentren el entendimiento y la honestidad espirituales. Desde que los apóstoles dejaron de existir nunca hasta ahora ha habido la apariencia de un despertar tal en los corazones de los santos en todo el mundo; nunca antes esta gozosa bienvenida tomando el lugar del sueño que sólo solía ser perturbado por sueños de angustia.

 

Y es oportuno señalar otra cosa. No se trata de un conjunto de personas satisfechas consigo mismas o que desean utilizar este clamor para festejar. ¡Dios no permita semejante mal uso! El clamor sale de los santos de Dios dondequiera que ellos puedan estar y penetra donde menos se lo espera. Ha sido oído en el catolicismo. Ha resonado en el protestantismo. Ni el nacionalismo ni la disidencia han podido suprimir la convocatoria. A pesar de toda la desgana del pasado o de las barreras y piedras de tropiezos del presente las vírgenes prudentes salen a recibir al Esposo. A nadie corresponde decir hasta dónde puede llevar el Señor la convocatoria o hasta qué punto puede hacerla efectiva. Lo que yo sí digo es que es peligroso que las almas esperen ver que se produzca tal o cual resultado antes de salir con aceite en sus vasijas. Que el ojo esté sólo en Cristo. Que el corazón descanse siempre en la preciosa verdad de que somos uno con Él, gozosos ahora en degustar Su amor por medio del Espíritu Santo y pronto corresponderemos al anhelo de Su corazón que dice: "He aquí yo vengo pronto". Si sabemos lo que Él es para nosotros aquí desearemos fervientemente una comunión ininterrumpida con Él en el cielo. Y sólo si los santos entran en mayor medida en esta preciosísima porción para el corazón ellos no podrán descansar donde no hay un testimonio práctico de ello en sus corazones y en sus hogares, en su andar y en su adoración. La esperanza es tan práctica como la fe de los elegidos de Dios y debe llevarse a cabo en los detalles de cada día. Realmente ello es el homenaje necesario del santo y es debido al Señor y a Su verdad. Por lo tanto cada vez que ellos se reúnen como hijos de Dios aquellos que son conscientes de tal convocatoria a salir a recibir al Salvador no pueden prescindir de la seguridad de que están en un terreno tan escriturario y tan guiados por la Palabra y el Espíritu de Dios que los dejará felices al dar a Él la bienvenida desde el cielo.

 

Entonces uno puede deducir cuál es la posición de la Iglesia con respecto a la venida de Cristo incluso a partir del somero esbozo que he podido hacer esta noche. Sólo es presentado aquí el pensamiento general de la Iglesia y su esperanza en contraste con el judío y el gentil sin entrar todavía en el rapto o arrebatamiento de los santos ni en ningún asunto acerca de los que ellos deben pasar a través de la futura tribulación. Como esto está reservado para otra ocasión por el momento yo debo pasar por alto muchas Escrituras de profunda importancia estando conforme con nada más que el aspecto amplio y general de lo que el Nuevo Testamento afirma acerca de la Iglesia. Sin embargo yo confío en que cada cristiano aquí presente y por pequeño que pueda ser su discernimiento espiritual él pueda ver que una relación tan nueva y maravillosa como la unión del cristiano y de la Iglesia con Cristo abre la puerta a una esperanza no menos preciosa y especial. Debe ser verdaderamente tardo quien por ejemplo en Juan 14 o en 1a Tesalonicenses 4 no reconoce nada más que lo que era esperado por los santos de antaño y está expresado en el lenguaje de los Salmos y los profetas. Muy diferente es lo que el Nuevo Testamento presenta al corazón. ¿Cuál es allí la esperanza de la Iglesia? ¿Es la mejora social o el progreso humano? ¿Es incluso la difusión del Evangelio a través de todo el mundo y la conversión de los judíos? Ninguna de estas cosas es nuestra adecuada esperanza.

 

Entonces, quiero yo decir que no es el deber del cristiano predicar el Evangelio o promover su predicación a toda criatura? Lejos de eso; sí, en este como en otros aspectos yo digo que la Iglesia es culpable; nosotros mismos somos culpables. Cuando pienso en lo que la Iglesia era y será, cuando pienso en lo que el Salvador era y será y siempre será y luego en lo que nosotros hemos sido y somos, yo no puedo hacer más que confesar que nosotros somos verdaderamente culpables por el pobre, escaso y débil testimonio de la gracia de Dios que damos a toda criatura. Tengan ustedes paciencia conmigo si les digo, amados amigos, que creo que en la condición actual de la cristiandad tenemos que cuidarnos especialmente de una asechanza que es concomitante con la verdadera posición en que la mayoría de nosotros estamos. Cuiden ustedes de no poner la propia amorosa compasión y el servicio correcto de ustedes en lugar de un juicio de los demás por sus maneras equivocadas de hacer la obra de Dios. Que todos tengamos gracia para ayudarnos con seriedad, humildad y abnegación en la obra de Dios. ¿Acaso no podemos buscar más bien cómo ayudar y comprender a nuestros hermanos? Comparativamente es algo fácil criticar a las diversas sociedades religiosas, — por ejemplo las que tienen fines misioneros y la circulación de la Biblia. No es difícil para uno discernir los procederes, los medios e incluso los objetivos que son contrarios a la palabra de Dios. Ni por un momento yo deseo debilitar el sentimiento piadoso en cuanto a todo esto. Sin duda la forma en que se apela al mundo y el mundo es mezclado con la Iglesia es un vicio fatal y ruinoso para el testimonio de Dios y contradictorio con todo el carácter de Su Iglesia. Es el mismo tipo de pecado que el de la esposa de un marido amoroso que lo engaña entregándose a lo que es tan vergonzoso para ella como contrario a la honra y al amor de él. Que nadie infiera la menor indiferencia al pecado de la cristiandad, al deber del cristiano de separación total del mundo al hacer la obra de Dios. Pero esto no altera mi convicción de que por nuestra parte debiésemos avergonzarnos de sentir tan poco nuestra identificación con el testimonio de Dios en la tierra, de que nuestras compasiones sean tan apagadas e intermitentes para con Sus obreros y para con Su obra en todas sus formas, de que tengamos y mostremos tan poca renuncia a nosotros mismos, tan poca energía de corazón al involucrarnos en todo movimiento del Espíritu de Dios siempre que pueda hacerse con buena conciencia. Recordemos: "Por causa de mí y del evangelio". (Marcos 10). ¡Qué respuesta en el día del Señor Jesús es decir que no hemos hecho esto y nos hemos mantenido alejados de aquello! Es muy correcto que no seamos arrastrados a caminos no Escriturarios y ofensivos pero ciertamente cuando nos separamos con tristeza pero no menos completamente de lo que es malo debiésemos acudir a Dios para hallar gracia para que conozcamos Su manera de hacer Su propia obra y para que seamos hallados en ella de corazón. "Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así". (Lucas 12: 43).

 

Desde el principio La iglesia tiene motivos para avergonzarse. Nosotros debiésemos haber llevado el Evangelio a toda criatura más completa y universalmente. Ello era y ello es el deber del cristiano aquí abajo, — no todo el deber, ni la parte más bienaventurada; pero aun así es un muy dulce privilegio, un deber muy adecuado y fundamental porque nosotros tenemos tanto deber como tanto privilegio. Entonces nosotros debiésemos haber sido encontrados así en nuestra medida esparciendo la buena semilla por todo el campo del mundo. Reconozcamos que no lo hemos hecho y que tenemos que confesar nuestra propia gran deficiencia.

 

Entonces, ¿cuál es el actual estado de cosas? y ¿qué es lo que la palabra de Dios asegura al creyente que está en espera? Exactamente lo que ha existido, a saber, una decadencia cada vez mayor, — y por último, apostasía. Puede ser que la apostasía aún no sea completa pero está madurando. El "misterio de la iniquidad", como dice el propio apóstol, "ya está en acción". La maldad secreta estaba ocurriendo en sus días; ¿y qué más solemne que la inspirada insinuación de que el misterio de la iniquidad que ya entonces estaba en acción continuaría hasta terminar en la apostasía y en la manifestación del hombre de pecado que sería destruido por la manifestación de la venida del Señor? (2ª Tesalonicenses 2: 1-8). Por lo tanto hay una cadena ininterrumpida de maldad, primero en forma oculta y luego en pleno desarrollo que nunca va a ser anulada por el Evangelio ni por ninguna energía de fe en la Iglesia sino que va a aguardar el personal juicio final del Señor Jesús en Su aparición. Entonces, aquí están relacionados no sólo la esperanza de la Iglesia, incluso Cristo mismo viniendo como el Esposo, sino también Su aparición en lo que respecta al juicio. La Iglesia debiese esperar gozosa pero pacientemente lo uno mientras que la cristiandad no puede escapar de lo otro mediante falsas expectativas y caminos de maldad que sólo apresuran aquel día.

 

Es evidente que el efecto práctico es inmenso. Por ejemplo, supongamos que yo estoy considerando a la Iglesia como teniendo un vasto futuro delante de ella en este mundo, que va a triunfar sobre todos los adversarios, que va a llenar el mundo entero con el fruto de la bendición divina. ¿Cuál será el efecto de una expectativa tal? Pues que yo planeo todo tipo de medios con el fin de producir estos resultados deseados. Pero si uno sabe que por el contrario el mal está yendo rápidamente a la ruina, que comenzó en los días apostólicos y que es irreparable; si uno sabe que la iniquidad de la cristiandad está ascendiendo cada vez más alto y más fuerte que nunca; si uno sabe que cada señal moral alrededor presagia el rápido estallido en una llama de lo que ahora está en preparación para la gran catástrofe; ¿cómo afectará todo esto al espíritu? Obviamente yo me regocijaré en tener al Salvador como la esperanza de mi corazón, — una esperanza compartida con cada santo de Dios que está vivo o que se ha dormido en Cristo. Pero si yo sé que Él viene a llevarnos consigo y que luego a su debido tiempo Él viene a juzgar a todo lo que se encuentra aquí abajo (la cristiandad juzgada de manera más severa de todo por ser el siervo que "conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad"), ¿cuál será el resultado? Que procuraré separarme de todo acto, hábito, conducta o asociación que la palabra de Dios condene a mi conciencia; que desearé ser hallado con los lomos ceñidos y la lámpara encendida y yo mismo como uno que aguarda a su señor. (Lucas 12: 35, 36).

 

Otras oportunidades pueden presentarse para extraer las ricas consecuencias prácticas de esta verdad. Esta noche yo dejaría el gran pero sencillo hecho descansando en las mentes de aquellos que me están oyendo y ruego que Dios mismo guíe a todas nuestras almas a considerarlo bien; en primer lugar que realmente estemos apreciando el lugar que la gracia nos ha dado como miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia de Dios; que si valoramos esto podamos ser hallados llevándolo a cabo no sólo de vez en cuando sino cada día; y que no permitamos que nada nos aparte de la expresión práctica de nuestra esperanza y de nuestra lealtad a nuestro Señor, así como de nuestra gratitud por la infinita misericordia mostrada al traernos a la Iglesia de Dios. La gran desgracia de la cristiandad desde el principio ha sido o bien deslizarse en el mundo cortejándolo y valorando los objetos terrenales por una parte, o por otra parte adoptar elementos judíos lo cual es un mero espectáculo religioso, vano, y que ahora es tratado por el Espíritu Santo en nosotros los gentiles como no mejor que la idolatría. (Véase Gálatas 4). Pero ya sea el elemento judío o la conformidad mundana ambas cosas son igualmente destructivas del verdadero carácter separado y celestial de la Iglesia de Dios.

 

Además nosotros vemos que hay una esperanza que se ajusta a la Iglesia de Dios. Así como Cristo es la Cabeza de la Iglesia así Él es su esperanza: es Su propia persona y Su propia venida personal para estar con Él en lo alto. No se trata meramente de que nosotros nos vamos sino de que Él viene a llevarnos consigo; tampoco se trata solamente del alma individual feliz y liberada de los dolores y pruebas de este mundo sino de que cada miembro de Su cuerpo es transformado en conformidad con el cuerpo de la gloria Suya (Filipenses 3: 20, 21), — los muertos son resucitados, los vivos son transformados; y ambos arrebatados con gozo para el Salvador que es nuestra vida y nuestra Cabeza venida del cielo para tomarnos a Sí mismo y presentarnos ante el Padre en Su casa en lo alto.

 

Con notable claridad el apóstol distingue la esperanza incluso de la herencia de gloria en la oración que finaliza Efesios 1 donde leemos que él dice, "Para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos… Y él os dio vida a vosotros", etc. El llamamiento de Dios es detallado en los primeros versículos del capítulo; los versículos centrales desarrollan las riquezas de la gloria de la herencia de Dios (que Él toma, no inmediata y personalmente, por así decirlo, no sólo en Cristo sino también en los santos los cuales no son la herencia sino los herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo). Luego esta oración pide por ellos para que puedan conocer, no exactamente el llamamiento de Dios sino la esperanza de dicho llamamiento, — la resplandeciente porción futura de ellos en Cristo adecuada a él cuando todo lo inconsistente con la naturaleza divina y nuestra relación con Dios habrá desaparecido y todo estará real y únicamente en plenas fluidez, fruición y armonía con Aquel en cuya presencia estaremos. A continuación se pide que ellos conozcan "las riquezas de la gloria de su herencia" que ilimitada como es en gloria sin embargo ello es una perspectiva inferior a la "esperanza", inferior incluso a los santos que son los objeto del amor de Cristo y del Padre, con los que la "esperanza" en sí misma se relaciona. La tercera petición (no obstante acerca de la cual yo no debo extenderme ahora) es que ellos puedan conocer cuál es la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, que el mismo poder que resucitó a Cristo es el que nos ha dado vida juntamente con Cristo, nos ha resucitado y nos ha sentado juntamente en los lugares celestiales en Él. ¡Cuán bienaventurada y especial es pues la esperanza del llamamiento de Dios así como todo lo que sigue a continuación! Después de todo tampoco ello es sorprendente para aquellos que saben quién y qué es Dios y cuál es Su amor y Su valoración de Cristo, viendo que Él Le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo, el complemento de aquel que lo llena todo en todo. (Efesios 1: 22, 23 – VM).  La esperanza debe ser y es digna de tan infinitos amor y bendición.

 

Tal es la esperanza cristiana. Definitiva y oportunamente sigue también la ejecución manifiesta de Su juicio sobre aquello que lleva el nombre de Su Iglesia pero no lo es, — juicio sobre todo lo que en la cristiandad es falso y contrario a Su gloria. Él juzgará al mundo. Él juzgará pero no como imaginaban los desdichados hombres de la antigüedad cristiana (lo cual menciono a propósito para mostrar el temprano, veloz y terrible abandono de la verdad). En realidad ellos pensaban que si un hombre era muy malvado pero bautizado él estaría en una posición más ventajosa en el día del juicio, — si él era arrojado al fuego del infierno, incluso más ventajosa que la de un simple judío o gentil. ¡Qué demostración tan clara de que estos hombres mal llamados 'los padres de la Iglesia' pero que en realidad fueron sus corruptores ¡contaminaron las fuentes de la verdad desde el principio y contribuyeron asombrosamente a la ruina de la cristiandad hasta el día de hoy! Esto no es dicho por prejuicio ni por meramente hojear sus escritos sino por un cierto conocimiento de los mejores. Ese craso error inconsistente con un conocimiento adecuado del cristianismo o con cualquier medida moral correcta es encontrado en aquellos que son considerados los principales. ¿Acaso no demuestra esto cuán rápida y mortal fue la desviación del depósito de la verdad de Dios? De hecho fue la obra del misterio de la iniquidad, o parte de él. Ahora las cosas se vuelven más audaces; ahora el carácter apóstata y no meramente la corrupción llega a ser más y más evidente; el aborrecimiento, el menosprecio del verdadero carácter de la Iglesia y no meramente de sus privilegios (porque ¡lamentablemente! son desconocidos), sino incluso de los principios comunes que un judío habría conocido y valorado como su herencia. Si este mal está ocurriendo notoriamente incluso en aquellos que profesan ser los defensores de la verdad, la cristiandad es ciertamente una tierra que produce espinas y abrojos que es reprobada y maldecida y su fin es el ser quemada.

 

En presencia de tales hechos y de tal futuro, ¿qué es lo que debe sentir toda alma que no haya confrontado estas verdades a la luz de Dios? Que el corazón escudriñe y se ocupe de que no haya ningún objeto entre él y Cristo, que Él sea acogido día a día como la esperanza inmediata del cristiano. No uso la palabra "cercano" para fijar un tiempo en lo más mínimo; pero añadiría este comentario, a saber, que cuando los cristianos hablan de no fijar el momento a menudo quieren decir en realidad que no entienden el asunto. En el cielo y para el cielo las fechas no tienen lugar alguno y nuestra esperanza es celestial. Es en la tierra y para los asuntos terrenales donde encontramos la importancia de los tiempos y las épocas,. Ellas pueden ser medidas por las esferas del cielo y lo son, pero aún así ello es para un pueblo terrenal y Cristo no viene aún. Ahora bien, yo protesto contra tal motivo de objeción aunque pueda repudiar la fijación de una fecha. Indudablemente la mayoría de los que hablan de fijar o no fijar el momento demuestran la esperanza terrenal. Si nuestro lugar está con Cristo en las alturas estamos por encima de ellos. Nosotros somos uno con Aquel que está sentado a la diestra de Dios. Los tiempos y las épocas no tienen valor ni importancia allí. Con independencia de cuál sea la demora ahora el motivo no es una fecha sino la paciencia de Dios para salvación. Ello terminará cuando Dios Padre haya llamado al último miembro del cuerpo de Cristo. No es que él "retarda su promesa" sino que cuando todos sean llamados a la asociación celestial Jesús vendrá a tomar a Sus santos que Le están esperando. (Juan 14: 3).

 

¿Dicen ustedes que hay muchos santos de Dios que no Le están esperando? Yo no me atrevo a decirlo. Creo que todo santo de Dios ama la aparición del Señor Jesucristo. Muchos de los santos pueden ser imprecisos, él santo puede sostener teorías equivocadas, puede intercalar un milenio entre él y la venida de Cristo y caer así bajo una inmensa carga opresiva; pero si ama a Cristo él tiene a Cristo como su esperanza para todo eso. Puede ser una esperanza pobremente entendida; seguramente no habrá más que una muestra defectuosa de ella; debe haber un disfrute muy parcial de ella y sin embargo no puede ser sino que quien tiene a Cristo como Su vida se deleita y anhela ver a Cristo y estar con Cristo y ser semejante a Cristo. Al mismo tiempo yo admito obviamente la total incorrección de interponer una demora mediante estas malas interpretaciones proféticas; y yo advierto contra la admisión de cualquier objeto terrenal entre el corazón y la venida de Cristo. Tengan ustedes la seguridad de que ello es una gran y frecuente trampa de la cual hay que protegerse. No es meramente que algunos pongan un milenio entre el momento actual y Su venida sino que otros vuelven a confundir la posición de ellos con la de los judíos y los gentiles e imaginan una terrible tribulación para los cristianos entre el presente y la venida de Cristo. Los que así mueven las almas de su modo de pensar (2a Tesalonicenses 2: 2) son tan culpables como otros que aceptan el mundo ahora falseando la fecha del milenio (1a Corintios 4: 8). La gran tribulación no es una preparación más adecuada de la Esposa para recibir a su Esposo de lo que es el milenio. La verdad es que la Escritura no interpone nada entre el corazón y Cristo. Ella habla mucho de estas cosas pero nunca coloca ninguna de ellas en el lugar de la venida de Cristo. Esto también se presentará más ampliamente ante nosotros en otra ocasión pero deseo dejar a todos una visión suficientemente clara e inconfundible desde la palabra de Dios acerca de lo que la Iglesia es y de la esperanza que conviene a tan bienaventurada relación con Cristo. ¡Que ella esté siempre en nuestros oídos y en nuestros corazones!

 

William Kelly

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
"THE CHURCH OF GOD IN RELATION TO THE COMING OF THE LORD", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado originalmente en Inglés
Traducido con permiso

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