LA SALVACIÓN DE DIOS
William
Kelly
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
La salvación de Dios
Tipificada
en el Mar Rojo y el Río Jordán
1ª
Parte
El
Mar Rojo
Lectura
Bíblica: Éxodo 14
Nosotros
somos demasiado propensos a conformarnos con aquello que meramente apacigua el ansia de la conciencia y satisface nuestro
sentido acerca de lo que nuestros pecados merecen de la mano de Dios; y esto con gran menoscabo, no sólo de Su gloria,
sino también de nuestra paz, en lugar de procurar con diligencia elevarnos al disfrute de la plena porción que
se nos ha dado en el Evangelio.
Esto
aparece siempre en cada parte de la verdad de Dios y yo confío que será puesto de manifiesto aquí de
manera clara a los hijos de Dios mediante aquello que ciertamente debiese ser la porción conocida por todos los que
pertenecen a Cristo. Porque yo no voy a hablar ahora de lo que seguramente podría ser desconocido para cualquier cristiano.
Sólo voy a tratar acerca de la herencia común de todos los que pertenecen a Cristo. No me propongo hablar de
todo lo que por gracia nos pertenece desde el comienzo mismo de nuestra carrera, sino de la parte de nuestra bendición
que Dios nos ha dado en la redención por la muerte y resurrección del Señor Jesucristo.
Los
cristianos son demasiado propensos a conformarse con esto, — a saber, que ellos han sido despertados y sienten sus pecados,
y que han encontrado bienaventurados refugio y recurso en la sangre de Cristo.
Ellos
están en lo cierto hasta donde lo entienden. Dios nos libre de debilitar el sentido de la preciosidad de la sangre
de Cristo. Entrar en nuestra plena porción realza el valor de Su sangre y saca a relucir la gracia de Dios en su plenitud,
no ensombreciendo de manera alguna ni siquiera aquello que las almas son propensas a convertir en su meta, sino concediéndoles
disfrutar ricamente de ello, a saber, de aquello sin lo cual ellas son demasiado propensas a contentarse.
Usted
encontrará que en general aquello en lo que las almas se satisfacen en descansar es lo que responde en el Nuevo Testamento
al tipo de la Pascua.
Ningún
alma que es despertada por el Espíritu Santo podría encontrar la menor esperanza posible para su alma culpable
excepto en la sangre del Señor Jesús. A Él señalaba, como sabemos, el cordero pascual que fue
inmolado, cuya sangre fue rociada sobre los postes de las puertas de Israel en la tierra de Egipto. Es evidente que todos
los hijos de Dios deben necesariamente verse impulsados tarde o temprano a encontrar su refugio dentro de las puertas rociadas
con sangre; sólo allí están resguardados a salvo del juicio.
Pero
ellos son propensos a satisfacerse con algo inferior a lo que Dios les ha dado. La sangre del cordero pascual no es realmente
todo lo que Dios nos ha dado, incluso desde el punto de partida del cristiano.
Los
hijos de Israel, tal como ustedes pueden ver por las circunstancias históricas, todavía no habían sido
redimidos de Egipto aun después de que la sangre hubo sido rociada. Había otra necesidad y una acción
diferente de Dios después de lo primero, sin duda, pero aún era necesario otro trato de gracia para mostrar
la liberación que Cristo ha asegurado realmente para el creyente.
Sólo
la verdad de la muerte y la resurrección da al creyente la medida de la bendición que Cristo ha procurado realmente;
tal como en las circunstancias que vemos aquí en el pasaje leído, el propio Mar Rojo fue necesario para dar
al israelita su liberación de la casa de servidumbre.
El
Nuevo Testamento enseña esto plenamente. Tomemos, por ejemplo, la Primera Epístola de Pedro. Nosotros encontramos
allí que fuimos rescatados (redimidos) "no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa
de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1ª Pedro 1: 18); pero eso no es todo. El Espíritu
de Dios muestra que por medio de Él nosotros creemos en Dios, quien Le resucitó de entre los muertos y le ha
dado gloria, para que nuestra fe y esperanza estén en Dios. (1ª Pedro 1: 21).
Allí
tienen ustedes nuestro Mar Rojo. La muerte y resurrección del Señor Jesús, — el hecho de hacer
que el pueblo pasara a través del Mar Rojo respondiendo a ello como el tipo en el Antiguo Testamento, — fue necesario
para completar la liberación que Dios prometió que la sangre del cordero consumaría.
Y
así lo encontramos también en la Epístola a los Romanos. En Romanos capítulo 3 tenemos la sangre
de Jesús; en Romanos capítulo 4 tenemos la muerte y resurrección: siendo el Mar Rojo el tipo de lo segundo
tal como la Pascua lo es de lo primero. Nosotros tenemos a Jesús derramando Su sangre en Romanos capítulo 3;
a Jesús resucitado para nuestra justificación en Romanos capítulo 4; y luego, en el comienzo de Romanos
capítulo 5 leemos: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo".
El
Espíritu Santo no dice que nosotros tenemos paz hasta que tenemos el resultado de la muerte y resurrección de
Cristo, así como de Su sangre, aplicada a nuestras almas. Yo no estoy negando en lo más mínimo que un
alma puede estar llena de gran gozo sin tal conocimiento. La atrayente gracia de Cristo gana almas continuamente llevándolas
a regocijarse ante Dios; pero gozo y paz son cosas muy diferentes.
Usted
nunca puede tener una paz sólida sin saber que todo lo que está en contra de usted es juzgado por Dios. Él
quiere que yo considere lo que he hecho y sienta lo que yo soy; es más, Él usará medios para traer un
debido sentido del pecado, y no sólo de mis pecados ante mi alma, — para que yo mismo juzgue lo que
he hecho así como lo que soy.
Entonces,
considerando todo, ¿tiene usted una paz perfecta? ¿Qué podría darle esto? No meramente la sangre
de Cristo. Sin esa sangre preciosa no podría haber paz; pero la sangre de Cristo, aunque de precio infinito, no presenta
la medida completa de la bendición a la que su alma es llevada, ni siquiera como una base ante Dios. Él ha hecho
la paz por medio de la sangre de Su cruz, sin duda; pero aun así, la manera en que Él me lleva al disfrute de
dicha paz es mostrándose Él mismo resucitado de entre los muertos para nuestra justificación; y más
que esto, mostrándonos a nosotros mismos como "muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro". (Romanos 6: 11). Entonces, conforme a eso nosotros tenemos esto completamente tratado en la Epístola
a los Romanos, y acerca de esto debo explayarme un poco.
En
primer lugar el apóstol considera nuestra culpa a los ojos de Dios, — nuestros pecados reales;
y después que esto ha sido tratado plenamente es abordado el otro asunto que tan a menudo preocupa al creyente. Yo
he sido perdonado y puedo ser feliz en la redención. Estoy capacitado para acudir a Dios con la certeza de que he sido
reconciliado con Él; pero queda esto que me horroriza: a saber, descubrir que a pesar de todo yo tengo soberbia, necedad,
carnalidad, voluntad propia y una continua tendencia a alejarme de Él. Todo esto me sorprende aún más
por cuanto Dios me ha mostrado un favor tan extraordinario. ¿No hay nada que lo afronte? ¿Cuál es la
manera en que Dios trata este sentido del mal interior, mal que sentimos más profundamente porque somos llevados a
Dios? ¿Debemos consolarnos pensando meramente en el amor de Cristo, o en que Él derramó Su sangre? No,
hay más. Consecuentemente, el apóstol Pablo trata acerca de esto más particularmente en los capítulos
6, 7 y 8 de la epístola a los Romanos.
En
Romanos capítulo 6 el asunto es el pecado y nuestra perseverancia en el pecado. El apóstol muestra
ahora que esto está totalmente juzgado y abordado por la naturaleza de la bendición a la que Dios nos ha traído.
No se trata meramente de que yo debo ser consecuente, o de que tengo un motivo ya sea en el amor o en la sangre de Cristo.
Eso no es todo. Lo que él dice es: "Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún
en él?". (Romanos 6: 1, 2). No es «¿Cómo
viviremos los que ahora vivimos?» o «¿Cómo viviremos los que hemos sido llevados a creer en Cristo?» No es así. Es otro pensamiento muy distinto. Tampoco es porque hemos sido lavados
con Su sangre, sino "Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
".
Hay
muchas almas en este mundo que se esmeran por estar muertas al pecado y casi no hay nada que ponga más a prueba al
pueblo cristiano. Antes de ser convertidas a Dios ellas no se sorprenden de tener pecado; pero después de haber sido
llevadas a Él, el hecho de sentir dentro de ellas las actividades del pecado las alarma verdaderamente.
El
apóstol no resuelve esto haciendo que vuelvan a mirar a la cruz y mostrándoles la sangre de Cristo que fue derramada
por ellos. La sangre de Cristo borra los pecados, pero no resuelve el asunto del pecado que está
en actividad en el creyente después de ser llevado a Dios. ¿Qué lo resuelve? Usted murió al
pecado, con Cristo, y usted debiese saberlo y actuar en consecuencia.
Hay
muchos que no saben esto; y es una inmensa pérdida para ellos porque el resultado de que el creyente no sepa esto es
que él se esmera por morir en lugar de creer que é ya lo está.
En
lo esencial, esta es la base de todos los esfuerzos legales que usted y tantos otros están haciendo. Ignorar esto condujo
a las personas a los conventos, monasterios y otros recursos similares en los primeros días, tal como ahora. Pero lo
mismo es encontrado entre los protestantes. Yo no quiero decir que ellos usan estos precisos métodos sino esfuerzos
con el mismo objetivo. Esto condujo a la aparición de todas las escuelas de místicos y pietistas, porque la
misma condición es encontrada entre todos hasta que ellos asimilan la gran verdad de que el cristiano está muerto
con Cristo.
¿Acaso
no conoce usted su bautismo? El apóstol dice (en Romanos 6). ¿Acaso no sabe usted lo que Dios le dio al principio
de su carrera? ¿No sabe lo que significó ese primer rito? Por supuesto que ello no es la señal que podría
dar una verdadera bendición. Ahora bien, el bautismo con agua no es en absoluto la señal del derramamiento de
la sangre de Cristo; por eso no oímos nada acerca de ello en el capítulo 3. Significa mucho más que el
derramamiento de sangre. Dicho rito describe nuestra muerte al pecado y no simplemente que Cristo murió por
nuestros pecados. En resumen, describe el Mar Rojo y no la Pascua. Es decir, me muestra la muerte de Cristo aplicada a mi
naturaleza, — una condición que tan a menudo es la piedra de tropiezo para los hijos de Dios, y el medio de acosarlos.
Satanás sabe muy bien cómo obrar por medio de ello con el propósito de producir desesperación,
por una parte, o de tentar a la permisividad, por la otra.
El
cristianismo niega ambas cosas. Disipa la desesperación y libera de la permisividad . Es la aplicación a todos
nosotros de lo que Dios ha obrado en el Señor Jesús, — no sólo a nuestros pecados, sino a nuestro
pecado, a esa raíz de mal en nuestro interior; y así como Él me ha mostrado la sangre que borra
mis pecados, del mismo modo Él me hace ver que estoy muerto al pecado. Si Él no me hubiera
dado esto yo estaría igualmente perdido. Ello era verdad desde el principio y por consiguiente en el bautismo mismo
de un cristiano la Escritura establece este gran hecho, "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?" (Romanos 6: 3).
Esto
es lo que el bautismo significa. No es la señal de dar vida sino el de dar muerte, por así decirlo, —
es decir, el bautismo lleva al creyente a este lugar de muerte con Cristo. Es la expresión externa de que si categóricamente
yo tengo a Cristo, el Cristo que tengo es un Cristo que murió y resucitó; y cuando soy bautizado, soy bautizado
"en su muerte".
Esto
es un consuelo inmenso. "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque
si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la [semejanza]
de su resurrección". (Romanos 6: 3-5).
Ahora
bien, el motivo por el cual nosotros miramos hacia adelante a esto es porque sabemos "que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado".
¿Y por qué? "Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado". (Romanos 6: 6, 7).
. No se trata de ser justificado de los pecados, sino del pecado. Significa que en ese acto mismo usted confesó
lo que lo ha sacado de esa condición, de esa muerte en la que usted yacía como hijo pecador de Adán.
"El que ha muerto, ha sido justificado del pecado".
Además,
nosotros tenemos la consecuencia actual: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos
para Dios en (o por) Cristo Jesús". (Romanos 6: 11). Entonces viene una consecuencia práctica: "No
reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal". (Romanos 6: 12). Es decir, se supone que el pecado debe estar allí,
pero no va a reinar: y el motivo es porque yo estoy muerto al pecado. Para cada cristiano, para cada persona para la cual
su bautismo es una señal de una gran realidad por y con Cristo, esto es así.
Por
lo tanto, no se trata de luchar por ser diferente, o de procurar sentir esto o aquello, sino de creer lo que Dios ha hecho
para mí en la muerte del Señor Jesucristo. Si nosotros consideramos el Mar Rojo podemos entender de qué
manera esto es aplicable.
Después
de la Pascua los hijos de Israel entraron en la mayor presión de aflicciones. Todo lo que ellos sintieron en Egipto
fue poca cosa comparado con lo que estaban a punto de experimentar. Ellos habían abandonado aquella tierra después
que la sangre del cordero pascual fue rociada sobre sus puertas, pero estaban tan presionados que no había nada más
que la muerte delante de sus ojos. Con respecto a sus sentimientos ellos nunca habían estado tan acorralados por la
muerte como en aquel entonces.
Por
todas partes había obstáculos que ellos no podían superar. Detrás de ellos estaba el ejército
de sus enemigos, y ante ellos sólo una muerte más segura. Pero aquello que a ellos les parecía que no
eran más que las aguas de la muerte era precisamente lo que Dios estaba a punto de convertir en la senda de la vida;
y Moisés, a la palabra de Dios, alzó su vara, — esa misma vara de Dios que había traído
el juicio sobre los egipcios, que a menudo les había traído plagas anteriormente. Aquella vara fue alzada sobre
el mar y de inmediato las aguas de la muerte se elevaron a ambos lados como muros y los hijos de Israel pasaron protegidos;
tanto más porque era evidente que Dios estaba a favor de ellos.
No
fue así en la noche de la Pascua. Dios, sin duda, no permitió que el destructor los tocara, pero la sangre del
cordero, en lugar de mostrar que Dios estaba a favor de ellos, fue meramente una protección para que Dios no estuviera
en contra de ellos.
Todavía
no era que Dios estaba a favor de ellos. No había comunión alguna. Él estaba fuera de donde
ellos estaban. La sangre se interponía entre Él y ellos. ¿Cómo podría un alma estar tranquila
y en paz con Dios cuando ese es el caso? Lo que yo quiero es poder elevar mi mirada y ver el rostro de mi Dios. Lo que quiero
es que Él esté conmigo y que yo descanse en Su presencia. Pero tener meramente aquello que se interpone entre
Dios y yo nunca me daría un consuelo sólido ante Dios y, de hecho, no debiese darlo. Por consiguiente, las circunstancias
posteriores demostraron la condición en que los hijos de Israel habían caído, — a saber, una condición
de ansiedad, temor y peligro, peor que lo que jamás habían conocido anteriormente.
Y
con frecuencia es así con respecto al cristiano. Después que el alma ha sido dirigida a Cristo a menudo ella
se encuentra en aguas más profundas que nunca, y con una comprensión más profunda que nunca de su propia
pecaminosidad. El sentido del pecado después de haber acudido a Cristo es mucho más agudo e intenso que cuando
huimos en busca de refugio al principio. Hubo en aquel entonces una senda de vida a través de la muerte. Dios estaba
a favor de ellos; pero eso no era todo, Él estaba en contra de los egipcios. Y así, cuando los israelitas habían
pasado, el Mar Rojo se cierra sobre sus enemigos y todos mueren; sólo entonces Israel fue salvo,
y es notable que aquí por primera vez Dios usa el término salvación. (Éxodo 15). Él
no dice salvación en la noche del cordero pascual sino cuando ellos han pasado a través del mar. La salvación
es mucho más que estar asegurado. La salvación significa esa completa eliminación de todos nuestros enemigos,
— ese hecho de sacarnos de la casa de servidumbre y dejarnos libres y limpios ante Dios para ser Su pueblo manifiesto
en el mundo. Dicha salvación fue declarada sólo cuando Dios los sacó de Egipto al desierto; fue cuando
sus enemigos fueron completamente juzgados y cuando ellos fueron salvos de una manera tal como para no volver a pasar bajo
aquel tipo de temor.
¿Es
así con respecto al cristiano? Sí, ciertamente. Pues, ¿cuál fue el asunto en aquel entonces? El
asunto en aquel entonces fue que el príncipe de este mundo procuró usar y volver el justo juicio de Dios contra
Su propio pueblo, — el príncipe de este mundo procurando retener al pueblo de Dios a causa de sus pecados; y
lo que Dios muestra es el juicio total de sus enemigos, — la destrucción que cayó sobre toda afirmación
contra el pueblo de Dios. Dios mismo adhirió públicamente a su causa y actuó a favor de ellos para que
nunca volvieran a la casa de servidumbre.
En
el Mar Rojo fue la vara del juicio la que fue alzada sobre las aguas, — fue esa vara la que hirió a los egipcios
con todas las plagas. Es así en la Epístola a los Romanos. Siempre se trata de justicia. Es un asunto
acerca de volver la justicia contra el pueblo de Dios; pero Cristo ha venido y mediante Su sangre los ha limpiado, y mediante
la muerte y la resurrección Él los ha sacado del lugar sobre el cual pendía el juicio, — completamente
fuera. Ya no hay juicio. Ellos ven su pecado ](singular) así como sus pecados (plural), completamente desaparecidos
como consecuencia de que Cristo padeció el juicio de Dios. Por lo tanto, el capítulo 6 de Romanos es el primer
lugar donde el pecado en nuestro andar es abordado; y al tratar este asunto el apóstol muestra que nosotros hemos muerto
al pecado y que el don de Dios es ahora vida eterna. El pecado no puede tocar al creyente porque el creyente ha muerto
a él.
El
siguiente asunto es la ley. El apóstol muestra que eso tampoco puede tocar al creyente, y por este motivo, porque he
sido hecho "morir a la ley." Así que en Romanos 7 leemos, "Por tanto, hermanos míos, también
a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó
de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios". (Romanos 7: 4 – LBA). No se trata de un medio nuevo
sino que es la aplicación a la ley de aquello que ya es verdad, aun suponiendo que yo hubiera sido judío. Es
decir, es la muerte de Cristo aplicada tanto al pecado como a la ley lo que da al creyente su acreditación.
Y ahora hemos sido "unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos". Así que es tan erróneo
para un creyente tener todavía el pensamiento de estar "bajo la ley" como para una mujer tener dos maridos
a la vez. Nosotros hemos muerto a la ley para que pertenezcamos a otro.
En
Romanos 8 lo tenemos muy completo. "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús".
Y él explica esto de dos maneras. ¿Cómo podría usted condenarlos? "Porque la ley del Espíritu
de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte". (Romanos 8: 1, 2 – VM).
¿Cómo podría usted condenar lo que es perfectamente bueno? Aquello que Dios me ha dado en el Espíritu
de vida en Cristo. Pero hay otro motivo. Dios ya ha condenado el pecado. Hay un motivo fundamentado en el carácter
de la vida nueva, que Dios nunca condenará lo que es bueno. Pero, además, Dios ya ha condenado la mala vida:
"Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo : enviando a su propio
Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne". (Romanos 8:
3 – LBA). Él ya ha juzgado mi naturaleza. No se trata de perdón. Yo no quiero que mi naturaleza
sea perdonada; yo mismo no la perdono.
Es
un gran consuelo que Dios en el Señor Jesucristo haya tratado con el pecado en la carne. No fue suficiente que Cristo
por Su pureza perfecta condenara el pecado en la carne porque eso me habría hecho peor que nunca; pero después
que Cristo en Su vida me mostró un modelo de toda pureza, Él llegó a ser un sacrificio por el pecado,
y entonces Dios condenó al pecado en la carne, — esta naturaleza que me atribulaba. Por consiguiente,
si Dios me ha dado una nueva naturaleza que se encuentra en Cristo resucitado de entre los muertos, y también ha condenado
mi vieja naturaleza, es muy evidente que no puede haber condenación alguna para los que están en Cristo. Usted
ve en cada punto de vista que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. El andar de
ellos según el Espíritu es la consecuencia,— el efecto, — de ello; y cuanto más yo sé
que he sido liberado, más feliz será mi alma, y más fuerte seré al andar según el Espíritu.
Aunque
se supone que el creyente ha sido perfectamente sacado de este estado de condenación, — de la mala condición
en la que él estaba, — sin embargo, a pesar de todo él está en el desierto; y tan ciertamente es
este el caso que en este capítulo 8 de la epístola a los Romanos, por muy feliz que sea, él está
gimiendo pues sólo "en esperanza" fue salvo. (Romanos 8: 4). Él está todavía en
el desierto, y tan completamente es este el caso que el Espíritu Santo llega a ser el poder de su gemir en el desierto.
Así que la analogía es perfecta entre el cristiano y los israelitas, los cuales fueron sacados de Egipto pero
nunca regresaron a él.
Después
que salieron ellos elevaron el cántico de triunfo. (Éxodo 15). En Egipto no hay canto alguno. Aquí los
encontramos cantando al otro lado del Mar Rojo; pero a pesar de todo eso ellos están viajando a través del desierto,
— ellos sólo se dirigen hacia el reposo de Dios, — todavía están esforzándose a través
de la escena de la prueba donde si no hay dependencia de Dios, ellos perecen. Yo no hablo ahora, obviamente, aplicando esto
al cristiano como un asunto de vida eterna sino de experiencia práctica. El desierto es el lugar donde la carne muere
y donde todo depende de la sencillez de la dependencia en el amor de Dios.
2ª
Parte
El
Jordán
Lectura
Bíblica: Libro de Josué, capítulos 3 y 4
Es
evidente que el Jordán es un tipo similar en su carácter al del Mar Rojo. No necesito decir que ya sea en el
tipo del Mar Rojo o en el del Jordán, ello es lo que la gracia ha dado al creyente.
Pero
hay una diferencia muy perceptible: a saber, en el Jordán no existe tal cosa como una vara. Se trata de un símbolo
totalmente distinto. El arca del pacto de Jehová llevada por los sacerdotes desciende directamente al Jordán;
y desde el momento en que los pies de los sacerdotes se acercan al agua, las aguas se acaban por un lado y se detuvieron como
en un montón por el otro; y así, mientras el arca permanece en el lecho del río los hijos de Israel pasan
en seco.
Y
cuando todo está hecho nosotros nos encontramos con otro notable asunto; es decir, tenemos un monumento conmemorativo.
No se trata de egipcios destruidos. No es un asunto de juicio. No se trata de la justificación del pueblo de Dios por
una parte, ni del juicio de los enemigos por la otra. Este es el gran asunto del Mar Rojo. En el río Jordán
Dios estaba llevando a Su pueblo a Su propia tierra. Por consiguiente, ello presenta a Uno, a una Persona divina, que desciende
a las aguas de la muerte y allí , estando solo, detiene las soberbias aguas hasta que el pueblo es hecho pasar a través
de ellas.
¿Cómo
se aplica esto a Cristo? Yo respondo: El Jordán no encuentra su equivalente en la epístola a los Romanos sino
en la epístola a los Efesios. Por consiguiente, en Efesios no se habla de justificación. Escudríñela
usted completamente y no logrará encontrar en ella la justicia de Dios. Si Dios lleva a cabo la gran obra que estaba
ante Su mente (incluso antes de que existiera un mundo que se iba a deteriorar), si Él tenía la intención
de tener un pueblo que tuviera una naturaleza capaz de estar en comunión con Él, una naturaleza que nunca podría
satisfacerse sin estar en el cielo, que se deleita en Su pensamiento y en Su amor; yo digo que si Dios tenía
la intención de tener un pueblo así, y además de tenerlos en la relación más cercana
posible a Él mismo, de tenerlos como Sus hijos en Su presencia, ¿cómo podía entrar allí
la justificación? Es evidente que Dios no necesita justificar una obra como ésta. Yo puedo entender que se nos
diga esto cuando una persona ha errado o cuando nosotros pensamos en los impíos. Es una misericordia infinita que Dios
tenga su propia bienaventurada manera de justificar al impío; pero no hay noción alguna acerca de justificar
aquello que es perfectamente conforme a Dios.
Es
por lo arriba mencionado que en la Epístola a los Efesios nosotros nunca tenemos el tema de la justificación.
No es que el apóstol no examina el estado al que habían llegado los que son los objetos de la misericordia de
Dios; porque el segundo capítulo es tan claro como el capítulo 3 de la epístola a los Romanos acerca
de la terrible condición en que estaban aquellos que fueron llevados a esa relación. Pero en Romanos nosotros
tenemos sus pecados demostrados y hechos evidentes a la conciencia de la manera más completa. Tenemos todos sus malos
caminos completamente trazados, y sin embargo Dios justifica. Tenemos también su mala condición; y sin embargo
Dios los saca de esa condición y les da un nuevo lugar. En Efesios es otro aspecto. El primer pensamiento acerca del
cual el apóstol se explaya es el propósito de Dios.
Es
la justicia de Dios la que justifica, como en Romanos; no Su misericordia. Por lo tanto, no hay la menor insinuación
de ampliar la interpretación de un asunto.
Nosotros
sabemos que un rey, con el objetivo de perdonar, puede indultar a una persona totalmente culpable. Yo no digo que la irascibilidad
del mundo lo admitiría, y menos aún que el hombre sea capaz de usar una prerrogativa tal como la gracia de Dios.
Pero sigue siendo igualmente cierto que no es meramente misericordia, sino que es justicia lo que justifica, y el creyente
es el único que reconoce su propia indignidad y siente sus pecados según Dios.
Pero
en la epístola a los Efesios aparece otra cosa; Dios está allí proponiendo desde Sí mismo y en
Sí mismo; es Dios quien se deleita en Su propio consejo. Él se propone no estar solo en el cielo. Se propone
rodearse de hombres completamente felices. Se propone darles aquello que sería capaz de responder a Su pensamiento
y a Sus modos de obrar, y por consiguiente, en una relación adecuada a ello. Esto es lo que Él hace. Pero, después
de todo, ¿cuál es el estado de ellos cuando la gracia se ocupa de ellos? Ellos están muertos en delitos
y pecados. (Efesios 2:1). Y esto es lo que hace que esto sea aún más notable, a saber, que no hay ni una palabra
acerca de justificación. Pero Cristo desciende a esa muerte donde ellos están, desciende por debajo de la condición
de ellos, por así decirlo; y esta es la única manera en que ello es tratado en Efesios. Él descendió
allí por gracia y Dios Le resucitó y Le sentó a Su diestra en los lugares celestiales. El asunto en el
río Jordán no es sacar al pueblo de la esclavitud sino llevarlos a la tierra, a "los lugares celestiales
en Cristo
¿Dirá
usted: Eso sucede cuando nosotros morimos? Cuando Israel cruzó el Jordán ellos entraron en una escena de conflicto,
yo pregunto, Cuando nosotros muramos y vayamos al cielo, ¿acaso tendremos que luchar allí? No. Bueno, entonces,
si es así, es un error hacer que nuestro morir y nuestra ida al cielo sea eso. El paso del Jordán significa
llevar al creyente a "lugares celestiales" de tal manera que él también luchará y obtendrá
la victoria. Este es su significado. ¿Cómo puede un cristiano ser llevado a lugares celestiales mientras está
aquí? Esto es lo que nos dice la Epístola a los Efesios.
Usted
verá cuán diferente es esto de lo que se encontró al cruzar el Mar Rojo. Por eso el estilo de doctrina
en Efesios es diferente del de Romanos; ese es el motivo por el cual en Efesios se habla de "lugares celestiales".
Leemos, "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo". (Efesios 1: 3).
Sin
embargo, todo esto es cierto para la fe ahora. Obviamente, cuando realmente nosotros vayamos al cielo no perderemos este lugar
de bendición, pero el argumento en el que Pablo insiste es que Dios ya nos ha bendecido así y allí en
Cristo.
El
final del primer capítulo de la epístola a los Efesios muestra que Dios resucitó a Cristo de entre los
muertos y Le sentó en los lugares celestiales; y el comienzo del segundo capítulo muestra que al hacer esto
Dios puso el fundamento para que nosotros estemos situados en el mismo lugar ante Dios. Leemos, "Dios, siendo rico en
misericordia, a causa de su grande amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestras transgresiones,
nos dio vida juntamente con Cristo… y nos levantó juntamente con él, y nos hizo sentar con él
en las regiones celestiales en Cristo Jesús: (Efesios 2: 4-6 – VM). Entonces, nosotros ya hemos cruzado
el Jordán. No es que debamos cruzarlo sino que lo hemos cruzado ahora.
¿Está
Cristo "en los lugares celestiales"? ¿Estoy unido a Cristo ahora, o sólo lo estaré cuando yo
muera? ¿Estoy ahora en este mismo lugar ante Dios, levantado (resucitado) juntamente con Cristo, y así "en
los lugares celestiales en Cristo Jesús"? Es bastante evidente que la doctrina de la Epístola a los Efesios
es que lo estamos; y es algo consabido que la doctrina de la mayoría de los cristianos es que nosotros no podemos estarlo
hasta que muramos.
Ahora
bien, ¿por qué motivo las personas no comprenden esta verdad? El motivo es que usted no puede ser a la vez un
próspero hombre terrenal comprendiendo lo que ocupa a los hombres aquí abajo, y un hombre celestial también;
pero la mente natural querría aprovechar lo mejor de este mundo, y también lo mejor del otro. La verdad es que
yo debo cruzar el Jordán ahora como cristiano; es más, yo lo he cruzado en Cristo, si en verdad soy un cristiano.
Así que usted observará que yo no le voy a señalar lo que usted tiene que hacer, sino que deseo dejar
en claro lo que Dios ha hecho por usted, si en verdad es usted un cristiano. Cuán bienaventurado es que el cristianismo
no me ofrece lo que yo debo lograr para ser salvo, ¡sino que es una revelación de lo que Dios me ha dado en Cristo!
Dios
nos da, a mí y a usted que creemos, una salvación tan plena que no sólo significa que hemos sido llevados
a través del Mar Rojo (y hemos sido hechos así peregrinos y extranjeros), sino que hemos sido llevados a través
del Jordán a lugares celestiales, y hemos sido bendecidos allí con toda bendición espiritual. Tal vez
usted dirá que eso es misticismo. Nada de eso. Es la negación misma del misticismo. Porque esto hace que los
ojos se vuelvan a Cristo y a la obra de Dios en Cristo; mientras que el misticismo ocupa el corazón con sus sentimientos
acerca de Él. Si Cristo es mi vida, y Cristo está sentado allí, es evidente que tengo, por medio del
Espíritu de Dios que mora en mí y que ha sido enviado por ese Cristo, un vínculo divino con Aquel que
ha entrado allí. Es así como Dios habla de nosotros conforme a lo que es verdad acerca de Cristo. Es decir,
estando Cristo allí y siendo Él la vida del creyente, y el Espíritu Santo el poder de esa vida, se habla
de nosotros conforme al lugar en el cual Cristo ha entrado.
El
gran tema del Mar Rojo es aquello de lo que Cristo nos saca, y el del Jordán es aquello a lo que Cristo nos
hace entrar. Es muy evidente que lo que Dios expone mediante este tipo es la dulce y bienaventurada verdad de que habiendo
entrado Cristo en el lugar mismo donde Dios quiere que el cristiano esté, Dios quiere formarnos conforme a Él
estando en aquello que ha de ser nuestro verdadero hogar. Nuestro apropiado hogar no es este mundo, es más, ni siquiera
en el estado milenial. Nuestra esperanza no es ningún cambio que vaya a tener lugar en este mundo, sino la 'casa
del Padre', donde Cristo está morando. Dios tiene la intención de que donde Él está nosotros
estemos. No se trata meramente de que Cristo vendrá y nos bendecirá donde estamos (como Israel en breve), sino
que vendrá y nos llevará a donde Él está; esto es lo que nosotros estamos esperando; pero mientras
tanto somos vistos y tratados como uno con Aquel a quien estamos allí unidos.
Yo
no quiero dar a entender que nosotros podemos prescindir de la Epístola a los Romanos. El cristiano que se llena tanto
de la verdad de Efesios y que puede prescindir de Romanos (o yo añadiría, de la epístola a los Hebreos),
está en terreno peligroso; mientras que aquel que piensa que puede prescindir de Efesios desafía a Dios y a
la gloria de Su gracia. Si Él nos ha dado una copa llena de bendición en Cristo nuestra sabiduría es
procurar entender cuál es nuestra porción; y la gran tarea práctica del cristiano es vivir de acuerdo
con el lugar donde él ha sido puesto por Dios.
Si
Dios me ha sacado de la casa de servidumbre, también me ha puesto en lugares celestiales en Cristo. No se trata de
lo que yo veo o siento. Está muy bien que apreciemos lo que somos, pero primero debemos creer; y cuando asimilamos
la plenitud de la liberación de Egipto, entonces vemos en tipo aquello de lo cual hemos sido liberados; y cuando creemos
que nuestra porción es estar en los lugares celestiales, ¿qué podemos hacer sino bendecir a Aquel que
nos ha bendecido de tal manera?
La
Primera Epístola a los Corintios, aunque de ninguna manera está tan llena de esto como lo está la Epístola
a los Efesios, trae ante nosotros el principio de esta verdad, pues leemos, "Como es el terrenal, así son también
los que son terrenales; y como es el celestial, así son también los que son celestiales. Y tal como hemos
traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial". (1ª Corintios 15: 48, 49
– LBA). El primer pensamiento es que nosotros somos ahora celestiales; y el segundo es que aunque somos celestiales
todavía no traemos la imagen del celestial, pero la traeremos. ¡Qué liberación del misticismo!
El misticismo es meramente el anhelo del corazón por sentir en su interior lo que desearía tener; pero la fe
evita esta ocupación con el yo y acepta la verdad de Dios. Puede que esto sea un misterio, pero es un misterio revelado
y un misterio que Dios hace que sea más real e inteligible mediante el poder del Espíritu Santo, porque Dios,
de Su propia gracia, lo ha acordado, lo ha hecho y nos lo ha dado todo en Cristo.
Usted
ve así que el paso del Jordán difiere de manera esencial del cruce del Mar Rojo. Incluso para los hijos de Israel
en el Mar Rojo, allí estuvo la vara, la vara judicial de poder; que para los egipcios trajo la destrucción.
Además, allí no fue erigido ningún monumento conmemorativo duradero. Cuando usted llega al paso del Jordán
usted lee que hubo un doble monumento conmemorativo. Doce piedras fueron colocadas en el lecho del río, donde estuvieron
los pies de los sacerdotes; y otras doce fueron sacadas de allí y llevadas a Gilgal.
Esto
me recuerda otro hecho que nos presenta un hermoso vínculo con la Epístola a los Colosenses. Cuando Israel atravesó
el Mar Rojo la circuncisión o fue practicada, — no hubo señal alguna de la muerte de la carne, —
pero cuando atravesaron el Jordán ellos fueron sometidos a ella. La circuncisión significa hacer morir la carne.
Esto proporciona otro motivo por el cual la doctrina común acerca de este asunto no puede ser cierta; porque cuando
nosotros hayamos muerto y hayamos ido al cielo no hay carne alguna para hacer morir. ¡Lamentablemente! ello explica
también el motivo por el cual el juicio propio es tan débil en la mayoría de los que aman al Señor.
Ellos conocen al Cordero y Su sangre rociada; se dan cuenta libremente de su liberación de Egipto y que han sido llevados
al desierto, pero no conocen en absoluto la posición de ellos en Él en lo alto, y por consiguiente no conocen
Gilgal, donde el oprobio de Egipto fue quitado de los circuncidados. (Véase Josué capítulo 5).
Cuando
los hijos de Israel cruzaron el Jordán ellos erigieron dos monumentos conmemorativos, — uno conmemoraba la
muerte y uno conmemoraba la resurrección, mostrando que en todos los sentidos la muerte ha desaparecido.
Pero más que eso, la carne ha sido hecha morir ahora. Y no hay nada que dé al alma el sentido del fin de la
carne, del hecho de haber sido ella juzgada completamente y el consuelo de ello, tanto como la conciencia de la muerte y la
resurrección que nos lleva a nuestro verdadero lugar ante Dios.
Por
eso, en la epístola a los Colosenses el Espíritu Santo no sólo habla de un bautismo sino que dice asimismo:
"en él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el
cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo". (Colosenses 2: 11).
En
el siguiente capítulo de la misma epístola leemos, "Haced morir pues vuestros miembros que están
sobre la tierra". (Colosenses 3: 5 – VM). De modo que existe esta doble aplicación. Según el libro
de Josué, ellos fueron circuncidados en primer lugar; e independientemente de adonde ellos se movían, ellos
vuelven a Gilgal. Este es un llamado a hacer morir continuamente la carne en el terreno de que hemos sido circuncidados de
una vez por todas. Nuestra circuncisión fue el acto mediante el cual Dios trató nuestra naturaleza en la muerte
de Cristo; pero en el terreno de esto tenemos que hacer morir nuestros miembros (o lo terrenal en nosotros). Si Dios ha juzgado
ya la carne, lo que yo, como cristiano, estoy llamado a hacer es asumir el lado de Dios contra mi propia mala naturaleza.
Yo estoy llamado a apreciar la comunión directa con Dios condenando todo lo que es diferente a Él. Tal como
usted verá, este tipo Escritural está lleno de enseñanza directa para el alma, y lejos de ser una mera
teoría ello es eminentemente práctico. Yo no tengo duda alguna acerca de que éste es el motivo por el
cual las personas rehúyen los tipos Escriturales del Mar Rojo y del Jordán. A muchos les gustaría saber
que serán protegidos del juicio, pero Dios los pondría en asociación con Sus propios objetivos. Él
me da un derecho celestial para que yo ocupe mi mente en las cosas de arriba ("Ocupad la mente en las cosas de arriba,
no en las de la tierra", Colosenses 3: 2 – RVA); pues Él quiere que mi mente sea formada por estos objetivos
nuevos y celestiales que están donde Cristo está.
Y
oh, amados hermanos, ¡qué alivio es que en los asuntos comunes de este mundo uno puede tener la mente y el corazón
ocupados en lo que nunca perecerá! Que nuestros corazones estén ocupados en lo que es precioso a los ojos de
Dios. Nosotros podemos dedicarnos a otras cosas como asuntos de deber; pero en el momento en que las convertimos en objetivos
perdemos por completo el pensamiento de Dios. No importa cuál puede ser la cosa. Supongamos a una persona en cualquier
tarea; hace toda la diferencia posible si la está haciendo simplemente para Dios como aquello que Él le ha dado
para hacer, o si es lo que le gusta y le complace, siendo su objetivo ser importante o rico mediante ello. Allí donde
éste es el caso yo estoy haciendo que este mundo sea el escenario de mi disfrute de manera práctica. Ni siquiera
lo estoy tratando como un desierto, y menos aún estoy actuando como estando asociado con Cristo en lugares celestiales.
Por otra parte, si sostengo firmemente, como de parte de Dios, que incluso ahora soy un hombre celestial, si Dios me ha dado
algo para hacer, yo lo hago, — sin importar lo que ello pueda ser.
En
consecuencia, en la epístola a los Efesios capítulos 5 y 6 usted encuentra todos estos vínculos terrenales
que pueden ser de manera apropiada las relaciones de hombres y mujeres e hijos celestiales; pero el único poder verdadero
del bien andar en la tierra es recordar que yo soy un hombre celestial. No es sólo que soy un hombre libertado, sino
que he sido puesto en asociación actual con asociaciones celestiales en Cristo; y a menos que tenga esto en cuenta,
¿cómo puedo comportarme de manera adecuada a la posición en la que estoy?
Supongamos
que usted toma el caso de un miembro de la familia real que durante un tiempo va de incógnito a algún
otro país. Aunque oculta su gloria él sigue teniendo en su corazón el sentido acerca de la familia a
la que pertenece. La reina de Inglaterra podría viajar por el continente con el título de duquesa de Kent, pero
tendría la secreta conciencia de que ella es la Soberana de un imperio en el que nunca se pone el sol. Lo mismo ocurre
en el caso del cristiano: el mundo no conoce su título. El mundo pensaría que estar hablando de personas celestiales
cuando se está aquí abajo es absoluto fanatismo; pero nosotros no sólo sabemos esto sino sabemos que
el mundo está bajo el juicio del Señor, y sólo el aliento de Su boca es lo que está entre él
y el juicio eterno. Nosotros sabemos que el Señor Jesucristo está preparado para juzgar a los vivos y a los
muertos.
¡Oh,
de qué fina hebra pende el juicio de este mundo! Pero en cuanto a nosotros que creemos el juicio ha pasado para siempre;
— yo me refiero al juicio contra nosotros por parte de Dios. Yo no quiero decir que todos nuestros modos de obrar no
serán puestos de manifiesto ante el tribunal de Cristo. Todos compareceremos pero nunca apareceremos allí como
imputables. Si Cristo nos ha llevado ahora al favor de Dios, no lo vamos a perder cuando resucitemos y seamos glorificados.
Ruego
a ustedes que mantengan firme esta preciosa verdad. Ustedes han cruzado el Jordán tan verdaderamente como han marchado
a través del Mar Rojo. Ustedes no sólo deben recordar que son peregrinos sino que tienen un vínculo vivo
con el cielo; asegúrense de considerarlo como su propio hogar. El desierto es meramente un lugar de estancia momentánea;
pero los lugares celestiales son nuestro único lugar de morada. El propósito de Dios de tenernos en el cielo
fue hecho antes de que el mundo existiese. El mundo se ha vuelto pecaminoso y se ha convertido así en un desierto,
porque no habría desierto alguno si no existiera pecado; pero Dios nos ha librado en gracia de nuestros pecados, y
también nos ha llevado en espíritu a través del desierto. De hecho, verdaderamente tenemos pecado y estamos
pasando a través del desierto; pero en cuanto a título y estando unidos a Cristo estamos libres de ambos. ¡Que
Dios, en Su gracia, nos conceda adentrarnos más en esta verdad, y vivir en el poder de ella!
William
Kelly
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2024
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884)
por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).