UN ESPEJO
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que,
además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
Existen muchas personas que al leer la Biblia por primera vez, quedan sorprendidas e incluso
decepcionadas. Pensaban hallar un libro de exhortaciones piadosas, un conjunto de nobles y hermosos ejemplos propios para
entusiasmar al alma y producir en ella el gusto por lo bueno o para el bien, algo así como esos libros de moral corriente
que se dan a los niños para leer. Ahora bien, lo que encuentran desde las primeras páginas del Antiguo Testamento, es una
historia de áspera verdad, la historia de hombres que en todas las épocas han mostrado las mismas tendencias, las mismas concupiscencias,
las mismas pasiones, las mismas torpezas morales, esas que nos muestran aún nuestra llamada 'Sociedad Civilizada'. Al tomar el Nuevo Testamento, es para ver en los Evangelios la masa de criaturas humanas
levantarse contra el Hombre perfecto. Leen las Epístolas, y he aquí que bajo la pluma de los apóstoles, al escribir a cristianos,
se repiten sin cesar términos que denotan los peores pecados. La sorpresa de estos lectores va en aumento cuando, examinando
de cerca los hombres que este libro declara que son "hombres de Dios", objetos de Sus cuidados y de Su gracia, en cierto modo
los encuentran bien menospreciables. Aun aquellos que empuñan con más vigor el estandarte de la fe ofrecen etapas bien tristes
en su vida. He aquí Noé, Dios lo preservó milagrosamente del diluvio y luego, ebrio, se degrada a ojos de sus hijos. Ved a
Abraham, que salido de Harán iluminado por la esperanza de la recompensa divina, en Egipto y en Gerar viene a caer en una
miserable poltronería simuladora. Isaac nos es presentado como aquel a quien por momentos apoderado de flaqueza, la carne
domina, y Jacob como un intrigante y ladrón. Aun José tiene sus errores y desfallecimientos. Moisés, honrado con
la intimidad de su Dios, opone constantemente su voluntad en contra de los designios de Jehová. La armonía de los cánticos
de David no pueden hacer olvidar los desvíos de éste, que ocasionalmente fue déspota, sensual y cruel. ¿Y qué decir de los
demás? ¡Verdaderamente que es una pobre compañía la de los protagonistas de la Biblia!
¿Cómo no ver precisamente en ello una prueba más de la autoridad de este Libro? Nos presenta a hombres
sin artificios, tal cual fueron. Si siendo como fueron objetos de la gracia de Dios ofrecieron tales espectáculos, ¿cómo
no repetir que el corazón del hombre es incurable? (Jeremías 17:9). ¿De quién es la falta, si los hombres no han podido
ofrecer un cuadro más atractivo, y si la corrupción y la violencia marcan toda su historia? Dios, de quien es dicho a menudo
que mira toda la tierra, ve desfilar ante Sí, el largo cortejo humano. NADA ESCAPA A SU MIRADA y se ha complacido, en favor
nuestro, fijar en Su Palabra, todos los rasgos morales de esta humanidad a la cual pertenecemos. Algunas imágenes
pasajeras han sido registradas exactamente, lo mismo que si hubiesen sido tomadas por un objetivo fotográfico que no puede
ser influenciado por nada. Las fotografías están ahora ahí sin retoque alguno. Los hombres son hábiles y ejecutan
lo que ellos piensan. Si la literatura nos presenta hombres degradados, el escritor halla el medio de excusarlos o de enternecernos
en cuanto a su suerte, o de hacerlos aparecer como excepciones. El libro de Dios jamás. 'He aquí dice cómo se han comportado los hombres, aun los más notables, y los más honrados; y más que esto, he aquí
fielmente relatados los móviles ocultos que los han hecho obrar'. Los hombres están allí en su desnudez moral, mostrando
– aun a pesar suyo – los secretos de sus corazones. Del conjunto de diversos aspectos, resaltando un rasgo
de uno y otro rasgo de otro, Dios nos muestra la imagen del hombre en general.
Es una triste imagen. ¿Puede Dios sentirse satisfecho de ella? Tomad buena nota de esto: Si la Biblia
nos parece que expone con complacencia las debilidades, incluso las de los hombres de Dios, ella no los excusa jamás; todo
lo contrario. El mal siempre es el mal; horrible a los ojos de Dios, llamando a la condenación. Nadie podrá hacer decir,
en cuanto a la Palabra, que Dios puede transigir con el mal, ¡jamás!
Así, esta galería de retratos que examinamos cuando leemos la Biblia, está acompañada
de comentarios que subrayan, cada vez, el carácter odioso del pecado. Para hacerlos resaltar más aún, la ley de Dios
es formulada; Sus mandamientos, los cuales vienen a decir de Su parte: «He aquí lo
que los hombres habrían debido hacer; he aquí lo que pedí de ellos y nadie cumplió; no, nadie, ni siquiera uno.»
(Ver Romanos 3:10). Y ahora permítame, querido lector, que le pregunte: «¿Qué dice
usted de sí mismo? ¿Ha dado satisfacción a la ley de Dios? ¿Podría, osaría usted decir, en conciencia, ante esta ley santa:
'Yo
he dado cumplimiento a lo que Dios demanda. Soy diferente de muchos. Siempre amé a Dios de todo mi corazón, de toda mi
alma, de toda mi mente y a mi prójimo como a mí mismo; nunca codicié nada'?.
Pues la ley exige todo esto. (Ver Lucas 10:27; Éxodo 20: 1-17).»
Dios ha dado la respuesta: "No hay justo, ni aun uno". Y confirmando esta declaración, vuestra conciencia desde el interior
clama: «Tú
faltaste como los demás.» ¡Ay! amigos míos, examinaros sinceramente. Si os retiráis ante esta sombría galería de retratos, ¿no
es acaso porque ellos son hombres como vosotros? Os halláis ante vuestros semejantes. No es por azar que el apóstol
Santiago llama a la Palabra "un espejo" (Santiago 1:23). Es vuestra imagen que está allí fielmente reflejada y he aquí por
qué os turba la sobrecogedora sensación de verdad que dan los relatos bíblicos. Puede que jamás hubieseis supuesto lo que
podría ser vuestra fisonomía moral; pudiera ser que fueseis poseedores de rasgos nobles y que los hombres os los acreditaran.
Pero el espejo de Dios está aquí. En estos hombres pecadores Él os dice: «Reconócete,
reconoce tus deseos y tus instintos ocultos; es "tu rostro natural", y no aquel que se retoca con más o menos arte para aparentar más agraciado. Es tu
verdadero rostro: ¡hete aquí tal como
eres!» Aquel que es Único en el conocimiento del corazón
humano, al revelar los pensamientos de algunos, los revela todos, y por ellos pone al desnudo los secretos del vuestro.
No volváis la espalda a una imagen que es tan fiel. Lograr comprender que no se debe olvidar que así
sois. Consideraos, al contrario, en este espejo que es la Palabra de Dios. Todos los hechos que con razón reprobáis en estos
hombres, cuya historia os es contada, ¿no encuentran algún eco en vuestro corazón? ¿No descubrís allí vosotros alguna raíz
de cosas semejantes? ¿No buscáis acaso alguna excusa a estas faltas, algún vestido para cubrirlas? Dios os ha preservado,
puede ser, de su horroroso desarrollo, pero el germen está ahí. El espejo que no puede mentir dice: «Hombre, tú eres lo mismo que los demás hombres», y "todos han pecado" (Romanos 3:23 - VM). No trae ningún
provecho decir que el hombre es un enigma. «¿Qué es el hombre?» pregunta uno.
Ciertamente es un enigma para sí; este ser impotente para hacer el bien que le es propuesto. Pero para Dios no; Él le conoce
y ha dictado ya la sentencia de juicio.
¿Tenéis
acaso otra salida que la desesperación
en semejante caso?
Pero volvamos a la Palabra. Dios toma vuestra propia pregunta: «¿Qué es el hombre?» (Salmo 8:4; Hebreos
2:6). Y en contraste con criaturas perdidas que somos, Él se complace en mostraros el hombre según Su corazón. No es ningún
personaje ideal, imaginario o embellecido. Ha vivido, y Su vida nos es mostrada en páginas de una conmovedora simplicidad.
¿No le conocéis? Este es Jesús, el Hijo de Dios descendido a la tierra, quien también ha sido el Hombre perfecto.
Todo es perfección en este Jesús, y el mismo Dios ha podido declarar: "Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17).
Ciertamente esta perfección no hace otra cosa que contrastar nuestra conducta culpable y nuestra
miseria profunda. Esta perfección ha ofrecido también la ocasión de manifestar toda nuestra abyección: hemos odiado sin causa
al Santo de Dios.
Pero, he aquí la maravilla de la gracia: esta perfección ha sido consumada en el sacrificio voluntario
de este hombre divino, en lugar de los culpables que merecían el juicio eterno. Ha sido sobre la cruz, la propiciación por
nosotros; si, por Él, Dios nos es propicio. A causa de Su cruz, Dios ejerce gracia y puede aceptar al pecador purificado,
sin mácula, agradable como el mismo Jesús.
La misma Palabra testifica: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios…" (Juan 1:12). El espejo divino refleja ahora el nuevo rostro de los que creen
y los declara hijos de Dios: la fe los transfigura. Leed lo que dice de estos patriarcas – que el Antiguo Testamento
revela sin piedad en sus flaquezas – el capítulo 11 de la epístola a los Hebreos: todo es hermoso, todo es puro, Dios
se complace en decir lo que han hecho "por la fe." Así es de todos los que se acercan a El "por la fe": son rescatarlos de
su condición; la propia imagen de Cristo cubre, por así decir, 'el rostro natural'
de hombres pecadores. Dios los ve en Jesús.
¡Ojalá pueda ser así para cada uno de los que leen estas líneas! En presencia del Libro de Dios, cada cual
sea inclinado a decir: «Verdaderamente es el espejo de mi corazón; en él veo mi inmundicia. ¡Ay de mí!, que soy muerto.» (Isaías 6:5). Pero que todo esto nos mueva a decir seguidamente: «Veo a Jesucristo, muerto
por mí, y no tengo ya nada que temer. Dios me ve tal como a Él. ¡El espejo refleja un hijo de Dios!»
Fin
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1963, Nos. 65 y 66.-