La aparición
y el reino del Señor
Jesús.
Séptima Conferencia acerca
de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo
William
Kelly
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito
Lectura
Bíblica:
"Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que
vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el
cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que
habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo
antiguo".
Hechos 3: 19-21.
Como mi tema
esta noche es la aparición o manifestación y el reino del Señor Jesús, yo he
leído estos versículos simplemente para establecer en forma clara y concisa la
demostración distintiva de que la aparición del Señor Jesús es la introducción
de Su reino aquí abajo. Yo no niego ni por un momento que existe ahora tal cosa
como el traslado " al reino de su amado Hijo". (Colosenses 1: 12,
13). Todos estamos de acuerdo en esto. Por lo tanto, esta no es la pregunta
sino más bien si acaso la Escritura no insinúa ciertamente que el Señor Jesús introducirá
Su reino sobre la tierra mediante Su aparición. El reino no meramente será
predicado y la palabra mezclada con fe en los que la oigan llevará a almas
nacidas de Dios a que vean y entren moralmente en aquel reino (Juan 3), lo cual
sin duda es cierto ahora; sino que la Escritura nos muestra también un cambio
de inmensa importancia para el mundo que la aparición del Señor Jesús introducirá.
El apóstol Pedro dirigiéndose a los judíos los exhortó, "arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la
presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo", o, «a
vuestro Mesías, Jesús», — yo no deseo explayarme en asuntos de naturaleza
crítica, sino sólo presentar el verdadero sentido a medida que avanzamos, —
"que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló
Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".
Ahora bien, lo
que este pasaje demuestra más allá de toda duda es que Dios enviará al Señor
Jesús y que el envío del Señor Jesús como Mesías, y de acuerdo con esa
designación previa que todo judío esperaba introducirá los tiempos de
refrigerio en los que los profetas están tan absortos, o en todo caso será
simultáneo con ello. Mientras tanto el cielo recibe a Jesús hasta (no la
destrucción del mundo; no la desaparición definitiva de los cielos y de la
tierra; sino por el contrario) hasta la restauración de todas las cosas, — el
borrado de las manchas inmundas que cubren este mundo y la puesta en orden de
lo que ha sido confundido y dislocado por el pecado, siendo el gran poder de
Dios (que obra ahora en la salvación de almas y en la bendición de los santos
por medio del testimonio de Su gracia y verdad en Cristo) aplicado de otra
manera: no meramente dando vida eterna a almas, — lo cual continuará, obviamente,
— sino además en el justo poder de reprimir manifiestamente toda influencia y
también a toda persona que se oponga a la gloria de Dios por medio del Señor
Jesús. Nosotros sabemos que Su juicio tratará en primer lugar con lo invisible,
— con Satanás y sus huestes; en segundo lugar, limpiará la tierra de sus
destructores (Apocalipsis 11), o como se dice, el Hijo del Hombre enviará a sus
ángeles y ellos limpiarán el campo que es el escenario de Su reino, — el mundo,
— de todo tropiezo, y de los que hacen iniquidad. (Véase Mateo 13: 36-43).
Porque incuestionablemente los santos del Antiguo Testamento fueron enseñados
por el Espíritu a esperar. El Nuevo Testamento no debilita en lo más mínimo una
expectativa tal sino que la confirma.
Se admite
plenamente que en el Nuevo Testamento tenemos esperanzas más elevadas que se
hacen visibles ahora que los cielos se han abierto; que contemplamos a Jesús a
la diestra de Dios; que vemos nuestro lugar y nuestra porción en comunión con
Cristo allí; porque la gracia nos ha permitido que esperemos estar con Él,
nuestra Cabeza y Esposo, en los cielos. Yo confieso que si se tratara de elegir
entre cualquier poder y gloria terrenales y lo que el Espíritu Santo revela
ahora con Cristo arriba ello no sería un asunto para una larga deliberación o de
difícil elección. Decididamente yo creo que todos nuestros corazones debiesen
responder a un llamamiento tal y decir que (por bienaventurado como puede ser el
poder que tratará con la tierra, que llenará el mundo con la bondad de Dios,
que desterrará de él todas las cosas que corrompen, deshonran, y se oponen a la
voluntad de Dios aquí abajo), los cielos son el escenario infinitamente
superior, la única esfera adecuada para la plena expresión del amor del Padre a
Cristo, visto no sólo como el Hijo eterno sino como el hombre resucitado que ha
glorificado a Dios en la tierra en vida y sobre todo en la muerte. Según las
Escrituras (Juan capítulos 13-17), la única respuesta debida a Su glorificación
de Dios en la cruz es la gloria celestial. Por lo tanto, yo estoy persuadido de
que nadie puede objetar equitativamente que haya algún pensamiento para debilitar
el verdadero lugar de la más alta gloria de Cristo en lo alto y la apropiada
bendición de la Iglesia en unión con su Cabeza, o que incluso se deja espacio
para ello. En Efesios 1:3 leemos: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo". Ciertamente yo creo que los lugares celestiales,
en contraste con la bendición de Israel en la tierra de Palestina, nos muestran
el hogar revelado y destinado de nuestra bendición con Cristo. Obviamente no se
quiere decir con ello que nosotros estemos realmente allí sino que Él está; y
tan ciertamente como nosotros somos hechos uno con Cristo por el Espíritu Santo
mientras Él está allí, así vendrá Él por nosotros para introducirnos conforme a
la plenitud de Su gracia en aquella sede de Su gloria y de Su afecto por Su
Esposa. Nosotros Le pertenecemos y somos conscientes de que Le pertenecemos.
"En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en
mí, y yo en vosotros". (Juan 14: 20). Aquel día ha llegado ahora. El
Espíritu Santo que ha descendido para morar en nosotros es el Espíritu de
gloria así como de Dios. Así como conocemos a nuestro Salvador en la gloria y
Él es nuestra vida en el trono de Dios, así también el Espíritu Santo desciende
de Él desde allí, — no sólo de Él mientras estaba en la tierra sino de Él
exaltado en los cielos, — y nos une con Él allí. Y por tanto ello no es sino el
complemento de este asombroso despliegue de los consejos de Dios en Cristo, que
Él vendrá para presentar a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa
semejante, pero también para tomarnos a Él mismo para que podamos estar con Él
en la casa del Padre (lo cual ciertamente no es en la tierra, sino en los
cielos); en resumen, para que podamos ser semejantes a Él y estemos con Él
donde Él está.
Pero ¿cómo discrepa
esta esperanza celestial con el hecho adicional de que el nombre del Señor va a
ser exaltado en la tierra como nunca lo ha sido hasta ahora? ¿De qué manera nuestra
bendición en lo alto niega lo que el Espíritu Santo ha mantenido ante la mente de
los santos desde el principio? En atención a ello, ¿acaso Él no se esmera en reafirmarlo
en el momento mismo, es decir, después de Pentecostés, cuando el hombre podría
haber imaginado que las antiguas expectativas de los profetas estaban
completamente muertas y habían desaparecido para siempre?
Ahora bien, hay
un verdadero sentido en el que las cosas viejas han pasado. Es decir, nosotros
tenemos que ver ahora con una nueva esfera de gloria tan insuperable en Cristo
que eleva completamente al cristiano por encima del hombre, del judío, etc. Por
eso nosotros no debemos mezclar las esperanzas pasadas con estas nuevas
revelaciones como siendo ellas la fase apropiada de nuestra bendición. Nuestra
relación es realmente con Uno que estuvo muerto y ha resucitado y ha ascendido
al cielo donde, como ya ha sido señalado, Le pertenecemos. Nos reuniremos con
Él en el aire; estaremos con Él en lo alto; pero ¿por eso voy yo a negar que
también la tierra va a ser bendecida? ¿acaso no se regocijan ustedes de que Su
alabanza va a llenar este escenario inferior? ¿No les parece encantador que
Dios se muestre tan bueno como Él es? Nosotros hacemos bien en velar contra
toda mirada del ojo maligno, — en aclamar a Aquel que es siempre y únicamente
bueno. ¿No Le permitirán ustedes que Él exalte a Cristo en este mundo donde
ahora Él es despreciado, donde Su nombre es tan profanado y donde Su verdad es
tan alterada, desfigurada y corrompida? Ustedes no tendrán a Dios para ayudar
al pensamiento, ni Su palabra los fortalecerá en tal exclusión del propósito
fijo de Dios.
Si hubo alguna
vez un tiempo en que el Espíritu Santo obró poderosamente en el poder de la
gracia divina, si hubo alguna vez un tiempo en que los santos de Dios en la
tierra fueron llenos de un sentido de Su bondad y de lo que Cristo era para
ellos, (yo no digo de un entendimiento completo sino de poder práctico), ello fue
en Pentecostés. Para gran gracia de todos no hubo nada como la hora misma en
que Pedro pronunció estas palabras. Ciertamente en aquel día, si alguna vez, se
podría haber pensado que los tiempos de refrigerio habían llegado por medio del
poder del Espíritu Santo estando sobre la tierra, que los tiempos de restaurar
todas las cosas habían sido establecidos moralmente mediante el evangelio en
aquel entonces. Ciertamente si el florecimiento y los frutos abundantes en las
almas podían explicar tal sentimiento hubo una excusa peculiar para ello en
aquel entonces. Pero este fue el momento preciso que el Espíritu Santo utilizó
por medio del apóstol Pedro para declarar de la manera más enfática que esos
tiempos son todavía futuros; que es necesario que un poderoso cambio adicional
sea llevado a cabo; que este cambio no iba a ser afectado mediante nuevas o
repetidas misiones del Espíritu Santo sobre los cristianos o para propósitos
cristianos sino mediante el envío de Jesús, — aquel Jesús que se ha ido al
cielo y que cuando Él venga del cielo una vez más, entonces y no antes serán
los tiempos, no de la destrucción de la tierra y del cielo, sino al contrario,
de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos
profetas que han sido desde tiempo antiguo. La apelación al testimonio de los
profetas debiese dejar el significado de esta Escritura completamente inequívoco.
No se trata de declaraciones y esperanzas del Nuevo Testamento sino de lo que
ya había sido escrito o dicho por boca de los profetas, "Sus santos
profetas", se dice, "desde tiempo antiguo". (Hechos 3: 21).
Por lo tanto,
no puede haber duda alguna en cuanto a que la intención de esta declaración del
Espíritu Santo por medio de Pedro fue para hacer saber a los judíos que el
arrepentimiento y la conversión para que sus pecados fueran borrados como
nación es una condición que precede a la
gran revolución que ha de suceder en este mundo. Cuando el corazón de Israel como
Israel sea tocado, cuando ellos se vuelvan al Señor, — puede que sea sólo
temblorosamente y con una comprensión muy parcial de Su gracia, pero cuando ello
sea una obra real en el corazón de ellos Dios enviará a Jesús desde el cielo.
Nuestro Señor mismo pronunció una verdad similar al final de Mateo 23 cuyo
pasaje tuvimos ante nosotros hace poco tiempo. Él dejó desierta la casa de
ellos, "hasta que", no para siempre sino, "hasta que digáis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor (o de Jehová)". Cuando ellos lo
digan, Él ha de venir. Jehová Le envía; porque sus corazones Le llaman
"bendito" cuando Él viene en el nombre de Jehová. (Salmo 118: 26). Esto
responde a la conversión de ellos en Hechos 3. Ellos se juzgan a sí mismos ante
Dios, reconocen sus pecados y los encuentran borrados por la gracia divina en
la sangre de su Mesías. No hay otra manera; pero, ¡oh, cuán inefablemente
conmovedor para ellos sobre todos los hombres! Pero además y con independencia
de cuál es el precioso poder de la sangre de Cristo no hay bendición real para
ningún alma en ningún momento excepto a través del juicio del pecado, — el
juicio del yo, —en la conciencia. Y así lo encontramos en el caso de Israel: ello
les es impuesto de manera contundente con independencia de que ello pueda ser
por gracia; porque Jesús es un Salvador para dar arrepentimiento a Israel y
remisión de pecados. En Mateo el asunto es más bien el corazón volviéndose a
Cristo. En los Hechos de los Apóstoles es más bien la conciencia limpiándose a
sí misma, por así decirlo, o más bien, acreditando a Dios, — justificándole
contra ellos mismos. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". (1ª. Juan 1:
9). Tal es el principio absoluto que emana de la naturaleza de Dios, dicho con
respecto a nosotros, sin duda, pero siempre verdadero. Ambos están unidos, y
siempre, más o menos, unidos; y cuando ellos se verifiquen en Israel Dios
enviará a Jesús, el de antemano designado Mesías de ellos, y entonces los
tiempos de la restauración de todas las cosas comenzarán a ejecutar su curso bienaventurado
y de bendición sobre la tierra.
Yo casi no
necesito decir que esta verdad no está limitada de ninguna manera a una porción
aislada del Nuevo Testamento. Pero si este testimonio fuese el único me parece
que es ampliamente suficiente para excluir como totalmente infundada la noción
de que de acuerdo con la Escritura los tiempos de restauración universal y
también de refrigerio pueden ser introducidos por cualquier acción del Espíritu
de Dios en la tierra sin la misión de Jesús desde el cielo. Si ello fuera un
efecto de la presencia y el poder del Espíritu Santo está claro que estos
tiempos de refrigerio debiesen haber llegado en aquel entonces. Pero no
habían llegado como lo indica claramente el apóstol Pedro cuando el Espíritu
Santo estaba produciendo así el fruto más dulce del poder y la gracia divinos
que jamás haya crecido entre los santos de la tierra. Él señala a la verdadera
época para la venida de Jesús; él muestra que la presencia de Cristo es
necesaria tal como lo atestiguan también los profetas en todas partes.
Yo insistiría,
¿acaso ello no es un arreglo justo que así sea? ¿Acaso esta verdad revelada no
se engrandece a sí misma, como todas las demás, a la mente espiritual? Pues,
¿quién no ha comprobado la armonía que existe entre los instintos de los
corazones renovados por la gracia de Dios y el precioso testimonio de la
palabra de Dios? No es que cualquiera pudiera haber deducido de antemano esta
verdad a partir de un sentimiento propio; pero una vez revelada y creída el
corazón se somete a ella y confiesa de qué sabia y buena manera todo ha sido
ordenado por Dios. Además, aquí está la propia afirmación más positiva de Dios
de Su pensamiento y voluntad por una parte; y por la otra, ¿acaso no sienten
nuestros corazones que ello es exactamente lo que es debido al bendito nombre
del Señor Jesús? — ¿que Aquel que padeció la vergüenza, que conoció el dolor,
que ha sido y es tan desairado por los hombres tenga el gozo y la gloria de
introducir la bendita reversión de la triste y humillante historia de este
mundo? Después de todo, con independencia de cuáles puedan ser las preciosas
funciones del Espíritu de Dios, — y no corresponde a nadie aquí debilitarlas ni
por un momento, — sólo hubo Uno que murió por el pecado; sólo hubo Uno que padeció
por nosotros, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios; sólo hubo Uno
que renunció a todos Sus derechos aquí abajo, para que Dios, — Padre, Hijo y
Espíritu Santo, — pudiera ser glorificado en el lugar donde el pecado había
reinado por tanto tiempo en muerte para el hombre y en deshonra para Dios.
Por lo tanto, muy
justificada es Su venida, la venida de Aquel que cambiará todo aquí abajo, —
aquel Bendito que en la cruz hizo un fundamento justo para toda bendición, no
sólo para que el cielo se llene de sus nuevos hijos y herederos de gloria sino
para que la tierra en general cante de gozo; no sólo para que la Iglesia se
siente como esposa en la cena de las bodas del Cordero en lo alto sino para que
esa nación encuentre también sus pecados, y el mal rebelde, y la vieja
incredulidad, para siempre lavados en Su sangre. Murió por los hijos de Dios
que estaban dispersos., murió para congregarlos en uno (Juan 11: 52); pero Él murió
también por esa nación y yo llamo a que presten atención a ello. No es sólo que
Él gustó la muerte por todos (Hebreos 2: 9); no es sólo que al llevar a muchos
hijos a la gloria, Él, el autor de la salvación de ellos, fue perfeccionado por
medio de aflicciones. (Hebreos 2: 10). Múltiples como ellas son, ¿son éstas
todas las aplicaciones de Su
muerte eternamente maravillosa y fructífera? Lean ustedes Colosenses 1 y oigan
lo que el Espíritu de Dios nos dice acerca del poder de Su sangre en la reconciliación.
Nosotros estamos más acostumbrados en general a pensar que hemos sido
reconciliados con Dios; y ciertamente es una verdad solemne y de suma
importancia para Su gloria y para nuestra propia paz y fortaleza; pero aunque en
Colosenses 1 el Espíritu de Dios da a nuestra porción personal su lugar
completo, Él prorrumpe en un círculo más amplio de propósitos divinos; "por
cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud". (Colosenses 1:
19. [Véase nota].
[Nota
del traductor]. J. N. Darby
traduce el versículo Colosenses 1: 19 de la siguiente manera: «Porque en Él se
complació en habitar toda la plenitud [de la Deidad]». La tradición de las
versiones antiguas podría hacer parecer como si en algún punto de tiempo (obsérvese
que «el Padre» no existe en el texto griego) el Padre se hubiese complacido en
hacer que en el Hijo habitase toda plenitud. El verdadero sentido es que la
plenitud de la Deidad siempre habitó en Cristo. Los herejes gnósticos enseñaban
que Cristo era una especie de «casa intermedia» hacia Dios, un eslabón
necesario en la cadena. Pero había otros y mejores eslabones más adelante. «Id adelante
a partir de Él», apremiaban, «y alcanzaréis la plenitud». «No», responde Pablo,
«¡Cristo es Él mismo la completa plenitud!». Toda la plenitud habita en Cristo.
La palabra para habitar aquí significa habitar de manera permanente, no
simplemente visitar de manera temporal. Aquí se emplea la forma intensificada
de κατοικέω
(katoikéo), que sugiere establecerse en el
propio
hogar. (Comentario
de William MacDonald).
¿Puedo yo
comentar aquí que no sólo fue para complacencia del Padre, sino también del Hijo
y del Espíritu Santo? Parece rebajar algo la gloria propia de estas personas
igualmente divinas restringir la complacencia al Padre. Si la Escritura
realmente lo dijera ello pondría fin a todas las preguntas, obviamente; pero no
es así. Porque como se observará, las palabras "el Padre" no
están en el texto original y han sido insertadas por hombres (como Tyndale, Cranmer,
Beza, etc.). Nosotros siempre estamos en libertad, tal vez yo podría decir que
estamos obligados, a examinar cada vez que ocurren estas inserciones. No tienen
garantía de fe aunque ellas pueden ser una ayuda real ocasionalmente; pero es
bueno examinarlas como meras sugerencias a la luz del resto de la Escritura. En
este caso yo creo que es cierto que el verdadero complemento de la frase es
Dios (no Padre), o, sin aportar ninguna palabra, que la plenitud de la
Divinidad se complació en habitar en Cristo. Sin embargo, esto no efectuó la
reconciliación. La encarnación no es reconciliación, aunque no faltan los
que dirán esto a ustedes; pero tales hombres o hablan de lo que no entienden, o
no tienen un sentido adecuado del pecado; es decir, no tienen un verdadero
conocimiento de Dios. El Hijo encarnándose es sin duda un maravilloso
despliegue de la gracia de Dios para con el hombre pero no quita, no podía quitar
el pecado. Nada más que la cruz aprovecha, nada más que el derramamiento de la
sangre del Hijo de Dios; y por lo tanto era necesario un paso más, no sólo para
que toda la plenitud de la Deidad habitase en Él (Colosenses 2: 9 - JND), sino
para que hubiera una obra realizada por Él. Y esta obra es la reconciliación
por Su sangre, como se dice, "y que por medio de él reconciliase consigo
mismo todas las cosas, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz".
(Colosenses 1: 20 – VM).
No se trata de
personas sino de "cosas", — "consigo mismo todas las
cosas", por medio de Él, sean las que están en la tierra o las que están
en los cielos. Suponer que aquí se alude a hombres es malentender la Escritura de
manera muy peligrosa. Si se tratara de ellos todos debiésemos ser
universalistas, por horriblemente falso que sea ese esquema. Ningún engaño
semejante es enseñado aquí ni en ninguna otra parte de la palabra de Dios. Se
trata de la verdad en cuanto a las cosas, lo creado por el poder de Dios. La
reconciliación está destinada a abarcar todas las cosas que Él ha hecho. Si
hubiera un solo objeto en el cielo o en la tierra (yo no hablo de ángeles
rebeldes ni de hombres incrédulos) fuera del alcance, del alcance eficaz de la
sangre de Cristo, hasta cierto punto Satanás habría obtenido algún triunfo
sobre Dios; hasta cierto punto él habría sido el vencedor de la Simiente de la
mujer en vez de ser él el vencido. Pero la reconciliación mediante la sangre soluciona
con creces la ruina. Nada necesitaba ser reconciliado cuando Dios hizo todas
las cosas buenas. Era sencillamente bondad en creación. Debido a que el hombre,
su cabeza, era capaz de pecar y de morir a causa del pecado, así también la
creación inferior era susceptible de ser arrastrada a la decadencia, o llevada
a estar más o menos bajo el poder de la muerte. Y así fue, así es. Tal como
dice Romanos capítulo 8, "La creación fue sujetada a vanidad", es
decir, a consecuencias
negativas. Pero ahora el rescate es encontrado, el
precio de la redención ha sido pagado. El poder reconciliador no se aplica aún
pero el fundamento de todo está puesto y nunca volverá a ser puesto. La sangre
ha sido derramada: sólo es un asunto del tiempo de Dios para que se cumplan Sus
consejos, para que este poder sea aplicado a toda la creación que aún gime y a
una está con dolores de parto, — a "todas las cosas, así las que están en
la tierra como las que están en los cielos". (Colosenses 1: 20).
Mientras tanto,
antes de que Dios adjudique el beneficio del valor de la sangre de Cristo, Él introduce,
no a todas las personas, sino, como Él dice aquí, "A vosotros".
"A vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en
vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado".
(Colosenses 1: 21). Esto es aplicado
allí al cristiano, a las almas que ahora creen en el Señor Jesucristo: Dios los
ha reconciliado mediante la sangre de Su cruz que ha hecho la paz por ellos en
lugar de dejarlos que ellos hagan su paz con Dios. Porque dice: "Ahora os
ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte": no por medio
de Su nacimiento, ni por medio del bautismo de ellos; no por medio de Su encarnación,
sino, "en su cuerpo de carne, por medio de la muerte"; y esto es así porque
sólo la muerte, la muerte de Cristo, da el santo juicio de Dios sobre el pecado
en gracia al alma que cree. ¡Infinita misericordia que ello sea así! El
nacimiento de Cristo es sólo la presentación de la persona que iba a realizar
esta obra verdaderamente divina. Fue la manifestación en naturaleza humana de
Aquel que era Dios, naturaleza humana que en Él era santa, aunque en ella Adán
cayó, implicando en su propia ruina a la raza y a toda la creación de la cual
él era cabeza; fue la manifestación de Aquel que, aunque hombre, era no
obstante una persona divina. Pero ahora hay infinitamente más; ahora, en Su
cuerpo de carne, por medio de la muerte, Él ha llevado a cabo nuestra
reconciliación. Si no hubiera sido así incluso Su manifestación en la carne
habría sido totalmente infructuosa para nuestra liberación. ¡Qué prueba de que
en Él había vida sin la menor mácula o hedor de muerte! Nada que hubiera sido despedazado
por fiera podía ser comido, ni siquiera según las figuras de la ley (Levítico
22: 8); nada que tuviera mancha o contaminación podía ser ofrecido como ofrenda
por el pecado, ni siquiera en el tipo: ¡cuánto más en el antitipo! Aun así Él
debía morir, — el santo, inocente, sin mancha. Hebreos 7: 26). De ninguna otra
manera nosotros podríamos tener redención porque sólo de esta manera el pecado
pudo ser adecuadamente juzgado, — en la muerte, la muerte de Jesús, el Hijo de
Dios, e Hijo del Hombre, — en Su muerte bajo el juicio divino.
Pero Cristo murió.
Ya ha derramado Su alma hasta la muerte. Por lo tanto, la reconciliación está
hecha para cada alma que ahora cree en Él. "A vosotros… os ha reconciliado".
Y esta es la condición a la que Él nos lleva ante Dios: "En el cuerpo de
su carne, por medio de la muerte, para presentaros santos e inmaculados e
irreprensibles delante de su presencia". (Colosenses
1: 22 – VM). Es decir, la totalidad
de nuestro viejo ser es considerado en cuanto a la fe como habiendo
desaparecido completamente bajo el juicio de la cruz y nosotros somos vistos de
acuerdo a nuestra nueva naturaleza, naturaleza que nunca vemos correctamente excepto
en la persona de Cristo. Nosotros somos uno con Aquel que ha resucitado de los
muertos. No había unión cuando Él estaba aquí en la tierra antes de la
expiación. En aquel entonces se veía un curso ininterrumpido de perfección
moral en Cristo; sí, perfecta hermosura divina; la expresión de Dios mismo en
todos sus modos de obrar aquí abajo. Pero el gran asunto del pecado no estaba
resuelto para con Dios; la obra más grande de todas no estaba hecha todavía.
Aún estaba por suceder la hora que Él tan solemnemente esperaba, especialmente
cuando los discípulos estaban ocupados con Su poder presente y con las expectativas
de Su reino. Él les dijo, y les dijo expresamente, que iba a padecer mucho y
que sería desechado por los ancianos, etc., que se le iba a dar muerte y que resucitaría
al tercer día. (Mateo 16: 21). Entonces, ¡no es de extrañar que cuando Él murió
y la victoria fue obtenida, cuando Él hubo resucitado, — en el poder de esta
vida nueva y abundante para concederla al más culpable de los pecadores, el
Espíritu Santo enfatizara la importancia de ello. ¿Lo hacemos nosotros? Estén
ustedes seguros que esta es una pregunta seria. Recuerden que ello no es un
asunto sólo para hoy sino para siempre. Recuerden que no es una verdad
meramente acerca de nuestras propias almas, ni siquiera acerca de la salvación;
es una verdad acerca de Cristo, mediante cuya muerte y resurrección Dios nos
lleva a este asombroso lugar: "Para presentaros santos e inmaculados e
irreprensibles delante de su presencia". (Colosenses 1: 22 – VM). No es
delante de nuestra presencia pues es conveniente que conozcamos que nosotros
estamos llenos de maldad, juzgando tanto en raíces como en frutos al viejo
hombre en nosotros. Sabemos dolorosamente como un hecho que el viejo hombre está
allí, obviamente; pero el consuelo de la fe es que el pecado es juzgado en
Cristo; y es bueno tener en cuenta que si no es juzgado ahora, nunca podrá
serlo. Si nosotros que creemos no hemos sido reconciliados ahora, ¿cuándo o
cómo lo seremos? Si hemos sido, ¡qué bienaventurados somos! Obviamente no
estamos suponiendo almas que están todavía fuera de Cristo; pero yo digo que
para aquellos que han confiado en Cristo la obra está perfectamente hecha, — no
simplemente ella está haciéndose, sino que está hecha, — de tal manera
que Dios mismo no podría añadir nada a su eficacia. La obra expiatoria está
hecha; la reconciliación está consumada "en el cuerpo de su carne, por
medio de la muerte, para presentaros santos e inmaculados e irreprensibles delante
de su presencia". ¡Qué gracia infinita, darnos el conocimiento de ello
ahora por medio de la fe antes de que el resultado aparezca a la venida de
Cristo! Queda aún la otra verdad, a saber, que la sangre preciosa de Cristo
incluye, en cuanto a derecho, la reconciliación de todas las cosas, así las que
están en la tierra como las que están en los cielos.
Tampoco es que la
prueba depende de esta sola Escritura, aunque si una sola Escritura es directa ello
es mejor que cualquier otra demostración, y es más que suficiente para sostener
el cielo y la tierra. Yo no me atrevo a alabar sino más bien me atrevo a
desaprobar la costumbre de no contentarse con una sola Escritura, como si sólo
hubiera una. Si hay Escritura ella es la voz de Dios, la verdad de Dios: ¿qué
más se necesita? Aquel que no cree en un texto claro no creería en mil. Pero la
verdad es que la Escritura está llena de pruebas de la aparición de Cristo para
introducir Su reino sobre la tierra. Yo sólo puedo presentar algunas de ellas esta
noche.
En Efesios 1
hay un pasaje tan sorprendente como oportuno. Allí se nos dice que Dios "hizo
sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia", — para
con los santos ahora. Es decir, Él no sólo nos ha conferido una medida de la
capacidad creacional para conocer y nombrar ciertas cosas, como Él la dio a
Adán cuando cada criatura se presentó ante él como señor designado de la
creación para que él asignara el justo nombre de ellas. Pero ahora a los santos
y en virtud del Segundo Hombre, el postrer Adán, Dios los colma de toda
sabiduría e inteligencia. Toda la extensión de los consejos de Dios es desplegada
ahora ante la Iglesia. ¿Cómo pueden ser estas cosas? Ello es porque Cristo
es el objeto, — porque Él, el Hijo de Dios, ha sido revelado; y ¿qué son todas
las cosas comparadas con Él y con Su obra? Son estimadas como el menudo polvo
en las balanzas. Entonces, no es de extrañar que si Dios nos Lo ha dado, si nos
ha unido con Él, Él nos diga todos los secretos de la gloria que Él tiene la
intención de mostrar para Él, — todo lo que Él tiene la intención de hacer con
todo lo que hay en el cielo y en la tierra para Cristo. Entonces ¿cuál es la
esperanza de este ilimitado plan para glorificar a Cristo? Se nos dice que Dios
nos ha dado a conocer el misterio de Su voluntad, — aquel secreto que se
mantuvo oculto en otros tiempos, — "según su beneplácito, el cual se había
propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra", — literalmente, «las cosas en los cielos
y las cosas en la tierra», y — "En él asimismo tuvimos herencia".
(Efesios 1: 9-11). En esto nosotros tenemos un ámbito aún más amplio que el que
vimos en Colosenses. Porque además de las «cosas en los cielos y las cosas en
la tierra» en ambas epístolas, tenemos aquí la insinuación adicional de que
hemos obtenido una herencia en Él sobre todas las cosas. Así nos dice Él un
poco más abajo en el mismo capítulo, que Dios dio a Cristo "por cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel
que todo lo llena en todo". Es en Su posición de cabeza sobre todas las
cosas que Cristo ha sido dado a la iglesia. (Efesios 1: 22, 23).
Pero presten
ustedes atención a la expresión del versículo 10: la administración del
cumplimiento de los tiempos está encomendada a Cristo. Dios se ha propuesto en Sí
mismo, con miras a o contra esta administración de la plenitud de los tiempos,
que Él reunirá todas las cosas en una bajo Cristo, — que Él pondrá todas las
cosas celestiales y terrenales bajo Su jefatura como el hombre resucitado y
glorificado. ¡Qué verdad es esta! Todo el universo de Dios bajo el hombre, — sin
duda en Cristo; ¡pero el hombre! ¡Qué día será ése y qué estado de cosas! Qué gozo
y qué resplandor cuando un rey no sólo reine en justicia en una tierra en
particular sino cuando toda la creación de Dios rescatada del usurpador y de
todos los tristes resultados de la caída esté bajo el único hombre capaz de
usarlo todo y gobernarlo todo para Dios, — capaz también de llenarlo con todo
elemento de bendición y sustentándolo para la gloria de Dios. En aquel día
Cristo ejecutará esto. Él ha emprendido este propósito de Dios y Él traerá
gloria a Él tan verdaderamente en esta escena de gobierno como ya lo hizo en
gracia cuando Él quitó el pecado por el sacrificio de Sí mismo. Él fue ofrecido
una sola vez para llevar los pecados de muchos y glorificó perfectamente a Dios
en cuanto al pecado. Sin embargo nosotros sabemos que las apariencias externas
no revelan nada semejante. Aparentemente el pecado prevalece y Cristo no es más
que el hombre rechazado; pero la fe sabe que la única victoria que le costó
algo a Dios (y le costó todo) está ganada. Pero ¡qué gozo cuando ello no sea
sólo una verdad invisible conocida por el alma sino cuando cada partícula de la
creación de Dios proclame que Cristo es exaltado sobre todas las cosas! También
nosotros estaremos allí: estaremos con Él. Esto no podría ser más que un gozo
para nosotros. No podría ser que un alma creyente desprecie tales gloria y
bienaventuranza o piense con ligereza en ellas cuando son presentadas al
corazón en la palabra de Dios. Pero ciertamente para nosotros será un gozo aún
más profundo conocer que Cristo estará sobre todas las cosas para la gloria de
Dios, — aunque nosotros seremos el objeto más cercano e íntimo de Su amor, Su
esposa en asociación con Él como Cabeza sobre todas las cosas que Dios ha hecho,
— aún más profundo estar con Él donde Él está, para que podamos contemplar Su
gloria, amado por el Padre como Él lo era antes de la fundación del mundo. (Véase
Juan 17). Entonces por medio de esta Escritura se nos permite
contemplar por medio de la fe la escena de bendición inconmensurable que no va
a ser introducida y establecida por la partida sino por la aparición de Cristo
en gloria. Esto ya lo hemos visto; pero citaré algunas pruebas adicionales que
pueden hacerlo completamente claro para aquellos que están poco versados en las
Escrituras. Tomemos por ejemplo la epístola a Tito capítulo 2, versículos 11-13; porque quiero mostrar que
las epístolas demuestran esta verdad con bastante independencia
de las Escrituras proféticas contra las cuales algunos abrigan un prejuicio
injustificable y que muestra mucha ignorancia. Ahora bien, las epístolas
doctrinales no enseñan otra cosa. Dice el apóstol, "Porque ha sido
manifestada la gracia de Dios, la cual trae salvación a todos los hombres".
(Tito 2: 11 – VM). Todos sabemos que
esto ya ha sucedido: la gracia salvadora de Dios ha sido manifestada
dondequiera que el Evangelio es proclamado, "enseñándonos que, renunciando
a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente". (Colosenses 1: 12). Pero ¿es esto todo? ¿No hay ninguna parte
en la esperanza para nosotros? ¿No hay expectativa que sea la respuesta
apropiada y que sea producto o al menos compañera de la gracia de Dios? La común
versión en castellano añade: "aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo". Aquí se
me debe permitir sustituir una frase por «y la manifestación de la gloria».
No hay duda de que este es el verdadero
significado. No se ha puesto freno a estas traducciones a causa de hebraísmos
imaginarios que desaprovechan la verdadera fuerza. Por eso traductores
competentes lo aceptan (en contraste con la aparición de la gracia) como
"la manifestación de la gloria". La gracia de Dios ya se ha
manifestado: la gloria de Dios va a ser
manifestada; y esto es lo que nosotros esperamos, es decir, más exacta y
plenamente, "la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria
de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús". (Tito 2: 13 – LBA, RVA, VM,
JND). ¿Y dónde va a ser manifestada Su gloria? En el mismo escenario donde la
gracia salvadora de Dios se ha manifestado. No se trata de una declaración
acerca de nuestro traslado anticipado a la gloria celestial, ciertamente no
sólo esto, sino que Su gloria se manifestará.
Tomen
ustedes otro pasaje en 2ª Timoteo capítulo 4: "Te encarezco delante de
Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su
manifestación y en su reino". Nosotros tenemos aquí la misma frase que en
el tema que da título a esta conferencia y en el mismo orden, — la aparición
(manifestación) del Señor y Su reino. No se trata del reino que es conocido
sencillamente por medio de la fe, tal como lo conocemos ahora. Cristo ha
desaparecido de la tierra y nosotros conocemos el reino de los cielos en una
forma misteriosa. (Véase Mateo 13). Es Su reino de una manera sin precedente,
desconocida e incluso inconcebible. Pero nosotros tenemos aquí la verdad opuesta.
Es la aparición de Jesús una vez más. El juicio de vivos y muertos no es situado
después de Su aparición y reino sino en aquel momento, ya sea que adoptemos el
texto crítico o nos adhiramos al texto comúnmente recibido. Es muy evidente que
el juicio del Señor sobre vivos y muertos está relacionado con ambos, con la
aparición y con el reino; así como en Apocalipsis capítulos 19 y 20 está claro
que los vivos son juzgados al principio de Su reino y durante todo su
transcurso y los muertos al final. ¿Disputará esto algún creyente? ¿Pueden
ustedes afirmar que este no es el sentido de la Escritura? ¿Qué otro
significado tienen estas palabras tan sencilla y claramente como el que se acaba
de expresar? No hay ningún deseo de debilitar en lo más mínimo ninguna verdad
en cuanto al reino de Dios tal como subsiste ahora. Todos están de acuerdo que
por el momento Cristo ha ascendido a la diestra de Dios en los cielos y que
nosotros tenemos el reino de los cielos en su forma actual de misterio y no de
manifestación, donde la cizaña está mezclada con el trigo y es librada una
guerra continua entre el bien y el mal donde Satanás no está atado sino activo
como la serpiente y el león, y el Espíritu Santo hace realidad el poder de
Cristo sólo para la fe: un estado de cosas caracterizado por una vasta profesión sin conciencia
ni sentimiento hacia Dios Padre,
sobre todo porque ella deshonra al Señor Jesús y obstaculiza, menosprecia, contrista,
apaga y
niega al Espíritu Santo. Todo esto yo lo reconozco. Pero aquí el apóstol encarece
a su mano derecha espiritual Timoteo, "delante de Dios y
del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en [o, juzgará a
ambos por] su manifestación (aparición) y en [o, por] su reino". ¿Acaso no
es este un estado de cosas totalmente diferente? ¿Está Cristo juzgando ahora a
los vivos y a los muertos? Claramente no, sino todo lo contrario: Él está salvando
a los que están muertos en pecados dándoles vida con Su propia vida. Él está
llevando a cabo un juicio entre los que están espiritualmente vivos ahora, por
así decirlo, pero ese es otro estado de cosas por completo, — es un trato
práctico y actual con los modos de obrar de Sus discípulos para que no sean
condenados por y con el mundo. Aquí se trata de la aplicación positiva del
poder judicial en Su manifestación cuando Él venga en Su reino, — Su reino
visible en poder y gloria. Estos asuntos están suficientemente definidos aquí y
el estado de cosas está afirmado y manifestado porque Su manifestación y Su
reino están en la más estrecha asociación tanto entre sí como con Su juicio de
vivos y muertos. Pero esto no es en absoluto "el fin" de 1ª Corintios
15: 24 porque allí Él entrega el reino en vez de aparecer y establecerlo.
Cuando los cielos nuevos y tierra nueva, es más, cuando los cielos viejos y la
tierra vieja desaparecen no hay indicio alguno de la aparición de Cristo ni de
Su reino. De hecho, por común que ello pueda ser, es un absurdo insertar la
aparición de Jesús en aquel entonces. Porque ¿a quién podría Él aparecerse o
manifestarse cuando todas las cosas están muertas y han desaparecido, deshechas
y desvanecidas? Ello nunca es presentado así en las Escrituras. Lo que la
palabra de Dios afirma en cuanto a todo esto yo espero exponerlo pronto ante
ustedes tan claramente como pueda cuando el tema del 'Juicio y el Estado
Eterno' se presente más definitivamente ante nosotros. Pero no es una
anticipación impropia si yo comento ahora cuán evidentemente la aparición o
manifestación del Señor Jesús introduce Su reino en un carácter claro y visible
de juicio; mientras que ahora, por el contrario, Él es invisible, y Su trato
con el mundo es sólo gracia en el testimonio del evangelio, si ellos pudieran
oír y ser salvos. Pero así como Él se presentó una vez para siempre por el
sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado, así aparecerá por
segunda vez, y esto no sólo será para la salvación de aquellos que así lo
esperan sino para el juicio de los hombres en general, ya sean vivos o muertos.
Esta será Su manifestación o aparición y Su reino en sus trascendencias, orden
y tiempo verdaderos.
Sin
duda,
las opiniones preconcebidas y las tradiciones de los hombres hacen que esto sea
una gran dificultad para algunos cristianos. Por lo tanto puede ser deseable
eliminar, si es posible, algunas de sus principales dificultades. Para muchas
almas concienzudas el futuro reino de Cristo visiblemente establecido sobre la
tierra parece ser un paso atrás. Cuanto más ustedes sostienen la superabundante
bendición de la Iglesia actual y la forma en que el reino de Cristo es conocido
realmente por la fe, más violentan ustedes los más preciados pensamientos y
expectativas de ellos. Ellos esperan la estabilidad de lo que ahora existe, sí,
su progreso. Pero eso parece un retroceso. Ellos vuelven nuestras propias armas
contra nosotros pues preguntan, ¿acaso los cristianos no han conocido ahora en
este mundo al Señor Jesucristo de la manera más bienaventurada? ¿Acaso no ha
sido derramado el Espíritu de Dios personalmente y en poder para que el
creyente pueda andar por fe en el gozo profundo de un Salvador invisible? Ellos
argumentan, ¿entonces no estamos nosotros contendiendo por un orden inferior de
cosas, por otro siglo o era que sucederá al siglo o era actual en la cual la
vista tomará el lugar de la fe y todo bien natural abundará para el pueblo de
Dios, y será sencillamente el poder gobernando en justicia en lugar del
Espíritu Santo fortaleciendo a los santos para la paciencia y la participación
de los padecimientos de Cristo, en el conocimiento de Él mismo y en el poder de
Su resurrección? Ellos dicen, ¿entonces no estamos nosotros abogando por un
movimiento retrógrado, — por un retroceso en lugar de un avance conforme al
principio habitual de los modos de obrar de Dios? La respuesta es clara y
concluyente ya que la dificultad se debe únicamente a una visión adquirida del
tema, es decir, a la ignorancia. Procuremos considerar un poco más amplia y
profundamente la manera en que Dios ha obrado sobre la tierra y pronto se verá
que la misma objeción contra la verdad que ha pasado ante nosotros esta noche
se convierte, como es a menudo el caso, en un argumento positivo a su favor.
¿Qué
ha sido
presenciado en este mundo? Antes de la venida de Cristo Israel estaba bajo la
ley pero Israel desobedeció, Israel fue dividido y dispersado debido a que ellos
eran culpables de rebelión e idolatría, como lo fueron también de rechazar y
crucificar a su propio Mesías. Es evidente que nada podía ser más miserable, —
ninguna ruina pudo ser más completa. Luego, después de la cruz viene otra cosa.
El Mesías rechazado asume Su lugar en el cielo, cabeza de una nueva gloria, de
una manera bastante inesperada, no de acuerdo con las expectativas del Antiguo
Testamento. Yo no me refiero al mero hecho de Su ascensión al cielo ni
simplemente a que Él está sentado a la diestra de Dios pues estas cosas fueron
predichas en los Salmos. Tampoco me refiero al mero hecho de bendecir a los
gentiles con Su pueblo; ni siquiera al llamamiento gentil cuando los judíos
fueron rechazados pues los profetas sin duda no guardaron silencio sobre estos
grandes detalles. Pero yo me refiero al hecho de que Cristo se convirtiera en
la Cabeza de un cuerpo en el cielo y a Su permanencia allí; de modo que el
Espíritu Santo fuera enviado para formar a hombres de entre judíos y gentiles
en unión con Él mismo y entre sí, formando así un nuevo hombre, la Iglesia, el
cuerpo de Cristo, mientras Él está a la diestra de Dios. Yo digo que todo esto
es el misterio que estuvo enteramente oculto en los tiempos del Antiguo
Testamento y sólo revelado ahora a Sus santos apóstoles y profetas por el
Espíritu. (Véase Efesios 3). Pero si volvemos nuestros ojos a la Iglesia en la
tierra, ¿qué testimonio de un llamamiento tan alto y glorioso encontramos
ahora? ¡Lamentablemente! encontramos la misma historia de pecado, rebelión e
idolatría que Israel manifestó antes; no menos deshonra sobre Jesús, no menos
persistente resistencia al Espíritu Santo. Y si Dios no perdonó a las ramas
naturales del olivo, ¿se abstendrá Él para siempre de cortar el silvestre olivo
gentil que Él se complació en injertar? Ciertamente Él no aprobará la iniquidad
de la cristiandad sino que la juzgará aún más severamente. Aquel que abandonó a
Silo, Aquel que profanó Su propia casa en Jerusalén, no deja de ver todo lo que
es hecho ahora bajo el nombre de Cristo en toda tierra bajo el cielo. De hecho,
Él permaneció largo tiempo con Israel compadeciéndolo, levantándolo y
amonestándolo; pero aun así Él estuvo allí finalmente como juez de Su pueblo y sobre
los querubines de gloria en el libro de Ezequiel estaba lo que hablaba acerca
de la ira que cayó sobre el pueblo cuando Su gloria se apartó de ellos por una
temporada. (Véase Ezequiel 10). Lo mismo sucede con la cristiandad con
independencia de cuál pueda ser la paciente gracia de Dios. Yo no dudo que
existe esta diferencia en la cristiandad, a saber, que el Espíritu Santo,
habiendo sido enviado a morar con nosotros para siempre, nunca, bajo ninguna
circunstancia, deja a los hijos de Dios en este mundo, como tampoco abandona
completamente a algún individuo que realmente pertenece a Dios en esta época.
Sin embargo, sopesando a la luz de Su palabra el estado pasado y presente de la
cristiandad yo no puedo concebir un insulto más atroz a Su bondad y a Su naturaleza
y carácter santos que la noción de que Él mira con aprobación la condición
pecaminosa, distraída y anómala de lo que lleva el nombre de Cristo en la
tierra. Yo no dudo ni por un momento de Su misericordia a pesar de todo lo que nos
rodea, no dudo de Su fidelidad al bendecir la palabra, no dudo de la segura
morada del Espíritu Santo en el creyente y en la Iglesia: sin embargo, por todo
esto y más, la historia de la cristiandad es la historia de un pecado infame, dolor
ante lo desconocido, vergüenza ardiente, una deshonra constante contra el
Señor.
¿Y
cómo es
la edad futura en estos aspectos? ¿Cómo es "el mundo venidero" del
que hablamos? El Señor Jesús viene; y en seguida, — en un momento, — los que Le
esperan, los fieles en el pasado y en la cristiandad son arrebatados para estar
con Él, glorificados y trasladados al cielo. ¿Acaso no es esto progreso? ¿No es
un paso adelante muy precioso que la Iglesia, fracasada, dispersa, degradada, y
nunca tanto como ahora, sea sacada así del escenario de sus pecados y desatinos
y esté con Cristo Jesús para siempre en gloria? Y cuando Él se manifieste en
esa gloria y nosotros seamos manifestados en gloria junto con Él, preguntaría
yo a mi vez, ¿es esto un retroceso para la Iglesia? ¿Quién no admitiría que ello
es precisamente lo contrario? Consideren ustedes nuevamente. Él viene y todos
los santos con Él. En seguida los innumerables y orgullosos enemigos de Israel
son aplastados y destruidos; los pobres y temblorosos judíos son librados como
de las fauces del león; los orgullosos ejércitos de Europa occidental, ¡lamentablemente!
apóstata junto con la mayoría de los judíos, perece en su rebelión contra el
Señor de señores y Rey de reyes. Viene el poderoso desde su fortaleza del norte
con la esperanza de aprovecharse de aquel pueblo 'despojado' y apoderarse así
de la santa y largamente codiciada tierra de Israel, no creyendo en la gloria
de Dios que se manifestaría en Jerusalén más de lo que los hombres creen ahora
en la gracia de Dios; pero también él y toda su compañía son humillados y
quebrantados para siempre. El Señor Jesús destruye a todos Sus enemigos,
internos y externos, cercanos y lejanos, hasta el último enemigo, no sólo de
los judíos sino de Israel en su conjunto. El asirio es derrocado. Gog, el
príncipe de Ros, Mesec, y Tubal, el gran antagonista del noreste de Israel en
aquel día puede permanecer aún por un breve espacio de tiempo. (Véase Ezequiel
38 y 39 – VM). Después del terrible juicio de las potencias occidentales,
juzgadas aún más terriblemente bajo la bestia y el falso profeta, el Señor
Jesús turbará a todas las naciones, Sus enemigos; librará y exaltará a Su
pueblo santificando el nombre de Jehová en ambos casos. No sólo Él bendecirá a
Israel sino que lo convertirá en una bendición eterna en la tierra. Si esto no
es progreso para Israel, entonces ¿qué es progreso?
Y por
eso es
que lejos de que la administración del cumplimiento de los tiempos (Efesios 1:
10 – VM) sea un acto de retroceso en los modos de obrar de Dios, ello es el
progreso más real y manifiesto si es que algo puede ser visto así. Pero además
ustedes deben evitar comparar el cuerpo celestial de la Iglesia en su llamamiento
con el pueblo terrenal de Israel. Esta ha sido la fuente del error. Comparen a
Israel en el pasado o en el presente con Israel bajo el Mesías y el nuevo
Pacto, y luego digan ustedes si esto es retroceso o avance. Asimilen ustedes el
cumplimiento de los tiempos; vean ustedes el cumplimiento de la extensión
completa de los propósitos divinos; contemplen la reunión de todas las cosas en
el cielo y en la tierra bajo la jefatura del Señor Jesús, y entonces ustedes
tendrán sencillamente la verdad pero también la tendrán gloriosamente; porque
entonces Cristo será la cabeza manifiesta sobre todas las cosas dado a la
Iglesia, gloriosa con Él y semejante a Él, partícipe de todo lo que Él tiene en
aquel día. ¡Maravillosa gracia, incluso ahora! Él no se avergüenza de llamarnos
hermanos. (Hebreos 2: 11). ¿Piensan ustedes que es hablar demasiado atrevida o
irreverentemente si digo que Él no tendrá motivo alguno para avergonzarse de Su
Iglesia en aquel entonces? ¿Acaso no será la Iglesia el reflejo de Su hermosura
y de Su gloria; todo ello fruto de la gracia divina para con nosotros? Además ¿cómo
podría Él avergonzarse de Su propia semejanza? Pregunto una vez más, ¿será esto
progreso para la Iglesia? Por otra parte, cuando Israel ya no sea de dura
cerviz y confiado en sí mismo, jactándose de la ley y quebrantándola siempre;
cuando la ley esté escrita en sus corazones; cuando ellos posean todas las
bendiciones del nuevo pacto; cuando se inclinen ante su propio Mesías, ya no
despreciado y escupido sino recibido, adorado, reinando sobre ellos y sobre la tierra
de ellos, ¿acaso no será esto progreso para Israel? Definitiva y enfáticamente
sí.
Además,
cuando los cielos ya no batallen contra la tierra a causa de las
contaminaciones y rebeldías de esta escena inferior; cuando caiga el príncipe
de la potestad del aire que con sus ángeles hace que el cielo sea la sede
principal de sus planes y esfuerzos para engañar y destruir al mundo así como
para acusar a los santos de Dios; cuando todos estos lugares altos estén
limpios del enemigo y Jehová responda a los cielos y
los cielos (en vez de hacer oídos sordos al mundo malo y atrevido de abajo) respondan
a la tierra, y la tierra responda al trigo y al vino y al aceite, y ellos respondan
a Jezreel que entonces será sembrada y producirá frutos, en vez de ser como
ahora vanamente dispersada por cada viento que sopla (Oseas 2: 21-23) — ¿acaso no
será esto un progreso? Y cuando la tierra o el agua no conozcan ni el calor
abrasador ni la tempestad devastadora, cuando los frutos de la tierra ya no
sean visitados por sequía o añublo, por oruga, saltón, revoltón o langosta (Joel
1: 4), cuando (excepto como una maldición especial por desprecio a Dios) las
cuatro terribles plagas (o juicios) ya no existan, y la salud, la paz y la
abundancia estén por todas partes, y la cosecha del campo nunca se pierda (Joel
1: 11), y los hatos de bueyes ya no anden turbados ni los rebaños de las ovejas
sean asolados, y las bestias ya no giman ni bramen más (Joel
1: 18, 20);
sino
que por el contrario los montes destilarán mosto, y los collados fluirán leche (Joel 3: 18), el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve
la simiente (Amós 9: 13), y Se alegrarán el desierto y la
soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa, porque allí brotará agua,
y el lugar seco se convertirá en estanque, y el
sequedal en manaderos de aguas; en la morada de chacales, en su guarida, será
lugar de cañas y juncos, y habrá allí un Camino de Santidad, un camino
infalible para los más débiles y ni hombre inmundo ni fiera estarán allí
(Isaías 35: 1-9), sino que morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el
cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos,
y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán
juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la
cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la
víbora, y no habrá mal ni daño en todo el santo monte de Dios (Isaías
11: 6-9): — ¿será esto progreso o no lo será? Manifiestamente, ya sea que
nosotros miremos a los cielos, a la tierra o al mar, a la Iglesia en lo alto, a
Israel o a los gentiles abajo, o incluso a la creación inferior, ello es
progreso triunfante en cada esfera y cada objeto, y todo es por medio de
Cristo, todo por medio de Su sangre, todo para Su gloria y la gloria de Dios
por medio de Él. Si la falta de ver progreso en el milenio los ha disuadido a
ustedes , si han dudado acerca de la aparición o manifestación y el reino de
Cristo por temor a que ello pudiera ser un paso atrás en los modos de obrar de
Dios, entonces cúlpense a ustedes mismos por la ignorancia de ustedes; cuídense
de los falsos maestros que tanto los han engañado; comprométanse de ahora en
adelante más sencillamente y sin temor a Dios y a Su palabra, la única fuente y
el único estándar de la verdad.
Permítanme
apelar a la conciencia de ustedes que aceptan la verdad en la que aquí se
insiste: ¿rebaja esto realmente sus pensamientos acerca de la aparición o
manifestación de Cristo? ¿Hace que ustedes sean de ánimo más terrenal el hecho
de creer que el reino de Dios será introducido así visiblemente en la aparición
del Señor Jesucristo? Por el contrario, ciertamente ustedes sienten que ello llena
un vacío en el futuro como ninguna otra cosa puede hacerlo, otorga significado
a un vasto campo de la Escritura que de otro modo sería malentendido, y
reivindica la bondad, el poder y los propósitos de Dios en Cristo con un
triunfo manifiesto.
Pero
hay que
hacer otra observación con la esperanza de aclarar algo el tema. No sólo la
Iglesia de Dios en su llamamiento, en su adoración, en su actual posición y en
sus esperanzas futuras difiere esencialmente de aquello que existía aun para
los santos en tiempos del Antiguo Testamento; sino que la era milenial, el día
de la aparición y reino de Cristo diferirá tan real y sorprendentemente de lo
que está sucediendo ahora. Entre no pocas demostraciones una sencilla
ilustración puede ser suficiente. Sin embargo, aprovechando la ocasión permítanme
señalar en primer lugar algunos puntos notables de contraste. Cuando Satanás ya
no sea libre para tentar a los hombres, cuando el poder de Dios sea aplicado
para bendecir a los hombres, cuando toda la creación sea libertada de la
esclavitud en la que ahora gime, cuando la tierra ya no sufra dolores de parto sino
que se regocije (Romanos 8: 21, 22), cuando todo lo que respira aquí abajo cante
himnos de alabanza al Señor Jesús, y ciertamente así como no podemos dejar de sentir
y reconocer, ello será un inmenso cambio para bien. Los hombres que estén vivos
en la tierra en aquel entonces responderán a ello, obviamente. Una revolución tal
debe afectar la conducta de ellos así como sus mentes y corazones, sean ellos de
Israel o de las naciones en aquel día. Ya no habrá lugar para la poderosa obra
del Espíritu de Dios en medio de los padecimientos, ni para la fe y la
paciencia como ahora. No es que no habrá conocimiento divino; no es que no
habrá fe en Dios y una comprensión de Su pensamiento adecuada a todo lo que
entonces subsista cuando la gloria habite en la tierra de Palestina y las
naciones se reúnan alrededor de ese centro escogido. Ciertamente habrá
bendiciones ricas y armoniosas y el bendito Espíritu que gime con nosotros en
nuestras penas (Romanos 8: 26) no Se ausentará de la dicha y alegría y de los
afectos y modos de obrar de ellos acordes con todo ello. Pero para nosotros el
cambio será incalculable.
Ahora
bien, Ezequiel
nos presenta ciertos asuntos de una manera muy inequívoca. Allí se nos dice
cuál será el destino de Israel, cuyos componentes son aquellos que son
destacados, obviamente, porque ellos serán el eje de bendición y gloria para la
tierra, por así decirlo, en torno al Señor, visto como reinando en medio de ellos
pero también, obviamente, en una gloria que abarca toda la tierra. Pero cuando
llegue aquel día, Israel, — el pueblo favorecido entre las naciones, siendo entonces
cabeza en vez de ser, como tanto tiempo, cola (véase Deuteronomio 28), — no puede
poseer esa profunda familiaridad con la gracia y los consejos de Dios en
general que debiese poseer el creyente ahora que entra en eso dentro del velo y
tiene la mente de Cristo. En aquel día aunque los pecados de Israel serán tan
verdaderamente perdonados como los nuestros, aunque ellos descansarán en Cristo
tan realmente como cualquier alma lo hace ahora; sin embargo no habrá la misma
comunión, el mismo carácter o la misma medida en el poder del Espíritu formado
por el conocimiento de Cristo. En aquel día Cristo mismo (no habrá renunciado a
Sus derechos celestiales, obviamente, sino que también) habrá asumido Su gloria
terrenal; y ello será en lugares terrenales, no celestiales, donde ellos Le
conocerán y serán bendecidos por Él. Esto hace una diferencia crucial.
Por
consiguiente, aunque el Espíritu de Dios será derramado en aquel entonces sobre
toda carne (Joel 2: 28 y sucesivos), nunca oímos hablar de tal cosa como que Su
ser sea enviado de la manera personal en que Le conocemos estando presente
ahora. Nosotros debemos distinguir entre el derramamiento del Espíritu de Dios,
poderoso y clemente efecto del poder divino como es, y el Espíritu Santo
enviado personalmente para morar en los creyentes. Nunca hubo un momento, nunca
hubo un trato divino en el que el Espíritu Santo no estuviera activo. En el día
de Pentecostés hay dos cosas que han de ser observadas, a saber, el
derramamiento del Espíritu en poder y gracia, y también Su presencia de un modo
especial y personal como enviado desde el cielo. Esto nunca había sucedido
antes ni conozco motivo alguno en las Escrituras para esperarlo de nuevo. No hubo
meramente señales, prodigios, lenguas, sanaciones y poderes milagrosos de todo
tipo, muestras de esa energía que llenará y controlará el siglo venidero y los así
llamados poderes de aquel siglo en Hebreos 6; sino que hubo un privilegio
incomparablemente superior a éstos, — a saber, el don del Espíritu para morar personalmente
en nosotros conforme a las palabras de nuestro Salvador. Ahora bien, el
Espíritu Santo será derramado sobre toda carne en el milenio; pero no está
escrito en ninguna parte y por lo tanto no debe ser creído que Él asumirá Su
morada personal en Israel y mucho menos en cualquier otra nación en aquel
entonces. Sin duda Dios morará en medio de Su pueblo pero ello será en la forma
de bendición gubernamental, — lo que es algo realmente muy distinto. Por lo
tanto no habrá un resultado tal como, por ejemplo, judíos y gentiles formados
en un solo cuerpo en aquel día. Toda la Escritura que trata acerca del milenio
distingue entre los judíos y los gentiles que están en aquel entonces en la
tierra independientemente de cómo ellos pueden ser bendecidos o estar asociados
para gloria de Dios.
Junto
con
esto puede ser mencionado a continuación el hecho que a mi criterio presenta el
ejemplo más fuerte concebible de la diferencia. Ezequiel nos hace saber cuál
será la porción asignada a cada una de las tribus de Israel cuando sean
devueltas a su tierra cuando llegue aquel día. Todo está planificado de
antemano. Incluso ahora podemos decir con certeza y claridad que Judá estará
aquí, — Dan y Gad estarán allí y allá. Esto no podría ser más claro si considerásemos
la escena después de que todo se haya cumplido. Si se me permite decirlo así, yo
creo que es realmente mejor ver por medio de la fe, es decir, es mejor ver con
los ojos de Dios que con los nuestros. El creyente tiene derecho a esto ahora.
La palabra de Dios es clara y ha sido dada para que nosotros podamos creer, no
para que podamos esperar como el mundo hasta que ello sea un hecho. Pero hay
mucho más. En aquel día un nuevo ceremonial de adoración divina es prescrito a
Israel. Ellos no sólo heredarán una nueva división de la tierra diferente de
cualquier otra disposición que haya existido hasta entonces en la experiencia
de Israel; sino que además las ordenanzas de la adoración de ellos serán
alteradas en los aspectos más importantes y significativos. De este modo la
fiesta de la Pascua será renovada así como también la fiesta de los
Tabernáculos; y según Zacarías 14 es cierto que todas las familias de la tierra
serán convocadas para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, en la fiesta de
los Tabernáculos. Pero es un hecho muy digno de mención que no habrá fiesta de
las semanas en aquel entonces. Está la gran fiesta del mes primero, está
también la gran fiesta del mes séptimo; pero ¿cómo es que no hay nada que
responda a Pentecostés? Me parece que la omisión denota cuán completamente ello
había sido realizado en el sentido más elevado en la Iglesia, la cual, por así
decirlo, lo había monopolizado. Aquel cuerpo celestial había entrado entre la
Pascua verdadera y antes que los Tabernáculos se hubiesen verificado y, por así
decirlo, hubiese absorbido Pentecostés para sí. El Espíritu de Dios había
descendido en persona y había asumido Su lugar en la Iglesia como Él nunca más
lo hará, independientemente del derramamiento que pueda haber una vez más. Ciertamente
el hecho es que Pentecostés no se repite cuando el día de gloria amanezca en la
tierra. Habrá la renovación de la fiesta de la Pascua porque en todo tiempo y
en toda dispensación y en toda época no hay fundamento de bendición excepto por
medio del sacrificio de Cristo. Además, al leer Zacarías capítulo 14 la fiesta
de los Tabernáculos es característica de aquel día y en aquel entonces, obviamente,
una fiesta es celebrada enfáticamente en especial armonía con el milenio. Todos
los hombres celebrarán la fiesta de los Tabernáculos como una especie de
testimonio y de acción de gracias por la gloria que será exhibida en aquel entonces.
Pero todo esto hace que la ausencia de la fiesta de las semanas sea más
sorprendente. ¿Quién sino Dios mismo podría haber pensado en una omisión tal como
la de Pentecostés seis siglos antes de que ello se hubiese realizado tan
inesperadamente después de la ascensión? Permítanme preguntar a ustedes en
particular, a los que quisieran que Ezequiel se cumpla espiritualmente en la
Iglesia, qué tienen que decir al respecto. ¿Pueden ustedes explicar tal hecho?
Si ustedes estuvieran en lo correcto en esta teoría de ustedes en cuanto a que la
profecía de Ezequiel encuentra su debido significado y respuesta en la Iglesia
es evidente que Pentecostés debiese haber sido la fiesta especial. En lugar de
esto no hay Pentecostés en absoluto. Por lo tanto, las especulaciones de
ustedes son totalmente infundadas. El ejemplo especificado proporciona una evidencia
clara, sencilla e inequívoca de que nadie excepto Dios mismo podría haber
proporcionado de antemano que la profecía contempla un curso y un carácter de
cosas completamente diferentes de todo lo pasado y especialmente de lo que
existe actualmente. Porque sabemos que la Iglesia de Dios comienza con aquello que
es omitido aquí a propósito. En aquel entonces, "llegó el día de
Pentecostés". En aquel entonces los creyentes estaban todos unánimes
juntos y recibieron el don del Espíritu Santo, no meramente dones, aunque
también esto fue cierto con respecto a ellos. (Hechos 2: 1-13). Pero cuando la
nueva época venga para este mundo la verdad de Pentecostés en su significado
más elevado desaparece. Ya no existe la misión personal y la presencia del
Espíritu aunque pueda haber un mayor derramamiento que ahora.
Además,
observen
ustedes que según el libro de Ezequiel el velo no se rasga sino que se supone
que aún existe; los lugares santos son reconocidos una vez más y también un
sacerdocio en la tierra con los diversos acompañamientos de un santuario tal y de
un orden tal. De este modo otro carácter de cosas es totalmente visto. En el
cristianismo todo esto ha desaparecido. ¿Por qué? Porque nosotros somos
llevados a Dios mediante el conocimiento que Él nos ha dado del sacrificio de
Cristo ante Sus ojos. Él nos ha dado a conocer Su propia estimación celestial
de ello. Un Sumo Sacerdote celestial está asociado con aquellos que pueden
entrar en el Lugar Santísimo. La consecuencia es que todo sacerdocio terrenal
se desvanece completamente pues la verdad es que ahora todo cristiano es por
ello constituido sacerdote. ¿Quién puede negar estas diferencias? La Escritura
es concluyente y la sabiduría de Dios es hecha evidente en todo. Los hombres
pueden teorizar y hablar acerca de la inmutabilidad; ellos pueden tratar de racionalizar
los hechos; pero ahí están los hechos y Dios ha escrito todo para nuestra
enseñanza. Los únicos sacerdotes que hay ahora en la tierra son los cristianos.
Nosotros tenemos un sacerdote, un gran Sumo Sacerdote en el cielo; la única
otra clase de sacerdocio es el de todos los cristianos. En el milenio esto no
será así. Habrá nuevamente un príncipe Davídico y un pueblo santo; habrá nuevamente
un templo; habrá sacrificios; habrá sacerdotes terrenales vivos, hijos de
Sadoc; habrá ciertas fiestas apropiadas de Jehová; habrá nuevamente el velo. Por
el contrario, todo esto ha desaparecido ahora en Cristo; y tan cierto es esto
que así como el velo del templo se rasgó para nosotros en la cruz, así podemos
mirar habitualmente a Cristo a cara descubierta; "nosotros todos"
Le miramos así, tal como se afirma enfáticamente en 2ª Corintios 3. No se trata
de llegar a un grado especial de poder o privilegio sino del privilegio común
de todos los cristianos en contraste con el Israel de antaño y mucho más allá
del favor temporal mostrado incluso a Moisés. "Nosotros todos, mirando a
cara descubierta ["como en un espejo", esto es un añadido erróneo basado en
la etimología] la gloria del Señor, somos transformados de gloria
en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (o por el Señor el
Espíritu)". (2ª Corintios 3: 18). En el milenio nada por el estilo será
realizado, ni siquiera por Israel. La nación más favorecida de la tierra, los
judíos, seguirá siendo puesta, por así decirlo, comparativamente a distancia.
Porque ésta es necesariamente la consecuencia del templo terrenal, del
sacerdocio y de las ordenanzas. No habrá en aquel entonces la cercanía en la
relación y en la adoración disfrutadas ahora por los cristianos.
Por
otra
parte, la Iglesia que ha conocido tan íntimamente a Cristo en el cielo mientras
ella misma estaba en la tierra nunca perderá esa dulce comunión en el cielo.
Por eso nosotros vemos el hecho notable de que en la nueva Jerusalén no hay
templo alguno, el cual, como sabemos, es tan prominente en la ciudad terrenal,
por dignificado que este sea; porque su nombre desde aquel día será
Jehová-sama, 'Jehová está allí'. Ciertamente Aquel que está allí justificará el
glorioso nombre y demostrará que no es una bendición inferior para un pueblo
tener a Jehová por su Dios. Aun así ello es terrenal, no celestial; y la gloria
de lo celestial es una, la de lo terrenal es otra, así como hay cuerpos
celestiales y cuerpos terrenales. Los hombres pueden objetar, e imaginar, y racionalizar.
Pueden no creerlo, pero no pueden negar con verdad que tal es la clara
declaración de Ezequiel en contraste con el Nuevo Testamento y sus esperanzas
especiales. Nunca ni la tierra ni el pueblo, ni el sacerdocio ni el santuario
han respondido a la descripción del profeta. Por lo tanto la fe se asegura a sí
misma que cada palabra debe cumplirse todavía, pero para la tierra, no para el
cielo, para el judío, no para el cristiano. El templo de Herodes no corresponde
en nada al templo de Ezequiel; como tampoco el estado de Palestina o de los
judíos bajo el dominio romano se parecía al que aparece en la profecía. Todo
espera el día en que Cristo aparezca y establezca Su reino. "Y Jehová será
rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre".
(Zacarías 14: 9).
El
gran asunto
que hay que entender sin confusión es la unión del cielo, la tierra y todas las
cosas que hay en ellos bajo el Señor Jesús desplegada en gloria visible. Los
primeros quiliastas (o milenaristas) pensaron demasiado erróneamente en las
cosas terrenales del reino; los milenaristas modernos han estado en general
dispuestos a considerar sólo las cosas celestiales. La verdad de Dios que está
en Su Palabra que Él está reviviendo ahora es el sistema unido en el cual el
cielo y la tierra tanto tiempo separados son juntados bajo el postrer Adán y su
Eva celestial la cual es el complemento de Aquel que lo llena todo en todo.
(Efesios 1: 23 – VM). Para muchos esto presenta una idea que les repugna; pero
me temo que la fuente de ellos es completamente incrédula, a saber, el raciocinio
a partir de la experiencia actual para rechazar el testimonio más claro de la
Escritura. Efesios 1: 10, Colosenses 1: 20, son muy concluyentes y están por
encima de toda excepción por estar inmersos dentro de las más elevadas
revelaciones de la doctrina cristiana que contiene el Nuevo Testamento. Pero en
realidad ellas se encuentran en casi todas partes, de una forma u otra. Así, en
los tres primeros evangelios la Transfiguración presenta la visión más clara de
esta armoniosa mezcla de lo terrenal con lo celestial, de hombres en cuerpos
naturales con aquellos ya resucitados y transformados, y Cristo el reconocido Príncipe
y centro de la escena; y esto es tanto más digno de atención debido a que 2ª Pedro
1: 16, 17 la trata como una especie de muestra del reino. "Porque no os
hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo
fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su
majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada
desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual
tengo complacencia". El evangelio de Juan tampoco guarda silencio. Juan 3:
12 no sólo testifica de las cosas "terrenales" y
"celestiales" del reino de Dios sino que el mismo principio explica
por sí solo Juan 17: 22, 23. "La gloria que me diste, yo les he dado, para
que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que
sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que
los has amado a ellos como también a mí me has amado". Explícitamente este
es el tiempo de gloria, nuestro en derecho ahora pero que en breve será exhibido
de tal manera que el mundo conocerá (no 'creerá', sino "conocerá")
que el Padre envió al Hijo y amó a los santos con el mismo maravilloso amor. Este
no es el estado actual de cosas en el que nada de esto es exhibido al mundo ni
es conocido por él; tampoco este puede ser el estado eterno cuando no habrá
mundo que lo conozca incluso si ello fuese el objetivo en aquel entonces y el darlo
a conocer así. Por consiguiente, el cumplimiento de las palabras del Salvador
sólo puede ser en una condición que difiera esencialmente del estado actual y
de la eternidad; y es evidente que esto sólo puede ser el reino milenial con su
gloria celestial, objeto de conocimiento para el mundo de abajo y manantial de incesante
alabanza y gloria para Dios.
No
es de
extrañar que Apocalipsis ponga su sello en la misma preciosa verdad; pero se
encontrará que ese es el hecho en Apocalipsis 20 donde el juicio es dado a los
santos resucitados quienes serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con
Él mil años: un reinado que como no ha comenzado todavía es inconsistente con
lo que es revelado acerca de la eternidad. El único tiempo que se interpone es
el milenio que sigue al advenimiento de Cristo en Apocalipsis 19 pero que precede
a la resurrección del resto de los muertos, los muertos inicuos para el juicio al
final de Apocalipsis 20. Pero esto no es todo porque Apocalipsis 21, después de
dar un retrato completo de la eternidad en los versículos 1-8, a partir del
versículo 9 abre una visión retrospectiva del estado milenial y presenta a
nuestra vista la esposa glorificada del Cordero bajo el símbolo de la santa
ciudad de Jerusalén que desciende del cielo, de Dios, a la luz de la cual las
naciones andan y los reyes de la tierra traen su gloria y honor a ella. ¿Qué
más evidente de que aquí tenemos la representación simbólica de la misma verdad
que vimos en Juan 17: 22, 23? Porque el mundo, las naciones de la tierra y sus
reyes, no pueden dejar de ver en estos santos glorificados el testimonio más
pleno de que ellos comparten la gloria de Jesús y de que son amados por el
Padre como Cristo lo fue. Ninguna visión como esta puede ser tal como son las
cosas ahora; ni ello conviene a la eternidad cuando las naciones y los reyes de
la tierra hayan dejado de existir para siempre. Sólo el milenio se conforma
exactamente al caso cuando las cosas celestiales y terrenales son vistas así en
gloriosa concordancia.
Pero
en
realidad la misma verdad aparece en todas las Escrituras aunque en diversos
grados de fuerza y claridad. Porque si el anhelo ardiente de la creación es el
aguardar la manifestación de los hijos de Dios, algo que sólo puede tener lugar
cuando Cristo los haya resucitado en Su venida y los haya manifestado en Su
aparición, y además esto sólo puede ser la era milenial. Porque como dan
testimonio todos los profetas en aquel entonces la creación será libertada y
cantará con júbilo en lugar de ser deshecha para formar los cielos nuevos y la
tierra nueva que caracterizarán el estado eterno. Cuando los que tienen ahora las
primicias del Espíritu ya no giman sino que sean manifestados en gloria la
creación no será destruida sino libertada de la esclavitud de corrupción a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. (Romanos 8: 19-23). Este es claramente
el día milenial de gozo, no la desaparición de la creación cuando Dios hará
nuevas todas las cosas para el estado final. Además, 1ª Corintios 6: 2, 3, es
muy explícito; pues, ¿qué sentido tendría que los santos juzguen al mundo o a
los ángeles en la eternidad? Acéptenlo ustedes del milenio y todo está claro;
es sólo una de las características peculiares que distinguen aquel día del actual
por una parte, y de la eternidad por la otra. Además, Filipenses 2: 10 y 11
aclaran todo; porque aunque nuestro Señor es exaltado ahora todavía no es el
período cuando en virtud del nombre de Jesús se doble toda rodilla, de seres
celestiales y terrenales e infernales, — cuando toda lengua confiese que Él es
Señor, para gloria de Dios Padre. Como esto manifiestamente no ha sucedido aún
tampoco ello armoniza con el estado eterno como sí lo hace con el milenio
intermedio. Porque el asunto es si acaso el hombre así exaltado, y toda
criatura obligada a reconocerle como Señor, no se inclina como nosotros lo
hacemos por gracia con sincera buena voluntad. Ahora bien, la gran verdad de la
eternidad será que Dios será todo en todos (1ª Corintios 16: 28); no la
glorificación especial del hombre en la persona de nuestro Señor Jesús.
Hebreos
2:
5-8 puede finalizar con su voz inconfundible estos testimonios del Nuevo
Testamento, y cuanto más ya que los enlaza con el Antiguo Testamento lo cual es
de hecho el carácter distintivo de la epístola. No sólo se nos habla aquí de la
sujeción a Cristo del mundo venidero (τὴν
οἰκουμένην τὴν μέλλουσαν), que sólo puede ser aplicada como un hecho a la era
milenial; sino que el Salmo 8 es citado para demostrar la puesta en sujeción de
todas las cosas bajo Sus pies. Y tan absolutamente abarca esto a la
creación entera, celestial y terrenal, que 1ª Corintios 15: 27, citando la
misma Escritura tiene que exceptuar a Aquel que sujetó todas las cosas bajo
Cristo; y Efesios 1, donde también ello es citado, exceptúa virtualmente a la
Iglesia, porque ella es el cuerpo de Cristo y por lo tanto es una con Aquel que
es así Cabeza sobre todas las cosas. Él está ahora personalmente en este lugar
de exaltación; "pero todavía no vemos que todas las cosas le sean
sujetas". (Hebreos 2: 8). Esto será precisamente en el milenio y no
estrictamente ni antes ni después de él; porque en el milenio habrá la manifestación
de Su exaltación, y esto sobre "todas las cosas", ya sean terrenales
o celestiales, tal como el Salmo es interpretado así exhaustivamente por el
Espíritu Santo en los escritos inspirados posteriores que hacen uso de él. El
motivo por el cual hay una pausa entre la exaltación invisible de Cristo a la
diestra del poder, (donde Él tiene este lugar de jefatura), y la visión de
todas las cosas puestas bajo Él es porque mientras Él está así en lo alto Dios
está llamando a los que serán coherederos, sí, Su Esposa, así como ahora ellos son
Su cuerpo. Cuando el llamamiento de Dios a los santos celestiales haya sido
completado Jesús vendrá, y a su debido tiempo, cuando Él se manifieste,
nosotros también seremos manifestados con Él en gloria (Colosenses 3), — un
pasaje que en sí mismo supone que hay hombres en la tierra ante quienes tiene
lugar la manifestación de Cristo y la Iglesia. Esto también es milenial y no es
posible ni en la era actual ni en la eternidad. Ello se refiere al día en que
Cristo no sólo es el verdadero Melquisedec en cuanto a orden como ahora, sino
cuando Él ejercerá Sus funciones peculiares y cumplirá el tipo de aquel que
trajo pan y vino para los vencedores como sacerdote del Dios altísimo (Véase
Génesis 15); cuando no sólo será sacrificio e intercesión dentro del velo sino la bendición de
Aquel que bendecirá a Su pueblo de parte del
Dios altísimo, entonces ciertamente "creador de los cielos y de la tierra",
y bendecirá al Dios altísimo de parte de Su pueblo, cuyos enemigos habrán sido
entregados en aquel entonces en manos de ellos.
"De
manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el
fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su
reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los
echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que
tiene oídos para oír, oiga". (Mateo 13: 40-43). Cuando este siglo o era finaliza
comienza el milenio, no la eternidad; y así como hay una esfera superior y
celestial donde los santos resucitados resplandecen como el sol, también hay
una esfera inferior y terrenal donde los juicios son ejecutados por ángeles que
sirven al Hijo del Hombre. Tal es el reino en sus dos partes, dado que la era
milenial es claramente el único período en el cual el poder y la gloria de
Cristo son manifestados así diversamente. El Señor nos dé entendimiento en
todas las cosas.
William Kelly
Traducido del inglés por:
B.R.C.O. – Febrero 2023
Otras versiones
de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo
Testamento
(1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por:
B.R.C.O.
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995,
1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada
en 1989
(Publicada por Editorial Mundo Hispano).
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
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