La Iglesia de Dios
en Relación con
la Venida del Señor
Cuarta Conferencia acerca
de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo
William Kelly
Todas las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito
Lectura Bíblica:
"Porque la
gracia de Dios se ha manifestado para
salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a
los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,
aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro
gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de
buenas obras".
Tito 2: 11-14
En una ocasión
anterior hemos visto el lugar
primordial que ocupaba Israel en los propósitos terrenales de Dios. Los ojos de
Jehová descansaban continuamente sobre la tierra de ellos. Aunque en el aspecto
externo Israel perdió su lugar durante una temporada y esa misma tierra ha sido
por una temporada el escenario de continua devastación y del triunfo gentil
sobre el antiguo pueblo de Dios, sin embargo Dios mismo nunca ha renunciado a Su
plan, — Él sólo ha aplazado esa firme y primera intención Suya en lo que
concierne a la tierra. Porque toda esperanza para el mundo, toda aproximación a
la bendición universal sobre los gentiles no sólo está ligada a la restauración
de Israel en su propia tierra sino a su conversión a Dios en esa tierra.
Al explicar
el tema de los judíos y de los gentiles ya
ha sido señalado que existe una inmensa brecha en apariencia, y de hecho, en
realidad, en los modos de obrar de Dios, una brecha que la palabra de Dios
había propiciado y predicho. Durante esa interrupción transitoria del plan
original de gobierno ha habido una aplicación importantísima de otras verdades
y ha salido a la luz otro sistema completamente distinto de la idea normal de
Israel como centro de las naciones de la tierra. Si bien Dios rehúsa reconocer
a los judíos como Su pueblo Él ha transferido el poder y la autoridad
terrenales a las grandes monarquías gentiles. Esto tendrá consecuencias de muy
profundo interés porque cuando el Señor venga y retome los planes gubernamentales
que por el momento habían quedado en nada, planes totalmente frustrados por la
infidelidad tanto de judíos como de gentiles, Dios entregará, si se me permite
decirlo así, estas tablas quebradas a Su Hijo el cual restituirá en Su venida y
reinado, primero a Israel, o más bien se restituirá a Sí mismo como su Rey, el
verdadero Mesías de Israel, el manantial y el cauce de bendición en todo el
pueblo escogido de Dios que en aquel entonces será capacitado por la gracia
para ello y así hará que el cauce de bendición fluya alrededor entre todas las
naciones; pero además de esto Él cumplirá en Su propia persona la otra y mayor
gloria que responde a la exaltada cabeza del mundo gentil. De este modo los dos
cauces de bendición fluirán pacíficamente alrededor del Señor Jesús, el centro,
por así decirlo, de dos círculos concéntricos que luego se expandirán para Su
gloria y llenarán el mundo con la bendición divina. Él es el Hijo de David
para el círculo más pequeño y que de los dos es inferior. Él es el Hijo del
Hombre para el círculo más amplio, el gobierno que todo lo abarca que en
aquel entonces será establecido bajo todo el cielo y no sólo sobre la tierra de
Judea. El gobierno de los cielos en Su persona incluirá a todas las naciones y
tribus y pueblos y lenguas y asegurará así la justicia y la paz a través de
toda la tierra.
Tenemos
ahora ante nosotros otro tema de un interés
aún más excepcional especialmente para aquellos que saben que son miembros del
cuerpo de Cristo. Mi tarea será mostrar que así como hay algo aún más terrible
que el abuso del poder terrenal por parte de los gentiles, abuso de poder que
en el momento destinado Dios juzgará y reemplazará por el Hijo del Hombre que
vendrá en las nubes del cielo para establecer Su propio reino universal, así
también hay una bendición incomparablemente más excelsa que cualquier cosa
relacionada ya sea con judíos o gentiles y enteramente distinta. Para revelar
este secreto Dios en Su sabiduría seleccionó aquel momento cuando la ruina del
hombre y del mundo era evidentemente completa. No sólo estaban el judío rebelde
e idólatra y el gentil que presuntuosa y profanamente negaba la fuente de todo su
poder; sino que cuando Jesús estuvo en este mundo, cuando no sólo estaba la ley,
la medida del deber humano hacia Dios, pero la plenitud de la gracia y la
verdad divinas vinieron en la persona de Jesús, el unigénito Hijo del Padre. Y
cuando la perfecta benignidad divina manifestada en Él fue aborrecida por el
hombre y atrajo su feroz y creciente oposición hasta la muerte, muerte de cruz,
fue entonces cuando Dios se complació en sacar a la luz una cosa nueva. Ya no
era lo que estaba relacionado con la tierra, ni siquiera Su propia aparición
desde el cielo para controlar y gobernar la tierra sino que era Aquel que rechazado
por la tierra ascendió a los cielos y fue allí no como persona privada sino
como persona pública sobre la base de la redención ahora consumada. Él "mediante
[o en virtud de] su propia sangre" entró en el cielo. Esa sangre, o más bien
la persona de Aquel que la derramó en la cruz y resucitó se convirtió en el
fundamento de la Iglesia de Dios. Fue una obra realizada en la tierra pero infinita
en sí misma y en sus resultados. Fue una obra que sacó a relucir la profundidad
de lo que Dios es en santa gracia para el hombre pecador, aquello que es la
base de Su justicia al justificar al creyente. Pero más que esto: Dios resucitó
a Cristo de los muertos y Le estableció, no en algún trono terrenal, ni
siquiera en un trono celestial en conexión con la tierra, sino a Su diestra en
los lugares celestiales muy por encima de todos los principados y potestades,
como " el principio, el primogénito de entre los muertos". (Colosenses 1:
18).
Esto
no tenía precedentes. ¿Cuándo se
había visto antes algo ni remotamente parecido a ello? La misericordia no era
cosa nueva; las promesas no eran nuevas y menos aún era cosa nueva el reino
preparado desde la fundación del mundo para los benditos del Padre. Ninguna de
estas cosas era un misterio. Por el contrario Dios mostró misericordia a Adán
caído y a sus hijos, dio promesas a Abraham, Isaac y Jacob, preparó un reino,
como sabemos, para los fieles de las naciones, por no hablar de Sus tratos con
Israel; pero, ¿cuándo tuvo Él un hombre exaltado por encima de todos los
cielos? ¿Cuándo hubo Uno que entró allí con un sacrificio perfectamente eficaz
y en vida resucitada ante Él mismo como cabeza de un nuevo sistema, cabeza de
un cuerpo en la tierra? Hasta aquel momento no había habido nada por el estilo.
Lejos de eso, se nos dice expresamente en la palabra de Dios que se trata de un
"misterio" o secreto (pues éste es el significado de la palabra), que
Dios ocultó, no en la Biblia, sino en Sí mismo, un secreto sólo ahora revelado a
Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu. Podía haber tipos o sombras
que cuando este secreto se hizo manifiesto se encontró que recibían una
respuesta en algunas de sus partes o elementos. Pero como un todo ello era una
cosa absolutamente nueva nunca dada a conocer ni por el hombre ni al hombre
hasta que el Señor Jesucristo subió al cielo y envió el Espíritu Santo. Así, por
lo tanto como el fundamento del misterio no era sólo una persona divina sino Él
como hombre, muerto y resucitado, así iba a haber otra persona divina enviada
por el Padre y el Hijo a la tierra para comunicar el conocimiento, hacer
efectiva la bendición y llevar a las almas al disfrute de la infinita gracia de
Dios en Cristo así como de la gloria que Le es propia. Esta es la Iglesia de
Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu Santo; tal es su porción
incluso ahora.
Por consiguiente
ustedes comprenderán que cuando nosotros
hablamos de la Iglesia de Dios ahora, cuando leemos acerca de ella en la Biblia
no debemos suponer que es un mero conjunto de individuos que han sido regenerados
por el Espíritu y confían en Cristo para salvación. Nunca hubo un tiempo desde
que el pecado entró en el mundo en que Dios no obró en almas. Nunca habrá un
tiempo tal hasta los cielos nuevos y la nueva tierra; pero habrá una línea de
tales creyentes en la tierra. Hablamos ahora de lo que Pentecostés contempló, —
una visión absolutamente nueva, sí, ni siquiera revelada en las Escrituras. El
testimonio del Nuevo Testamento es abundante, explícito y decisivo acerca de
ello. Unas pocas observaciones pueden tender a aclarar esto. En el gran cuerpo
del Antiguo Testamento tenemos al judío mantenido por institución de Dios enteramente
distinto del gentil, sin duda alguna en cuanto al carácter del judío o a la fe
del gentil. Obviamente hubo creyentes entre los judíos tal como hubo creyentes ciertamente
y de vez en cuando entre los gentiles. La palabra de Dios demuestra esto de
modo que ello no debiese ser motivo de debate o de duda porque se trata de un
hecho en Sus modos de obrar y una certeza en Su palabra.
Pero antes
los creyentes no formaban un solo cuerpo;
más aún, en los tiempos del Antiguo Testamento una cosa tal nunca fue prometida
ni se pensó en ella, a saber, como que alguien formara parte del cuerpo de
Cristo. No sólo ninguno de los santos cuya experiencia nos es presentada tan
ampliamente en la ley, los Salmos y los profetas habla jamás así, sino que
ningún profeta contempla jamás nuestra propia unicidad con el Señor. El intento
de aplicar así la expresión de Isaías 26: 19: "¡Vivirán tus muertos; los
cadáveres de mi pueblo se levantarán!" (Isaías 26: 19 – VM), es (si se
puede decir así sin ofender) un evidente despropósito. La Iglesia no es un
cuerpo muerto sino que está expresamente en unión viviente con la Cabeza. A
nosotros se "nos dio vida juntamente con Cristo" (Efesios 2: 5). Es
un abuso indecoroso permitir que por un momento se supusiera que el Espíritu
Santo que mora en la Iglesia llena un cuerpo que es un mero cadáver a la vista de
Dios. Como puede ser visto en otro momento más ampliamente la verdad es que en
este versículo Dios habla por medio de Su profeta al pueblo judío y que ellos
como bien sabemos por muchas partes de la palabra de Dios son tratados como
completamente muertos. No es que Dios no los resucitará del sueño de la muerte
pero así como el Señor al ir a resucitar a la hija del hombre principal judío
trató con la que dormía (Mateo 9: 18-26), así será con el pueblo judío en breve.
Pero la Iglesia nunca es descrita así bajo ninguna circunstancia pues ella no
tenía ninguna relación con Dios antes de ser llamada por gracia a la unión viviente
con Cristo. Y yo me atrevo a preguntar: ¿en qué sentido ella podría haber sido
alguna vez descrita como Su cuerpo muerto? Además Jehová habla así del cuerpo
muerto de Israel. En Isaías 26 no se trata de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, de
la Cabeza viva en el cielo como tampoco en Ezequiel 37, Daniel 12 y Oseas 6
(compárese, para los asirios, Nahum 3: 18, y para el mundo, Romanos 11: 15.) La
relación que Israel tenía con Jehová era la de Su pueblo, relación que perdió
bajo una ley quebrantada y un Mesías rechazado hasta que la misericordia divina
volvió a levantarlos como de la tumba y Jehová los poseyó como Suyos: "¡… los
cadáveres de mi pueblo se levantarán!"
Además yo
llamaría a que presten ustedes atención a
esto. Ya ha sido demostrado que el paréntesis de juicio existe en los tratos de
Dios con Israel durante el cual la descendencia literal ha perdido por un
tiempo su posición y título de pueblo de Dios en la tierra; a saber, desde el
cautiverio babilónico hasta que el Salvador acogido en sus corazones en el
nombre de Jehová reaparezca y los reconozca y establezca Su reino en medio de
ellos con poder y amor visibles. Además hay otro paréntesis que puede ser llamado
el paréntesis de la gracia. Este comienza con Jesús rechazado hasta la cruz y
resucitado de los muertos; pero no todavía juzgando a Israel y a los gentiles
que han sido culpables de ese vil pecado de rechazarle y darle muerte. Es Jesús
resucitado y asumiendo un nuevo lugar en la más plena misericordia en el cielo
no sólo enviando a todas partes el mensaje de gracia a pecadores en la tierra
sino que el Espíritu Santo mismo es enviado abajo uniendo a aquellos que ahora
creen en Su nombre tanto a Cristo como unos a otros, miembros de Su cuerpo, de
Su carne y de Sus huesos, bautizados así por el Espíritu y constituidos en un
solo cuerpo incluso ahora primero en la tierra pero ciertamente para nunca ser
separados en el cielo. Pero además se ve por primera vez en la tierra ese
extraño espectáculo y esa maravillosa realidad de la gracia divina, a saber, el
judío y el gentil unidos en el común terreno de la unión con Cristo por el Espíritu
Santo.
Y ¡qué
poderosa preparación para esta nueva obra de
Dios! La redención consumada, el perdón y la justificación disfrutados, el
acceso al Lugar Santísimo dado, la vida resucitada y la filiación dadas a
conocer, el sacerdocio terrenal, los sacrificios, el templo, todo lo que estaba
relacionado con esa mera escena visible y tangible aquí abajo desapareciendo
por completo, y estos santos no sólo individualmente en posesión de los
privilegios aquí nombrados sino unidos como un solo cuerpo a Cristo el Señor a
la diestra de Dios conscientes de la unión de ellos con Él, esperando
que Él los tome a Sí mismo para estar con Él en aquel cielo donde ellos Le
conocen y al cual sus corazones se vuelven continuamente como siendo el hogar y la porción
propios de ellos, — de ellos porque Él, Cristo, el cual es la vida de ellos
está allí. Nada de esto existía o podía existir en los días que precedieron a
Pentecostés: ni siquiera la incredulidad puede negar esto aunque muestre su
ciega vileza tratándolo todo como una mera cuestión de diferencias
circunstanciales. Por lo tanto se trata estrictamente de lo que yo he denominado
un paréntesis de gracia porque se extiende desde la ascensión de Cristo
al cielo y termina con Su regreso desde el cielo para recibir a los que Le
están esperando en la tierra. Pero cuando el Señor renueve Su conexión con los
judíos y establezca Su reino, el reino de los cielos sobre la tierra en el
siglo venidero, no habrá tal hecho como una cabeza en el cielo ni por
consiguiente santos en la tierra unidos en relación alguna con Él como Su un
solo cuerpo por el Espíritu Santo enviado desde el cielo.
¿Es que no
habrá tal bendición como el Espíritu Santo
derramado en aquel entonces? Ciertamente la habrá pero debemos recordar que
antes de que viniera Cristo el Espíritu Santo siempre había estado en acción
porque no hubo ningún acto de Dios en el mundo antiguo desde la creación hasta
la presencia y partida de nuestro Salvador sin la acción del Espíritu Santo. No
importaba lo que pudiera ser, juicio, misericordia, poder, habilidad o
sabiduría, Él era siempre la Persona activa de la Trinidad. Suyo es eternamente
el tratar con el alma o el cuerpo. Yo no digo que Él sea el objeto ante ellos:
la gracia de Dios nos ha presentado esto en Jesucristo el Hijo; pero el
Espíritu Santo es el agente interno que actúa sobre los hombres y en los
hombres y es el poder que efectúa ya sea en la creación, la providencia, la
redención, el gobierno, o en cualquier otra cosa que Dios realiza en la tierra.
No sólo la acción normal del Espíritu permanecerá sino que en el milenio habrá
un derramamiento del Espíritu de Dios aún mayor que nunca. En efecto, ¡cómo
podría ser de otro modo en el día en que nuestro Señor Jesucristo gobernará la
tierra y hará que la bendición fluya como un río por todas partes! Nosotros sabemos
que el Espíritu será derramado sobre toda carne. (Joel 2).
Habrá una
difusión del bien en poder por todo el mundo
mucho más rica al menos en extensión de lo que jamás se ha experimentado aquí
abajo. Pero en los aspectos más importantes no será el mismo carácter de
bendición que el de ahora. Cristo habrá venido una vez más en persona y
gobernará visiblemente el universo. Sería presuntuoso y vano que alguien
intentara definir los detalles pero tenemos con la garantía de la palabra de
Dios la seguridad de que nuestro Señor Jesús vendrá, se sentará como Sacerdote
en Su trono, reinará en justicia sobre la tierra, y será así cabeza no sólo de
Israel sino también de los gentiles. Todo esto es cierto y junto con ello nosotros
encontramos nuevamente tanto una tierra como un pueblo peculiarmente santos y
especialmente cercanos al gran Rey. Un poco más lejos tenemos también a otros, reconocidos
y bendecidos. Es decir, tenemos judíos y gentiles separados como antaño. Yo no quiero
decir que las cosas se reanudarán absolutamente según lo que era bajo el
sistema levítico porque el nuevo pacto y el Mesías reinando en gloria implican
grandes diferencias. Sin embargo habrá ciertos asuntos fundamentales de
comunidad entre ambos.
Al mismo tiempo
Dios, habiendo hecho que la corriente de
bendición fluya hacia los gentiles, Él nunca se apartará de Su gracia excepto en
la ejecución de juicio sobre los adversarios. Con independencia de cuál sea la bendición
de Israel en el milenio Él permanecerá fiel con respecto a que los gentiles han
de regocijarse con Su pueblo. Pero por otra parte esto es en sí mismo una cosa
muy diferente de que esto sea la realización actual de ello en la Iglesia en la
que las distinciones entre judíos y gentiles desaparecen, y los que ahora creen
son hechos por el Espíritu Santo que mora en ellos miembros del Hombre exaltado
resucitado, miembros de Cristo Jesús en el cielo, siendo el Espíritu Santo no
sólo derramado sino enviado personalmente. La misión del Consolador que ha descendido
en persona desde el cielo es la verdadera diferencia entre la acción del
Espíritu Santo ahora en comparación con los tiempos del Antiguo Testamento o con
la bendición generalizada de la que la Escritura asegura a través de Él en el
futuro. Por eso la presencia del Espíritu Santo enviado personalmente desde el
cielo (1ª Pedro 1) subsiste ahora de una manera tal que no era cierta antes de
Cristo y como no lo va a ser después de que Él venga a reinar sobre la tierra.
La verdad
de esto (precioso como pueda ser el
derramamiento del Espíritu en el futuro), tal como ha estado a menudo ante nosotros
en varias
formas así aparecerá desde muchas de las Escrituras que se presentarán ante
nosotros en el curso de estas conferencias. De hecho, cualquiera que conozca
familiarmente la Palabra de Dios admitirá (y cuanto más profundamente la
conozca más fácilmente verá y admitirá) que al expresar lo que he dicho antes
yo he tenido ante mis ojos un vasto conjunto de pruebas Escriturarias al hacer
estas observaciones generales.
Algunas consecuencias
muy importantes emanan de esta
revelación de la Iglesia de Dios acerca de las cuales y acerca de las
esperanzas que son propias del cristiano diré ahora algunas palabras. La
declaración de la verdad en cuanto a esto expondrá por sí misma aquello que ella
necesariamente debe desterrar e invalidar, a saber, las infundadas expectativas
terrenales que han sido asociadas con la Iglesia porque su carácter celestial
era desconocido. Mi objetivo es demostrar y hacer evidente que estas verdades
no son meramente importantes en sí mismas sino que llevan consigo efectos
prácticos no sólo para nuestro andar exterior sino también para los afectos y
la disciplina interior del alma.
En primer
lugar por todo lo que se acaba de formular
en cuanto a la Iglesia de Dios yo apelo al Nuevo Testamento como un todo y a
cada pasaje que trata de la Iglesia en detalle. Permítanme señalar también los patentes
hechos del Antiguo Testamento en contraste con lo que no se puede negar que es
la enseñanza del Espíritu Santo en el Nuevo. Si estas cosas son así permítanme
preguntar en qué medida nuestras almas entran en este asombroso lugar de santa
intimidad y cercana relación con nuestro Dios y Padre así como con Cristo
nuestro Señor. ¿Hemos sopesado lo que sucede con aquellos que incluso ahora son
uno con Cristo, miembros de Su cuerpo, quienes tenemos el propio Espíritu Santo
mismo morando en nosotros? Ustedes habrán notado de qué manera en la Escritura se
asume que esta relación con Dios y con Cristo en el poder del Espíritu supone que
somos conscientes de nuestra unión con Cristo. Por otra parte, ¿Cómo es que
puede haber miembros del cuerpo de Cristo que no tengan tal comprensión de la
bienaventuranza de ellos? El triste hecho es que el mayor daño ha sido hecho a
las almas al mezclar las esperanzas, la experiencia, los pensamientos y también
los sentimientos que son producidos por la revelación de Cristo y de la Iglesia
con la experiencia, las expectativas y los modos de los tratos de Dios inherentes
a los santos del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento es tan divino como
el Nuevo; no hay parte en él que no sea de Dios. Por lo tanto nadie puede
debilitar o infravalorar debidamente una palabra de ninguno de los dos. Pero ellos
no son lo mismo. No sólo se diferencian en medida o grado sino en carácter. ¿Hay
aquí algún corazón que se irrite por esto? ¿Hay quienes sienten que es indebidamente
violento el hecho de afirmar que en su propia naturaleza la Iglesia de Dios es
una cosa absolutamente nueva y celestial? Permítanme preguntar a los tales, ¿Acaso
no es digno de Dios poner dignidad sobre Su Hijo, — Su Hijo crucificado en la
cruz? ¿No es digno de Dios que cuando todo lo que el Antiguo Testamento nos condujo
a esperar en relación con el Mesías fue bruscamente desbaratado en la cruz
cuando el judío y el gentil rivalizaron mutuamente en aborrecer y despreciar a
Su Hijo? — ¿Acaso no es digno de Él y debido a Su propio Hijo que Él haga que aquel
momento de todos los demás sea uno para sacar a la luz los consejos escondidos
en Él mismo desde la eternidad, que son los únicos que implican y manifiestan
un valor adecuado para Jesús y para Él crucificado, para el Hijo de Dios que
había colgado en vergüenza, dolor y padecimiento juzgado por el pecado incluso
por Dios mismo, sí, por nuestros pecados?
Si la tierra
Le rechazó, ¿qué hizo el cielo? El cielo
se abre y Le recibe. El cielo se había abierto antes cuando Jesús estaba aquí y
ahora se abre una vez más no sólo para testificar de la complacencia de Dios
Padre en el Hijo mientras Él caminaba en la tierra sino de cuál fue el
sentimiento de Dios Padre acerca del Hijo cuando Él habiendo sido crucificado Él
fue levantado de los muertos. Ello se convirtió además en un asunto acerca de
lo que Dios haría por Su Hijo. ¿Qué podía Dios hacer por Él en aquella
naturaleza en la que había sido despreciado y había padecido hasta el extremo? Él
Le sentó "a su diestra en las regiones celestiales, muy por encima de todo
gobierno y autoridad". (Efesios 1: 20, 21 – VM). ¿Fue eso suficiente? No
fue suficiente. Tomen ustedes a los peores, al más vil de los hombres y Él demostrará
quién es el Hijo; mostrará cuál es el valor de esa cruz; mostrará el poder de
la sangre preciosa para limpiar de todo pecado; Él mostrará cuál es para ellos
el poder de esa vida que está en Él. La consecuencia es que entonces Dios saca
a relucir consejos que antes Él había mantenido en secreto. Él había prometido
la tierra a Israel; había asegurado bendición a los gentiles por medio de
Israel y en ellos y todo estaba necesariamente relacionado con Cristo y
dependía de Él porque era sólo así que Israel o las naciones podrían ser
bendecidos. Pero, ¿a quién había prometido Él los cielos? En lo que al Antiguo Testamento
respecta todo podría haber parecido reservado para Dios mismo. No, Él coloca
primero al Segundo hombre muy por encima de los cielos pues la maravillosa
verdad es que ello no es meramente en Cristo visto como el Hijo eterno, que obviamente
Él lo era, sino que lo que ahora resplandece en la verdad es que toda la gloria
es conferida al hombre. Es en la naturaleza humana que Cristo es resucitado y
exaltado al lugar más prominente del cielo. Que todos los ángeles de Dios Le
adoren.
No fue suficiente
que Jesús estuviera así personalmente
en el cielo pero, ¿cuál fue el valor de Su obra? Esa obra fue por el pecado;
fue por los pecadores; fue también para la gloria de Dios vindicando Su
carácter en todos los aspectos acerca del pecado; y ahora el pecado, terrible
como es y destructivo sin Cristo, se convierte en la ocasión para que Dios
muestre de qué manera Cristo y la obra de Cristo y la sangre de Cristo triunfan
sobre todo rastro y efecto del pecado. La consecuencia es que Dios puede sacar
a la luz ahora el maravilloso y oculto consejo de que todo aquel que cree en Cristo
no sólo es salvo, no sólo se le da vida, es perdonado, es justificado, sino que
tiene el Espíritu Santo morando en él. El Espíritu Santo lo une así a Cristo.
Advirtamos
cuidadosamente a los que oyen o leen. Ustedes
encuentran a menudo a personas que hablan acerca de estar unidos a Cristo por
medio de la fe. Esta es una frase desafortunada. No existe tal cosa como
estar unido por medio de la fe. Es el Espíritu Santo dado personalmente quien
une a Cristo. Es el vínculo de Uno que es divino y no meramente un vínculo de
fe. Se admite que la fe es don de Dios. Es producida por el Espíritu Santo,
obviamente; pero, amados amigos, para formar una unión entre Cristo y los
hombres en la tierra se necesita mucho más además de todo esto. Si esto es así
ello barre evidentemente y de inmediato las teorías de los hombres acerca de la
Iglesia de Dios. Según la Escritura Su asamblea en el Nuevo Testamento no está
compuesta exactamente por creyentes sino por creyentes que viven ahora que el
Espíritu Santo descendido del cielo los bautizó en un solo cuerpo. El Espíritu
Santo es dado ahora como el sello de la redención y las arras de la herencia.
No había tal estado de cosas antes de que Cristo muriera, resucitara y fuera al
cielo. El Espíritu regeneraba o daba vida a almas dándoles fe en Cristo pero Él
no podía ser el sello hasta que la redención fuese consumada, de lo cual Él es
el sello. Por otra parte no habrán arras de la herencia cuando la herencia de
la gloria misma haya llegado. Nosotros tenemos allí los dos extremos, por así
decirlo, a cada lado de la Iglesia puestos completamente fuera de la vista y de
la estimación. Cuando la gloria de Dios ilumine a Sión, cuando el conocimiento
de Su gloria llene la tierra como las aguas cubren el mar habrá llegado el momento
de que los coherederos tomen con Cristo la herencia. ¿Dónde estaría la necesidad
o la sabiduría de unas "arras" cuando la herencia misma es
disfrutada? La verdad es que en aquel entonces el Espíritu Santo ya no actuará
de esta manera en absoluto. Él es ahora el Consolador o Patrono; Él intercede ahora
por nosotros, sí, en nosotros, con gemidos que no pueden explicarse con
palabras. (Romanos 8: 26 – VM). ¿Por qué? Los santos están en aflicción y
prueba; se supone que ellos siempre están padeciendo y sin embargo esperando
reinar con Cristo; pero cuando el Señor reine, cuando la tierra sea bendecida y
el enemigo atado la acción del Espíritu Santo asumirá, obviamente, una forma en
concordancia con un cambio tan completo. No habrá necesidad alguna de dar un
sello divino a los gemidos de los hombres en la tierra cuando realmente no haya
más que gozo, alegría, paz y justicia en todas partes. Cuando todo resplandece
así y el mal es mantenido alejado no es la ocasión para que Uno como Él venga a
consolar el corazón con la esperanza de futura bienaventuranza y gloria en lo
alto. Se trata claramente de otro carácter apto para el nuevo estado de cosas
como lo demuestran abundantemente las Escrituras.
Por
lo tanto la Iglesia difiere esencialmente de los
santos del Antiguo Testamento aunque ellos fueron tan verdaderamente
regenerados como nosotros y con la misma certeza miraban a Cristo y descansaban
únicamente en Él; de lo contrario no serían santos en absoluto. Así, en el
milenio también habrá claramente un conocimiento divino de Dios en Cristo, con juicio
propio o arrepentimiento ante Sus ojos en cada uno que sea nacido de Dios. El
hecho de que Cristo será mostrado en aquel entonces en gloria no desechará la
necesidad de la operación del Espíritu en el alma más que cuando Cristo estaba
en la tierra. Además, como antes, el Espíritu de Dios tenía que obrar con poder
vivificante. Sin embargo, ¿quién puede negar que el Señor Jesús insinuó
claramente a los discípulos (quienes Le habían recibido, habían creído en Su
nombre y habían nacido de agua y del Espíritu) que alguna bendición adicional
les iba a ser conferida en breve, bendición que ellos no habían recibido aún;
que era conveniente para ellos, no sólo para Él, que Él se marchase
(pues de lo contrario el Consolador no vendría); y que cuando Él se
marchase enviaría el Parákletos para que estuviera en ellos para siempre? Todos
podemos comprender que era conveniente que Cristo entrase en Su gloria en lo
alto pero también
era conveniente para ellos. La conveniencia radicaba en que de lo contrario
ellos no podrían tener el Espíritu Santo en esa forma personal en que Él iba a
ser dado y enviado desde el cielo. Cristo subió y el Espíritu Santo descendió y
ahora, desde aquel día hasta hoy, el Espíritu Santo mora en cada creyente que
descansa en la redención en Cristo y Él mora también en la Iglesia de Dios.
(Juan capítulos 14-16; 1ª Corintios capítulos 3, 6 y 12; 2ª Corintios 6).
Yo me desviaría
de mi objetivo actual si entrara en
las influencias eclesiásticas de este importante asunto tales como el hecho de
reunirse y la adoración de los hijos de Dios. Ahora estoy viendo a la Iglesia
en conexión con los modos de obrar de Dios como para desarrollar el fundamento
de su esperanza distintiva. Visto como ello puede ser visto es evidente que hay
una creación enteramente nueva sacada a la luz en la tierra que responde a algo
enteramente nuevo en el cielo, — a saber, un hombre, una Cabeza glorificada
allí, quien también es Dios. Como Cristo nunca antes fue Cabeza, como sólo
llegó a ser Cabeza cuando ascendió al cielo después que la redención fue
consumada, así no hubo antes en la tierra tal cosa como la membresía de Su
cuerpo. Con esto está ligado el Espíritu Santo enviado personalmente el cual
nos constituye en miembros de Cristo; como se dice: "El que se une al
Señor, un espíritu es con él". (1a Corintios 6: 17). No se trata aquí de
"una fe", sino de que "el que se une al Señor, un espíritu es
con él"; ello se refiere expresamente al Espíritu Santo obrando de esta
manera nueva e íntima. No meramente creyendo, sino que "por un mismo
Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo". (1a Corintios 12: 13
- LBA). Esto supone la presencia del Espíritu Santo el cual es dado ahora para
estar en el creyente y une en uno a todos los creyentes sin importar lo que
ellos puedan haber sido previamente.
(Véase también Efesios 2).
Entonces,
esto es lo que, por así decirlo, hace que la
Iglesia sea la Iglesia. Es el elemento primordial, capital, constitutivo de la
Iglesia de Dios tal como el Nuevo Testamento expresa que es el caso. Pero
además el Espíritu Santo no está aquí para llamar la atención sobre Su propia
presencia por muy verdaderamente que sea el hecho de que Él está aquí y que Su
presencia debe ser sentida. De hecho no es así la manera en que Él obra, en
absoluto. Es cierto que Él fue enviado y que está aquí; también es muy
importante que el creyente reconozca, conozca y disfrute Su presencia; pero aun
así la manera en que Él afirma Su poder es exaltando a Cristo. Por eso entre
Sus otras glorias Él mantiene que Jesús es el Señor y que consecuentemente no
hay espacio alguno para la permisión de la voluntad humana en la Iglesia de
Dios o para la interferencia de cualquier autoridad en cuanto a las cosas
divinas desde afuera. No, más que esto: toda interferencia desde dentro excepto
en la medida en que el Espíritu Santo controle a los miembros del cuerpo con el
propósito de glorificar a Cristo (algo que la conciencia guiada por la palabra
de Dios tiene que discernir), es algo ofensivo para Dios y destructivo del
objetivo mismo de Su Iglesia en la tierra.
Pero si este
es el carácter de la Iglesia y este es el
poder que obra en ella ahora, si en la exaltación del Salvador radica la gran
prueba para decidir lo que es de Dios y lo que no lo es, yo preguntaría: ¿Qué
revelan las Escrituras en cuanto al curso y a las esperanzas de la Iglesia de
Dios aquí abajo? El Nuevo Testamento lejos de guardar silencio habla mucho de
ambas cosas. ¿Iba la Iglesia a permanecer triunfante en un progreso
ininterrumpido? ¿Iba ella a cumplir infaliblemente su inmensa obra de representar
dignamente la gracia y la gloria de Cristo? Ciertamente Israel había fracasado
en su infructuosa tarea, así como habían fracasado los gentiles, pues en cuanto
a su responsabilidad ellos habían llevado a cabo una corrupción aún más
abominable. ¿Qué iba a ser de la Iglesia de Dios? En primer lugar ella difiere
ampliamente de todos los demás, de sus predecesores. La Iglesia de Dios no es
de esta creación en ningún sentido verdadero. Ella es una forastera en la
tierra. Pertenece a los cielos donde ya está su Cabeza y desde donde el
Espíritu de gloria y de Dios viene a formarla y a llenarla. Por eso el Nuevo
Testamento mantiene continuamente esta verdad inmensa y fundamental aunque los
miembros de la Iglesia de Dios ocupen cierto lugar en la tierra como sucediendo
por el momento a Israel. Los judíos eran el pueblo de Dios antes, los miembros
de la Iglesia lo son ahora; los bautizados son responsables de ser testigos para
Dios en la tierra. Aunque hay algunos privilegios y deberes que ellos tienen en
común con los que los precedieron, ellos tienen un carácter especial adherido únicamente
a ellos.
Esto resuelve
la dificultad que algunas mentes sienten
al considerar la simiente de Abraham (Gálatas 3) y el olivo (Romanos 11). Es
muy cierto que nosotros seguimos a Israel en estos detalles y más. Ellos eran
la simiente de Abraham según la carne; los que ahora creen en Cristo son la
simiente de Abraham tan ciertamente aunque de otra manera, una manera
espiritual. Nosotros tenemos a Cristo y tal como Cristo era, en el sentido más
elevado, la Simiente prometida, Aquel en quien están todas las promesas de
Dios, el que posee a Cristo ya tiene todas las promesas pues por muchas que
sean las promesas de Dios en Él está el Sí de ellas y en Él el Amén para gloria
de Dios por medio de nosotros; y Dios nos ha confirmado en Él y también nos ha
sellado y nos ha dado el Espíritu en nuestro corazón como garantía. (2ª
Corintios 1: 20-22).
Sin
embargo hay más que debe ser mencionado. No sólo
los verdaderos creyentes son así la simiente de Abraham de una manera aún mejor
y más cercana que el Israel literal porque ellos tienen todo en Cristo; sino
que también la cristiandad profesante o aquello que confiesa el nombre de Cristo
aquí abajo tiene un lugar importante. Este es el solemne asunto tratado en
Romanos 11. Los hombres de Israel fueron infieles a lo que se les confió e
hicieron que la ley de Dios fuera odiosa y menospreciable. Los gentiles ahora,
o la cristiandad profesante, bautizada en el nombre de Cristo es responsable de
dar testimonio de la benignidad de Dios en el evangelio y de hecho cualquier
luz que haya, cualquier testimonio de alguna manera para Dios no se encuentra entre
los judíos sino entre los bautizados. Los judíos están endurecidos, secos,
ciegos y muertos, como sus propias mercancías e intereses. Ellos no entienden
las mismas Escrituras que vanamente sostienen en sus manos. Se avergüenzan, se
turban y se confunden aun ante el más débil confesor verdadero del nombre de
Jesús porque es demasiado evidente que con independencia de cuál haya sido la
luz de Israel en el tiempo antiguo ahora está extinta y desaparecida. Las ramas
judías infieles se marchitaron y fueron desgajadas y es sobre los hombros de la
profesión gentil que cualquier testimonio verdadero de Dios es llevado. Yo digo
la «profesión» gentil porque incluso
aquellos cristianos nominales que no han nacido de Dios aun así tienen la luz
externa de la cual carecen los judíos. Exclusivamente entre ellos hay algún
reconocimiento de la gracia de Dios. Sólo allí el evangelio es predicado y es predicado
más o menos verdaderamente incluso por personas no convertidas. Puede ser que ellos
no sigan a Cristo, puede ser que ellos no reciban la verdad en Él; pero aun así
la palabra y el nombre de Cristo son sostenidos, especialmente Su cruz. Pero por
otra parte aunque hay verdad en toda la mayoría de la profesión externa de
Cristo, verdad que no es encontrada en ninguna otra parte, ella se está
desvaneciendo y nosotros estamos viviendo ahora en días en que la cristiandad
se apresura a su ruina; y la extraña visión crece de prisa, visión no meramente
de incrédulos (pues incrédulos ha habido siempre en abundancia), no meramente
de hombres profanos que se burlan y triunfan a causa de los abusos de la cristiandad
sino visión de hombres que son apóstatas aunque estando en todas las posiciones
imaginables de la así llamada Iglesia; no sólo profesando el nombre de Cristo
sino erigiéndose en
maestros, principales dirigentes y pilares de la profesión cristiana. Por lo
tanto nosotros no sólo tenemos a hombres bastos que ridiculizan la Biblia y
cada verdad que está en la Biblia en proporción a su valor y su gloria sino que
(¡ay de mí por decirlo con la triste convicción de su certeza!) la defensa de
la verdad parece aún más ominosa que incluso los ataques contra ella. Se trata de
la resistencia lastimosamente débil a estos agresores bajo el nombre y ropaje
cristianos; es el estilo laxo y transigente adoptado por aquellos que son
aceptados como hombres ortodoxos y verdaderos; es el dejar entrar el principio
fatal de que la Escritura
contiene errores, errores demostrables les dirán, y esto no viniendo del grupo
racionalista sino de aquellos que se jactan del evangelio y que en el mismo
contexto profesan ser los paladines de la inspiración: estos son los signos que
presagian la veloz "apostasía". ¿Cuál debe ser el resultado? Si estos
son los pensamientos y palabras de hombres que defienden la verdad revelada,
¿qué se puede esperar de los defensores del librepensamiento? Si tal es el
estado actual, ¿qué se puede esperar en la cristiandad cuando Dios envíe un poder
engañoso para que los hombres crean una mentira? (2ª Tesalonicenses 2: 11).
Pero junto con esto
Dios ha enviado un clamor a medianoche: "¡Aquí viene el esposo!". (Véase Mateo 25). Y Aquel bueno y misericordioso que por
consiguiente ha despertado de nuevo a las almas y las despierta en todas partes
para el regreso de Su Hijo desde el cielo, — Aquel que ha obrado pese a todo
obstáculo sobrevenido a manera de indiferencia, desprecio y oposición, también
ahora ha vindicado Su palabra como nunca fue vindicada desde que la Iglesia
primitiva se apartó para mezclar fábulas con ella. Los escritos más tempranos de
la antigüedad cristiana evidencian la terrible manipulación de la pureza de la
palabra de Dios por parte de judaizantes, gnósticos y supersticiosos agoreros; mientras
que los últimos escritos (del siglo 19) en medio de
una apostasía inminente son por
contraste la mejor de todas las evidencias no sólo para con Su palabra sino
también para con la gracia de Su Espíritu en la recuperación de tesoros
preciosos y por mucho tiempo perdidos.
Con toda certeza
Dios está convocando ahora misericordiosamente
a almas; y presten ustedes atención a Su modo de obrar. ¿A qué las despierta Él
en primer lugar? A Cristo en el cielo, al Espíritu Santo enviado desde el cielo
llenando corazones en la tierra con la conciencia de la relación de ellas con
Cristo y con la conciencia de Su amor. ¿Y cuáles son los efectos? La perfecta,
feliz y santa libertad del cristiano, el gozo celestial en la certeza del amor
del Salvador y de la comunión con Él en concienzuda y creciente separación del
mundo en todas sus formas, del mundo que Le aborreció. ¿Y luego qué? ¿Acaso no
tiene todo esto ninguna relación con la venida del Señor? Que no permita Dios
el incrédulo pensamiento. Ciertamente tiene mucha en todo sentido. ¿Cuándo ha
habido algo como la presente expectativa de Cristo? Yo soy consciente de que
hombres especulativos dirán a ustedes que clamores acerca de que el Señor venía
han sido oídos continuamente entre los
hombres en épocas de agitación. Pero me atrevo a afirmar que nunca hubo nada
como la actitud y el tono actuales de esperar al Señor. La verdad es que ha
habido de vez en cuando no poco pánico. Los hombres se han estremecido temiendo
que el día del juicio era inminente. ¿Es esto lo mismo que la resplandeciente y
gozosa esperanza de la venida del Esposo? ¿Es esto salir a recibirle? Sin duda
en el año 600 d.C. una alarma general impregnó a la cristiandad y el año de
gracia 1000 fue testigo de un sobresalto aún más violento (pues realmente no fue
digno de un mejor nombre). Ellos se horrorizaron al pensar que el Señor ya venía
a juzgar al mundo. Desde aquellos días ha habido tiempos, generalmente de
cambio y confusión externos,— estados convulsionados, revoluciones de reinos,
etc., — y los pobres hijos de los hombres y también los hijos de Dios asustados
como liebres han pensado y temido, sí, han temido, que el Señor estuviese
a las puertas. Pero, ¿puede algún hombre justo y con un juicio formado en la
palabra de Dios confundir estos dolorosos rumores, estos humillantes pánicos
acerca del día del juicio con el Señor llamando a las vírgenes para que entren
con Él a las bodas?
Como ustedes
observarán no se trata simplemente de que
ellas son despertadas por el clamor que se oyó a medianoche: esto no hace sino
recordar a las vírgenes su posición original que ellas habían abandonado para
dormir más a gusto. La gracia las despierta de nuevo y ellas vuelven a tomar
sus lámparas ahora arregladas con aceite en sus vasijas y salen una vez más a
recibir al esposo. Ellas no se quedan donde estaban sino que dejan todo lo que
las había apartado de su correcto objetivo; se abren camino a través de todos
los impedimentos terrenales; descartan los andrajos de la tradición humana. Es
el retrato profético de la esperanza recuperada de los santos que actúa en sus
corazones después de un largo eclipse, la esperanza de almas ni excitadas ni
alarmadas sino en armonía con el amor del Salvador y esperando Su venida con
paz y gozo en sus almas. ¿No está ocurriendo nada semejante ahora? Yo hago un
llamamiento a los que aman al Señor y a la Iglesia; y cuanto más sepan ellos lo
que sucede en la Iglesia y cuanto más honestos sean al responder tanto mejor.
¿No está sucediendo el clamor de medianoche? ¿Dónde se sale a recibir a Cristo?
Me parece que sólo puede haber una respuesta, a saber, dondequiera que se
encuentren el entendimiento y la honestidad espirituales. Desde que los
apóstoles dejaron de existir nunca hasta ahora ha habido la apariencia de un despertar
tal en los corazones de los santos en todo el mundo; nunca antes esta gozosa
bienvenida tomando el lugar del sueño que sólo solía ser perturbado por sueños
de angustia.
Y es oportuno
señalar otra cosa. No se trata de un
conjunto de personas satisfechas consigo mismas o que desean utilizar este clamor
para festejar. ¡Dios no permita semejante mal uso! El clamor sale de los santos
de Dios dondequiera que ellos puedan estar y penetra donde menos se lo espera. Ha
sido oído en el catolicismo. Ha resonado en el protestantismo. Ni el
nacionalismo ni la disidencia han podido suprimir la convocatoria. A pesar de
toda la desgana del pasado o de las barreras y piedras de tropiezos del
presente las vírgenes prudentes salen a recibir al Esposo. A nadie corresponde decir
hasta dónde puede llevar el Señor la convocatoria o hasta qué punto puede
hacerla efectiva. Lo que yo sí digo es que es peligroso que las almas esperen
ver que se produzca tal o cual resultado antes de salir con aceite en sus
vasijas. Que el ojo esté sólo en Cristo. Que el corazón descanse siempre en la
preciosa verdad de que somos uno con Él, gozosos ahora en degustar Su amor por medio
del Espíritu Santo y pronto corresponderemos al anhelo de Su corazón que dice:
"He aquí yo vengo pronto". Si sabemos lo que Él es para nosotros aquí
desearemos fervientemente una comunión ininterrumpida con Él en el cielo. Y sólo
si los santos entran en mayor medida en esta preciosísima porción para el
corazón ellos no podrán descansar donde no hay un testimonio práctico de ello
en sus corazones y en sus hogares, en su andar y en su adoración. La esperanza
es tan práctica como la fe de los elegidos de Dios y debe llevarse a cabo en
los detalles de cada día. Realmente ello es el homenaje necesario del santo y es
debido al Señor y a Su verdad. Por lo tanto cada vez que ellos se reúnen como
hijos de Dios aquellos que son conscientes de tal convocatoria a salir a
recibir al Salvador no pueden prescindir de la seguridad de que están en un
terreno tan escriturario y tan guiados por la Palabra y el Espíritu de Dios que
los dejará felices al dar a Él la bienvenida desde el cielo.
Entonces
uno puede deducir cuál es la posición de la
Iglesia con respecto a la venida de Cristo incluso a partir del somero esbozo
que he podido hacer esta noche. Sólo es presentado aquí el pensamiento general
de la Iglesia y su esperanza en contraste con el judío y el gentil sin entrar
todavía en el rapto o arrebatamiento de los santos ni en ningún asunto acerca
de los que ellos deben pasar a través de la futura tribulación. Como esto está
reservado para otra ocasión por el momento yo debo pasar por alto muchas
Escrituras de profunda importancia estando conforme con nada más que el aspecto
amplio y general de lo que el Nuevo Testamento afirma acerca de la Iglesia. Sin
embargo yo confío en que cada cristiano aquí presente y por pequeño que pueda
ser su discernimiento espiritual él pueda ver que una relación tan nueva y maravillosa
como la unión del cristiano y de la Iglesia con Cristo abre la puerta a una
esperanza no menos preciosa y especial. Debe ser verdaderamente tardo quien por
ejemplo en Juan 14 o en 1a Tesalonicenses 4 no reconoce nada más que lo que
era esperado por los santos de
antaño y está expresado en el lenguaje de los Salmos y los profetas. Muy
diferente es lo que el Nuevo Testamento presenta al corazón. ¿Cuál es allí la
esperanza de la Iglesia? ¿Es la mejora social o el progreso humano? ¿Es incluso
la difusión del Evangelio a través de todo el mundo y la conversión de los
judíos? Ninguna de estas cosas es nuestra adecuada esperanza.
Entonces, quiero yo decir que no
es el deber del cristiano predicar el Evangelio o promover su predicación a
toda criatura? Lejos de eso; sí, en este como en otros aspectos yo digo que la
Iglesia es culpable; nosotros mismos somos culpables. Cuando pienso en lo que
la Iglesia era y será, cuando pienso en lo que el Salvador era y será y siempre
será y luego en lo que nosotros hemos sido y somos, yo no puedo hacer más que confesar
que nosotros somos verdaderamente culpables por el pobre, escaso y débil
testimonio de la gracia de Dios que damos a toda criatura. Tengan ustedes paciencia
conmigo si les digo, amados amigos, que creo que en la condición actual de la cristiandad
tenemos que cuidarnos especialmente de una asechanza que es concomitante con la
verdadera posición en que la mayoría de nosotros estamos. Cuiden ustedes de no
poner la propia amorosa compasión y el servicio correcto de ustedes en lugar de
un juicio de los demás por sus maneras equivocadas de hacer la obra de Dios. Que
todos tengamos gracia para ayudarnos con seriedad, humildad y abnegación en la
obra de Dios. ¿Acaso no podemos buscar más bien cómo ayudar y comprender a
nuestros hermanos? Comparativamente es algo fácil criticar a las diversas
sociedades religiosas, — por ejemplo las que tienen fines misioneros y la circulación
de la Biblia. No es difícil para uno discernir los procederes, los medios e
incluso los objetivos que son contrarios a la palabra de Dios. Ni por un
momento yo deseo debilitar el sentimiento piadoso en cuanto a todo esto. Sin
duda la forma en que se apela al mundo y el mundo es mezclado con la Iglesia es
un vicio fatal y ruinoso para el testimonio de Dios y contradictorio con todo
el carácter de Su Iglesia. Es el mismo tipo de pecado que el de la esposa de un
marido amoroso que lo engaña entregándose a lo que es tan vergonzoso para ella
como contrario a la honra y al amor de él. Que nadie infiera la menor
indiferencia al pecado de la cristiandad, al deber del cristiano de separación
total del mundo al hacer la obra de Dios. Pero esto no altera mi convicción de
que por nuestra parte debiésemos avergonzarnos de sentir tan poco nuestra
identificación con el testimonio de Dios en la tierra, de que nuestras compasiones
sean tan apagadas e intermitentes para con Sus obreros y para con Su obra en
todas sus formas, de que tengamos y mostremos tan poca renuncia a nosotros
mismos, tan poca energía de corazón al involucrarnos en todo movimiento del
Espíritu de Dios siempre que pueda hacerse con buena conciencia. Recordemos:
"Por causa de mí y del evangelio". (Marcos 10). ¡Qué respuesta en el
día del Señor Jesús es decir que no hemos hecho esto y nos hemos mantenido alejados
de aquello! Es muy correcto que no seamos arrastrados a caminos no Escriturarios
y ofensivos pero ciertamente cuando nos separamos con tristeza pero no menos
completamente de lo que es malo debiésemos acudir a Dios para hallar gracia
para que conozcamos Su manera de hacer Su propia obra y para que seamos
hallados en ella de corazón. "Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando
su señor venga, le halle haciendo así". (Lucas 12: 43).
Desde el principio La iglesia
tiene motivos para avergonzarse. Nosotros debiésemos haber llevado el Evangelio
a toda criatura más completa y universalmente. Ello era y ello es el deber del
cristiano aquí abajo, — no todo el deber, ni la parte más bienaventurada; pero
aun así es un muy dulce privilegio, un deber muy adecuado y fundamental porque nosotros
tenemos tanto deber como tanto privilegio. Entonces nosotros debiésemos haber
sido encontrados así en nuestra medida esparciendo la buena semilla por todo el
campo del mundo. Reconozcamos que no lo hemos hecho y que tenemos que confesar
nuestra propia gran deficiencia.
Entonces, ¿cuál es el actual estado
de cosas? y ¿qué es lo que la palabra de Dios asegura al creyente que está en
espera? Exactamente lo que ha existido, a saber, una decadencia cada vez mayor,
— y por último, apostasía. Puede ser que la apostasía aún no sea completa pero
está madurando. El "misterio de la iniquidad", como dice el propio
apóstol, "ya está en acción". La maldad secreta estaba ocurriendo en
sus días; ¿y qué más solemne que la inspirada insinuación de que el misterio de
la iniquidad que ya entonces estaba en acción continuaría hasta terminar en la
apostasía y en la manifestación del hombre de pecado que sería destruido por la
manifestación de la venida del Señor? (2ª Tesalonicenses 2: 1-8). Por lo tanto
hay una cadena ininterrumpida de maldad, primero en forma oculta y luego en
pleno desarrollo que nunca va a ser anulada por el Evangelio ni por ninguna
energía de fe en la Iglesia sino que va a aguardar el personal juicio final del
Señor Jesús en Su aparición. Entonces, aquí están relacionados no sólo la
esperanza de la Iglesia, incluso Cristo mismo viniendo como el Esposo, sino
también Su aparición en lo que respecta al juicio. La Iglesia debiese esperar
gozosa pero pacientemente lo uno mientras que la cristiandad no puede escapar
de lo otro mediante falsas expectativas y caminos de maldad que sólo apresuran aquel
día.
Es evidente que el efecto
práctico es inmenso. Por ejemplo, supongamos que yo estoy considerando a la
Iglesia como teniendo un vasto futuro delante de ella en este mundo, que va a
triunfar sobre todos los adversarios, que va a llenar el mundo entero con el fruto
de la bendición divina. ¿Cuál será el efecto de una expectativa tal? Pues que yo
planeo todo tipo de medios con el fin de producir estos resultados deseados.
Pero si uno sabe que por el contrario el mal está yendo rápidamente a la ruina,
que comenzó en los días apostólicos y que es irreparable; si uno sabe que la iniquidad
de la cristiandad está ascendiendo cada vez más alto y más fuerte que nunca; si
uno sabe que cada señal moral alrededor presagia el rápido estallido en una
llama de lo que ahora está en preparación para la gran catástrofe; ¿cómo
afectará todo esto al espíritu? Obviamente yo me regocijaré en tener al
Salvador como la esperanza de mi corazón, — una esperanza compartida con cada
santo de Dios que está vivo o que se ha dormido en Cristo. Pero si yo sé que Él
viene a llevarnos consigo y que luego a su debido tiempo Él viene a juzgar a
todo lo que se encuentra aquí abajo (la cristiandad juzgada de manera más
severa de todo por ser el siervo que "conociendo la voluntad de su señor,
no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad"), ¿cuál será el resultado?
Que procuraré separarme de todo acto, hábito, conducta o asociación que la
palabra de Dios condene a mi conciencia; que desearé ser hallado con los lomos
ceñidos y la lámpara encendida y yo mismo como uno que aguarda a su señor.
(Lucas 12: 35, 36).
Otras oportunidades pueden
presentarse para extraer las ricas consecuencias prácticas de esta verdad. Esta
noche yo dejaría el gran pero sencillo hecho descansando en las mentes de
aquellos que me están oyendo y ruego que Dios mismo guíe a todas nuestras almas
a considerarlo bien; en primer lugar que realmente estemos apreciando el lugar
que la gracia nos ha dado como miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia de
Dios; que si valoramos esto podamos ser hallados llevándolo a cabo no sólo de
vez en cuando sino cada día; y que no permitamos que nada nos aparte de la
expresión práctica de nuestra esperanza y de nuestra lealtad a nuestro Señor,
así como de nuestra gratitud por la infinita misericordia mostrada al traernos
a la Iglesia de Dios. La gran desgracia de la cristiandad desde el principio ha
sido o bien deslizarse en el mundo cortejándolo y valorando los objetos
terrenales por una parte, o por otra parte adoptar elementos judíos lo cual es
un mero espectáculo religioso, vano, y que ahora es tratado por el Espíritu
Santo en nosotros los gentiles como no mejor que la idolatría. (Véase Gálatas
4). Pero ya sea el elemento judío o la conformidad mundana ambas cosas son
igualmente destructivas del verdadero carácter separado y celestial de la
Iglesia de Dios.
Además nosotros vemos que hay una
esperanza que se ajusta a la Iglesia de Dios. Así como Cristo es la Cabeza de
la Iglesia así Él es su esperanza: es Su propia persona y Su propia venida
personal para estar con Él en lo alto. No se trata meramente de que nosotros
nos vamos sino de que Él viene a llevarnos consigo; tampoco se trata solamente del
alma individual feliz y liberada de los dolores y pruebas de este mundo sino de
que cada miembro de Su cuerpo es transformado en conformidad con el cuerpo de la
gloria Suya (Filipenses 3: 20, 21), — los muertos son resucitados, los vivos
son transformados; y ambos arrebatados con gozo para el Salvador que es nuestra
vida y nuestra Cabeza venida del cielo para tomarnos a Sí mismo y presentarnos
ante el Padre en Su casa en lo alto.
Con notable claridad el apóstol distingue
la esperanza incluso de la herencia de gloria en la oración que finaliza
Efesios 1 donde leemos que él dice, "Para que sepáis cuál es la esperanza
a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en
los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los
que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en
Cristo, resucitándole de los muertos… Y él os dio vida a vosotros", etc. El
llamamiento de Dios es detallado en los primeros versículos del capítulo; los
versículos centrales desarrollan las riquezas de la gloria de la herencia de
Dios (que Él toma, no inmediata y personalmente, por así decirlo, no sólo en
Cristo sino también en los santos los cuales no son la herencia sino los
herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo). Luego esta oración pide
por ellos para que puedan conocer, no exactamente el llamamiento de Dios sino
la esperanza de dicho llamamiento, — la resplandeciente porción futura de ellos
en Cristo adecuada a él cuando todo lo inconsistente con la naturaleza divina y
nuestra relación con Dios habrá desaparecido y todo estará real y únicamente en
plenas fluidez, fruición y armonía con Aquel en cuya presencia estaremos. A
continuación se pide que ellos conozcan "las riquezas de la gloria de su
herencia" que ilimitada como es en gloria sin embargo ello es una
perspectiva inferior a la "esperanza", inferior incluso a los santos
que son los objeto del amor de Cristo y del Padre, con los que la "esperanza"
en sí misma se relaciona. La tercera petición (no obstante acerca de la cual yo
no debo extenderme ahora) es que ellos puedan conocer cuál es la supereminente
grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, que el mismo poder que
resucitó a Cristo es el que nos ha dado vida juntamente con Cristo, nos ha
resucitado y nos ha sentado juntamente en los lugares celestiales en Él. ¡Cuán
bienaventurada y especial es pues la esperanza del llamamiento de Dios así como
todo lo que sigue a continuación! Después de todo tampoco ello es sorprendente
para aquellos que saben quién y qué es Dios y cuál es Su amor y Su valoración
de Cristo, viendo que Él Le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con
respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo, el complemento de aquel que lo
llena todo en todo. (Efesios 1: 22, 23 – VM). La esperanza debe ser y
es digna de tan
infinitos amor y bendición.
Tal es la
esperanza cristiana. Definitiva y oportunamente
sigue también la ejecución manifiesta de Su juicio sobre aquello que lleva el
nombre de Su Iglesia pero no lo es, — juicio sobre todo lo que en la
cristiandad es falso y contrario a Su gloria. Él juzgará al mundo. Él juzgará
pero no como imaginaban los desdichados hombres de la antigüedad cristiana (lo
cual menciono a propósito para mostrar el temprano, veloz y terrible abandono
de la verdad). En realidad ellos pensaban que si un hombre era muy malvado pero
bautizado él estaría en una posición más ventajosa en el día del juicio, — si
él era arrojado al fuego del infierno, incluso más ventajosa que la de un
simple judío o gentil. ¡Qué demostración tan clara de que estos hombres mal
llamados 'los padres de la Iglesia' pero que en realidad fueron sus corruptores
¡contaminaron las fuentes de la verdad desde el principio y contribuyeron
asombrosamente a la ruina de la cristiandad hasta el día de hoy! Esto no es
dicho por prejuicio ni por meramente hojear sus escritos sino por un cierto
conocimiento de los mejores. Ese craso error inconsistente con un conocimiento
adecuado del cristianismo o con cualquier medida moral correcta es encontrado en
aquellos que son considerados los principales. ¿Acaso no demuestra esto cuán
rápida y mortal fue la desviación del depósito de la verdad de Dios? De hecho
fue la obra del misterio de la iniquidad, o parte de él. Ahora las cosas
se vuelven más audaces; ahora el carácter apóstata y no meramente la corrupción
llega a ser más y más evidente; el aborrecimiento, el menosprecio del verdadero
carácter de la Iglesia y no meramente de sus privilegios (porque ¡lamentablemente!
son desconocidos), sino incluso de los principios comunes que un judío habría
conocido y valorado como su herencia. Si este mal está ocurriendo notoriamente
incluso en aquellos que profesan ser los defensores de la verdad, la
cristiandad es ciertamente una tierra que produce espinas y abrojos que es reprobada
y maldecida y su fin es el ser quemada.
En presencia de tales hechos y de
tal futuro, ¿qué es lo que debe sentir toda alma que no haya confrontado estas
verdades a la luz de Dios? Que el corazón escudriñe y se ocupe de que no haya
ningún objeto entre él y Cristo, que Él sea acogido día a día como la esperanza
inmediata del cristiano. No uso la palabra "cercano" para fijar un
tiempo en lo más mínimo; pero añadiría este comentario, a saber, que cuando los
cristianos hablan de no fijar el momento a menudo quieren decir en realidad que
no entienden el asunto. En el cielo y para el cielo las fechas no tienen lugar
alguno y nuestra esperanza es celestial. Es en la tierra y para los asuntos
terrenales donde encontramos la importancia de los tiempos y las épocas,. Ellas
pueden ser medidas por las esferas del cielo y lo son, pero aún así ello es
para un pueblo terrenal y Cristo no viene aún. Ahora bien, yo protesto contra
tal motivo de objeción aunque pueda repudiar la fijación de una fecha.
Indudablemente la mayoría de los que hablan de fijar o no fijar el momento demuestran
la esperanza terrenal. Si nuestro lugar está con Cristo en las alturas estamos
por encima de ellos. Nosotros somos uno con Aquel que está sentado a la diestra
de Dios. Los tiempos y las épocas no tienen valor ni importancia allí. Con independencia
de cuál sea la demora ahora el motivo no es una fecha sino la paciencia de Dios
para salvación. Ello terminará cuando Dios Padre haya llamado al último miembro
del cuerpo de Cristo. No es que él "retarda su promesa" sino que
cuando todos sean llamados a la asociación celestial Jesús vendrá a tomar a Sus
santos que Le están esperando. (Juan 14: 3).
¿Dicen ustedes que hay muchos
santos de Dios que no Le están esperando? Yo no me atrevo a decirlo. Creo que
todo santo de Dios ama la aparición del Señor Jesucristo. Muchos de los santos
pueden ser imprecisos, él santo puede sostener teorías equivocadas, puede intercalar
un milenio entre él y la venida de Cristo y caer así bajo una inmensa carga
opresiva; pero si ama a Cristo él tiene a Cristo como su esperanza para todo
eso. Puede ser una esperanza pobremente entendida; seguramente no habrá más que
una muestra defectuosa de ella; debe haber un disfrute muy parcial de ella y
sin embargo no puede ser sino que quien tiene a Cristo como Su vida se deleita
y anhela ver a Cristo y estar con Cristo y ser semejante a Cristo. Al mismo
tiempo yo admito obviamente la total incorrección de interponer una demora
mediante estas malas interpretaciones proféticas; y yo advierto contra la
admisión de cualquier objeto terrenal entre el corazón y la venida de Cristo. Tengan
ustedes la seguridad de que ello es una gran y frecuente trampa de la cual hay
que protegerse. No es meramente que algunos pongan un milenio entre el momento actual
y Su venida sino que otros vuelven a confundir la posición de ellos con la de
los judíos y los gentiles e imaginan una terrible tribulación para los
cristianos entre el presente y la venida de Cristo. Los que así mueven las
almas de su modo de pensar (2a Tesalonicenses 2: 2) son tan culpables como
otros que aceptan el mundo ahora falseando la fecha del milenio (1a Corintios
4: 8). La gran tribulación no es una preparación más adecuada de la Esposa para
recibir a su Esposo de lo que es el milenio. La verdad es que la Escritura no
interpone nada entre el corazón y Cristo. Ella habla mucho de estas cosas pero
nunca coloca ninguna de ellas en el lugar de la venida de Cristo. Esto también se
presentará más ampliamente ante nosotros en otra ocasión pero deseo dejar a
todos una visión suficientemente clara e inconfundible desde la palabra de Dios
acerca de lo que la Iglesia es y de la esperanza que conviene a tan bienaventurada
relación con Cristo. ¡Que ella esté siempre en nuestros oídos y en nuestros
corazones!
William Kelly
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Diciembre
2022
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta traducción:
LBA = La Biblia
de las Américas,
Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929
(Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).