El Juicio y el
Estado Eterno
Octava Conferencia acerca
de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo
William Kelly
Todas
las citas bíblicas se encierran
entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito
Lectura Bíblica: Apocalipsis 20 ,
Apocalipsis 21: 1-8
Yo no he leído esta porción de la
Escritura porque ella sea en modo alguno la única autoridad para las verdades
del juicio y del estado eterno que es el asunto que voy a sostener y demostrar
a partir de la palabra de Dios, sino porque (incluyendo Apocalipsis 19: 1, y lo
que sigue) presenta el curso de los acontecimientos desde el regreso del
Primogénito al mundo, a lo largo de todo el período de Su reino hasta que dicho
reino sea entregado y Dios sea todo en todos. En la sabiduría de Dios esto estaba
naturalmente reservado para el último libro de la Escritura y ello está de
acuerdo de la manera más coherente con el carácter de Apocalipsis. No hay nada
más claramente grabado sobre aquel libro que su carácter judicial. Por eso
nosotros tenemos juicio en sus dos formas, a saber, juicio ejercido sobre los
vivos durante el curso normal del reino de nuestro Señor y de Sus santos
resucitados; y juicio ejercido sobre los muertos, los inicuos muertos, antes de
que el reino finalice cuando toda la escena concluya con aquello que no tiene
fin, a saber, el estado eterno.
Es cierto que en cuanto al
significado pleno de aquel estado eterno sólo pocas Escrituras hablan de él.
Hay una en palabras de profunda importancia, 1ª Corintios 15: 28, sobre la cual
puedo explayarme un poco cuando llegue a estar ante nosotros comparándola con lo
que tenemos aquí. Hay otra referencia en 2ª Pedro 3: 13. Pero en cuanto a las
diversas aplicaciones del juicio, su verdadero carácter, las personas que serán
sus objetos y el objetivo de Dios en todo ello, con independencia de cuál pueda
ser su fase particular, la Escritura trata acerca de esos asuntos
abundantemente. Pero se me debe permitir afirmar esto desde el comienzo, — a
saber, que el juicio nunca es comprendido debidamente en su verdadera
profundidad, así como en su amplitud, a menos que también la salvación sea
correctamente comprendida. Confundir estas dos cosas es un gran esfuerzo del
enemigo obrando sobre la incredulidad del hombre. El objetivo es evidente. El
hombre en la carne, es decir, en su estado natural, nunca confía en Dios quien
por Su parte, es evidente, no puede confiar en el hombre. El evangelio insta al
hombre a confesar que su condición es tal que Dios no puede confiar en él; demanda
en el nombre del Señor Jesús, debido al amor de Dios manifestado al darle a Él
y en virtud de la obra eficaz que Él ha realizado, que el hombre confíe en Dios,
— en una palabra, que se arrepienta y crea en el evangelio, que crea en el
Señor Jesucristo y sea salvo. Hay una fuerza inmensa en las palabras "ser
salvo". Incluso hay muchos de los hijos de Dios que tienen pensamientos muy
imperfectos acerca de la salvación. Si en lugar de esta expresión nosotros insertáramos
las palabras «ser
perdonados» o
"reconciliados con Dios", yo entiendo que la mayoría de cristianos en
el momento actual vería muy poca diferencia; pero la salvación incluye mucho
más que el perdón, por precioso que ello sea. La salvación incluye todo el
alcance y el resultado de la obra de Cristo; ya sea que ustedes consideren la
salvación en su sentido completo y a la luz celestial como se nos muestra en
Efesios, o que ustedes añadan a la obra de Cristo Su sacerdocio y Su regreso en
gloria, cualesquiera de las dos cosas va mucho más allá del perdón de los
pecados y ambas son ciertas y Escriturales. La mayoría de los hijos de Dios en
la actualidad en la tierra no sólo tienen percepciones escasas sino imprecisas
al respecto, lo cual es demostrado por el hecho de que ellos están bajo la
impresión de que los salvos deben ser juzgados como el hombre en general, — que
todos los hombres, santos o pecadores, deben pasar igualmente por el juicio, el
juicio eterno de Dios. Esto prevalece incluso en las mentes de los premilenaristas
los cuales suponen a los santos juzgados antes y a los pecadores juzgados después
del milenio. Si ellos sostuvieran que todos los hombres, santos o pecadores, van
a ser igualmente manifestados ante el tribunal de Cristo; si sostuvieran que
todos sin excepción van a dar cuenta de las cosas hechas por medio del cuerpo;
si sostuvieran y enseñaran que Dios no sólo será engrandecido en el juicio de
los que han despreciado a Cristo sino en la inconfundible evaluación del
carácter y conducta de cada santo así como de cada pecador, ellos no sostendrían
nada más de lo que a mi criterio la palabra de Dios aduce más claramente. Yo
confieso que no me parece una evidencia de fortaleza sino de debilidad de fe
cuando los verdaderos cristianos se arredran ante la verdad de ser manifestados
ante el tribunal de Cristo y opinan que es una doctrina extraña y virtualmente
un planteamiento de interrogantes en cuanto a la aceptación personal
nuevamente. Pero ello no es así; la Escritura es muy explícita en cuanto a la
aceptación actual y eterna y en cuanto a nuestra manifestación futura ante el
Señor Jesús. Entonces, que nadie imagine que la doctrina que confío en demostrar
ahora segura y claramente desde la palabra de Dios debilita la manifestación de
toda alma en algún momento y por una asunto u otro ante nuestro Señor.
En 2ª Corintios 5 tenemos
una declaración de peso, completa e inequívoca del pensamiento de Dios acerca
de este asunto. Al destacar aquí la rica bendición del cristiano en el poder de
la vida de Cristo comunicada al alma el apóstol muestra que esta vida es tal en
su propio carácter que Cristo, la fuente de ella, sólo tiene que venir y de
inmediato todo vestigio de lo mortal en el creyente es absorbido por la vida. Por
eso está la expresión más fuerte posible de seguridad; pero en esto el apóstol
se sitúa en terreno común con todos los demás santos y él reconoce como un
asunto de conocimiento cristiano común que "si nuestra morada terrestre,
este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha
de manos, eterna, en los cielos". Al mismo tiempo él muestra que lo que el
creyente desea fervientemente no es ser 'desnudado', es decir, pasar por la
muerte como si la muerte fuera un paso necesario en la senda del santo hacia la
gloria. No es así en absoluto. "Deseando ardientemente ser
revestidos" es la palabra, justo lo contrario de ser desnudado (2ª
Corintios 5: 2 – VM) . Cuando el santo muere él abandona la corporal vivienda,
él es desnudado, él parte para unirse a Cristo. En lugar de esperar en el
cuerpo hasta que Cristo venga por él, el creyente se va para estar con Él. En
este caso no hay tal cosa como que lo mortal sea "absorbido por la
vida". (2ª Corintios 5: 4). Al contrario, él es llamado desde el cielo
para ir al mundo. Como se dice, él está ausente del cuerpo, y presente con el
Señor. (2ª Corintios 5: 9 – VM). Pero que el Señor venga y al instante responde
a Su llamada y a Su presencia la vida que Él dio a todos los cristianos de la
tierra, y no sólo a los que se encuentran vivos en aquel entonces sino a los
que están muertos, — a los que durmieron en Cristo. Los muertos en Cristo
resucitan primero (1ª Tesalonicenses 4: 16); pero más que eso, en el caso de
los vivos lo mortal es absorbido por la vida. Estos necesariamente no sólo no
mueren sino que la muerte no puede tener ningún posible dominio sobre ellos.
Incluso ahora y hasta entonces lo mortal está en ellos pero para los santos que
viven hasta que Cristo venga no hay muerte en absoluto. Obviamente hay ahora
una tendencia a la muerte en el cuerpo natural del creyente como cualquier otra
persona; pero en él y hasta el acto real de la muerte si muere, es sólo lo
mortal. Cristo viene y de inmediato todo rastro de mortalidad es absorbido por
la vida. Entonces esto que está tan por encima de los pensamientos naturales
era de lo que el apóstol habla en cuanto a lo que todos deseaban fervientemente
en aquel entonces. "Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo
gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos,
para que lo mortal sea absorbido por la vida". (2ª Corintios 5: 4).
Más abajo él insiste en que
"es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo".
(2ª Corintios 5: 10). Y aquí yo señalaría que hay una leve diferencia en la
forma pero bastante importante en el
sentido que muestra que "todos nosotros", en el versículo 10 de 2ª
Corintios 5 difiere esencialmente de "nosotros todos" en el
versículo18 del capítulo tercero. En el capítulo tercero, "Nosotros todos (ἡμεῖς
δὲ
πάντες), mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor", significa todos los
cristianos y los cristianos exclusivamente. Pero en el capítulo quinto hay una
diferencia específica (τοὺς γὰρ
πάντας
ἡμᾶς)
que hasta
donde yo estoy enterado no ha sido notada, lo cual demuestra que un pensamiento
más amplio está en la mente del Espíritu Santo, y que aunque obviamente los
cristianos están incluidos la expresión abarca más que a los cristianos, de
hecho, a todos los hombres sin excepción. Me parece que no debe haber
vacilación alguna en afirmar esto; en todo caso esta es mi convicción. Es bien
sabido que algunos han restringido 2ª corintios 5: 10 a los cristianos; pero a
mi criterio ellos han pasado por alto el carácter integral del pasaje que sigue
a continuación, pasaje que ellos se ven obligados a reducir e incluso a alterar
infundadamente presentando incluso entonces una conclusión poco convincente y
débil y que no logra dar valor a la frase clara a la que se alude que me parece
expresamente calculada y, de hecho, configurada para insinuar una verdad
diferente. Porque no es el modo de obrar del Espíritu de Dios variar el
lenguaje de esta manera a menos que Él tenga algún sentido diferente que comunicar
mediante ello. En 2ª Corintios 5: 10, el artículo griego así insertado da toda
la amplitud posible, — "la totalidad de nosotros"; mientras
que en 2ª Corintios 3: 18 es simplemente, "nosotros todos". Como hemos
dicho, lo que confirma esto es el efecto producido y declarado inmediatamente
después en el versículo 11 de 2ª Corintios 5 el cual muestra que el apóstol
tenía más en su mente que los creyentes y la porción de ellos. "Porque es
necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho por medio
del cuerpo, sea bueno o malo". (2ª Corintios 5: 10 – RVA).
Ahora bien, esto es claramente
aplicable tanto a un creyente como a un incrédulo. Un incrédulo no tiene nada
más que lo que es malo y cuando Dios entre en juicio con él todo será
manifestado, cualesquiera que hayan sido sus pensamientos o los de otros en este
mundo: él es juzgado y lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20: 15). No había
habido amor alguno a la voluntad de Dios sino odio a ella; no había habido fe
en el testimonio de Dios a su alma sino rechazo deliberado de él; no había
habido asimiento alguno de la misericordia en la persona de Cristo sino que,
por el contrario, todo fue despreciado o al menos se prescindió de ella. El
juicio sigue su curso. No había habido más que maldad sin mezcla como se
demostrará ante el tribunal de Cristo, cuyo nombre y preciosa sangre habían
sido despreciados. En el creyente la cosecha tiene un carácter mezclado: hay
bueno y hay malo. El Señor reconocerá y recompensará plenamente todo lo que
haya sido fruto del Espíritu Santo obrando en el alma del creyente y en sus modos
de obrar; pero en cuanto a lo malo será su propia satisfacción profunda y
agradecida, al mismo tiempo que él lo reconoce plenamente, no meramente el
saberlo borrado como un asunto de culpa contra su alma sino el hecho de encontrarse
en perfecta comunión con el Señor acerca de ello; él verá y juzgará
completamente según Dios con respecto a todo ello. Si hubiera una sola cosa
ofensiva a Dios que el amor propio o la prisa o la voluntad lo hubieran cegado
en esta vida entonces él la conocerá tal como él es conocido. Tan lejos de
causar una sola vacilación en sus afectos, tan lejos de suscitar en su alma
cualquier duda o pregunta acerca de la perfecta gracia de Dios, sería una
pérdida positiva si el creyente no fuera puesto así en unicidad con el
pensamiento y el juicio de Dios acerca de todo lo que él ha hecho aquí. Incluso
en esta vida conocemos algo análogo. ¿Quién es aquel que ha pasado algún tiempo
en las sendas del Señor que no ha experimentado lo que es ser puesto a un lado
por un tiempo, — tener al Señor hablándole y evocando ante su alma aquello en
lo que él había pensado demasiado acertadamente o lo que había pasado
totalmente por alto? Es posible que mucho de lo hecho en la propia energía de
su servicio hubiese sido olvidado fácilmente cuando se lo llevaba a cabo con
deleite en la obra de Dios, aunque yo estoy suponiendo que también había lo que
es dulce y de Dios en medio de todo. Pero aun así ciertamente hay no poco de
naturaleza, no poco de naturaleza no juzgada e insospechado en los modos de
obrar y en el testimonio de aquellos que aman al Señor. Ahora bien, ¿acaso sería
para la gloria del Señor si estos errores e incluso incorrecciones no fueran
notados por Él en ningún momento? Incluso en esta vida Él a menudo envía
circunstancias de dolor, necesidad, enfermedad, desilusión, puede ser un
encarcelamiento aislando de la actividad de la obra, para plantear preguntas
necesarias para la salud del alma, — no en cuanto a la gracia salvadora de Dios
ni en cuanto a la posición del creyente. Dudar de cualesquiera de las dos cosas
es inexcusable: ninguna prueba conducirá jamás legítimamente a ello. Nada
cuestiona la gracia o la fidelidad de Dios sino la carne, y la carne
influenciada por Satanás. La verdad es que no hay en toda la Palabra un solo
motivo, ni siquiera una excusa, presentados a un creyente para dudar de la
gracia divina o de su propia bendición en Cristo. Pero ciertamente uno es convicto
de asir débilmente la gracia de Dios si uno considera esta perfecta
manifestación ante el tribunal de Cristo como siendo la más pequeña
contradicción o incluso la menor dificultad posibles. ¡En definitiva, ello forma
parte de los necesarios modos de obrar de Dios con Sus hijos! Y el principio de
ello es cierto acerca de ellos incluso ahora pues el apóstol Pedro nos dice
expresamente que el Padre juzga ahora. ¿es esto opuesto a Su amor? ¡Obviamente no!
Tampoco será así en aquel entonces. El perfecto amor nos habrá llevado a ese
lugar; porque, ¿en qué condición estaremos allí? Antes de que seamos
manifestados en el tribunal de Cristo Él habrá venido por nosotros y nos habrá
presentado en la casa de Su Padre en pura, sencilla y absoluta gracia.
Apareceremos allí ya glorificados, y siendo nuestros cuerpos semejantes al de
Cristo seremos incapaces de esa vergüenza natural que podía ser un dolor para
nosotros aquí en esta vida. Nosotros nos sentiremos enteramente con Cristo en
aquel entonces y consecuentemente estaremos completamente por encima de lo que
será revelado allí. Todo justificará Sus modos de obrar aunque ello sea
humillante para nosotros; pero nosotros sólo nos regocijaremos en Él, — sólo Le
exaltaremos. Y yo no veo motivo alguno para dudar de que no sólo lo que hemos
sido como creyentes será sacado a la luz sino toda nuestra vida desde el
principio hasta el fin. ¿Y cuál será el resultado de ello? Una apreciación
infinitamente profunda de la gracia de Dios; un profundo deleite en todos Sus modos
de obrar y Sus objetivos, y sobre todo en Él mismo; y un sentido igualmente
profundo de lo que la criatura y nosotros mismos hemos sido en cada forma o
grado en que el yo obró aquí abajo. Dios no permita que nadie considere tal
manifestación como una pérdida, pena o peligro a ser temido. Incluso aquí nosotros
sabemos que la medida de ello es ganancia: ¿qué será en aquel momento y en
aquel lugar?
Además, me parece que este es el
motivo por el cual el Espíritu de Dios usa el lenguaje notable encontrado aquí
porque no hay nada expresado acerca de ser juzgados en el pasaje. No sería
verdad decir «es
necesario que todos nosotros seamos juzgados ante el tribunal de Cristo» tal como puede ser
demostrado mediante otras Escrituras. Nadie más que el injusto, el incrédulo,
será juzgado; pero cada alma, buena o mala, creyente o incrédula, debe ser
igualmente y perfectamente manifestada ante Su tribunal. Y lo que hace esto aún
más evidente no es sólo la elección del lenguaje, "es necesario que todos
nosotros comparezcamos " o "seamos manifestados"; sino también
lo que sigue: "Conociendo, pues, el temor del Señor" (lo cual no hay
fundamento alguno para debilitar) "Conociendo, pues, el temor (literal, el
terror) del Señor, persuadimos a los hombres". (2a Corintios 5: 11). Esta
es la demostración más sólida posible del gran alcance del precedente versículo
10 porque aquí se nos muestra el resultado sobre el espíritu de esa futura
manifestación final, no en lo que se refiere a nosotros mismos sino a otros.
Así, correctamente entendida, esta porción de la Escritura supone el más pleno
descanso en la gracia de Dios aun cuando nosotros contemplemos solemnemente el
tribunal de Cristo. No es un asunto de perturbación acerca de nuestras almas
pero ello nos llena de ansiedad acerca de los "hombres" como tales.
¿Por qué acerca de los hombres y no acerca de los santos? Evidentemente y sólo
porque el tribunal de Cristo no pondrá en riesgo en lo más mínimo la seguridad
de un solo santo. Por lo tanto el lenguaje es cambiado y en lugar de adoptar la
palabra "nosotros" o continuar con la frase anterior "todos
nosotros", o cualquier cosa que presentaría al creyente solo, o al
creyente con el incrédulo hasta cierto punto, tenemos la palabra cambiada:
"Conociendo, pues, el temor (o terror) del Señor, persuadimos a los
hombres". Es decir, nosotros salimos animados con el profundo sentimiento
de lo que ese tribunal debe ser para el incrédulo. Sabemos que es un
pensamiento solemne para un creyente aunque sumamente bienaventurado. Sabemos
que nada sino la poderosa gracia de Dios en Cristo podría haber hecho que ello
fuera una perspectiva feliz para nosotros. Pero cuanto más profunda y sólida es
la convicción de que sólo Su gracia nos da paz estable en presencia del
tribunal, tanto más sentimos en proporción lo que aquel tribunal será para los
que no tienen a Cristo. Por eso el apóstol procede a hablar entonces del
sentimiento común de sí mismo y de otros cristianos, de la terrible importancia
del tribunal para el incrédulo, para persuadir a los hombres, como él lo llama;
es decir, tratar de llevarlos al conocimiento de Cristo". Pero a Dios le
es manifiesto lo que somos", él añade cuidadosamente aquí. En otras
palabras, incluso ahora el espíritu del tribunal es verdadero para el creyente;
no es que él no vaya a aparecer allí en breve sino que también ahora somos
manifestados a Dios. Esto es muy cierto, y también muy importante. "A Dios
le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras
conciencias". (2ª Corintios 5: 11).
Él podía hablar de una manera
absoluta de ser manifestados a Dios; podía hablar pero de una manera
esperanzada de ser manifestados a las conciencias de los creyentes porque podía
haber influencias perturbadoras en el caso de ellos. Después de todo, esto sólo
podía ser algo comparativo mientras yo repito que a Dios ya Le era
absolutamente manifiesto lo que ellos eran. Por lo tanto el pasaje contiene la
verdad de más peso afirmando plenamente la manifestación actual del creyente a
Dios al mismo tiempo que también insiste en lo que es futuro y perfecto ante el
tribunal de Cristo para el creyente en breve, e insinúa el efecto de la gracia
en su corazón para buscar a los incrédulos, conociendo, tal como conocemos, el
temor (terror) del Señor para ellos en breve (es decir, el juicio venidero, tan
lleno de terrores para los incrédulos); porque todos seremos manifestados allí;
no sólo el incrédulo sino también el creyente. El apóstol da por supuesta de la
manera más enérgica la paz del creyente incluso al contemplar el tribunal. El
efecto de esta revelación en él es no despertar ni una sola alarma en cuanto a
sí mismo o en cuanto a sus hermanos. ¡Qué testimonio de una salvación plena, actual
y eterna! Todas las energías de su alma son dedicadas a favor de los hombres
que viven para el presente y para la tierra sin pensar en que ellos deben
comparecer ante el tribunal de Cristo, ignorantes de su verdadero carácter e
indiferentes a sus consecuencias.
Yo confío en que esto será suficiente
para convencer a cualquier cristiano abierto a la convicción de que lejos de
negar yo creo que no podemos dejar de insistir demasiado en la extensión así
como en la certeza de la manifestación de todo hombre, creyente o no, ante el
tribunal de Cristo. Pero por otra parte, observen ustedes bien que se trata de
la manifestación de ellos. En el momento en que llegamos a hablar de juicio
el Señor ya ha decidido por el cristiano. En Juan 5 se encontrará una clara
evidencia inequívoca que demuestra la separación aun en este mundo entre
creyente e incrédulo por medio del Señor Jesús. Esta real separación actual es
sencillamente por la fe pero no lo es menos concordante con la verdad eterna de
Dios. Yo no hablo de circunstancias externas, obviamente. El Señor lo presenta
así en el versículo 21: "Porque como el Padre levanta a los muertos, y les
da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie
juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como
honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió".
Por lo tanto es evidente que así como en Cristo se reúnen dos glorias, a Él
también Le son atribuidas dos acciones. Una de ellas es en comunión con el
Padre; la otra está limitada a Él solo. En comunión con el Padre Él vivifica o
da vida. El motivo es evidente. La comunicación de vida emana de Su deidad. Nadie
excepto una persona divina puede dar vida a los muertos. El Padre levanta a los
muertos; así el Hijo da vida no sólo a los que el Padre quiere sino a los que Él
quiere. Por lo tanto, siendo Él el Hijo, Él es soberano, igual a Dios. Independientemente
de cuál sea el lenguaje de Su humildad como hombre, Él nunca se abrogó aunque
pudiera mantener en
suspenso durante un tiempo Sus plenos derechos como persona divina, una con el
Padre. Pero además el Padre no juzga. ¿Y cómo es esto? El Hijo juzga y sólo Él.
Sin duda es el juicio de Dios pero es Su juicio administrado por el Hijo.
El Padre ha encomendado todo el
juicio al Hijo. Y surge la pregunta, ¿por qué esta diferencia tan marcada de
lenguaje? ¿Por qué en un caso el hecho de dar vida a quien Él quiere
y en el otro el hecho de juzgar mediante esa autoridad que Le es dada
por el Padre? Y la respuesta es porque el Señor Jesús nos da a conocer aquí que
Su juicio está en la más estrecha conexión con Su asunción de la naturaleza
humana.
El fundamento moral es evidente.
¿Por qué los hombres que rinden ostensiblemente homenaje a Dios Padre desprecian
al Hijo? Ellos se aprovechan de la humillación del Hijo porque Él se complació
en despojarse a Sí mismo, en tomar forma de siervo, en nacer de mujer, en
hacerse hombre. El hombre miserable guiado por Satanás se atrevió a escupir en
el rostro del Señor de gloria y a crucificarle entre ladrones. Su amor
incomparable y del todo humilde brindó la oportunidad al hombre el cual fue demasiado
locamente vil para perderla. La senda incrédula de cada alma demuestra la misma
triste verdad. Es la historia de la raza desde el principio y lo será hasta el
fin. Dios lo nota y lo vengará cuando Él pida cuentas de la sangre. (Salmo 9:
12). Pero además Él encomienda todo el
juicio al Hijo. Él juzgará en la naturaleza misma en que fue menospreciado. Él
no sólo juzgará como Dios aunque Él es Dios sino como hombre, un hombre una vez
totalmente despreciado y rechazado porque aunque Hijo Él se dignó en participar
de carne y sangre y convertirse así en Hijo del Hombre. El hombre será juzgado
ante el Hombre que él aborreció hasta la muerte. El hombre estará en pie y
temblará ante el Hombre exaltado, el Señor Jesucristo. Y así ello es tratado
aquí: "El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para
que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no
honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi
palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación,
mas ha pasado de muerte a vida". (Juan 5: 22-24).
Obviamente
el creyente no necesita juicio para apremiarlo a que honre al
Hijo. En primer lugar, no hay nada que honre tanto al Hijo como la fe; por lo
tanto, al oír la palabra de Cristo y creer a Aquel que envió a Cristo el
creyente honra al Hijo de esa manera que es tan dulce para Él mismo y tan
aceptable para el Padre el cual rechaza todo homenaje a expensas de Él. El
creyente se inclina ante Él como Salvador; reconoce sus pecados seria y
sinceramente; recibe vida y propiciación en Él y por medio de Él. Le confiesa
como Señor; reconoce que es su Señor y su Dios. Por consiguiente el no necesita
la presión judicial de Cristo para hacer que él una al Hijo con el Padre en igualdad
de honra divina. Bien sabe él que nadie sino una persona divina, una con el
Padre, podría darle esa vida que ha recibido en el Hijo de Dios. Tal como Él
dice, "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna".
Incluso ahora el Hijo de Dios da vida al creyente, y le da la forma más elevada
de ella, — vida eterna. Entonces, ¿cómo puede él no inclinarse y bendecir al
Señor Jesús? La consecuencia es que él no necesita nada que se lo imponga, como
lo necesita el incrédulo que Le rechaza, prescinde de su cruz, niega por tanto
la palabra y Su obra y por tanto él tiene que ser forzado de alguna otra manera
para que todos honren al Hijo como honran al Padre.
Además, se dice aquí para su consuelo no sólo que "tiene
vida eterna", sino que "no vendrá a condenación". Es bien sabido
y se debe insistir en ello que esta palabra griega κρίσις (krísis)
significa juicio, y no "condenación". Sorprendentemente ella está
correctamente representada en la común versión papista de la Biblia aunque
todos sabemos que la versión católica romana es demasiado a menudo inexacta y
por lo demás defectuosa porque sigue el texto común de la Vulgata incluso en
sus no pocos errores; sin embargo y por todo eso, siendo la Vulgata correcta en
cuanto a este pasaje en particular la versión católica romana está por lo tanto
mucho más cerca de la verdad de Dios en este capítulo que la Biblia
protestante. La versión católica romana, fiel al latín, que aquí en nuestra
versión es fiel al griego, permite y mantiene a lo largo de todo el contexto
que hay dos tratos en oposición uno al otro, a saber, el que da vida y el que
juzga. Este contraste es mantenido en todos los casos. El Hijo tiene vida
porque Él es Dios; el Hijo juzga porque Él es hombre. Siendo Él la única
persona de la Divinidad que se hizo hombre pero sin perder en modo alguno Sus
derechos como Dios, Él es ordenado por Dios, el juez de vivos y muertos. Su
resurrección demostró lo que Dios pensaba de Él y lo que quiere hacer por medio
de Él, y cuál es el carácter, la posición y el destino del mundo que Le dio muerte.
El Hijo, — el Hijo del Hombre, — juzgará al hombre. Por otra parte, el creyente
Le reconoce no sólo como el Hijo del Hombre sino como Dios en y según Su
palabra; consecuentemente él recibe vida eterna honrando la gloria divina del
Señor Jesucristo. El incrédulo, tropezando más particularmente con Su deidad, rechaza
a Él mismo, rechaza, como sabemos, Su obra en la expiación o manifiesta una
indiferencia culpable al respecto aunque no la niegue abiertamente, — no tiene
verdadera conciencia de sus pecados y por consiguiente no tiene temor a Dios
alguno ni tiene apreciación alguna de Su juicio eterno.
De una u otra forma los hombres, los incrédulos, menosprecian si es que no
se oponen, y en todos los casos prescinden del Hijo de Dios y en la medida en
que ellos pueden en este mundo deshonran al Padre al deshonrarle a Él así. Entonces,
¿cómo honrarán ellos al Hijo? Ellos deben ser juzgados por Él. Han repudiado la
vida eterna porque no recibieron al Hijo de Dios. Ahora ellos pueden evitar
inclinarse ante el humillado Hijo del Hombre pero deben presentarse ante Él
como el glorioso Juez para ser condenados para siempre. Pero en cuanto a
aquellos que en este mundo Le recibieron, Le siguieron, Le adoraron mediante la
fe en Su nombre, — ellos tienen vida eterna ahora y por lo tanto no necesitan ir
a juicio. A decir verdad, Él fue juzgado en lugar de ellos en la cruz.
Permítanme repetir que lo que se contrasta no es simplemente vida y condenación
sino vida y juicio. Los hombres pueden adherirse a las opiniones de los
traductores pero si la palabra original de Dios es la que decide yo desafío a
cualquier hombre en el mundo a contradecir de manera justa lo que aquí se
afirma. La verdad era demasiado fuerte para los que habían sido educados en las
escuelas de teología; la gracia que subyace en ella era demasiado rica para
mezclarse con sus catecismos y predicaciones. Pero en cuanto al significado
sencillo y necesario de las palabras de nuestro Salvador no debiese haber
vacilación; y yo estoy persuadido de que en proporción a la familiaridad con el
lenguaje usado aquí y la verdad en todas partes, un cristiano franco no puede
escapar de la fuerza de dicho lenguaje. No hay erudito griego que no sepa que
hay otra palabra κατάκριμα (katákrima) cuya función es expresar condenación. (Véase Romanos 5: 16, 18, y Romanos 8: 1). La palabra usada aquí en todo significa simplemente
"juicio". Incuestionablemente el resultado del juicio es condenación.
Ojalá que nuestros traductores y otros hubiesen entendido esto minuciosamente
porque este mismo resultado, que por lo demás es escrituralmente seguro, ¡excluye
necesariamente al creyente! Aquí radica la importancia de la verdad que está ante
nosotros. Ella desbarata la vana esperanza de la incredulidad y demuestra la
absoluta necesidad de gracia. Ningún alma culpable puede entrar en el juicio de
Dios sin ser puesta al descubierto en sus pecados. Es imposible que Dios no
trate con ellas conforme a Su santidad.
Independientemente
de quién sea el hombre, si él es juzgado, es juzgado
por lo que ha hecho y por lo que él es; es sometido a juicio por sus pecados; y
si es así, ¿qué hay más seguro de que él se pierda? ¡Entonces es en vano hablar
de la misericordia de Dios! Su misericordia es manifestada y proclamada ahora
en Cristo, el cual es el Hijo Salvador de Dios, pero en breve Él demostrará que
también es el Juez de los hombres. Ustedes no pueden mezclar las dos cosas.
Manifiestamente el incrédulo no tiene parte alguna en la salvación de Cristo;
él no cree, él se mofa o detesta el testimonio de vida eterna en el Hijo de
Dios. Por otra parte e igualmente el creyente no tiene parte alguna en el
juicio que el Hijo del Hombre glorificado ejecutará en aquel entonces. Las dos
cosas son mantenidas perfectamente separadas. No hay mezcla de ellas en lo más
mínimo.
Por
lo tanto nosotros podemos observar que la declaración del Señor
Jesús es la más fuerte que podía ofrecer el lenguaje que Él pudo permitirse; y
¿dónde está el idioma más admirablemente preciso que el idioma griego? y ¿por
quién dicho idioma es manejado con tanta precisión como lo hacen los escritores
del Nuevo Testamento? Las palabras del Señor aquí registradas muestran que ello
está decidido para siempre entre el creyente y el incrédulo. La verdad es que
para el hombre todo gira en torno a Cristo. ¿Le menosprecio yo? Entonces yo
desmiento el testimonio de Dios. Insulto la gracia y la verdad que vinieron por
medio de Jesucristo y demuestro que yo estoy en guerra con Dios. Yo no puedo
hacer esto excepto para mi juicio eterno: "El que no cree, ya ha sido juzgado
(κρίνεται, kekritai), porque no ha creído en el nombre del Unigénito Hijo
de Dios… no verá
vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él". (Juan 3: 18, 36 – BTX3,
JND). Si yo Le recibo por medio de la fe tengo vida eterna en Él con la
garantía de la palabra viva de Dios: "El que oye mi palabra y cree al que
me envió, tiene vida eterna y no va a juicio (κρίσις
(krísis)". (Juan 5: 24 – BTX3). Se trata
de un
sustantivo verbal formado a partir dela misma palabra que fue traducida
correctamente como "juzga" y a la cual se alude en el versículo 22. Es
esencial para el contexto que el mismo sentido sea conservado enteramente intacto.
Sopesen ustedes lo que viene después: "De cierto, de cierto os digo: Viene
la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los
que la oyeren vivirán". (Juan 5: 25). Manifiestamente tenemos vida nuevamente
como el resultado de oír Su voz, — y esto también está sucediendo ahora. Los
muertos, los espiritualmente muertos están siendo despertados para oír la voz
del Señor Jesucristo, oída en aquel entonces cuando Él comenzó a hablar de la gran
salvación, pero que aún continuó siendo anunciada "por los que os han
predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo". Y cómo Él dijo,
"los que la oyeren
vivirán". Tal es el resultado manifiesto; el que cree "tiene vida
eterna". "Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha
dado al Hijo el tener vida en sí mismo". (Juan 5: 26). Yo entiendo que el
motivo por el cual se dice que el Padre da esto al Hijo es porque Cristo el
Hijo asume aquí tan completamente el lugar de un Enviado en humanidad sobre la
tierra, aunque incluso Él no habla así hasta que Él hubo delatado, por así
decirlo, Su gloria intrínseca como Uno con derecho personal a dar vida a quien
Él quisiera. Sin embargo aquí, fiel al lugar que Él se había complacido en
aceptar como hombre en sujeción a Dios el Padre, cuya gloria Él sostenía por
encima de todas las cosas, Él habla sólo del Padre como habiendo dado al Hijo
el tener vida en Sí mismo. Es parte de Su perfección como hombre el hecho de
que Él no reivindicó como cosa presente todos o cualquiera de los derechos unidos
con Su dignidad esencial sino que Él entró plenamente en la humillación mediante
la cual sólo Dios podía ser reivindicado en Su gloria moral aquí abajo, sólo
mediante la cual los consejos de la gracia a los perdidos podían hacerse santamente
eficaces.
Por
eso el Señor dice que el Padre ha "dado al Hijo el tener vida
en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo
del Hombre". (Juan 5: 26, 27). La vida está en Él; Él también es el Juez
designado. Luego tenemos el resultado final: "No os asombréis de esto,
porque vendrá la hora cuando todos los que están en los
sepulcros oirán su voz y saldrán". (Juan 5: 28, 29 – RVA). Aquí se
trata de una hora, no de, "ahora es", sino de una hora totalmente
futura; y no se trata de que se requiera fe, o de probada incredulidad sino de que
"todos los que están en los sepulcros oirán su voz". Anteriormente la
única parte expresamente tratada fue el creyente con su bendición; muerto
ciertamente en cuanto a su estado por naturaleza pero vivificado al oír la voz
del Hijo de Dios. Era una cosa personal individual para el alma; pero cuando
llegamos a este futuro hecho de oír Su voz ya no se trata de un asunto de fe.
Es el gran poder del Hijo de Dios aplicado absoluta y universalmente. Por lo
tanto se dice, "todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y
saldrán". ¿Significa esto que todos al mismo tiempo de modo que todos
ellos forman una clase común? No sólo no existe tal doctrina en ninguna otra
parte de la Biblia sino que este pasaje correctamente entendido lo excluye. Por
popular que sea, la idea de una resurrección general carece totalmente de
fundamento, — es más, es contraria a toda la Escritura. Sin duda dos o tres
pasajes de la Palabra de Dios han sido interpretados para hablar de una
resurrección indiscriminada de los muertos y ninguno más comúnmente o más
constantemente que los versículos que tenemos ante nosotros. [Véase nota]. Sin
embargo, no se trata simplemente de un error en cuanto a la fuerza del texto
sino de un error fundamental que se encontrará que oscurece y debilita la
salvación por gracia porque confunde los modos de obrar de Dios y borra esa
diferencia actual que Dios desea manifiestamente hacer especialmente clara
ahora para la fe, como lo será en breve cuando la confusión ya no sea posible.
[Nota]. La otra Escritura principalmente invocada
es Daniel 12: 2; pero sólo es necesaria
un poco de habilidad exegética para ver
que la resurrección de que se está
tratando está ligada a la liberación de los judíos al final de esta era o
siglo, y por lo tanto debe ser figurativa (como Isaías 26 y Ezequiel 37). Si ello
fuese literal implicaría que tanto justos como injustos resucitarían antes del
milenio lo cual contradice la Escritura más clara. Además, aquí en Daniel 12: 2,
se habla de "muchos", no de los muchos, ni mucho menos de todos,
contrariamente a la hipótesis.
Entonces ellos no debían maravillarse de que incluso ahora las almas
muertas recibieran vida al oír a Cristo; pues vendría una maravilla más
manifiesta cuando la voz del Hijo de Dios resuene en un día que es futuro. En
aquel entonces "todos los que están en los sepulcros", (es decir, no
los muertos moralmente sino todos los muertos literalmente) "oirán su voz
y saldrán". Inmediatamente después estos no son vistos como una categoría
común que yacían en las tumbas sino que por la resurrección son divididos en
dos clases distintas, — los que
hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo
malo, a resurrección [no de condenación sino] de juicio", — la
misma palabra griega κρίσις
krísis en
todo. (Juan 5: 29). Ello no puede ser
negado.
Es en vano que doctos o ignorantes intenten glosas inteligentes o torpes acerca
de la expresión. La
palabra de Dios es demasiado sólida para que el
hombre la tuerza. Sin duda la verdad es demasiado
resplandeciente para los que sostienen el error vulgar en este caso particular.
Este u otros motivos pueden haber influido en los traductores ingleses desde
Tyndale: no pretendo juzgar el motivo pero el hecho es evidente. Y yo afirmo
que "condenación" es una traducción errónea de la palabra griega κρίσις
krísis, traducción para la cual no hay ninguna
base defendible. El verbo significa y se traduce correctamente como "juzgar"
(Juan 5: 22-30); el sustantivo significa "juicio", o el acto de
juzgar, y debería haber sido traducido así y nada más, en todo (Juan 5: 24, 27,
29, 30).
Pero
esto hace que la distinción de las dos clases que son levantadas de
sus sepulcros sea manifiesta y completa. En cuanto a la primera, ellos son los
que han practicado lo bueno (pues ya no son caracterizados sólo como
creyentes); es una resurrección de vida. Como sometidos a Cristo en este mundo
ellos tenían vida en Él, el Hijo; la resurrección de ellos es simplemente la
consumación de la vida. Pues tanto el cuerpo como el alma serán vivificados. Es
Cristo, como Hijo de Dios, quien les dio vida mediante la fe, incluso ahora y
en este mundo; es Cristo quien los llamará de sus sepulcros en breve; y el
poder de la vida que poseían en Él será manifiesto en aquel entonces para
siempre.
En
cuanto a los incrédulos ellos despreciaron al Hijo de Dios. No vieron
Su gloria; no sintieron Su gracia. Por consiguiente ellos vivían, o más bien
yacían en una muerte fija, muerte moral o espiritual ante Dios. No tenían vida
ni siquiera mientras vivían porque no tenían al Hijo de Dios; y la consecuencia
es que llamados de sus sepulcros ellos no conocen una resurrección de vida
conforme al modelo de la de Cristo sino que simplemente resucitan para ser
juzgados. Ellos salen a su debido tiempo (¡solemne pensamiento!) para que en el
juicio puedan ser obligados a honrar a aquel Hijo a quien aquí despreciaron
para vergüenza y ruina eternas de ellos, a honrar a Aquel que cuando ellos estaban
vivos les salió al encuentro con clementes palabras de vida, si tan sólo
hubieran escuchado su voz de gracia vivificadora. Pero ¡lamentablemente! Él (y
como pronto se demostrará, todo en Él) fue definitivamente rechazado. Ellos no
habían hecho aquí más que cosas malas o
sin valor y son llamados por el poder de Cristo. Es una resurrección de juicio.
Por
lo tanto y más allá de toda controversia permanece el hecho patente
de que tenemos dos resurrecciones diferenciadas aquí por el carácter de ellas,
— resurrecciones no meramente separadas por el tiempo (lo cual es afirmado
expresamente en otra parte, pero después de todo es un asunto bastante
subordinado), sino en su propia naturaleza y consecuencias tan diferentes como
puede ser posible. Una diferencia de carácter es una característica mucho más
importante que una diferencia en cuanto al tiempo. Por mi parte y lejos de
pensar tanto en el largo espacio que las separa, yo creo que si sólo fuera un
minuto lo que separa la resurrección de vida y la resurrección de juicio, las
características eternas y esenciales permanecerían; ya que una es una
resurrección de vida que es dada por la gracia de Dios en Su Hijo y distingue
siempre a los que Le han recibido aquí; la otra es una resurrección de juicio
para los que no quieren tolerarlo a Él en este mundo pero que finalmente son
obligados por el poder divino a honrar al Hijo como honran al Padre cuando es
oída Su voz en gloria.
A
esto responde el bien conocido pasaje del libro de Apocalipsis, pero
no sólo a dicho libro; porque a decir verdad tenemos insinuaciones de las
grandes diferencias que exhibe el estado de resurrección esparcidas por todo el
Nuevo Testamento. Es cierto y es muy natural que la mayor parte del testimonio
del Nuevo Testamento se refiera a la resurrección de los justos. Ciertamente
explayarse en lo que es tan claro y bienaventurado como siendo el fruto de la
gracia de Dios es mucho más dulce para el Espíritu Santo que hablar (excepto
cuando era necesario como advertencia solemne) de lo que es el último y
terrible recurso del juicio eterno. Sin embargo nosotros tenemos el doble hecho
claramente afirmado en el Nuevo Testamento así como constantemente implícito.
Por
ejemplo, en Lucas 14 nosotros oímos acerca de la resurrección de los
justos, de aquellos que tuvieron una comunión tal con la gracia del Señor
Jesucristo que produjo la justicia práctica, — dado que ciertamente la gracia
es la única cosa que lo hace. Ellos tendrán su recompensa; no en este mundo
(eso no sería un terreno o carácter de la fe) sino "en la resurrección de
los justos". indudablemente esto concuerda con una resurrección separada o
especial y la implica. Además, en Lucas 20 leemos que fue planteada la cuestión
de la condición de los muertos resucitados. Los saduceos racionalistas de aquel
tiempo le plantearon al Señor un enigma en cuanto a la resurrección. No se
trató de un asunto de conciencia sino de mera curiosidad, si es que no se trató
más bien de un intento de desconcertar a nuestro Señor y así desmontar la
verdad. Pero el Señor respondió con Su perfecta sabiduría y demostró que el
error estaba en sus propias mentes y que la fuente de ellos era el hecho de que
ignoraban las Escrituras y el poder de Dios. (Véase también Mateo 22 y Marcos
12). Si ellos hubiesen conocido las Escrituras no habrían podido pasar por alto
la resurrección tan firmemente afirmada en ellas; si ellos hubiesen conocido el
poder de Dios, ¿cómo podría la mera dificultad para sus mentes interponerse en el
camino? Se trató entonces de una cuestión de ignorancia humana. Dios siempre será
hallado (¿y hay algo sorprendente en esto?) más sabio y más poderoso que el
hombre. Pero el Señor, en Su solución del asunto aprovecha la ocasión para
impartir una rica enseñanza en cuanto a la resurrección y más particularmente
en cuanto a la resurrección en su único dulce y feliz sentido, — a saber, la
"resurrección de vida" y "de los justos"; pues aunque no se
la llame por ninguno de estos nombres en estos lugares en esencia es evidentemente
la misma resurrección. El lenguaje es perfectamente claro. "Los que fueren
tenidos por dignos", dice el Señor, "de alcanzar aquel siglo (o era)
y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento.
Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de
Dios, al ser hijos de la resurrección". (Lucas 20: 35, 36). En esta
notable exposición, ¿dónde se encuentra la menor apariencia de una resurrección
general? El Señor habla únicamente de una resurrección bienaventurada: la otra
ni siquiera aparece. Él describe una resurrección de los que son tenidos por
dignos; Él alude a una era o siglo especial: "aquel siglo" (versículo
35) en contraste con "éste" (versículo 34); Él caracteriza la
resurrección como de "entre los muertos" y no sólo "de los
muertos"; Él limita esta resurrección a los hijos de Dios. Por lo tanto, hasta
aquí nosotros encontramos que estos pasajes de la Escritura de ninguna manera
mezclan a todas las clases de hombres en una resurrección común de sus sepulcros,
sino que muy claramente destacan la resurrección que concierne a los santos
aunque obviamente no niegan la otra. Al mismo Lucas, en los Hechos de los
Apóstoles (Hechos 24: 15), le debemos el registro de "que "ha de
haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos". Nuevamente
no aparece aquí ninguna señal de una resurrección promiscua. La resurrección de
dos clases es presentada a nosotros muy claramente. No es de otro modo en Juan
6 donde nuestro Señor presenta la negativa a toda pregunta acerca de una
liberación terrenal llevada a cabo por un Mesías como el que esperaban los
judíos. Él había descendido del cielo, siendo Él mismo el pan de vida, y vida
eterna había sido dada a los que creían en Él en aquel momento en este mundo.
Esto separa a los hombres aun ahora; pero Él añade: "Yo le resucitaré en
el día postrero". (Juan 6: 40). Es evidente que no tenemos aquí ninguna
confusión del creyente con el incrédulo; sino por el contrario tenemos la
porción que pertenece clara y exclusivamente al creyente. Entonces, una vez más
la evidencia en sí misma está en contra del esquema que agrupa a los hombres
indistintamente, sean ellos justos o injustos.
Por
otra parte así es cuando nosotros llegamos a las epístolas. La
epístola a los Romanos la cual nos presenta el fundamento de toda la verdad
individual (sólo aludiendo escasamente a las cosas colectivas en una parte de
ella), no podía pasar por alto la resurrección: como la de Cristo, así la de
aquellos que son Suyos. Pero el apóstol no va más allá de los santos resucitando
de los muertos porque el principio de la resurrección de ellos radica en que ellos
tienen el Espíritu de vida, de cuyo privilegio Romanos 8 habla tan ampliamente.
"Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por", o a causa de, "su Espíritu que mora
en vosotros". (Romanos 8: 11). Nosotros tenemos allí un principio de la
clase más importante; pero, ¿qué puede marcar más claramente la diferencia?
¿Podría ser dicho esto de alguien que no sea creyente? El incrédulo no tiene el
Espíritu de Cristo y no es de Él. Sólo el santo tiene el Espíritu de Aquel que
resucitó a Cristo de los muertos morando en él; por consiguiente en su caso no
tenemos una resurrección como la destacada demostración del poder y autoridad
del Hijo del Hombre para juzgar a los hombres e intimar el homenaje de ellos sino
debido a la morada del Espíritu Santo. Por eso desde este momento el creyente
tiene esa verdad acerca de él que lo diferencia para siempre del incrédulo. De
hecho y conociendo que ello es así yo no puedo dejar de insistir en esta verdad
como una verdad de la más práctica naturaleza, además de ser también, por lo
demás, del mayor interés y de la mayor importancia posibles. Yo estoy
persuadido de que ustedes encontrarán que siempre que hay un debilitamiento de la
diferencia entre la resurrección de los justos y la de los injustos; en una
palabra, siempre que los hombres imaginan una clase común de aquellos que son
resucitados, al mismo tiempo hay siempre, más o menos, una nube sobre el
evangelio de la gracia de Dios y una tendencia al menos a colocar al cristiano
en un terreno común con el incrédulo. Yo no quiero dar a entender que hay un consciente
plan deliberado; pero como resultado el efecto es esto mismo, como ya ha sido
mencionado. Y no es de extrañar; porque cuando todas las sombras actuales se
desvanecen, ellos realmente creen que todos sin excepción pasan por un juicio
común, siendo el creyente juzgado no menos que el incrédulo, aunque uno no sabe
de qué manera él es salvo. Pero el Señor niega el hecho y tal como hemos visto afirma
en los términos más claros y positivos que el creyente no va a juicio sino que ha
pasado de la muerte a la vida.
No
se dejen ustedes impresionar por las vociferaciones farisaicas ni por
las saduceas. Que ningún alma que ama al Señor y tiembla ante Su palabra abandone
esta verdad trascendental ni permita que ella sea debilitada por la tradición o
la filosofía. Reténganla ustedes como la palabra de Cristo. Las personas pueden
vituperarlos como herejes, como orgullosos rechazadores de un dogma que el
mundo cristiano adora. Pero permítanme recordarles que ustedes pertenecen a
Cristo, no a ellos. Ellos no ejercen señorío sobre ustedes, por mucho que lo
deseen: entonces no dejen que ellos tengan dominio sobre la fe de ustedes. Ustedes
están ante el Señor; yo los encomiendo sólo a Su palabra. Inequívoca es Su
seguridad de que "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida
eterna y no va a juicio". (Juan 5: 24 – BTX3). "Y este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El
que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la
vida". (1ª. Juan 5: 11, 12). La vida y el juicio son irreconciliablemente
distintos: ustedes no pueden tener ambos, aunque Cristo el Hijo da lo uno y
ejecutará lo otro. Sus amigos y Sus enemigos son los objetos respectivamente.
Hasta aquí nosotros hemos visto la resurrección distintiva del santo mostrando
evidentemente que la resurrección del resto de los muertos tiene un carácter
muy diferente. Pero ello no está limitado a una sola epístola. En 1ª Corintios
tenemos un capítulo entero (1ª Corintios 15) dedicado a la resurrección de los
santos como siendo una escena enteramente por sí sola. Es imposible encontrar
en ese capítulo la resurrección de los incrédulos excepto por implicación. Ellos
son tan poco tratados como una compañía común que, por el contrario, todo el
capítulo, largo como es y abundante en los detalles más importantes, trata la
resurrección de los justos como un asunto completamente separado. Comenzando en
el versículo 22 leemos estas palabras: "Así como en Adán todos mueren,
también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden:
Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida". Nada
puede ser más claro. La resurrección de Cristo fue una resurrección no
meramente "de los muertos sino de entre los muertos. Nadie puede
negarlo. La resurrección de los que son de Cristo es, sin duda, una
resurrección de personas muertas (νεκρός,
nekrós); pero es también una resurrección de entre los muertos (ἐκ νεκρός, ec nekrós). Consecuentemente tenemos aquí esta resurrección fijada al
tiempo (no al tiempo del "fin", sino) al de Su venida, — "los
que son de Cristo en su venida". Él viene en Su reino. La siguiente etapa
es "el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya
suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él
reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el
postrer enemigo que será destruido es la muerte". (1ª Corintios 15:
24-26). Nosotros tenemos allí de la manera más clara posible una declaración de
la resurrección separada de aquellos que son de Cristo y ni una palabra dicha
acerca del resto. El asunto mencionado después no es la resurrección de los malos
sino "el fin". La verdad es que "el fin" será sólo después
de que los malos sean resucitados y juzgados porque el relato revelado al
"fin" no es que Él resucita a los malos sino que entrega el reino. En
2ª Timoteo 4 nosotros vimos el juicio de los vivos y de los muertos ligado a Su
aparición y Su reino; porque el reino incluye toda la acción de Su poder, desde
Su aparición en el mundo hasta los cielos nuevos y tierra nueva en el pleno y
final sentido de ellas. Por lo tanto, antes del "fin", antes de que
Él haya entregado el reino a Dios, al Padre, los muertos deben ser resucitados
y juzgados; pero lejos de confundir a los injustos con los justos en una
resurrección general sólo podemos deducir a partir de otras Escrituras en qué
lugar debemos insertar la resurrección de los injustos en este retrato. El capítulo
como tal está dedicado y se explaya únicamente en la resurrección de los
justos. Lo más que podemos aprender acerca de la resurrección de los injustos
en lo que concierne a 1ª Corintios 15 es que dicha resurrección parece estar
implicada en algunas de las afirmaciones, por muy ciertamente que ello sea
revelado en otras Escrituras.
El
capítulo quinto de 2ª Corintios es notablemente completo; pero
nosotros podemos seguir adelante pues ya me he referido a él con cierta
extensión. Sólo tenemos allí la esperanza de los santos, excepto que la
manifestación de todos ante el tribunal de Cristo es revelada allí pero sin una
insinuación acerca del momento o de las circunstancias para lo cual debemos
buscar en otra parte.
En la epístola a los Filipenses tenemos un sorprendente testimonio de la
especialidad de la resurrección de los santos. En Filipenses 3 el apóstol dice:
"Y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus
padecimientos, llegando a ser como El en su muerte". (Filipenses 3: 10 – LBA).
Todo esto es claramente para ser conocido ahora en este mundo; pero a
continuación sigue el objetivo que él está esperando: " a fin de llegar
a la resurrección de entre
los muertos. " (versículo 11 – LBA).
Algunas versiones de este texto traducen como «resurrección de los muertos», pero yo no dudo al decir que ello es un
error, aunque no es sólo un asunto de traducción sino de texto.
Desgraciadamente los Testamentos Griegos comunes son tan defectuosos como los
traductores de la versión inglesa de la Biblia KJV. Ustedes no tienen que
imaginar que el estado real del texto en un Testamento Griego corresponde
minuciosamente a la Escritura inspirada en su perfección original como tampoco lo
hace la versión en inglés o cualquier otra versión. Lo que Dios escribió mediante
los calígrafos inspirados era perfecto; pero además es evidente que los
copistas e impresores no fueron inspirados y estoy seguro de que los editores
tampoco. Por consiguiente nosotros tenemos algunas malas, otras buenas y otras
mejores, aunque ninguna versión es tal que excluya la indagación o la necesidad
de un juicio perspicaz. Pero sobre toda clase de excelentes testimonios y a
pesar de los sistemas considerablemente diferentes de reseña entre los editores
y las peculiaridades en muchos otros aspectos, ahora está establecido que el
verdadero texto no es
τῶν νεκρῶν, hormaō nekrós sino
τὴν ἐκ νεκρῶν ho ec nekrós (el
último de los cuales yo no dudo que fue corrompido gradualmente hasta el
primero). Ahora bien, no cabe duda de que el texto griego ἐξανάστασιν τὴν
ἐκ νεκρῶν,
exanástasis jo ec nekrós significa
"la resurrección de entre los muertos". Todos los críticos modernos
de justa reputación (salvo uno a principios de este siglo 19) se han visto
obligados por el peso de la evidencia interpretativa a llegar a un resultado, y
a un resultado muy satisfactorio para la verdad especialmente porque ninguno de
los que resolvieron así el texto eran ellos mismos conscientes de su significado;
y en todo caso se debe pensar que todos los editores alemanes estaban inclinados
al error que ahora es descartado de este texto. La expresión utilizada en el
pasaje para "resurrección" es la más sólida que aparece en la palabra
de Dios. Hay un énfasis redoblado en la frase. Ella parece estar diseñada
forzosamente para expresar una resurrección peculiar, no colectiva. No es la
palabra usual "resurrección"; pero la expresión «levantamiento
hacia afuera» podría ayudar a comunicar
el significado al lector español. Yo admito que dicha expresión no se adaptaría
a la excelencia de nuestro idioma; pero puede por cierto ilustrar la palabra
original si uno dijera «A
fin de llegar a la resurrección (hacia afuera) de entre los
muertos". Hay así un doble énfasis; uno desde la palabra misma que sólo es
usada aquí en el Nuevo Testamento; el otro es el énfasis de la sólida frase
regular para una resurrección ecléctica que sigue. Entonces, la verdadera
lectura que refuerza la evidencia para una resurrección especial de los santos
de entre los muertos es establecida sobre la evidencia que sería imposible
considerar aquí. Pero yo puedo decir esto, a saber, que los editores dignos de
mención (con una extraña excepción hace más de cincuenta años), ya sean
creyentes o racionalistas, católicos romanos o protestantes, de la Alta Iglesia
o de la Baja Iglesia, no importa quién, si ellos eran hombres competentes para
dar una opinión sólida, están de acuerdo en el asunto. Este resultado es un
feliz resultado porque tal como estaba el texto resultó ser una piedra de
tropiezo para algunos que estaban demasiado influenciados por el texto crítico,
el cual y por algún descuido continuó erróneamente el texto recibido en contra
de sus propios testimonios. Pero en la actualidad el texto fiel puede ser
considerado establecido en cuanto a este versículo. Tampoco hay ninguna duda
justa en cuanto a la versión correcta. Como poca duda debiese haber acerca de
la doctrina; porque no una resurrección que es una necesidad para todos sino sólo
una de especial privilegio podría ser tal objeto de deseo para el corazón del
apóstol. Él dice, por así decirlo: «No
me importa cuál pueda ser el camino ahora que veo a Cristo y Su resurrección.
La bendición de esa porción con Él es tal a mis ojos que aunque el camino sea siempre
tan espinoso, doloroso y difícil, yo estoy aquí, dispuesto a pasar por
cualquier cosa, a fin de estar en la resurrección de los santos, — esa
resurrección especial de entre los muertos».
Como
este me parece el claro alcance del pasaje, debe ser evidente que ello
confirma hasta el último grado la verdad de una resurrección especial para los
justos en la cual los injustos no tienen parte alguna. Una resurrección general
en la que todos deben resucitar como resultado lógico haría inexplicable el
ardor del apóstol. Tampoco se trata sólo de una "mejor resurrección",
sino de una anterior; pues resucitar de entre los muertos supone
necesariamente que hay muertos dejados atrás. Al igual que en el caso de Cristo
así será con los que son de Cristo. Hay más alusiones pero no podemos extendernos
ahora acerca de ellas. Al menos ha sido demostrado que el pasaje leído al
principio de esta conferencia no es el único. Si nosotros no tuviéramos
Apocalipsis la doctrina de la resurrección singular no sería un sonido extraño
para el estudiante del Nuevo Testamento. No está confinada a ningún libro
profético. No es que si ella apareciera sólo en Apocalipsis habría un motivo
justo para dudar. Pero sabemos cuántos prejuicios ignorantes hay y ha habido
durante mucho tiempo contra el Apocalipsis del apóstol Juan. Por eso yo pensé que
sería deseable mostrar que a través de los Evangelios y Epístolas hay acerca de
este tema una única doctrina que es decididamente adversa a la opinión común de
que todos, buenos y malos, resucitan juntos. Nada se pierde de la verdad que el
punto de vista común reconoce; pero en el esquema Escritural, ¡cuán grande es
la ganancia! Si uno enseñara sólo una resurrección de los justos yo admito que
esto sería una herejía porque borraría la resurrección de los injustos, — que
es una de las verdades más solemnes de Dios como advertencia a los incrédulos.
La verdad tal como Dios la expresa acrecienta la diferencia porque traza más
clara y abrumadoramente la línea entre justos e injustos mientras que todo lo
que es verdad en la otra opinión es mantenido. Sólo es descartado lo que
oscurece y obstaculiza la verdad.
En
Apocalipsis capítulo 20 encontramos en primer lugar que después de
que la bestia ha sido juzgada y Satanás atado el profeta ve tronos y personas
sentadas sobre ellos; luego aparecen ciertas almas incorpóreas de aquellos que
habían padecido durante las persecuciones anteriores (Apocalipsis capítulo 6);
y finalmente hay otros que rechazaron las seducciones así como los terrores de
la escena apocalíptica final. (Apocalipsis capítulos 13-15). Pero estas almas
fueron reunidas a sus cuerpos de modo que todos vivieron y tomaron parte en la
primera resurrección, — estas dos clases sufrientes así como los entronizados
de la primera cláusula del versículo 4. Por lo tanto hay tres grupos distintos
en la escena.
En
primer lugar hay tronos y los que se sientan sobre ellos, a quienes
se les dio el juicio (no juzgados ellos, sino ellos juzgando). Obviamente estos
no eran espíritus. ¿Quién oyó hablar alguna vez de espíritus ausentes del
cuerpo sentados sobre tronos? Ellos eran hombres ya resucitados y glorificados
y por eso el profeta habla sólo de "almas" después de hablar de éstos.
¿Quiénes eran ellos? Eran las huestes que habiendo sido arrebatadas antes
salieron del cielo con Cristo. El capítulo anterior nos mostró los cielos
abiertos y al Señor como hombre de guerra saliendo acompañado de ejércitos
celestiales que ejecutaban el juicio junto con Él. (Ellos estaban vestidos de
lino finísimo, blanco y limpio, que como sabemos (comparen versículos 8 y 14), el
lino fino expresa "las acciones justas de los santos", no las de los
ángeles. Por lo tanto, no es temerario afirmar que aunque sin duda los ángeles
vienen con Cristo, los que aquí son descritos como asociados con Él en este
estilo y título triunfantes no pueden ser ángeles sino santos. Yo no puedo
poner en duda que estas son las personas vistas sentadas sobre los tronos.
"Y
vi las almas", etc. (Apocalipsis 20: 4). Estos eran otros,
— obviamente no las mismas personas. En cuanto a esto hay hombres que lo
reconocen con los que uno difiere ampliamente. De hecho es evidente que a los
que ya están sentados sobre los tronos les siguen otras dos clases cuyas almas
tenían que ser reunidas con sus cuerpos, y de los cuales (no de los primeros)
era necesario decir, "vivieron y reinaron con Cristo". En cuanto a
los primeros ellos estaban sobre tronos, viviendo y reinando ya. Las almas que
son vistas a continuación de éstos eran de aquellos que habían padecido por la
palabra de Dios y el testimonio de Jesús antes de que se tratara de la bestia o
de su imagen. Pero por último vinieron otros que padecieron después, es decir,
cuando se negaron a adorar a la bestia o a su imagen o a aceptar su marca en sus
frentes o en sus manos. Estando estas dos clases aún en estado separado
tuvieron que vivir y ser añadidas a las otras que acababan de llegar desde el cielo
y que por algún tiempo fueron resucitadas de entre los muertos. Pero se dice
que todos ellos tienen parte en "la primera resurrección". Por lo
tanto claramente esta frase no implica que todos los que tienen parte en ella
fueron resucitados juntos sino más bien que ella abarca a todos los que han
resucitados de entre los muertos. Mucho antes de que comenzara el reino de los
mil años el Señor fue resucitado así; — así también lo fueron los santos del
Antiguo Testamento así como los que componen la Iglesia. Ahora bien, nosotros tenemos
a los primeros y a los últimos sufrientes apocalípticos, a los que son hechos
vivir y unirse a los que ya son vistos en tronos con el juicio dado a ellos. A
los mártires anteriores se les dijo que debían esperar hasta que sus hermanos
que debían ser muertos como ellos se cumpliera; porque el Señor tendría
incluido el último objeto de la venganza de la bestia. (Apocalipsis 6: 11). Ahora
se ha cumplido pues la bestia ha sido lanzada al infierno. (Apocalipsis 19:
20). De todo esto consiste la primera resurrección.
Sigue
a continuación un breve pero gráfico esquema del reinado de mil
años. No necesitamos discutir si son mil años simbólica o literalmente. No es
que yo dude si ello ha de ser tomado literalmente. El punto importante que hay
que ver y mantener es que se trata de un tiempo largo aunque limitado que se diferencia
en su carácter de lo que existió antes así como de lo que le sigue a sí mismo.
Es el reinado de Cristo con los santos glorificados durante un cierto período
definido (no a través de la eternidad). Hay cambios sorprendentes en cuanto a
las condiciones y circunstancias pero siguen existiendo sustancialmente los
cielos y la tierra que existen ahora; la creación es liberada de la maldición;
Satanás es atado; el hombre es bendecido; los santos están glorificados en su apropiado
lugar celestial; Israel en el círculo terrenal interior y los gentiles en el
círculo exterior; todo esto combinado y continuando a través del milenio. Es
ostensible que todo esto difiere del antiguo esquema quiliasta (o milenarista).
De hecho, no me sorprende que hombres serios se levantaran contra la noción de
que el Señor Jesús viviría de nuevo como hombre en la tierra durante los mil
años. Tal visión es tanto antibíblica como repulsiva; aunque fue doloroso que
al descartar la paja, Orígenes y otros perdieran tanto del trigo. Pero los
pensamientos de hombres buenos como Ireneo, Justino Mártir y otros estaban
obstruidos con elementos que arruinaron en gran medida el testimonio de ellos y
brindaron la ocasión a la reacción filosófica que alegorizó casi todo. La
Escritura no violenta tanto los instintos espirituales de los hijos de Dios y
nos capacita para abrazar lo bueno mientras rechazamos el mal.
En
esta bienaventurada escena vemos los cielos puestos en conexión con
la tierra, por lo cual la bendición emana desde el Altísimo hasta el más
pequeño. Es el esquema de bendición divinamente ordenado con el hombre en
Cristo en Su legítima jefatura para gloria de Dios. Allí están los santos
glorificados en su lugar apropiado. El monte de la transfiguración presenta claramente
sus componentes principales. El Señor Jesús es el principal de todos, con
Pedro, Santiago y Juan; santos pero en sus cuerpos naturales no transformados
en la tierra. Pero, ¿acaso no discernimos también a Moisés representando a los
santos muertos resucitados y a Elías a los santos vivos transformados en
inmediata proximidad de Cristo? Los representantes de los resucitados y de los
transformados entran con su Señor en la nube; lo cual no se dice de Pedro,
Santiago y Juan sino que de ellos se dice más bien que tuvieron temor al ver
esto porque la nube era la señal peculiar de la presencia de Jehová. (Véase
Mateo capítulo 17). Hay así una prodigiosa cercanía concedida a los santos
glorificados: si bien éstos con el Señor tendrán estrechos vínculos de
asociación con los de la tierra, sólo ellos disfrutarán de esa entrada especial
e inmediata a la presencia de Dios. A decir verdad y en todo sentido nuestra
comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Los santos que aún estaban
en sus cuerpos naturales no entraron allí. Pedro erró en esta misma ocasión;
así que no hay duda alguna de que el
milenio no estará exento. Pero entonces el Señor gobernará rectamente y Su
poder controlará todo lo que requiere ser mantenido bajo control. Ese siglo o
era no se caracteriza por la extinción absoluta del mal sino por el glorioso
poder del Señor en gobierno: estando Satanás impedido de tentar a los hombres
en la tierra. Obviamente todo el mal ha desaparecido para siempre de los cielos
tal como la eternidad lo verá finalmente desterrado también de la tierra nueva.
Pero durante el reinado milenial de los santos resucitados con Cristo, en
la tierra no se verá más que el mal controlado y su gran fuente expulsada por
el momento pero no extinguida aún, mientras que el poder benéfico de Dios será
conspicuo en todas partes. La consecuencia es que al final de los mil años el
Señor presentará una demostración de que incluso después del gobierno bienaventurado
y perfecto de Cristo el hombre es tan propenso como siempre a abandonar a Dios
y a Su bendición por Satanás. Ninguna demostración de la benignidad del Señor,
ninguna liberación externa de la esclavitud de Satanás es suficiente. Si no se
lo regenera él instantáneamente caerá presa después de la revelación de la
gloria tanto como ahora en presencia de la gracia revelada de Dios. Satanás es
soltado una vez más como para poner a prueba este tremendo experimento.
(Apocalipsis 20: 7-15). Inmediatamente las naciones contenidas de la tierra,
especialmente de las partes más distantes, se apartan de su justo benefactor; ¡ellas
prefieren a Satanás! Las naciones son descritas aquí bajo el símbolo de Gog y Magog,
con evidente alusión a Ezequiel el cual presentó la caída del último enemigo
gentil antes del milenio, así como el apóstol Juan presenta aquí el último
enemigo terrenal después de él. Ellos se reúnen contra la Jerusalén terrenal
pero se levantan para caer para siempre. El fuego de Dios desciende y los
consume. Heridos así ellos se unen al resto de los muertos que la primera
resurrección dejó atrás. La siguiente escena muestra a todos estos muertos
resucitando para la resurrección de juicio. Son los injustos desde el principio
del mundo y que ahora deben comparecer ante el gran trono blanco.
"Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección".
Los no bienaventurados, los impíos esperan (yo no la llamaré como Dios no la ha
llamado, «la segunda resurrección», sino ¡lamentablemente!
"la segunda muerte
"). (Apocalipsis 20: 6). El asunto del juicio divino era tan terrible, así
como el carácter de los que lo componían, que sólo pudo ser expresado
correctamente en estos términos de grave impronta.
Allí
están (Apocalipsis 20: 12), los grandes y los pequeños, "ante
el trono" (que es la verdadera traducción); pero ¿dónde es esto? Justo
antes (versículo 11) se nos dijo que la tierra y el cielo huyeron, y ningún
lugar se encontró para ellos.; después de lo cual no se ve "tronos"
sino "un gran trono blanco" ante el cual están de pie los muertos
para ser juzgados. ¿Aparece el Señor en este momento? Por el contrario, ello es
la desaparición de todo el sistema de cosas al cual Él podía venir y por lo
tanto si el Señor espera que llegue aquel momento es imposible que se pueda
decir de Él en ningún sentido justo que Él vino a este mundo (οἰκουμένη,
oikouméne). Porque se dice
expresamente que la tierra y el cielo huyeron en aquel momento y esto con una declaración
adicional que muestra cuán completa fue la disolución, — a saber, "ningún
lugar se encontró para ellos". Ellos no reaparecen hasta después de que el
juicio de los muertos haya concluido. La venida de Cristo al mundo está
descrita realmente en el capítulo 19, antes del milenio. Al final del milenio
no hay ninguna venida de Cristo sino una partida, por así decirlo, del cielo y
la tierra que ahora existen. Entonces encontramos a los muertos de pie ante el
trono, libros abiertos, con otro libro, el libro de la vida, y los muertos juzgados
por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. ¿Cómo es
esto? ¿Por qué se dice que éstos, sin excepción, son juzgados según sus obras;
porque se repite solemnemente en el versículo 13 que fue juzgado cada uno (o todo
hombre) según sus obras? Ello es debido a que todos ellos son incrédulos.
De
este modo, la palabra del Señor permanece para siempre. Él había
dicho en la tierra que el creyente no va a juicio. (Juan 5: 24). Por lo tanto el
creyente manifestado como él será ciertamente nunca podrá ir a juicio porque esto
falsificaría Sus palabras, las cuales son la verdad. Sólo el incrédulo será
juzgado. Además, esto confirma poderosamente lo que por otra parte es tan claro
y cierto, a saber, que ya hemos tenido la resurrección de los justos o
creyentes. Por consiguiente, las únicas personas dejadas en sus sepulcros
fueron los incrédulos. De este modo todo está de acuerdo con la perfecta
armonía de la verdad de Dios. Los malos, y sólo ellos, son juzgados, cada uno
según sus obras. Esto no podría ser si hubiera habido un solo creyente entre
estos muertos. Por otra parte, no hay aquí señal alguna de una resurrección
general. Los injustos son resucitados al final y son juzgados ya que los justos
habían sido resucitados mucho antes y se les había dado el juicio sin el menor
indicio de ser juzgados. ¿Necesito yo comentar de qué manera coinciden el
Evangelio y el Apocalipsis de Juan? Pero puede surgir la pregunta, ¿cómo es
posible que no haya creyentes? ¿Qué será de los muchos justos que vivan durante
el milenio? Es muy natural que las personas consulten por qué ellos no están
incluidos en este juicio. Pero es evidente que ellos no podrían estar y por este
sencillo motivo, a saber, sólo los muertos están de pie y son juzgados (Apocalipsis
20: 12), mientras que por otra parte no hay motivo para creer que un solo santo
morirá durante el milenio. El motivo es manifiesto. Satanás no estará allí sino
que estará atado; y Cristo estará allí y reinará en justicia. Por lo tanto, en
ausencia de aquel que tiene el poder de la muerte, en presencia de Aquel que
tiene el poder de la vida, ¿qué tiene de extraño el hecho de que los justos de
aquel día vivan durante todo el período milenial, y sean cada uno de ellos
testigos del Dios viviente que los lleva más allá de los límites que eran
fatales para los hombres incluso en el estado antediluviano? Notoriamente,
antes del diluvio ninguno alcanzó la barrera de los mil años. Pero las cosas ya
no se rigen según aquel hombre por quien el pecado entró en el mundo, y por el
pecado la muerte. (Romanos 5: 12). Es el reinado del hombre Cristo Jesús que en
todo sentido dará vida más abundante y demostrará que Dios no hizo al hombre
para morir sino para vivir. Consecuentemente, todo justo que viva entonces
vivirá hasta el final sin muerte. Por lo tanto yo entiendo que Isaías 65: 20-22
afirma que el que muere a los cien años de edad no es más que un niño, e
incluso entonces no muere, salvo bajo una maldición especial. Esta es la
excepción que confirma la regla. En aquel día la muerte no es extinguida hasta el
fin de ella, pero ello es sólo en juicio directo del pecado. En ninguna parte
se dice que los justos mueran. El hombre llenará entonces sus días; pero para
ello él está en deuda con el Segundo Hombre, el vencedor de Satanás.
¿Estamos
nosotros esperando estas cosas? ¿O estamos engañados en la
mentira de esperar que lo que ahora existe debe existir siempre? Sin embargo,
el resplandeciente milenio tendrá un fin y hay revelada una escena espantosa al
final cuando el cielo y la tierra pasarán. El Señor no satisface nuestra
curiosidad informándonos de lo que Él hará con los justos que estén vivos en
aquel entonces; pero nosotros podemos estar seguros de esto, a saber, de que
como los que vivan son Sus santos, Él no actuará de manera indigna de Él sino que
actuará en Su gracia habitual con ellos. Él debe hacer todo lo que es bueno y
grande. Nosotros no tenemos derecho a preguntar lo que Él no nos ha dicho;
debemos dejar con Él todo lo no revelado. Ello no nos concierne. Pero lo que sí
concierne a los hombres es lo que ha de acontecer a aquellos que no tienen
ahora al Señor Jesús como de ellos. Todos los malos muertos antes o después del
diluvio, antes o después de Cristo, antes o después de la primera resurrección,
resucitarán; los justos muertos habían resucitado, los malos aún yacían
muertos; pero ahora los muertos están de pie ante el trono y son juzgados.
(Apocalipsis 20: 11 y sucesivos). Dos elementos entran en este juicio. Por una
parte son abiertos los libros en los que, según el símbolo, estaban escritas
sus obras que luego serán juzgadas. Por otra parte el libro de la vida es
abierto. Allí está la responsabilidad humana; pero está también el testimonio
de la soberanía divina. Está establecido para los hombres que mueran una sola
vez, y después de esto el juicio. (Hebreos 9: 27). La gracia de vida en Cristo
fue rechazada; la muerte no pudo ser evadida ni ahora el juicio. Los hombres
fueron juzgados, cada uno según sus obras. Los libros proclamaron que sus hechos
eran malos. El libro de la vida guardaba silencio; ninguno de sus nombres se
hallaba inscrito en él. Así todos los testimonios estuvieron perfectamente de
acuerdo. Porque los libros de las obras demostraban la justa exposición de
ellos a la ira de Dios; mientras que en el libro de la vida no había ni una sola
palabra que desalentara Su ira; y como se dice aquí, "el que no se
encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego".
(Apocalipsis 20: 15). Ni un solo indicio es presentado acerca de que alguno hubiese
estado inscrito en él. Por lo tanto la única alusión al libro de la vida es
puramente negativa y cada imagen no sirve más que para aumentar la solemnidad
de la escena. No hay duda acerca de que cuando antes del reino milenial la voz
del Señor Jesús llamó a los santos resucitados para que estuvieran con Él,
muchos cuerpos fueron recogidos del mar y muchas almas del hades. Pero nada se
dice aquí, salvo acerca de los perdidos que habían sido dejados atrás, o de aquellos
añadidos a ellos después. Porque para el día de la bienaventuranza no hubo un
pensamiento tal como el de saquear el mar y el hades, si se me permite decirlo
así; y muy justa y dignamente, porque se trató sencillamente de Cristo y de los
que eran Suyos. Había tal vínculo entre ellos, — tal gran poder los unía a
Cristo, que a Su voz se levantaron al instante. Pero ahora el toque de difuntos
perdidos resuena en estas terribles palabras: "El mar entregó los muertos
que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en
ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras". (Apocalipsis 20: 13).
Tanto si era el océano inquieto y desenfrenado que retenía sus cuerpos, como si
era el mundo invisible que retenía sus almas, ambos son obligados a entregar al
fin sus prisioneros al Juez. Ningún poder pudo retenerlos, ni ningún lugar
secreto pudo ocultarlos, cuando el Hijo del Hombre los reclamó para el juicio.
El
estado eterno no requerirá muchas palabras. La verdad es que la
Escritura sólo nos da breves explicaciones acerca de él; y probablemente esto
es así porque en nuestra condición actual somos muy poco capaces de estimar sus
condiciones. Es evidente que sus detalles no pueden ser especialmente
calculados para influir sobre el alma. Sin embargo, en la medida en que era
necesario para nosotros y debido a Dios ya que era una parte de Su benignidad y
sabiduría decirnos acerca de todo, Él da a conocer lo suficiente para ponernos
en posesión de las grandes características distintivas de la eternidad.
Los
únicos tres pasajes en los que pienso en este momento que se
refieren al estado eterno positivamente y sin mezcla de cualquier otra cosa, se
encuentran en 1ª Corintios 15: 24, 28; en 2ª Pedro 3: 13; y en Apocalipsis 21:
1-8.
En 1ª Corintios 15 la Escritura
habla así de ello: "Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y
Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia".
(versículo 24); y más claramente aún en el versículo 28, "Pero luego que
todas las cosas le estén sujetas", etc. El reino milenial no es la
perfección absoluta excepto en la fuente del poder y la condición de los santos
en lo alto, o los glorificados. Pero en cuanto a la tierra, todavía habrá mal,
— reprimido, de hecho, mediante poder aunque mostrando su existencia a través
de toda esa era. "Pero luego que todas las cosas le estén sujetas,
entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las
cosas, para que Dios sea todo en todos".
De este modo el rasgo característico
del milenio aquí señalado es el hombre exaltado. Jesucristo es Señor y
Cabeza sobre todas las cosas para gloria de Dios Padre; pero aun así el
pensamiento prominente es el hombre en Él. Aquel que se humilló a Sí mismo es
altamente exaltado en aquel entonces. En el estado eterno no es tanto la idea
del hombre, por así decirlo, puesto así sobre la creación sino Dios siendo todo
en todos. Sin embargo nosotros debemos tener cuidadosamente en cuenta que si se
dice que Dios es todo en todos, ello no se refiere sólo al Padre sino también
al Hijo y al Espíritu Santo. Tal es la gran distinción de la eternidad: Dios es
todo en todos. Es la primera lección que el Nuevo Testamento nos presenta acerca
de este estado, y es una lección muy importante.
En el siguiente lugar 2ª Pedro 3
nos dice que la justicia mora en los cielos nuevos y tierra nueva. En el
milenio la justicia gobernaba. El mal estaba allí y necesitaba control, aunque lo
encontró; en la eternidad el mal desaparece: el gobierno ya no es necesario.
Encontraremos todo esto
confirmado en Apocalipsis 21: 1-8: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva;
porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía
más". La desaparición del mar es un amplio hecho físico que diferencia el
estado eterno de todo lo que alguna vez existió. No necesito decir que tal como
el mundo existe ahora la inexistencia del mar sería fatal para todo lo de la
vida natural. ¡Cuán vasto sería entonces el cambio! El hecho es que toda mera
naturaleza habrá desaparecido completamente; el curso de las dispensaciones
habrá terminado en aquel entonces; todo estará fijado para siempre. La
consecuencia es que no encontrará lugar en aquel entonces lo que era necesario
mientras la tierra era la escena de las dispensaciones y épocas divinas, y ¡es
lamentable! de los inquietos proyectos del hombre con toda su corrupción y
violencia, con una creación inferior arruinada. La vida animal y vegetal ya no
estarán en consideración. Dios será todo en todos.
Además, la nueva Jerusalén
desciende del cielo, de Dios, "dispuesta como una esposa ataviada para su
marido". (Apocalipsis 21: 2). Antes de que comenzara el milenio la esposa
estaba completa y las bodas tuvieron lugar en lo alto. Por lo tanto es en vano
pensar que la Iglesia siguiera en proceso de formación en la tierra durante el
milenio. ¿Dirá alguien que después de las bodas la esposa todavía tenía que
completarse? ¿Puede uno concebir una interpretación más llena de despropósito?
La hermosa verdad en la descripción del comienzo de Apocalipsis 21 es que
aunque hayan transcurrido mil años hay una frescura inmutable en la esposa, — una
eterna floración, si se me permite la expresión. Ella desciende para ser el
tabernáculo o morada de Dios mismo en esta santa y gloriosa escena. Ella había
sido glorificada con Cristo durante el milenio; pero, ¿acaso podría surgir el
pensamiento de que porque Dios es desde entonces todo en todos ella había
perdido su lugar especial? Esto es respondido en el hecho de que la nueva
Jerusalén desciende de nuevo a la nueva y eterna creación de Dios. Obviamente
ella había desaparecido de abajo (como sin duda también los santos mileniales
que vivían antes en la tierra) cuando todo se convulsionó y los elementos siendo
quemados se fundieron; pero ella desciende ahora del cielo a la escena eterna.
La nueva Jerusalén estaba en eterna bienaventuranza mucho antes y por eso
corresponde más al nuevo estado. "Y oí una gran voz del cielo que decía:
He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres". No es 'con Israel', ni
"'con las naciones', sino "con los hombres".
Además, presten ustedes atención
a la expresión, "el tabernáculo de Dios". No es 'el
tabernáculo de Jehová de los ejércitos'; no es 'el tabernáculo de Jehová', ni
de ningún nombre dispensacional; sino que es Dios, el cual es todo en todos.
Vean ustedes de qué manera esto armoniza con todo lo que ya hemos tenido ante
nosotros. Las epístolas de Pablo y de Pedro y Apocalipsis se sostienen
mutuamente. "El tabernáculo de Dios con los hombres". ¿Qué es esto?
Es la nueva Jerusalén que desciende. Es allí donde Dios tiene especialmente Su
morada; que ahora, como nunca antes tan plenamente, ocupa un lugar con los
hombres. ¿Y quiénes son ellos? Me parece que aquí tienen ustedes una respuesta
a la pregunta acerca de qué fue de los santos justos que estaban muertos. De
los malos y de su muerte y juicio hemos tenido la historia de Dios en
Apocalipsis 20. Ahora tenemos una insinuación para satisfacer el deseo del alma,
en la medida que es justo, de saber qué fue de los justos que vivieron durante
el milenio. Nosotros vimos que ellos no tuvieron parte en aquel juicio
santísimo e implacable que consignó al lago de fuego a todos los que estaban en
él. El tabernáculo de Dios [símbolo de la Iglesia glorificada en la que Él
moraba] está con los hombres. Por consiguiente, Él reside con estos hombres y
ellos son Su pueblo, y Dios mismo está con ellos, su Dios. Además, como se nos
dice, Él enjugará "toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas
todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y
verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la
vida". (Apocalipsis 21: 4-6). Luego viene la promesa.
Pero otra palabra no debe ser pasada
por alto pues no existe una declaración más solemne, — hombres padeciendo la
ira de Dios en esta condición eterna final y fija de todas las cosas y de todos
los hombres, cuando Dios es todo en todos. Si tenemos el tabernáculo de Dios
como el círculo interior; si tenemos a los hombres fuera de aquel tabernáculo
pero aun así bendecidos para siempre en proximidad a él, Dios mismo residiendo
con ellos, Él Dios de ellos así como ellos son Su pueblo, — aun en aquel inmutable
estado tenemos el retrato espantoso de "los cobardes e incrédulos, los
abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos
los mentirosos" que tienen "su parte en el lago que arde con fuego".
(Apocalipsis 21: 8). Con independencia de cuál sean el gozo y la alegría del
milenio, independientemente de cuál sea la santa bienaventuranza de los cielos
nuevos y tierra nueva, la misma garantía de Dios que nos da a conocer los
privilegios eternos de los que son Suyos declara la ruina y el tormento eternos
de los que Le desprecian. No hay esperanza de cambio alguno en la condición de
ellos. La última visión que la palabra de Dios concede de la eterna bendición
derramada por Dios entre los hombres como tales cuando sean llevados a la
última condición fija en los cielos nuevos y tierra nueva, tiene al mismo
tiempo el lago de fuego con todos sus horrores sin fin como el fondo oscuro pero
no menos seguro para Sus enemigos de todas las dispensaciones.
Que nuestro clemente Dios bendiga
Su palabra, — la bendiga para Sus hijos—, ¡la bendiga como una advertencia para
aquellos que todavía son impenitentes! ¡por amor de Jesús! Ciertamente "el
tiempo está cerca". "Amén; sí, ven, Señor Jesús".
William Kelly
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Marzo
2023
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
BTX3 = Biblia Textual
3ª. Edición (Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.).
JND = Una traducción
del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson
Darby).
KJV = King James 1769
(conocida también como la "Authorized Version en inglés").
LBA = La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA =
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
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