EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

LA APARICIÓN Y EL REINO DEL SEÑOR JESÚS (William Kelly)

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La aparición y el reino del Señor Jesús.

 

Séptima Conferencia acerca de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo

 

William Kelly

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito

 

Lectura Bíblica:

"Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".

Hechos 3: 19-21.

 

Como mi tema esta noche es la aparición o manifestación y el reino del Señor Jesús, yo he leído estos versículos simplemente para establecer en forma clara y concisa la demostración distintiva de que la aparición del Señor Jesús es la introducción de Su reino aquí abajo. Yo no niego ni por un momento que existe ahora tal cosa como el traslado " al reino de su amado Hijo". (Colosenses 1: 12, 13). Todos estamos de acuerdo en esto. Por lo tanto, esta no es la pregunta sino más bien si acaso la Escritura no insinúa ciertamente que el Señor Jesús introducirá Su reino sobre la tierra mediante Su aparición. El reino no meramente será predicado y la palabra mezclada con fe en los que la oigan llevará a almas nacidas de Dios a que vean y entren moralmente en aquel reino (Juan 3), lo cual sin duda es cierto ahora; sino que la Escritura nos muestra también un cambio de inmensa importancia para el mundo que la aparición del Señor Jesús introducirá. El apóstol Pedro dirigiéndose a los judíos los exhortó, "arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo", o, «a vuestro Mesías, Jesús», — yo no deseo explayarme en asuntos de naturaleza crítica, sino sólo presentar el verdadero sentido a medida que avanzamos, — "que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".

 

Ahora bien, lo que este pasaje demuestra más allá de toda duda es que Dios enviará al Señor Jesús y que el envío del Señor Jesús como Mesías, y de acuerdo con esa designación previa que todo judío esperaba introducirá los tiempos de refrigerio en los que los profetas están tan absortos, o en todo caso será simultáneo con ello. Mientras tanto el cielo recibe a Jesús hasta (no la destrucción del mundo; no la desaparición definitiva de los cielos y de la tierra; sino por el contrario) hasta la restauración de todas las cosas, — el borrado de las manchas inmundas que cubren este mundo y la puesta en orden de lo que ha sido confundido y dislocado por el pecado, siendo el gran poder de Dios (que obra ahora en la salvación de almas y en la bendición de los santos por medio del testimonio de Su gracia y verdad en Cristo) aplicado de otra manera: no meramente dando vida eterna a almas, — lo cual continuará, obviamente, — sino además en el justo poder de reprimir manifiestamente toda influencia y también a toda persona que se oponga a la gloria de Dios por medio del Señor Jesús. Nosotros sabemos que Su juicio tratará en primer lugar con lo invisible, — con Satanás y sus huestes; en segundo lugar, limpiará la tierra de sus destructores (Apocalipsis 11), o como se dice, el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y ellos limpiarán el campo que es el escenario de Su reino, — el mundo, — de todo tropiezo, y de los que hacen iniquidad. (Véase Mateo 13: 36-43). Porque incuestionablemente los santos del Antiguo Testamento fueron enseñados por el Espíritu a esperar. El Nuevo Testamento no debilita en lo más mínimo una expectativa tal sino que la confirma.

 

Se admite plenamente que en el Nuevo Testamento tenemos esperanzas más elevadas que se hacen visibles ahora que los cielos se han abierto; que contemplamos a Jesús a la diestra de Dios; que vemos nuestro lugar y nuestra porción en comunión con Cristo allí; porque la gracia nos ha permitido que esperemos estar con Él, nuestra Cabeza y Esposo, en los cielos. Yo confieso que si se tratara de elegir entre cualquier poder y gloria terrenales y lo que el Espíritu Santo revela ahora con Cristo arriba ello no sería un asunto para una larga deliberación o de difícil elección. Decididamente yo creo que todos nuestros corazones debiesen responder a un llamamiento tal y decir que (por bienaventurado como puede ser el poder que tratará con la tierra, que llenará el mundo con la bondad de Dios, que desterrará de él todas las cosas que corrompen, deshonran, y se oponen a la voluntad de Dios aquí abajo), los cielos son el escenario infinitamente superior, la única esfera adecuada para la plena expresión del amor del Padre a Cristo, visto no sólo como el Hijo eterno sino como el hombre resucitado que ha glorificado a Dios en la tierra en vida y sobre todo en la muerte. Según las Escrituras (Juan capítulos 13-17), la única respuesta debida a Su glorificación de Dios en la cruz es la gloria celestial. Por lo tanto, yo estoy persuadido de que nadie puede objetar equitativamente que haya algún pensamiento para debilitar el verdadero lugar de la más alta gloria de Cristo en lo alto y la apropiada bendición de la Iglesia en unión con su Cabeza, o que incluso se deja espacio para ello. En Efesios 1:3 leemos: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo". Ciertamente yo creo que los lugares celestiales, en contraste con la bendición de Israel en la tierra de Palestina, nos muestran el hogar revelado y destinado de nuestra bendición con Cristo. Obviamente no se quiere decir con ello que nosotros estemos realmente allí sino que Él está; y tan ciertamente como nosotros somos hechos uno con Cristo por el Espíritu Santo mientras Él está allí, así vendrá Él por nosotros para introducirnos conforme a la plenitud de Su gracia en aquella sede de Su gloria y de Su afecto por Su Esposa. Nosotros Le pertenecemos y somos conscientes de que Le pertenecemos. "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros". (Juan 14: 20). Aquel día ha llegado ahora. El Espíritu Santo que ha descendido para morar en nosotros es el Espíritu de gloria así como de Dios. Así como conocemos a nuestro Salvador en la gloria y Él es nuestra vida en el trono de Dios, así también el Espíritu Santo desciende de Él desde allí, — no sólo de Él mientras estaba en la tierra sino de Él exaltado en los cielos, — y nos une con Él allí. Y por tanto ello no es sino el complemento de este asombroso despliegue de los consejos de Dios en Cristo, que Él vendrá para presentar a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, pero también para tomarnos a Él mismo para que podamos estar con Él en la casa del Padre (lo cual ciertamente no es en la tierra, sino en los cielos); en resumen, para que podamos ser semejantes a Él y estemos con Él donde Él está.

 

Pero ¿cómo discrepa esta esperanza celestial con el hecho adicional de que el nombre del Señor va a ser exaltado en la tierra como nunca lo ha sido hasta ahora? ¿De qué manera nuestra bendición en lo alto niega lo que el Espíritu Santo ha mantenido ante la mente de los santos desde el principio? En atención a ello, ¿acaso Él no se esmera en reafirmarlo en el momento mismo, es decir, después de Pentecostés, cuando el hombre podría haber imaginado que las antiguas expectativas de los profetas estaban completamente muertas y habían desaparecido para siempre?

 

Ahora bien, hay un verdadero sentido en el que las cosas viejas han pasado. Es decir, nosotros tenemos que ver ahora con una nueva esfera de gloria tan insuperable en Cristo que eleva completamente al cristiano por encima del hombre, del judío, etc. Por eso nosotros no debemos mezclar las esperanzas pasadas con estas nuevas revelaciones como siendo ellas la fase apropiada de nuestra bendición. Nuestra relación es realmente con Uno que estuvo muerto y ha resucitado y ha ascendido al cielo donde, como ya ha sido señalado, Le pertenecemos. Nos reuniremos con Él en el aire; estaremos con Él en lo alto; pero ¿por eso voy yo a negar que también la tierra va a ser bendecida? ¿acaso no se regocijan ustedes de que Su alabanza va a llenar este escenario inferior? ¿No les parece encantador que Dios se muestre tan bueno como Él es? Nosotros hacemos bien en velar contra toda mirada del ojo maligno, — en aclamar a Aquel que es siempre y únicamente bueno. ¿No Le permitirán ustedes que Él exalte a Cristo en este mundo donde ahora Él es despreciado, donde Su nombre es tan profanado y donde Su verdad es tan alterada, desfigurada y corrompida? Ustedes no tendrán a Dios para ayudar al pensamiento, ni Su palabra los fortalecerá en tal exclusión del propósito fijo de Dios.

 

Si hubo alguna vez un tiempo en que el Espíritu Santo obró poderosamente en el poder de la gracia divina, si hubo alguna vez un tiempo en que los santos de Dios en la tierra fueron llenos de un sentido de Su bondad y de lo que Cristo era para ellos, (yo no digo de un entendimiento completo sino de poder práctico), ello fue en Pentecostés. Para gran gracia de todos no hubo nada como la hora misma en que Pedro pronunció estas palabras. Ciertamente en aquel día, si alguna vez, se podría haber pensado que los tiempos de refrigerio habían llegado por medio del poder del Espíritu Santo estando sobre la tierra, que los tiempos de restaurar todas las cosas habían sido establecidos moralmente mediante el evangelio en aquel entonces. Ciertamente si el florecimiento y los frutos abundantes en las almas podían explicar tal sentimiento hubo una excusa peculiar para ello en aquel entonces. Pero este fue el momento preciso que el Espíritu Santo utilizó por medio del apóstol Pedro para declarar de la manera más enfática que esos tiempos son todavía futuros; que es necesario que un poderoso cambio adicional sea llevado a cabo; que este cambio no iba a ser afectado mediante nuevas o repetidas misiones del Espíritu Santo sobre los cristianos o para propósitos cristianos sino mediante el envío de Jesús, — aquel Jesús que se ha ido al cielo y que cuando Él venga del cielo una vez más, entonces y no antes serán los tiempos, no de la destrucción de la tierra y del cielo, sino al contrario, de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo. La apelación al testimonio de los profetas debiese dejar el significado de esta Escritura completamente inequívoco. No se trata de declaraciones y esperanzas del Nuevo Testamento sino de lo que ya había sido escrito o dicho por boca de los profetas, "Sus santos profetas", se dice, "desde tiempo antiguo". (Hechos 3: 21).

 

Por lo tanto, no puede haber duda alguna en cuanto a que la intención de esta declaración del Espíritu Santo por medio de Pedro fue para hacer saber a los judíos que el arrepentimiento y la conversión para que sus pecados fueran borrados como nación es una condición   que precede a la gran revolución que ha de suceder en este mundo. Cuando el corazón de Israel como Israel sea tocado, cuando ellos se vuelvan al Señor, — puede que sea sólo temblorosamente y con una comprensión muy parcial de Su gracia, pero cuando ello sea una obra real en el corazón de ellos Dios enviará a Jesús desde el cielo. Nuestro Señor mismo pronunció una verdad similar al final de Mateo 23 cuyo pasaje tuvimos ante nosotros hace poco tiempo. Él dejó desierta la casa de ellos, "hasta que", no para siempre sino, "hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor (o de Jehová)". Cuando ellos lo digan, Él ha de venir. Jehová Le envía; porque sus corazones Le llaman "bendito" cuando Él viene en el nombre de Jehová. (Salmo 118: 26). Esto responde a la conversión de ellos en Hechos 3. Ellos se juzgan a sí mismos ante Dios, reconocen sus pecados y los encuentran borrados por la gracia divina en la sangre de su Mesías. No hay otra manera; pero, ¡oh, cuán inefablemente conmovedor para ellos sobre todos los hombres! Pero además y con independencia de cuál es el precioso poder de la sangre de Cristo no hay bendición real para ningún alma en ningún momento excepto a través del juicio del pecado, — el juicio del yo, —en la conciencia. Y así lo encontramos en el caso de Israel: ello les es impuesto de manera contundente con independencia de que ello pueda ser por gracia; porque Jesús es un Salvador para dar arrepentimiento a Israel y remisión de pecados. En Mateo el asunto es más bien el corazón volviéndose a Cristo. En los Hechos de los Apóstoles es más bien la conciencia limpiándose a sí misma, por así decirlo, o más bien, acreditando a Dios, — justificándole contra ellos mismos. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". (1ª. Juan 1: 9). Tal es el principio absoluto que emana de la naturaleza de Dios, dicho con respecto a nosotros, sin duda, pero siempre verdadero. Ambos están unidos, y siempre, más o menos, unidos; y cuando ellos se verifiquen en Israel Dios enviará a Jesús, el de antemano designado Mesías de ellos, y entonces los tiempos de la restauración de todas las cosas comenzarán a ejecutar su curso bienaventurado y de bendición sobre la tierra.

 

Yo casi no necesito decir que esta verdad no está limitada de ninguna manera a una porción aislada del Nuevo Testamento. Pero si este testimonio fuese el único me parece que es ampliamente suficiente para excluir como totalmente infundada la noción de que de acuerdo con la Escritura los tiempos de restauración universal y también de refrigerio pueden ser introducidos por cualquier acción del Espíritu de Dios en la tierra sin la misión de Jesús desde el cielo. Si ello fuera un efecto de la presencia y el poder del Espíritu Santo está claro que estos tiempos de refrigerio debiesen haber llegado en aquel entonces. Pero no habían llegado como lo indica claramente el apóstol Pedro cuando el Espíritu Santo estaba produciendo así el fruto más dulce del poder y la gracia divinos que jamás haya crecido entre los santos de la tierra. Él señala a la verdadera época para la venida de Jesús; él muestra que la presencia de Cristo es necesaria tal como lo atestiguan también los profetas en todas partes.

 

Yo insistiría, ¿acaso ello no es un arreglo justo que así sea? ¿Acaso esta verdad revelada no se engrandece a sí misma, como todas las demás, a la mente espiritual? Pues, ¿quién no ha comprobado la armonía que existe entre los instintos de los corazones renovados por la gracia de Dios y el precioso testimonio de la palabra de Dios? No es que cualquiera pudiera haber deducido de antemano esta verdad a partir de un sentimiento propio; pero una vez revelada y creída el corazón se somete a ella y confiesa de qué sabia y buena manera todo ha sido ordenado por Dios. Además, aquí está la propia afirmación más positiva de Dios de Su pensamiento y voluntad por una parte; y por la otra, ¿acaso no sienten nuestros corazones que ello es exactamente lo que es debido al bendito nombre del Señor Jesús? — ¿que Aquel que padeció la vergüenza, que conoció el dolor, que ha sido y es tan desairado por los hombres tenga el gozo y la gloria de introducir la bendita reversión de la triste y humillante historia de este mundo? Después de todo, con independencia de cuáles puedan ser las preciosas funciones del Espíritu de Dios, — y no corresponde a nadie aquí debilitarlas ni por un momento, — sólo hubo Uno que murió por el pecado; sólo hubo Uno que padeció por nosotros, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios; sólo hubo Uno que renunció a todos Sus derechos aquí abajo, para que Dios, — Padre, Hijo y Espíritu Santo, — pudiera ser glorificado en el lugar donde el pecado había reinado por tanto tiempo en muerte para el hombre y en deshonra para Dios.

 

Por lo tanto, muy justificada es Su venida, la venida de Aquel que cambiará todo aquí abajo, — aquel Bendito que en la cruz hizo un fundamento justo para toda bendición, no sólo para que el cielo se llene de sus nuevos hijos y herederos de gloria sino para que la tierra en general cante de gozo; no sólo para que la Iglesia se siente como esposa en la cena de las bodas del Cordero en lo alto sino para que esa nación encuentre también sus pecados, y el mal rebelde, y la vieja incredulidad, para siempre lavados en Su sangre. Murió por los hijos de Dios que estaban dispersos., murió para congregarlos en uno (Juan 11: 52); pero Él murió también por esa nación y yo llamo a que presten atención a ello. No es sólo que Él gustó la muerte por todos (Hebreos 2: 9); no es sólo que al llevar a muchos hijos a la gloria, Él, el autor de la salvación de ellos, fue perfeccionado por medio de aflicciones. (Hebreos 2: 10). Múltiples como ellas son,  ¿son éstas todas las aplicaciones de Su muerte eternamente maravillosa y fructífera? Lean ustedes Colosenses 1 y oigan lo que el Espíritu de Dios nos dice acerca del poder de Su sangre en la reconciliación. Nosotros estamos más acostumbrados en general a pensar que hemos sido reconciliados con Dios; y ciertamente es una verdad solemne y de suma importancia para Su gloria y para nuestra propia paz y fortaleza; pero aunque en Colosenses 1 el Espíritu de Dios da a nuestra porción personal su lugar completo, Él prorrumpe en un círculo más amplio de propósitos divinos; "por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud". (Colosenses 1: 19. [Véase nota].

 

[Nota del traductor]. J. N. Darby traduce el versículo Colosenses 1: 19 de la siguiente manera: «Porque en Él se complació en habitar toda la plenitud [de la Deidad]». La tradición de las versiones antiguas podría hacer parecer como si en algún punto de tiempo (obsérvese que «el Padre» no existe en el texto griego) el Padre se hubiese complacido en hacer que en el Hijo habitase toda plenitud. El verdadero sentido es que la plenitud de la Deidad siempre habitó en Cristo. Los herejes gnósticos enseñaban que Cristo era una especie de «casa intermedia» hacia Dios, un eslabón necesario en la cadena. Pero había otros y mejores eslabones más adelante. «Id adelante a partir de Él», apremiaban, «y alcanzaréis la plenitud». «No», responde Pablo, «¡Cristo es Él mismo la completa plenitud!». Toda la plenitud habita en Cristo. La palabra para habitar aquí significa habitar de manera permanente, no simplemente visitar de manera temporal. Aquí se emplea la forma intensificada de  κατοικέω (katoikéo), que sugiere establecerse en el propio hogar. (Comentario de William MacDonald).

 

¿Puedo yo comentar aquí que no sólo fue para complacencia del Padre, sino también del Hijo y del Espíritu Santo? Parece rebajar algo la gloria propia de estas personas igualmente divinas restringir la complacencia al Padre. Si la Escritura realmente lo dijera ello pondría fin a todas las preguntas, obviamente; pero no es así. Porque como se observará, las palabras "el Padre" no están en el texto original y han sido insertadas por hombres (como Tyndale, Cranmer, Beza, etc.). Nosotros siempre estamos en libertad, tal vez yo podría decir que estamos obligados, a examinar cada vez que ocurren estas inserciones. No tienen garantía de fe aunque ellas pueden ser una ayuda real ocasionalmente; pero es bueno examinarlas como meras sugerencias a la luz del resto de la Escritura. En este caso yo creo que es cierto que el verdadero complemento de la frase es Dios (no Padre), o, sin aportar ninguna palabra, que la plenitud de la Divinidad se complació en habitar en Cristo. Sin embargo, esto no efectuó la reconciliación. La encarnación no es reconciliación, aunque no faltan los que dirán esto a ustedes; pero tales hombres o hablan de lo que no entienden, o no tienen un sentido adecuado del pecado; es decir, no tienen un verdadero conocimiento de Dios. El Hijo encarnándose es sin duda un maravilloso despliegue de la gracia de Dios para con el hombre pero no quita, no podía quitar el pecado. Nada más que la cruz aprovecha, nada más que el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios; y por lo tanto era necesario un paso más, no sólo para que toda la plenitud de la Deidad habitase en Él (Colosenses 2: 9 - JND), sino para que hubiera una obra realizada por Él. Y esta obra es la reconciliación por Su sangre, como se dice, "y que por medio de él reconciliase consigo mismo todas las cosas, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de su cruz". (Colosenses 1: 20 – VM).

 

No se trata de personas sino de "cosas", — "consigo mismo todas las cosas", por medio de Él, sean las que están en la tierra o las que están en los cielos. Suponer que aquí se alude a hombres es malentender la Escritura de manera muy peligrosa. Si se tratara de ellos todos debiésemos ser universalistas, por horriblemente falso que sea ese esquema. Ningún engaño semejante es enseñado aquí ni en ninguna otra parte de la palabra de Dios. Se trata de la verdad en cuanto a las cosas, lo creado por el poder de Dios. La reconciliación está destinada a abarcar todas las cosas que Él ha hecho. Si hubiera un solo objeto en el cielo o en la tierra (yo no hablo de ángeles rebeldes ni de hombres incrédulos) fuera del alcance, del alcance eficaz de la sangre de Cristo, hasta cierto punto Satanás habría obtenido algún triunfo sobre Dios; hasta cierto punto él habría sido el vencedor de la Simiente de la mujer en vez de ser él el vencido. Pero la reconciliación mediante la sangre soluciona con creces la ruina. Nada necesitaba ser reconciliado cuando Dios hizo todas las cosas buenas. Era sencillamente bondad en creación. Debido a que el hombre, su cabeza, era capaz de pecar y de morir a causa del pecado, así también la creación inferior era susceptible de ser arrastrada a la decadencia, o llevada a estar más o menos bajo el poder de la muerte. Y así fue, así es. Tal como dice Romanos capítulo 8, "La creación fue sujetada a vanidad", es decir, a consecuencias negativas. Pero ahora el rescate es encontrado, el precio de la redención ha sido pagado. El poder reconciliador no se aplica aún pero el fundamento de todo está puesto y nunca volverá a ser puesto. La sangre ha sido derramada: sólo es un asunto del tiempo de Dios para que se cumplan Sus consejos, para que este poder sea aplicado a toda la creación que aún gime y a una está con dolores de parto, — a "todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos". (Colosenses 1: 20).

 

Mientras tanto, antes de que Dios adjudique el beneficio del valor de la sangre de Cristo, Él introduce, no a todas las personas, sino, como Él dice aquí, "A vosotros". "A vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado". (Colosenses 1: 21).  Esto es aplicado allí al cristiano, a las almas que ahora creen en el Señor Jesucristo: Dios los ha reconciliado mediante la sangre de Su cruz que ha hecho la paz por ellos en lugar de dejarlos que ellos hagan su paz con Dios. Porque dice: "Ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte": no por medio de Su nacimiento, ni por medio del bautismo de ellos; no por medio de Su encarnación, sino, "en su cuerpo de carne, por medio de la muerte"; y esto es así porque sólo la muerte, la muerte de Cristo, da el santo juicio de Dios sobre el pecado en gracia al alma que cree. ¡Infinita misericordia que ello sea así! El nacimiento de Cristo es sólo la presentación de la persona que iba a realizar esta obra verdaderamente divina. Fue la manifestación en naturaleza humana de Aquel que era Dios, naturaleza humana que en Él era santa, aunque en ella Adán cayó, implicando en su propia ruina a la raza y a toda la creación de la cual él era cabeza; fue la manifestación de Aquel que, aunque hombre, era no obstante una persona divina. Pero ahora hay infinitamente más; ahora, en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, Él ha llevado a cabo nuestra reconciliación. Si no hubiera sido así incluso Su manifestación en la carne habría sido totalmente infructuosa para nuestra liberación. ¡Qué prueba de que en Él había vida sin la menor mácula o hedor de muerte! Nada que hubiera sido despedazado por fiera podía ser comido, ni siquiera según las figuras de la ley (Levítico 22: 8); nada que tuviera mancha o contaminación podía ser ofrecido como ofrenda por el pecado, ni siquiera en el tipo: ¡cuánto más en el antitipo! Aun así Él debía morir, — el santo, inocente, sin mancha. Hebreos 7: 26). De ninguna otra manera nosotros podríamos tener redención porque sólo de esta manera el pecado pudo ser adecuadamente juzgado, — en la muerte, la muerte de Jesús, el Hijo de Dios, e Hijo del Hombre, — en Su muerte bajo el juicio divino.

 

Pero Cristo murió. Ya ha derramado Su alma hasta la muerte. Por lo tanto, la reconciliación está hecha para cada alma que ahora cree en Él. "A vosotros… os ha reconciliado". Y esta es la condición a la que Él nos lleva ante Dios: "En el cuerpo de su carne, por medio de la muerte, para presentaros santos e inmaculados e irreprensibles delante de su presencia". (Colosenses 1: 22 – VM).  Es decir, la totalidad de nuestro viejo ser es considerado en cuanto a la fe como habiendo desaparecido completamente bajo el juicio de la cruz y nosotros somos vistos de acuerdo a nuestra nueva naturaleza, naturaleza que nunca vemos correctamente excepto en la persona de Cristo. Nosotros somos uno con Aquel que ha resucitado de los muertos. No había unión cuando Él estaba aquí en la tierra antes de la expiación. En aquel entonces se veía un curso ininterrumpido de perfección moral en Cristo; sí, perfecta hermosura divina; la expresión de Dios mismo en todos sus modos de obrar aquí abajo. Pero el gran asunto del pecado no estaba resuelto para con Dios; la obra más grande de todas no estaba hecha todavía. Aún estaba por suceder la hora que Él tan solemnemente esperaba, especialmente cuando los discípulos estaban ocupados con Su poder presente y con las expectativas de Su reino. Él les dijo, y les dijo expresamente, que iba a padecer mucho y que sería desechado por los ancianos, etc., que se le iba a dar muerte y que resucitaría al tercer día. (Mateo 16: 21). Entonces, ¡no es de extrañar que cuando Él murió y la victoria fue obtenida, cuando Él hubo resucitado, — en el poder de esta vida nueva y abundante para concederla al más culpable de los pecadores, el Espíritu Santo enfatizara la importancia de ello. ¿Lo hacemos nosotros? Estén ustedes seguros que esta es una pregunta seria. Recuerden que ello no es un asunto sólo para hoy sino para siempre. Recuerden que no es una verdad meramente acerca de nuestras propias almas, ni siquiera acerca de la salvación; es una verdad acerca de Cristo, mediante cuya muerte y resurrección Dios nos lleva a este asombroso lugar: "Para presentaros santos e inmaculados e irreprensibles delante de su presencia". (Colosenses 1: 22 – VM). No es delante de nuestra presencia pues es conveniente que conozcamos que nosotros estamos llenos de maldad, juzgando tanto en raíces como en frutos al viejo hombre en nosotros. Sabemos dolorosamente como un hecho que el viejo hombre está allí, obviamente; pero el consuelo de la fe es que el pecado es juzgado en Cristo; y es bueno tener en cuenta que si no es juzgado ahora, nunca podrá serlo. Si nosotros que creemos no hemos sido reconciliados ahora, ¿cuándo o cómo lo seremos? Si hemos sido, ¡qué bienaventurados somos! Obviamente no estamos suponiendo almas que están todavía fuera de Cristo; pero yo digo que para aquellos que han confiado en Cristo la obra está perfectamente hecha, — no simplemente ella está haciéndose, sino que está hecha, — de tal manera que Dios mismo no podría añadir nada a su eficacia. La obra expiatoria está hecha; la reconciliación está consumada "en el cuerpo de su carne, por medio de la muerte, para presentaros santos e inmaculados e irreprensibles delante de su presencia". ¡Qué gracia infinita, darnos el conocimiento de ello ahora por medio de la fe antes de que el resultado aparezca a la venida de Cristo! Queda aún la otra verdad, a saber, que la sangre preciosa de Cristo incluye, en cuanto a derecho, la reconciliación de todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos.

 

Tampoco es que la prueba depende de esta sola Escritura, aunque si una sola Escritura es directa ello es mejor que cualquier otra demostración, y es más que suficiente para sostener el cielo y la tierra. Yo no me atrevo a alabar sino más bien me atrevo a desaprobar la costumbre de no contentarse con una sola Escritura, como si sólo hubiera una. Si hay Escritura ella es la voz de Dios, la verdad de Dios: ¿qué más se necesita? Aquel que no cree en un texto claro no creería en mil. Pero la verdad es que la Escritura está llena de pruebas de la aparición de Cristo para introducir Su reino sobre la tierra. Yo sólo puedo presentar algunas de ellas esta noche.

 

En Efesios 1 hay un pasaje tan sorprendente como oportuno. Allí se nos dice que Dios "hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia", — para con los santos ahora. Es decir, Él no sólo nos ha conferido una medida de la capacidad creacional para conocer y nombrar ciertas cosas, como Él la dio a Adán cuando cada criatura se presentó ante él como señor designado de la creación para que él asignara el justo nombre de ellas. Pero ahora a los santos y en virtud del Segundo Hombre, el postrer Adán, Dios los colma de toda sabiduría e inteligencia. Toda la extensión de los consejos de Dios es desplegada ahora ante la Iglesia. ¿Cómo pueden ser estas cosas? Ello es porque Cristo es el objeto, — porque Él, el Hijo de Dios, ha sido revelado; y ¿qué son todas las cosas comparadas con Él y con Su obra? Son estimadas como el menudo polvo en las balanzas. Entonces, no es de extrañar que si Dios nos Lo ha dado, si nos ha unido con Él, Él nos diga todos los secretos de la gloria que Él tiene la intención de mostrar para Él, — todo lo que Él tiene la intención de hacer con todo lo que hay en el cielo y en la tierra para Cristo. Entonces ¿cuál es la esperanza de este ilimitado plan para glorificar a Cristo? Se nos dice que Dios nos ha dado a conocer el misterio de Su voluntad, — aquel secreto que se mantuvo oculto en otros tiempos, — "según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra", — literalmente, «las cosas en los cielos y las cosas en la tierra», y — "En él asimismo tuvimos herencia". (Efesios 1: 9-11). En esto nosotros tenemos un ámbito aún más amplio que el que vimos en Colosenses. Porque además de las «cosas en los cielos y las cosas en la tierra» en ambas epístolas, tenemos aquí la insinuación adicional de que hemos obtenido una herencia en Él sobre todas las cosas. Así nos dice Él un poco más abajo en el mismo capítulo, que Dios dio a Cristo "por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". Es en Su posición de cabeza sobre todas las cosas que Cristo ha sido dado a la iglesia. (Efesios 1: 22, 23).

 

Pero presten ustedes atención a la expresión del versículo 10: la administración del cumplimiento de los tiempos está encomendada a Cristo. Dios se ha propuesto en Sí mismo, con miras a o contra esta administración de la plenitud de los tiempos, que Él reunirá todas las cosas en una bajo Cristo, — que Él pondrá todas las cosas celestiales y terrenales bajo Su jefatura como el hombre resucitado y glorificado. ¡Qué verdad es esta! Todo el universo de Dios bajo el hombre, — sin duda en Cristo; ¡pero el hombre! ¡Qué día será ése y qué estado de cosas! Qué gozo y qué resplandor cuando un rey no sólo reine en justicia en una tierra en particular sino cuando toda la creación de Dios rescatada del usurpador y de todos los tristes resultados de la caída esté bajo el único hombre capaz de usarlo todo y gobernarlo todo para Dios, — capaz también de llenarlo con todo elemento de bendición y sustentándolo para la gloria de Dios. En aquel día Cristo ejecutará esto. Él ha emprendido este propósito de Dios y Él traerá gloria a Él tan verdaderamente en esta escena de gobierno como ya lo hizo en gracia cuando Él quitó el pecado por el sacrificio de Sí mismo. Él fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos y glorificó perfectamente a Dios en cuanto al pecado. Sin embargo nosotros sabemos que las apariencias externas no revelan nada semejante. Aparentemente el pecado prevalece y Cristo no es más que el hombre rechazado; pero la fe sabe que la única victoria que le costó algo a Dios (y le costó todo) está ganada. Pero ¡qué gozo cuando ello no sea sólo una verdad invisible conocida por el alma sino cuando cada partícula de la creación de Dios proclame que Cristo es exaltado sobre todas las cosas! También nosotros estaremos allí: estaremos con Él. Esto no podría ser más que un gozo para nosotros. No podría ser que un alma creyente desprecie tales gloria y bienaventuranza o piense con ligereza en ellas cuando son presentadas al corazón en la palabra de Dios. Pero ciertamente para nosotros será un gozo aún más profundo conocer que Cristo estará sobre todas las cosas para la gloria de Dios, — aunque nosotros seremos el objeto más cercano e íntimo de Su amor, Su esposa en asociación con Él como Cabeza sobre todas las cosas que Dios ha hecho, — aún más profundo estar con Él donde Él está, para que podamos contemplar Su gloria, amado por el Padre como Él lo era antes de la fundación del mundo. (Véase Juan 17). Entonces por medio de esta Escritura se nos permite contemplar por medio de la fe la escena de bendición inconmensurable que no va a ser introducida y establecida por la partida sino por la aparición de Cristo en gloria. Esto ya lo hemos visto; pero citaré algunas pruebas adicionales que pueden hacerlo completamente claro para aquellos que están poco versados en las Escrituras. Tomemos por ejemplo la epístola a Tito capítulo 2, versículos 11-13; porque quiero mostrar que las epístolas demuestran esta verdad con bastante independencia de las Escrituras proféticas contra las cuales algunos abrigan un prejuicio injustificable y que muestra mucha ignorancia. Ahora bien, las epístolas doctrinales no enseñan otra cosa. Dice el apóstol, "Porque ha sido manifestada la gracia de Dios, la cual trae salvación a todos los hombres". (Tito 2: 11 – VM).  Todos sabemos que esto ya ha sucedido: la gracia salvadora de Dios ha sido manifestada dondequiera que el Evangelio es proclamado, "enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente". (Colosenses 1: 12). Pero ¿es esto todo? ¿No hay ninguna parte en la esperanza para nosotros? ¿No hay expectativa que sea la respuesta apropiada y que sea producto o al menos compañera de la gracia de Dios? La común versión en castellano añade: "aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo". Aquí se me debe permitir sustituir una frase por «y la manifestación de la gloria». No hay duda de que este es el verdadero significado. No se ha puesto freno a estas traducciones a causa de hebraísmos imaginarios que desaprovechan la verdadera fuerza. Por eso traductores competentes lo aceptan (en contraste con la aparición de la gracia) como "la manifestación de la gloria". La gracia de Dios ya se ha manifestado: la gloria de Dios va a ser manifestada; y esto es lo que nosotros esperamos, es decir, más exacta y plenamente, "la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús". (Tito 2: 13 – LBA, RVA, VM, JND). ¿Y dónde va a ser manifestada Su gloria? En el mismo escenario donde la gracia salvadora de Dios se ha manifestado. No se trata de una declaración acerca de nuestro traslado anticipado a la gloria celestial, ciertamente no sólo esto, sino que Su gloria se manifestará.

 

Tomen ustedes otro pasaje en 2ª Timoteo capítulo 4: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino". Nosotros tenemos aquí la misma frase que en el tema que da título a esta conferencia y en el mismo orden, — la aparición (manifestación) del Señor y Su reino. No se trata del reino que es conocido sencillamente por medio de la fe, tal como lo conocemos ahora. Cristo ha desaparecido de la tierra y nosotros conocemos el reino de los cielos en una forma misteriosa. (Véase Mateo 13). Es Su reino de una manera sin precedente, desconocida e incluso inconcebible. Pero nosotros tenemos aquí la verdad opuesta. Es la aparición de Jesús una vez más. El juicio de vivos y muertos no es situado después de Su aparición y reino sino en aquel momento, ya sea que adoptemos el texto crítico o nos adhiramos al texto comúnmente recibido. Es muy evidente que el juicio del Señor sobre vivos y muertos está relacionado con ambos, con la aparición y con el reino; así como en Apocalipsis capítulos 19 y 20 está claro que los vivos son juzgados al principio de Su reino y durante todo su transcurso y los muertos al final. ¿Disputará esto algún creyente? ¿Pueden ustedes afirmar que este no es el sentido de la Escritura? ¿Qué otro significado tienen estas palabras tan sencilla y claramente como el que se acaba de expresar? No hay ningún deseo de debilitar en lo más mínimo ninguna verdad en cuanto al reino de Dios tal como subsiste ahora. Todos están de acuerdo que por el momento Cristo ha ascendido a la diestra de Dios en los cielos y que nosotros tenemos el reino de los cielos en su forma actual de misterio y no de manifestación, donde la cizaña está mezclada con el trigo y es librada una guerra continua entre el bien y el mal donde Satanás no está atado sino activo como la serpiente y el león, y el Espíritu Santo hace realidad el poder de Cristo sólo para la fe: un estado de cosas caracterizado por una vasta profesión sin conciencia ni sentimiento hacia Dios Padre, sobre todo porque ella deshonra al Señor Jesús  y obstaculiza, menosprecia, contrista, apaga y niega al Espíritu Santo. Todo esto yo lo reconozco. Pero aquí el apóstol encarece a su mano derecha espiritual Timoteo, "delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en [o, juzgará a ambos por] su manifestación (aparición) y en [o, por] su reino". ¿Acaso no es este un estado de cosas totalmente diferente? ¿Está Cristo juzgando ahora a los vivos y a los muertos? Claramente no, sino todo lo contrario: Él está salvando a los que están muertos en pecados dándoles vida con Su propia vida. Él está llevando a cabo un juicio entre los que están espiritualmente vivos ahora, por así decirlo, pero ese es otro estado de cosas por completo, — es un trato práctico y actual con los modos de obrar de Sus discípulos para que no sean condenados por y con el mundo. Aquí se trata de la aplicación positiva del poder judicial en Su manifestación cuando Él venga en Su reino, — Su reino visible en poder y gloria. Estos asuntos están suficientemente definidos aquí y el estado de cosas está afirmado y manifestado porque Su manifestación y Su reino están en la más estrecha asociación tanto entre sí como con Su juicio de vivos y muertos. Pero esto no es en absoluto "el fin" de 1ª Corintios 15: 24 porque allí Él entrega el reino en vez de aparecer y establecerlo. Cuando los cielos nuevos y tierra nueva, es más, cuando los cielos viejos y la tierra vieja desaparecen no hay indicio alguno de la aparición de Cristo ni de Su reino. De hecho, por común que ello pueda ser, es un absurdo insertar la aparición de Jesús en aquel entonces. Porque ¿a quién podría Él aparecerse o manifestarse cuando todas las cosas están muertas y han desaparecido, deshechas y desvanecidas? Ello nunca es presentado así en las Escrituras. Lo que la palabra de Dios afirma en cuanto a todo esto yo espero exponerlo pronto ante ustedes tan claramente como pueda cuando el tema del 'Juicio y el Estado Eterno' se presente más definitivamente ante nosotros. Pero no es una anticipación impropia si yo comento ahora cuán evidentemente la aparición o manifestación del Señor Jesús introduce Su reino en un carácter claro y visible de juicio; mientras que ahora, por el contrario, Él es invisible, y Su trato con el mundo es sólo gracia en el testimonio del evangelio, si ellos pudieran oír y ser salvos. Pero así como Él se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado, así aparecerá por segunda vez, y esto no sólo será para la salvación de aquellos que así lo esperan sino para el juicio de los hombres en general, ya sean vivos o muertos. Esta será Su manifestación o aparición y Su reino en sus trascendencias, orden y tiempo verdaderos.

 

Sin duda, las opiniones preconcebidas y las tradiciones de los hombres hacen que esto sea una gran dificultad para algunos cristianos. Por lo tanto puede ser deseable eliminar, si es posible, algunas de sus principales dificultades. Para muchas almas concienzudas el futuro reino de Cristo visiblemente establecido sobre la tierra parece ser un paso atrás. Cuanto más ustedes sostienen la superabundante bendición de la Iglesia actual y la forma en que el reino de Cristo es conocido realmente por la fe, más violentan ustedes los más preciados pensamientos y expectativas de ellos. Ellos esperan la estabilidad de lo que ahora existe, sí, su progreso. Pero eso parece un retroceso. Ellos vuelven nuestras propias armas contra nosotros pues preguntan, ¿acaso los cristianos no han conocido ahora en este mundo al Señor Jesucristo de la manera más bienaventurada? ¿Acaso no ha sido derramado el Espíritu de Dios personalmente y en poder para que el creyente pueda andar por fe en el gozo profundo de un Salvador invisible? Ellos argumentan, ¿entonces no estamos nosotros contendiendo por un orden inferior de cosas, por otro siglo o era que sucederá al siglo o era actual en la cual la vista tomará el lugar de la fe y todo bien natural abundará para el pueblo de Dios, y será sencillamente el poder gobernando en justicia en lugar del Espíritu Santo fortaleciendo a los santos para la paciencia y la participación de los padecimientos de Cristo, en el conocimiento de Él mismo y en el poder de Su resurrección? Ellos dicen, ¿entonces no estamos nosotros abogando por un movimiento retrógrado, — por un retroceso en lugar de un avance conforme al principio habitual de los modos de obrar de Dios? La respuesta es clara y concluyente ya que la dificultad se debe únicamente a una visión adquirida del tema, es decir, a la ignorancia. Procuremos considerar un poco más amplia y profundamente la manera en que Dios ha obrado sobre la tierra y pronto se verá que la misma objeción contra la verdad que ha pasado ante nosotros esta noche se convierte, como es a menudo el caso, en un argumento positivo a su favor.

 

¿Qué ha sido presenciado en este mundo? Antes de la venida de Cristo Israel estaba bajo la ley pero Israel desobedeció, Israel fue dividido y dispersado debido a que ellos eran culpables de rebelión e idolatría, como lo fueron también de rechazar y crucificar a su propio Mesías. Es evidente que nada podía ser más miserable, — ninguna ruina pudo ser más completa. Luego, después de la cruz viene otra cosa. El Mesías rechazado asume Su lugar en el cielo, cabeza de una nueva gloria, de una manera bastante inesperada, no de acuerdo con las expectativas del Antiguo Testamento. Yo no me refiero al mero hecho de Su ascensión al cielo ni simplemente a que Él está sentado a la diestra de Dios pues estas cosas fueron predichas en los Salmos. Tampoco me refiero al mero hecho de bendecir a los gentiles con Su pueblo; ni siquiera al llamamiento gentil cuando los judíos fueron rechazados pues los profetas sin duda no guardaron silencio sobre estos grandes detalles. Pero yo me refiero al hecho de que Cristo se convirtiera en la Cabeza de un cuerpo en el cielo y a Su permanencia allí; de modo que el Espíritu Santo fuera enviado para formar a hombres de entre judíos y gentiles en unión con Él mismo y entre sí, formando así un nuevo hombre, la Iglesia, el cuerpo de Cristo, mientras Él está a la diestra de Dios. Yo digo que todo esto es el misterio que estuvo enteramente oculto en los tiempos del Antiguo Testamento y sólo revelado ahora a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu. (Véase Efesios 3). Pero si volvemos nuestros ojos a la Iglesia en la tierra, ¿qué testimonio de un llamamiento tan alto y glorioso encontramos ahora? ¡Lamentablemente! encontramos la misma historia de pecado, rebelión e idolatría que Israel manifestó antes; no menos deshonra sobre Jesús, no menos persistente resistencia al Espíritu Santo. Y si Dios no perdonó a las ramas naturales del olivo, ¿se abstendrá Él para siempre de cortar el silvestre olivo gentil que Él se complació en injertar? Ciertamente Él no aprobará la iniquidad de la cristiandad sino que la juzgará aún más severamente. Aquel que abandonó a Silo, Aquel que profanó Su propia casa en Jerusalén, no deja de ver todo lo que es hecho ahora bajo el nombre de Cristo en toda tierra bajo el cielo. De hecho, Él permaneció largo tiempo con Israel compadeciéndolo, levantándolo y amonestándolo; pero aun así Él estuvo allí finalmente como juez de Su pueblo y sobre los querubines de gloria en el libro de Ezequiel estaba lo que hablaba acerca de la ira que cayó sobre el pueblo cuando Su gloria se apartó de ellos por una temporada. (Véase Ezequiel 10). Lo mismo sucede con la cristiandad con independencia de cuál pueda ser la paciente gracia de Dios. Yo no dudo que existe esta diferencia en la cristiandad, a saber, que el Espíritu Santo, habiendo sido enviado a morar con nosotros para siempre, nunca, bajo ninguna circunstancia, deja a los hijos de Dios en este mundo, como tampoco abandona completamente a algún individuo que realmente pertenece a Dios en esta época. Sin embargo, sopesando a la luz de Su palabra el estado pasado y presente de la cristiandad yo no puedo concebir un insulto más atroz a Su bondad y a Su naturaleza y carácter santos que la noción de que Él mira con aprobación la condición pecaminosa, distraída y anómala de lo que lleva el nombre de Cristo en la tierra. Yo no dudo ni por un momento de Su misericordia a pesar de todo lo que nos rodea, no dudo de Su fidelidad al bendecir la palabra, no dudo de la segura morada del Espíritu Santo en el creyente y en la Iglesia: sin embargo, por todo esto y más, la historia de la cristiandad es la historia de un pecado infame, dolor ante lo desconocido, vergüenza ardiente, una deshonra constante contra el Señor.

 

¿Y cómo es la edad futura en estos aspectos? ¿Cómo es "el mundo venidero" del que hablamos? El Señor Jesús viene; y en seguida, — en un momento, — los que Le esperan, los fieles en el pasado y en la cristiandad son arrebatados para estar con Él, glorificados y trasladados al cielo. ¿Acaso no es esto progreso? ¿No es un paso adelante muy precioso que la Iglesia, fracasada, dispersa, degradada, y nunca tanto como ahora, sea sacada así del escenario de sus pecados y desatinos y esté con Cristo Jesús para siempre en gloria? Y cuando Él se manifieste en esa gloria y nosotros seamos manifestados en gloria junto con Él, preguntaría yo a mi vez, ¿es esto un retroceso para la Iglesia? ¿Quién no admitiría que ello es precisamente lo contrario? Consideren ustedes nuevamente. Él viene y todos los santos con Él. En seguida los innumerables y orgullosos enemigos de Israel son aplastados y destruidos; los pobres y temblorosos judíos son librados como de las fauces del león; los orgullosos ejércitos de Europa occidental, ¡lamentablemente! apóstata junto con la mayoría de los judíos, perece en su rebelión contra el Señor de señores y Rey de reyes. Viene el poderoso desde su fortaleza del norte con la esperanza de aprovecharse de aquel pueblo 'despojado' y apoderarse así de la santa y largamente codiciada tierra de Israel, no creyendo en la gloria de Dios que se manifestaría en Jerusalén más de lo que los hombres creen ahora en la gracia de Dios; pero también él y toda su compañía son humillados y quebrantados para siempre. El Señor Jesús destruye a todos Sus enemigos, internos y externos, cercanos y lejanos, hasta el último enemigo, no sólo de los judíos sino de Israel en su conjunto. El asirio es derrocado. Gog, el príncipe de Ros, Mesec, y Tubal, el gran antagonista del noreste de Israel en aquel día puede permanecer aún por un breve espacio de tiempo. (Véase Ezequiel 38 y 39 – VM). Después del terrible juicio de las potencias occidentales, juzgadas aún más terriblemente bajo la bestia y el falso profeta, el Señor Jesús turbará a todas las naciones, Sus enemigos; librará y exaltará a Su pueblo santificando el nombre de Jehová en ambos casos. No sólo Él bendecirá a Israel sino que lo convertirá en una bendición eterna en la tierra. Si esto no es progreso para Israel, entonces ¿qué es progreso?

 

Y por eso es que lejos de que la administración del cumplimiento de los tiempos (Efesios 1: 10 – VM) sea un acto de retroceso en los modos de obrar de Dios, ello es el progreso más real y manifiesto si es que algo puede ser visto así. Pero además ustedes deben evitar comparar el cuerpo celestial de la Iglesia en su llamamiento con el pueblo terrenal de Israel. Esta ha sido la fuente del error. Comparen a Israel en el pasado o en el presente con Israel bajo el Mesías y el nuevo Pacto, y luego digan ustedes si esto es retroceso o avance. Asimilen ustedes el cumplimiento de los tiempos; vean ustedes el cumplimiento de la extensión completa de los propósitos divinos; contemplen la reunión de todas las cosas en el cielo y en la tierra bajo la jefatura del Señor Jesús, y entonces ustedes tendrán sencillamente la verdad pero también la tendrán gloriosamente; porque entonces Cristo será la cabeza manifiesta sobre todas las cosas dado a la Iglesia, gloriosa con Él y semejante a Él, partícipe de todo lo que Él tiene en aquel día. ¡Maravillosa gracia, incluso ahora! Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. (Hebreos 2: 11). ¿Piensan ustedes que es hablar demasiado atrevida o irreverentemente si digo que Él no tendrá motivo alguno para avergonzarse de Su Iglesia en aquel entonces? ¿Acaso no será la Iglesia el reflejo de Su hermosura y de Su gloria; todo ello fruto de la gracia divina para con nosotros? Además ¿cómo podría Él avergonzarse de Su propia semejanza? Pregunto una vez más, ¿será esto progreso para la Iglesia? Por otra parte, cuando Israel ya no sea de dura cerviz y confiado en sí mismo, jactándose de la ley y quebrantándola siempre; cuando la ley esté escrita en sus corazones; cuando ellos posean todas las bendiciones del nuevo pacto; cuando se inclinen ante su propio Mesías, ya no despreciado y escupido sino recibido, adorado, reinando sobre ellos y sobre la tierra de ellos, ¿acaso no será esto progreso para Israel? Definitiva y enfáticamente sí.

 

Además, cuando los cielos ya no batallen contra la tierra a causa de las contaminaciones y rebeldías de esta escena inferior; cuando caiga el príncipe de la potestad del aire que con sus ángeles hace que el cielo sea la sede principal de sus planes y esfuerzos para engañar y destruir al mundo así como para acusar a los santos de Dios; cuando todos estos lugares altos estén limpios del enemigo y Jehová responda a los cielos y los cielos (en vez de hacer oídos sordos al mundo malo y atrevido de abajo) respondan a la tierra, y la tierra responda al trigo y al vino y al aceite, y ellos respondan a Jezreel que entonces será sembrada y producirá frutos, en vez de ser como ahora vanamente dispersada por cada viento que sopla (Oseas 2: 21-23) — ¿acaso no será esto un progreso? Y cuando la tierra o el agua no conozcan ni el calor abrasador ni la tempestad devastadora, cuando los frutos de la tierra ya no sean visitados por sequía o añublo, por oruga, saltón, revoltón o langosta (Joel 1: 4), cuando (excepto como una maldición especial por desprecio a Dios) las cuatro terribles plagas (o juicios) ya no existan, y la salud, la paz y la abundancia estén por todas partes, y la cosecha del campo nunca se pierda (Joel 1: 11), y los hatos de bueyes ya no anden turbados ni los rebaños de las ovejas sean asolados, y las bestias ya no giman ni bramen más (Joel 1: 18, 20); sino que por el contrario los montes destilarán mosto, y los collados fluirán leche (Joel 3: 18), el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente (Amós 9: 13), y Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa, porque allí brotará agua, y el lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos, y habrá allí un Camino de Santidad, un camino infalible para los más débiles y ni hombre inmundo ni fiera estarán allí (Isaías 35: 1-9), sino que morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora, y no habrá mal ni daño en todo el santo monte de Dios (Isaías 11: 6-9): — ¿será esto progreso o no lo será? Manifiestamente, ya sea que nosotros miremos a los cielos, a la tierra o al mar, a la Iglesia en lo alto, a Israel o a los gentiles abajo, o incluso a la creación inferior, ello es progreso triunfante en cada esfera y cada objeto, y todo es por medio de Cristo, todo por medio de Su sangre, todo para Su gloria y la gloria de Dios por medio de Él. Si la falta de ver progreso en el milenio los ha disuadido a ustedes , si han dudado acerca de la aparición o manifestación y el reino de Cristo por temor a que ello pudiera ser un paso atrás en los modos de obrar de Dios, entonces cúlpense a ustedes mismos por la ignorancia de ustedes; cuídense de los falsos maestros que tanto los han engañado; comprométanse de ahora en adelante más sencillamente y sin temor a Dios y a Su palabra, la única fuente y el único estándar de la verdad.

 

Permítanme apelar a la conciencia de ustedes que aceptan la verdad en la que aquí se insiste: ¿rebaja esto realmente sus pensamientos acerca de la aparición o manifestación de Cristo? ¿Hace que ustedes sean de ánimo más terrenal el hecho de creer que el reino de Dios será introducido así visiblemente en la aparición del Señor Jesucristo? Por el contrario, ciertamente ustedes sienten que ello llena un vacío en el futuro como ninguna otra cosa puede hacerlo, otorga significado a un vasto campo de la Escritura que de otro modo sería malentendido, y reivindica la bondad, el poder y los propósitos de Dios en Cristo con un triunfo manifiesto.

 

Pero hay que hacer otra observación con la esperanza de aclarar algo el tema. No sólo la Iglesia de Dios en su llamamiento, en su adoración, en su actual posición y en sus esperanzas futuras difiere esencialmente de aquello que existía aun para los santos en tiempos del Antiguo Testamento; sino que la era milenial, el día de la aparición y reino de Cristo diferirá tan real y sorprendentemente de lo que está sucediendo ahora. Entre no pocas demostraciones una sencilla ilustración puede ser suficiente. Sin embargo, aprovechando la ocasión permítanme señalar en primer lugar algunos puntos notables de contraste. Cuando Satanás ya no sea libre para tentar a los hombres, cuando el poder de Dios sea aplicado para bendecir a los hombres, cuando toda la creación sea libertada de la esclavitud en la que ahora gime, cuando la tierra ya no sufra dolores de parto sino que se regocije (Romanos 8: 21, 22), cuando todo lo que respira aquí abajo cante himnos de alabanza al Señor Jesús, y ciertamente así como no podemos dejar de sentir y reconocer, ello será un inmenso cambio para bien. Los hombres que estén vivos en la tierra en aquel entonces responderán a ello, obviamente. Una revolución tal debe afectar la conducta de ellos así como sus mentes y corazones, sean ellos de Israel o de las naciones en aquel día. Ya no habrá lugar para la poderosa obra del Espíritu de Dios en medio de los padecimientos, ni para la fe y la paciencia como ahora. No es que no habrá conocimiento divino; no es que no habrá fe en Dios y una comprensión de Su pensamiento adecuada a todo lo que entonces subsista cuando la gloria habite en la tierra de Palestina y las naciones se reúnan alrededor de ese centro escogido. Ciertamente habrá bendiciones ricas y armoniosas y el bendito Espíritu que gime con nosotros en nuestras penas (Romanos 8: 26) no Se ausentará de la dicha y alegría y de los afectos y modos de obrar de ellos acordes con todo ello. Pero para nosotros el cambio será incalculable.

 

Ahora bien, Ezequiel nos presenta ciertos asuntos de una manera muy inequívoca. Allí se nos dice cuál será el destino de Israel, cuyos componentes son aquellos que son destacados, obviamente, porque ellos serán el eje de bendición y gloria para la tierra, por así decirlo, en torno al Señor, visto como reinando en medio de ellos pero también, obviamente, en una gloria que abarca toda la tierra. Pero cuando llegue aquel día, Israel, — el pueblo favorecido entre las naciones, siendo entonces cabeza en vez de ser, como tanto tiempo, cola (véase Deuteronomio 28), — no puede poseer esa profunda familiaridad con la gracia y los consejos de Dios en general que debiese poseer el creyente ahora que entra en eso dentro del velo y tiene la mente de Cristo. En aquel día aunque los pecados de Israel serán tan verdaderamente perdonados como los nuestros, aunque ellos descansarán en Cristo tan realmente como cualquier alma lo hace ahora; sin embargo no habrá la misma comunión, el mismo carácter o la misma medida en el poder del Espíritu formado por el conocimiento de Cristo. En aquel día Cristo mismo (no habrá renunciado a Sus derechos celestiales, obviamente, sino que también) habrá asumido Su gloria terrenal; y ello será en lugares terrenales, no celestiales, donde ellos Le conocerán y serán bendecidos por Él. Esto hace una diferencia crucial.

 

Por consiguiente, aunque el Espíritu de Dios será derramado en aquel entonces sobre toda carne (Joel 2: 28 y sucesivos), nunca oímos hablar de tal cosa como que Su ser sea enviado de la manera personal en que Le conocemos estando presente ahora. Nosotros debemos distinguir entre el derramamiento del Espíritu de Dios, poderoso y clemente efecto del poder divino como es, y el Espíritu Santo enviado personalmente para morar en los creyentes. Nunca hubo un momento, nunca hubo un trato divino en el que el Espíritu Santo no estuviera activo. En el día de Pentecostés hay dos cosas que han de ser observadas, a saber, el derramamiento del Espíritu en poder y gracia, y también Su presencia de un modo especial y personal como enviado desde el cielo. Esto nunca había sucedido antes ni conozco motivo alguno en las Escrituras para esperarlo de nuevo. No hubo meramente señales, prodigios, lenguas, sanaciones y poderes milagrosos de todo tipo, muestras de esa energía que llenará y controlará el siglo venidero y los así llamados poderes de aquel siglo en Hebreos 6; sino que hubo un privilegio incomparablemente superior a éstos, — a saber, el don del Espíritu para morar personalmente en nosotros conforme a las palabras de nuestro Salvador. Ahora bien, el Espíritu Santo será derramado sobre toda carne en el milenio; pero no está escrito en ninguna parte y por lo tanto no debe ser creído que Él asumirá Su morada personal en Israel y mucho menos en cualquier otra nación en aquel entonces. Sin duda Dios morará en medio de Su pueblo pero ello será en la forma de bendición gubernamental, — lo que es algo realmente muy distinto. Por lo tanto no habrá un resultado tal como, por ejemplo, judíos y gentiles formados en un solo cuerpo en aquel día. Toda la Escritura que trata acerca del milenio distingue entre los judíos y los gentiles que están en aquel entonces en la tierra independientemente de cómo ellos pueden ser bendecidos o estar asociados para gloria de Dios.

 

Junto con esto puede ser mencionado a continuación el hecho que a mi criterio presenta el ejemplo más fuerte concebible de la diferencia. Ezequiel nos hace saber cuál será la porción asignada a cada una de las tribus de Israel cuando sean devueltas a su tierra cuando llegue aquel día. Todo está planificado de antemano. Incluso ahora podemos decir con certeza y claridad que Judá estará aquí, — Dan y Gad estarán allí y allá. Esto no podría ser más claro si considerásemos la escena después de que todo se haya cumplido. Si se me permite decirlo así, yo creo que es realmente mejor ver por medio de la fe, es decir, es mejor ver con los ojos de Dios que con los nuestros. El creyente tiene derecho a esto ahora. La palabra de Dios es clara y ha sido dada para que nosotros podamos creer, no para que podamos esperar como el mundo hasta que ello sea un hecho. Pero hay mucho más. En aquel día un nuevo ceremonial de adoración divina es prescrito a Israel. Ellos no sólo heredarán una nueva división de la tierra diferente de cualquier otra disposición que haya existido hasta entonces en la experiencia de Israel; sino que además las ordenanzas de la adoración de ellos serán alteradas en los aspectos más importantes y significativos. De este modo la fiesta de la Pascua será renovada así como también la fiesta de los Tabernáculos; y según Zacarías 14 es cierto que todas las familias de la tierra serán convocadas para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, en la fiesta de los Tabernáculos. Pero es un hecho muy digno de mención que no habrá fiesta de las semanas en aquel entonces. Está la gran fiesta del mes primero, está también la gran fiesta del mes séptimo; pero ¿cómo es que no hay nada que responda a Pentecostés? Me parece que la omisión denota cuán completamente ello había sido realizado en el sentido más elevado en la Iglesia, la cual, por así decirlo, lo había monopolizado. Aquel cuerpo celestial había entrado entre la Pascua verdadera y antes que los Tabernáculos se hubiesen verificado y, por así decirlo, hubiese absorbido Pentecostés para sí. El Espíritu de Dios había descendido en persona y había asumido Su lugar en la Iglesia como Él nunca más lo hará, independientemente del derramamiento que pueda haber una vez más. Ciertamente el hecho es que Pentecostés no se repite cuando el día de gloria amanezca en la tierra. Habrá la renovación de la fiesta de la Pascua porque en todo tiempo y en toda dispensación y en toda época no hay fundamento de bendición excepto por medio del sacrificio de Cristo. Además, al leer Zacarías capítulo 14 la fiesta de los Tabernáculos es característica de aquel día y en aquel entonces, obviamente, una fiesta es celebrada enfáticamente en especial armonía con el milenio. Todos los hombres celebrarán la fiesta de los Tabernáculos como una especie de testimonio y de acción de gracias por la gloria que será exhibida en aquel entonces. Pero todo esto hace que la ausencia de la fiesta de las semanas sea más sorprendente. ¿Quién sino Dios mismo podría haber pensado en una omisión tal como la de Pentecostés seis siglos antes de que ello se hubiese realizado tan inesperadamente después de la ascensión? Permítanme preguntar a ustedes en particular, a los que quisieran que Ezequiel se cumpla espiritualmente en la Iglesia, qué tienen que decir al respecto. ¿Pueden ustedes explicar tal hecho? Si ustedes estuvieran en lo correcto en esta teoría de ustedes en cuanto a que la profecía de Ezequiel encuentra su debido significado y respuesta en la Iglesia es evidente que Pentecostés debiese haber sido la fiesta especial. En lugar de esto no hay Pentecostés en absoluto. Por lo tanto, las especulaciones de ustedes son totalmente infundadas. El ejemplo especificado proporciona una evidencia clara, sencilla e inequívoca de que nadie excepto Dios mismo podría haber proporcionado de antemano que la profecía contempla un curso y un carácter de cosas completamente diferentes de todo lo pasado y especialmente de lo que existe actualmente. Porque sabemos que la Iglesia de Dios comienza con aquello que es omitido aquí a propósito. En aquel entonces, "llegó el día de Pentecostés". En aquel entonces los creyentes estaban todos unánimes juntos y recibieron el don del Espíritu Santo, no meramente dones, aunque también esto fue cierto con respecto a ellos. (Hechos 2: 1-13). Pero cuando la nueva época venga para este mundo la verdad de Pentecostés en su significado más elevado desaparece. Ya no existe la misión personal y la presencia del Espíritu aunque pueda haber un mayor derramamiento que ahora.

 

Además, observen ustedes que según el libro de Ezequiel el velo no se rasga sino que se supone que aún existe; los lugares santos son reconocidos una vez más y también un sacerdocio en la tierra con los diversos acompañamientos de un santuario tal y de un orden tal. De este modo otro carácter de cosas es totalmente visto. En el cristianismo todo esto ha desaparecido. ¿Por qué? Porque nosotros somos llevados a Dios mediante el conocimiento que Él nos ha dado del sacrificio de Cristo ante Sus ojos. Él nos ha dado a conocer Su propia estimación celestial de ello. Un Sumo Sacerdote celestial está asociado con aquellos que pueden entrar en el Lugar Santísimo. La consecuencia es que todo sacerdocio terrenal se desvanece completamente pues la verdad es que ahora todo cristiano es por ello constituido sacerdote. ¿Quién puede negar estas diferencias? La Escritura es concluyente y la sabiduría de Dios es hecha evidente en todo. Los hombres pueden teorizar y hablar acerca de la inmutabilidad; ellos pueden tratar de racionalizar los hechos; pero ahí están los hechos y Dios ha escrito todo para nuestra enseñanza. Los únicos sacerdotes que hay ahora en la tierra son los cristianos. Nosotros tenemos un sacerdote, un gran Sumo Sacerdote en el cielo; la única otra clase de sacerdocio es el de todos los cristianos. En el milenio esto no será así. Habrá nuevamente un príncipe Davídico y un pueblo santo; habrá nuevamente un templo; habrá sacrificios; habrá sacerdotes terrenales vivos, hijos de Sadoc; habrá ciertas fiestas apropiadas de Jehová; habrá nuevamente el velo. Por el contrario, todo esto ha desaparecido ahora en Cristo; y tan cierto es esto que así como el velo del templo se rasgó para nosotros en la cruz, así podemos mirar habitualmente a Cristo a cara descubierta; "nosotros todos" Le miramos así, tal como se afirma enfáticamente en 2ª Corintios 3. No se trata de llegar a un grado especial de poder o privilegio sino del privilegio común de todos los cristianos en contraste con el Israel de antaño y mucho más allá del favor temporal mostrado incluso a Moisés. "Nosotros todos, mirando a cara descubierta ["como en un espejo", esto es un añadido erróneo basado en la etimología] la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (o por el Señor el Espíritu)". (2ª Corintios 3: 18). En el milenio nada por el estilo será realizado, ni siquiera por Israel. La nación más favorecida de la tierra, los judíos, seguirá siendo puesta, por así decirlo, comparativamente a distancia. Porque ésta es necesariamente la consecuencia del templo terrenal, del sacerdocio y de las ordenanzas. No habrá en aquel entonces la cercanía en la relación y en la adoración disfrutadas ahora por los cristianos.

 

Por otra parte, la Iglesia que ha conocido tan íntimamente a Cristo en el cielo mientras ella misma estaba en la tierra nunca perderá esa dulce comunión en el cielo. Por eso nosotros vemos el hecho notable de que en la nueva Jerusalén no hay templo alguno, el cual, como sabemos, es tan prominente en la ciudad terrenal, por dignificado que este sea; porque su nombre desde aquel día será Jehová-sama, 'Jehová está allí'. Ciertamente Aquel que está allí justificará el glorioso nombre y demostrará que no es una bendición inferior para un pueblo tener a Jehová por su Dios. Aun así ello es terrenal, no celestial; y la gloria de lo celestial es una, la de lo terrenal es otra, así como hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales. Los hombres pueden objetar, e imaginar, y racionalizar. Pueden no creerlo, pero no pueden negar con verdad que tal es la clara declaración de Ezequiel en contraste con el Nuevo Testamento y sus esperanzas especiales. Nunca ni la tierra ni el pueblo, ni el sacerdocio ni el santuario han respondido a la descripción del profeta. Por lo tanto la fe se asegura a sí misma que cada palabra debe cumplirse todavía, pero para la tierra, no para el cielo, para el judío, no para el cristiano. El templo de Herodes no corresponde en nada al templo de Ezequiel; como tampoco el estado de Palestina o de los judíos bajo el dominio romano se parecía al que aparece en la profecía. Todo espera el día en que Cristo aparezca y establezca Su reino. "Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre". (Zacarías 14: 9).

 

El gran asunto que hay que entender sin confusión es la unión del cielo, la tierra y todas las cosas que hay en ellos bajo el Señor Jesús desplegada en gloria visible. Los primeros quiliastas (o milenaristas) pensaron demasiado erróneamente en las cosas terrenales del reino; los milenaristas modernos han estado en general dispuestos a considerar sólo las cosas celestiales. La verdad de Dios que está en Su Palabra que Él está reviviendo ahora es el sistema unido en el cual el cielo y la tierra tanto tiempo separados son juntados bajo el postrer Adán y su Eva celestial la cual es el complemento de Aquel que lo llena todo en todo. (Efesios 1: 23 – VM). Para muchos esto presenta una idea que les repugna; pero me temo que la fuente de ellos es completamente incrédula, a saber, el raciocinio a partir de la experiencia actual para rechazar el testimonio más claro de la Escritura. Efesios 1: 10, Colosenses 1: 20, son muy concluyentes y están por encima de toda excepción por estar inmersos dentro de las más elevadas revelaciones de la doctrina cristiana que contiene el Nuevo Testamento. Pero en realidad ellas se encuentran en casi todas partes, de una forma u otra. Así, en los tres primeros evangelios la Transfiguración presenta la visión más clara de esta armoniosa mezcla de lo terrenal con lo celestial, de hombres en cuerpos naturales con aquellos ya resucitados y transformados, y Cristo el reconocido Príncipe y centro de la escena; y esto es tanto más digno de atención debido a que 2ª Pedro 1: 16, 17 la trata como una especie de muestra del reino. "Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia". El evangelio de Juan tampoco guarda silencio. Juan 3: 12 no sólo testifica de las cosas "terrenales" y "celestiales" del reino de Dios sino que el mismo principio explica por sí solo Juan 17: 22, 23. "La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado". Explícitamente este es el tiempo de gloria, nuestro en derecho ahora pero que en breve será exhibido de tal manera que el mundo conocerá (no 'creerá', sino "conocerá") que el Padre envió al Hijo y amó a los santos con el mismo maravilloso amor. Este no es el estado actual de cosas en el que nada de esto es exhibido al mundo ni es conocido por él; tampoco este puede ser el estado eterno cuando no habrá mundo que lo conozca incluso si ello fuese el objetivo en aquel entonces y el darlo a conocer así. Por consiguiente, el cumplimiento de las palabras del Salvador sólo puede ser en una condición que difiera esencialmente del estado actual y de la eternidad; y es evidente que esto sólo puede ser el reino milenial con su gloria celestial, objeto de conocimiento para el mundo de abajo y manantial de incesante alabanza y gloria para Dios.

 

No es de extrañar que Apocalipsis ponga su sello en la misma preciosa verdad; pero se encontrará que ese es el hecho en Apocalipsis 20 donde el juicio es dado a los santos resucitados quienes serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él mil años: un reinado que como no ha comenzado todavía es inconsistente con lo que es revelado acerca de la eternidad. El único tiempo que se interpone es el milenio que sigue al advenimiento de Cristo en Apocalipsis 19 pero que precede a la resurrección del resto de los muertos, los muertos inicuos para el juicio al final de Apocalipsis 20. Pero esto no es todo porque Apocalipsis 21, después de dar un retrato completo de la eternidad en los versículos 1-8, a partir del versículo 9 abre una visión retrospectiva del estado milenial y presenta a nuestra vista la esposa glorificada del Cordero bajo el símbolo de la santa ciudad de Jerusalén que desciende del cielo, de Dios, a la luz de la cual las naciones andan y los reyes de la tierra traen su gloria y honor a ella. ¿Qué más evidente de que aquí tenemos la representación simbólica de la misma verdad que vimos en Juan 17: 22, 23? Porque el mundo, las naciones de la tierra y sus reyes, no pueden dejar de ver en estos santos glorificados el testimonio más pleno de que ellos comparten la gloria de Jesús y de que son amados por el Padre como Cristo lo fue. Ninguna visión como esta puede ser tal como son las cosas ahora; ni ello conviene a la eternidad cuando las naciones y los reyes de la tierra hayan dejado de existir para siempre. Sólo el milenio se conforma exactamente al caso cuando las cosas celestiales y terrenales son vistas así en gloriosa concordancia.

 

Pero en realidad la misma verdad aparece en todas las Escrituras aunque en diversos grados de fuerza y claridad. Porque si el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios, algo que sólo puede tener lugar cuando Cristo los haya resucitado en Su venida y los haya manifestado en Su aparición, y además esto sólo puede ser la era milenial. Porque como dan testimonio todos los profetas en aquel entonces la creación será libertada y cantará con júbilo en lugar de ser deshecha para formar los cielos nuevos y la tierra nueva que caracterizarán el estado eterno. Cuando los que tienen ahora las primicias del Espíritu ya no giman sino que sean manifestados en gloria la creación no será destruida sino libertada de la esclavitud de corrupción a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. (Romanos 8: 19-23). Este es claramente el día milenial de gozo, no la desaparición de la creación cuando Dios hará nuevas todas las cosas para el estado final. Además, 1ª Corintios 6: 2, 3, es muy explícito; pues, ¿qué sentido tendría que los santos juzguen al mundo o a los ángeles en la eternidad? Acéptenlo ustedes del milenio y todo está claro; es sólo una de las características peculiares que distinguen aquel día del actual por una parte, y de la eternidad por la otra. Además, Filipenses 2: 10 y 11 aclaran todo; porque aunque nuestro Señor es exaltado ahora todavía no es el período cuando en virtud del nombre de Jesús se doble toda rodilla, de seres celestiales y terrenales e infernales, — cuando toda lengua confiese que Él es Señor, para gloria de Dios Padre. Como esto manifiestamente no ha sucedido aún tampoco ello armoniza con el estado eterno como sí lo hace con el milenio intermedio. Porque el asunto es si acaso el hombre así exaltado, y toda criatura obligada a reconocerle como Señor, no se inclina como nosotros lo hacemos por gracia con sincera buena voluntad. Ahora bien, la gran verdad de la eternidad será que Dios será todo en todos (1ª Corintios 16: 28); no la glorificación especial del hombre en la persona de nuestro Señor Jesús.

 

Hebreos 2: 5-8 puede finalizar con su voz inconfundible estos testimonios del Nuevo Testamento, y cuanto más ya que los enlaza con el Antiguo Testamento lo cual es de hecho el carácter distintivo de la epístola. No sólo se nos habla aquí de la sujeción a Cristo del mundo venidero (τὴν οἰκουμένην τὴν μέλλουσαν), que sólo puede ser aplicada como un hecho a la era milenial; sino que el Salmo 8 es citado para demostrar la puesta en sujeción de todas las cosas bajo Sus pies. Y tan absolutamente abarca esto a la creación entera, celestial y terrenal, que 1ª Corintios 15: 27, citando la misma Escritura tiene que exceptuar a Aquel que sujetó todas las cosas bajo Cristo; y Efesios 1, donde también ello es citado, exceptúa virtualmente a la Iglesia, porque ella es el cuerpo de Cristo y por lo tanto es una con Aquel que es así Cabeza sobre todas las cosas. Él está ahora personalmente en este lugar de exaltación; "pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas". (Hebreos 2: 8). Esto será precisamente en el milenio y no estrictamente ni antes ni después de él; porque en el milenio habrá la manifestación de Su exaltación, y esto sobre "todas las cosas", ya sean terrenales o celestiales, tal como el Salmo es interpretado así exhaustivamente por el Espíritu Santo en los escritos inspirados posteriores que hacen uso de él. El motivo por el cual hay una pausa entre la exaltación invisible de Cristo a la diestra del poder, (donde Él tiene este lugar de jefatura), y la visión de todas las cosas puestas bajo Él es porque mientras Él está así en lo alto Dios está llamando a los que serán coherederos, sí, Su Esposa, así como ahora ellos son Su cuerpo. Cuando el llamamiento de Dios a los santos celestiales haya sido completado Jesús vendrá, y a su debido tiempo, cuando Él se manifieste, nosotros también seremos manifestados con Él en gloria (Colosenses 3), — un pasaje que en sí mismo supone que hay hombres en la tierra ante quienes tiene lugar la manifestación de Cristo y la Iglesia. Esto también es milenial y no es posible ni en la era actual ni en la eternidad. Ello se refiere al día en que Cristo no sólo es el verdadero Melquisedec en cuanto a orden como ahora, sino cuando Él ejercerá Sus funciones peculiares y cumplirá el tipo de aquel que trajo pan y vino para los vencedores como sacerdote del Dios altísimo (Véase Génesis 15); cuando no sólo será sacrificio e intercesión dentro del velo sino la bendición de Aquel que bendecirá a Su pueblo de parte del Dios altísimo, entonces ciertamente "creador de los cielos y de la tierra", y bendecirá al Dios altísimo de parte de Su pueblo, cuyos enemigos habrán sido entregados en aquel entonces en manos de ellos.

 

"De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga". (Mateo 13: 40-43). Cuando este siglo o era finaliza comienza el milenio, no la eternidad; y así como hay una esfera superior y celestial donde los santos resucitados resplandecen como el sol, también hay una esfera inferior y terrenal donde los juicios son ejecutados por ángeles que sirven al Hijo del Hombre. Tal es el reino en sus dos partes, dado que la era milenial es claramente el único período en el cual el poder y la gloria de Cristo son manifestados así diversamente. El Señor nos dé entendimiento en todas las cosas.

 

William Kelly

 

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2023

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
"THE APPEARING AND  KINGDOM OF THE LORD JESUS ", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado originalmente en Inglés
Traducido con permiso

Versión Inglesa