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LA MUJER JEZABEL, y la voz de la iglesia(F. W. Grant)

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Duración: 44 minutos, 16 segundos

La mujer Jezabel,

 

y la voz de la iglesia

 

F. W. Grant

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

La Historia Profética de la Iglesia

 

4ª conferencia

 

Lectura Bíblica: Apocalipsis 2: 18-23

 

Continuamos esta noche con la cuarta de estas epístolas a las siete iglesias, — la epístola a Tiatira. Es sólo la primera parte de esto lo que tendremos ante nosotros ahora. La última parte será reservada para otro momento, si esa es la voluntad del Señor.

 

Hemos llegado ahora a lo que tiene una aplicación muy clara y sencilla al papismo o iglesia católica romana. Hemos estado siguiendo los pasos que conducen a ello; y cuando comencemos a hablar del catolicismo romano (si esta es una verdadera aplicación que estamos haciendo en este discurso ahora), recordemos que Dios lo considera como dentro de lo que en cierto sentido Él reconoce como Suyo. No quiero decir que Él reconoce a la mujer Jezabel, sino que Él reconoce a la iglesia de Tiatira, que es donde la mujer Jezabel está. No se trata de algo que está afuera con lo cual nosotros no tenemos nada que ver, sino que simplemente debemos dejarlo estar. No se trata de algo que haya surgido independientemente, fuera de nosotros (aunque ciertamente estamos separados de ello), es algo que es sólo el resultado legítimo, el fruto maduro completo de lo que hemos visto madurar en epístolas anteriores.

 

De hecho, nosotros hemos estado trazando su ascenso gradual. En primer lugar, la Asamblea de Dios, — los llamados a salir perdiendo su lugar separado como tal, y convirtiéndose en una "Sinagoga", — una mera reunión de personas que se reúnen indiscriminadamente, por así decirlo. Luego hemos visto la designación de una clase distinta de sacerdotes para que estén entre Dios y el pueblo, porque el pueblo era ahora ajeno, de hecho, y ellos mismos no podían ir a Dios. Esto es lo que entendemos por 'clerecía' o conjunto de personas eclesiásticas que componen el clero. A continuación hemos visto el matrimonio entre la Iglesia y el mundo, — su completo establecimiento en él; y cómo esto necesariamente le dio las cosas del mundo, sólo para convertirlas en carnadas para que hombres mundanos asuman el papel de maestros cristianos, quienes, por otra parte, introdujeron la doctrina de Balaam, enseñando y seduciendo al pueblo de Dios cada vez más a amalgamarse con los que estaban alrededor de ellos y a renunciar a toda pretensión de separación. Esa fue la obra de Balaam con Israel, cuya historia ha sido, por así decirlo, la predicción de la nuestra. Llegamos ahora a la iglesia de Tiatira, — el resultado maduro y completo de esto, — la mujer Jezabel, que está haciendo sistemáticamente, y como profetisa lo que ellos habían hecho como individuos, y con menos pretensión.

 

Yo no tengo la intención de limitarme a lo que es llamado catolicismo romano. Si sólo lo consideráramos de esa manera estaríamos atacando algo con lo cual tenemos muy poco que ver. Pero quiero mostrarles que el principio mismo que es tan claro en el catolicismo rige mucho más ampliamente, de hecho, incluso con aquellos que han salido del catolicismo y que eclesiásticamente están completamente fuera.

 

Sin embargo, yo debo mostrar en primer lugar la aplicación al propio catolicismo romano. Evidentemente, el gran asunto en esta epístola es el hecho de tolerar a esa mujer Jezabel. Esta mujer Jezabel está haciendo ahora la misma obra que los seguidores de Balaam hacían anteriormente. Pero tal como acabo de decir, ellos eran sólo individuos. Ahora la iglesia profesante como un todo lo está haciendo, — porque esta es la fuerza y el significado de "esa mujer". Esta mujer está enseñando y reclamando autoridad absoluta, la autoridad de una profetisa, — que es, de hecho, inspiración para su enseñanza. Ella reclama autoridad infalible. Y sin embargo, conforme a las Escrituras, la mujer no tiene derecho a enseñar. El principio es allí, "no permito a la mujer enseñar". (1ª Timoteo 2: 12). En las Escrituras la Iglesia es siempre la mujer, nunca el hombre. Esto es muy sencillo, porque la Iglesia es aquello que está desposado con Cristo, y es Cristo quien es el Hombre a quien ella debe sujeción. Por lo tanto, es de Cristo que la Palabra tiene que venir a ella. En el momento en que ella misma presume enseñar, en ese mismo momento ella está necesariamente estableciendo una autoridad independiente aparte de Cristo. Ella se rebela contra su propia lealtad a Aquel que es declaradamente su Señor.

 

Aquí es la mujer en el lugar del Hombre. Es la propia Iglesia sustituyendo, por sí y ante sí, a Cristo. Ella lleva también un nombre notable, — Jezabel, nombre que nos lleva de regreso a los días de Acab, rey de Israel, — a aquellos días de la peor parte de la historia de Israel y de alguien que aunque reina de Israel era cananea, idólatra e implacable perseguidora de los santos y profetas de Dios.

 

Apenas necesito señalarles cuán notablemente este nombre de Jezabel se ajusta al bien demostrado carácter de la iglesia católica. Si ustedes avanzan hasta Babilonia la grande, la mujer del capítulo diecisiete de este libro de Apocalipsis, la encontramos ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús. Y ella es allí señalada como estando sentada sobre siete montes, (Apocalipsis 17: 9) y como la ciudad reinando sobre los reyes de la tierra.

 

Su nombre es de otra manera notable. El significado más comúnmente aceptado de la palabra Jezabel es "casta". Mientras que el Señor habla de su fornicación y de herir de muerte a sus hijos, la pretensión de ella es exactamente lo contrario. Ella pretende ser la casta esposa de Cristo; y en el capítulo diecisiete es llamada la ramera. (Apocalipsis 17: 1, 15, 16).  ¿Cuál es su carácter? Todos saben que ella reclama infalibilidad para sus enseñanzas, — ello es su jactancia. Ninguna iglesia ha llegado tan lejos como Roma lo ha hecho. Ella afirma ser profetisa, y por lo tanto que ella habla con autoridad de parte de Dios, proféticamente, y sin embargo, al mismo tiempo enseña y seduce a los siervos de Dios "a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos". (Apocalipsis 17: 20).  Ella está poniendo el sello de Dios en la iniquidad más horrible.

 

El comienzo mismo del discurso tiene aquí una marcada referencia a su enseñanza. En otros casos ustedes encuentran al Señor presentándose en un carácter adecuado al estado que Él está abordando. Aquí Él se presenta como "el Hijo de Dios". No hay nada más distintivo en la enseñanza de Roma que el hecho de que Él es simplemente el Hijo de María. Ellos exaltan a María por encima de Él de todas las maneras posibles. Dicen que María es una mujer y tiene un corazón tierno; por lo tanto, acudan más bien a María. Asimismo, María es madre y puede dar órdenes a su Hijo. Incluso si ellos Le consideran Dios esto sirve no obstante para exaltar más a María, porque entonces María es la madre de Dios y reina del cielo. Esa es la blasfemia de Roma. Por lo tanto, el Señor toma aquí claramente Su correcto título de Hijo de Dios. ¡Qué sorprendente es ello! Si nosotros lo examinamos, encontraremos que cada palabra es aplicada de la manera más completa a aquello de lo que habla. Esta mujer Jezabel es la Iglesia en el lugar de Cristo; rebajándole, podemos decir, de todas las maneras posibles para exaltarse a sí misma; desestimando Su Palabra para introducir la suya propia, y reclamando para su palabra esa autoridad que ella niega a la palabra de Dios misma.

 

Ustedes ya saben cómo ella la niega. Ella les dirá, — exaltando al mismo tiempo su propia tradición a un nivel con ella, — que no hay duda en absoluto de que se trata de la palabra de Dios; pero ella les dirá al mismo tiempo que ustedes no pueden entenderla si no oyen su enseñanza. Prácticamente es su enseñanza lo que ustedes tienen que oír: tal como ella aplica mal la Escritura, ustedes tienen que 'oír a la iglesia', y les presentará Mateo 18: 17 para ello. Si por otra parte ustedes preguntan de qué manera van a conocer a la Iglesia, ella les dará características tales como Unidad, Santidad, Catolicidad, Apostolicidad (ninguna de las cuales, manifiestamente, es aplicable a ella); ¡pero ella no los enviará a que ustedes averigüen su carácter desde ese libro mismo que ella llama la palabra de Dios, y al que alude a favor de su propia autoridad! Ella abre el libro para mostrarles un fragmento de una frase, — oigan ustedes "a la Iglesia", — y luego lo cierra herméticamente entre sus manos completamente cerradas, y dice, con una autosuficiencia que casi la redime de lo absurdo, — "«y esa soy yo misma; ¡ustedes deben oírme!»  Así que, de hecho, lo que ella inculca es la credulidad más ciega posible.

 

Pero yo no me detengo en esto más tiempo. Nosotros queremos tener algo que nos concierne. Y creo que no hay dificultad en encontrar lo que nos concierne abundantemente en los principios mismos que están involucrados en esto. Podemos pensar que nosotros mismos estamos bastante afuera del catolicismo romano, aun cuando estamos sosteniendo los mismos principios del propio catolicismo. Es posible que nosotros tengamos la raíz, mientras negamos el fruto propio del árbol; pero, amados amigos, no hay duda alguna acerca de que la raíz se encuentra en todas partes en la tierra, y también mucho fruto. Esa raíz es la autoridad de la Iglesia para enseñar, — para pronunciar lo que ustedes deben oír, como , en cierto sentido, autoritativo, porque ella lo enseña.

 

Obviamente, cuando yo digo esto, admito plenamente que eso es mantenido en grados y formas muy diferentes. Si considero el Ritualismo anglicano encontraré, por ejemplo, pretensiones casi tan elevadas como las de la propia Roma, sólo que conectándose con un catolicismo antiguo de cuyas tradiciones ellos son meramente los celosos guardianes. Esta sigue siendo la Iglesia infalible que profetiza, sólo que con una infalibilidad menos tangible, y doctrinas menos específicas.

 

Pero la iglesia que enseña no está necesariamente relacionada con esta pretensión en absoluto. Si nosotros miramos a través de la cristiandad encontraremos a casi todas las pequeñas sectas en ella profesando definir por sí mismas las doctrinas que ellas sostienen y en las que ellas insisten en que sus miembros las sostengan. Yo no quiero decir que ellas reclaman infalibilidad en absoluto, o que no apelan a la bendita palabra de Dios para lo que sostienen como verdad. Eso, obviamente, está bien y en su lugar, pero me refiero a algo muy diferente de eso. Quiero decir que si ustedes toman, por ejemplo, las iglesias de la Reforma, y las que han surgido de ellas desde entonces, encontraremos que todas ellas se aferran a este principio, — a saber, que la Iglesia debe enseñar, y que es necesario que un cuerpo de doctrina deba ser presentado como enseñanza de la iglesia al que se pueda apelar, y que pueda responder por la verdad que sostienen sus miembros. En esto tenemos, a pesar de su disfraz, lo que yo puedo llamar un principio esencial del catolicismo, — la autoridad de la Iglesia en lugar de la autoridad de Cristo, — la Iglesia pretendiendo presentar una palabra que es autoritativa a aquellos que, si no son miembros de Cristo, son nada.

 

Consideremos esto un poco más a fondo. Como he dicho, en primer lugar, existe esta pretensión acerca de ello, — la Iglesia afirma ser una maestra. Yo no diré ahora una maestra infalible, — eso sería catolicismo romano puro, pero no obstante, una maestra. Y aquellos que se adhieren a la Iglesia, cualquier iglesia que pueda ser, de todas maneras están obligados a someterse a su enseñanza. Ahora bien, si tomamos la Escritura, cuán completamente contraria es ella a todo esto. En primer lugar, ¿qué es la Iglesia? La Iglesia es la asamblea del pueblo de Dios, — la asamblea que es el cuerpo de Cristo: sus miembros son miembros de Cristo. Desde el principio hasta el final del Nuevo Testamento ustedes no encontrarán otro equivalente de la Iglesia en el pensamiento de Dios. Lo que el hombre hace de ella es reconocido, lo reconozco; pero eso es otra cosa. Es la Iglesia la que es el cuerpo de Cristo, y a ella pertenece cada miembro de Cristo, y sólo él. Pero una vez dicho esto, la pregunta es: ¿dónde está el cuerpo docente, el cuerpo que enseña? Claramente, el cuerpo de Cristo está compuesto por todos, maestros y enseñados por igual. El niño más joven en Cristo pertenece a ese cuerpo tanto como el más anciano y avanzado. Entonces, ¿cómo es posible que esta Iglesia pueda presentar alguna opinión autoritativa en absoluto? El hecho es que ustedes deben desechar necesariamente esa definición de la Iglesia en el momento en que piensan en su enseñanza. ¿A quién enseñaría ella, — a sí misma, al mundo, o a qué? ¿Acaso no es evidente que ustedes no deben confundir a los maestros con los enseñados? Y si la Iglesia es la maestra, la enseñanza debe ser para los que están fuera de la Iglesia. ¿Y quién enseña a la Iglesia?

 

Cada credo y confesión son, de hecho, la fe en principio de unos pocos, dirigidos a aquellos que están fuera de los pocos que los plantearon. Dicho credo puede ganar adeptos y convertirse así en la fe de un gran número de ellos; pero sea como fuere, la enseñanza autoritativa es sólo la de los pocos que lo originaron, obligando, en cualquier medida, incluso a los maestros del mismo cuerpo posteriormente. Porque cuando ustedes dicen que la Iglesia nos enseña tal o cual cosa, ustedes no se refieren a los maestros del momento. De hecho, puede ser que a ustedes les estén recordando la enseñanza de la Iglesia o los estén declarando culpables por haberse apartado de ella. La enseñanza que obliga (o se supone que obliga) no es la enseñanza de la Iglesia hoy en día, sino la enseñanza de ciertos maestros en el pasado. Entonces, la Iglesia no es aquí la maestra sino que sólo se ha obligado ella misma a recibir tal o cual enseñanza. Todo el peso de un nombre imponente está unido a la enseñanza de quienes si vivieran en la generación actual, no se les reconocería en absoluto la misma autoridad.

 

Pero aparte de la Escritura, que no es lo que se está tratando aquí, ¿qué dio este lugar a los maestros del pasado al cual los del presente no pueden pretender? ¿Acaso no tenemos nosotros el mismo Espíritu que ellos tenían? ¿No tenemos nosotros la misma Palabra para iluminar? Puede ser que nosotros seamos menos espirituales, es cierto, pero ¿no son la Palabra y el Espíritu de Dios tan suficientes para nosotros ahora como cuando estas confesiones eclesiásticas fueron hechas?

 

Si consideramos a Roma la encontraremos más consecuente y por tanto más totalmente equivocada. Ella no exalta el pasado por encima del presente sino que reclama la misma infalibilidad que reside en la Iglesia en todas las épocas. Y como no existen grados en la infalibilidad sus decretos de ayer tienen toda la autoridad de la Escritura misma. Pero aquí la voz de la Iglesia significa la voz del Papa, o del Papa con los obispos y los cardenales; y no sería nada más que una absoluta ironía decirle al simple laico que él tuvo algo que ver con el decreto que declara infalible al Papa, o inmaculada a la Virgen María, excepto en obedecer dicho decreto.

 

Algunos pueden pensar que esto es una objeción, y que 'la voz de la Iglesia' no significa que la Iglesia enseña de otro modo que a través de sus maestros; y esto valdría para Roma mejor que para los cuerpos protestantes, si (y mucho depende a menudo del 'si') si ello pudiera ser mantenido. Pero no puede serlo; porque el maestro no es el instrumento, o portavoz, de la Iglesia, sino de Cristo a través del Espíritu. "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros". (Efesios 4: 11). Y no sólo eso sino que el apóstol Juan puede hablar a los cristianos como teniendo la Palabra de verdad y el Espíritu de verdad, como siendo en un verdadero sentido independientes de los maestros. Leemos, "Vosotros tenéis la unción del Santo", él dice, "y conocéis todas las cosas". Y además: "Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira". (1ª. Juan 2: 20, 27).

 

La infalibilidad existe, ciertamente, y está disponible para cada cristiano; pero es la infalibilidad del Espíritu, no de la Iglesia, ni del hombre: una unción que cada cristiano ha recibido, y que lo hace, como he dicho, independiente de los maestros incluso en un sentido verdadero, — lo cual debemos guardar, sin embargo, de las interpretaciones que la soberbia del hombre pondría sobre ella. Evidentemente el apóstol no quiere decir que los maestros son superfluos o algo que sobresale en el cuerpo de la Iglesia. Él no tiene la intención de hacer maestro a cada hombre, ni que Dios lo mantenga en independencia de los ministerios que Él mismo ha ordenado. Él no quiere decir que nosotros somos unidades aisladas. La Iglesia de Dios es un cuerpo en el que el más alto no puede decir al más bajo: 'No te necesito'. Aquel que rehúsa la ayuda que Dios le proporciona no necesita extrañarse si es dejado para que demuestre la insensatez y esterilidad de la autosuficiencia.

 

Pero, sin embargo, hay verdad, — una verdad profunda y necesaria para nosotros, — precisamente en estas palabras: vosotros "conocéis todas las cosas… y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe". Se trata del conocimiento que brota de la luz del día y de los buenos ojos. Los mejores ojos no servirían de nada en las tinieblas; tampoco la mejor luz si nosotros estuviéramos ciegos. Pero la Palabra es luz, y el Espíritu de Dios ha quitado las tinieblas de nuestros ojos. A los hombres con vista adecuada a la luz del día yo no sólo puedo decirles,  ustedes pueden ver, sino: ustedes lo ven todo. Yo no quiero decir que ven hasta lo más remoto, ni la otra cara de la luna; Simplemente quiero decir que sus ojos pueden ver todo lo que está delante de ustedes. Ustedes no son como un ciego que necesita aceptar bajo mi autoridad que el sol brilla o que las nubes amenazan lluvia. Sin embargo, yo puedo llamar vuestra atención sobre ello o puedo poner ante ustedes un objeto que antes no estaba en vuestro campo de visión. Y este es el correcto oficio de un maestro: no dar autoridad a la verdad, ni decidir por ustedes que tal o cual cosa es verdadera, sino simplemente poner delante de usted es aquello que debe autentificar tanto para ustedes como para mí, — a ella misma como verdad, y a mí como maestro de la verdad.

 

Aquí la Palabra y el Espíritu tienen su propia supremacía con el alma. Ellos, y sólo ellos, son la garantía de la verdad. Ellos, y sólo ellos, son mi verdadera y abundante seguridad en cuanto a doctrina.

 

Pero aquí está el problema con estas confesiones de fe, — confesiones o credos a los que, como ustedes comprenderán, yo no les encuentro el menor defecto como confesión de la fe de quienes las redactaron. Yo puedo dar gracias a Dios por la confesión de Augsburgo (año 1530) como protesta contra el error, pero la rechazo como autoridad para definir o limitar mi fe. Y esta confesión es lo que llegó a ser utilizado como prueba de la verdad y como seguridad para su preservación, — pero de cuán débil ella es como tal toda Alemania da testimonio en este día. Y no es de extrañar, porque así las enseñanzas de los apóstoles (lo que ellos presentaron a la Iglesia como verdad) es desechada, es proclamada como insuficiente e indigna de confianza. ¡La Biblia! ¡Por qué muchos unitarios han de aceptar la Biblia! ¿Entonces qué? Obtengan ustedes una declaración humana acerca de la deidad de Cristo, y eso zanjará el asunto. Yo no estoy acusando a las personas de deshonrar intencionalmente la Palabra o el Espíritu de Dios, pero no obstante, así es de hecho.

 

Ello es el pecado común y la vergüenza de toda la Iglesia de Dios. Yo supongo que ha sido el nuestro, — el de todos nosotros. Y si la incredulidad introdujo estas cosas al principio, la incredulidad las mantiene igualmente. Y nosotros que hemos tenido tanto tiempo en nuestras manos una Biblia abierta, somos proporcionalmente responsables, ¿no es así? Ciertamente mucho más que aquellos que vivieron en los días en que ella recién volvía a ser abierta. Yo no digo que los que sostienen estas cosas las sigan hasta su conclusión, pero estoy justificado al presentar la conclusión a la que ellas pueden ser seguidas. Lo que el Señor dice es cierto en esta aplicación: "Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?" (Mateo 7: 15-20).

 

Y aquí, no se dejen ustedes engañar por el pensamiento común de que los hombres de Dios no podrían enseñar lo que es falso. De esa manera la bondad de un hombre es establecida contra la verdad de la palabra de Dios; y, como ya he dicho, no se permite que la palabra de Dios sea autoritativa porque los hombres buenos hablan cosas diferentes. Hombres igualmente buenos y eruditos que se han esforzado igualmente (suponemos) para constatar qué es lo que ellos enseñan, enseñan, sin embargo, cosas directamente opuestas entre sí. Aun así Dios ha dado su Espíritu para guiar a toda la verdad, y ha dicho: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios". (Juan 7: 17). ¿De qué manera van a conectar ustedes estas cosas para hacer que ellas armonicen? Si ustedes toman la bondad de los hombres como garantía de la doctrina de ellos,  ustedes no pueden hacer la conexión. Así es como muchos prescinden de la autoridad de las Escrituras. Ustedes no deben ser tan presuntuosos como para decir que tienen la verdad. Ustedes pueden tener opiniones. ¿Y qué valor tiene una opinión? Supongamos que ella nos lleva al error. Si es mi opinión, ello es lo que no tengo derecho a tener si la palabra de Dios ha de ser autoritativa. ¿Ha hablado Él ininteligiblemente, o puede Su bendito Espíritu enseñar cosas contradictorias? Nosotros debemos pensar así si consideramos la bondad del hombre y el carácter del hombre, en vez de poner a prueba mediante la Palabra todo lo que el hombre trae.

 

Dios quiso decir y nos lo ha dicho claramente, que mediante la Palabra debemos probarlo todo. Pregunta, ¿se someterán los hombres a ese requerimiento? "Escudriñad las Escrituras" fueron Sus propias palabras, porque "ellas son las que dan testimonio de mí". (Juan 5: 39). Así que los de Berea (¡tan a menudo mencionados, tan poco seguidos!) son mencionados como más nobles que los que estaban en Tesalónica porque, en cuanto a lo que incluso un apóstol dijo, escudriñaban "cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así". (Hechos 17: 10, 11). ¿En qué otro lugar encontraremos certeza en absoluto? Ustedes pueden hablar de presunción pero yo les digo que en presencia de la eternidad nosotros queremos certeza, — algo en lo que podamos apoyarnos que no ceda. Y la falta de certeza es la debilidad de gran parte del protestantismo evangélico. La incredulidad es positivismo (sistema filosófico que admite únicamente el método experimental y rechaza toda noción a priori y todo concepto universal y absoluto), y Roma es tan audaz como siempre con su pretensión de poseer la verdad absoluta. ¿Cómo enfrentarán ustedes a las dos cosas, si sólo ustedes no están seguros? El católico romano se dirige a ustedes de manera natural y les dice: «¿Acaso no quieren ustedes certeza?» Yo digo: «Ciertamente la quiero, y por eso acudo a lo que sólo puede dármela, — a saber, la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios». En el momento en que ustedes introducen otras fuentes, la palabra de Dios desaparece.

 

Tomen ustedes, por ejemplo, a la así llamada Iglesia de Inglaterra: si tal o cual persona enseña el error ellos no llevan la Biblia al tribunal de justicia y, presten ustedes atención, ella no tiene lugar allí. Yo digo claramente que al juzgar lo que es herejía ella no tiene nada más que hacer como si no existiera. El Libro de Oración de dicha iglesia es el que debe decidir; y si la supuesta herejía no es condenada por el Libro de Oración, el hereje tiene derecho a sostenerla, por muy evidente que pueda ser la herejía. Eso es por lo que los cristianos se quejan en todo sentido pero no lo imputan a la fuente correcta. Ellos no ven que es la necesidad misma de un credo, credo que ellos suponen que asegurará la verdad, — que el efecto necesario del credo es que éste elimina por completo el estándar real de la verdad del tribunal de justicia y pone otra cosa en su lugar. Nosotros no necesitamos cuestionar la piedad de los hombres que compusieron el credo; sin embargo, ¿cuál es el resultado? Obviamente, ellos no podían prever cuáles nuevas herejías surgirían; no podían proteger cada brecha. Ellos no eran prescientes como lo es el Autor de la Escritura. De modo que la notable seguridad de ellos para la verdad está en realidad en la forma en que ellos tratan el error. Han impedido que Dios lo resuelva a Su manera, y la incredulidad de ellos en Su sabiduría y Su cuidado los ata de pies y manos, y los entrega al enemigo.

 

Permitan ustedes que yo pregunte seriamente, ¿realmente piensan ustedes que el pensamiento de Dios es realmente menos cierto, menos claro, menos franco, que la palabra del hombre? Ustedes dicen que las personas profesan encontrar esta y aquella doctrina en la Escritura. Es muy cierto; pero, ¿ustedes realmente quieren decir que, después de todo, la palabra del hombre es más clara, y por tanto puede ser una mayor seguridad que la palabra de Dios? Si ustedes se dan cuenta de que ella es Su Palabra, ciertamente no pueden argumentar así. ¿Acaso no es Dios hablando al hombre, — un Padre a Sus hijos? ¿Acaso no habla Él incluso a los niños, — no a los doctos, sino a los indoctos? Si todo esto es verdad (y es la verdad más sencilla que puede haber), ¿cuál debe ser el resultado? El resultado es que la palabra de Dios debe ser más sencilla, más verdadera y más segura para confiar en ella, con diferencia, de lo que cualquier posible credo humano pueda ser. Y complementarla con un credo, un credo autoritativo es, de hecho, suplantarla: equivale a decir que Dios no ha hecho por nosotros lo que el hombre puede hacer; que Dios no ha cuidado de nosotros ni siquiera con el cuidado que tenemos los unos por los otros.

 

El siguiente resultado de un credo humano es necesariamente el sectarismo y el cisma. Yo sé que esto es un asunto muy pequeño a los ojos de la gente ahora, y concedo que hay algo que es peor a los ojos de Dios, — a saber, esa falsa unidad que las personas reivindican en Roma, — una unidad no interna y espiritual sino externa, asegurada por una represión autoritaria de toda disidencia de ella. Esa unidad rigió de manera práctica durante siglos; ¿y cómo llamamos a esos tiempos? Los llamamos verdaderamente La Edad Oscura , La Edad Media: esa época fue cuando lo que dictaba la Iglesia (en oposición a la palabra de Dios) tenía más autoridad.

 

Allí donde no hay poder para reprimir la disidencia de esta manera el resultado de un credo autoritativo es producir divisiones. Siendo meramente humano este credo no será perfecto, obviamente: dará la medida del conocimiento de su autor y, de manera muy natural, llevará también las marcas de su fracaso dondequiera que él no haya logrado aprehender la enseñanza de la Palabra. Estos errores están ahora, al igual que la verdad misma, ligados todos por la misma autoridad. Las personas deben someterse y violentar sus conciencias, o respetar sus conciencias y salir. La confesión o credo se convierte así en un distintivo del grupo. Dicha confesión une a las personas mediante las mismas creencias en las que difieren de otros cristianos, de quienes ellas no pueden sino reconocer que andan tan piadosamente como ellas mismas. La Escritura misma tiene que ser interpretada en conformidad con el credo, y donde ella no puede ser silenciada abundan los sectarios y las doctrinas son cambiadas de su diseño de edificación para ser las consignas impías de la lucha interna.

 

De este modo nosotros hemos perdido el bienaventurado nombre de cristianos de manera práctica, y se nos conoce como episcopales, presbiterianos, bautistas, — nombres derivados únicamente de nuestras diferencias. Nuestras diferencias son exaltadas por encima de lo que tenemos en común, y el cuerpo de Cristo es desgarrado en muchos cuerpos que se convierten, por lo tanto, en organizaciones humanas, no divinas. La Iglesia de Dios es reconocida como la iglesia verdadera, pero ella es invisible. Hay iglesias que funcionan en la práctica, que se adaptan mejor a los muchos pensamientos de los hombres, y que ellos pueden regular a su propia satisfacción.

 

¿Quién toma el capítulo 12 de la 1ª epístola a los Corintios como definiendo la iglesia actual a la que él pertenece? ¿En qué Iglesia la 'membresía' no es ni más ni menos que ser miembros de Cristo? ¿Quién considera el capítulo 14 de la misma epístola como regulando la reunión de la iglesia? Sin embargo, el apóstol exhorta allí a todos los que pretenden ser espirituales a reconocer que las cosas que él les escribe son mandamientos del Señor. (1ª Corintios 14: 37). ¿Es todo esto anticuado y cosa del pasado, o es aplicable a un cuerpo invisible que no se encuentra en ningún lugar de la tierra?

 

Por otra parte, ellos nos dicen que —

 

«La Iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles en la que la palabra pura de Dios es predicada y los sacramentos son debidamente administrados», etc., y que

 

«La Iglesia tiene poder para decretar ritos o ceremonias, y autoridad acerca de controversias de fe».

 

¿De quién es esta voz? No es la de Jezabel: En lo que dice la Iglesia de Inglaterra no hay ninguna pretensión de infalibilidad, sino todo lo contrario, ella afirma: la Iglesia 'no debe ordenar nada que sea contrario a la palabra de Dios escrita' y hay peligro de ello, pues 'así como la iglesia de Jerusalén, Alejandría y Antioquía han errado, también la iglesia de Roma ha errado, no sólo en su modo de vivir y en sus ceremonias sino también en asuntos de fe.'

 

Esto no es infalibilidad sino, en contraposición, es un reconocimiento muy simple del peligro de someterse a esa autoridad que la Iglesia dice que tiene. Sin embargo, ella es mantenida en el poder del cual ella ha abusado, y sólo se le advierte que no ordene nada contrario a la palabra de Dios. Pero, ¿quién va a decidir si ella lo hace? ¿Y qué debemos hacer nosotros si ella lo hace? ¿Conformarnos a pesar de la conciencia o salir de la Iglesia? Lo uno y lo otro ha sido hecho por decenas de miles de personas, y la autoridad de la Iglesia ha sido mantenida en la Inglaterra protestante a costa de innumerables conciencias atribuladas y de la separación de los hombres más verdaderos, valientes y piadosos que ella haya tenido jamás. El Acta de Uniformidad vació dos mil púlpitos a la vez. (N. del T.: Acta de Uniformidad = ley inglesa de 1662 entre cuyos efectos causó que más de 2000 clérigos se negaran a prestar juramento y fueron expulsados de la Iglesia de Inglaterra). Sólo el día de la manifestación mostrará cuántos se han sometido no siendo lo bastante fuertes para contender, no lo suficientemente fieles para hacer el sacrificio exigido. ¿Quién es que dirá cuántos en la actualidad violentan sus conciencias cada vez que usan los servicios bautismales? Ellos dicen que no se puede evitar pues la Iglesia tiene autoridad para decretar, y ¡no tiene infalibilidad que la salve de decretar el error! ¿Acaso la palabra de Dios da realmente autoridad donde hay tan manifiesta incompetencia para usarla? Enfáticamente, no. ¡Dios no lo permita! Es el decreto de la Iglesia, no el de Dios; la mujer en el lugar del hombre, y por tanto, confusión.

 

Jezabel va más allá de esto, y sabiamente. Ella no proclama su autoridad y su incompetencia de una vez. Ella es una profetisa y es 'infalible', justamente el único terreno sobre el cual su autoridad puede ser mantenida. Pero ella es enfáticamente predicadora de injusticia, enseñando y seduciendo al pueblo de Cristo a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a fornicar. Se trata de la "mujer" del capítulo trece del evangelio de Mateo que pone levadura en la harina de la ofrenda vegetal (Mateo 13: 33); porque es Levítico capítulo 2 lo que explica la parábola allí. Así como el "árbol" de la tercera parábola en Mateo 13 muestra que el resultado de la palabra del Reino es el establecimiento de un poder similar al de Babel en el mundo (y esto responde a Pérgamo), así la "mujer" de la cuarta parábola corresponde a la "mujer" de la cuarta epístola a las iglesias en Apocalipsis capítulo 2; y la palabra traducida como "harina" en la parábola de Mateo sería traducida mejor por "flor de harina" de Levítico 2.

 

Esa "flor de harina" es Cristo, el pan de vida, el alimento de Su pueblo, y la mujer podría tenerlo lícitamente y distribuirlo. Pero ella está haciendo más, — le está añadiendo lo suyo, y esto es adulterarlo y deteriorarlo. Dios no le ha dado derecho alguno de fabricar la comida de Su pueblo. Si ella añade algo a esa comida, ello es "levadura", — corrupción. La levadura de los fariseos y de los saduceos, y la levadura de Herodes, son lo que el Señor mismo señala como el peligro en relación con el alimento de Su pueblo (Mateo 16: 11, 12; Marcos 8: 15); y Él señala claramente que esto es la "doctrina" de ellos. La doctrina de los fariseos era ritualismo y superstición; la doctrina de los saduceos era incredulidad racionalista; la doctrina de los herodianos era galantear al mundo. Y aquí están todavía claramente las adulteraciones del cristianismo. Es la voz del Hombre, la voz de Cristo, la única que tiene derecho a ser oída por el pueblo de Dios; ´porque cuando la mujer habla, ello es a la vez insubordinación y corrupción.

 

Desafortunadamente, aquellos que en la Reforma protestaron tan noble y audazmente contra los hechos y dichos de la mujer Jezabel, dejaron intacta la raíz de ello al no protestar contra toda legislación eclesiástica en las cosas de Dios. Si ellos hubiesen dejado la legislación al Legislador justo, y reivindicado para la Iglesia el sencillo deber de obedecer a Él, — si ellos solamente hubiesen mantenido la autoridad de Su Palabra , y como poder, solamente el poder de Su Espíritu, ¡cuán diferente habría sido el resultado! En lugar de esto, ellos le quitaron a la mujer la infalibilidad (reconocieron el mal fruto de su enseñanza) y luego, habiéndola declarada malvada e incapaz, la volvieron a colocar como antes, con sólo una advertencia de enseñar verdaderamente y conforme a la Palabra. El resultado natural fue el siguiente, a saber, los hombres, teniendo ahora la Palabra en sus manos, y habiéndose enterado de que la Iglesia era falible, pronto descubrieron que su enseñanza era realmente falsa. Siguió la división, — la discordia, — la duda acerca de toda verdad, — hasta que, por una parte, la incredulidad proclama que nada puede ser realmente conocido, mientras Jezabel mira desde su silla de profeta y pregunta: "«¿Acaso no significa 'babel' 'confusión'?, — ¿dónde está la verdadera confusión? ¿con vuestras muchas voces, o con la mía que es una sola?».

 

Y en verdad, ¿acaso "Babilonia la grande", no se extiende más allá por mucho que su sede pueda estar, y está, en Roma? Cuando el juicio de Dios cayó sobre la antigua ciudad típica, — la sede del imperio del primer apóstata, — y cuando, dispersos necesariamente por la confusión del habla, ellos se separaron y dejaron de edificar la ciudad, ¿acaso los que abandonaron la llanura en la tierra de Sinar no llevaron consigo en la diversa habla de ellos la evidencia de que también ellos sólo fueron obstaculizados mediante ese impedimento eficaz de edificar todavía Babel? ¿Y no son las diversas lenguas del protestantismo una señal de cuán profundamente aborrece Dios la mera unidad externa, terrenal y eclesiástica? — sólo así impedida de ser edificada nuevamente.

 

Sin embargo, no nos desanimemos. Dios y Su verdad siguen siendo los mismos. "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios". (Juan 7: 17). Si nos contentamos con ser hacedores de Su voluntad en debilidad y nimiedad, no procurando hacernos un nombre ni buscando poder, sino la bienaventuranza de gustar la paz y la complacencia de Sus sendas santas, encontraremos que Su verdad es la misma de siempre, y que Su poder se perfecciona aún en nuestra debilidad. (2ª Corintios 12: 9). Si sólo quedaran juntos "dos o tres", literalmente, Su "allí estoy yo" ha provisto no sólo bendición sino autorización para ellos. (Mateo 18: 20). ¿Hubo alguien más con quien caminó Enoc, el cual antaño "caminó con Dios"? No lo sabemos; pero sólo de él (en su generación) está escrito esto. Los "dos o tres" parece asegurarnos que no será exactamente así con nosotros. Pero aun así, nuestros pies deben caminar, por así decirlo, solos con Dios.

 

Consideraremos a Jezabel en otro carácter, si es la voluntad del señor, la próxima vez. Pero ahora les pregunto, ¿acaso estas enseñanzas eclesiásticas, — mucho más amplias que las de Jezabel, — no tienen, de hecho, el carácter que yo les he atribuido, si no se basan ellas en una falsa conjetura de autoridad donde la palabra de Cristo no la da, si no suponen ellas que la palabra de Dios es incompleta y menos clara que la del hombre, y si acaso ellas no han conducido, y no conducen, a la dispersión de las ovejas de Cristo, en lugar de reunirlas? Ellas asumen, sin duda alguna, que están para reunir, no para dispersar, pero nosotros debemos prestar mucha atención a las palabras de nuestro Señor: "El que CONMIGO no recoge, desparrama". (Lucas 11: 23). De hecho, ¿no es el resultado de esto más y más división? — ¿No ha de ser necesariamente así?

 

Y si todo esto es verdad, ¿cuál es nuestro deber cuando la Iglesia presume adjudicarse el lugar de Cristo y reclama la obediencia que es debida sólo a Él? ¿Es humildad claudicar y no decir nada? ¿Es lealtad a Él renunciar a lo que Le corresponde? Seguramente todo siervo Suyo de corazón sincero responderá: No. Que la respuesta sea entonces práctica y franca. Volvamos a la sencilla bienaventuranza de oír Sus palabras y hacer Su voluntad, — al yugo que, siendo Suyo (muy diferente de lo que el yugo de la Iglesia siempre ha demostrado ser), es fácil, y a Su carga, que es ligera. (Mateo 11: 29, 30). Oigamos las palabras que, tal como llegan hasta nosotros desde los siglos del pasado, se aprueban ellas mismas como verdaderamente proféticas: "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias". (Apocalipsis 2: 29).

 

F. W. Grant

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2024

 

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
The Woman Jezebel, and the Voice of the Church, by F. W. Grant
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

Versión Inglesa
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