ACERCA DE DONES Y CARGOS EN LA IGLESIA
J. N. Darby
Escrito originalmente
en Alemán.
Trae muchísimo
más gozo estar ocupado considerando las riquezas de la gracia de Dios y del amor de Cristo, que estar discutiendo cuestiones
acerca de cargos y de instituciones. No obstante, es necesario hablar también, algunas veces, acerca de estos, cuando ellos
son expuestos con el fin de perturbar la paz de los Cristianos y para excitar sus mentes, como si el Cristianismo de ellos
fuese defectuoso, como si estuviesen andando desordenadamente, y como si, delante de Dios, les estuviera faltando algo. Es,
pues, para aclarar estos puntos objetados, y para tranquilizar la mente de los Cristianos, que yo diría unas pocas palabras
acerca de cargos y dones. Lo hago, sin embargo, con el deseo más ferviente de que cada uno, después de haber sido esclarecido
sobre el tema, pueda alejarse de estas cuestiones y dejarlas enteramente en paz, de modo que se pueda ocupar de Cristo, y
de Su inagotable amor e inconmensurable gracia. Porque es eso lo que nutre y edifica, mientras que las cuestiones tienden
a la sequedad y esterilidad de alma.
Existe una
gran diferencia entre dones y cargos. Los dones emanan de la Cabeza, la cual es Cristo, entre los miembros, a fin de reunir,
mediante ellos, la Iglesia fuera del mundo, y para edificarla en la medida en que es reunida de este modo.
A aquellos
a quienes los cargos fueron encomendados, fueron como tales "sobreveedores" (o ancianos, obispos), o "siervos", establecidos
en cada localidad por los apóstoles, y quienes recibieron de parte de ellos la posición y autoridad que los capacitaba para
ejercer dichos cargos. Ellos podrían tener dones, y era deseable que los tuvieran; pero muy a menudo, ellos no tenían ningún
don. En ambos casos, cuando ellos eran fieles y consagrados a su servicio, eran bendecidos por Dios. Examinaremos, ahora,
la enseñanza de la Santa Escritura con respecto a los dones.
Todo lo que es
bueno es un don, y procede de Dios (Santiago 1:17). Pero nosotros hablamos aquí en un sentido más bien restringido y más limitado;
a saber, conforme a como está escrito: "Por
lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres." (Efesios 4:8). Es decir, los dones
de los que hablamos son aquellos que, conforme a la Escritura, Cristo recibió del Padre, después de haber ascendido a lo alto
para ser Cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia.
El hombre, por medio del pecado, ha llevado muchas cosas a un final en ruina. Sin ley, él estaba perdido en disolución,
en independencia, en violencia y corrupción abrumadoras. Bajo la ley, él llegó a ser un transgresor y despreciador de la autoridad
de Dios. Dios visitó al hombre en misericordia allí donde él yacía en miseria, vil y desobediente; y el hombre ha rechazado
a Dios. Él era un pecador, expulsado del paraíso terrenal. Dios descendió a este mundo miserable del hombre; pero, en la medida
que el hombre tenía poder para hacerlo, él echó a Dios del mundo. Queda así para el hombre - como siendo completamente siervo
del príncipe y dios de este mundo - nada más que juicio. No obstante, Dios no dejará de llevar a cabo, ni siquiera en el menor
respecto, Sus propios designios. Toda esperanza para el primer hombre, como tal, se perdió. Pero Dios ha glorificado al segundo
Hombre, el postrer Adán, a Aquel que fue obediente (el Señor del cielo), y Le ha llevado al lugar celestial predestinado para
Él. Con todo, él actúa aún en gracia sobre los corazones de los hijos de los hombres para darles una vida nueva, y para reunir
los objetos de Su gracia fuera del mundo, uniéndoles al Cristo glorificado, para que ellos puedan disfrutar, junto con Él,
todas las bendiciones, y, lo que es más precioso que todo lo demás, para que ellos puedan regocijarse juntos con Él en el
amor del Padre. Así, los que han nacido de nuevo son también miembros de Cristo, de Aquel que es la Cabeza del cuerpo. Pero
hay aún otra verdad que se relaciona con el objeto que tenemos en perspectiva; a saber, que Cristo ha ganado esa posición
mediante el cumplimiento de la obra de redención. Nosotros éramos cautivos del diablo y del pecado: ahora hemos sido libertados.
Cristo ha llevado cautiva la cautividad, y Él llena a los que Él hace libres con el poder del Espíritu Santo, para que puedan
servirle a Él. Habiendo vencido a Satanás, y habiendo terminado la obra de redención, Él ha ascendido a lo alto, y, como Cabeza
de la Iglesia, Él ha recibido del Padre el Espíritu Santo de la promesa para los miembros de Su cuerpo. ("Así que, exaltado
por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y
oís." - Hechos 2:33).
El Cristiano, siendo redimido, recibe el Espíritu Santo en dos maneras. Es sellado con el Espíritu, las arras de nuestra
herencia, y así es uno con el Señor, y unido a Él; además, él ha recibido el Espíritu Santo como poder para servir a Cristo.
Esa es la manera en que los dones se relacionan con estas verdades. La obra de redención está cumplida; y los creyentes son
purificados perfectamente de sus pecados, de modo que, por virtud de la sangre de Cristo, con la que ellos son rociados, el
Espíritu Santo puede morar en ellos. Cristo, habiendo glorificado a Dios, Su Padre, en la tierra, se ha sentado, como hombre,
a la diestra de Dios, como Cabeza de la Iglesia, cuya justicia eterna es Él. Como tal, Él ha recibido el Espíritu Santo para
Sus miembros, es decir, para los que creen en Él; Hechos 2:33 "Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido
del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís." Efesios 4:8 "Por lo cual dice: Subiendo
a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres." Nosotros somos la justicia de Dios en Él; 2a. Corintios
5:21. El Espíritu - enviado por el Padre en el nombre del Hijo - y que ha venido del Hijo, mora ya en los creyentes como el
testigo de Su gloria y el Espíritu de poder, para comunicarles la certeza de la salvación, y para llevar a cabo, también,
en la tierra, como poder y sabiduría, la obra del Señor, en los miembros del cuerpo.
No obstante lo trascendental y precioso que es el primer punto nombrado, nosotros lo dejaremos, por ahora, para decir
unas pocas palabras acerca de los dones. El Espíritu Santo está en la tierra, en virtud de la obra acabada de redención, y
del hecho de que Cristo se ha sentado a la diestra de Dios. El Espíritu Santo actúa allí, por medio del evangelio, a fin de
proclamar el amor de Dios, para reunir a los elegidos, y para formar de ellos un cuerpo, el cuerpo de Cristo. Cada alma convertida,
que ha recibido la vida de Cristo y ha sido sellada con el Espíritu Santo, es un miembro de Cristo, de la Cabeza celestial.
Podemos considerar los dones, entonces, o bien como los dones de Cristo, o como las operaciones del Espíritu Santo ahora sobre
la tierra. La Santa Escritura nos presenta ambos aspectos. En Efesios 4, ella habla de los dones de Cristo. En 1a. Corintios
12 y 14, ella habla de la unidad del cuerpo, y de los dones, producida por el Espíritu en los diferentes miembros. En cada
caso, los dones están en conexión con la unidad del cuerpo, como se puede ver fácilmente al leer Efesios 4.
Antes de ir más allá, se ha de comentar, que los dones son de dos clases:
- primero, los que sirven para despertar almas, y para reunir la Iglesia;
y,
- en segundo lugar, los que son señales para el mundo, señales de la presencia
de Dios en la Persona del Espíritu en la Iglesia.
La Epístola a los Efesios nos habla sólo de los primeros; la Epístola a los
Corintios habla de ambos. La Palabra de Dios misma hace las distinciones arriba mencionadas, cuando dice que las lenguas son
una señal para los incrédulos, y que las profecías son para creyentes (1a. Corintios 14:22). Esta distinción es importante,
debido a que es imposible que falle algo que es necesario para la conversión de almas, y que es para la edificación de los
santos; mientras que es suficientemente fácil concebir que Dios habría de retirar aquello que era un ornamento para la Iglesia,
y una muestra de su aceptación, cuando la Iglesia es infiel, y cuando, en lugar de honrar a Dios, ella ha contristado al Espíritu.
No obstante, este testimonio externo permaneció, según la sabiduría de Dios, en la Iglesia, entre tanto ello fue necesario,
para confirmar la predicación de las verdades del evangelio.
Todos los dones
proceden directamente de Cristo la Cabeza, y tienen su existencia en los creyentes por la energía del Espíritu Santo. Efesios
4 y 1a. Corintios 12 nos presentan estas dos importantes verdades muy claramente y muy explícitamente, al mismo tiempo que,
a la vez, ellas nos presentan su principio y su desarrollo. Efesios 4 trata exclusivamente de los dones que sirven para la
reunión y edificación de la Iglesia. Cristo ha ascendido a lo alto, y ha recibido dones para los hombres (Salmo 68:18), quienes,
en el disfrute, por medio de la fe, de la obra de Cristo en la redención, por la cual ellos están completamente librados del
poder de Satanás, a quien estaban previamente sometidos - habiendo sido hechos, también, vasos de la gracia y del poder, los
cuales emanan descendiendo desde lo alto, de Cristo, el cual es la Cabeza - se convierten en instrumentos del Cristo que está
ausente, por medio de los dones que les son comunicados. El Señor puso el fundamento mediante los apóstoles y profetas (del
Nuevo Testamento), quienes son (dice el apóstol Pablo, Efesios 2) el fundamento, siendo Jesucristo mismo, la principal piedra
del ángulo. Permanecen aún allí evangelistas, pastores, y maestros; y, mientras Cristo ame a la Iglesia, y sea la única fuente
de gracia - mientras Él desee nutrir a los miembros de Su propio cuerpo - estos mismos dones permanecerán para la edificación
de la Iglesia. Pero al mismo tiempo que - a la vez que la saludable acción de estos dones es por medio de la presencia y el
poder del Espíritu Santo - los Cristianos son, por desgracia, a menudo infieles, y descuidan Sus reprensiones, acontece que
el desarrollo de los dones, y la eficacia pública de ellos, son poco evidentes, y la actividad de ellos es disminuida. Esto
es verdad en general; y eso con tanta referencia en cuanto a la vida Cristiana individual, como en cuanto al estado práctico
de la Iglesia. Pero, no es menos cierto, que Cristo cuida siempre fielmente a Su propio cuerpo. Nosotros podemos contar siempre
con ese cuidado, aunque, en cuanto a los detalles, nosotros podamos ser humillados a causa de nuestra propia infidelidad.
El Señor ha dicho también, "A la verdad la
mies es mucha, mas los obreros pocos" (Mateo 9:37); y que nosotros deberíamos rogar al Señor de la mies, que envíe más obreros.
Todo aquel que ha recibido un don ha llegado a ser, por medio de ello, siervo de Aquel que se lo comunicó. En todos
los casos nosotros somos siervos de Cristo, quien es el único Señor de nuestras almas; pero todo Cristiano, en particular,
es Su siervo, en cuanto a algún don que Él le puede haber conferido; y, ya que Él se lo ha conferido, cada uno es responsable
tanto de usarlo como de negociar con él - yo quiero decir negociar con él, con la vista puesta en aquello para lo cual Cristo
lo comunicó. Sin duda, cada Cristiano está sometido a la disciplina general de la Iglesia, o de la asamblea, tanto con respecto
a su vida entera, como en cuanto a su servicio. Pero él sirve a Cristo, y no a los hombres. Él produce fruto para la asamblea,
porque él sirve a Cristo; él rinde servicio a los Cristianos, porque él es siervo de Cristo el Señor. Asimismo, para él es
necesario servir, porque él es siervo de Cristo, y ha recibido, para ese fin, una parte de los bienes de su Señor. Tal es
la doctrina de la parábola de los tres siervos, cuyo señor se fue lejos, y les dio de sus bienes; a uno más, a los demás menos.
(Mateo 25:14) ¿En vista de qué? ¿para que pudieran estar ociosos y apáticos? No; él les encomendó sus talentos para que pudieran
negociar con ellos. Nosotros no encomendamos materiales y herramientas a los hombres, para que ellos puedan dedicarse a no
hacer nada. No sólo un pensamiento semejante no tiene sentido, sino que, si el amor de Cristo y Su amor por las almas energizan
nuestros corazones, la ociosidad y la inacción son completamente imposibles.
La presencia y la actividad del amor de Cristo en nuestros corazones son, de este modo, probadas de verdad. Si el amor
de Cristo está activo en mi corazón, ¿sería posible que yo permaneciera inactivo en algún caso en el que yo podría ser de
utilidad para un alma amada por Él? No, ciertamente. El poder para actuar así, la sabiduría necesaria para hacerlo, en un
modo que sería agradable para Él, viene siempre y directamente de Él, a la vez que el amor de Cristo en el corazón es lo que
mantiene el corazón animado. Para tener coraje para la acción, yo debo tener confianza en Cristo: de otra manera, el corazón
dirá, «Quizás Él no aceptará lo que yo hago»; «puede ser que Él no esté satisfecho conmigo»; «¿no sería esto demasiado impetuoso,
demasiado apresurado?»; «quizás sería orgullo intentar eso». El perezoso dice, "¡Hay un león rugiente en el camino!"
(Proverbios 26:13 - VM); mientras que el amor no es activo sino inteligente, debido a que confía en Cristo. El amor comprende
lo que el amor desea; se rinde a la voluntad de Cristo, y sigue el ejemplo de Cristo, su guía. Tal es la acción de ese amor
mismo que está en Cristo, y que actúa con sabiduría humilde y verdadera. Es obediente e inteligente, entendiendo, desde la
gracia, su deber, y extrayendo del amor de Cristo el coraje para llevarlo a cabo. Y, ¿la conducta de quién Cristo aprobó y
aceptó? ¿Fue la de aquel que, por la confianza de corazón, trabajó sin ningún otro mandamiento, o la de aquel que tuvo temor
de hacerlo? Todos conocemos la respuesta. La aprobación de Cristo es suficiente para el corazón del Cristiano, y es suficiente
para su justificación en lo que él hace.
Hermanos, cuando nosotros tenemos Su aceptación manifestada y declarada, podemos dejar todo lo demás en paz. Esto es
exactamente lo que ser fiel a Cristo significa. Tengamos paciencia. Él juzgará todas las cosas antes de que pase mucho tiempo.
Hasta entonces, andemos por fe: Su palabra es suficiente para nosotros. En el tiempo señalado, Él nos justificará ante el
mundo, y podrá honor pleno sobre Su palabra y nuestra fe.
El Señor Jesús ha recibido, entonces, estos dones como siendo Él mismo un hombre, y los ha dado a los hombres, para
efectuar la obra del evangelio y de la Iglesia; por lo tanto, aquellos que han recibido estos dones deber llevarlos, necesariamente,
a su pleno beneficio, conforme a Dios, para ganar almas, edificar Cristianos, y glorificar al Señor y Amo celestial de ellos.
En Efesios 4, hemos visto los dones de edificación representados como siendo fideicomisos hechos aquí abajo por el propio
Cristo ascendido a lo alto, mientras los miembros de Su cuerpo en la tierra están siendo reunidos, y mientras, por medio de
una actividad que actúa el uno sobre el otro, el cuerpo crece, y es guardado, a la vez, de todo viento de doctrina, hasta
que llegue a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4: 1-16).
En 1a. Corintios 12, los dones son considerados, más bien, de acuerdo a la energía del Espíritu Santo en la tierra,
el cual los distribuye a cada uno como Él quiere. Por lo tanto, no sólo encontramos aquí dones de edificación, sino todos
aquellos que son el resultado del poder del Espíritu y señales de Su presencia. Este capítulo examina todas las cosas que
pueden considerarse como una manifestación espiritual; y a la vez que habla claramente de la acción del poder de los demonios,
nos muestra el medio de distinguir estos de los dones divinos. Este capítulo expone, de la manera más clara, la doctrina del
cuerpo y de los miembros de Cristo, atrayendo nuestra atención a esto: de que no hay más que un único Señor, por cuya autoridad
obran los que tienen dones - ya sea en el mundo, o en la asamblea de los santos - para llevar a cabo la obra de Dios mediante
la eficacia del Espíritu Santo. Cada miembro depende de la acción de los demás, debido a que todos han sido bautizados por uno y el mismo Espíritu.
En Romanos 12 y en 1a. Pedro 4:10, los dones son enumerados brevemente. En Romanos, de nuevo, como los miembros del
cuerpo de Cristo, y, en general, con el objeto de exhortar a aquellos que poseen dones para que no vayan más allá de lo que
se les ha dado, sino a mantenerse dentro de los límites de su don. En 1a. Pedro 4, el Espíritu Santo exhorta a los Cristianos
a usar los dones que les han sido otorgados, como administradores de Dios mismo, inmediatos y fieles; a hablar como oráculos
de Dios ("Si alguno habla, hable conforme a los oráculos de Dios." 1a. Pedro 4:11 - RVR1865); a servir mediante la capacidad
recibida de Dios. En toda esta enseñanza no encontramos nada acerca del cargo; el tema es, sencillamente, todos los miembros
del cuerpo de Cristo que toman parte en la edificación del cuerpo, los cuales son tenidos como responsables de hacerlo. No
todos hablan - no todos predican el evangelio - no todos enseñan, debido a que no todos tienen estos dones; pero todos están
obligados, según la Escritura, a hacer (de acuerdo con el orden escritural de la casa de Dios) aquello que Dios les ha dado
para hacer. Una vez entendida la verdad de que todos los Cristianos son miembros de Cristo, y que cada miembro tiene su propia
obra apropiada - su propio servicio en el cuerpo -, todo se vuelve sencillo y claro. Todos nosotros tenemos un deber que cumplir,
y eso, en la fortaleza de Dios; y el menos visto es, quizás, el más precioso, mientras se ejercite delante de Dios y no delante
del hombre. Pero todos tienen algo que hacer. Decir que todos tienen un cargo es negar que haya cargos especiales. Nada puede
ser más claro, si examinamos la historia y la enseñanza de la Escritura acerca de este punto. Vemos en ello que, en lo que
concierne a la predicación del evangelio en el mundo, o a la edificación de Cristianos en reunión, jamás la cuestión es acerca
del cargo, sino de que todo depende de los dones.
Veamos unos pocos pasajes como prueba de esta afirmación.
Ya hemos llamado a poner atención a Mateo 25. En la parábola de los talentos encomendados a los tres siervos, el Señor
establece este principio: de que dos de ellos son dignos de alabanza porque ellos habían negociado, sin haber sido autorizados
por ninguna otra cosa más que por el hecho mismo de que su señor les había encomendado su dinero; mientras que el tercero
es culpado y castigado por haber esperado un permiso, debido a que no tenía confianza en su señor, y no se había atrevido
a negociar sin alguna obligación adicional. Esto significa, que los dones mismos son, para el obrero, un permiso, o autorización,
suficiente para negociar con el don que él tiene, si el amor de Cristo constriñe su corazón; pero, si este amor no está allí,
él está bajo responsabilidad; y la demostración de que el amor de Cristo no está en acción en él es que él no ha servido por
medio de su don - él es un siervo malvado y perezoso. Cristo no da dones con el objeto de que nosotros no hagamos que ellos
sean de beneficio; Él los da, más bien, para que podamos usarlos con energía. Encontramos también, que, en realidad, fue así
entre los primeros Cristianos. Cuando la persecución que siguió a la muerte de Esteban había dispersado a los Cristianos,
ellos fueron a todas partes predicando el evangelio (Hechos 8:4). Y leemos (Hechos 11:21) que la mano del Señor estaba con
ellos. Pero, ¿es posible que si yo conozco el medio mediante el cual un alma puede ser salvada, yo no debería anunciar esa
manera, aunque Dios me pueda haber capacitado para hacerlo? Cualquiera puede hacer tal cosa en privado; pero la capacidad
para predicar en público es, precisamente, el don de Dios en este respecto.
Hallándose Pablo en prisión en Roma, muchos de los hermanos cobraron ánimo en el Señor con sus prisiones, y se atrevieron
mucho más a hablar la Palabra sin temor; Filipenses 1: 13, 14.
Cuando falsos maestros salen a seducir al pueblo del Señor, el hecho de recibirlos o no recibirlos no depende, de ningún
modo, de algún cargo que ellos tienen, o de la ausencia de un carácter oficial. Incluso una mujer es dirigida a juzgar por
sí misma por medio de la doctrina (2a. Juan). No entró, ni por un momento, en el pensamiento del apóstol usar un medio semejante
como la posesión de un cargo, para guardar a una mujer ante la ocurrencia de un tiempo de dificultad; él le escribe, sencillamente,
para que juzgue a cada uno conforme a su doctrina. Incluso ni siquiera entra en su cabeza el aconsejar a esta mujer para que
pregunte a aquel que se presenta como predicador si acaso él tiene un cargo, o si está consagrado u ordenado. Por el contrario,
él alaba al amado Gayo, porque él había recibido a los hermanos que habían salido en el nombre de Cristo; y lo exhorta a encaminarles
de un modo digno de Dios. Gayo, al hacer esto, llegaría a ser cooperador con la verdad (3a. Juan 8).
En cuanto a la predicación del evangelio se refiere, la Palabra de Dios confirma, entonces, esta doctrina, de que cada
uno, según su capacidad, y las oportunidades que Dios en Su gracia le proporciona, está obligado a anunciar la buena nueva.
La Escritura es bastante clara en cuanto a la edificación de los creyentes. Ella no sólo nos presenta esta verdad general
de que Cristo ha dado dones, y que el Espíritu Santo actúa por medio de ellos, para que podamos llevar a cabo la obra de Dios
en todos los aspectos (Efesios 4 y 1a. Corintios 12); sino que, además, ella habla con exactitud y claridad del deber de aquellos
que poseen dones. El Espíritu Santo dice por boca de Pedro (1a. Pedro 4:10), "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo
a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios." Luego, en 1a. Corintios 14, nosotros encontramos el orden según el cual el ejercicio de dones debe tener lugar, "De los profetas, hablen dos
o tres, y juzguen los otros. Mas si algo fuere revelado a otro que está sentado, guarde silencio el primero. Porque podéis
todos profetizar uno a uno, para que todos aprendan, y todos sean consolados." (1a. Corintios 14: 29-31; VM). Santiago nos
muestra claramente los verdaderos límites de este servicio, sin referencia al cargo, cuando dice que los creyentes no deberían
hacerse maestros muchos de ellos, porque la responsabilidad de eso sería muchísimo mayor, y que (puesto que todos nosotros
tropezamos [u, ofendemos] en muchas cosas) ellos sufrirían mucho más el mayor juicio. Es, entonces, perfectamente cierto que
los dones, y el servicio que los creyentes rinden mediante dones, son completamente independientes de la posesión de un cargo;
y que aquellos a quienes Dios ha comunicado estos dones, están obligados a usarlos para la edificación de los santos. La Escritura
da las normas según las cuales el ejercicio de los dones debería tener lugar; ella requiere que los espíritus de los profetas
estén sujetos a los profetas, y que todo sea hecho para edificación, de tal manera que no haya desorden en la asamblea. En
cuanto al cargo, la Escritura no dice una sola palabra sobre este tema en este respecto.[*]
[* Es notable que en la epístola a los Corintios los ancianos no son mencionados ni siquiera una vez; y allí,
donde existía tanto problema y mal, el apóstol, no obstante, no propone a la asamblea nominar o establecer ancianos; sino
que el actúa sobre la conciencia de los Cristianos por medio de la Palabra, para que puedan ser despertados para quitar el
mal.]
Ahora
bien, acerca de este asunto, nosotros rogamos para que se observe que existe una gran diferencia entre don y cargo, y que
esta diferencia depende de la naturaleza de las dos cosas. El don tiene su curso, está disponible es todas partes. Si yo soy
un evangelista, yo predicaré el evangelio dondequiera que Dios me llame. ¿Soy yo un maestro? Entonces enseñaré a los creyentes
según mi capacidad, dondequiera que acontezca que yo me encuentre. Apolos enseña en Éfeso; él es de utilidad, también, en
Corinto. Pero si alguno ha recibido un cargo, él cumple el servicio que está relacionado
con él en el lugar determinado donde él ha sido nominado para ese motivo. ¿Es él un anciano, o un diácono en Éfeso? él
debería cumplir su cargo en Éfeso y en ninguna otra parte; su autoridad oficial es válida en Éfeso. En Corinto él no tendría
ninguna autoridad oficial. Los poseedores del cargo no son miembros del cuerpo de Cristo por el hecho de poseer dicho cargo;
aunque aquellos que son instalados en el cargo son miembros del cuerpo individualmente. Los dones, como dones, son los varios
miembros del cuerpo (ver Éfeso 4, 1a. Corintios 14, y Romanos 12), que deberían rendir su servicio conforme a la voluntad
de Dios, dondequiera que ellos se puedan encontrar. La Escritura nunca dice que un evangelista es un evangelista de una asamblea o de una grey; tampoco reconoce a un maestro a un pastor
de una grey; sino que Dios ha puesto tales dones en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo.
"Y constituyó a algunos apóstoles; y a otros, profetas;
y a otros evangelistas; y a otros, pastores y maestros; para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio,
para la edificación del cuerpo de Cristo: hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,
al estado del hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo: para que ya no seamos niños, fluctuando de acá para allá, y llevados en derredor por todo viento de enseñanza, por
medio de las tretas de los hombres, y su astucia en las artes sutiles del error; sino que, hablando la verdad con amor,
vayáis creciendo en todos respectos en el que es la cabeza, es decir, en Cristo; de quien todo el cuerpo, bien
trabado y unido consigo mismo, por medio de cada coyuntura que coadyuva, según la operación correspondiente a cada miembro
en particular, efectúa el aumento del cuerpo, para edificación de sí mismo, en amor." (Efesios 4: 11-16; VM). Hubo al comienzo,
sin duda, cargos en las asambleas; nosotros encontramos dos clases de ellos en las Santas Escrituras; sobreveedores y siervos,
y si a alguno le place hacer la distinción, hubo hermanas en servicio. Los que hemos nombrado primero eran (presbuteroi) los que ahora son llamados comúnmente ancianos. Los demás fueron diáconos o diaconisas. Sin embargo,
nosotros no encontramos que los ancianos fueran establecidos en alguna manera determinada por los apóstoles o sus delegados.
Leemos en Hechos 14:23 que Pablo y Bernabé escogieron, en cada ciudad, ancianos para las asambleas; y en Creta, el apóstol
dejó a Tito, para que pudiera establecer ancianos en cada ciudad. En cuanto a Timoteo, aunque ese no fuera su servicio, habiendo
sido dejado por el apóstol en Éfeso, para velar en cuanto a la doctrina, con todo, él recibió instrucción de Pablo en cuanto
a las cualidades adecuadas para un sobreveedor (anciano). No obstante, el apóstol no entró a argumentar acerca de este punto
con las asambleas; sino que él mismo hizo todo personalmente; o bien, él confió este servicio exclusivamente a su delegado;
aun allí donde ya se habían formado asambleas.
Nosotros
no encontramos mucho en la Escritura acerca de siervos (o diáconos). En Hechos 6, leemos que los apóstoles, no deseando tener
que servir más a la mesas, demandaron a los Cristianos que escogieran siete de entre ellos, quienes deberían cumplir con los
deberes de diáconos, aunque ellos no son llamados por este nombre; y, por decir lo menos, ellos tenían, en muchos aspectos,
las cualificaciones adecuadas que son enumeradas por el apóstol Pablo a Timoteo y a Tito.
Ahora
que no hay apóstoles se podría preguntar, ¿qué deberíamos hacer nosotros en cuanto a los ancianos? Nuestro Dios, quien ha
conocido de antemano, en todos los tiempos, las carencias de Su amada Iglesia, nos ha dado la respuesta en la Palabra, y ha
prestado suficiente atención a estas carencias. Nosotros leemos, "Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con
diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor,
por causa de su trabajo. Vivid en paz los unos con los otros." (1a. Tesalonicenses 5: 12, 13 - LBLA). Al mismo tiempo, al
apóstol expone claramente la responsabilidad común de todos los santos. "Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los
indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que ninguno
devuelva a otro mal por mal, sino procurad siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos." (1a. Tesalonicenses
5: 14, 15 - LBLA).
En Hebreos
13 él habla de los verdaderos líderes de la asamblea. "Acordaos de los que en tiempo pasado tenían el gobierno de vosotros,
los cuales os hablaron la palabra de Dios: y considerando cuál ha sido el fin de su piadosa manera de vivir, e imitad
su fe." (Hebreos 13:7 - VM). La palabra griega (G2233 ἡγέομα, jeguéomai) traducida "los que…tenían el gobierno de vosotros", es la misma
que se usa el Hechos 15:22 acerca de "Barsabás, y a Silas, varones principales (G2233 ἡγέομα, jeguéomai) entre los hermanos."
Tales
hermanos debían ser estimados entre ellos. Nosotros vemos en el mismo capítulo (Hebreos 13:7) que algunos de ellos habían
muerto, y aprendemos aquí cuál había sido la disposición de ellos; pero los demás vivían aún.
El
deber de los ancianos es el de supervisar. En Hechos 20, el apóstol les da este nombre (en nuestro idioma, obispo; en Griego,
episkopos). Encontramos nuevamente este título en la Epístola a los Filipenses.
En Hechos 20: 28, 31, vemos en qué consistía el deber de ellos - apacentar (alimentar, nutrir) con sana doctrina, estar vigilantes
contra los falsos maestros, y atentos a todas las cosas. El pasaje en 1a. Pedro 5: 1-3, habla de lo mismo.
El
deber de los diáconos está expresado también, así como para los ancianos, en el nombre que reciben ellos. La palabra Griega
diaconos significa siervo. Ellos servían a la asamblea como sus siervos; hubo también
hermanas (como Febe) con el mismo título. Si nosotros examinamos Hechos 6, los siete que se preocupaban de las viudas pobres
como diáconos tenían el servicio rendido a ellas designado de manera específica como la porción de ellos.
Entonces,
hubo cargos en las varias asambleas, que los apóstoles, y Pablo en particular, establecieron cuando todo estaba aún en orden.
Hubo varios ancianos en cada asamblea.
No
obstante, no todos los ancianos tenían dones. "Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente
los que trabajan en predicar y enseñar", es decir, no todos predicaban y enseñaban sino sólo algunos. (1 Timoteo 5:17). Los
diáconos, allí donde cumplían su encargo fiel y cuidadosamente, hallaban también su propio beneficio espiritual en ello. "Porque
los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús" (1 Timoteo
3:13); como podemos verlo hecho realidad más plenamente en los casos de Esteban y Felipe; Hechos 6, 7 y 8.
Vemos
asimismo, en otra parte, de qué manera los Cristianos, sin perder su responsabilidad apropiada según la gracia, tenían que
someterse a los que estaban trabajando. "Os exhorto, hermanos (ya conocéis a los de la casa de Estéfanas, que
fueron los primeros convertidos de Acaya, y que se han dedicado al servicio de los santos), que también vosotros estéis en
sujeción a los que son como ellos, y a todo el que ayuda en la obra y trabaja." (1a. Corintios 16: 15, 16 - LBLA). El Cristiano
jamás puede dejar de lado su responsabilidad. La disciplina de la asamblea hace regresar a un andar conforme a esa responsabilidad,
cuando el Cristiano ha olvidado de andar así. Entonces, hermanos que por la gracia del Señor han sido llamados a la obra,
trabajen para mantener el andar Cristiano, para fortalecer al débil, para enseñar al ignorante, para exhortar e infundir ánimo
a todos, para alimentar (apacentar, nutrir) por medio de la Palabra y para capacitar a todos, mediante ese alimento divino,
para honrar a Dios y a la doctrina del Salvador - en breve, a ser una ayuda en todo sentido, estando en perspectiva la responsabilidad
común.
El
Cristiano puede decir: «Todas las cosas son
mías» - la actividad del obrero de Dios, tan suyas como sus esfuerzos para quitar toda clase de mal. "sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente,
sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios." (1a. Corintios 3: 22, 23). El apóstol dice, "Porque
no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús."
(2a. Corintios 4:5).
Estos
dos cargos públicos (ancianos y diáconos), entonces, nos están faltando enteramente; nadie los puede restaurar oficialmente
conforme a la Santa Escritura, según el modo de obrar divino, porque nadie ha recibido, para hacerlo, autoridad o comisión
de parte de Dios para hacerlo. Pero la Escritura proporciona, moralmente, instrucción para el sometimiento a aquellos a quienes
Dios levanta para el servicio: y ya que Cristo es infaliblemente fiel hacia Su cuerpo, y ya que el Espíritu Santo está siempre
en la Iglesia en la tierra, los dones necesarios para la edificación de la asamblea están siempre allí. El débil estado de
la Iglesia de Dios se muestra a sí mismo, es cierto, en este respecto así como en todo otro; pero Cristo siempre permanece
fiel, y no puede dejar de nutrir a Sus miembros.
La
doctrina de la Escritura en cuanto a los dones casi ha sido olvidada; o bien, es desechada completamente mediante la asignación
del derecho de edificar a los hombres, a aquellos que han sido puestos por hombre en sus empleos - empleos que, en su mayor
parte, los hombres mismos han inventado. Y aun cuando se acepta que Dios proporciona los dones, no por esto se permite ejercitarlos
a los que los poseen sin una aprobación del hombre.
La
confusión que surge de la mezcla de dones y cargos, que los hombres han inventado, ha resultado en lo que llamamos comúnmente
"el clero", y que llamamos, incluso, adoración; y se lleva tan lejos como para sostener que, si esta confusión no es reconocida,
el servicio debido a Dios es negado. Pero el verdadero servicio a Dios está allí donde cada miembro de Cristo sirve también
a Dios (sea en la Palabra, o para la edificación de los hermanos, y así para la edificación de todo el cuerpo de Cristo) con
el don que Cristo le ha comunicado por el poder del Espíritu Santo.
Si
en el estado actual de la Iglesia no es posible el restablecimiento público de los cargos que la Escritura reconoce, Dios,
no obstante, ha ordenado previamente todo lo que es necesario, todo lo que es bueno para un estado semejante, triste como
este estado pueda ser; así como asimismo Él dará infaliblemente todo lo que es útil, a los que se lo pidan a Él.
En
cuanto a la imposición de manos para autorizar el ejercicio de los dones, la Escritura no reconoce tal necesidad. Cuando las
manos fueron impuestas sobre los apóstoles Pablo y Bernabé (Hechos 13: 1-3) (N. del T.: Bernabé es nombrado como apóstol en Hechos 14:14), ellos fueron encomendados sencillamente a la gracia de Dios para la obra que ellos llevaban a cabo
en ese entonces. Pero hasta ese momento, ambos habían ejercitado sus dones desde hacía largo tiempo; entonces, aquel momento
fue nada más que el hecho de encomendarlos, por parte de los profetas en Antioquía, a la gracia del Señor para una obra especial.
Los doce apóstoles impusieron sus manos sobre los siete que son llamados comúnmente diáconos; y (aunque en ninguna parte se
dice) es bastante probable, por analogía, que el apóstol Pablo, o delegados, impusieran manos sobre los ancianos. Pero en
cuanto al ejercicio de dones, se habla actualmente, por todas partes, que son ejercitados sin esa ceremonia, aun de tal manera
que (si ello fuera necesario) a todos los Cristianos les debería imponer las manos. Es tan claro como la luz del sol que,
que así como todos pueden "profetizar uno a uno, para que todos aprendan, y todos sean consolados" (1a. Corintios 14:31 -
VM), todos, en efecto, podrían predicar; y que habiendo hablado muchos en diversas lenguas, la imposición de manos para el
ejercicio de dones era completamente imposible.
La
Escritura desconoce cualquier ceremonia oficial para la administración de la Cena del Señor, como hablan los hombres; y Dios
en ninguna parte declara en ella que administrarla es el privilegio de una persona consagrada, o puesta aparte. Los discípulos
se reunían "para partir el pan" (Hechos 20:7). Probablemente, los que eran estimados entre ellos comenzaban el partimiento
del pan con oración antes de distribuirlo, porque es evidentemente adecuado, como un principio general, que los tales debiesen
tener este lugar y no un servicio, y el amor no hace nada indebido: no obstante, la Escritura no ha dicho nada acerca del
asunto. La bendición usada en la adoración no es más que dar gracias, tal como vemos en 1 Corintios 14:16, "De otra manera,
si bendices sólo en el espíritu, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias el que ocupa el lugar del que no tiene ese
don, puesto que no sabe lo que dices?" (1a. Corintios 14:16 - LBLA). Aun el Señor dio gracias antes de partir el pan. "Y habiendo
dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí."
(1a. Corintios 11:24).
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Mayo 2010.-
Título original en inglés: ON GIFTS AND OFFICES
IN THE CHURCH, by J.N.Darby
ECCLESIASTICAL, Vol. 14, pág. 1.-
Traducido con permiso
Versión Inglesa |
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