¿Carece alguna Vez de Valor Práctico La Doctrina de Pablo?
F. G. Patterson
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
5ª
Parte de: La Doctrina de Pablo y Otros Documentos
Las verdades reveladas
y las advertencias presentadas en las Epístolas de Pablo, de valor incalculable en todos los tiempos, tienen un valor
incalculable en un día como el día actual. Las semillas y los primeros síntomas de todo lo que ahora
es visto en un carácter bien desarrollado a nuestro alrededor tuvieron de este modo su existencia temprano en la historia
de la Iglesia; y previendo la sabiduría divina los resultados de todos ellos, no sólo ha previsto sino que ha
provisto para las dificultades y exigencias de un día tan malo. Este es uno de los bienaventurados caracteres de la
Palabra siempre viva de Dios. A medida que surgen y se complican las dificultades ella demuestra cuán incomparablemente
está llena de sabiduría divina e inerrante. Uno no se sorprende de nada de lo que ha surgido. La Escritura nos
ha preparado para esperar que los males surgiesen y la verdad fuese abandonada, y la falsedad fuese atenuada con una apariencia
de verdad, como dolorosamente nosotros descubrimos a nuestro alrededor. Sin embargo, la inerrante e infalible manera en que
ella satisface, guía y dirige al cristiano que está sujeto a ella en cada dificultad de su senda, en un laberinto
de maldad y despliega su variada y maravillosa hermosura y sus maravillosos recursos para la necesidad de la Iglesia, provoca
una nota de alabanza, a menudo silenciosa, pero profunda, ¡a Aquel que es su autor y cuya perfecta sabiduría
resplandece en aquello que es tan digno de Él!
Uno se sorprende
ante la sabiduría y la hermosura del estilo con que Pablo, cuando escribe a los Colosenses, despliega ante sus ojos
las glorias y la magnificencia de Cristo, en quien "toda la plenitud de la Deidad se complació en morar".
(Colosenses 1: 19 - JND). La obra del Padre por ellos y en ellos, haciéndolos aptos para la herencia de los santos
en luz; trasladándolos al reino del Hijo de Su amor, siendo Él centro de todos Sus consejos. (Colosenses capítulo
1). El peligro al que ellos estaban expuestos residía en no asirse "de la Cabeza"; y dejarse engañar
así por la astucia de Satanás, bajo el pretexto de humildad y mansedumbre, y convertían las ordenanzas
en un medio de obtener una posición delante de Dios, en vez de usarlas como un memorial de que ellos habían
sido introducidos en una posición, conocida y disfrutada, y poseída delante de Él.
Antes que una
palabra de advertencia o reprensión saliera de su pluma él revela las glorias del Hijo, el centro de los consejos
del Padre; mediante el cual, por cargar sobre Sí el pecado, la muerte y el juicio, la plenitud de la Deidad había
despejado el terreno para la reconciliación de "todas las cosas" en la nueva creación, de la cual
Él era el centro, y por medio del cual los creyentes habían sido reconciliados con Dios. (Colosenses 1: 20,
21).
¡Qué
reprensión al estado de cosas que encontramos tratado en el segundo capítulo de la Epístola! —
"filosofías", "huecas sutilezas", "tradiciones de los hombres", "rudimentos del
mundo", "comida", "bebida", guardar " días de fiesta", "luna nueva", "días
de reposo" (que eran sombras que se habían desvanecido en la nada cuando la sustancia, a saber, Cristo, había
venido), "humildad" afectada, y cosas por el estilo. Cosas con las cuales una mente natural podía ocuparse,
y que tenían una " reputación de sabiduría " y adoración inventada por la voluntad humana,
tan gratificante para la carne.
El Apóstol
recorre, por así decirlo, la región de la creación, la providencia, la redención y la gloria (Colosenses
1: 15-22); como si él dijera: «No existe un solo lugar en el amplio universo de estas cosas que yo no llenaré
con Cristo. Le revelaré y Le expandiré de tal manera ante vuestros ojos que sólo tendré que mencionar
los despropósitos mencionados en el capítulo 2 que han ocupado vuestras mentes para que os sonrojéis
por ellas; y éste es Aquel mismo en quien toda la plenitud de la Deidad se complació en morar y el que mora
en vosotros (Colosenses 1: 27) y vosotros estáis "completos" (o "llenos hasta la saciedad") en
Él. (Colosenses 2: 10). Gente insensata, ved lo que habéis estado haciendo. ¿No es esto una reprensión
más conmovedora para vosotros que si yo os hubiera acusado de los despropósitos infantiles de los cuales yo
he oído hablar?»
Yo deseo presentar
a mis lectores una línea de verdad que me ha impresionado mucho últimamente en el capítulo 1 de esta
Epístola, junto con la 2ª epístola a Timoteo capítulo 3; y traer a sus mentes ciertas verdades de
gran importancia acerca de las cuales el Apóstol insiste cuando las semillas del mal habían comenzado a mostrarse,
y que en este día han crecido y madurado hasta llegar una cosecha tal. Me parece que él las tiene especialmente
en su mente como los grandes preservadores que protegerían a los fieles contra todo lo que estaba por suceder. Esto
es aún más notable cuando encontramos que él insiste en las mismas cosas sobre las conciencias de los
fieles en los tiempos peligrosos de los postreros días. De modo que ya sea al principio o al final de la estadía
de la iglesia aquí, las verdades que preservarían y ceñirían los lomos del pueblo de Dios serían
las mismas.
Yo deduzco de
la enseñanza general de la epístola que el Apóstol, el cual nunca había visto a los Colosenses
(Colosenses 2: 1), había oído acerca de ellos a través de Epafras cuyo ministerio del Evangelio había
sido evidentemente bendecido para ellos. Él había dado noticias de ellos al Apóstol (Colosenses 1: 8),
acerca de la fructífera recepción del Evangelio por parte de ellos. El Apóstol contempla una doble condición
de alma: en primer lugar, la del conocimiento de las buenas nuevas; y en segundo lugar, una condición producida por
estar llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, por lo cual él oraba (Colosenses 1: 9, 10); a fin de que,
por medio de ella pudieran andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena
obra, y creciendo en el conocimiento de Dios. En una palabra, ello es el conocimiento del misterio de Cristo y la Iglesia.
Consecuentemente,
él contempla su propio ministerio bajo estas dos directrices: en primer lugar, la del Evangelio a toda la creación
que está debajo del cielo (versículo 23); y en segundo lugar, la de la Iglesia, que completaba todos los consejos
de Dios. (Colosenses 1: 22-26). La revelación hasta el momento del ministerio de Pablo había abarcado la creación,
la ley, la redención, la Persona de Cristo, los modos de obrar de Dios, Su gobierno, etc. Ahora sólo había
una cosa por ser revelada y era la revelación del misterio de la Iglesia, que una vez dada completaba (o llenaba) la
Palabra de Dios. Leemos, "Me regocijo en mis padecimientos por vosotros, y completo lo que falta aún de los padecimientos
de Cristo en mi carne, por su cuerpo, el cual es la asamblea; de la cual llegué a ser ministro, conforme a la administración
de Dios que me es dada para con vosotros para completar la palabra de Dios". (Colosenses 1: 24, 25 – JND).
Cristo, —
el Hijo de David y heredero de su trono, — rechazado por los judíos y por el mundo; crucificado y muerto; resucitado
por el poder de Dios y por la gloria del Padre; sentado en los cielos en la justicia de Dios, habiendo respondido al justo
juicio de Dios contra el pecado, la muerte, el juicio, la ira, la maldición de una ley quebrantada, — todo ello
soportado y padecido para gloria de Dios; el pecado quitado, los pecados llevados; el "viejo hombre" tratado judicialmente
y desechado para siempre; un Hombre, — el Segundo Hombre, — el postrer Adán, ¡en el cielo en justicia
divina!
El Espíritu
Santo, personalmente en la tierra, da testimonio de la justicia de Dios, y de la justificación del creyente conforme
a su plena manifestación. La vida eterna por y en el Espíritu, y su posesión consciente es comunicada
al creyente por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo actúa como el poder de esta vida en su andar, guiándolo,
dirigiéndolo, controlándolo y reprendiéndolo. El creyente es sellado con el Espíritu, uniéndolo
a Cristo, un Hombre en la gloria, siendo su cuerpo un templo para Su morada; y siendo así el vínculo de unión
entre todos los que son Suyos, unos con otros, y con Cristo. Su presencia y bautismo constituyen "un solo Cuerpo",
compuesto de ellos, aquí en este mundo. Dios mora entre Sus santos aquí, como una habitación,
en Espíritu, no en carne.
El Espíritu
Santo es el poder para el ejercicio de los dones que cuando Cristo se levantó y ascendió a lo alto recibió
como hombre y concedió a los hombres, — miembros de Su cuerpo, — "repartiendo a cada uno en particular
como él quiere" (1ª Corintios 12: 11); reproduciendo también a "Cristo", la "vida de
Jesús", en los cuerpos mortales de los santos. (Gálatas 4: 19; 2ª Corintios 4: 10). Él es también
el poder de la adoración y de la comunión, el gozo, el amor, el regocijo y la oración. Él les
enseña a esperar por la fe la esperanza de la justicia, la gloria misma. Él conduce a los santos a esperar a
Cristo y produce el anhelante "Ven" en la "Esposa" (e invita a "el que oye" a decirlo también),
mientras su Señor, el objeto de su esperanza, aún continúa como "la estrella resplandeciente de
la mañana". (Apocalipsis 22: 16, 17). Él los transforma mientras tanto en la imagen de Cristo desplegando,
en la libertad de la gracia, ¡las glorias de Aquel en cuya faz resplandece toda la gloria de Dios! (2ª Corintios
3: 18; 2ª Corintios 4: 6).
Tales son algunas
de las características de la "doctrina" de Pablo.
Entonces, nosotros
encontramos una condición de alma en los Colosenses por la cual el Apóstol puede dar gracias. (Colosenses 1:
3-6). Ellos habían recibido el Evangelio y ello producía fruto en ellos desde el día en que conocieron
la gracia de Dios en verdad. Pero él bien sabía que el mero conocimiento del evangelio, aun siendo bienaventurado
como es, no los capacitaría para "andar como es digno del Señor, agradándole en todo". Se necesitaba
algo más que la mera aceptación de las buenas nuevas para guiar los pasos del pueblo del Señor en un
andar digno de Él; y por eso, si bien puede dar gracias por la primera condición del alma producida por
las buenas nuevas, él no dejaba de orar por ellos para que tuvieran la segunda.
Cuántos
del pueblo del Señor se encuentran en el primer estado en el día actual, los cuales se regocijan en la gracia
del Evangelio y sin embargo nunca han alcanzado el segundo; es más, cuántos hay ¡que incluso piensan
que todo lo que va más allá del mero conocimiento del Evangelio no es más que especulación u opiniones
de hombres, sin poder ni valor para el andar práctico de los santos! Yo pienso que estoy justificado al decir
que después que Epafras vio a Pablo, y se enteró de la profunda y primordial importancia de ese conocimiento
por el cual Pablo oraba que ellos pudieran conocer, Epafras estuvo plenamente convencido del valor y la importancia de que
ellos se enterasen del segundo carácter del ministerio del apóstol, que él, igualmente, trabajó
fervientemente en oración por ellos para que pudiesen estar "firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios
quiere". (Compárese la oración de Pablo en Colosenses 1: 9, 10, con la oración de Epafras en Colosenses
4: 12).
Vemos, por lo
tanto, tres asuntos prominentes e importantes en los que el Apóstol insiste en el capítulo 1.
En primer lugar,
la importancia de que los santos sean enseñados en el segundo carácter del ministerio, el carácter de
Iglesia, — el Cuerpo de Cristo, su Cabeza. A fin de que comprendiendo la profunda responsabilidad que emanaba de ser
miembros de dicho cuerpo ellos pudiesen asirse de la Cabeza y anduviesen como es digno del Señor, agradándole
en todo.
En segundo lugar,
que las Escrituras estaban ahora completas por la revelación de este misterio. Por consiguiente, no quedaba espacio
para tradición o novedad de ningún tipo. Ello era el gran resumen de todos los consejos y propósitos
revelados de Dios Padre para gloria del Hijo. Hasta aquí ellos habían abarcado y tratado de la creación,
de la ley, el gobierno, el reino, la Persona de Cristo, — el Hijo, la redención, etc. Podría haber, y
sin duda lo hubo, un mayor desarrollo de los detalles de estos temas, como por Juan en Apocalipsis, etc., pero aun así
ello sería sólo el despliegue y el resumen de los detalles de lo que había sido el tema de la inspiración.
Entonces, el ministerio de Pablo fue revelar el misterio con respecto a Cristo y la Iglesia, misterio que completó
la Palabra de Dios. Leemos, "…. de la cual llegué a ser ministro, conforme a la administración de
Dios que me es dada para con vosotros para completar la palabra de Dios". (Colosenses 1: 25 – JND).
En tercer lugar.
La gloria de la Persona del Hijo, el cual es la imagen del Dios invisible. (Colosenses 1: 15). "A Dios nadie le
vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". (Juan
1: 18). Él había creado todas las cosas. En Él todas las cosas subsistían. Leemos, "porque
por él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, ora sean tronos, o dominios,
o principados, o poderes; todas las cosas por medio de él y para él fueron creadas; y él es antes de
todas las cosas, y todas las cosas subsisten en él". (Colosenses 1: 16, 17 – VM). Él era el primogénito
de entre los muertos y como tal, la Cabeza de Su Cuerpo, la Iglesia. (Colosenses 1: 18).
Toda la plenitud
se complació en habitar en Él (Colosenses 1: 19 - JND), y reconciliar consigo todas las cosas; y Él había
reconciliado a los santos que antes habían sido extraños y enemigos en sus mentes haciendo malas obras en Su
cuerpo de carne por medio de la muerte. (Colosenses 1: 21, 22). De este modo, el Apóstol recorre las regiones
de la creación, la providencia, la redención y la gloria, y Cristo es revelado como llenando todas las cosas.
¡Se trata de la gloria de la Persona del Hijo.
Para repetir los
asuntos a fin de que la mente pueda recordarlos con sencillez, ellos son tres, a saber, primero, la doctrina de Pablo; segundo,
las Escrituras, que ahora habían sido completadas por su ministerio; y tercero, la Persona de Cristo.
Éstas eran
las verdades de las que dependían y de las que emanaban tantas cosas que serían las salvaguardas de los fieles
en un día malo.
Yo no entro aquí
en más detalles, pero téngalas usted en cuenta como aquellas verdades a las cuales él lleva a prestar
especial atención para hacer frente a los peligros que él previó en el comienzo de la historia de la
Iglesia.
Paso ahora a la
enseñanza que él presenta en la Segunda Epístola a Timoteo, enseñanza que proporcionaría
una inerrante guía a los fieles al final de la historia de la Iglesia en los postreros días. El afligido corazón
del Apóstol se desahoga con aquel a quien él amaba y a quien podía comunicar libremente sus pensamientos;
él le revela la ruina irreparable en la que la Iglesia se estaba desplazando rápidamente en su condición
responsable externa. Él no espera ninguna restauración, ni siquiera la capacidad por parte de los fieles de
abandonar la masa que profesa exteriormente. En las Epístolas a Timoteo él no habla de las gracias interiores
y de los afectos cristianos, los cuales han de ser más cultivados que nunca en tal estado de cosas como lo hace en
la Epístola a los Filipenses. Él no habla en dichas epístolas de la Iglesia como Cuerpo de Cristo o Esposa,
ni de las relaciones de Padre e hijos, como en otras partes. De lo que él trata es de la cosa exterior ante el mundo,
en el carácter (como en 1ª Timoteo 3: 14-16) de lo que había sido establecido en el mundo para ser para
Dios.
Se trataba de
Su casa, la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1ª Timoteo 3: 15), el vaso en el cual la Verdad
debía ser exhibida; y el misterio de la Piedad, — la manifestación de Dios en Cristo y las verdades circundantes,
— ello debía ser el testimonio de ella en el mundo. Ella era una portadora de luz para reflejarle a Él
como Su epístola y responder al propósito de Dios en este lugar. En la segunda epístola a Timoteo el
Apóstol ve que todo ya había desaparecido irremediable e irrevocablemente. La casa de Dios se había convertido
en una casa grande en la que la iniquidad era abundante y los vasos "para deshonra" habían encontrado alojamiento
y estaban cómodos en ella. (2ª Timoteo 2: 20 – JND). Pablo había sido abandonado por todos en Asia
(2ª Timoteo 1: 15). Yo no tengo duda alguna acerca de que Él es aquí un hombre representativo, uno a través
del cual el Espíritu Santo puede decir: "Sed imitadores de mí" (Filipenses capítulo 3); y uno
que anduvo en el poder de su propia doctrina.
Él señala
con una clara línea la senda de los fieles en un estado tal de cosas: ellos debían apartarse de iniquidad: leemos,
"Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor (κύριος, kúrios)".
(2ª Timoteo 2: 19 – JND, LBA, RVA). Todo aquel que Le reconociera como Señor, con independencia
de la forma que ello asumiera, el paso sencillo y primordial debía ser apartarse de iniquidad. Uno debía limpiarse
de los vasos que no honraban a Cristo en su andar, y así llegar a ser un vaso para honra, útil y preparado para
el uso del amo. Leemos, "Empero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de
madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues alguno se limpiare de éstos, separándose
de ellos, será un vaso para honra, santificado, útil al amo, y preparado para toda buena obra". (2ª
Timoteo 2: 20, 21 – JND). Huir de las pasiones juveniles (es decir, tener santidad personal interna) debía ser
el carácter de nuestro andar. Y luego (siendo todo lo anterior negativo) el seguimiento positivo de la
justicia, la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con corazón puro. (2ª Timoteo 2: 22 –
VM).
Pero ahora, cuando
los santos han hecho esto, cuando se han apartado de iniquidad, se han limpiado de los vasos para deshonra, estaban andando
en santidad y siguiendo estas cosas juntos, viene la pregunta, ¿hay algo provisto para ellos, cuando la corrupción
los rodea por todos lados, que los mantenga juntos de una manera divina en medio de todo esto? ¿Acaso no estarían
ellos expuestos a admitir que el mal se introdujera de nuevo entre ellos, y descubrirían así que separarse de
él no sirve de nada? En la Epístola a los Colosenses Pablo había mostrado en Epafras la necesidad de
que los santos estén enseñados en la segunda parte de su ministerio, una vez que se hubiesen establecido en
la primera, es decir, cuando hubiesen recibido la gracia del Evangelio, para que pudiesen conocer todos los consejos de Dios
en la doctrina de Pablo, a fin de andar como es digno del Señor. Sí, efectivamente, que él no cesaba
de orar encarecidamente y en el Espíritu Santo, para que ellos fuesen así instruidos. (Colosenses 1: 7-14; Colosenses
4: 12).
¿Sería
ahora esto aquello a lo cual él les haría prestar atención de nuevo? Entonces, aquí viene
la sublime verdad, él recuerda las mismas tres cosas en las que él había insistido al principio a
los colosenses como salvaguardias para los fieles en los tiempos peligrosos, — tiempos en los que la profesión
del cristianismo es descrita en palabras tan parecidas a aquellas con las que él había descrito las corrupciones
del mundo pagano, cuando dicho mundo estaba hundido en el más bajo nivel de degradación y alejamiento de Dios.
Si los versículos
finales de la epístola a los Romanos capítulo 1 son comparados con los cuatro primeros versículos de
la 2ª epístola a Timoteo capítulo 3, esto será visto inmediatamente. Al describir las diversas manifestaciones
del mal en estos versículos, tres características prominentes serán encontradas en ellos, a saber: 1º,
el predominio del yo (mientras el cristianismo es la negación del yo); 2º, una apariencia de piedad mientras la
eficacia de ella es negada; y 3º, la oposición activa a la verdad mediante la maquinación más sutil
del enemigo, — la de la imitación, — la maquinación de Satanás en Egipto mediante los hechiceros,
copiando los milagros de Moisés realizados por el poder de Dios, y el poder de Satanás prácticamente
anulando así el de Dios. Para contrarrestar esos rasgos característicos y mantener a los fieles según
la condición divina el Apóstol nombra a los Colosenses las mismas cosas que antes mencionamos:
1ª, "Mi doctrina"; 2ª, Las "Escrituras"; y 3ª, La Persona de Cristo como objeto de fe.
Él desvela estas cosas en la parte restante del capítulo. (2ª Timoteo 3: 10-17).
La doctrina de
Pablo (véase también el modo de vida que se desprendía de ella) es la que ha de mantener divinamente
juntos a quienes invocan al Señor con corazón puro. Ella incluye todos los principios y verdades relacionados
con ello como cuando fue revelada por primera vez. La ruina y el fracaso no podrían afectarla ni obstaculizar la práctica
que emana de ella. Tampoco sería alguna vez impracticable para los pocos fieles ejercer la disciplina piadosa y la
exclusión del mal de en medio de ellos inculcadas por él. (Véase 1ª epístola a los Corintios).
La unidad exterior vista en un grado tan hermoso al principio (Hechos capítulos 2 y 4), podría desaparecer para
siempre. La unidad del Espíritu en el Cuerpo de Cristo nunca fallaría, y los cristianos eran exhortados a procurar
con diligencia mantenerla. (Efesios 4: 3 - RVA). Independientemente de lo que sucediera nunca habría un tiempo, mientras
la Iglesia residiera aquí, en el cual la doctrina de Pablo sería nula o impracticable para el más genuino
puñado de fieles que procurasen invocar al Señor con un corazón puro y vivir piadosamente en Cristo Jesús.
Tal es, entonces,
el asunto prominente y nombrado en primer lugar en el capítulo. "Pero tú has seguido mi doctrina",
etc. (2ª Timoteo 3: 10). El recurso, — la salvaguardia, — el terreno o principio de acción de los
santos en un día malo. Sin la doctrina de Pablo ellos no tenían nada estable que los preservara y los mantuviera
juntos en terreno divino en medio de la corrupción; pues con ella ellos encontrarían aquello bajo sus
pies que nunca fallaría.
Entonces,
¿tenemos nosotros la doctrina de Pablo? Podemos jactarnos, como todos lo hacen, de que tenemos las Escrituras,
— y ciertamente ello está bien. Podemos tener confianza en que un Señor siempre fiel nunca dejará
ni abandonará a Su pueblo, y que Él conoce a los que son Suyos y los guardará hasta el fin. Pero, ¿podemos
nosotros decir que tenemos la doctrina de Pablo acerca de la Iglesia, — el Cuerpo de Cristo en la tierra formado por
la presencia y el bautismo del Espíritu Santo? Y teniéndola, ¿podemos decir que somos como miembros vivos,
actuando conforme a la verdad de ella mediante el infalible suministro de gracia que Él da? ¿O acaso caemos
bajo el carácter de aquellos que son descritos como que "siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar
al conocimiento de la verdad", — aquellos cuya mente e intelecto la verdad ha alcanzado, pero sin fe,
y por lo tanto sin valor práctico en nuestras vidas? De la verdad podemos decir como de la fe: "Hermanos
míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene" la verdad, si él no ha mostrado
que tiene fe en ella y por lo tanto ha aprendido a actuar de acuerdo con ella como algo en lo cual él cree?
Siempre es una
señal de que un hombre tiene fe en la verdad que conoce cuando ella ha tenido el efecto correspondiente en su vida,
— cuando se ha actuado conforme a ella en la práctica. Ningún hombre ha tenido jamás el gozo y
el poder de una verdad divina hasta que la ha aceptado y ha andado en ella. De este modo, muchos están siempre aprendiendo
y nunca pueden llegar a un conocimiento divinamente confirmado de ella porque falta la práctica. La verdad es aprendida
en el intelecto; — tal vez la mente natural es tocada con la hermosura y la excelencia divina de ella; ella no puede
ser negada pero no hay fe en ella. Ella no ha sido aprendida en la conciencia y en el alma; y cuando surge la tribulación
o la persecución a causa de ella, el hombre tropieza, — tal vez no la considera esencial, — y él
renuncia a aquello a lo cual él nunca ha llegado, a saber, a un conocimiento divinamente dado.
Si alguna vez
hubo un día en que hubo una cosa tal como "si la sal hubiere perdido su sabor", ese día es el día
actual. Lo más conmovedor, — las verdades mismas más elevadas de Dios se han convertido en el tema de
conversación del mundo. Ellas son manifestadas por muchos santos de una manera en la que se pierden el filo y el poder
de ellas. Una charla y una conversación mundanas se combinan con el conocimiento intelectual de las verdades más
elevadas de Dios; y como la sal que ha perdido su salinidad, uno no puede menos que preguntar con respecto a ella, "¿con
qué será ella misma sazonada? Ni para la tierra, ni siquiera para el muladar sirve ya; sino que (incluso) la
echan fuera". (Lucas 14: 34, 35 – VM).
"Pero tú
has seguido (o, conocido perfectamente) mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia,
persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he
sufrido, y de todas me ha librado el Señor. Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución; mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando
y siendo engañados. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has
aprendido". (2ª Timoteo 3: 10-14).
Que el Señor
abra el entendimiento de Su amado pueblo, y en medio de la confusión y la corrupción de un día tan malo,
cuando los hombres dicen: "¿Qué es la verdad?", aun así, sin importarles la respuesta, descubran
que hay principios en la Palabra de Dios que ninguna cantidad de fracaso humano puede tocar, y que son siempre practicables
para aquellos que desean humildemente andar con Dios y guardar la palabra de la paciencia de Jesús hasta que Él
venga. Que ellos aprendan a andar juntos en unidad, paz y amor en la verdad, a causa de Su nombre.- Amén.
F. G. Patterson
«De manera
cierta, nosotros sólo podemos ser un testimonio del completo fracaso de la Iglesia de Dios. Pero, para
serlo, debemos ser tan verdaderos en cuanto a principio como aquello que ha fracasado. Y mientras nosotros seamos
un testimonio del fracaso, nunca fracasaremos.» (De la revista 'Words of Truth', Nueva Serie,
Editor: F. G. Patterson).
Traducido del
Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2024
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND
= Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos
traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA
= Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas
- 1166 PERROY, Suiza).