SETENTA
SEMANAS DE DANIEL 9
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960.
Paul Wilson
17ª Parte
de: TÉRMINOS PROFÉTICOS
La profecía
de las "setenta semanas" es una profecía muy notable cuya adecuada comprensión permitirá al
hijo de Dios tener una mejor comprensión de Sus propósitos respecto a la tierra y a Israel, Su pueblo terrenal.
Aunque la época actual en la que Dios está reuniendo de la tierra un pueblo para el cielo no es mencionada en
la profecía, hay sin embargo una interrupción en la que ella cabe.
Será bueno
tener en cuenta el estado de alma de Daniel y sus profundos ejercicios antes de recibir esta maravillosa profecía.
Dios escogió los vasos a quienes Él comunicaría Su pensamiento, y también los preparó de
antemano para que fuesen instrumentos adecuados para la recepción y comunicación de Su verdad. Una persona descuidada
o indiferente era incapaz de conocer el pensamiento de Dios. Él preparó cuidadosamente a quienes Él utilizaría.
Tampoco un cristiano descuidado o de mentalidad mundana está ahora en condiciones de entender las cosas que nos son
reveladas por Dios, porque ellas nos son reveladas "por el Espíritu". (Primera epístola a los Corintios,
capítulo 2, versículo 10). Si un hijo de Dios está andando de una manera en que el Espíritu de
Dios es contristado por su andar, entonces el Espíritu no está libre para mostrarle "lo que Dios nos ha
concedido". (Primera epístola a los Corintios, capítulo 2, versículo 12). Entonces, que al acercarnos
a esta profecía estemos delante de Dios para juzgar lo que no es de Él y procuremos tener de Él un "corazón
sabio y entendido".
Daniel había
nacido en un día cuando las "dos tribus" se hallaban en un triste estado. Tanto los reyes como el pueblo
se habían apartado igualmente de Jehová, y Él, en su justo gobierno, los entregó en manos de Nabucodonosor,
rey de Babilonia, el cual destruyó el templo y llevó muchos cautivos a su tierra. Daniel fue uno de estos cautivos
cuando era muy joven. Pero a pesar de todo el fracaso y la terrible oscuridad del día, Daniel procuró honrar
a Dios, y Dios lo honró. El principio es siempre cierto: "Yo honraré a los que me honran". Daniel
era un hombre que tenía un propósito verdadero y honesto de agradar a Dios, y no esgrimió ninguna propia
conveniencia para hacer lo contrario. Los tiempos habían cambiado, pero él sabía que Dios no cambia.
Aunque muchas
profecías directas fueron dadas a Daniel, él no dejó de leer las Escrituras por sí mismo. Él
utilizó los mismos medios que nosotros, — él leía la Palabra de Dios. Del libro de Jeremías
(capítulo 29, versículo 10) él comprendió que las desolaciones de Jerusalén, que en aquel
entonces estaban presentes, durarían sólo setenta años desde su comienzo. Él creyó a Dios
y por tanto comprendió que el momento estaba cerca para que su pueblo regresara a Jerusalén. Nosotros tenemos
la misma oportunidad, — "por la fe entendemos". No fue por medio de observación externa que Daniel
percibió que se acercaba el momento para que ellos regresaran. Puede que entonces no hubiera nada en el horizonte que
lo indicara, pero Daniel creyó lo que Dios dijo. Así nosotros deberíamos entender hoy que "la venida
del Señor se acerca". (Epístola de Santiago, capítulo 5, versículo 8). Deberíamos
ser capaces de entender eso creyendo lo que Dios ha dicho en Su Palabra y no por medio de observaciones, aunque veamos las
nubes de tormenta reuniéndose que se disiparán después que el Señor haya venido a llevarnos consigo.
Nuestra fe debería estar en Dios y en Su Palabra y no en los cielos que se oscurecen. Así que en este segundo
versículo del noveno capítulo nosotros no vemos a Daniel como el profeta sino como el dedicado estudiante de
la profecía dada a través de otros. Leemos, “yo Daniel miré atentamente en los libros el número
de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones
de Jerusalén en setenta años”. (Daniel 9: 2).
El resultado inmediato
de su lectura y de la comprensión del tiempo que se había alcanzado fue que Daniel volvió su rostro a
Jehová su Dios en la más ferviente oración y súplica. El ayuno, el cilicio y la ceniza reflejaron
el estado interior de su alma, — ese estado moral que siente verdaderamente la condición del pueblo de Dios y
se identifica plenamente con él en cualquier día de ruina. (Libro de Daniel, capítulo 9, versículo
3 y sucesivos).
Aunque Daniel
no era mucho más que un muchacho cuando fue llevado cautivo, y aunque él había procurado vivir para Dios
en aquella tierra extraña, él confiesa los pecados del pueblo como propios. No dice «ellos han pecado»,
sino "hemos pecado". Él miró a su alrededor y vio el deplorable estado en que ellos se encontraban
y lo vio en el justo trato de Dios con ellos. Como uno de los «hijos de la Sabiduría» (Evangelios según
Lucas, capítulo 7, versículo 35), él justificó a Dios en todos Sus tratos con ellos y confesó
el pecado de ellos. Él, sintiendo su propia parte en el fracaso y confesándolo, estaba en la posición
para interceder ante Dios en favor del pueblo. Él suplicó a Dios por ellos basándose en Sus misericordias.
Tal espíritu de suplicación por el pueblo de Dios es uno que es conforme a Su corazón y a Su pensamiento.
Nosotros vemos el mismo espíritu en Moisés, Samuel, David y otros verdaderos siervos de Dios. Aunque Dios tenga
que castigar a Sus hijos según Su gobierno, sin embargo Su corazón está hacia ellos, y nosotros nunca
estamos en la corriente de los pensamientos de Dios si es de otra manera en lo que a nosotros se refiere. Tampoco podemos
jamás separarnos apropiadamente del fracaso de la Iglesia de Dios en la tierra. Aquello que fue bendecido más
allá de cualquier otra cosa en la tierra (la Iglesia) ha fracasado ciertamente de la manera más grave. Todo
está ahora en ruinas y cada uno de los que somos salvos somos parte de aquel fracaso. Si nosotros tuviéramos
un sentido más profundo del fracaso y de nuestra parte en él, habría más intercesión por
los santos de Dios y también una entrada más profunda en Sus pensamientos acerca de ellos.
Daniel era un
hombre dado a la oración. Eso no era algo que él hacía en días de especial tensión y prueba.
En el capítulo 6 de su libro, cuando las tormentas se cernían sobre su cabeza, él "entró
en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día,
y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes". (Daniel 6: 10).
El hombre de Dios
es sin duda un hombre de oración.
A veces Daniel
no recibía su respuesta de inmediato; en el capítulo 10 se le hizo esperar "tres semanas" por la respuesta.
(Daniel capítulo 10, versículo 2). Pero en el capítulo que estamos considerando la respuesta es inmediata:
"Aún
estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová
mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel, a quien
había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio
de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento".
Daniel 9: 20-22.
De modo que a
veces podemos recibir respuestas a nuestras oraciones de inmediato o puede ser que se nos haga esperar durante largo tiempo.
Una demora no es un motivo para concluir que nuestra oración no fue oída. Dios en Su sabiduría puede
retener una respuesta para profundizar nuestro ejercicio de alma, o ello puede ser por cualquiera de varios motivos; pero
nosotros podemos estar seguros de que cuando Dios retiene o espera para responder nuestras peticiones, ello es hecho en Su
perfecta sabiduría de lo que es mejor, y la respuesta es retenida conforme a Su verdadero amor que quiere hacer lo
mejor para los Suyos.
Los ejercicios
de alma de Daniel eran con respecto a su pueblo Israel y a al regreso de ellos a su propia tierra desde Babilonia en aquel
tiempo, pero Dios estaba a punto de darle una revelación más profunda que la relacionada con el pronto regreso
de ellos a Jerusalén. Dios iba a revelar todo el futuro de Israel a Daniel, hasta el momento cuando Israel sería
bendecido bajo su Mesías en un día que está aún en el futuro. ¡Qué señal de
favor es que se permita entrar así en los secretos y planes de Dios! ¿Y acaso no nos ha abierto Dios el futuro
a nosotros? ¡Ciertamente Él lo ha hecho! Y aunque todas las revelaciones proféticas de Su Palabra no se
relacionan con nosotros (la Iglesia), ellas deberían interesarnos como siendo ellas parte de lo que Dios va a hacer,
y nosotros deberíamos desear conocer lo que Él se ha complacido en revelarnos. Ciertamente es una señal
de claro favor el hecho de que se nos diga todo anticipadamente.
Ahora bien, al
considerar las "setenta semanas“ nosotros deberíamos tener en cuenta que es el pueblo de Daniel el que está
en consideración. Mucha confusión ha resultado de no recordar este hecho. Tratar de incluir a los gentiles o
a los cristianos en la situación sólo arruinaría lo que es claro y comprensible. Esto es afirmado claramente
en el versículo 24 de este capítulo 9 del libro de Daniel, donde comienza la profecía propiamente dicha:
Leemos, “Setenta
semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad”. Nada es vago o incierto aquí; los
objetos especiales de esta profecía dada a Daniel son el pueblo de Daniel (Israel) y la ciudad santa de Daniel (Jerusalén).
Los cristianos no son llamados pueblo de Daniel, ni los cristianos tienen una ciudad santa en la tierra. Sin embargo, como
cristianos deberíamos interesarnos en el pueblo terrenal de Dios y en la revelación que Él se ha complacido
en hacernos. Esta profecía es para "nuestra enseñanza" y ciertamente será provechosa a medida
que entremos en los pensamientos de Dios.
Paul Wilson
Traducido del
Inglés al Español por: B.R.C.O.- Diciembre 2024.