Durmiendo entre los muertos
F.
W. Grant
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que
además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden
ser consultadas al final del escrito.
La Historia Profética de la Iglesia
6ª
conferencia
Lectura
Bíblica: Apocalipsis 3: 1-6
En
el discurso a la iglesia de Tiatira encontramos al Señor anunciando Su venida, y ordenando a Sus santos que esperen
para compartir en aquel entonces con Él la autoridad que la falsa Iglesia estaba asumiendo que ya tenía. De
este modo, Tiatira nos presenta una fase de las cosas que continúa al menos hasta que el Señor venga por Sus
santos; en realidad no hasta la salida del Sol de Justicia sobre el mundo de la que habla Malaquías sino hasta que
Él venga como la estrella resplandeciente de la mañana, — heraldo del día antes que se levante
el sol.
Por
lo tanto, En Sardis no sólo tenemos un desarrollo de la condición tiatirense, sino en muchos aspectos y como
es fácil ver, tenemos lo que está en total oposición a dicha condición; no tenemos la pretensión
de infalibilidad, no la corrupción de la doctrina (como lo que es prominente), no la persecución de los santos,
no el ejercicio de autoridad en el mismo sentido. Hay ahora una declaración muy sencilla y explícita en cuanto
al carácter de las cosas, lo cual es una falta de poder espiritual, más aún, de vida misma. Aunque Cristo
tenía tanto como siempre "los siete espíritus de Dios", — la plenitud del Espíritu como
antaño y para Su pueblo, — de hecho, aquellos a quienes Él hablaba sólo tenían nombre de
que vivían, y estaban muertos. Ojalá hubiera más dificultad en aplicar esto; pero esto es ciertamente
lo que fatalmente caracteriza, y caracterizó desde el principio, no necesariamente a los individuos, sino a las iglesias
de la Reforma.
Entiéndanme
ustedes bien. Yo no hablo de la Reforma misma cuando digo esto, pues la Reforma fue la bendita obra de Dios, y el Señor
no juzga, ni puede tener necesidad de juzgar Su propia obra. Él se refiere a lo que Su gracia había hecho por
ellos, a lo que habían oído y recibido. La responsabilidad de ellos era prestar atención a ello y guardarlo,
y ya habían fracasado en esto. Este es el motivo del juicio.
Cristo
tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas. Así está representado Él aquí.
No hay falla en el suministro de poder espiritual, no hay falla en Su cuidado por Su pueblo. Sin embargo, hay en ellos una
extraña y terrible carencia. Con más pretensión de la que había sido manifestada anteriormente
de una manera, pues ellos tienen ahora un nombre de que viven, un nombre que se presupone que está en el libro de la
vida, mientras que la condición real de la mayoría es la de muerte, — no de debilidad, sino de muerte.
Hay
excepciones: no solamente los que están vivos, sino más aún, los que no han manchado sus vestiduras,
y de éstos habla el Señor en los términos más efusivos de elogio, y de estas personas Él
dice, "Andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas". Lamentablemente, son sólo "unas
pocas personas". Otros pueden estar vivos pero en una escena de muerte, — ustedes conocen lo que es la contaminación
con los muertos entre los símbolos del Antiguo Testamento (Números 19: 13) , — incluso muchos de los que
están vivos están contaminados. Pero la mayoría está muerta del todo, — muerta con un nombre
de que vive.
Además,
el Señor se refiere a esto en Su promesa al vencedor en Sardis: "El que venciere… no borraré su
nombre del libro de la vida". La mayoría de las personas entiende que el libro de la vida está solamente
en las manos del Señor, y que todos los nombres están escritos en él por Él mismo. Por consiguiente,
los que ignoran el evangelio tropiezan con este borrado del libro de la vida suponiendo que se trata del borrado de los que
una vez fueron salvos. Pero no hay un pensamiento tal aquí. No hay la menor señal de que los mencionados hayan
tenido vida alguna vez: ellos tenían nombre de que vivían, — sólo el nombre.
Por
el contrario, en Apocalipsis 13: 8 encontramos todo lo opuesto en cuanto a aquellos cuyos nombres "están escritos
desde la fundación del mundo en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado", como debiésemos leerlo.
(Apocalipsis 13: 8 - JND; LBA; RV1977. Ello es la garantía de ellos para no ser engañados y adorar a la bestia.
La gracia soberana es la única y suficiente garantía para ellos. Aquí en cambio, en el pasaje que estamos
considerando, el libro ha llegado a las manos del hombre, y el hombre escribe los nombres como le place. Pero el Señor
a Su propio tiempo corrige el libro, y luego Él borra los nombres de aquellos que sólo tenían el nombre.
Ahora
bien, el "nombre de que vives" tiene un significado especial en conexión con los tiempos de la Reforma. No
era y no es en absoluto característico del catolicismo romano poner los nombres de las personas (mientras estaban aquí
en la tierra) en el libro de la vida. Para ellos "Santos" son los muertos y no los vivos. A los vivos ella les advierte
que 'nadie sabe si es digno de favor o de aborrecimiento', y que es mejor no estar demasiado seguros. Sus perdones,
sus indulgencias, sus sacramentos, sólo muestran por su multiplicidad misma cuán difícil es la salvación.
La oscuridad es la esencia de su sistema, y ella prospera gracias a ello.
Por
otra parte, la Reforma recuperó el Evangelio bendito, y la palabra de reconciliación fue predicada con un sonido
inequívoco. La doctrina de la seguridad fue predicada con la mayor energía, y fue estigmatizada por el Concilio
de Trento como la 'vana confianza de los herejes'. Ellos incluso la llevaron al extremo sosteniendo (al menos, algunos
de los Reformadores más prominentes lo hicieron) que la seguridad era la esencia misma de la fe salvadora, y que a
menos que un hombre se supiera perdonado él podía estar seguro de que no estaba perdonado. Claramente, entonces,
el Protestantismo ponía el nombre de un hombre en el libro de la vida de una manera que el catolicismo no hacía.
La
Reforma protestante nos presentó dos cosas inmensas que desde entonces nunca se han perdido del todo: una Biblia abierta,
en un idioma comprensible y, por otra parte, el Evangelio, al menos en algunos de sus rasgos más esenciales. Estas
son bendiciones inestimables que ojalá tuviéramos corazones para valorar más.
Asimismo,
nosotros no podemos hablar de los hombres que fueron los amados instrumentos que tuvieron el honor de legarnos estas cosas
con el suficiente afecto y la suficiente estima. Dios los honró (¡y a cuántos!), llevándoselos
consigo en carros de fuego, de los que salen sus voces, emocionándonos con el acento del cielo que se abre para recibirlos.
Los que los menosprecian tendrán que oír un día sus nombres confesados y honrados por Aquel a quien ellos
sirvieron, como aquellos "de los cuales el mundo no era digno".
Pero,
por otra parte, nosotros no debemos hacer, como muchos están haciendo, que la Reforma sea la medida de la verdad divina.
No son realmente leales a la Reforma quienes aceptan menos que la Escritura como la medida de ellos o como prueba de esto.
Las voces entrecortadas y contradictorias que son oídas en el momento en que el asunto ya no es el evangelio sino la
Iglesia y su gobierno, nos aseguran que si la Escritura ha hablado en cuanto a esto, las iglesias de la Reforma no nos transmiten
en esto su expresión, como ella lo hizo en el evangelio. El Luteranismo no es Calvinismo, la Iglesia de Inglaterra
no es la Iglesia de Ginebra aquí. Es necesario que nosotros, querámoslo o no, tomemos la Escritura para decidir,
en medio de afirmaciones tan contradictorias, y cuando lo hacemos encontramos sin gran dificultad que ninguna de estas nos
lleva de regreso a la Iglesia como ella era al principio, — el cuerpo de Cristo, o la Casa de piedras vivas, —
en absoluto. (1ª Pedro 2: 5).
En
lugar de esto y como es bien sabido, las iglesias de la Reforma fueron esencialmente iglesias nacionales, — no en todos
los países capaces de alcanzar el ideal completo, como en Francia, donde Roma conservó su ascendencia por medios
tan crueles, pero aun así siempre de aquel modelo. Roma, obviamente, había preparado el camino para esto. Las
naciones de Europa ya eran naciones cristianas de manera profesada, y no era de esperar que aquellos que escaparon de la tiranía
de Jezabel renunciaran a su larga reivindicación hereditaria de cristianismo. La adopción de un credo evangélico
no podía cambiar la realidad de lo que ellos eran. Es cierto que ellos aprendieron la fórmula, inscribieron
sus nombres en los libros de la Iglesia como protestantes, aprendieron a luchar ferozmente por el evangelio de la paz, —
y, ¿cómo pueden ustedes negar el derecho de ellos de ser cristianos? Sin embargo, para los muchos no era más
que un "nombre de que vives". (Apocalipsis 3: 1).
Debemos
aprender a diferenciar dos elementos en la revolución eclesiástica de aquellos tiempos. Hubo, en primer lugar,
una obra de Dios muy poderosa y evidente. Las Escrituras, liberadas de su encarcelamiento en una lengua extranjera (el latín),
comenzaron a hablar a los corazones humanos receptivos con la decisión y convencimiento que sólo la palabra
de Dios puede tener. Cristo comenzó una vez más a enseñar como Uno que tiene autoridad y no como los
escribas. La bienaventurada doctrina de la justificación por medio de la fe llevó por todas partes a las almas
que se hallaban presas en la esclavitud, a la libertad y al conocimiento de un Dios-Salvador. El yugo eclesiástico
ya no podía retener a aquellos a quienes la verdad había libertado; y allí donde Cristo se había
convertido así en el legítimo Señor del alma, la autoridad de Roma no era más que la tiranía
del Anticristo.
Este
fue el primer y más poderoso elemento en el Protestantismo; no un movimiento político sino un movimiento de
fe. Lutero, solitario, en la ciudad de Worms, en presencia del poder político más poderoso de Europa, fue el
testimonio de Dios de que la obra era de Él: Su fuerza se manifestó en la humana debilidad. Si se hubiera mantenido
ese lugar de debilidad en todo momento, si sólo se hubiera permitido a Dios mostrar que el poder era sólo Suyo,
¡cuán diferente habría sido el resultado! Y se le debe al nombre más importante del protestantismo
reconocer que, en lo que respecta a las armas carnales, Lutero les habría negado con justo motivo un lugar en una guerra
que era de Dios. Llamar al Protestantismo esencialmente un movimiento político es hacerle una injusticia flagrante
y contradecir los hechos más evidentes.
Aun
así nosotros no podemos ignorar el elemento político que pronto entró en dicho movimiento. Roma había
hecho que las naciones en todas partes sintiesen la mano de hierro de su despotismo, y la reacción nacional contra
ella fue el resultado natural de su intolerable e insolente opresión. La tristemente célebre maldad de sus líderes
había destruido hacía mucho tiempo todo respeto verdadero. Su poder se reducía ahora a una superstición
excesiva y degradante. Ella vivía de los vicios de los hombres y de sus temores; y allí donde la luz caía
y disipaba las tinieblas, también los temores eran eliminados, si no eran eliminados los vicios. Los hombres aprendieron
a mirar al poder ante el cual se habían amedrentado con sentimientos contrarios, profundos en proporción a la
profundidad anterior de ellos. Sus intereses, políticos y de otro tipo, coincidieron con el movimiento espiritual que
el poder divino había producido. Soldados, políticos, gobiernos, hacían causa común con los hombres
de fe. Era difícil no aceptar a esos aliados aparentemente enviados por Dios, cuando por todas partes la persecución
causaba estragos. El movimiento aumentó en poder e importancia externos; pero su carácter fue en esa misma proporción
rebajado y pervertido.
En
ese estado de cosas se necesitaba principios definidos que dieran cohesión a elementos que, según ellos, el
Espíritu de Dios ya no bastaba para unir. Afuera estaba la presión de Roma, un cuerpo compacto e inmensamente
poderoso, armado, entrenado e intensamente hostil. La organización fue pronto una necesidad: ¿pero de qué,
o de quién? Haber proclamado la verdadera Iglesia habría sido desechar a sus aliados, asegurar la continuación
de la persecución y el vituperio, dejar sin estorbo a Roma triunfante. Yo no digo que el verdadero pensamiento acerca
de la Iglesia nunca se les haya ocurrido; pero sí digo que la alianza de ellos con el mundo fue un medio seguro de
impedir que ellos lo vieran. En lugar de mantener el verdadero lugar de la Iglesia, fueron formadas iglesias nacionales con
credos evangélicos como piezas de gobernanza y poder político para respaldarlos, — credos no divinos.
De
estos credos ya hemos hablado bastante, pero aún queda mucho más por decir. Es fácil ver que si un credo
hubiera sido necesario para Su Iglesia, la sabiduría de Dios podría habernos dado fácilmente uno infalible,
y Su amor no podría haber dejado de hacerlo. Por el contrario, Él nos ha dado aquello que Él proclama
como idóneo para preparar enteramente al hombre de Dios para toda buena obra, pero que la gente siente de inmediato
que es tan diferente de un credo como puede serlo. (Véase 2ª Timoteo 3: 16, 17).
¿Por
qué las personas quieren un credo? Ellos quieren algo que pueda ser leído más clara y fácilmente
que la Escritura. Para ellos la Escritura es imprecisa; un credo debe ser preciso. De la Escritura cada uno entiende lo que
quiere; lo que ellos quieren es algo diferente, algo que no sea susceptible de dos significados, algo que sea claro para todos,
— para espirituales y para no espirituales, para la Iglesia y para el mundo por igual.
Yo
he estado afirmando anteriormente que la Escritura es realmente más clara, más evidente que cualquier palabra
de hombre, — además de estar escrita con infinita sabiduría como para satisfacer, como ninguna otra cosa
puede hacerlo, los pensamientos del hombre en cada asunto, de modo que es la única defensa y protección contra
la herejía hasta el fin de los tiempos. Esta es la sencilla verdad; pero sin embargo yo voy a reconocer lo que puede
parecer una contradicción con mis palabras anteriores, a saber, que desde el punto de vista de ellos hay algo de verdad
en lo que ellos afirman como estando entre la Escritura y un credo.
Yo
digo, desde el punto de vista de ellos — pues las palabras del apóstol nos limitan un poco cuando hablamos
de la inteligibilidad de la Escritura. "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de", — ¿de qué? "de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra". (2ª Timoteo 3: 16, 17). La Escritura,
útil para enseñar como ella es, necesita un estado de alma para su correcta comprensión. No necesita,
ciertamente, grandes logros, erudición humana, investigación profunda, sino (lo que también puede ser
encontrado en el de más baja condición social y pobre) consagración, — que seamos hombres
de Dios: lo que todos los cristianos son, ciertamente, por posición y profesión, pero, lamentablemente, no lo
que todos son de manera práctica. Este es el ojo sano que debemos tener para que el cuerpo esté lleno
de luz. (Lucas 11:34).
Pero
siendo esto así nosotros podemos ver fácilmente que la Biblia no es sólo el libro para un tribunal de
justicia, y no es el libro para un credo nacional. La verdad en ella no está destinada a ser accesible meramente para
la mente natural. Su verdad no está expresada en tantas doctrinas; y si ella no lo está, si es tan esencialmente
diferente a un credo, por ese mismo motivo podemos creer que nada parecido a un credo estuvo en el diseño de Dios.
Él no tuvo la intención de dar algo que sirviera como lema para el partidismo político, o un estandarte
que sirviera para cualquier otro propósito que no fuera la guerra espiritual. El nacionalismo, la unión de los
vivos y los muertos, nunca estuvo en Su pensamiento. Él tuvo la intención de que la espiritualidad fuera una
primera necesidad para el discernimiento de Sus pensamientos; y cuando los hombres rechazan la bendita palabra de Dios por
el credo más sencillo de ellos, muestran realmente que en esto están en contraposición a Él.
"Tienes
nombre de que vives, y estás muerto" es la descripción moral exacta, así como la condena, del nacionalismo:
y de más que esto, sin duda, pero aún de esto. No es la Iglesia de Dios en absoluto, sino un mundo cristianizado
con cristianos esparcidos dentro de él, — un lugar tan contaminante que sólo unos pocos mantienen realmente
sus vestiduras sin mancha. Conectado con la verdad, como no lo está el catolicismo romano, tal sistema traiciona la
verdad que profesa defender. El carácter de los días postreros es desarrollado por ese sistema: "Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos", reteniendo todo lo que
les era natural bajo el ropaje del cristianismo y, "tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia
de ella". (2ª Timoteo 3: 2-5).
Este
es el efecto de la verdad popularizada, — popularizada como Dios nunca tuvo la intención de que Su verdad lo
fuera. Obviamente, ustedes verán la diferencia que hay entre esto y la predicación de Su verdad, ciertamente
verán que nada es más conforme a Su pensamiento. Su evangelio ha de salir a toda criatura y nosotros no seremos
propensos a exagerar las bendiciones de una Biblia abierta. Pero por verdad popularizada me refiero a aquello de
lo cual ya hemos estado hablando, la verdad convertida en un estandarte de grupo como para ser aceptada por aquellos con quienes
Cristo no está; porque Él nunca fue popular, y Él no lo es.
Verdad
popularizada significa verdad que ha perdido su poder. Puede ser la verdad por la que murieron los mártires, la verdad
que cuando fue dada por primera vez por Dios, o dada de nuevo, estaba llena de poder vivificador. Popularizada, hasta ahora
carece de vida, — no hay ejercicio de alma al recibirla, no hay cruz alguna al profesarla. Ellos han recibido de sus
padres lo que sus padres recibieron de Dios; sus padres la confesaron sometidos a vergüenza; para ellos es una honra.
No hay nada que ponga a prueba la conciencia, nada que les haga preguntar: «¿Me atrevo yo a aceptar
esto sin aprobación humana para recomendarlo, es más, frente a toda desaprobación humana?» Sin
embargo, sólo así la hemos obtenido verdaderamente de Dios. Los mártires de los cuales ellos hablan,
la aceptaron así, y padecieron por ello; ellos la aceptan de sus padres. — un principio que habría condenado
a los mártires, — y la aceptan sin el más mínimo pensamiento acerca de ser mártires.
La verdad es proclamada como impotente por las vidas impías de sus profesantes, mientras la impiedad es recomendada
mediante la práctica de aquellos que son ortodoxos en cuanto a la verdad. Y así la verdad tiende a extinguirse
por sí misma, como sin valor, permaneciendo todo el tiempo en el credo nacional, embalsamada como un memorial del pasado.
"Sé vigilante, y corrobora las cosas que aún quedan, las cuales están a punto de morir; porque
no he hallado tus obras perfectas delante de mi Dios". (Apocalipsis 3: 2 – VM).
Nosotros
vemos esto de manera demasiado evidente con respecto a todos los sistemas de iglesias nacionales como para necesitar algo
más que una simple alusión. Es un sistema adaptado a las mentes mundanas y para ser operado por la maquinaria
política. La palabra de Dios no es necesaria para ello excepto para proporcionar un glosario de lecciones, ya que la
norma autoritativa es el credo. El Espíritu de Dios no es necesario para ello, porque las universidades pueden
crear predicadores, y los eclesiásticos ordenarlos y enviarlos aparte de esto. Los cristianos no son necesarios para
ello: ellos son una parte constituyente demasiado incierta de una nación o de su gobierno como para tenerlos en cuenta;
y no hay forma alguna de determinar con certeza quiénes son ellos. Un sacramento, — el bautismo o la Cena del
Señor, — asume aquí el lugar de pruebas menos manejables.
Y
se puede suplicar al Espíritu Santo contristado e insultado que sople sobre la masa sin vida y, por así decirlo,
llene las velas de la nave del estado. Pero Él debe mantenerse dentro de los límites prescritos por el
ritual, la jerarquía y el parlamento o Él será tratado como cismático. Y puede ser comentado cuán
a menudo, de hecho, un cisma surge de un avivamiento grande y manifiesto. Las almas acercadas a Dios y a las cuales se las
hace sentir el valor de Su Palabra y la necesidad de obedecerla no se convierten por ello en meros siervos dóciles
de la religión estatal. El vino nuevo no será guardado en odres viejos. Los Estadistas no son favorables a este
nuevo entusiasmo, y no es de extrañar: pues ello divide la casa que les interesa mantener como una sola.
Pero,
¿acaso no es ésta la historia de las iglesias de la Reforma, de hecho, del protestantismo, durante los tres
siglos de su existencia? ¿No es ésta la verdadera explicación de sus divisiones por las cuales es vituperado?
El Espíritu de Dios no es, ciertamente, autor de confusión, sino de paz; de unidad, y no de desunión.
Pero cuando las personas hablan de cisma, de una división, ellas deberían recordar a qué es aplicable
ese término. Tal como se encuentra en la Escritura, es el "cisma en el cuerpo" lo que está
reprobado, y el cuerpo de Cristo no es una iglesia nacional. (1ª Corintios 12: 25 – VM). Cuando los hombres han
unido a los vivos y a los muertos, cuando ellos han sometido las conciencias a formularios en vez de a la Escritura, a jerarquías
en vez de a Dios, o a jerarquías en nombre de Dios, ¿a qué han obligado a hacer al bendito Espíritu
sino a trazar de nuevo la línea entre los vivos y los muertos que ellos han borrado, entre la palabra del hombre y
la de Dios, entre la autoridad humana y la divina?
Y
Su modo de hacer esto ha sido sacar constantemente del tesoro inagotable de Su Palabra alguna verdad nueva u olvidada que
hiciera lo que la verdad popularizada en el credo casi había dejado de hacer, y que pusiera a prueba las almas de Su
pueblo en cuanto a si en verdad eran ellos los descendientes de aquellos que Le confesaron antaño, cuyos sepulcros
ellos edificaron, y que ellos honraban al recordarlos. La nueva verdad exige una nueva confesión; ella tiene un costo,
y está destinada a costar algo; pues coloca a los que la confiesan en oposición con el curso de vida que los
rodea, y los separa de inmediato de aquellos cuyo único deseo es ir con la corriente, y con quienes la profesión
de Cristo y la Cruz están ampliamente separadas.
Es
indudable que la división puede separar a los verdaderos cristianos entre sí; y esto de que los verdaderos cristianos
se separen es en sí mismo un mal; pero la responsabilidad recae en aquellos que no tienen el oído lo suficientemente
fino como para oír el llamamiento de Dios cuando llega; los que no tienen un ojo sano como para discernir la senda
por la cual el Señor está guiando a los Suyos. Nosotros estamos obligados por la honra que Le debemos a Él
a sostener que no es posible que Él esté guiando a los Suyos en sendas contradictorias, que no es posible que
les niegue la luz necesaria para andar de manera correcta, con independencia de cuan simple o ignorante la persona pueda ser.
Nadie se desvía ni tropieza porque Dios le niegue la luz. Pero "la lámpara (la luz) del cuerpo" es,
de manera práctica, "el ojo" (Lucas 11: 34), — y es la entrada de la luz y ahí está el
obstáculo. De este modo, y de manera bastante dolorosa, se produce una separación entre verdaderos cristianos;
pero el pecado no está con aquellos que se separan de lo que Dios les ha mostrado como malo, sino con aquellos
que permanecen asociados con el mal que está obligando a salir a los fieles de corazón. La separación
del mal, lejos de ser un principio de división, si se siguiera honestamente, contribuirá a la unidad y a la
paz, como conducente a una senda en la que el Espíritu de Dios no contristado podría realmente unir y fortalecer
a Su pueblo. Él no puede unirse con el mal, por lo tanto, dondequiera que el mal es admitido este es un principio,
la norma, de división.
Yo
no estoy, por todo lo anterior, defendiendo el cisma o restándole importancia. Las divisiones del protestantismo son
su vergüenza; y vanagloriarse de ellas es vanagloriarse de la propia vergüenza de uno. El error es múltiple,
contradictorio, cismático. La verdad, aunque polifacética, no es más que una. Es indudable que las sectas,
en su multiplicidad, pueden acomodarse a los gustos religiosos del hombre; pero eso sólo muestra cuán puramente
humanas ellas son, cuán poco divinas.
La
unidad del Espíritu puede ser mantenida, y permitir ciertamente el crecimiento en el conocimiento y en la unidad de
criterio en cuanto a muchas cosas. La Iglesia de Dios tiene lugar para todos los que son de Dios, de cualquier condición,
— padres, jóvenes y niños. Más aún, ella insiste en el mayor amor para con aquellos
que difieren de nosotros en cualquier cosa que no vincule el nombre de Cristo con Su deshonra. Pero eso es algo muy diferente
de lo que está implicado en un credo; y de hecho, yo puedo decir que ello es lo fundamentalmente opuesto. Porque el
credo define de una manera que, si se adhiere a él rígidamente, excluye la tolerancia en cuanto a puntos
que son de menor importancia de manera declarada, donde el Espíritu de Dios enseñaría, no indiferencia,
por cierto, sino el más grande amor; y el credo impone sus definiciones sobre todos de una manera que es más
sentida por los más concienzudos. En lo que respecta al credo es tan necesario creer que un niño es
regenerado cuando es bautizado como lo es creer en el propio Hijo de Dios. Yo concedo que puede haber laxitud práctica
pero para un alma ante Dios eso no basta. Para tal alma, con ojos abiertos, el sometimiento a las instituciones humanas en
las cosas de Dios es justo aquello que ella no puede ni se atreve a consentir.
Hacer
que "haya cisma en el cuerpo" es siempre un error. (1ª Corintios 12: 25 – VM). Separación del
mal a toda costa es una necesidad, y siempre es lo correcto: y de esto ha derivado la frescura y el poder que han caracterizado
claramente a tantos movimientos de este tipo en sus comienzos. Dichos movimientos comenzaron con juicio propio y consagración.
Al menos ellos vieron el mal y se ejercitaron acerca de él, y la medida de verdad que tenían fue mantenida en
poder. Dicha medida de verdad pronto fue sistematizada y en esa proporción su poder comenzó a fallar. Los fundadores
de estos movimientos, si nos fijamos en sus vidas, eran hombres de fe y de poder que padecían y soportaban. El comportamiento
de los adherentes era castigado, simple, primitivo. Cuando el movimiento se organizó, se popularizó, con un
gran número de seguidores, su frescura decayó; y en la tercera o cuarta generación había ocupado
su lugar simplemente como otra secta entre las muchas, jactándose de una historia que no discernía que era una
sátira de su condición en aquel momento.
La
organización, el credo, son para preservar la verdad. Pero, ¿les dieron estas dos cosas la verdad que están
ansiosos por preservar? No, ciertamente, como ellos deben reconocer. Dios en Su amor, Dios en Su poder, ha dado aquello que
el hombre había demostrado su incompetencia para retener; ellos no pueden confiar en que Él lo retenga para
ellos después de que Él lo ha dado. Él ha usado Su palabra para ministrarlo; ellos cambian de actitud
y en vez de usar esa bendita Palabra Suya usan un credo de su propia manufactura para preservarlo. Las generaciones siguientes
siguen el credo de sus padres y no la Palabra. La verdad popularizada ha desaparecido como 'espíritu y vida'.
(Juan 6: 63). Dios tiene que obrar de nuevo y obra afuera de lo que hace poco era un nuevo avivamiento producido por Su Espíritu.
Y
la vida espiritual de la época ha llegado a manifestarse cada vez más en 'avivamientos', los cuales
en la medida en que son realmente eso, son las protestas del Espíritu de Dios contra la muerte imperante que se infiltra
continuamente en todo, y que a menudo están conectadas con nuevas afirmaciones de la verdad cuando las antiguas han
perdido su poder. La advertencia del Señor a Sardis señala esta constante tendencia a la muerte: leemos, "Sé
vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir". "Acuérdate, pues, de lo que has recibido
y oído; y guárdalo, y arrepiéntete". (Apocalipsis 3: 2, 3).
No
es exagerado decir que todo verdadero avivamiento, cualquiera que sea la bendición para los individuos, — más
aún, yo incluso podría decir, en proporción a la bendición para los individuos, — debilita
el sistema de iglesias nacionales protestantes y esto es por los motivos que hemos estado considerando. El Espíritu
de Dios debe obrar necesariamente en oposición a la muerte producida por el sistema, y por lo tanto contra el sistema
que produce la muerte. Las almas vivificadas por el Espíritu de Dios no pueden seguir alegremente bajo una enseñanza
mortal y anticristiana, consolándose ellas mismas con la seguridad del artículo que afirma, «los malos'
que a veces «tienen la autoridad principal en la administración de la Palabra y los Sacramentos», sin embargo
«ministran por comisión y autoridad de Cristo»; "ni podrán dichas almas aceptar siempre el
eclesiástico «yugo con los incrédulos», porque el sistema requiere que 'cada feligrés'
comulgue, independientemente de cualquier otra seguridad en cuanto a su conversión que su bautismo y confirmación
puedan implicar.
No
será algo sorprendente, entonces, encontrar (lo que cualquiera con entendimiento espiritual debe reconocer) que una
gran proporción de aquellos que "no han manchado sus vestiduras", en la historia del Protestantismo, han
sido, de alguna u otra manera, disidentes del sistema de iglesia nacional. La primera generación de reformadores ingleses
eran disidentes de Roma, y Roma hizo todo lo posible para mantenerlos puros mediante las hogueras que encendió para
ellos. Después personas comenzaron a separarse, las cuales por su honesto empeño en estar bien con Dios recibieron
el apodo de 'puritanos'. Yo no necesito decirles cuán grandes nombres se encuentran entre esta clase de personas,
las cuales las generaciones posteriores han aprendido a amar y honrar, — una clase de personas para las que la pena
pecuniaria, el cepo y el encarcelamiento eran cosas familiares. En Inglaterra todo el mundo sabe que la cárcel de Bedford
fue la 'guarida' en la que Juan Bunyan tuvo su memorable sueño, el sueño que inspiró la novela
"El progreso del peregrino". Él estuvo encarcelado en dicha cárcel durante 12 años. En Escocia,
el intento de imponer la prelatura dio una sucesión de mártires y confesantes al nombre Presbiteriano, con quienes,
como en otras partes, su tiempo de persecución fue su tiempo de verdadera bendición, mientras que la iglesia
episcopal de Escocia (anglicana) , que los trataba sin miramientos, había recorrido ya más de la mitad del camino
de regreso a Roma. Con el movimiento bajo Wesley y Whitefield, más cercano a nuestros tiempos, estamos naturalmente
aún más familiarizados y lo que surgió en la Iglesia Libre de Escocia está todavía en la
memoria de una generación que aún no ha desaparecido.
Todos
estos, y muchos otros, ejemplificarán la verdad de lo que he estado diciendo, hasta que en nuestros propios días
los sistemas de iglesias nacionales están mostrando signos evidentes de decrepitud, y de desintegración, y los
católicos e incrédulos están preparando sus canciones de triunfo ante la caída del protestantismo.
Nosotros, que somos capaces de verlo todo a la luz de las Escrituras podemos comprender fácilmente el porqué
de todo esto, y sólo vemos la verdad de la palabra de Dios cada vez más manifestada en ello. El cristianismo
echado como un manto sobre un cadáver ciertamente no puede impartirle vida. La corrupción continuará
de manera oculta, carcomiendo la forma de vida, — lo único que alguna vez tuvo, — hasta que muy cerca del
final el manto caerá y lo que siempre fue verdad se volverá evidente.
Cuando
las iglesias protestantes desaparezcan del todo, o desaparezcan como tales, su protesta no desaparecerá sino que sólo
será transferida a otro Tribunal. El cielo se hará cargo de lo que ellas han dejado caer. Babilonia la grande
caerá bajo el juicio divino, y los apóstoles y profetas, y el pueblo de Dios en todas partes, se regocijarán
de su caída.
Pero
contemplemos ahora un poco el otro aspecto de las cosas. Hemos tenido ante nosotros esta noche algo intensamente doloroso,
más provocador de lágrimas que la corrupción de Jezabel. Allí, la malignidad misma del mal despertó
toda el alma contra él. Aquí está el fruto de lo que al principio fue un movimiento de Dios. Él
puede hablar de lo que ellos habían recibido y oído, y exhortarlos a que lo guarden. (Apocalipsis 3: 3). Todavía
hay "cosas que aún quedan", aunque "están a punto de morir". Leemos, "Sé
vigilante, y corrobora las cosas que aún quedan, las cuales están a punto de morir…". (Apocalipsis
3: 2 – VM). ¿Y cómo no entristecernos intensamente por lo que fue tan bueno en su temprana esperanza,
y recibió su bautismo en la sangre de mártires?
Sin
embargo, la palabra al vencedor aquí nos consuela con su recurrencia. Ello nos une, si tenemos oídos para oír,
con el mismo pequeño remanente que siempre ha estado encontrando su senda a través de tormenta y aluvión
hacia Aquel de cuyo amor ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez,
ni el peligro, ni la espada pueden separar, y en el cual ellos se han aprobado a sí mismos ser, por medio de Él,
más que vencedores. (Romanos 8: 35-37). El hecho de vencer puede ser ahora en una nueva esfera, y la separación
puede tener que ser de hermanos, herederos de grandes nombres en el registro de la fe. Sin embargo, sólo los vencedores son
sus verdaderos sucesores. No los que edificaron los sepulcros de los profetas los representaron o estuvieron vinculados con
ellos, en el relato de nuestro Señor, sino aquellos a quienes Él envió, — para ser perseguidos
por estos mismos admiradores de la antigüedad.
Y
Dios debe enseñarnos la independencia incluso de uno de otro, — esa legítima independencia que surge de
la dependencia real y humilde de Él. En Su presencia, ¿qué eran incluso los más grandes de Sus
seguidores? ¿Cómo puedo yo decir a otro: " Rabí, Rabí", cuando debo tomar de Él
la honra con la que engalano a otro? Si no lo tuviera a Él, ello sería humildad; si lo tengo a Él, es
deshonra para Él.
No
es cisma esta senda separada cuando no me guía mi propia voluntad sino Su Palabra y Su Espíritu. No es separación
de corazón de los hermanos si Cristo me es aún más amado para mí que ellos. No, el amor a ellos
sólo se aprueba a sí mismo, como nos enseña el apóstol, "cuando amamos a Dios, y guardamos
sus mandamientos". (1ª. Juan 5: 2). Las victorias de la fe no están en los aplausos arrancados a una multitud,
sino en la senda de Uno, el verdadero José, separado de Sus Hermanos; y Dios ha invalidado la presencia del mal (y
no necesito decir que Él no lo ha causado) para presentarnos una senda, al menos en sus circunstancias, más
semejante a la de Cristo. Nosotros no somos dejados a someternos al mal; Él nos llama a elevarnos por encima de él.
Las dificultades de la senda son sólo para demostrar de nuevo el poder de Dios para llevarnos a través de todas
ellas. Todo estímulo a lo largo de estas epístolas a las iglesias es ofrecido simplemente al vencedor.
¡Que
el Señor nos dé sólo la energía necesaria! El tiempo es corto. El fin se acerca. La gracia que
ahora es suficiente para todas las necesidades diarias pronto será manifestada en la coronación de los vencedores.
Entonces, los que son pobres en espíritu tendrán el reino; los que lloran serán consolados; los mansos
tendrán la herencia; los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados; sobre todo, los de limpio corazón
verán a Dios, — el Dios a quien el pecado, por el momento, ha desterrado de la tierra que Él hizo.
F.
W. Grant
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Abril 2024
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo
Testamento (1884) por John Nelson Darby.
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997,
2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada
por Editorial Clie).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).