EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

LO QUE FINALIZA EL TIEMPO DE SU PACIENCIA (F.W.Grant)

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Duración: 58 minutos, 55 segundos

Lo que finaliza el tiempo de Su paciencia

 

F. W. Grant

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

La Historia Profética de la Iglesia

 

8ª conferencia

 

Lectura Bíblica: Apocalipsis 3: 14-22

 

Llegamos ahora, amados amigos, al solemne final de todo; y es muy sorprendente que este final viene inmediatamente después de la epístola a Filadelfia, en la cual resplandeció más que un pequeño destello de luz y bendición. Ambas cosas están estrechamente relacionadas pues la bendición de la iglesia en Filadelfia nos lleva realmente, en cierto sentido, al juicio de la iglesia en Laodicea.

 

La gran característica en el discurso a Laodicea es que ellos son tibios, — no fríos ni calientes. Ciertamente podemos decir que nosotros hemos tenido el estado frío en Sardis: la muerte es bastante fría. En Filadelfia hemos tenido al Señor reviviendo cosas, — algo que podemos llamar calor. Ahora bien, la mezcla de estas dos cosas produce esta tibieza de la cual Él habla. No es calor como en Filadelfia; no es frío como en Sardis; pero, por así decirlo, el efecto del calor sólo es suficiente para cambiar lo frío en tibio, — nada más. Ha habido el efecto de la verdad, — la verdad siempre debe tener efecto, la palabra de Dios nunca regresa a Él vacía, sin hacer algo, sin dejar su marca en las almas de alguna manera. Pero por otra parte, ella puede dejar su marca de dos maneras. Puede ser en bendición, conforme al propósito de Dios. Oh, ciertamente, lo que Él quiere es bendición; pero, por otra parte, si ella no es recibida de tal manera que se convierta en bendición, ¿entonces qué? La Palabra sigue teniendo efecto pero en una mayor responsabilidad y en el juicio correspondiente. Y si el cristianismo fracasa (porque es la historia del cristianismo profesante lo que hemos estado considerando), — si el cristianismo fracasa, si cuando Dios presenta los tesoros de la verdad divina, no obstante no hay la debida recepción, ninguna bendición para la masa, ningún verdadero avivamiento producido por ella en general, ¿entonces qué? Él no tiene nada más que hacer, — el juicio debe venir. Él debe poner término a todo el estado de cosas.

 

Vean ustedes, si había ley y ésta fracasaba, como ustedes bien saben que fracasó (es decir, obviamente, cuando los hombres fracasaron bajo ella y fueron condenados por ella como transgresores), — si la ley fracasaba, Dios tenía algo más para introducir, — la preciosa gracia del cristianismo. Y él hizo esto sin dejar de juzgar el estado apóstata de cosas en el judaísmo. Aun así Dios entró, y dio la "fe, mucho más preciosa" del Cristianismo. Si el cristianismo fracasa ahora, ¿qué tiene Él que hacer? ¿Qué más tiene Él que introducir? Si Su verdad, antes probada, y ahora probada de nuevo (Su doble testimonio), no es suficiente para revivir las cosas, ¿entonces qué? Bueno, el caso es justo lo que ustedes encuentran en el libro de Isaías, capítulo 26 donde leemos,  "aun cuando se mostrare favor al inicuo" (es decir, gracia, — es la misma palabra), — "aun cuando se mostrare favor al inicuo, no aprenderá justicia". (Isaías 26: 10 – VM). ¿Y entonces qué? "Cuando tus juicios están en la tierra, los habitantes del mundo aprenden justicia". (Isaías 26: 9 – VM). Eso es lo que tenemos aquí, — el juicio debe venir porque la gracia ha sido rechazada: porque ella no ha logrado nada en cuanto al mundo en general, Él debe tomar la vara de hierro: porque Su Palabra y Su Espíritu han sido rechazados, Él debe venir con la vara de hierro para eliminar la oposición.

 

Pero observen ustedes lo que es aquí muy sorprendente pues no se trata simplemente que Dios ha estado presentando nuevamente Su verdad y ella ha sido rechazada sino que ella ha sido aceptada o no habría calor alguno en Laodicea; no habría nada sino la frialdad de Sardis. Ha habido efecto. La verdad ha sido aceptada, pero ¿para qué ha sido aceptada? Lamentablemente! en vez de juzgar al hombre y derribar todos sus elevados pensamientos en la presencia de Dios para que él pueda ser elevado y bendecido, ha sido aceptada por el hombre para exaltarse a sí mismo con ella. Con ello él aduce: "me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad". En su propio pensamiento él es así; mientras que él es realmente un "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo". Esta es la sorprendente característica que tenemos aquí. (Apocalipsis 3: 17). En este caso Cristo mismo no está relacionado con la verdad. La verdad ha sido aceptada y las personas se jactan por el hecho de tenerla; ellos son ricos y se han enriquecido con bienes. Tienen mucho pero no tienen a Cristo. Cristo está afuera, aunque Él está a la puerta y llama, todavía ofreciendo entrar; si alguien abre la puerta, Él entrará, y cenará con él, y él con Él. Por otra parte, si Cristo está afuera de la puerta el hombre puede hacer en Su ausencia lo que en Su presencia no podría hacer: puede revestirse con la verdad que Dios le ha dado para otro propósito, — puede glorificarse a sí mismo en lugar de glorificar a Dios.

 

Por consiguiente, el Señor se presenta a Sí mismo como Aquel que, por así decirlo, había hecho todo lo que Él podía y todo había fracasado. Él es "el Amén", el testigo fiel y verdadero: Él no ha fracasado.

 

Él es el "Amén". En el primer capítulo de la segunda epístola a los Corintios el apóstol habla de la palabra que él predicaba como teniendo ese carácter de Sí y Amén (2ª Corintios 1: 19, 20): porque en Cristo es Sí; en Cristo nunca es sí y no. Ninguna incertidumbre o duda había en Cristo o en Su palabra; Él siempre era sencillamente el "Sí" positivo, — hablaba siempre algo, y se podía confiar absolutamente en él. Si nosotros sólo tenemos una Palabra, ella es una bienaventurada realidad que nos ha sido dada en el infinito amor de Dios, Palabra a la cual podemos asir nuestras almas por toda la eternidad, y que nunca nos fallará. El carácter de Cristo debe estamparse en el cristiano; Cristo como es visto en su Palabra debe ser exhibido en Su pueblo; pero si como aquí tan tristemente en Laodicea ellos no han sido fieles, sin embargo Él permanece fiel: Él es el Amén, el "Testigo fiel y verdadero". La Iglesia ha sido cualquier cosa menos eso. Él está a punto de quitar el candelero porque ellos son falsos e infieles; pero el Señor no ha fallado, y por tanto Él se presenta como uno absolutamente verdadero y digno de confianza. Y nosotros podemos decir que eso es nuestro gozo y nuestro consuelo en medio del fracaso de todo en la actualidad. El defecto de Su pueblo no es el Suyo. La infidelidad puede tratar de justificarse mediante el fracaso de los cristianos; e incluso los cristianos, lamentablemente, son capaces, en el naufragio general, de hacer que Él sea poco menos que responsable de dicho fracaso. Pero no, "Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo. (2ª Timoteo 2: 13). Él es el "testigo fiel y verdadero".

 

Además, Él es "el principio de la creación de Dios":  y eso es algo sumamente importante. Ustedes ven que en todos estos mensajes el Señor saca a relucir aquello que hay en Él mismo que se relaciona con el estado que tiene ante Sí, y que lo afronta. Así que Él no sólo es aquí el testigo fiel y verdadero sino que es el principio de la creación de Dios. La vieja creación estropeada por el pecado está feneciendo; su historia se ha completado a los ojos de Dios, y el juicio ha sido pronunciado en la cruz de Cristo. Cristo resucitado de entre los muertos no es la reparación de la vieja creación sino la introducción de la nueva creación. En Él, resucitado de entre los muertos, está todo lo que Dios reconoce como realmente Suyo, en primer lugar y siempre en Su pensamiento, y para lo cual la ruina de lo viejo sólo preparó el camino.

 

Cuando el salmista levantó los ojos al cielo, a la vista de la gloriosa obra de Dios exclamó: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? — ¿ Y el hijo del hombre, para que lo visites?" La respuesta es: "Le has hecho poco menor que los ángeles". (Salmo 8: 4, 5). ¿Pero hecho a quién? Él no habla del primer hombre, sino del segundo, — Aquel único en quien Su verdadero ideal del hombre es hecho realidad, — Aquel de quien Adán, el primero, no era más que la imagen efímera, e incluso también el contraste.

 

Ahora bien, si eso es así sólo observen ustedes notables palabras usadas aquí acerca del estado de cosas en Laodicea; porque es evidente que mientras mantienen a Cristo afuera ellos están tomando la verdad que Él presentó y se visten con ella, considerándose ellos mismos ricos e incrementados en bienes; es decir, tomando la verdad de Dios para edificar la vieja creación, no la nueva. Es una cosa sumamente solemne ver que la misma verdad que Dios ha sacado a la luz para juzgar al hombre es la misma verdad que el hombre usa con el propósito de complacerse a sí mismo. Si ustedes consideran la ley, ¿cómo ha usado el hombre la ley? Dios la dio "para que toda boca se cierre", como dice el apóstol, "y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios". (Romanos 3). ¿Cómo la ha usado el hombre? Ustedes saben que la ha usado para establecer su propia justicia mediante ella: en vez de tomarla para condenar la ha usado para exactamente lo opuesto. Y así sucede exactamente con el cristianismo: Dios ha introducido la verdad de la nueva creación, el mundo ante Él yaciendo bajo la muerte y el juicio. Y sin embargo el hombre quiere tomar la bienaventurada verdad del cristianismo y vestir la vieja creación con ella, y remendar el mundo haciéndolo mejor si puede. Eso es, lamentablemente, lo que el hombre está haciendo por todas partes; y los hombres hacen alarde del éxito del esfuerzo.

 

Ustedes conocen cuál es el progreso que las personas piensan que están haciendo, — cuánto mejor está el mundo; y ellos esperan que el Milenio no esté lejos. Afirman que el evangelio va a tener su resultado porque las iglesias están llenas y tienen una buena cantidad de dinero para enviar al extranjero, una buena cantidad de Biblias para los paganos, — todas ellas simples cosas externas, que no muestran nada. Ustedes pueden comprar toda clase de Biblias por una suma de dinero pero no pueden comprar el Espíritu de Dios por una suma de dinero.

 

No hay duda de que el Espíritu de Dios está obrando realmente y en gran medida, pero Su objetivo y el objetivo del hombre son distintos hasta el punto de que mientras Él está convirtiendo almas para librarlas "del presente siglo malo" (Gálatas 1: 3-5), el pensamiento del hombre es un mundo mejorado, un mundo cristiano: el efecto de lo cual es sólo amalgamar a los cristianos y al mundo, y estropear por completo el carácter escritural del cristianismo.

 

Pero en estos últimos días Dios ha concedido a muchos poder reconocer al menos la verdad en Su Palabra en cuanto a esto. Él ha revivido la verdad de la nueva creación y nos ha revelado las consecuencias prácticas y fructíferas que resultan de tener un lugar en Cristo donde Él está, en los cielos. Amados amigos, ¿qué estamos haciendo nosotros con esta verdad que reconocemos? ¿Estamos hablando de estar en Cristo, de una nueva creación, de que las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas, y sin embargo nos aferramos con todas nuestras fuerzas a lo que tiene en sí todos los elementos morales que componen el mundo, — "los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida?" (1ª Juan 2: 15-17). El rango, la posición, el nacimiento, las riquezas, la posición mundana, — ¿qué son para nosotros todas estas cosas? Tanto si somos de elevada condición o de humilde condición, ricos o pobres, la pregunta es aplicable por igual. ¿Son estas cosas "ganancia" para nosotros? ¿Cuentan ellas con algo de nuestra estimación? O las cosas que fueron "ganancia" para nosotros, ¿son todas ellas estimadas verdaderamente como "pérdida por amor de Cristo"? (Filipenses 3: 7).  ¿Nos hemos ido renovando conforme a la imagen del que nos creó "hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos?" (Colosenses 3: 10, 11). ¿Es esto una teoría en nuestro caso, o es realidad práctica? ¿Tiene el Señor alguna necesidad de apelar a nosotros como Aquel que es "el principio de la creación de Dios"? Si es así, ¿acaso no está la condición laodicense con nosotros en esa proporción?

 

Porque es cierto que así como Filadelfia nos presenta el verdadero "amor fraternal" que brota de nuestra comprensión de una relación que tenemos unos con otros en Cristo y con Dios, ésta fatal palabra final "Laodicea" habla de lo que es completamente opuesto a tal comprensión. Laodicea significa "derecho del pueblo" [véase nota], no la gloria de Cristo. Esto representa una reivindicación que pertenece enteramente a la vieja creación y no a la nueva, — una reivindicación que desecha el significado de la Cruz como siendo el juicio y la desestimación del primer Adán y su descendencia y, obviamente, ignora igualmente el lugar bienaventurado que tenemos de la gracia, en Cristo. Pero nosotros tendremos que considerar esto nuevamente antes de terminar. Continuemos ahora con el discurso del Señor.

 

[Nota]. De las palabras griegas λαός, laos (gente) y δίκη, dike (derecho).

 

Él dice, "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!" (Apocalipsis 3: 15).

 

Entonces, de este modo Él no acepta a la tibia Laodicea como una mejora de frialdad de Sardis. ¿Por qué? Porque el calor no es calor de avivamiento sino de decadencia. Es el producto final de lo que Él había dado para producir un producto totalmente diferente. Después de repetido el fracaso, exhaustivas pruebas. Es el fracaso de toda la más elevada verdad, más rica y muy maravillosa verdad, — el corazón de Dios derramado sin reservas al hombre para que nosotros pudiéramos conocerle, disfrutarle, estar a gusto con Él. Es la vuelta atrás del corazón en la presencia misma de un cielo abierto para ocuparse con la apariencia superficial y engañosa del mundo. Por eso Él dice: "Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". (Apocalipsis 3: 16).

 

Este es el solemne final de la cristiandad profesante. Obviamente Él no vomitará de Su boca a Su propio pueblo amado. Él debe tomar a éstos en primer lugar a Sí mismo antes que Él pueda rechazar la masa entera como nauseabunda para Él. Y nosotros ya hemos visto en el discurso a Filadelfia que el Señor les dice que viene pronto y que los guardará de la hora de la prueba que viene sobre el mundo entero. No sólo de la prueba, — Él podría esconderlos así en el desierto, — sino de la hora. Por lo tanto, Él debe sacarlos del mundo y llevarlos consigo. Y eso es lo que también insinúa la expresión "vengo pronto".

 

Entonces, nosotros tenemos aquí la breve pausa solemne antes que el Señor tome a Su pueblo a Sí mismo. Él debe hacerlo antes que el cuerpo profesante sea vomitado de Su boca. Él no puede rechazar así ni siquiera al más pobre, débil y descarriado de los Suyos. Y es importante insistir en esto porque está siendo difundida una opinión según la cual sólo una clase de cristianos mejores que los comunes y corrientes serán arrebatados cuando venga el Señor, mientras que el resto será dejado en la tierra para pasar por la tribulación que sigue a esto, cuando la tierra esté soportando las copas de Su ira. Ellos señalan la promesa a Filadelfia como la promesa a una clase especial. Y ellos hablan de las diez vírgenes de la parábola de nuestro Señor como todas cristianas, (ya que ellos presentan el hecho de que son "vírgenes" para demostrarlo), sólo que hay cristianos insensatos, desapercibidos y desprevenidos, con el aceite del Espíritu en sus lámparas, ciertamente, pero sin suministro extra en sus "vasijas". De este modo, sus lámparas, que habían estado encendidas, se apagan por fin y el nuevo suministro de aceite que reciben lo obtienen demasiado tarde para ser admitidos a las bodas. El Señor los rechaza como Su esposa, sólo que ellos pierden su lugar en ella y son excluidos para ser purificados por la tribulación y preparados para el Reino después. (Mateo 25).

 

Pero, ¡cuántas preciosas realidades deben ser negadas por quienes sostienen esta opinión! ¿Es nuestra fidelidad, entonces, la que nos da una parte entre aquellos que son dignificados con el título de Esposa de Cristo? Y cuando venga el Señor, ¿va a discriminar Él de esta manera entre menos y más fidelidad? — ¿entre cristianos comunes y corrientes y cristianos extraordinarios? ¡Qué maquinación para convertir la bienaventurada y purificadora esperanza en un medio de ocuparse de uno mismo y desesperación! Si yo he de ser uno de estos cristianos más que comunes y corrientes que han de ser reconocidos por Él, ¿dónde debe ser trazada la línea y de qué lado de ella estoy yo? ¿Acaso mi gozosa expectativa de este bienaventurado momento ha de estar basada en mi creencia en mi propia superioridad sobre muchos de mis hermanos? ¡Qué cómodo fariseísmo o qué angustia legal deben implicar una opinión tal!

 

Si eso es verdad, ¿por qué habría de hacerse tal discriminación sólo entre los santos vivos? ¿Por qué no ha de afectar igualmente a los muertos? Y por otra parte, ¿qué va a purificar a éstos?

 

En cuanto a la Escritura, el apoyo que ella da a una opinión tal es sólo aparente y tiene su origen en una interpretación de pasajes individuales que está en conflicto con su enseñanza doctrinal más clara. La venida del Señor para llevar consigo a Sus santos nunca está relacionada en la Escritura ni siquiera con nuestras responsabilidades y la adaptación a ellas sino con el cumplimiento de la esperanza con la que la gracia nos ha inspirado. Nuestras responsabilidades y la recompensa de nuestras obras están siempre conectadas con lo que se llama la aparición, o manifestación, o revelación de Cristo, — es decir, Su venida con Sus santos, no Su venida a llevarlos consigo. A la puerta de la casa del Padre, a la cual Él nos recibe cuando viene, no hay centinela alguno. Nosotros entramos en ella purificados por la sangre preciosa de Cristo, y en Cristo. Ya no sólo tenemos el derecho sino que hemos sido hechos "aptos para participar de la herencia de los santos en luz". (Colosenses 1: 12).

 

Cuando Él venga al mundo y Su pueblo asuma su lugar con Él como asociado con Su gobierno, entonces las dignidades, los honores, las recompensas por el trabajo, encontrarán su lugar. Será, "tendrás autoridad sobre diez", — "Tú también sé sobre cinco ciudades". Nosotros no podemos dejar de mantener estas cosas muy claras en nuestras mentes. La salvación, la justicia, el lugar de hijo con el Padre, la membresía del cuerpo de Cristo, nuestra relación con Cristo como Su esposa, — no sólo eso, también el hecho de que Él "hizo de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre" (Apocalipsis 1: 6 – JND, RV1977), son cosas que no se ganan ni se pierden por nuestro trabajo en absoluto. Cristo nos las ha proporcionado, y la gracia nos las concede, — gracia, y sólo gracia.

 

Por tanto, cuando el Señor mismo descienda del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, ¿acaso habrá discriminación entre los que están en Cristo, — de los muertos que resucitarán; de los vivos que serán transformados? No, sino que "los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor". (1ª Tesalonicenses 4: 16, 17). Bienaventuradas palabras, ¡de qué manera ellas horadan y dispersan las escalofriantes brumas del legalismo y hacen que "la esperanza bienaventurada" no sea un medio para la más penosa perplejidad y duda sino verdaderamente una "esperanza"!

 

Los pasajes en los que estos escritores se basan tampoco se contradicen en absoluto. La promesa al vencedor en Filadelfia es una promesa de una clase que a medida que la mirada las recorre a lo largo de estos discursos en el libro del Apocalipsis muestran claramente que ellas son aplicables más o menos a todo creyente verdadero. Tomen ustedes la promesa que es hecha al vencedor en Éfeso y pregúntense si acaso habrá algún creyente que no comerá "del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios". (Apocalipsis 2: 7). Lleven eso a Esmirna y pregunten si algún creyente sufrirá "daño de la segunda muerte". (Apocalipsis 2: 11). Y así sucesivamente a través del resto. Al creyente menos estimado le corresponde ciertamente algo del espíritu del vencedor: y si bien las promesas mismas suministran estímulos a la fe, estímulos adaptados a la especial condición de cosas señalada, sin embargo sabemos que el fruto del árbol de la vida y la liberación de la segunda muerte no son el resultado de algún desempeño nuestro ni de alguna fidelidad de nuestra parte sino de Su obra, y sólo de Su gracia.

 

Además, en cuanto a las diez vírgenes, es un error suponer que en ese carácter los cristianos son representados como desposados con Cristo en absoluto. Las vírgenes que salen a recibir al esposo no son la esposa, y colocarlas en aquel lugar desbarata la parábola. De acuerdo con todo el tenor de la profecía de estos capítulos (Mateo 24 y 25), el pueblo judío y la tierra son los objetos principalmente en perspectiva, y la parábola de las vírgenes introduce a manera de paréntesis la conexión de los cristianos con ella. El Señor viene a tomar una esposa judía según el lenguaje común de los profetas del Antiguo Testamento. En Su camino para hacer esto Su pueblo del tiempo actual es llamado a encontrarse con Él y a regresar con Él. Esto es lo que está implicado en la expresión griega. Entonces, es cuando Él viene a la tierra que las vírgenes insensatas son rechazadas; no rechazadas como Su esposa, sino que son expulsadas de Su Reino por completo. Y yo digo esto porque la parábola es una parábola del Reino; y el Reino en las parábolas abarca todo el campo de la profesión. "Vírgenes", "siervos" y títulos por el estilo en ellas simplemente insinúan la profesión responsable, no necesariamente la verdad. En el evangelio de Lucas capítulo 19 leemos acerca del siervo que había guardado el dinero de su señor en un pañuelo, y en realidad él nunca sirvió en absoluto. Él era un siervo, pero un mal siervo; y es lo mismo con respecto a estas vírgenes insensatas.

 

En cuanto al aceite, se afirma expresamente que las vírgenes insensatas no lo tomaron consigo; y las palabras de rechazo del Señor, "No os conozco", son decisivas por parte de Aquel que 'conoce a los que son Suyos' y nunca podría repudiarlos.

 

No, Él no puede vomitar a los Suyos de Su boca; Él debe sacarlos de aquello que Él va a juzgar antes que caigan las primeras gotas iracundas de la tormenta del juicio. Incluso entonces será manifestado públicamente, y antes que Él rechace al cuerpo que profesa de manera pública, cuán realmente ellos, por parte de ellos, Le han rechazado. La cristiandad termina en abierta apostasía. El día del Señor no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición. (2ª Tesalonicenses 2: 2, 3). El catolicismo romano, malvado como es y anticristiano también, no es el último mal, ni el peor. Dicho sistema es la mujer ramera, no el hombre. Esto ha sido revelado durante trescientos años por lo menos y el día del Señor aún no ha llegado. El Anticristo negará al Padre y al Hijo por igual.

 

¡Cuán solemne es contemplar este último final de lo que comenzó de manera tan diferente! ¡Sobre todo, cuán solemne es considerar que tanto al principio como al final el pecado y el fracaso de Su propio pueblo es lo que inicia y completa la ruina! ¿Quién puede dudar que los cristianos en todas partes están adoptando esta expresión autocomplaciente: "Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad"? (Apocalipsis 3: 17). ¿Quién puede dejar de ver que la verdad está siendo adoptada como una apariencia de piedad separada de la eficacia, separada de todos los resultados prácticos que deberían emanar de ella? (2ª Timoteo 3: 1-5). ¿Y quién puede dejar de ver, si tiene ojos para ver, que esa es la señal más terrible y desesperada de todas, cuando la sal con la que la masa debería ser sazonada se hace insípida y llega a ser impotente para actuar para Dios en absoluto? (Lucas 14: 34, 35).

 

En fin, una cosa es apreciar el consuelo del evangelio y las bendiciones que procura al hombre, y otra cosa es aceptar honestamente el nivel al cual el evangelio reduce a todos, y el lugar ante Dios en Cristo que lleva a pobres y ricos, y de elevada y de humilde condición, a una perfecta igualdad, regocijándose el rico en su humillación, así como el hermano de humilde condición en su exaltación.

 

¿Acaso no quisiéramos todos nosotros que se nos recuerde lo que sucedió entre los emuladores discípulos y su Señor durante el solemne viaje a Jerusalén, cuando la cruz estaba ante el rostro del Maestro, pero ni siquiera su delgada sombra podía calmar la rivalidad contenciosa entre Sus seguidores por los lugares a Su derecha y a Su izquierda, en su Reino? «Estáis haciendo de él un reino de gentiles», es lo que virtualmente Él les dice. «¡Estáis pensando en lugares terrenales como en éstos, — pensáis en lo que satisfaría la ambición y la codicia egoísta! ¿Pensáis vosotros que estos son los lugares que son Míos darlos? No; Conmigo el más elevado es el más humilde; la grandeza está en el servicio más humilde; la bienaventuranza está en dar, no en recibir; lo más elevado allí, — Él (inmutable en espíritu todavía) quien como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.» (Marcos 10: 32-45).

 

Y además, en cuanto a nuestra relación personal con Cristo, es la necesidad lo que nos lleva a Él en primer lugar y nos hace conocerle; y en Su presencia el sentido de necesidad, la necesidad satisfecha por Él, se mantiene siempre. Esto no nos desanima porque Su gracia es suficiente; pero Su poder todavía se perfecciona sólo en la debilidad. (2ª Corintios 12: 9). "Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad", es lo que ningún alma puede decir en presencia de Cristo. Rico es Él; y para nosotros esas riquezas están disponibles; pero cuanto más rico es Él a nuestros ojos, más pobres somos nosotros a los nuestros. Nosotros sólo podemos mantener la condición Laodicense manteniendo al Señor afuera de nuestra puerta.

 

¿Y acaso no hay en todas partes un credo ampliamente profesado entre los que afirman ser en cierto modo los líderes mismos del cristianismo de la actualidad, lo cual verdaderamente se aproxima mucho a la profesión laodicense? ¿Cómo podría la afirmación de ser ricos y de haberse enriquecidos, y no tener necesidad de ninguna cosa ser más realmente hecha que por aquellos que reclaman para sí mismos la "perfección"?

 

¡Perfección! ¿Qué quieren decir ellos con esto? ¿Quieren decir que andan en obras y verdad tal como Cristo anduvo? (1ª Juan 2: 6). Ese es el estándar cristiano; nosotros no podemos, con la Escritura ante nosotros, hacerlo más bajo que eso. Pero, dirá alguien que aunque sea por un solo día, sí, por una sola hora, ¿ha andado tal como Cristo anduvo?

 

Yo sé que hay Escritura para la palabra "perfección". El diablo, al engañar a los cristianos, siempre tomará la Escritura, si puede, para lograr su propósito. Pero el término escritural no significa lo que en la terminología del así llamado ' Movimiento de Vida Superior' o ' movimiento Keswick' se le hace significar. Tomemos uno de los textos más potentes utilizados: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5: 48): y el contexto muestra decisivamente lo que se quiere decir.  Nosotros hablamos de una cosa perfecta cuando ella tiene todas sus partes sin tener en consideración en absoluto el acabado de las partes. Así el Señor nos dice que como hijos debemos parecernos a nuestro Padre, y para ello exhibir los distintos rasgos del carácter de nuestro Padre. No sólo debemos amar a los que nos aman, sino que, así como Él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos, nosotros debemos exhibir también este rasgo de su carácter: no sólo justicia, sino también amor.

 

La palabra "perfección" es usada también para la condición cristiana madura, como mostrará una mirada a la nota en el margen de Hebreos 5: 14 en la Biblia inglesa KJV donde se lee, "mayoría de edad" o "perfectos". En nuestra Biblia en español  RVR60 el término "madurez", al igual que en 1ª Corintios 14: 20, "maduros", es traducido en las notas en el margen de la biblia inglesa como "perfectos" o "de edad madura". Es usada así con dos aplicaciones. En la epístola a los Hebreos el cristianismo mismo es perfección o madurez en contraste con el judaísmo que era un estado de niñez. Pero por otra parte, entre los cristianos hay aquellos que son perfectos, o maduros, en contraste con ser "niños"; y el apóstol Pablo, en el tercer capítulo de la epístola a los Filipenses, (en el cual él descarta el haberlo alcanzado ya o de ser ya "perfecto", — una consumación que en ese sentido él no alcanzaría hasta estar con Cristo en la gloria), se clasifica a sí mismo inmediatamente después entre aquellos que lo habían alcanzado en otro sentido: "Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos". (Filipenses 3: 15). Otra traducción dice: "Así que, todos los que hemos alcanzado la madurez pensemos de este modo". (Filipenses 3: 15 – RVA).

 

Hay muchos textos que no puedo repasar ahora pero esto debería ser suficiente para evitar quedar atrapados en una palabra, como las personas tienden a hacer. En la Escritura hay mucho acerca de la perfección, sin duda; pero como dije antes, si las personas establecen cualquier estándar de perfección práctica que no sea andar como Cristo anduvo, realmente lo están rebajando. Si por otra parte ellos pueden medirse con Cristo y no sentir ninguna reprensión, ellos deben estar más que creíblemente satisfechos de sí mismos.

 

La idea causa perjuicio de dos maneras. En primer lugar, tiende a mitigar el pecado, excusarlo o cubrirlo mediante nombres engañosos. El deseo es llamado tentación y a veces incluso se deshonra a Cristo mismo insinuando que Él también fue "tentado" de la misma manera. Así que las personas citan el versículo que dice que Él "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado", como si significara que Él tuvo tales deseos internos, sólo que los refrenó, de modo que no hubo un brote real. Esto, — la blasfemia real de Irving y de Thomas, ministros de la iglesia en las Islas Británicas, — infesta en formas más suaves y menos positivas a las masas en este siglo 19. El texto que ellos citan, en la versión común de la Biblia, favorece demasiado estas opiniones. En el original griego de Hebreos 4: 15 no existe la conjunción adversativa, "pero", — como cualquiera puede ver por la letra cursiva usada en las más fieles traducciones. La verdadera traducción es, "Fue tentado en todo según nuestra semejanza, sin pecado". Por tanto ¡ustedes no deben sugerir pecado de ninguna manera en el Santo de Dios! El pecado es lo que produce el deseo, y el deseo, repito, produce el pecado exterior positivo. Él no tenía ninguna de las dos cosas, y en esto era todo lo opuesto a nosotros, como testifica la Escritura que afirma "todos ofendemos muchas veces", (Santiago 3: 2).

 

Pero además, el carácter de santidad es tristemente estropeado por este perfeccionismo. Se convierte en ocuparse de uno mismo, ratificarse uno mismo. ¿Cuánto de Cristo encuentran realmente ustedes en las experiencias en las que tanto se ocupan aquellos que defienden esta doctrina? ¿Acaso es, como en el caso del apóstol, "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2: 20), o es, lamentablemente, un YO glorificado, transfigurado, muy consciente de sí mismo, el que vive y reina en todos ellos? El caso es que ellos no ven que así como la vida natural en un estado de salud normal no absorbe ni reclama la atención, — así como el latido del corazón o el trabajo de los pulmones no es impulsado sino que es alterado al pensar en ello, — así este objetivo de una santidad consciente de sí misma no produce sino un cristianismo pobre y enfermizo en el mejor de los casos. ¿Está esto muy lejos de aquel que dice: " Yo soy rico… y de ninguna cosa tengo necesidad"?

 

"Yo te aconsejo", dice el Señor a Laodicea, — "yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas". (Apocalipsis 3: 18).

 

Ellos son exhortados a comprar' tres cosas'. Tan ricos son ellos que el Señor no habla de darles. Y, de hecho, sería una cosa feliz para ellos cambiar sus riquezas por esas tres cosas, — falso relumbre por oro verdadero. Esto es lo primero, oro, — un símbolo frecuente en la Escritura, como ustedes saben; y oro puro, como aquí, por "oro refinado en fuego", por lo que es divino. En el arca del testimonio y en el mobiliario de los lugares santos en general el oro lo cubría todo. Yo creo que el apóstol nos presenta el significado exacto cuando habla de los querubines de oro como "los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio". (Hebreos 9: 5). Esta "gloria" es la exhibición de lo que Dios es. Dios se glorifica cuando Él resplandece en la bienaventurada realidad de lo que Él es, y Cristo es el arca verdadera en la que se encuentran juntos los dos materiales, — oro y madera de acacia. (Éxodo 25: 10, 11). El resplandor de la gloria divina es el oro; la madera de acacia es la preciosa veracidad de la humanidad.

 

¿Acaso no podemos ver el motivo por el cual el primer requisito para Laodicea es el "oro refinado en fuego"? Sus riquezas no eran más que papel moneda fabricado con los harapos de la justicia propia, y de valor meramente convencional, no intrínseco. Cristo es aquello de lo cual ellos carecían: la gloria divina, en la única faz en que brilla sin perder intensidad. (2ª Corintios 4: 6).  Este es el poder del cristianismo, su esencia y su poder por igual; y esto es aquello de lo que carecía tan terriblemente el falso y pretencioso cristianismo de Laodicea, — estar ocupados con Cristo, discernimiento acerca de qué es todo lo que es verdadero y valioso y de dónde se lo encuentra. Saber dónde está esto es tenerlo. La fe es la que encuentra este tesoro. Carecer de ello es ser reamente pobre.

 

A continuación,  las "vestiduras blancas para vestirte" es, sin duda, la justicia práctica de vida y del andar. Hay una conexión entre esto y lo anterior, conexión que cuando entendemos el significado de ambas cosas se vuelve suficientemente evidente. A menos que ustedes tengan la gloria divina resplandeciendo en la faz de Jesús para sus almas no encontrarán capacidad para vivir o andar rectamente. El color 'blanco' es el reflejo del rayo pleno e indiviso de la luz; y Dios es luz. Entonces ¿cómo ha de ser nuestra vida el reflejo de esto, sino porque "Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo"? (2ª Corintios 4: 6). El libro Levítico debe preceder al libro de Números siempre. Debemos entrar para ver a Dios en el santuario antes que podamos salir y andar con Él en el mundo.

 

Finalmente leemos, "unge tus ojos con colirio, para que veas". Por tanto, había ceguera total, — la condición de los fariseos otra vez, porque ciertamente no se dieron cuenta de ello sino que dijeron: "Vemos"; y así permaneció el pecado de ellos. Si ellos hubiesen estado conscientemente ciegos Cristo estaba allí para sanarlos. Pero, lamentablemente,  ellos no necesitaban al Médico. (Juan 9: 35-41).

 

Aún Él dice: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". (Apocalipsis 3: 19, 20).  Hasta el final Él ofrece una misericordiosa invitación. Su corazón persiste mientras todavía hay posibilidad de respuesta por parte de ellos. Pero el día de la gracia está a punto de terminar. Si las palabras que hemos estado considerando encuentran el paralelo que he estado trazando, si no es trazado falsamente, entonces estamos ciertamente cerca de aquel final. ¿Quién puede decir cuán cerca?

 

No obstante y antes de terminar debo volver a esa palabra significativa que describe tan vivamente el carácter moral, espiritual, sí, y político de los postreros días, leemos: "Y escribe al ángel de la iglesia de los Laodicenses: Estas cosas dice el Amén, el testigo fiel y verdadero…" (Apocalipsis 3: 14 – KJV – RV1865), — y observen ustedes, "la iglesia de los Laodicenses", — los hombres que reclaman 'los derechos del pueblo'. Ominoso nombre! terrible afirmación cuando es pronunciado a los oídos de un Dios poderoso y santo aunque tan paciente, y provocado cada día. Es una afirmación que niega la caída y su sentencia confirmada por innumerables pecados individuales, — ¡la afirmación de un mundo que ha rechazado y crucificado al Hijo de Dios venido a él en amorosa misericordia!

 

Considerémoslo políticamente pues su aspecto político no carece de la más profunda significación. ¿Acaso no tiemblan en todas partes las naciones ante la perspectiva de una insurrección de las masas con esta misma consigna? Cuando la democracia sólo significaba el freno del poder despótico de los gobernantes; cuando aún significaba respeto por la riqueza y el rango social, y ley y orden, ellos podían regocijarse por ella y citarla como la evidencia de tiempos moralmente mejorados. Sólo había que restringir el poder arbitrario; debía haber justicia igualitaria, y tranquilidad y seguridad como efecto de la justicia. Sin duda el abuso de poder había sido lo bastante grande como para provocar represalias y hacer de la caída de las monarquías y su absolutismo un aparente avance real. Pero el hombre era y es el mismo; y el error ha sido siempre suponer que alteraciones de este tipo podían realmente sanar o tocar un estado moral que era la esencia del problema. La lepra, desollada aquí, brotaría en otra parte, pues estaba más profunda que en la superficie, — estaba en la sangre, en los órganos vitales de la propia humanidad.

 

¿Quién podría decir dónde debe detenerse el movimiento por los derechos del hombre? ¿Quién podría decir al inquieto oleaje del mar: «No vayas más lejos, aquí se detendrán tus olas»? Hubo, y sigue habiendo, infinitos y gigantescos males, el poder y el abuso de la riqueza, por ejemplo, — tiranías que ninguna forma de gobierno concebida había considerado o podía permitir. ¿Qué implica el derecho de cada hombre a lo suyo? ¿Qué es lo suyo? ¿Debe incluir su derecho a usarlo, un derecho al enorme abuso que el interés propio siempre hará de él, con el poder apoyándolo? ¿Los derechos de quién deben ser respetados cuando dichos intereses entran en conflicto?

 

Y de un nivel más bajo que antes llegan murmullos, destemplados y amenazantes tales como: socialismo, comunismo, nihilismo, anarquismo, — nombres temibles, no sólo para el monarca o el gobernante sino también para el hombre que posee bienes y para el ciudadano respetuoso de la ley. Los 'derechos del pueblo' amenazan con entrar en terrible conflicto entre sí, y en su nombre, ¡cuántos males van a ser infligidos! Esta es la Laodicea de la política la cual está destinada a ser la roca sobre la cual la reforma gubernamental ciertamente se escindirá y terminará en anarquía y caos. "Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas". (Lucas 21: 25, 26)

 

Pero la eliminación de las cosas que pueden ser conmovidas sólo abrirá paso a un Reino, — no como el que los hombres prevén sino absoluto, el cual no admite disputa, y totalmente justo. ¡Cuán reconfortante es apartarse de los pensamientos que nos han tenido ocupados y pensar en el contraste con todo gobierno que el mundo haya visto jamás! Leemos, "El juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia. Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor… Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra… Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán". (Salmo 72: 2-11).

 

Políticamente, la condición de Laodicea también da término al actual estado de cosas.

 

En otra fase de ella encontraremos a Laodicea caracterizando al estado eclesiástico. El aspecto político, cuando la Iglesia y el Estado se han acercado tanto, afecta naturalmente también al aspecto eclesiástico. La democracia se manifiesta inequívocamente también en este contexto. El pueblo se levanta contra el largo dominio de sus líderes espirituales y reclama sus derechos ante éstos. Pero ellos no se contentan con lo que aquí les corresponde: deben ser señores de sus antiguos amos. Ellos pagan a sus ministros; y ¿quién es el verdadero amo, — el que paga o aquel a quien se le paga? Teniendo el control de las finanzas ellos no ven ningún motivo por el cual no puedan elegir a su pastor así como eligen a su abogado o a su médico. Pero esto significa que los predicadores deben predicar para complacerlos: sus doctrinas, su estilo, deben aprobarse a sí mismos a la crítica de sus oyentes. Y así, lamentablemente, se cumple cada vez más la Escritura que profetizando sobre los postreros días dice: "Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas". (2ª Timoteo 4: 3, 4).

 

Ustedes saben que al decir esto yo no estoy defendiendo ninguna aristocracia espiritual. Tal vez las personas me acusarían del extremo opuesto. Pero en verdad ambas cosas son igualmente no escriturales. Ni la aristocracia ni la democracia son el principio de Dios sino una verdadera teocracia. Cristo es el único amo, — no el clero ni la gente. Los ministros no son más que "siervos", que es lo que su propio nombre significa; pero siervos "no de hombres", — acerca de lo cual el apóstol, como recordarán, contiende tan vehementemente. "Pues si todavía agradara a los hombres", él dice, "no sería siervo de Cristo". (Gálatas 1: 10).  Por tanto estas dos cosas están en esencial oposición. Cristo necesita estar en Su verdadero lugar, del cual el laodiceanismo, aquí como en otras partes, Le deja afuera. Dejen ustedes entrar a Cristo y los ministros son Sus siervos. Dejen ustedes entrar a Cristo y el pueblo son Su pueblo. Su servicio, de parte de todos por igual, es verdadera y perfecta libertad para todos por igual.

 

Ustedes me comprenderán cuando digo que me regocijo al ver que la perniciosa distinción entre clero y laicado está siendo suprimida en cierta medida. Me regocijo por la libre evangelización que se está llevando a cabo en casi todas las denominaciones: Me regocijo al ver que el pueblo de Cristo ocupa su verdadero lugar como un sacerdocio distintivo en relación con Él, y que están siendo suprimidos los conferidos derechos del clero. Sólo dejemos que la palabra de Dios resuelva todo: dejemos que Cristo tenga Sus derechos soberanos: El laodiceanismo será entonces imposible.

 

Pero, por último, no olvidemos nunca que existe una Laodicea espiritual. Y esto, también, en una forma doble. Puede ser puramente espiritual y aquí el perfeccionismo al que hemos dado una mirada es claramente una forma. Otra forma, en un plano inferior, va a ser encontrada en ese espíritu que se contenta con la prosperidad exterior de la Iglesia y descuidando la medida divina, viendo a la Iglesia y al mundo más cercanamente juntos, supone que el mundo está llegando al nivel cristiano, cuando son los cristianos los que están descendiendo al nivel del mundo. Cristo debe estar afuera de la puerta para que alguien piense así. El alma que cena con Cristo y Cristo con ella ciertamente sabe mejor cuáles son Sus gustos, y cuán poco el ostentoso eclesiasticismo o las vistosas obras de caridad tan abundantes son adecuadas para Él. Permítanme no hablar despectivamente. Yo no asigno a todos (¡Dios no lo permita!) a un basurero común. Hay muchos obreros consagrados y sinceros cuyos trabajos están con Dios, y cuyos fruto se encontrarán con Él. Y Él, también, que no ve como ve el hombre, ni es seducido por las bellas apariencias ni severo en el juicio prematuro, — Él que nos enseña que al entresacar lo precioso de lo vil seremos como Su boca (Jeremías 15: 19), — Él, mucho más, encontrará lo que es valioso para Él, sin duda, en lo que a nosotros puede parecernos el más simple desecho. Sin embargo, el resultado general es poco afectado. El corazón que puede mirar de manera complaciente la condición general de las cosas religiosamente, difícilmente puede estar bien con Cristo. No se trata meramente del conocimiento profético o de las opiniones que abrigamos acerca de la venida del Señor (aunque nuestras opiniones y nuestra disposición de corazón no pueden estar totalmente desconectadas), sino que se trata de un asunto de obediencia a Su Palabra y de la verdad de corazón para con Él.

 

Pero el laodiceanismo espiritual tiene aún otra fase, y, — ¿me abstendré yo de dárselos a conocer?, pues no — para mí es la fase más desesperada y angustiante. Es donde la gracia es reconocida y el punto de vista cristiano es asumido, el lenguaje cristiano es usado, la posición eclesiástica, por así decirlo, está bien, ¡pero donde todo esto se encuentra esencialmente inoperante en el alma! Porque aquí el fracaso de la Palabra es más terminante, y si la Palabra falla, ¿qué hay allí para que seamos renovados?

 

¡Amados hermanos, permítanme entonces volver a esto e insistir un poco en ello: a saber, ¿podemos nosotros insistir demasiado donde esta horrible marca de Laodicea descansa sobre aquel con quien la verdad de Dios sólo es profesada para ser más que nunca negada, — ¡donde el nombre de Cristo es asumido para ser más que nunca deshonrado!

 

¿Es nuestro el lugar en la nueva creación? ¿hacemos profesión de que es nuestro, que es nuestro aquel maravilloso lugar donde, para todo aquel que está en Cristo Jesús, "las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas"? (2ª corintios 5: 17). Si nuestra posición está en Él, ¿es nuestro "andar conforme a esta regla" de la nueva creación en Cristo Jesús? ¿Estamos nosotros, en cuanto a toda carnal posición, derecho, reivindicación, muertos con Cristo, sepultados, para nunca volver a levantarnos? ¿Quién pensaría en la antigua pretensión de Laodicea estando sobre un terreno como éste? ¿Quién soñaría con que los 'derechos del pueblo' fueran una vez más la consigna entre los seguidores del Hijo de un carpintero a quien el mundo crucificó y cuyos principales líderes espirituales son los pescadores de Galilea?

 

Hermanos, sean ustedes fríos o calientes; sean una cosa u otra claramente. Cuando todos seamos uno en Cristo, ¿acaso habrá lugar para la odiosa lucha de demócratas y aristócratas, como si el mundo no estuviera crucificado a nosotros, como si no nos gloriáramos en esa cruz de Cristo por la cual somos crucificados al mundo? "Miembros los unos de los otros", todos somos "uno en Cristo Jesús" (Romanos 12: 5; Gálatas 3: 28), — ¿acaso no es esto igualdad social del orden más elevado? Hermanos por igual en la familia de Dios, ¿es esto realmente, o no es esto más cercano, más querido, más poderoso que los lazos de la carne? No la aristocracia, no la democracia, sino teocracia, — ¡que esa sea nuestra consigna!

 

¿Es una posición mundana algo? ¿Sienten nuestros hermanos que en nuestro trato con ellos en verdad nos asociamos con los humildes"? ¿Sienten ellos que no es 'condescendencia' sino 'asociación', un reconocimiento de la verdadera igualdad? (Romanos 12: 16).

 

Por otra parte, ¿es algo una posición mundana que no tenemos? Y ¿acaso utilizamos nuestro lugar cristiano para elevarnos más alto en el mundo o para afirmar ante otro la 'igualdad de derechos' que son nuestros?

 

Para ambos puntos de vista ningún estudio podría ser más saludable que el de la breve epístola en la que encontramos al apóstol Pablo enviando de regreso a su antigua condición a un esclavo fugitivo, ahora cristiano, a su antiguo amo, cristiano también. Leemos, "Recíbele como a mí mismo", le dice a este último; "no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado".  Tal era la relación de Onésimo con su antiguo amo; y tales palabras, en aquellos viejos tiempos de realidad más profunda, significaban lo que decían. (Epístola a Filemón).

 

Por otra parte, también en cuanto a Onésimo, ¿iba él a reclamar el lugar en que la gracia lo había colocado e insistir en la 'igualdad de derechos' con su amo? ¿Iba él a usar su cristianismo para escapar de su esclavitud, y eso porque su amo era un cristiano? ¡No; en ningún sentido, ¡no! La gracia era aquello bajo cuya supremacía tanto el amo como el esclavo eran ahora iguales, — el esclavo para el amo, un "hermano amado", pero él mismo estando sujeto a una gracia que, si le había dado la nueva relación, le enseñó a valorarla demasiado como para prostituirla en la pretensión de una ventaja mundana.

 

Alegar gracia no es gracia. No es gracia en mí derribar a otro de un nivel que ha asumido, ni incluso reclamar de los demás lo que es de uno. Es prerrogativa de la gracia humillar para servir; y sin embargo, es prerrogativa de la gracia elevar al de más baja condición a un nivel tan alto que el más alto de los príncipes terrenales estimará como una exaltación inconmensurable que se le permita compartirlo con él, ¡Oh, ser siempre cristianos!  — Cenar con Aquel que si nos admite en Su compañía debe tener la puerta mantenida abierta para todos los que son Suyos, — Suyos, y estar asociados con Él en la gloria que se acerca rápidamente, ¡ante la cual toda gloria terrenal palidece y muere!

 

Filadelfia y Laodicea! ¡Contrastes significativos! ¿Con cuál estamos nosotros? Ciertamente, con certeza los días finales de la cristiandad son Laodicenses. Con tristeza yo lo siento y lo afirmo. ¿Y entonces qué? Pues entonces Él está cerca; Él vendrá. Preparémonos para nuestro deber; retengamos firme la fe; sólo sometámonos más plenamente a Aquel cuya regla es el servicio, cuyo yugo es fácil, cuya presencia y cuya comunión inician el cielo para nosotros en la tierra. ¡Oh, conocerlo mejor! Al mirar alrededor, al mirar dentro, nuestra exhortación se convierte en oración.

 

F. W. Grant

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2024

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

RV1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por

Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
What Brings the Time of His Patience to an End, by F. W. Grant
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

Versión Inglesa
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