TRES LIBERACIONES
Epístola
a los Romanos Capítulos 1 al 8
Dios es el Dios bienaventurado. Su propósito es el de salvar y
hacer felices a aquellos que fueron separados de Él por el pecado y están hundidos en la miseria. Con este fin, Él ha
realizado el mayor de los sacrificios en la persona de su único y amado Hijo. "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado
a su Hijo unigénito..." (Juan 3:16).
El Evangelio nos revela el único Nombre que nos ha sido dado bajo
el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos. (Hechos 4:12) Y este Evangelio es "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree." (Romanos 1:16).
En la epístola a los Romanos, hallamos una notable exposición de
lo que es el Evangelio de Dios. Según vemos allí, Dios es LA FUENTE del Evangelio y su
Hijo EL SUJETO o TEMA del mismo. Es el Evangelio de Dios acerca de su Hijo (Romanos 1: 1-3), la, manifestación de la justicia de Dios sobre el principio de la fe para fe (Romanos 1:17). Respondiendo
al estado del pecador, el Evangelio procura a aquel que lo reciba una completa liberación, pues necesitamos ser librados:
1º
De la culpabilidad que pesa sobre nosotros a causa de nuestros pecados.
2º De nuestro estado en Adán - o vieja naturaleza -, es decir, del poder del pecado sobre nosotros; y,
3º De la presencia del pecado en nuestra carne mortal.
Examinaremos, ante todo, la primera de estas tres cosas.
*
* *
Antes de aplicar el remedio al mal del cual padecemos, Dios quiere
meramente que conozcamos este mal. ¿Y quién sino Él para informarnos de modo seguro? Es esto lo que Él hace en su Palabra.
El estado del hombre se nos presenta en la epístola a los Romanos
desde el versículo 18 del capítulo 1 al versículo 20 del capítulo 3. En tres cuadros sucesivos desfilan ante nuestros ojos:
1º Los paganos, o gentiles, que tuvieron el conocimiento de Dios por medio de Noé y que tenían delante de
ellos el testimonio de la creación.
2º Los «moralistas» que tenían hermosos principios, pero... cuyas vidas no respondían a ellos.
3º Los judíos, objeto de los cuidados de Dios, pero que distaban mucho de corresponder a los mismos.
¿Cuál es el designio de Dios acerca de estas tres clases de hombres?
En cuanto a la primera, la justa sentencia de Dios es que los que practican tales cosas son dignos de muerte. (Romanos 1:32).
En cuanto a aquellos que indicaban a los demás la senda que habían
de seguir, sin practicarla ellos mismos, no escaparán del juicio de Dios. (Romanos 2: 1-4).
Por último, en cuanto a los judíos que tenían la Ley como norma
de todos sus actos, ellos no tenían motivo para gloriarse de su condición. Sus propias Escrituras,
es decir, el Antiguo Testamento, les condenaban. (Romanos 3).
Así, pues, unos y otros eran plenamente culpables en cuanto a la
justicia, y la Escritura decía acerca de los más favorecidos de ellos, "Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, lo dice a los que viven bajo
la Ley, para tapar toda boca y que todo el mundo se confiese reo ante Dios." (Romanos 3:19 - NC).
He
aquí la verdad de la cual tenemos que estar plenamente convencidos antes de poder
recibir el mensaje de la salvación. Este cuadro del estado del hombre,
intercalado entre el versículo 17 del capítulo 1 de Romanos, donde se vuelve
a tratar y desarrollar dicho tema, no es de ningún modo un paréntesis en el gran asunto que nos es presentado. El alcance
de este pasaje y los detalles que encierra demuestran suficientemente la importancia de ello. Si el Evangelio nos revela LA
JUSTICIA DE DIOS, Cristo - su persona y su obra -, aprendemos también que LA IRA DE DIOS SE MANIFIESTA DESDE EL CIELO, contra
toda iniquidad e injusticia de los hombres, ¿no nos inducirá esto a humillarnos, a juzgarnos a nosotros mismos en la
Santa Presencia de Dios? Es preciso que nuestras conciencias sean convictas de nuestra culpabilidad y que seamos llevados
a confesarla ante Dios sin reserva alguna. ¿Hay acaso un creyente que no haya experimentado las angustias de una conciencia
tocada por el sentimiento de sus pecados contra Dios?
Amado lector, inconverso tal vez, ¿no se reconoce usted en esta
descripción del estado del hombre bosquejada por el Espíritu Santo? ¡Pluguiese a Dios que fuese usted llevado a exclamar arrepentido:
«¡Yo soy aquel hombre; desgraciado de mí!»! Si estos son los sentimientos que agitan su alma, escuche usted ahora el
Evangelio de Dios, que le revelará a usted como puede ser
LIBRADO DE SU CULPABILIDAD
Como ya vimos en el versículo 17 del capítulo 1 de Romanos, en
el Evangelio la justicia de Dios se revela sobre el principio de la fe. Tal es la respuesta que da Dios ahora a nuestro estado.
Se nos recuerda y se desarrolla ampliamente este concepto desde Romanos 3:21. Según leemos, esta justicia - Cristo mismo
- es PARA TODOS, y SOBRE TODOS LOS QUE CREEN. Escuche a Dios en esta importante declaración con respecto a esto: "Más ahora sin Ley es manifestada la justicia
de Dios, a la cual dan testimonio la Ley y los profetas, la justicia de Dios, digo, por la fe de Jesucristo hacia todos, y sobre todos los que creen; porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron
y no alcanzan la gloria de Dios.» (Romanos 3: 21-23. Traducción
del Inglés de la Versión Darby).
La fe - entiéndase bien - es el medio para participar de esta justicia,
se llama la fe de Jesucristo, porque tiene a Cristo por objeto y procede de Él.
En lo que sigue a continuación se nos recuerdan tres cosas en cuanto
a la justicia de Dios:
1º La justificación del pecador es absolutamente gratuita; Dios no exige nada de él, sino la fe, que sella,
por así decirlo, las palabras de Dios.
2º Sólo la gracia, la pura y libre gracia de Dios es el origen de la justificación.
3º La obra de Cristo es el medio por el cual podemos conseguirla; así Dios demuestra ser justo, y el que justifica
al que es de la fe de Jesús (Romanos 3:26).
En el capítulo
4 de Romanos, la Palabra de Dios nos presenta dos ejemplos, los de Abraham y de David, los cuales, siendo preclaros antecesores
del pueblo judío, no han sido justificados de otro modo delante de Dios sino por la fe, el uno antes de la Ley, el otro bajo
la Ley: "Creyó Abraham a
Dios", dice la Escritura. "Y le fue contado por justicia." (Romanos 4:3), y leemos además: " Y no solamente con respecto a él se escribió
que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que
levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación." (Romanos 4: 23-25).
¿Cuál es la parte que aportó el hombre en toda esta obra? Absolutamente
ninguna, sino solamente sus pecados. Aquel que entregó a su propio Hijo también le resucitó de entre los muertos, tras haber
cumplido la obra de la reconciliación. Dios manifestó así lo que significa para Él la excelencia de la Persona y la perfección
del sacrificio de nuestro divino sustituto, declarando por este mismo acto, que la deuda del que ahora es creyente es
integralmente saldada, que para siempre jamás es libre de su culpabilidad. Una triple bendición viene a ser la porción
inmediata:
1º El PASADO de aquel que cree, es perfectamente solucionado;
posee la paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo en cuanto a sus pecados se refiere.
2º Su PRESENTE le coloca en el favor de Dios, que es mejor
que la vida; y,
3º su PORVENIR es nada menos que la gloria de Dios, en cuya
esperanza puede gloriarse (Romanos 5: 1-3).
Observémoslo bien:
todo es de Dios, tanto en esa preciosa liberación, como en los resultados de la misma: LA PAZ CON DIOS, el FAVOR DE DIOS,
la GLORIA DE DIOS. Notemos bien que aquel que se encontraba en la imposibilidad de alcanzar la gloria de Dios, puede ahora
regocijarse de tener parte en ella (Romanos 3:23). Además, ¡bendición suprema! tiene el privilegio de poder gloriarse
en Dios mismo, "Y no
sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación."
(Romanos 5:11).
A partir del versículo 12 del capítulo 5 de Romanos, entramos en
una nueva división de la epístola, que se extiende hasta, el final del capítulo 8. Aquí ya no se trata de lo que hemos hecho de nuestros pecados y del medio de ser librados de ellos, sino de lo que somos, de nuestro estado en Adán. Anteriormente, teníamos los frutos del mal árbol (los pecados), ahora
tenemos el árbol mismo (el pecado), y el medio de acabar con él.
Los dos 'cabezas',
o jefes de raza, Adán y Cristo, están delante de nosotros; el primero ha legado a sus descendientes el pecado y la condenación;
el segundo nos ha adquirido la justicia y la vida eterna.
Surge una pregunta:
¿cómo podemos ser librados de nuestro estado en Adán y de todo cuanto se relaciona con ello? Romanos 6 nos da la contestación: Por nuestra muerte con Cristo, de la cual el bautismo cristiano es la figura o imagen (Romanos 6: 3-4). Por fe recibimos dicha verdad. De modo que para
Dios y para la fe, ya no existe nuestro viejo hombre con su responsabilidad propia: acabó con la muerte de Cristo sobre la
cruz. Desde ahora en adelante, Dios mira al creyente en una posición completamente diferente y nueva: el creyente está en
Cristo delante de Él.
Al gozo del primer instante, sucede a veces, para el recién nacido
en Cristo, una profunda decepción cuando vuelve a encontrar al pecado en él, este pecado que se figuraba que había desaparecido para siempre. ¡Es lamentable!,
incluso puede llegar a dudar de su conversión. Sin embargo, el capítulo 6 de Romanos ha previsto aquello, recordándole que
no es el pecado lo que ha muerto, sino que somos nosotros los que estamos muertos al pecado, por nuestra muerte con Cristo;
y que se nos exhorta a considerarnos como tales (Romanos 6:11). Así es como somos librados de nuestro estado en Adán y de
nuestro antiguo amo: el pecado. Somos de otro, de Aquel que ha resucitado de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto
para Dios.
Pero es imposible realizar esta verdad, si no nos hemos previamente
examinado a nosotros mismos, si no hemos llegado a experimentar lo que
somos. Alguien ha dicho: «Hace falta experiencia
para aprender una cosa que sólo por experiencia se adquiere.»
Cuando el creyente recientemente convertido descubre los movimientos de su vieja naturaleza, intenta
domarlos. Llevado a Dios, en quien ha podido gloriarse, aspira a esa santidad que la presencia de Dios exige y se afana para
llevarla a la práctica por medio de sus propios recursos. De allí viene la lucha, más o menos larga, mencionada en el capítulo
7 de Romanos, donde el alma nacida de nuevo - pero moralmente bajo
la ley - intenta desesperadamente vencer al pecado, pero
sin lograrlo. El combate que siempre vuelve a entablarse acaba invariablemente por una lamentable derrota. Completamente
agotada, cansada de sí misma en esta lucha sin salida, sintiendo que tiene necesidad, no de una ayuda, sino de un Libertador,
el alma exclama: "¡Oh hombre infeliz que soy! ¿quién me libertará . . .? (Romanos 7:24 - VM).
El alma tiene, pues, necesidad de ser
LIBERTADA DEL PODER DEL PECADO
que es demasiado fuerte
para ella. Llegado ese punto, la liberación es inmediata, de tal modo que el alma liberada puede en seguida dar gracias a
Dios. Cuando el alma, ya sin recursos, se apropia para sí misma de la plenitud de la obra de Cristo como de algo que corresponde
a su estado, se da cuenta que Dios ha provisto ya para su liberación en el sacrificio de Su amado Hijo. Es por eso que el
alma puede regocijarse y bendecir a Dios sin tardar.
El creyente entiende ahora que ya no está en la carne ni bajo la
ley, sino en Cristo, delante de Dios. ¿Quién hubiera podido hacer frente a este estado sino Dios mismo en sus infinitos recursos?
Así leemos: "Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo
hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne,
para que el requisito de la ley (lit., la justa demanda de la ley) se cumpliera en nosotros,
que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu." (Romanos 8: 3, 4 - LBLA).
Durante este penoso e inevitable combate para llegar a la liberación del pecado,
lucha mencionada en el capítulo 7, el alma liberada ha aprendido tres importantes lecciones:
- La primera (Romanos
7:18), es que en ella misma - en su carne - (y esto lo sabe por experiencia) no mora el bien.
- La segunda (Romanos 7: 19-21), que la vieja naturaleza sigue
existiendo en el creyente y que no es ni cambiada ni mejorada por la presencia de la nueva vida.
- La tercera (Romanos 7: 22-23), que abandonada a sus propios recursos,
no tiene fuerza alguna en sí misma para hacer el bien.
Anidan en el alma dos naturalezas, cada una teniendo su ley respectiva
pero, por así decirlo, la nueva naturaleza ha suplantado la vieja en el momento de la liberación. Tenemos un notable
ejemplo de ello en el árbol que ha sido injertado. Sin cultivo, el árbol silvestre no producirá sino malos frutos; los abonos,
cuidados y el cultivo aumentarán el rendimiento del mismo, pero la calidad del árbol no cambiará, porque depende de su naturaleza.
Para conseguir buenos frutos, hace falta acabar con el árbol mismo, desmochándolo, o sea cortándole la copa. Entonces
se injertará en ese tronco una rama de un buen árbol y esta rama acabará por ser el árbol mismo: un buen árbol que llevará
buenos frutos. Notemos que hay dos naturalezas diferentes en ese nuevo árbol; pero la nueva ha suplantado la antigua. Con
eso, queda por cierto que si el viejo tronco vuelve a retoñar y a llevar frutos, éstos serán siempre de la naturaleza
del árbol silvestre; pero el cultivador entendido no dejará retoñar los malos brotes: a medida que vayan apareciendo los podará
inmediatamente. Así tendrá un buen árbol que no podrá dar sino buenos frutos, aunque haya dos naturalezas en él.
La presencia
de la carne, del pecado en nosotros no nos turba, ni
hace que nuestra conciencia sea inquietada; pero la acción de esa naturaleza en nosotros produce turbación. Por lo tanto hace falta que,
por el Espíritu Santo por el cual hemos sido sellados (y que es la potencia de la nueva vida) mortifiquemos todas las manifestaciones
de la vieja naturaleza (Romanos 8:13). La consecuencia de las experiencias descritas en el capítulo 7 de Romanos es que el
alma, liberada del poder del pecado, puede comprender y llevar a la práctica la verdad presentada en el capítulo 6. Estas
cosas son fundamentales en la vida del cristiano, en su andar en este mundo. ¡Cuán precioso es saber estas cosas!
1º Estamos muertos en Cristo.
2º Tenemos que considerarnos como tales, como muertos al pecado, más vivos para Dios.
3º Hace falta que llevemos
estas cosas a la práctica mortificando (es decir, aplicando la muerte a) las manifestaciones interiores de la vieja naturaleza,
y esto por el poder del Espíritu Santo.
El capítulo 8 describe nuestra nueva posición en Cristo, delante
de Dios. La primera parte, sobre todo, es en contestación al capítulo 7. Vemos que la nueva vida, Cristo y el Espíritu Santo
se emplean para designar nuestra nueva condición delante de Dios (versículos 6, 9 y 10). A partir del versículo 12, se menciona
al Espíritu como una Persona de la Divinidad que el creyente posee en sí mismo juntamente con la nueva vida. Y, al final del
capítulo 8, tenemos además a 'Dios estando por nosotros.' (Romanos 8: 31 al 39). ¡Cuánta plenitud de liberación y de bendición
poseemos así de parte de Dios, en Cristo!
*
* *
Las exhortaciones están relacionadas con las verdades presentadas
en esta epístola: somos exhortados por las misericordias de Dios (reveladas éstas en el Evangelio) 'a presentar nuestros cuerpos en sacrificio, vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional.' (Romanos 12:1).
Sin embargo, sabemos que la carne, nuestra mala naturaleza, está
en nosotros todo el tiempo que estamos en el cuerpo de nuestra bajeza. Vendrá el momento, y no está lejano, en que seremos
LIBRADOS DE LA PRESENCIA DEL PECADO EN NOSOTROS,
porque esperamos la adopción,
la redención de nuestro cuerpo: y esto en esperanza. Toda la creación gime a una y está de parto hasta ahora, esperando la manifestación
de los hijos de Dios; el momento bienaventurado
cuando serán manifestados con Cristo; siendo el cristiano, por así decirlo, la expresión inteligente de este continuo anhelar
y quien espera, también, el cuerpo glorioso que le está destinado y del cual se
revestirá en
la Venida de
Cristo. Ahora ya tenemos consciencia de nuestra adopción y nos gozamos en ella, pero su manifestación
perfecta está reservada para el instante en que seremos revestidos de un cuerpo glorioso semejante al de
nuestro Redentor.
"Pues, en verdad, en esta morada gemimos," -
y he aquí la causa de este gemir - "anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial; y una vez vestidos, no seremos
hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino
vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu
como garantía." (2 Corintios 5: 2-5; LBLA). Si tenemos semejante liberación
en perspectiva,
el objeto de nuestra inmediata esperanza
será Cristo mismo. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder
con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." (Filipenses 3: 20-21).
En cuanto a nuestras personas - espíritu, alma y cuerpo -, habiendo
sido rescatadas por la sangre del Salvador, la salvación será completa cuando nuestros cuerpos participaran de ella (Romanos
8:23). Esperamos esto con paciencia, sabiendo que lo que Dios ha prometido, lo
cumplirá de modo seguro.
¡Cuán grande es
Dios que se ha dignado ocuparse así de nosotros mismos para salvarnos al precio del
sacrificio de su amado hijo! Individualmente nos ha conocido de
antemano y predestinado a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29).
Y a Aquel que puede confirmarnos según este Evangelio, "al único
y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén." (Romanos 16: 25, 27).
L. P. B.
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1953, No. 5.-