La Palabra de Cristo y Su Nombre
F.
W. Grant
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que
además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden
ser consultadas al final del escrito.
La Historia Profética de la Iglesia
7ª
conferencia
Lectura
Bíblica: Apocalipsis 3: 6-13
Tenemos
mucho ante nosotros esta noche, a lo cual haré poca justicia en el corto tiempo que tengo ante mí. Pero hay
algunas características prominentes del estado de cosas al cual se refiere esta epístola que deseo presentarles.
Yo no pretendo entrar en muchos detalles sino simplemente aplicar ciertos asuntos prominentes en este discurso.
Esta
epístola tiene un carácter diferente de cualquier otra anterior. El Señor habla de Sí mismo de
una manera muy distinta de aquella en que Él habló de Sí mismo antes. No se trata de nada externo sino
de lo que Él mismo es, el Santo y Verdadero. La manera en que el Señor se presenta en estas epístolas
está siempre de acuerdo con el estado de aquellos a quienes Él habla. Es para advertir o animar, o tal vez para
ambas cosas, como en el discurso a Esmirna: "El que estuvo muerto y vivió", reforzado por las palabras: "Sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida". (Apocalipsis 2: 8, 10). Aquí en el caso
de Filadelfia, "el Santo, el Verdadero" es una solemne amonestación, y no obstante ciertamente tiene también
su bienaventurado consuelo.
Este
título personal, en conjunción con toda la epístola, parece mostrar la ruptura final del eclesiasticismo,
y que todo el asunto llega a ser un andar individual. La santidad y la verdad rara vez han sido los atributos de los cuerpos
religiosos de los hombres, incluso cuando ellos profesan ser cristianos. No transcurrió mucho tiempo, incluso en la
época de los apóstoles, antes de que uno de ellos pudiera decir: "Todos buscan lo suyo propio, no lo que
es de Cristo Jesús". (Filipenses 2: 21). Pentecostés nunca regresó. Y ahora, habiendo seguido el
desarrollo de la cristiandad en general desde Éfeso hasta Tiatira, y habiendo visto la verdad presentada de nuevo por
Dios extinguirse en los sistemas nacionales del protestantismo, (en Sardis), en Filadelfia nosotros encontramos un testimonio
estrictamente remanente; el Santo y el Verdadero hablando de aquello que rara vez ha caracterizado a más que a individuos,
y que desafía nuestra respuesta a ello como individuos.
Es
comparativamente fácil señalar a Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, pero ¿quién señalará
a Filadelfia? ¿Pueden ustedes decidirlo a favor de ustedes por el hecho de que pertenecen a esta o aquella compañía
de personas, — en esta o en aquella relación eclesiástica? ¿Es esto todo lo que se quiere dar a
entender mediante el hecho de guardar la palabra de Cristo y no negar Su nombre? Yo no niego en absoluto que el asunto de
nuestras asociaciones es de solemne importancia y que ocupa debidamente un lugar en conexión con estas cosas. Este
asunto debe tener un lugar, y un lugar solemne, pues aquel que quiere ser él mismo un vaso para honra debe limpiarse,
separarse, de los vasos para deshonra, y la palabra de Cristo define nuestro lugar eclesiástico, así como define
todo lo demás. Pero tomar una parte por el todo sería un grave error, e incluso sería dar un lugar indebido
a tal parte.
Entonces,
es algo más que dudoso si algún cuerpo de cristianos en su conjunto puede representar a Filadelfia como un todo.
Es muy cierto que para hacerlo este cuerpo tendría que estar en una condición mucho mejor de lo que ya estaba
la Iglesia en los días en que los apóstoles estaban todavía en la tierra. No, aún más:
cuanto más Filadelfia representa una condición que tiene de manera notable la propia aprobación del Señor,
tanto más nos conviene ver bien si esa condición es la nuestra o no.
Consideremos
entonces un poco lo que tenemos aquí en sus rasgos más prominentes.
Ellos
sólo tienen poca fuerza: grandes obras no los caracterizan. Sin embargo, hay tres cosas a las que el Señor evidentemente
atribuye gran importancia.
En
primer lugar: "has guardado mi palabra".
En
segundo lugar: "y no has negado mi nombre".
En
tercer lugar: "has guardado la palabra de mi paciencia".
Y
en primer lugar está "Mi palabra", en oposición a toda otra. Por todas partes a lo largo de la epístola,
como ustedes no pueden dejar de ver, este pronombre personal "Mí" es enfatizado notablemente, y la Persona
del Señor es sumamente prominente. Esto puede recordarnos cómo Él ha estado sacando a la luz en estos
últimos días la verdad en cuanto a Sí mismo. No sólo el efecto de Su obra, el poder de Su sangre
para limpiar y reconciliar, sino como es personalmente Aquel que ha hecho todo por nosotros. Él nos ha estado enseñando
especialmente a mirar en el santuario interior al que Él ha ido, y a reconocerle más sencilla y realmente por
lo que Él es, verdadero Hombre, tan verdadero Hombre como siempre, así como Dios sobre todas las cosas, bendito
por los siglos. (Romanos 9: 5). Yo creo que nadie que conoce lo que Dios ha estado haciendo por nosotros en Su gracia desde
hace algún tiempo puede dudar que el Señor Jesús ha estado fijando los ojos de Su pueblo más intensamente
en Él mismo, e invitándonos a una intimidad más cercana. Para cuántos el pensamiento de Cristo,
donde Él está ahora, fue oscurecido por las glorias mismas de la Deidad a las que se pensó que Él
había regresado, — ¡casi no se Le podía considerar ya como un Hombre en absoluto! Y para cuántos
el pensamiento de un Hombre, — verdadero Hombre, en la gloria de Dios misma, y estando allí como representante
de Su pueblo, ha llevado a Cristo a una distinción y a una intimidad que es ahora la vida de todo el gozo de ellos.
Este
modo vivamente personal de hablar no es menos sorprendentemente apropiado para nuestros días de lo que es en sí
mismo precioso e inspirador. ¿Y acaso no es también una señal más de tiempos de remanente?
Aquel hombre ciego a quien los hombres expulsaron de la sinagoga porque no podía dejar de confesar que el poder Divino
había abierto sus ojos, y porque no quería deshonrar, — por poco que Le conociera, — a Aquel en
quien aquel poder se había manifestado, no fue sino expulsado para conocer en presencia de Jesús la gloria del
Hijo de Dios, y para ocupar su lugar entre las ovejas del verdadero Pastor. (Evangelio según Juan, capítulo
9). Y en la medida en que nosotros comprobamos el quebrantamiento de todo, — la ruina, no solamente del mundo como tal
sino la ruina religiosa, — ¿acaso no encontramos (si es real) la presencia del Señor, tanto más
real, satisfaciendo toda nuestra necesidad? Y además, mientras nosotros demostramos esto, "Su Palabra" tiene
un lugar con nosotros en la misma medida. Su Palabra, porque es Suya, — inherentemente dulce, sin
duda, pero no sólo porque ella es dulce: Su Palabra, en oposición a todo lo demás.
Y,
amados amigos, si miramos a nuestro alrededor en el día actual, quién de nosotros puede ignorar que es la palabra
de Dios la que está especialmente impugnada en todas partes. Los dos grandes grupos de este día, el grupo de
la superstición por una parte, y el de la incredulidad por la otra, no obstante parezcan ser esencialmente opuestos,
sin embargo se unen en el intento de rebajar y quitar la autoridad de Su Palabra como tal. ¿Permitirá Roma que
las conciencias estén sencillamente ante Dios y en sujeción a la Escritura? Lejos de eso, ustedes deben recibir
su infalible interpretación de ella y no oírla por cuenta de ustedes en absoluto. Y todo ritualismo del protestantismo,
por diluido que esté, va en la misma dirección. La voz de Cristo es sustituida por la voz de la Iglesia, y la
Iglesia misma se interpone entre ustedes y Él: debe haber distancia, no intimidad. Por otra parte, la incredulidad
(que ustedes encontrarán en una forma aún más diversamente diluida donde menos lo sospechen) no permitirá
que la voz de Dios les hable de ninguna manera real en absoluto. La religión es algo nacido de la tierra, — no
nació del cielo; una aspiración, quizás, pero no una inspiración; una búsqueda de Dios,
no Dios buscándolos a ustedes; y una búsqueda que ellos están determinando ahora que es una cosa ingenua
y vana, porque Dios es Incognoscible, y que incluso la concepción de Teísmo es "'impensable'.
En
otro aspecto, Dios ha estado sacando a relucir para nosotros de la manera más maravillosa la plenitud de Su Palabra.
Yo no hablo en absoluto de evidencias externas, aunque en cada senda elegida por el hombre mediante la cual él procura
escapar de Dios, Él lo ha estado encontrando y confrontando con estas. Piedras han estado clamando en Egipto, y ladrillos
en Asiria. Los monumentos sepultados del pasado y que han sido desenterrados han proclamado a Aquel que vivió en aquel
entonces y que aún y por siempre vive. Pero yo hablo de aquello en lo que Su Palabra ha dado testimonio por sí
misma, como el lugar sagrado más íntimo de Su presencia en el que cada voz habla de Su gloria. Esa Palabra que
para la incredulidad es tan pobre y común y no da respuesta, nunca ha sido tan reveladora de Dios para la fe desde
que apóstoles y profetas la hablaron por vez primera. Cristo, mudo en el pretorio y ante Sus acusadores, nunca antes
se había manifestado así en medio de los Suyos. Así, un Dios verdadero y fiel ha estado proveyendo para
la necesidad de Su pueblo en los días venideros, que incluso ahora han llegado, cuando no nos queda nada más;
cuando si no podemos aceptar su Palabra y descansar en ella, ningún otro descanso es posible en absoluto.
Entonces
ustedes pueden entender qué inmensa cosa es ser custodios de la Palabra de Cristo. Observemos ahora también
que no se trata simplemente de palabras Suyas, sino de Su Palabra, Su Palabra en su totalidad. Ha llegado
a ser una moda común decir que la Escritura contiene la palabra de Dios, no que ella lo es. De este modo se
nos deja seleccionar de la mejor manera que podamos lo que es realmente Suyo, de lo que puede ser meramente el error del escritor.
Así, la Palabra deja de tener autoridad sobre nosotros; y en lugar de que ella nos juzgue nosotros nos convertimos
en sus jueces. La obedecemos cuando la obediencia coincide con nuestras propias inclinaciones, y cuando no lo encontramos
así, nuestra excusa está a mano.
Nosotros
podemos discernir fácilmente la insensatez y el pecado de esto; pero debemos recordar, amados amigos, de qué
manera podemos realmente estar actuando secretamente de tal forma, sin tener ninguna teoría formal acerca de ello en
absoluto. Podemos estar haciendo de manera práctica que nuestra Biblia sea una mera colección de textos favoritos,
e ignorando aquellos que no nos gustan, como si no estuvieran inspirados por la misma fuente. ¿No hay nadie que tenga
una verdadera aversión por los preceptos caseros prácticos pero que se lleve excelentemente con las doctrinas
más elevadas? Entonces, entendamos claramente que guardar la Palabra de Cristo significa ciertamente, si significa
algo, sujeción honesta la totalidad de ella: a aquello de lo cual incluso nosotros podemos no percibir la importancia,
como si lo percibiéramos; no llamando pequeño a nada de lo que Él ordena, — a lo que tiene igual
autoridad para enfatizarlo.
Nosotros
necesitamos recordar también que nuestras propias voluntades contrarias son a menudo los obstáculos más
eficaces para recibir lo que es realmente la Palabra de Cristo. Cuán solemne es pensar que de la mayoría de
las cosas en las que diferimos unos de otros como cristianos, esta contrariedad debe explicar necesariamente la mayor parte.
Las palabras del Señor son suficientemente claras y universalmente aplicables: "El que quiera hacer la voluntad
de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios". (Juan 7: 16, 17). A Él le es debido, ciertamente, reconocer
que nuestras diferencias se deben a nosotros mismos y no a Él. Pero además, estas diferencias encontradas en
tantos a quienes debemos estimar como hombres realmente piadosos, qué advertencia ellas nos dan de cuánto que
no es de Dios puede haber aun en los más piadosos. En la medida en que Le hemos seguido incondicionalmente, ¿quién
puede dudar que Él nos ha guiado correctamente? Pero por otra parte, ¡cuán poco seguimiento sin reservas
debe haber!
Y
no es difícil ver que, de hecho, tal es el caso, — que una mayoría de los Suyos (tal vez de manera ignorante,
pero además cegados por sí mismos) están realmente siguiendo "palabras" Suyas, en lugar de
seguir Su "Palabra" en su totalidad. No, más aún, muchos parecen haber llegado deliberadamente a una
posición donde ir más allá les costaría (ellos piensan) demasiado. Estos no se dan cuenta de que
en realidad les cuesta más ofrecerle un compromiso que Él no puede aceptar; que les cuesta el brillo y la frescura
de sus vidas ahora, y lo que les espera en el futuro sólo Él lo conoce. Cuántos tratan de compensar esto
mediante el entusiasmo de trabajar para Él, y casi se persuaden a sí mismos de que "obedecer" no
es "mejor que los sacrificios, y el prestar atención" no es mejor "que la grosura
de los carneros". (1ª Samuel 15: 22).
Yo
digo además, no lo decidan ustedes por la posición eclesiástica; de hecho, no tracen la línea
en ninguna parte; no piensen que eso significa que ustedes están de este lado de ninguna línea. ¿Está
el rostro de ustedes, — están nuestros rostros, — siempre en pos de Aquel que no descansa hasta que nos
tiene donde Su corazón puede descansar con nosotros? ¡Cuán claramente perceptible es cuando un alma se
detiene así! Aunque la obra continúe y todo el exterior no sea diferente de lo que era, hay algo que ha desaparecido
que uno que está en comunión con Dios sentirá de inmediato que obstaculiza la comunión. Amados
hermanos, ¡cuán doloroso es perder la compañía de los demás de esta manera! Pero si perdemos
la de Cristo, ¿qué la reemplazará?
Y
aquí por otra parte, muchos al juzgarse a sí mismos adoptan lo que está muy por debajo del estándar
cristiano. La medida de ellos es meramente por lo que es en sí mismo correcto o incorrecto, — una medida legal.
Ellos se ocupan en lo que es bueno, tal vez el evangelio e imaginan que eso debe ser consagración, cuando tal vez todo
es un empleo inventado por ellos mismos y una adoración a la voluntad, no en Su plan para ellos, y destinado, de hecho,
(tan traicioneros son nuestros corazones) a sobornarlos y abandonar la obediencia verdadera.
Pero
yo debo pasar a la siguiente cosa aquí en el elogio del Señor a los filadelfianos. Lo primero es: "has
guardado mi palabra": ellos están ejemplificando un espíritu de obediencia verdadera; y luego es: "no
has negado mi nombre". (Apocalipsis 3: 8).
Los
nombres en la Escritura son cosas significativas. No están allí como en la actualidad puestos a las personas
por su belleza o porque son hereditarios. Dios no pensó que interferir Él era algo indigno y cambiar o dar un
nombre, como todos podemos recordar, y así hace el Señor con Sus discípulos. Había un motivo para
el nombre. Era la expresión de lo que la persona era, por lo general, o sería, como en Abraham, Israel, Pedro,
y similares; y así especialmente con los nombres de Dios o de Cristo.
Cuando
Dios asumió el nombre especial de Jehová con Israel ello significó que Él iba a aprobarse a sí
mismo ante ellos en aquel carácter como el Dios inmutable, el YO SOY, en quien ellos podían confiar para guardar
el pacto. Así Cristo es Emanuel, "Dios con nosotros", y para que esa profecía pudiera cumplirse, o
mostrara que se cumple, se le llama "Jesús", el Salvador de Su pueblo de sus pecados. (Mateo 1: 18-25). Dios
no podía estar con nosotros a menos que nuestros pecados fueran tratados, y nadie sino una persona Divina podía
ocuparse de ellos, — la salvación debe ser de Dios: y todo esto es expresado en aquel nombre "Jesús".
Además,
el nombre "Cristo", nombre que todo el mundo sabe que no es sino la forma griega del hebreo 'Mesías',
habla de Él como el Ungido de Dios para ser el Libertador de tres maneras necesarias: Profeta para sacar a la luz el
error; Sacerdote para abrir el camino a Dios; Rey para gobernar para Dios.
Por
tanto, el nombre de Cristo es una declaración notablemente explícita de Él mismo. Y este nombre Suyo,
con los hechos que implica, es lo que se ha encomendado a Su pueblo para que lo retenga y mantenga como Suyo en medio de un
mundo que Le ha rechazado. Confesar Su nombre implica así la confesión de Su deidad absoluta; Su humanidad verdadera;
Su salvación de Su pueblo; el hecho de ser Él el único y suficiente Maestro, Intercesor y Señor
de ellos. A Él nosotros no meramente tenemos que 'profesarle' , sino 'confesarle', porque
el mundo no aceptará que Él sea realmente esto. Yo no olvido que entre nosotros el mundo es incluso ahora lo
que es llamado un mundo cristiano, pero eso no lo altera realmente. Tan pronto como dicho mundo cristiano ve que estos nombres
significan algo para ustedes, que expresan verdaderamente lo que Cristo es para ustedes, entonces no lo tolerarán.
Su protesta puede ser más o menos pulida según el refinamiento de la época; puede ser la protesta de
la liberalidad misma contra la estrechez de pensamiento de ustedes: no obstante, ustedes tendrán que padecer.
Cristo llama siempre a que Le confiesen. Su pueblo nunca debe temer que tendrá que abandonar la senda antigua del padecimiento,
consagrado mediante las oraciones y las lágrimas de las generaciones pasadas de la larga línea de Sus testigos.
El mundo nunca cambia realmente: nuestra senda a través de él, nuestra lucha contra él, no pueden cambiar.
Entonces,
el nombre de Cristo expresa lo que Él es: y lo que se nos ha encomendado es la verdad de lo que Él es, y eso
es loque tenemos que confesar ante el mundo. Aquí está la gran controversia entre Dios y el hombre en el día
actual. Y así como en Israel el asunto era entre Jehová, el único Dios verdadero, y los dioses de los
paganos; y el esfuerzo de Satanás en aquel entonces (lamentablemente, su demasiado exitoso esfuerzo) fue llevar al
pueblo de Jehová a la idolatría circundante, así ahora el asunto es en cuanto al un solo Cristo, —
porque el poder de Satanás ha instalado "muchos Anticristos". (1ª Juan 2: 18).
Las
personas poco se dan cuenta de cuán preeminentemente la falsa doctrina es la obra de Satanás. Cristo es la "Verdad";
el Espíritu de Cristo es "el Espíritu de verdad" (Juan 14: 6, 17) ; y Satanás es el 'mentiroso
desde el principio'. (Juan 8: 44). Mediante una mentira suya el hombre fue seducido primero y cayó. Mediante
la verdad el hombre es llevado de regreso a Dios y es santificado. (Juan 17: 17). Por lo tanto, el esfuerzo de Satanás
consiste en destruir el poder de la verdad mediante mentiras suavizadas, y su método más exitoso no es tanto
la negación directa como la perversión de la verdad. Conociendo el corazón del hombre demasiado bien
por larga experiencia él sabe cómo combinar la verdad y el error tan hábilmente que la verdad sólo
dará más especificidad al error, mientras que el error disfrazado de verdad apelará a la codicia y a
la pasión, y las enrolará de su lado.
De
este modo, Satanás seduce como un ángel de luz, y la Cristiandad, con su profesión del Señorío
de Cristo, puede adorar a muchos señores bajo esa profesión. El hecho de no negar Su nombre puede de esta manera
ser presentado como una señal de aprobación en medio de la Cristiandad, aún más que en medio del
paganismo.
Si
buscamos más profundamente en la Escritura la asociación en la que encontramos el nombre de Cristo, pronto veremos
que su nombre está conectado con toda la posición y el andar del creyente individual, así como con la
reunión práctica de Su pueblo: cosas que siendo siempre de importancia primordial han adquirido, como estando
así conectadas, especial prominencia en la actualidad. Nosotros hemos sido "justificados en el nombre del Señor
Jesús" (1ª Corintios 6: 11); nuestras oraciones han de ser presentadas en Su nombre; toda palabra y toda
obra han de ser hechas en Su nombre; nuestra reunión como cristianos ha de ser 'a Su nombre'. Y estas cosas
pueden ser expresadas de otra manera, como nuestra identificación con Cristo ante Dios, Su identificación con
nosotros ante el mundo; y el poder objetivo de lo que Él es para nosotros individual o colectivamente. Si somos observadores
inteligentes ciertamente veremos que estas cosas están especialmente cuestionadas en estos días.
Nuestra
justificación en Su nombre implica la primera de estas verdades. Es nuestra identificación con Él ante
Dios lo único que permite y necesita nuestra absolución. Nosotros estamos justificados , como nos asegura la
Escritura, "por su sangre" (Romanos 5: 9 – VM); Él estuvo en la cruz en lugar nuestro y murió
bajo nuestra justa sentencia. Pero así también, si Su muerte es también la nuestra, Su resurrección
de entre los muertos es también la nuestra; si Él "fue entregado por nuestras transgresiones", Él
fue "resucitado para nuestra justificación". (Romanos 4: 25). Su muerte fue la nuestra como pecadores ante
Dios: nosotros hemos muerto enteramente en aquel carácter, "nuestro viejo hombre", todo lo que éramos
como hijos del Adán caído, estando crucificados con Cristo. (Gálatas 2: 20). Su resurrección declara
el hecho de Su aceptación en la ofrenda de Sí mismo por nosotros, — declara por lo tanto nuestra aceptación.
Nuestro lugar está en lo sucesivo en Cristo ante Dios, identificados completamente con Aquel que como Hombre ha entrado
en los cielos y se ha sentado en la presencia de Dios por Su pueblo.
Por
eso el Señor pudo hablar a Sus discípulos, en la perspectiva del cumplimiento de Su obra y de Su inminente regreso
a Su Padre, acerca de orar en Su nombre como algo nuevo que sería ahora por primera vez el privilegio de ellos, cuando
el Espíritu de verdad hubiese venido a conducirlos a toda la bienaventurada realidad de la nueva posición, ellos
conocerían que Él estaba en el Padre, y ellos en Él, y Él en ellos. (Juan 14: 20). Conscientes
de la misericordiosa identificación con Él en lo alto, ellos debían ahora por primera vez acercarse al
Padre como así identificados; y la respuesta a sus oraciones, por débiles que fueran estas oraciones, sería
el testimonio de la satisfacción Divina con Cristo y con Su obra.
Pero
si Su pueblo está así en Cristo en lo alto, Él, por otra parte, está en ellos abajo; y aunque
la identificación no es el único pensamiento en esto, (porque Él también está en nosotros
como vida y mediante Su Espíritu, y esto es lo que nos faculta para estar en tal lugar), sin embargo la identificación
no es menos clara y cierta también. Si Él nos representa en el cielo, nosotros Le representamos en la tierra,
y esto es un privilegio tan maravilloso así como inmensa es la responsabilidad. Nosotros Le representamos ante el mundo:
viviendo Su vida, siguiendo Su senda, aprendiendo Sus dolores y saboreando también sus gozos. Cualquier cosa que hagamos
de palabra o de hecho debemos hacerlo "todo en el nombre del Señor Jesús". (Colosenses 3: 17).
Y
estas verdades que Dios nos ha estado restaurando misericordiosamente en estos días de este siglo 19 (aunque están
desde el principio en la Escritura y caracterizan en cierta medida el movimiento espiritual del momento), ¿acaso no
dan ellas un nuevo significado a la confesión de Su nombre? Es indudable que el resurgimiento de la 'justificación
por la fe' es tan antiguo como la Reforma, y fue sacada a la luz en aquel entonces con sencillez y poder. Nosotros tenemos
motivos para agradecer abundantemente a Dios por ello. Sin embargo, incluso eso había sido oscurecido nuevamente mediante
el hecho de sustituir a Cristo por experiencias y frutos del Espíritu como algo en lo que se debía descansar.
Y esto había despojado a la doctrina misma de gran parte de su poder y bienaventuranza. Pero hubo una cosa a la que
la Reforma no llegó, y para la cual la así llamada doctrina evangélica común ha sido completamente
insuficiente: se trata de esta identificación del creyente con Cristo resucitado y que ha entrado, como Hombre, a Dios.
Incluso
la plena humanidad del Señor como algo presente en el cielo se ha vuelto brumosa y borrosa, y el aspecto de la resurrección
del evangelio está casi ausente de los sistemas evangélicos. Ellos se detienen en la muerte de Cristo por nosotros
y usan eso para reponernos en la tierra aún como hombres en la carne. Ellos consideran que hablar de no estar en la
carne, de estar muertos con Cristo, resucitados y sentados con Él en los lugares celestiales, es misticismo. La justicia
que ellos imputan es meramente obediencia a la ley, de la que dicen que no puede haber nada más elevado y que, según
el sistema, Adán debería haber cumplido.
El
resultado de esto es que nosotros somos dejados en el mundo y que somos de él, aunque perdonados y justificados; nosotros
debemos asumir nuestro lugar en él y mejorarlo, no debemos andar fuera de él. No somos extranjeros ni peregrinos
salvo en la forma forzosa en que todo el mundo lo es, — el tiempo apresurando por igual hacia la muerte y una eternidad
más allá.
Una
prueba notable de esto es precisamente la doctrina muy extendida de que la ley es la regla de la vida del cristiano. Ellos
conceden a esta doctrina una importancia extrema. Según ellos negarla es abrir las compuertas de la iniquidad y predicar
la permisividad más desenfrenada. Pues ellos han establecido, en contra de la clara y enfática declaración
del apóstol Pablo, que la ley es el poder de la santidad, en lugar de ser, como él afirma, "el poder del
pecado". (1ª Corintios 15: 56). Ellos dicen que La leyes la 'transcripción del pensamiento de Dios',
y por lo tanto lo mismo que el evangelio, sólo que mucho más. Hablar de haber "muerto a" ella (Romanos
7: 4), y de estar "libres de" ella (Romanos 7: 6), lo considerarían blasfemia, si no fuera porque encontrándose
estas expresiones en la Escritura ellos han decretado que son aplicables meramente a la ley ceremonial. Pero la 'ley
ceremonial' es una ficción teológica, no un hecho Escritural en absoluto. Dicha expresión no se
encuentra en ninguna parte de la Escritura sino que es una invención arbitraria para escapar de su claro significado.
En el mismo capítulo del cual han sido tomadas las expresiones recién citadas y en conexión directa con
ellas esa ley es representada diciendo: "No codiciarás" (Romanos 7: 7). ¿Era ésta la ley ceremonial?
¿Era la ley ceremonial "el poder del pecado"? Pero mi argumento es simplemente ahora que cuando ellos reivindican
la ley como la regla de vida de un cristiano, omiten así del estándar cristiano todo lo que no se encuentra
en el estándar judío. No se admite que la posición más elevada del cristiano tiene ningún
efecto práctico correspondiente. La larga vida en la tierra es presentada ante él como meta y objetivo. La posición
celestial no es contemplada y la extranjería y la peregrinación quedan fuera de la 'regla'; porque
en los diez mandamientos, manifiestamente, éstas no se encuentran.
De
qué manera tan diferente nos presenta las cosas el apóstol en el último capítulo de su epístola
a los Gálatas: leemos, "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión
vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación (o criatura). Y a todos los que anden conforme a esta
regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios". La regla cristiana es que el cristiano anda como uno
crucificado para el mundo, en Cristo una nueva creación, — no un remiendo de la vieja creación.
De
este modo, como he dicho, el evangelicalismo descarta el aspecto de la resurrección presentado en el evangelio y los
rasgos celestiales característicos de la vida de un cristiano. Sin embargo, Dios ha venido a que les prestemos nuestra
atención. Él está levantando nuestros ojos a los cielos a los cuales Él está manifiestamente
listo para llamarnos al hogar; y oh, que nuestros corazones respondan a Su llamado. Recuerden, esto no debe ser una mera teoría
para nosotros. No servirá de nada asumir este lugar y después de todo tener consideración con la carne
y cultivar la mundanalidad. No servirá hablar de la vida de resurrección sin algún intento consistente
por aprehenderla y ejemplificarla. Los resultados prácticos siempre seguirán a la fe real, y esto es tan cierto
de la fe en cualquier verdad especial como lo es de la fe en su conjunto. El Santo y el Verdadero busca santidad y verdad.
Hay
otra cosa relacionada con el nombre de Cristo, como ya hemos visto, y ustedes deben permitir que yo continúe hablando
de esto. Fue el nombre de Cristo el que una vez unió a todo Su pueblo. Ningún otro nombre era conocido entre
ellos. Y cuando empezaron a aparecer otros nombres la voz del apóstol reprendió la deshonra impuesta sobre Aquel
único en cuyo nombre fueron ellos bautizados, que era el único Amo de ellos. Ahora bien, lamentablemente el
nombre de Cristo ya no es un vínculo de unión suficiente para Su pueblo. Sin duda están dispuestos, todos
y cada uno de ellos, a reclamar la promesa de Su presencia personal donde dos o tres están reunidos a Su nombre; sin
embargo, si en lugar de aceptar esto como algo obvio, ellos trataran de demostrar el derecho que ellos tienen, encontrarán
que tal vez es menos fácil hacerlo de lo que piensan. ¿Reuniría Su nombre a menos que a todos los Suyos?
¿Podrían ustedes pretextar estar congregados a Su nombre y (aparte del asunto de la disciplina Escritural) excluir
a Su pueblo? Si Su nombre es la verdad en cuanto a lo que Él es, como hemos visto, entonces esto excluirá toda
falsedad en cuanto a Cristo. Pero por el mismo motivo unirá a todos los verdaderos confesores de Él. Si lo que
Él es nos une tendremos que dejar de lado todos los distintos credos y artículos separadores y regresar a la
sencilla membresía del un solo cuerpo de Cristo.
Lamentablemente,
¿parece ser una osadía reivindicar ahora Su Iglesia para Él? Bien, si nosotros apenas podemos esperar
que ella responda a la reivindicación sin embargo Cristo ha provisto en Su gracia, desde el principio mismo para la
fe de dos o tres, si no hubiera más, que rechazarían todos los vínculos diferentes de Su nombre. Si ellos
no tienen nada más tienen la seguridad de que esa fe no será en vano, — de que al menos Él estará
con ellos, cuya presencia es toda la aprobación necesaria y todo el gozo.
Tal
vez ustedes se vuelvan hacia mí aquí y me pregunten, «¿Quiere usted decir que niega que
Cristo está con todo Su pueblo, o que el Espíritu de Dios no obra en las denominaciones de la cristiandad?» Y
muchos estarán dispuestos a insistir, es más, han insistido una y otra vez, que la manera en que el Espíritu
de Dios obra entre estas muestra que Él las aprueba. Pero esa es una conclusión demasiado amplia. Nos llevaría
a la convicción de que el catolicismo romano mismo fue aprobado por Él. ¿Quién puede negar que
Dios obró por medio de alguien como Martin Boos? [Véase nota].
[N. del T]. Martin Boos (25 de diciembre de 1762 - 29 de agosto de 1825) fue
un teólogo católico romano alemán. Boos es conocido por desarrollar una doctrina de salvación
por fe que se acercaba mucho al luteranismo puro. Predicó esta doctrina con gran efecto. Después de servir como
sacerdote en varias ciudades bávaras fue expulsado de Baviera por la oposición de las autoridades eclesiásticas
y de otros sacerdotes.
Dios
obró, y obró en gran medida; y nosotros ciertamente podemos reconocerlo plenamente y bendecir Su nombre por
ello, sin suponer en absoluto que Su amor y Su piedad mostrados a las almas en medio del catolicismo romano aprueban el sistema
papal. Dios es soberano en Su gracia, no está limitado por ninguna restricción. Nosotros nos regocijamos al
saber que en un mundo de pecadores Él mismo se ha arrogado el derecho para entrar en cualquier lugar y salvar. El pecado
no es una barrera allí donde el Cordero de Dios ha padecido por causa de él. Si Él hubiese querido tener
las cosas bien antes de entrar, ¿quién sería salvo?
Si
ustedes insisten en que la gracia, donde ella entra, tenderá a enmendar las cosas yo respondo: Por supuesto: toda alma
que conoce a Dios estaría de acuerdo con eso. Pero aquí entra el misterio (misterio que es tanto para los creyentes
como para los incrédulos), el misterio de la voluntad humana, — voluntad que incluso en el pueblo de Dios se
atreve a establecer límites a la obediencia a Su Palabra, así es, y puede cubrir estos límites con flores
como vallas y salvaguardas necesarias para la santidad.
Yo
admito plenamente que el Espíritu de Dios obra en todas partes, y obra para bien; pero en todas partes, lamentablemente,
obra también la voluntad del hombre. No confundamos estas cosas. Nadie que no aprenda con Jeremías a entresacar
"lo precioso de lo vil" puede ser como "la boca de Dios". (Jeremías 15: 19). La mezcla de tales
cosas no es de Dios; pero mucho de lo que es de Dios está así mezclado.
Así
es, la obra del Espíritu de Dios es como aquello con lo cual el Señor la compara, "el viento" que
"sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va". (Juan 3: 8).
Y la gracia de Dios es una gracia sin restricciones para el mayor de los pecadores. Nosotros no debemos tomar la obra del
Espíritu y la gracia de Dios como si aprobaran las circunstancias en medio de las cuales ellas actúan. No debemos
juzgar por éstas últimas sino por la Palabra que Dios nos ha dado como guía perfecta. Y no debemos proponernos
seguirle necesariamente en Su accionar porque hacer lo que Él hace está más allá de nosotros;
y como han dicho otros, 'Él es el Soberano, y nosotros los siervos', y el siervo sólo debe hacer lo
que se le ordena.
Entonces,
nosotros podemos admitir plenamente que Dios obra entre las denominaciones, sin reconocer en lo más mínimo que
las denominaciones son de Él o que Él está con ellas como tales. Ya he declarado también
mi convicción de que al principio de muchas de ellas Él estaba con, — estaba plenamente con, — aquellos
cuyas conciencias los obligaban a separarse de algún mal que Él les había hecho comprender como tal.
Pero eso no demuestra nada en cuanto a la denominación misma. ¿Quién puede realmente leer el desafío
del apóstol de la primera entrada de la cosa en Corinto, y mantener honestamente que Dios lo aprueba? (1ª Corintios
5). ¿O que todo lo que él prohibió fue que discutieran acerca de ello pero que cuando esa discusión
hubiera llegado a una división entonces estaría bien? Eso sería prohibir que un árbol floreciera,
cuyo fruto, sin embargo, podría ser suficientemente aceptable.
Entonces
nosotros podemos mantener plenamente la gracia universal de Dios. Podemos creer y regocijarnos en la obra ilimitada de Su
bendito Espíritu. Podemos hacer más que esto: a saber, podemos admitir que Cristo está con cada cristiano
individual conforme a Su promesa: una promesa que en éstos se hace realidad ciertamente en proporción
a la sencillez de la fe de ellos en Él, una fe cuyo fruto es encontrado en las obras que ciertamente proceden de ella.
La promesa de nuestro Señor es clara pero en términos que es bueno recordar con precisión mientras pensamos
en ella. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado
por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él". Y además: "El que me ama, mi palabra
guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él". (Juan 14: 21-23).
Dios
no permita que neguemos estas palabras bienaventuradas, o intentemos de alguna manera limitarlas arbitrariamente o limitarlas
en absoluto. Las palabras son aplicables al individuo y sólo al individuo: eso está claro. Y debe quedar claro
que la promesa del Señor a dos o tres congregados a Su nombre es una promesa adicional a ésta, y fuera de ella.
Ella es una aprobación, no de un estado individual, como lo es la que está en el evangelio de Juan, sino de
una reunión como congregados a Él, una aprobación conectada no solamente con oír la oración,
sino con el atar y el desatar llevado a cabo por la asamblea, — con hechos de la asamblea para los cuales ningún
simple individuo, o un simple grupo de individuos, tiene poder.
Porque
la asamblea, si de hecho no son más que dos o tres los congregados a Su nombre, se ve así impedida de que sea
una mera camarilla o grupo privado reunido para lograr objetivos meramente personales. La puerta de la asamblea debe estar
abierta para todos los que son de Cristo, confesando verdaderamente Su bendito nombre, y entonces Él puede estar allí
para dar eficacia y autoridad a lo que no es el objetivo de una facción o de un grupo autoaislado sino de los Suyos
reunidos como Suyos, — en la medida que la voluntad y el objetivo de ellos puedan lograrlo en unidad con todos
los Suyos que están en comunión práctica con Él.
Podemos
ver entonces el motivo de esta promesa y que dicho motivo no es algo arbitrario. Y para que Él pueda estar con nosotros
de esa manera Él ha expresado los términos de la promesa tan reducidos como podía expresarlos para que
una reunión sea una reunión en absoluto, — "dos o tres", ¡bendito sea Su nombre! (Mateo
18; 20). Cuán grande es la gracia que tenemos realmente motivo para reconocer en un día de tanta debilidad y
desunión como el día actual, a pesar de su pretensión. No es necesario que haya un ápice de pretensión
de parte de aquellos que así se reúnen a Su nombre. Ellos, por encima de todo, están llamados a reconocer
la ruina en la que ellos mismos han tenido una parte demasiado desastrosa, y a reconocer (lo que es una advertencia continua
contra la pretensión) que nada excepto aferrarse continua y humildemente a la fuerza de Cristo puede mantener en una
senda en el que el fracaso ha sido encontrado desde el principio. (Efesios 6: 10).
Hasta
aquí entonces en cuanto a la confesión del nombre de Cristo. Prestemos atención aquí, antes de
pasar a considerar la tercera cosa que tenemos ante nosotros, al significado del nombre Filadelfia, un significado que se
conecta bien con lo que acabamos de considerar tanto a manera de advertencia como de estímulo. Filadelfia significa
'amor fraternal'. No significa una mera asociación, ni siquiera de hermanos, sino amor fraternal.
Así debe ser en nuestro caso: amor, dondequiera que haya "hermanos", amor a todos los hijos del Padre como
hijos Suyos, pero un amor que consiste, y sólo consiste, en el mantenimiento atento de lo que se le debe al Padre.
Yo no hago más que repetir las palabras del apóstol: "Y nosotros tenemos este mandamiento de él:
El que ama a Dios, ame también a su hermano". Luego nos es presentado el alcance de esto y el argumento para ello:
"Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama
también al que ha sido engendrado por él". Y entonces la admonición: "En esto conocemos que
amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos". (1ª Juan 4: 21; 1ª Juan 5: 1-3).
Muchos
están cometiendo el error de suponer que el amor es la vía, por así decirlo, por la que hemos de correr;
cuando de hecho el amor es el 'elemento impulsor' mediante el cual corremos por la vía. La Palabra de Dios
establece los raíles; y éstos son justa y necesariamente rígidos y angostos también, en un sentido
verdadero. La Palabra misma nos dice que el camino es un 'camino angosto'. (Mateo 7: 13, 14). Pero el amor toma
sólo ese camino y nunca otro. El apóstol no permitirá que nada de lo que podamos pensar que el amor es,
sea el amor. No permitirá que el sentimiento sea la prueba en absoluto. Obviamente nosotros lo sentiremos,
— eso es muy cierto, — pero no es la prueba; el corazón del hombre es demasiado engañoso
como para permitir que sea así, ya sea el amor a nuestro hermano o a Dios nuestro Padre. El hombre es emocional, capaz
de ser convencido y de convencerse a sí mismo hasta casi cualquier medida. Y es muy capaz de formarse un juicio erróneo
acerca de sí mismo de esa misma manera. Yo no estoy hablando en absoluto de hipocresía (aunque no digo que no
haya peligro de eso también), sino de la forma en que las cosas pueden afectarnos poderosamente, como parecería,
y no obstante superficialmente. Este sentimiento emocional no es garantía alguna en cuanto a nuestra verdadera condición,
como tampoco las olas impulsadas por el viento contra la corriente de un océano son una señal de la destrucción
real de la corriente.
Pero
el amor, — muy divino, cuando es verdadero, — es el que tiene más imitaciones que no son de Dios. Repartir
todos los bienes propios para dar de comer a los pobres, entregar el propio cuerpo para ser quemado, el apóstol supone
que todo ello podría ser sin amor; por lo tanto, no son pruebas adecuadas del mismo. Yo puedo amar a un hijo de Dios,
y muy entrañablemente, y sin embargo amarlo por muchos otros motivos que amarlo porque él es hijo de Dios. Mi
amor puede ser meramente social; lo que es más semejante a Cristo en él puede ser lo que menos me gusta. Realmente
si nosotros tomamos las características del apóstol en aquel capítulo 13 de 1ª Corintios, verdaderamente
cuán poco encontraremos a menudo de aquello que resistirá el examen pues ¡El amor "no busca lo suyo,
… Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."!
Si
ustedes consultan el primer capítulo de la segunda epístola de Pedro descubrirán que en el orden del
crecimiento divino el "afecto fraternal" ocupa un lugar muy distinto del que de manera natural deberíamos
imaginar. Desde la "fe", el principio de todo en nosotros, el afecto fraternal es la sexta etapa hacia la perfección
y está sólo antes de la plena madurez del "amor" mismo. (2ª Pedro 1: 5-7). En primer lugar debemos
añadir a nuestra fe "virtud", en el sentido latino de la palabra, — a saber, "virtus" en
su acepción de coraje, valentía, aplicado espiritualmente. Porque como la senda de la fe es contra natura, y
a través de un mundo hostil, el primer requisito para ella después de la fe misma es el "coraje o valentía".
Al
principio ustedes tienen que decidirse. No debe haber indecisión alguna, ninguna tibieza. La obediencia, que el apóstol
Juan nos ha presentado como la prueba del amor, viene al principio mismo. ¿Hemos siquiera llegado todos nosotros a
este primer punto desde el cual la posición filadelfiana puede ser alcanzada? ¿Estamos todos, por la gracia
de Dios, entregados sin reservas a Aquel que es verdaderamente nuestro Amo y Señor? Sólo después de esto
y no antes viene el "conocimiento". — el verdadero conocimiento, — que sólo es adquirido de manera
práctica andando en la senda y en el campo frente al enemigo; y es el conocimiento que en la práctica llega
a ser inmediatamente "dominio propio", — gobierno de nosotros mismos-; y "paciencia", en vista de
las circunstancias adversas; es decir, 'constancia', aferrándonos a aquello con lo que comenzamos, —
no sólo "cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida", sino que todavía
lo hago-. (Filipenses 3: 7, 8).
"La
piedad" sigue a continuación. Los frutos más positivos comienzan a aparecer. La verdad actual sobre aquel
que se entrega a seguirla, actúa hacia sí mismo, hacia el mundo, hacia Dios, y ahora por fin hacia el hermano.
Piensen en lo mucho que implica ser un filadelfiano y ustedes verán de inmediato que ninguna simple posición
eclesiástica correcta los pondrá allí. Ustedes deben estar consagrados; deben gobernarse a ustedes mismos;
deben ser constantes; deben estar con Dios: y entonces, alcanzados estos puntos, el amor de ustedes hacia sus hermanos estará
en un desarrollo ordenado y será algo en lo que podemos confiar.
Por
mucho que lo deploremos no nos debe extrañar lo poco que se puede realmente encontrar de este espíritu. Pero
no hay remedio en la mera expectativa o en el lamento, y menos aún en acusarse unos a otros con respecto a eso. Hacer
esto delata a quien lo hace. Demuestra que no buscar "lo suyo propio" no es al menos la cualidad de nuestro amor.
Si lo lamentáramos correctamente deberíamos estar más con Dios acerca de ello, — ser intercesores,
no acusadores. Y entonces también, recordando que sólo tenemos lo que recibimos, deberíamos
estar buscando que Dios ministre y manifieste Su amor a los corazones necesitados e insatisfechos hacia Él que implica
esta frialdad de corazón hacia los demás.
Por
otra parte, mencionemos para nuestro estímulo que todos estos frutos se desarrollan desde la fe como raíz. Así
lo infieren las palabras del apóstol. Dichos frutos son, en realidad, "añadid a vuestra fe virtud;
a la virtud, conocimiento", y así sucesivamente. Esta es la manera en que las plantas crecen,
cada nuevo brote se desarrolla a partir del producto de uno anterior. Porque la fe, la raíz de todo, se aferra a Aquel
en quien todas las bendiciones espirituales son nuestras, y el crecimiento espiritual es sólo mediante lo que aprendemos
de Él. Y así el apóstol añade: "Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os
dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo". (2ª
Pedro 1: 8). El remedio no está en la temperamental preocupación por uno mismo, ni en esforzarnos por
sacar de nosotros mismos lo que no se encuentra allí, sino en aferrarnos más real y fervientemente a lo que
es nuestro en Aquel que es para nosotros satisfacción completa y poder todo suficiente. Es una gran cosa ser un filadelfiano
y ustedes no se extrañarán que bajo este título el Señor describa a un pueblo que, con toda su
debilidad, tiene Su especial aprobación.
Pero
aquí, si miramos un poco a nuestro alrededor, encontraremos por una parte un movimiento divino que motiva los corazones
del pueblo de Dios hacia un "afecto fraternal" real y práctico que brota de la "piedad". Por otra
parte es fácil ver una imitación de esto que sugiere una reunión de cristianos, incluso un sacrificio
de lo que es de Dios. También en el mundo la confederación está a la orden del día. Ellos
dicen, «La unión hace la fuerza». Y en todas partes se encuentran sociedades, asociaciones, compañías,
amalgamas de todo tipo, para toda clase de propósitos. Ellas son, naturalmente, en gran parte comerciales y con fines
egoístas como aquellos de los que está lleno el mundo que no conoce a Cristo. Son una asociación de individuos
que permanecen realmente en intereses individuales no procurando el bien de los demás, sino el suyo propio. Ellos no
son la expresión del amor ni lo promueven. Por el contrario, es bien sabido que cuanto más grandes son como
corporaciones menos corazón hay en ellos. Intensifican el egoísmo al que ministran y para el cual proporcionan
un más amplio campo para la siega.
El
vínculo en este caso no es de ninguna manera la hermandad; sin embargo, ¿quién puede negar que la cristiandad
profesante está en gran parte impregnada por el mismo espíritu y ha adoptado medios mundanos en un espíritu
mundano para fines supuestamente cristianos? No se equivoquen; no abriguen ustedes el pensamiento de que por el hecho de ser
dignos estos fines deben santificar los medios empleados para alcanzarlos. ¿Acaso no hay fraude en el pensamiento mismo
de estas combinaciones para producir grandes resultados? ¿Acaso no son los medios propensos a ser confundidos con los
fines? ¿No es la conciencia de tener fuerza lo que la unión promueve y está destinada a promover, precisamente
lo contrario de la debilidad que necesita y lleva a Dios? La publicidad de la acción, ¿no coloca a los que están
involucrados en ella ante los ojos de los hombres más que ante los de Dios, y poco los satisfacen palabras como las
que el Señor dirige aquí a Filadelfia: "Yo conozco tus obras"? (Apocalipsis 2: 2). Por último,
¿no induce la aparente grandeza del resultado buscado a descuidar lo que son considerados los detalles más pequeños
de los procederes y los medios por los cuales dicho resultado ha de ser alcanzado?
Nadie
puede negar que mientras el aumento de las sectas continúa sin evidente disminución, sin embargo, junto con
esto hay una marcada y decidida tendencia a la unión para toda clase de objetivos apreciados por el cristiano. Sociedades
Misioneras, Sociedades Bíblicas, Sociedades de Tratados, las Uniones de Escuelas Dominicales, las Asociaciones Cristianas
de Jóvenes y otras similares, ignoran por una parte lo que ellos reconocen por la otra, y se proponen unir a cristianos
como tales para lograr resultados que las divisiones del Protestantismo han obstaculizado. Y en movimientos de este tipo hay
muchas cosas por las que uno puede regocijarse sinceramente. ¿Quién puede dudar que existe un deseo real de
comunión cristiana, un anhelo de libertad más allá de los límites artificiales impuestos por el
eclesiasticismo, y un anhelo de mayor y mejor proliferación de frutos que la que permite la lucha entre sectas? ¿Quién
puede dudar también que de este modo se ha encendido el celo de muchos obreros fervientes y que realmente se ha logrado
y se está logrando mucho? La intolerancia ha sido suavizada; el rencor sectario ha sido mitigado; y ha sido inducida
especialmente una intensa actividad en los esfuerzos evangelísticos que el Señor está utilizando para
bendición de un gran número de almas.
Nosotros
tendríamos una triste falta de discernimiento si no viéramos estas cosas, y de espíritu cristiano si
no nos regocijáramos por cosas como éstas. Por otra parte, tampoco debe ser considerada como una contradicción
señalar los resultados que deben ser desaprobados, y las tendencias que se están desarrollando rápidamente
a medida que pasan los años, las cuales deben ser una fuente de problemas, si no de sorpresa, para todos aquellos para
quienes,
«Anwoth no es el cielo,
y
predicar no es Cristo» [véase nota];
para
quienes la calidad de una cosa, vista por "el Santo, el Verdadero", es más importante que su cantidad.
[N. del T.]. De una carta de Samuel Rutherford. (Fue pastor de una iglesia en
Anwoth, Escocia, en el siglo XVII pero fue removido de su púlpito durante una época de persecución y
enviado al exilio. Continuó ministrando a su congregación a través de sus cartas.
Consideremos
con franqueza y seriedad lo que el día venidero revelará al menos en su verdadero carácter. ¿Quién
que tenga ante sí aquel día se atreverá a culpar precipitadamente o a pasar por alto descuidadamente
cosas que afectan a la gloria y al corazón del Señor nuestro Salvador, aquel corazón sobre el cual descansan
(como las gemas engastadas en el pectoral del sumo sacerdote) los nombres de Su amado pueblo, ninguno de ellos olvidado? Aquel
que tiene ante sí lo que tenemos aquí, al Hijo del Hombre en medio de los candeleros, será librado de
la trampa de actuar ante otros ojos que no sean los de Él, y no tendrá motivo alguno para aplicar más
que verazmente y en amor, "lo que el Espíritu dice a las iglesias".
Nosotros
hemos dado una mirada a las iglesias de la Reforma y no hace falta que yo repita que el nacionalismo en todas partes da 'un
nombre de que vives' allí donde no hay vida real. La disciplina aquí es del tipo más laxo. En algunos
de estos sistemas se permite que se manifiesten abiertamente el Aniquilacionismo, el Universalismo, el Swedenborgianismo (o Nueva Iglesia, grupo religioso, influenciado por los escritos del científico
y místico sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772), el Racionalismo de la clase más extrema, son, en algunos
de estos sistemas, permitidos para manifestarse públicamente. Ellos insisten en que «La cizaña y el trigo han de crecer juntos hasta la siega». «Judas estaba en la
mesa del Señor». Y ellos tienen así fundamento
Escritural, como ellos imaginan, para no «Quitar
a un perverso de entre ellos» (véase 1ª Corintios 5) ,
o para no «limpiarse de los vasos de deshonra separándose
el creyente de ellos». Leemos, "Pero en una casa grande no solamente hay vasos de oro y plata, sino también
de madera y de barro; y algunos para honra y algunos para deshonra. Por lo tanto, si alguno se habrá limpiado de estos,
separándose él mismo de ellos, él será un vaso para honra, santificado, útil para el Dueño".
(2ª. Timoteo 2: 19 a 21 – JND).
¿Cuál
debe ser, cuál es, el resultado de ésta y otras laxitudes similares? ¿Y cuál es el resultado
de reunir a un gran número de personas allí donde incluso los débiles lazos de tal disciplina se relajan,
y los miembros de los cuerpos más laxos son aceptados hasta ahora por aquellos que en sus propios cuerpos se rigen
por reglas más estrictas y más Escriturales? ¿Cuál puede ser el resultado sino el deterioro del
todo, una fermentación de principios mundanos y también de falsa doctrina positiva? ¿Son los espirituales
comúnmente mayoría en estos grandes cuerpos religiosos, o minoría? ¿Lideran ellos al resto o se
ven forzados a seguir el liderazgo de otros, y a mezclarse con lo que ellos sienten y reconocen que no es como ellos quisieran,
pero que no obstante toleran por el bien de la conexión con un dispositivo tan grande para el bien, como ellos la estiman?
Generalmente
se debe transigir en cuanto a la verdad, lo que prohibiría a cualquiera que esté en estas asociaciones hacer
aquello que Pablo reivindicó ante los Efesios como lo que él había hecho entre ellos: "No he rehuido
anunciaros todo el consejo de Dios". (Hechos 20: 27). Ellos tienen que ser (en lo que respecta a estas conexiones) siervos
que califican por omisiones el mensaje de su Amo, obligados a abstenerse de comunicar lo que Él ha puesto en boca de
ellos para ser comunicado. ¡Oh, que los amados hermanos en el Señor consideraran bien por sí mismos hasta
dónde puede llegar esto sin deshonra para el Señor que los ha comprado para ser Suyos, o sin pérdida
de poder real por contristar al Espíritu de poder!
¿Y
acaso no es remplazado insensiblemente el fin por los medios, — el registro de tantas visitas hechas, de tantos tratados
distribuidos, tanto terreno cubierto, obligados a hacer un deber de aquello que estas cosas son sólo acompañantes,
si es que ellas significan algo en absoluto? Y si las conversiones son registradas el caso es a menudo aún más
triste: pues se esperan conversiones como resultado de tanta organización, y son registradas, — ¡oh cuán
ligera y negligentemente, — para el esfuerzo exitoso del hombre, en lugar de la alabanza de Dios!
Yo
no deseo explayarme más acerca de todo esto. Ejemplos para demostrar la verdad de esto no faltarán a aquellos
que se preocupan por poner a prueba lo que ellos hacen mediante el único estándar perfecto al que todos apelamos,
y por el cual todos serán medidos exactamente en un día venidero.
Con
respecto a todo esto yo con el mayor placer reconozco una mayor búsqueda de comunión entre aquellos que son
del Señor. Sin embargo, insisto en que la cooperación aparte de la verdad no es el pensamiento de Dios, ni tampoco
es Su método las asociaciones humanas y voluntarias. La Iglesia de Dios, — no una unión de iglesias sino
una unión de miembros con su Cabeza viviente, — es Su asociación, y en esta asociación Él
ha provisto tanto para el mantenimiento de Su verdad como para la verdadera libertad de Su pueblo. Si nosotros no aceptamos
esto, ¿cómo podemos pedirle, porque Él es misericordioso, que bendiga las improvisaciones que la sustituyen?
¿Es amar "en la verdad" y "a causa de la verdad", cuando la verdad es desechada o se transige en
cuanto a ella a fin de estar juntos?
Sin
embargo, si ustedes siguen la verdad en lugar de ser llevados a unirse con los muchos de manera práctica, esto los
separará, — los aislará, — reducirá prácticamente a la nada mucho de lo que ahora
puede parecer grande y valioso, — y los recluirá en un camino angosto que de manera natural ustedes evitarán.
¿Prometen las Escrituras alguna vez algo más que un camino angosto? ¿Son la debilidad y la insignificancia
obstáculos o ayudas para confiar en Dios? ¿Es perjudicial que la fe se ejercite? ¿Y no es el poder de
Dios tan competente para obrar mediante pequeños medios e individuos como por una multitud, y por dispositivos del
máximo poder? Si nosotros no pensamos así, ¿qué muestra ello sino cuán tristemente la confianza
en los medios y en la organización ha desplazado a la confianza en el Dios vivo?
Pasemos
ahora a considerar otra cosa en la actitud de estos santos Filadelfianos que el Señor destaca para especial aprobación.
"Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba
que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra". (Apocalipsis 3: 10).
¿Y
qué es lo que está relacionado con esto?
"He
aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona". Observen ustedes que ahora
Él dice por primera vez, "pronto". No hemos tenido eso antes. Es aquí una señal de cómo
el tiempo de Su paciencia está llegando a su fin. Ahora es como el apóstol dice en el primer capítulo,
"El reino y en la paciencia de Jesucristo". En breve será Su "reino y gloria ". Ahora es el tiempo
en el cual aunque Él ya posee toda potestad "en el cielo y en la tierra", Él espera, no asumiendo
Su poder para acabar con el mal sino ejerciendo esa paciencia que es para salvación, de la cual cada uno aquí
salvado por gracia es un ejemplo y una prueba.
Entonces,
¿puede ser algo extraño para nosotros tener que guardar la palabra de Su paciencia? ¿Recordar lo
que detiene las ruedas del juicio y retrasa el cumplimiento de nuestra esperanza como cristianos? Paciencia no es indiferencia
en cuanto a esa esperanza sino todo lo contrario. Si nosotros fuésemos indiferentes no podríamos hablar de paciencia
ni tener paciencia en absoluto: "Si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos". (Romanos
8: 24, 25).
Es
bienaventurado necesitar la exhortación a ser pacientes de esta manera, — porque nuestros deseos se aferran a
las preciosas y grandísimas promesas, ¡y nuestras almas son llevadas en la corriente de ellas hacia el cielo
que la fe nos describe como cercano! ¿Necesitamos asombrarnos ante una amonestación a tener "paciencia"?
¿Acaso no deberíamos preguntarnos si nuestras almas podrían abrazar esa futura bienaventuranza y no tuvieran
tal necesidad? Pero guardar la palabra de Su paciencia es más, mucho más que ser pacientes nosotros mismos.
Ello separa el pensamiento de la represión de los anhelos meramente egoístas, y lo eleva a la comunión
con Aquel cuya espera y cuya venida son por igual el resultado necesario y la exhibición de lo que Él es, —
el divino Amador y Salvador de las almas de los hombres. Si Él viene o si Él espera, en ambos casos es la justicia,
el amor y la sabiduría en Él que se combinan y se manifiestan.
Dos
cosas se prometen ahora a los que guardan la palabra de Su paciencia: en primer lugar, que él los guardará de
la hora, — no solamente de la prueba sino "de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero,
para probar a los que moran sobre la tierra", — guardados del juicio del mundo preparado para incluir a los profesantes
sin vida del cristianismo cuyos corazones permanecen, a pesar de su profesión, atados a las cosas terrenales; guardados
también de la tribulación y la criba que precederán al juicio de la mano del Señor cuando Él
aparezca.
Pero,
¿cómo se los mantendrá fuera de un tiempo de prueba universal? Eso está insinuado en la segunda
promesa: "Yo vengo pronto". (Apocalipsis 3: 11). Su venida reunirá a Sus santos a salvo, lejos de todo soplo
de la tempestad que va a sobrevenir. Ellos estarán con Él, resucitados o transformados, arrebatados a Su bendita
presencia antes que llegue la prueba; y cuando el mundo Le vea viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria,
no habrá ningún santo de la época actual que no esté con Él allí, "cuando [Él]
venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron". (2ª Tesalonicenses
1: 10).
Y
ahora permítanme preguntar: Si esta insinuación de la pronta venida del Señor caracteriza los tiempos
Filadelfianos, ¿quién puede dudar por un momento de la coincidencia con el clamor que durante medio siglo ha
estado despertando los corazones de los cristianos en todas partes? Nada es más cierto, sea ello correcto o incorrecto,
que ha habido un avivamiento generalizado de la esperanza de la venida del Señor, junto con la impresión de
que realmente está muy cerca. Incluso las fechas que una y otra vez han sido fijadas confiadamente para ella, si por
una parte muestran los errores de los intérpretes proféticos, por la otra, no menos claramente muestran la expectativa
prevaleciente. Aunque durante la espera ha habido un número grande y creciente de personas que nunca han dado crédito
a ninguno de estos cálculos, sin embargo ellos han estado tan profundamente convencidos como los demás de que
el momento es inminente.
¿Y
acaso no es esto en sí mismo un indicio de Su real proximidad según la promesa en esta epístola Filadelfiana?
¿No les ha estado diciendo el Señor: "Vengo pronto"? Es fácil, sin duda, fijar la atención
en los errores cometidos por corazones afectuosos o por mentes entusiasmadas con el fin de traer descrédito sobre la
verdad; pero la Escritura, que nos niega el conocimiento de los tiempos o las ocasiones, asegura la fe de aquellos que estarían
exhortándose mutuamente y mucho más al ver que el día se acerca". (Hechos 1: 7; Hebreos 10: 25).
Retengamos
esta promesa, y mantengámosla pura: libre de los errores con los que Satanás procura degradarla mediante asociación,
— libre de los errores de la ignorancia y del fanatismo, — pero también de la frialdad e indiferencia de
corazones que dan poca respuesta a las palabras de nuestro Señor aquí.
Yo
debo detenerme aquí aunque hay mucho, mucho más en esta epístola. Debo dejar para sus propias
meditaciones los dulces estímulos y las dulces promesas al vencedor, que, como ha sido mencionado a menudo, vinculan
tanto al creyente con Aquel que le habla. Que podamos aferrarnos a ellas. Son nuestras, para que la fe las comprenda y se
regocije en ellas: esa fe que no sólo 'vence al mundo' (1ª Juan 5: 4), sino que ahora en la Iglesia
profesante también tiene que vencer. "Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca
más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad
de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias".
F.
W. Grant
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Abril 2024
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo
Testamento (1884) por John Nelson Darby.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).