La
Soberanía de Dios
y
la Responsabilidad del Hombre
F. G. Patterson
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas
dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Deseo decir
unas palabras acerca del tema que encabeza este escrito añadiendo un poco en cuanto a la verdadera naturaleza de la
obra de Cristo, sus resultados en la redención con la completa liberación del cristiano de sus pecados y de
todo su estado como hijo pecador de Adán. Aunque él siempre tiene pecado en él para juzgar y condenar
su responsabilidad está ahora en una posición completamente nueva, a saber, la de la relación como hijo
de Dios, poseedor de vida eterna en el Hijo de Dios y llamado a manifestar la vida de Jesús en su cuerpo mortal.
Es de inmensa
importancia que la verdadera naturaleza de la responsabilidad cristiana sea comprendida en el día actual cuando la
gracia es predicada y es conocida más claramente en comparación con días pasados; así también
como el terreno sobre el cual reside ahora la responsabilidad del pecador. En esto el alto calvinista se extravía tanto
con referencia a la responsabilidad del pecador al despreciar y rechazar la gracia del Evangelio bajo el pretexto de esperar
el llamamiento de Dios, como con referencia a la verdadera responsabilidad del cristiano al manifestar la vida de Jesús
en su carne mortal. La posesión de vida eterna en Cristo se expresa a sí misma mediante la acción de
esa vida, afirmando su existencia y sus cualidades prácticas en la completa obediencia a cada palabra de Dios
y en la completa dependencia de su fuente y manantial mediante una voluntad quebrantada y un corazón
sujeto a Cristo.
Mucho ha sido
dicho y mucho ha sido escrito acerca de estos temas; pero excepto en Cristo ellos no pueden ser reconciliados. El arminiano
insiste indebidamente acerca de un aspecto, a saber, el libre albedrío y la responsabilidad del hombre y pierde la
verdad de Dios en cuanto al otro; mientras que el calvinista, por el contrario, insiste indebidamente acerca del otro aspecto,
el de la soberanía y el amor electivo de Dios y pierde así el equilibrio de la Escritura en cuanto al primero.
Ha sido comentado
sabiamente por un escriba mejor instruido que «la Escritura
no enseña mediante conceptos negativos». Ella enseña mediante la verdad directa. Por
lo tanto, cuando la verdad directa ha sido aprehendida por una escuela de doctrina ésta ha enmarcado su propia línea
de cosas de tal manera que ha perdido el hermoso equilibrio del santuario, y así el daño ha alcanzado
a las almas en cuanto al pleno conocimiento de la verdad en todos sus aspectos.
Cuando el arminiano
declara que el amor de Dios por medio del sacrificio de Cristo es "para todos" los hombres, y que la presentación
del Evangelio es tan amplia como el rayo meridiano del sol, él dice la verdad porque, bendito sea Dios, así
es. Pero cuando él añade a esta verdad directa y afirmativa de la Escritura su propia deducción negativa,
— a saber, que por lo tanto no existe el amor electivo de Dios, él ha perdido el equilibrio del santuario.
Cuando el calvinista
declara que los santos por quienes Cristo murió son los objetos del propósito eterno de Dios y de Su peculiar
amor electivo él afirma la verdad. Bendito sea nuestro Dios, así es. Pero cuando él continúa y
añade a esta verdad directa su propia deducción negativa él yerra. Cuando él dice que debido a
que Dios conoció de antemano a los Suyos y los escogió y llamó en Su gracia electiva, y que Cristo murió
en lugar de ellos y que por consiguiente el amor de Dios mediante el Evangelio no es "para todos", él también
ha perdido el equilibrio. Cuando ambos dicen "sí", ellos bien dicen; cuando añaden su "no",
toda la verdad no es conocida. Si un calvinista con su amor electivo de Dios, y un arminiano con su libre albedrío
y responsabilidad del hombre unieran sus afirmaciones y no añadieran sus deducciones y 'noes', ¡nosotros
tendríamos la verdad! Que ellos busquen entonces lo que la Escritura enseña en cuanto a la reconciliación
de esas dos afirmaciones; y ellos encontrarán que ambas han tenido una medida de verdad, aunque ¡ambas han perdido
también, por decirlo así, un platillo de la balanza!
Los grandes
principios del propósito soberano de Dios y la responsabilidad del hombre están entretejidos de principio a
fin en toda la Escritura. Ellos son encontrados desde el Huerto en Edén hasta el Gran Trono Blanco.
En el Huerto
en Edén los principios estaban caracterizados por los dos Árboles del Paraíso, — a saber, el Árbol
de vida y el Árbol de la ciencia del bien y del mal. (Génesis 2: 8, 9). Este último indicaba la responsabilidad
del hombre como criatura inteligente ante Dios. Adán había sido creado en inocencia. La inocencia era la ausencia
de conocimiento del bien y del mal. El sentido de su responsabilidad estaba marcado, — no por una exigencia, —
sino por una prohibición: él no debía comer del fruto del Árbol del conocimiento del bien y del
mal, y así iba a conservar su lugar. Él no tenía nada que ganar pero sí mucho que perder.
Él lo
pierde todo; él rompe la condición de la retención de sus bendiciones de creación y el favor de
Dios. Él se convierte así en poseedor de una conciencia que sólo recibió cuando cayó; como
dice Dios: "El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal". (Génesis 3: 22
– RVA). Esta conciencia puede ser definida así: el sentido de la responsabilidad unido al conocimiento
del bien y del mal. Él ha perdido un estado que nunca podrá ser recuperado. Él nunca podrá ser
inocente, — nunca podrá desaprender el conocimiento del bien y del mal.
Él queda
así bajo la sentencia a morir y a la muerte en este mundo y además, él es expulsado de la presencia de
Dios; y descubre en el solemne futuro que después de la muerte viene el juicio. (Hebreos 9: 27). Dios retiene Su propia
soberanía, — bloqueando el camino al Árbol de la vida para que el hombre no participe de él y perpetúe
su condición arruinada; y el hombre se va de Su presencia con la responsabilidad de su condición como pecador
conocida por una conciencia y el sentido de alejamiento de Dios con el temor de lo que ha de venir presionando sobre su alma.
Posteriormente
(pues yo paso por alto la escena desde Adán hasta Moisés), Dios da Su ley desde el monte Sinaí, ley que
en lo esencial coincide con la conciencia del hombre pero añade la autoridad del Legislador a lo que la conciencia
sentía que se debía a Dios y a su prójimo. La primera Tabla era lo que Dios reivindicaba, — aquí
había una exigencia, — hacia Él mismo: la segunda Tabla era lo que Dios mandaba en un mundo caído
al hombre caído, en cuanto a sus padres, a la propiedad de sus vecinos y a su esposa; habiendo sido establecidos los
derechos personales en el mundo cuando el hombre se hubo apartado de Dios. La ley expresaba los dos grandes principios de
responsabilidad y de vida. Pero establecía el hecho de tener vida como resultado de cumplir perfectamente la responsabilidad.
"Haz esto y vivirás". "El que hiciere estas cosas vivirá por ellas". (Gálatas 3:
12; Levítico 18: 5). Al igual que si yo dijera: «si haces tal y tal cosa recibirás una fortuna»,
lo cual sería una demostración de que aún no tienes la fortuna. Otra cosa sería que te dijera
cómo usar y gastar tu fortuna cuando tuvieras una. De este modo, por medio del Evangelio Dios concede vida eterna como
don Suyo, y luego la dirige, tal como veremos.
Por tanto, en
Edén hubo inocencia sin gracia que la sostuviera; y fuera de Edén había responsabilidad
y ley sin vida para cumplirla. Luego vino Cristo después que toda la prueba del hombre había terminado. Cuando
Él vino Él expuso la verdadera condición del hombre como totalmente perdido. ¡A cambio de Su amor
Él soportó aborrecimiento y escarnio! Dios no se pronunció plenamente acerca de la condición del
hombre hasta que le fueron presentadas todas las posibilidades de recuperación. Si hubiese habido algún bien
latente en el hombre que sólo requería una nueva ilustración para surgir y desarrollarse, entonces dicho
bien habría sido encontrado. ¡Pero no! Dios estaba allí en perfecto amor y en perfecta bondad revelando
el estado del hombre y reconciliando consigo al mundo, — no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados. (2ª
corintios 5: 18, 19). Si ellos Le recibían ahora todo sería perdonado. Pero ellos Le despreciaron en Su humilde
senda de amor y procuraron tener el mundo sin Él. Si usted dice, «Fueron mis padres los que lo hicieron, y si
yo hubiera estado en sus días Le habría recibido», entonces usted es un fariseo pues este fue el terreno
que ellos también asumieron. (Véase Mateo 23: 30). La historia del mundo fue relatada y la condición
del hombre fue demostrada: el relato es, ¡pecar, quebrantar la ley y aborrecer a Dios!
Jesús
une en Sí mismo los dos principios de los Dos Árboles. Como Hijo de Dios Él tenía vida en Sí
mismo; Él era "la vida eterna, la cual estaba con el Padre" y se "manifestó" en el Hijo,
como hombre en la tierra (1ª. Juan 1: 2). Él asume voluntariamente las responsabilidades de Su pueblo, acepta
la copa de la ira, — el juicio divino y justo de Dios contra el pecado; uniendo así en Su propia persona en la
cruz el principio de los Dos Árboles. En su alma santa Él soporta todo el terrible juicio de Dios por el pecado;
Él hace de su alma una ofrenda por el pecado; y lleva nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero. (1ª Pedro
2: 24). Quitando así mediante un acto completo de padecimiento e ira toda nuestra responsabilidad como hijos de Adán:
¡no queda ni un vestigio de ella! Habiendo hecho esto para la gloria de Dios, Él resucita,. — Dios Le resucitó
de entre los muertos y expresó Su perfecta satisfacción y gloria en lo que Cristo había llevado a cabo
situándole como hombre en Su trono en lo alto. De este modo el segundo Adán resucitado y ahora en la gloria
llega a ser la Cabeza de una nueva raza. Les ha quitado las responsabilidades de ellos y ¡ha llegado a ser la vida de
ellos! Él es la vida de todo aquel que cree. El Espíritu Santo es dado como consecuencia de esto y morando en
el creyente nos une a Él en la gloria. Hemos nacido del Espíritu de Dios en el terreno de la redención;
tenemos vida eterna en Cristo y todo lo que se interponía entre nosotros y la justicia de Dios ha sido expiado por
Cristo en la cruz y quitado para siempre, — tanto lo que nosotros hemos hecho como lo que somos. Por lo tanto,
Dios es justo al justificar al hombre que cree en Jesús. Es Su justicia hacerlo.
¿Cuál
es entonces la responsabilidad de los cristianos? Es ésta. El cristiano tiene una vida completamente nueva, —
vida eterna en el Hijo de Dios, — cuyas características son dependencia y obediencia, —
ambas vistas en plenitud en Cristo mismo andando aquí abajo. Con una voluntad perfecta, — Él nunca la
hizo sino que vivió en obediencia indivisa a Su Padre. "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios". (Mateo 4: 4). Aunque Él pudo crear un mundo, él nunca ejerció
Su poder para Sí mismo, — ¡ni siquiera para saciar Su sed del pozo que había creado! (Juan 4), —
sino que vivió en dependencia de Su Dios. Esto fue expresado a menudo, exteriormente mediante la oración, —
toda la noche, a veces, en oración a Dios. ¡Y Él es nuestra vida! Donde dicha vida existe ella debe manifestarse
de algún modo: éstos son sus rasgos principales.
Nosotros tenemos
el tesoro en vasos de barro (2ª corintios 4: 7), pero tenemos derecho a reconocernos muertos; hemos muerto con Él
y estamos vivos para Dios sólo en Él (Romanos 6: 11), para que la vida de Jesús pueda ser manifestada
en nuestra carne mortal. El poder de esta vida es el Espíritu Santo. Cuando nosotros no Le contristamos Él compromete
el corazón con Cristo: con la mirada puesta en Él nosotros todo lo podemos. (Filipenses 4: 13). Siendo conscientes
de la absoluta debilidad en nosotros mismos (pues el poder aquí es sólo pecado), el corazón vive por
medio de Cristo; Él gobierna todos los motivos de nuestras vidas y el poder obra en la debilidad de Su pueblo (2ª
Corintios 12: 9), pues cuando somos débiles, entonces somos fuertes. (2ª Corintios 2: 10).
Entonces ¿cuál
es la responsabilidad del pecador? Es ésta. ¡Cristo ha ofrecido Su sangre a Dios! En el día de la expiación
de antaño, (Levítico 16) el Sumo Sacerdote entraba con el lebrillo de sangre al Lugar Santísimo y la
rociaba sobre el trono de oro de Dios y el lugar santo estaba lleno de una nube del perfume. El incienso provenía de
la quema de los ingredientes que componían el material sagrado; "estacte y uña aromática, y gálbano
aromático e incienso puro" molido en polvo fino (Éxodo 30: 34 a 37), — la minuciosidad de la naturaleza
de un hombre perfecto, (aquel hombre, el Hijo de Dios), presentado como olor grato a los ojos de Dios durante Su perfecto
camino aquí abajo. Fue la sangre de Él la que fue presentada; y aún más, — de Uno que había
soportado primero el juicio y había bebido voluntariamente la copa. Tal fue en parte el sacrificio de Cristo para Dios.
Como consecuencia, es la justicia de Dios situarle en gloria y rasgar el velo de arriba abajo, — cada atributo perfectamente
develado y glorificado por Su obra, y enviar el evangelio al ancho mundo, — ¡a todos! Yo digo que cada atributo,
en efecto, la naturaleza misma de Dios es glorificada más que si nunca hubiera habido pecado. ¿Dónde
podríamos ver el amor al pecador, — dónde la justicia contra su pecado, — dónde
la verdad, la majestad, la santidad, la luz? ¡EN LA CRUZ! La gloria moral de Dios se despliega en esta escena
incomparable donde fue revelada más plenamente de lo que incluso la gloria mostrada la revelará. Así
Él puede decir: "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente".
Pero este es
el lado de Dios, — el primer macho cabrío , por así decirlo, de Levítico 16. (Levítico 16:
7). Hay también otro lado, el tipificado por el segundo macho cabrío: en él no tenemos el lado de Dios
sino el nuestro. Si la sangre del primer macho cabrío era ofrecida a Dios en aquel lugar que era todo oro por dentro
(es decir, la justicia de Dios), el otro macho cabrío nos habla de Cristo como sustituto de Su pueblo en el lugar de
responsabilidad afuera, el altar de bronce; pecados, transgresiones e iniquidades, todos eran confesados sobre su cabeza y
era enviado a la tierra del olvido divino. (Levítico 16: 21, 22). Sobre la base de que Cristo ofreció Su sangre
a Dios yo puedo hablar a un mundo de pecadores acerca de la gracia de Dios y de que Él desea que todos entren. No hay
nada que lo impide, — ¿quiere usted venir? Es el lugar de encuentro con Dios para todo pecador en este mundo
que quiera venir a Dios por Él.
Usted dice,
«Yo no tengo poder, debo esperar mi llamamiento; no puedo venir hasta que Dios me dé poder para aceptar».
Aquí es donde muchos yerran. Ellos esperan capacidad y hablan de falta de poder; pero Dios ¡nunca atribuye responsabilidad
al poder sino a la voluntad! Suponga usted que su hijo está fuera de esa puerta cerrada y usted lo
llama a entrar. Él rehúsa. Usted llama nuevamente: otra vez él no viene. Usted va a castigarlo por no
haber venido; él protesta y dice: «La puerta estaba cerrada, no podía venir». «No»,
responde usted, «esa no es excusa; pues deberías haber sabido que yo tenía la llave y cuando te llamé
deberías haber sabido que me reuniría contigo y abriría la puerta». Fue su voluntad la
que se lo impidió; el argumento de la falta de poder no excusará a un alma en el día del juicio. Fue
su voluntad la que obstaculizó, — él no quiso venir.
Cuando el pecador
viene a Dios yo puedo decirle otra cosa. Puedo hablarle de la sustitución de Cristo en el segundo macho cabrío
en el día de la Expiación; ya que él había sido invitado en el terreno de la propiciación
ofrecida a Dios, — del primer macho cabrío. Los dos machos cabríos son el cristianismo.
El pecador es
ahora culpable de despreciar las riquezas de esa gracia que se elevó en el triunfo del propio corazón de Dios
por encima de su ruina total. Y aunque ello le habla de un juicio venidero Dios no busca en él poder para aceptar la
gracia de Dios en Cristo, sino que le revela que Dios ha aceptado lo que Su Hijo Le ofreció por el pecado;
que así Su corazón tiene ahora un canal justo para expresarse, a saber, por medio de esa sangre preciosa. Entonces,
¿qué es lo que obstaculiza? ¿Su voluntad? ¡Lamentablemente, su voluntad!
Consecuentemente,
usted siempre encontrará en la predicación o enseñanza del Apóstol Pablo que él no trata
a los hombres por sus pecados en detalle (aunque también ellos son culpables de ellos), sino por resistir al Espíritu
Santo enviado desde el cielo en Su testimonio de gracia. "Menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad".
(Romanos 2: 4). "Mirad, despreciadores, y maravillaos y pereced". (Hechos 13: 41 – VM). Ellos son culpables
por despreciar la gracia de Dios, — el Espíritu de gracia que brega con ellos, y están atesorando para
ellos mismos "ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios". (Romanos 2:
5). Los hombres aborrecieron la gracia y la humilde revelación de Dios en Cristo aquí abajo, "Sin
causa me aborrecieron" (Juan 15: 25); y despreciaron la revelación del amor perdonador que se elevó
en el triunfo de Su amor por encima del aborrecimiento.
Luego viene
la acción final del juicio en el Gran Trono Blanco donde nuevamente es encontrado el principio de los Dos Árboles
del paraíso. El libro de la vida señala la soberanía de Dios, y los libros en los cuales estaban
detalladas las obras de los hombres señalan la responsabilidad de ellos, y estos son juzgados según
ellas, ¡y lanzados al lago de fuego! Los hombres no son juzgados por lo que ellos son ¡sino por lo que ellos han
hecho! (Apocalipsis 20: 11-15).
Si nosotros
examinamos la Escritura encontraremos estos dos principios uno al lado del otro. Si hay un lado calvinista, por así
decirlo, en el pastor que busca una oveja quieta, y en la diligencia de una mujer que barre la casa por una moneda inerte,
¡hay también un lado arminiano en un hijo pródigo que regresa a su padre! (Lucas 15).
En cuanto a
los Evangelios, como ya ha sido comentado, Mateo, Marcos y Lucas dan a conocer a usted a Cristo presentado a la responsabilidad
del hombre y por consiguiente invitan a los hombres a 'venir'; y Juan, en cambio, nos presenta a Dios que ha venido
al hombre y la elección soberana que caracteriza todos Sus modos de obrar. No hay ni una sola invitación en
ese conmovedor Evangelio para que un pecador 'venga'. El lamento de Su corazón es que a pesar de todo el
testimonio que habían tenido, "No queréis venir a mí para que tengáis vida". (Juan 5:
40). Y, "Al que a mí viene, no le echo fuera". (Juan 6: 37).
En la 1ª
epístola de juan capítulo 4 y versículos 9 y 10 nosotros encontramos también el principio de los
Dos Árboles, — a saber, el Hijo de Dios manifestado para que tengamos vida. Cuántas veces usted
ve a un alma en una agonía de ejercicio sólo porque la vida está allí antes de que ella
conozca toda la bendición de la obra de Cristo el cual fue hecho "propiciación por nuestros pecados"
(versículo 10); llevando todas nuestras responsabilidades como hijos de Adán antes de concedernos Él
vida eterna.
Si agrada al Señor ayudar
a las almas con este breve examen de estos temas trascendentales y aclarar la visión de algunos, ello será una
nueva misericordia de Sus manos.
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. – Octubre 2023
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929
(Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).