SINOPSIS
de
los Libros
de
la Biblia
LUCAS
Capítulos 1 - 8
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto
en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
Nuevo Testamento Interlineal
Griego-Español por Francisco Lacueva (Editorial Clie)
RVA (Versión Reina-Valera
Revisión 1909)
Versión Moderna, traducción
de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
La
intención del Evangelio de Lucas; el Mediador,
el
Hijo del Hombre, revelando a Dios
en
gracia liberadora
El Evangelio de Lucas nos presenta al Señor
en el carácter de Hijo del Hombre, revelando a Dios en gracia liberadora entre los hombres. Por ello es que hay más referencias
a la operación actual de la gracia y sus efectos, incluso el tiempo presente proféticamente, y no a la sustitución de otras
dispensaciones como en Mateo, sino a la salvífica gracia celestial. En primer lugar, sin duda (y precisamente porque Él tiene
que ser revelado como hombre, y en gracia a los hombres) le hallamos, en una parte introductoria en la que tenemos el retrato
más exquisito del remanente fiel, presentado a Israel, a quienes Él había sido prometido, y en relación con los cuales Él
vino a este mundo; pero después, este Evangelio presenta los principios morales
que se aplican al hombre, quienquiera que sea, al tiempo que manifiesta a Cristo momentáneamente en medio de ese pueblo. Este
poder de Dios en gracia es exhibido de varias maneras en su aplicación a las necesidades de los hombres. Después de la transfiguración,
la cual se relata antes en la narración de Lucas [1] que en los otros Evangelios, hallamos el juicio de aquellos que rechazaron
al Señor y el carácter celestial de la gracia que, debido a que es gracia, se dirige a las naciones, a los pecadores, sin
ninguna referencia particular a los Judíos, trastocando los principios legales según los cuales estos últimos pretendían estar,
y en los que, en el Sinaí, en cuanto a su posición, fueron originalmente llamados a estar, en relación con Dios. Las promesas
incondicionales a Abraham, etc., y la confirmación profética de ellas, son otra cosa. Ellas se cumplirán en gracia, y había
que apoderarse de ellas por la fe. Después de esto, encontramos aquello que debía suceder a los Judíos conforme al justo gobierno
de Dios; y, al final, el relato de la muerte y resurrección del Señor, consumando la obra de la redención. Debemos observar
que Lucas (quien pone moralmente aparte el sistema Judío e introduce al Hijo del Hombre como el hombre delante de Dios, presentándole
como Aquel que está lleno de toda la plenitud de Dios que habita en Él corporalmente, como el hombre delante de Dios, según
Su propio corazón, y, de este modo, como mediador entre Dios y el hombre, y centro
de un sistema moral mucho más extenso que el del Mesías entre los Judíos), debemos observar, repito, que Lucas, quien se ocupa
de estas nuevas relaciones, (de hecho, antiguas con respecto a los consejos de Dios), nos ofrece los hechos concernientes
a la relación del Señor con los Judíos, reconocidos en el remanente piadoso de ese pueblo, con mucho más desarrollo que los
otros evangelistas, así como las pruebas de Su misión a ese pueblo, al venir al mundo - pruebas que deberían haber atraído
su atención para fijarla sobre el niño que les había nacido.
[1] Es
decir, en cuanto al contenido del Evangelio. En el capítulo noveno, comienza Su último viaje a Jerusalén; y a partir de allí
hasta la última parte del decimoctavo, donde (vers.31) se contempla Su subida a esa ciudad, el evangelista ofrece, principalmente,
una serie de instrucciones morales y los caminos de Dios en gracia que ahora se introducían. En el versículo 35 del capítulo
18, tenemos al ciego de Jericó, episodio ya observado como el comienzo de Su última visita a Jericó.
Cristo
manifestado como un Hombre en la tierra
En Lucas, agrego, aquello que caracteriza
especialmente a la narrativa y le otorga su peculiar interés a este Evangelio es que pone ante nosotros lo que Cristo es en
Sí mismo. No es Su gloria oficial, una posición relativa que Él asumió; tampoco es la revelación de Su naturaleza divina,
como tal; ni Su misión como el gran Profeta. Es Él mismo, como Él era, un hombre en la tierra - la Persona con la que me debería
haber encontrado cada día si hubiera vivido en Judea o en Galilea en aquella época.
Capítulo
1
El
estilo de Lucas y el propósito de su Evangelio
Me gustaría agregar una observación en cuanto
al estilo de Lucas, la cual puede hacer más fácil el estudio de este Evangelio al lector. Él incluye, a menudo, una gran cantidad
de hechos en una breve afirmación general, y luego se explaya ampliamente en algún hecho aislado, donde los principios morales
y la gracia son mostrados.
Muchos habían intentado dar cuenta, históricamente,
de lo que los Cristianos habían recibido, tal como les relataron los compañeros
de Jesús; y a Lucas le pareció bien - habiendo seguido estas cosas desde el principio y, habiendo obtenido, de este modo,
un conocimiento preciso respecto a ellos, escribir metódicamente a Teófilo, a fin de que conociera la exacta verdad de aquellas
cosas en las que él había sido instruido. Es de este modo que Dios ha provisto para la enseñanza de toda la iglesia en la
doctrina contenida en el retrato de la vida del Señor, proporcionada por este hombre de Dios; quien, movido personalmente
por motivos cristianos, fue dirigido e inspirado por el Espíritu Santo para el bien de todos los creyentes. [2]
[2] La
unión de la motivación y la inspiración, las cuales los paganos han intentado poner en oposición la una con la otra, se encuentra
en casi cada página de la Palabra. Además, las dos cosas sólo son incompatibles para la mente estrecha de aquellos que no
conocen los caminos de Dios. ¿No puede Dios impartir motivos, y a través de estos motivos hacer que el hombre emprenda alguna
tarea, y entonces guiarle, perfecta y absolutamente, en todo lo que él hace? Incluso si se tratara de un pensamiento humano
(lo cual no creo que sea en absoluto), si Dios lo aprobaba, ¿no podía velar Él sobre su ejecución, de tal modo que los resultados
fueran totalmente conforme a Su voluntad?
Las
primeras revelaciones de acontecimientos admirables
a
Zacarías y Elizabet
En el versículo 5, el evangelista comienza
con las primeras revelaciones del Espíritu de Dios respecto a estos acontecimientos, de los cuales dependían totalmente la
condición del pueblo de Dios y la del mundo, y en los cuales Dios iba a glorificarse para toda la eternidad.
Pero,
inmediatamente nos hallamos en la atmósfera de las circunstancias Judías. Las ordenanzas Judías del Antiguo Testamento, y
los pensamientos y expectativas relacionados con ellas, son el marco en que este gran y solemne acontecimiento tiene lugar.
Herodes, rey de Judea, provee la fecha; y es a un sacerdote, justo e irreprensible, perteneciente a una de las veinticuatro
clases, a quien encontramos en los primeros pasos de nuestro camino. Su esposa era de las hijas de Aarón; y estas dos personas
rectas andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor (Jehová). Todo era correcto delante de Dios,
conforme a Su ley en el sentido Judío. Pero no gozaban de la bendición que todo Judío deseaba: no tenían hijos. No obstante,
ello era conforme, podríamos decir, a los modos habituales de Dios en el gobierno de Su pueblo para llevar a cabo Su bendición,
al tiempo que manifiesta la debilidad del instrumento - una debilidad que se llevaba toda esperanza según los principios humanos.
Tal había sido la historia de las Saras, las Rebecas, las Anas y muchas más, de quienes la Palabra nos habla para nuestra
enseñanza en los caminos de Dios.
La
respuesta de Dios a la oración
Esta bendición era puesta con frecuencia
en oración por parte del fiel sacerdote; pero hasta ahora la respuesta se había demorado. Ahora, sin embargo, en el momento
en que ejercitaba su ministerio regular, Zacarías se acercó para ofrecer el incienso, el cual, según la ley, debía subir como
olor grato delante de Dios (un tipo de la intercesión del Señor) y mientras el pueblo oraba fuera del lugar santo, el ángel
del Señor se aparece al sacerdote a la derecha del altar del incienso. A la vista de este glorioso personaje, Zacarías se
turba, pero el ángel le anima declarándole que es el portador de buenas nuevas, anunciándole que sus oraciones, por tanto
tiempo dirigidas a Dios aparentemente en vano, eran concedidas. Elisabet iba
a dar a luz un hijo, y el nombre por el que debía ser llamado sería 'El favor del Señor', una fuente de gozo y alegría para
Zacarías y cuyo nacimiento sería ocasión para la acción de gracias para muchos. Pero esto no fue meramente por ser hijo de
Zacarías. El niño fue la dádiva de Dios, y sería grande delante de Él; sería un Nazareo, y sería lleno del Espíritu Santo,
desde el vientre de su madre: y haría volver a muchos de los hijos de Israel al Señor, Dios de ellos. Él iría delante de Él
en el espíritu de Elías y, con el mismo poder, restablecería el orden moral en Israel, incluso desde sus fuentes, para hacer
volver al desobediente a la sabiduría del justo - para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
El
espíritu de Elías
El espíritu de Elías era un firme y ardiente
celo por la gloria de Jehová, y para el establecimiento, o el restablecimiento por medio del arrepentimiento, de las relaciones
entre Israel y Jehová. Su corazón se aferró a este vínculo entre el pueblo y su Dios, conforme a la fortaleza y gloria del
vínculo mismo, pero consciente de su condición caída y según los derechos de Dios en referencia a estas relaciones. El espíritu
de Elías - aunque, en realidad, fue la gracia de Dios hacia Su pueblo la que le había enviado - era, en cierto sentido, un
espíritu legal. Él afirmaba los derechos de Jehová en juicio. Era la gracia abriendo la puerta al arrepentimiento, pero no
la gracia soberana de salvación, aunque era lo que preparaba el camino a ella. Es en la fuerza moral de su llamamiento al
arrepentimiento que Juan es aquí comparado con Elías, al hacer regresar a Israel a Jehová. Y, de hecho, Jesús era Jehová.
La
falta de fe de Zacarías utilizada por Dios;
la
piedad de Elizabet
Pero, la fe de Zacarías en Dios y en Su bondad
no estuvo a la altura de su petición (¡lamentablemente! un caso muy común), y cuando éste es concedido en un momento que se
requería la intervención de Dios para cumplir su deseo, no es capaz de andar en las pisadas de un Abraham o una Ana, y pregunta
cómo podría suceder esto ahora.
Dios, en Su bondad, convierte la falta de
fe de Su siervo en un instructivo castigo para él mismo, y en una prueba para el pueblo de que Zacarías había sido visitado
desde lo alto. Se queda mudo hasta que la Palabra del Señor sea cumplida, y las señas que él hace al pueblo, quienes se extrañan
de su tan prolongada permanencia en el santuario, explican a ellos la razón.
Pero
la Palabra de Dios se cumple en bendición hacia él. Elisabet, reconociendo la buena mano de Dios sobre ella, con un tacto
que pertenece a su piedad, se recluye. La gracia que la bendijo no la volvió insensible para con lo que constituía una vergüenza
en Israel, y lo cual, si bien esto fue quitado, dejó sus huellas, en cuanto al hombre, en las circunstancias sobrehumanas
a través de las cuales esto se cumplió. Había una rectitud de mente en esto que convenía a una mujer santa. Pero aquello que
se oculta justamente del hombre, conserva todo su valor a los ojos de Dios, y Elisabet es visitada en su retiro por la madre
del Señor. Pero aquí la escena cambia, para introducir al mismo Señor en esta maravillosa historia que se devela ante nuestros
ojos.
El
nacimiento del Salvador anunciado a María
Dios, quien había preparado todo de antemano,
manda anunciar ahora el nacimiento del Salvador a María. En el último lugar que el hombre hubiera escogido para el propósito
de Dios (un lugar cuyo nombre, a los ojos del mundo, bastaba para condenar a aquellos que procedían de él), una doncella,
desconocida para todos los que el mundo reconocía, estaba desposada con un pobre carpintero. Su nombre era María. Pero estaba
en confusión en Israel: el carpintero era de la casa de David. Las promesas de Dios - quien no las olvida nunca, y nunca descuida
a aquellos son objetos de ellas - hallaron aquí la esfera para su cumplimiento.
Aquí se dirigen el poder y los afectos de Dios, conforme a su energía divina. En cuanto a si Nazaret era grande o pequeña,
esto no tenía importancia, salvo para mostrar que Dios no espera nada del hombre, sino que es el hombre quien espera de Dios.
Gabriel es enviado a Nazaret, a una virgen que estaba desposada con un hombre llamado José, de la casa de David.
La dádiva de Juan a Zacarías fue una respuesta
a sus oraciones - Dios fiel en Su bondad hacia Su pueblo que espera en Él.
Gracia
soberana mostrada
Pero
esta era una visitación de gracia soberana. María, un vaso escogido para este propósito, había hallado gracia a los ojos de
Dios. Fue favorecida [3] por la gracia soberana - bendita entre las mujeres. Ella concebiría y daría a luz un Hijo: le pondría
por nombre Jesús. Él sería grande, y sería llamado el Hijo del Altísimo. Dios le daría el trono de Su padre David. Él reinaría
sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reinado no tendría fin.
[3] Las
expresiones "hallado favor" (gr.: eures charin) (Lucas 1:30 - Versión Moderna) y "altamente favorecida" (gr.: kecharitomene)
(Lucas 1:28 - Versión Moderna), no tienen, en absoluto, el mismo significado. Personalmente, ella había hallado favor, así
que no debía temer; pero Dios había otorgado soberanamente sobre ella esta gracia, el inmenso favor, de ser la madre del Señor.
En esto, ella fue el objeto del favor soberano de Dios.
El
nacimiento del niño presentado por el Espíritu Santo
en
una manera doble
Se observará aquí que el asunto que el Espíritu
Santo presenta ante nosotros es el nacimiento del niño, del modo que Él estaría aquí abajo en este mundo, dado a luz por María
- el nacimiento de Aquel que había de nacer.
La enseñanza dada por el Espíritu Santo sobre
este punto se divide en dos partes: primero, aquello que sería el niño que iba a nacer; y segundo, la manera de Su concepción,
y la gloria que resultaría de ello. No es simplemente la naturaleza divina de Jesús la que es presentada, el Verbo que era
Dios, el Verbo hecho carne, sino lo que nació de María, y el modo cómo había de tener lugar. Sabemos bien que se trata del
mismo precioso y divino Salvador de quien habla Juan; pero Él nos es presentado aquí bajo otro aspecto, el cual es de un interés
infinito para nosotros; y debemos considerarle tal como lo presenta el Espíritu
Santo, nacido de la virgen María en este mundo de lágrimas.
El
Señor Jesús como real y verdaderamente Hombre
Tomemos, en primer lugar, los versículos 31 al 33. Fue un niño concebido realmente en
el vientre de María, quien dio a luz este niño en el momento que Dios había asignado a la naturaleza humana. Transcurrió el
tiempo de costumbre antes del nacimiento. Hasta ahora esto no nos dice nada acerca
de la manera. Es el hecho mismo el que tiene una importancia que no puede ser medida ni exagerada. Él era realmente y verdaderamente
hombre, nacido de mujer como lo fuimos nosotros - no en cuanto a la fuente y al modo de Su concepción, de lo cual no estamos
tratando aún, sino en cuanto a la realidad de Su existencia como hombre. Él era realmente y verdaderamente un ser humano.
Pero había otras cosas relacionadas con la Persona de Aquel que había de nacer, las cuales nos son también presentadas. Sería
llamado Jesús, es decir, Jehová el Salvador. Él habría de manifestarse en este carácter y con este poder. Así era Él.
El
niño nacido como Hombre es "el Hijo del Altísimo"
Esto no está aquí relacionado con el hecho
de que "él salvará a su pueblo de sus pecados", como en Mateo, donde se trataba de la manifestación a Israel del poder de
Jehová, de su Dios, en cumplimiento de las promesas hechas a ese pueblo. Aquí
vemos que Él tiene derecho a ese nombre; pero, este título divino permanece oculto bajo la forma de un nombre personal; pues
es el Hijo del Hombre quien es presentado en este Evangelio, cualquiera que Su poder divino pudiera ser. Aquí se nos dice
que, "Él" - Aquel que había de nacer - "será grande, y" (nacido en este mundo) "será llamado Hijo del Altísimo." (Lucas 1:32
- Versión Moderna). Él había sido el Hijo del Padre desde antes de que el mundo fuese; pero este niño, nacido en la tierra,
debía ser llamado - tal como Él era aquí abajo - Hijo del Altísimo: un título al cual Él demostraría perfectamente tener derecho,
mediante Sus hechos, y mediante todo lo que manifestase lo que Él era. Un pensamiento precioso y lleno de gloria para nosotros,
un hijo nacido de una mujer lleva legítimamente este nombre, "Hijo del Altísimo" - supremamente glorioso para Aquel que está
en la posición de un hombre, y realmente era tal ante Dios.
"El
Hijo de David": Su reino interminable y Su gloria
Pero, había aún otras cosas relacionadas
con Aquel que había de nacer. Dios le daría el trono de Su padre David. Aquí, nuevamente vemos claramente que Él es considerado
como nacido, como hombre, en este mundo. El trono de Su padre David le pertenece. Dios se lo dará. Por derecho de nacimiento,
Él es heredero de las promesas, de las promesas terrenales que, en cuanto al reino, pertenecían a la familia de David; pero
esto sería en conformidad a los consejos y al poder de Dios. Él reinaría sobre la casa de Jacob - no solamente sobre Judá
y en la debilidad de un poder transitorio y de una vida efímera, sino por todos los siglos; y Su reino no tendría fin. Como,
de hecho, Daniel había predicho, este reino nunca sería tomado por otros. Nunca sería dejado a otro pueblo. Sería establecido
según los consejos de Dios que son inmutables, y de acuerdo a Su poder que nunca falla. Hasta que Él entregase el reino a Dios el Padre, Él ejercería una realeza que nada podría disputar; la cual Él entregaría (habiéndose
cumplido todas las cosas) a Dios, pero cuya gloria, digna de un rey, nunca se empañará en Sus manos.
Así había de nacer el niño - verdaderamente,
aunque milagrosamente nacido como hombre. Para aquellos que pudieran comprender Su nombre, era Jehová el Salvador.
Él había de ser Rey sobre la casa de Jacob
conforme a un poder que nunca menguaría ni fallaría, hasta que se fusione con el poder eterno de Dios como Dios.
El gran tema de la revelación es, que el
Hijo debía ser concebido y nacer; el resto es la gloria que le pertenecería después de nacido.
La
pregunta de María; su fe
Pero lo que María no comprende es la concepción.
Dios le permite que pregunte al ángel de qué modo ocurriría. Su pregunta fue según Dios. No creo que se tratara aquí de ninguna
falta de fe. Zacarías había estado pidiendo constantemente un hijo - era sólo
una cuestión de la bondad y del poder de Dios que se concediese esta petición - y fue llevado, por la positiva declaración
de Dios, hasta un punto en que él sólo debía confiar en ella. Él no confió en
la promesa del Señor. Era sólo el ejercicio del poder extraordinario de Dios en el orden natural de cosas. María pregunta,
con santa confianza, puesto que Dios la había favorecido, cómo se cumpliría tal cosa, fuera del orden natural. Ella no dudaba
de su cumplimiento (véase el versículo 45: "bienaventurada" - dijo Elisabet - "la que creyó.") Ella pregunta de qué manera
se habría de cumplir esto, ya que esto debe ser hecho fuera del orden de la naturaleza. El ángel procede con su comisión,
dándole a conocer, también, la respuesta de Dios a su pregunta. En los propósitos
de Dios, esta pregunta dio ocasión (por la respuesta que esta pregunta recibió) a la
revelación de la concepción milagrosa.
El
Hijo de Dios hecho Hombre
El nacimiento de Aquel que ha caminado sobre
esta tierra era la cosa en cuestión - Su nacimiento de la virgen María. Él era Dios, y se hizo hombre; pero, aquí está la
manera de Su concepción para llegar a ser un hombre en la tierra. No es lo que Él era lo que se manifiesta aquí. Es
Él quien nació, tal como Él estaba en el mundo, de cuya concepción milagrosa leemos aquí. El Espíritu Santo vendría sobre
ella - actuaría en poder sobre este vaso terrenal, sin su propia voluntad o la
voluntad de ningún hombre. Dios es la fuente de la vida del hijo prometido a María, nacido en este mundo y por Su poder. Él
nace de María - de esta mujer escogida por Dios. El poder del Altísimo la cubriría, y, por consiguiente, el Santo Ser (Lucas
1:35 - RVR60) que nacería de ella sería llamado el Hijo de Dios. Santo en Su nacimiento, concebido por la intervención
del poder de Dios actuando sobre María (un poder que fue la fuente divina de Su existencia en la tierra, como hombre), la
criatura santa (Lucas 1:35 - Versión Moderna) que recibió así su ser de María, el fruto de su vientre, debía tener también,
incluso en este sentido, el título de Hijo de Dios. Lo Santo (Lucas 1:35 - RVA) que nacería de María debía ser llamado el
Hijo de Dios. No se trata aquí de la doctrina de la relación eterna del Hijo con el Padre. El Evangelio de Juan, la epístola
a los Hebreos, la de los Colosenses, establecen esta verdad preciosa, y demuestran su importancia; aquí se trata de aquello
que nació en virtud de la concepción milagrosa, lo cual, en ese terreno, es llamado el Hijo de Dios.
El
anuncio del ángel a María de la bendición de Elizabet
El ángel le anuncia la bendición otorgada
a Elisabet a través del poder omnipotente de Dios; y María se inclina ante la voluntad de su Dios - el vaso sumiso de Su propósito
- y en su piedad reconoce una altura y grandeza en estos propósitos que sólo le dejaron a ella, pasivo instrumento de ellos,
su lugar de sujeción a la voluntad de Dios. Ésta fue su gloria, mediante el favor de su Dios.
Fue apropiado que prodigios acompañaran,
y dieran un testimonio justo, a esta maravillosa intervención de Dios. La comunicación del ángel no fue infructuosa en el
corazón de María; y por su visita a Elisabet, ella va a reconocer los maravillosos tratos de Dios. La piedad de la virgen
es mostrada aquí de manera conmovedora. La maravillosa intervención de Dios la hizo sentirse humilde, en lugar de ensalzarse.
Ella vio a Dios en lo que había acontecido, y no a sí misma; al contrario, las grandezas de estas maravillas trajeron a Dios
tan cerca de ella como para ocultarla de ella misma. Ella se entrega a Su santa voluntad: pero Dios ocupa un lugar demasiado
grande en sus pensamientos sobre este asunto como para dejar algún sitio a la presunción.
La
visita de María a Elizabet; el reconocimiento de Elizabet
de
la gracia de Dios para con la madre de su Señor
La visita de la madre de su Señor a Elisabet
fue algo natural en ella, pues el Señor visitó ya a la mujer de Zacarías. El ángel se lo había hecho saber. Ella se preocupa
por estas cosas de Dios, pues Dios estaba cerca de su corazón por la gracia que la había visitado. Conducida por el Espíritu
Santo, de corazón y afecto, la gloria perteneciente a María, en virtud de la gracia de Dios que la había elegido para ser
la madre de su Señor, es reconocida por Elisabet, hablando por el Espíritu Santo. Ella también
reconoce la piadosa fe de María, y le anuncia el cumplimiento de la promesa que había recibido (todo eso sucedió siendo
una señal de testimonio a Aquel que había de nacer en Israel y entre los hombres).
La
acción de gracias de María; reconociendo la gracia
de
Dios y su propia bajeza
El corazón de María se derrama, entonces,
en acción de gracias. Reconoce a Dios su Salvador en la gracia que la ha llenado de gozo, y su bajeza - una figura de la condición
del remanente de Israel - y eso dio ocasión para la intervención de la grandeza de Dios, con un pleno testimonio de que todo
era de Él. Cualquiera que pudiera ser la piedad apropiada al instrumento que Él utilizó, y que verdaderamente se hallaba en
María, fue en la medida en que ella se ocultó que ella fue grande; pues entonces Dios era todo, y fue a través de ella que
Él intervino para la manifestación de Sus maravillosos caminos. Ella perdía su lugar si intentaba algo por sí misma, pero
en realidad no lo hizo. La gracia de Dios la guardó a fin de que Su gloria pudiera mostrarse plenamente en este suceso divino.
Ella reconoce Su gracia, pero reconoce que, hacia ella, todo es gracia.
Se observará aquí que, en el carácter y la
aplicación de los pensamientos que llenan su corazón, todo es Judío. Podemos comparar el cántico de Ana, quien proféticamente
celebraba esta misma intervención; y vean también los versículos 54 y 55. Pero, observen, ella retrocede a las promesas hechas
a los padres, no a Moisés, e incluye a todo Israel. Es el poder de Dios que obra en medio de la debilidad, cuando no hay recurso,
y todo es contrario a él. Tal es el momento apropiado para Dios, y, con el mismo fin, instrumentos que no son nada, para que
Dios pueda serlo todo.
Es notable que no se nos diga que María era
llena del Espíritu Santo. Me parece que esto es una distinción que la honra. El Espíritu Santo visitó a Elisabet y Zacarías
de un modo excepcional. Pero aunque no podemos dudar que María estaba bajo la influencia del Espíritu de Dios, era un efecto
más interno, más relacionado con su propia fe, con su piedad, con las relaciones más habituales de su corazón con Dios (que
fueron formadas por esta fe y por esta piedad) y que, consecuentemente, este efecto se expresaba más como sus propios sentimientos.
Se trata de gratitud por la gracia y el favor conferidos a ella, la humilde, y eso en relación con las esperanzas y bendiciones
de Israel. En todo esto aparece ante mí una armonía muy sorprendente en relación
con el prodigioso favor otorgado a ella. Lo repito, María es grande por cuanto ella no es nada; pero es favorecida por Dios
de manera incomparable, y todas las generaciones la llamarán bienaventurada.
Pero su piedad, y la expresión de esta en
este cántico, siendo más personal, siendo más una respuesta a Dios que una revelación de Su parte, se limita claramente a
aquello que era, necesariamente para ella, la esfera de esta piedad - y es que era para Israel, para las esperanzas y promesas
dadas a Israel. Esta piedad regresa, como hemos visto, al punto más remoto de las relaciones de Dios con Israel - y éstas
fueron en gracia y en promesa, no en ley - pero no sale de ellas.
Piedad
en secreto reconocida por Dios
María se queda tres meses con la mujer a
quien Dios había bendecido, la madre de aquel que iba a ser la voz de Dios en el desierto; y regresa para seguir, humildemente,
su propio camino, para que los propósitos de Dios pudieran cumplirse.
Nada más hermoso, en su estilo, que el retrato
de la comunicación entre estas dos mujeres piadosas, desconocidas para el mundo, pero instrumentos de la gracia de Dios para
el cumplimiento de Su propósito, glorioso e infinito en sus resultados. Ellas se ocultan, moviéndose en una escena en la que
nada entra, sino la piedad y la gracia; pero Dios está allí, aun siendo tan poco conocidas para el mundo como lo eran estas
mujeres, sin embargo, Dios está preparando y llevando a cabo aquello en lo cual los ángeles anhelan sondear en sus profundidades.
Esto tiene lugar en la serranía, donde estas piadosas parientes moraban. Ellas se ocultaron, pero sus corazones, visitados
por Dios y tocados por Su gracia, respondieron por su mutua piedad a estas maravillosas visitas de lo alto; y la gracia de
Dios se reflejaba verdaderamente en la quietud de un corazón que reconocía Su mano y Su grandeza, confiando en Su bondad y
sometiéndose a Su voluntad. Nosotros somos favorecidos al ser admitidos en una escena, de la cual el mundo fue excluido por
su incredulidad y alejamiento de Dios, y en la que Dios actuó así.
Nace
Juan, el hijo de Zacarías y Elizabet;
el
anuncio público de Zacarías de Aquel que venía
y
la posición de Juan
Pero aquello que la piedad reconoció en secreto,
a través de la fe en las visitaciones de Dios, debe finalmente hacerse público y cumplirse ante los ojos de los hombres. El
hijo de Zacarías y Elisabet nace, y Zacarías (quien, obediente a la palabra del ángel, cesa de ser mudo), anuncia la venida
del Renuevo de David (Jeremías 33:15), el cuerno de la salvación de Israel (versículo 69 - Versión Moderna), en la casa del
Rey elegido por Dios, para cumplir todas las promesas hechas a los padres, y todas las profecías por las que Dios había proclamado
las bendiciones futuras de Su pueblo. El hijo que Dios había dado a Zacarías y a Elisabet debería ir delante del rostro de
Jehová para preparar Sus caminos; porque el Hijo de David era Jehová, quien vino conforme a las promesas, y conforme a la
palabra por medio de la cual Dios había proclamado la manifestación de Su gloria.
Israel
bajo bendición presente y futura del Cristo
entonces
a la puerta - la esperanza de Israel
La visitación de Israel por Jehová, celebrada por boca de Zacarías,
incluye toda la bendición del milenio. Esto está relacionado con la presencia de Jesús, quien introduce en Su propia Persona
toda esta bendición. Todas las promesas son Sí y Amén en Él (2 Corintios 1:20). Todas las profecías le circundan con la gloria
a ser realizada entonces, y le hacen la fuente de la que ella surge. Abraham se gozó de ver el glorioso día de Cristo.
El Espíritu Santo siempre hace esto, cuando Su asunto es el cumplimiento
de la promesa en poder. Él continua hasta el pleno efecto que Dios llevará a cabo al final. La diferencia aquí es que no se
trata ya del anuncio de gozos en un futuro distante, cuando un Cristo naciera, cuando se hubiera dado a luz un hijo, para
introducir sus goces en días aún velados por la distancia desde la cual eran vistos. El Cristo está ahora a la puerta, y lo
que se celebra es el efecto de Su presencia. Sabemos que, habiendo sido rechazado, y estando ahora ausente, el cumplimiento
de estas cosas es necesariamente aplazado hasta que Él regrese; pero Su presencia traerá el cumplimiento de ellas, y ello
se anuncia como estando relacionado con esa presencia.
Podemos observar aquí, que este capítulo se confina por su contenido,
dentro de los estrictos límites de las promesas hechas a Israel, es decir, a los padres. Tenemos a los sacerdotes, al Mesías,
a Su precursor, las promesas hechas a Abraham, el pacto de la promesa, el juramento de Dios. No se trata de la ley, sino de
la esperanza de Israel - fundamentada en la promesa, el pacto, el juramento de Dios, y confirmada por los profetas - la cual
tiene su realización en el nacimiento de Jesús, en el nacimiento del Hijo de David. No se trata, lo digo nuevamente, de la
ley. Se trata de Israel bajo bendición, en realidad no cumplida aún, pero de Israel en la relación de fe con Dios, quien la
va a cumplir. Sólo se trata de Dios e Israel, y lo que había sucedido en gracia entre Él y Su pueblo solo.
Capítulo 2
El emperador pagano
del mundo en la tierra de Emanuel;
la gloria y la
autoridad imperial un instrumento
en manos de Dios
En este capítulo la escena cambia. En lugar de las relaciones de
Dios con Israel conforme a la gracia, vemos primero al emperador pagano del mundo - la cabeza del último imperio de Daniel
- ejerciendo su poder en tierra de Emanuel, y sobre el pueblo de Dios, como si Dios no los conociera. No obstante, estamos
todavía en presencia del nacimiento del Hijo de David, de Emanuel mismo; pero Él está, exteriormente, bajo el poder de la
cabeza de la bestia, de un imperio pagano. ¡Qué extraño estado de cosas es introducido por el pecado! Sin embargo, pongan
especial atención en que todavía tenemos la gracia aquí: es la intervención de Dios lo que hace que todo esto se manifieste.
En relación con ello, existen otras circunstancias que haríamos bien en observar. Cuando los intereses y la gloria de Jesús
están en juego, todo este poder (que gobierna sin el temor de Dios, que reina, buscando su propia gloria, en el lugar donde
Cristo debería reinar), toda la gloria imperial, no es sino un instrumento en las manos de Dios para el cumplimiento de Sus
consejos. En cuanto al hecho público, encontramos al emperador Romano ejerciendo autoridad despótica y pagana en el lugar
donde el trono de Dios debería haber estado, si el pecado del pueblo no hubiera hecho que esto fuera imposible.
El poder del mundo
se pone en movimiento para que
el Salvador-Rey
pueda nacer en el lugar que Dios
había decretado
El emperador quiere tener a todo el mundo empadronado, y cada uno
se dirige a su propia ciudad. El poder mundano se pone en movimiento, y lo hace mediante un acto que demuestra su supremacía sobre aquellos que, como pueblo de Dios, deberían haberse visto libres de todo menos
del inmediato gobierno de su Dios, el cual era la gloria de ellos - un hecho que prueba la degradación total y el servilismo
del pueblo. Ellos son esclavos, en sus cuerpos y en sus posesiones, de los paganos a causa de los pecados (ver Nehemías 9:
36, 37). Pero este hecho sólo cumple el maravilloso propósito de Dios, haciendo que el Salvador - rey que ha de nacer en el
pueblo donde, según el testimonio de Dios, tenía que tener lugar este acontecimiento. Y, más que eso, la Persona divina que
tenía que estimular el gozo y las alabanzas del cielo nace entre los hombres, Él mismo siendo un niño en este mundo.
El estado de cosas en Israel y en el mundo, es la supremacía de
los Gentiles y la ausencia del trono de Dios. El Hijo del Hombre, el Salvador, Dios manifestado en carne, viene a tomar Su
lugar - un lugar que la sola gracia podía hallar o tomar en un mundo que no Le conocía.
Este censo es
tanto más notable, en que, tan pronto como el propósito de Dios fue cumplido, no se llevó más allá, es decir, no hasta después,
bajo el gobierno de Cirenio. [4]
[4] No dudo que la única traducción correcta
de este pasaje es: "este censo primero fue hecho cuando Cirenio fue gobernador de Siria." El Espíritu Santo anota esta circunstancia
para mostrar que, una vez cumplido el propósito de Dios, el decreto no fue llevado a cabo históricamente sino hasta más tarde.
Se ha invertido una gran cantidad de estudio en lo que creo que es simple y claro en el texto.
El Hijo de Dios
nacido en este mundo
no encuentra lugar
allí
El Hijo de Dios nace en este mundo, pero no encuentra lugar en
él. El mundo vive a sus anchas, o al menos mediante sus recursos este mundo halla su lugar en el mesón; este lugar llega a
ser un tipo de medida de la posición del hombre en el mundo y de la recepción que el mundo le brinda; el Hijo de Dios no halla
ninguno, excepto en el pesebre. ¿Es en vano que el Espíritu Santo registre esta circunstancia? No. En este mundo no hay sitio
para Dios, y para lo que es de Dios. Por consiguiente, tanto más perfecto es el amor que le hizo descender a la tierra. Pero
Él comenzó en un pesebre y terminó en la cruz, y a lo largo del camino Él no tuvo dónde recostar Su cabeza.
El Hijo de Dios - un niño, participando de toda la debilidad y
de todas las circunstancias de la vida humana así manifestadas - aparece en el mundo. [5]
[5] Es decir, como un infante. Él no apareció,
como el primer Adán, saliendo, en Su perfección, de las manos de Dios. Él nace de una mujer, el Hijo del Hombre, lo cual no
hizo Adán.
El cumplimiento
de los consejos de Dios anunciado
por ángeles; su
coro celestial de alabanza
Pero si Dios viene a este mundo, y si un pesebre Le recibe, en
la naturaleza que Él ha tomado en gracia, los ángeles se ocupan del suceso del cual depende el destino de todo el universo,
y el cumplimiento de todos los consejos de Dios; porque Él ha escogido las cosas débiles para confundir las que son fuertes.
Este pobre infante es el objeto de todos los consejos de Dios, el sustentador y heredero de toda la creación, el Salvador
de todos los que heredarán la gloria y la vida eterna.
Algunos hombres pobres que realizaban fielmente sus difíciles tareas
lejos de la actividad inquieta de un mundo ambicioso y pecador, reciben las primeras noticias de la presencia del Señor en
la tierra. El Dios de Israel no buscó a los grandes de entre Su pueblo, sino que mostró respeto a los pobres del rebaño. Dos
cosas destacan aquí por sí solas. El ángel que viene a los pastores de Judea para anunciarles el cumplimiento de las promesas
de Dios a Israel. El coro de ángeles que celebra en su coro de alabanza celestial toda la verdadera importancia de este suceso
maravilloso.
"Os ha nacido hoy," dice el mensajero celestial que visita a los
pobres pastores - "en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor." Ésta fue la proclamación a ellos y a todo
el pueblo de las buenas nuevas. [6]
[6] "todo el pueblo" (y no como se lee en la Biblia Inglesa "Authorised Version",
"toda persona").
La plenitud, soberanía
y perfección de la gracia de Dios
magnificada por
el pecado
Pero en el nacimiento del Hijo del Hombre, Dios manifestado en
carne, el cumplimiento de la encarnación, tenía una importancia mucho más allá de esto. El hecho de que este pobre infante
estuviera allí, no aceptado y abandonado (humanamente hablando) a su suerte por el mundo, era (como lo entendían las inteligencias
celestiales, la multitud de las huestes celestes, cuyas alabanzas resonaban en el mensaje del ángel a los pastores) para "¡Gloria
en lo más alto a Dios, y en la tierra paz entre los hombres de (su) buena voluntad!" (Lucas 2:14 - Nuevo Testamento Interlineal
Griego-Español de Francisco Lacueva, Editorial Clie). Estas pocas palabras incluyen pensamientos tan ampliamente extendidos,
que es difícil hablar debidamente de ellos en una obra como ésta; pero algunas observaciones son necesarias. En primer lugar,
es profundamente bendito ver que el pensamiento de Jesús excluye todo lo que pudiera oprimir el corazón en la escena que rodeaba
Su presencia en la tierra. El pecado ¡lamentablemente! estaba allí. Fue manifestado por la posición en la cual este infante
maravilloso fue hallado. Pero si el pecado le había situado allí, la gracia le había situado allí. La gracia sobreabunda;
y al pensar en Él, la bendición, la gracia, los pensamientos de Dios respecto al pecado, aquello que Dios es, tal como
lo manifiesta la presencia de Cristo, todas estas cosas absorben la mente y se apoderan del corazón, y son el verdadero alivio
del corazón, en un mundo como éste. Vemos a la gracia sola; y el pecado no hace sino magnificar la plenitud, la soberanía,
la perfección de esa gracia. Dios, en Sus tratos gloriosos, borra el pecado con respecto al cual Él actúa, y que Él exhibe
en toda su deformidad; pero existe aquello que 'abunda mucho más'. Jesús, venido en gracia, llena el corazón. Es lo mismo
en todos los detalles de la vida cristiana. Es la verdadera fuente del poder moral, de la santificación, y del gozo.
"Gloria a Dios
en las alturas" mostrada en el niño
nacido en la tierra
A continuación vemos que hay tres cosas manifestadas por la presencia
de Jesús nacido como un niño en la tierra. En primer lugar, la gloria a Dios en las alturas. El amor de Dios - Su sabiduría
- Su poder (no al crear un universo de la nada, sino al elevarse por sobre el
mal, y convertir el efecto de todo el poder del enemigo en una ocasión para demostrar
que este poder era solamente impotencia y locura en presencia de aquello que puede llamarse "lo débil de Dios") - el cumplimiento
de Sus consejos eternos - la perfección de Sus caminos donde el mal se había
introducido - la manifestación de Sí mismo en medio del mal, de tal modo que
se glorificaba Él mismo delante de los ángeles: en una palabra, Dios se ha manifestado de tal modo por el nacimiento de Jesús
que las huestes celestiales, familiarizadas desde largo tiempo con Su poder,
podían elevar su coro: "¡Gloria en lo más alto a Dios!" y toda voz se une expresando estas alabanzas. ¿Qué amor hay como este
amor? y Dios es amor. ¡Qué pensamiento más puramente divino, que Dios se ha hecho hombre! ¡Qué supremacía del bien sobre el
mal! ¡Qué sabiduría al acercarse al corazón del hombre y traer el corazón del hombre de vuelta a Él! ¡Qué propiedad al dirigirse
al hombre! ¡Qué mantenimiento de la santidad de Dios! ¡Qué cercanía al corazón humano, qué interés en sus necesidades, qué
forma de experimentar su condición! Pero más allá de todo, ¡Dios por sobre el
mal en gracia, y visitando, en esa gracia, este mundo contaminado para darse a conocer como nunca antes Él se había dado a
conocer!
"En la tierra
paz": Jesús la seguridad del
cumplimiento final
de la promesa
El segundo efecto de la presencia de Aquel que manifestó a Dios
en la tierra, es que la paz debía estar allí. Rechazada - Su nombre iba a ser un motivo de disputa; pero el coro celestial
se ocupa del hecho de Su presencia, y con el resultado, cuando fuese plenamente producido por las consecuencias, envuelto
en la Persona de Aquel que estaba allí (contempladas en sus propios frutos), y ellos celebran estas consecuencias. El mal
manifiesto debía desaparecer. Su norma santa debía desterrar toda enemistad y violencia. Jesús, poderoso en amor, debía reinar,
e impartir el carácter en el cual Él había venido a toda la escena que había de rodearle en el mundo al que Él había venido,
para que pudiese ser conforme a Su corazón, quien se deleitaba en ello (Proverbios
8:31) [7]. Véase, en menor escala, el Salmo 85: 10-11.
[7] Esta cita nos conduce a aprender algo glorioso,
tanto de lo que estaba haciendo entonces, como de nuestra bendición. El interés especial de Dios está en los hijos de los
hombres; la sabiduría (Cristo es la sabiduría de Dios), el deleite diario de Jehová, regocijándose en la parte habitable de
Su tierra, antes de la creación, de manera que era el consejo y Su delicia en los hijos de los hombres. Su encarnación es
la prueba plena de esto. En Mateo tenemos a nuestro Señor, cuando Él toma Su lugar con el remanente como esto es, totalmente
revelado, y es en el Hijo tomando este lugar como hombre y siendo ungido por el Espíritu Santo, que toda la Trinidad se revela
plenamente. Ésta es una gloriosa manifestación de los modos de Dios.
El medio para esto - que incluye la redención, la destrucción del
poder de Satanás, la reconciliación del hombre por la fe, y la reconciliación de todas las cosas en el cielo y en la tierra
con Dios - no es señalado aquí. Todo dependía de la Persona y la presencia de Aquel que nació. Todo estaba envuelto en Él.
El estado de bendición nació en el nacimiento de ese niño.
Presentado a la responsabilidad del hombre, éste es incapaz de
beneficiarse de esta oportunidad, y todo fracasa. Su posición, a consecuencia de ello, llega a ser mucho peor.
Pero, estando la gracia y la bendición unidas a la persona de Aquel
recién nacido, todas sus consecuencias fluyen necesariamente. Después de todo, fue la intervención de Dios cumpliendo el consejo
de Su amor, el decidido propósito de Su buena voluntad. Y, una vez que Jesús estuvo allí, las consecuencias no podían fallar:
cualquier interrupción que pudiera haber a su cumplimiento, Jesús era su seguridad. Él había venido al mundo. Él contenía
en Su persona todas estas consecuencias, Él era la expresión de ellas. La presencia del Hijo de Dios en medio de pecadores
decía a toda inteligencia espiritual: "en la tierra paz."
"Buena voluntad
(de Dios) para con los hombres":
los consejos gloriosos
de Dios cumplidos en Jesús
La tercera cosa era la buena voluntad [8] - el afecto de Dios -
para con los hombres. Nada más sencillo, puesto que Jesús era un hombre, Él no ha venido en auxilio de los ángeles. (N. del
T. ver Hebreos 2:16).
[8] Ésta es la misma palabra que es utilizada
(N. del T.: en el texto griego) cuando se dice de Cristo: "en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17; Marcos 1:11). Es hermoso
ver la celebración, carente de celos, llevada a cabo por estos santos seres, del avance de otra raza a este exaltado lugar
por la encarnación del Verbo. Era la gloria de Dios, y eso les bastaba. Esto es muy hermoso.
Fue un testimonio glorioso que el efecto, la buena voluntad, de
Dios estaba centrado en esta pobre raza, ahora alejada de Él, pero en la cual Él se agradó cumplir todos Sus gloriosos consejos.
Así en Juan 1, la vida era la luz de los hombres.
En una palabra, se trataba del poder de Dios presente en gracia
en la Persona del Hijo de Dios participando de la naturaleza, e interesándose por la suerte de un ser que se había alejado
de Él, y haciendo de él la esfera del cumplimiento de todos Sus consejos y de la manifestación de Su gracia y Su naturaleza
a todas Sus criaturas. ¡Qué posición para el hombre! porque es precisamente en el hombre que todo esto se cumple. El universo
entero tenía que aprender en el hombre, y en lo que Dios era allí para el hombre,
aquello que Dios era en Sí mismo, y el fruto de todos Sus gloriosos consejos, así como su completo descanso en Su presencia,
conforme a Su naturaleza de amor. Todo esto estaba implícito en el nacimiento de aquel niño, a quien el mundo no prestó atención.
Maravilloso y original tema de alabanza para los santos habitantes del cielo,
¡a quienes Dios se los había dado a conocer! Era gloria en lo más alto a Dios.
La fe y el gozo
de los pastores
La fe estaba en ejercicio en aquellos sencillos israelitas a quienes
fue enviado el ángel del Señor; y ellos se regocijaron en la bendición cumplida ante sus ojos, en la cual verificaban la gracia
que Dios había mostrado anunciándola a ellos. La palabra, "como se les había dicho" (Lucas 2:20), añade su testimonio de gracia
a todo lo que disfrutamos mediante la misericordia de Dios.
El nombre del
niño; Su circuncisión bajo la ley;
la pobreza de
María
El niño recibe el nombre de Jesús el día de Su circuncisión, de
acuerdo a la costumbre hebrea (véase cap. 1:59), pero conforme a los consejos y revelaciones de Dios, comunicados por los
ángeles de Su poder. Además, todo se realizaba conforme a la ley; porque, históricamente, en el relato hallamos que todo está
aún en relación con Israel. Aquel que nacía de una mujer, nacía bajo la ley.
La condición de pobreza en la que Jesús nació también es mostrada
mediante el sacrificio ofrecido para la purificación de Su madre.
El niño reconocido
por el remanente piadoso
Pero, otro punto es resaltado aquí por el Espíritu Santo, por muy
insignificante que Él aparentemente pudiera ser, Aquel que dio ocasión para esto.
Jesús es reconocido por el remanente piadoso de Israel, hasta donde
el Espíritu Santo actúa en ellos. Él llega a ser una piedra de toque para cada alma en Israel. La condición del remanente
enseñada por el Espíritu Santo (es decir, de aquellos que habían tomado la posición del remanente) era ésta: Ellos estaban
conscientes de la miseria y ruina de Israel, pero esperaban en el Dios de Israel, confiando a Su fidelidad inmutable la consolación
de Su pueblo. Ellos decían aún: ¿Hasta cuándo? Y Dios estaba con este remanente. Él había dado a conocer, a aquellos que confiaban
en Su misericordia, la venida del Prometido, quien había de ser el cumplimiento de esta misericordia para Israel.
Así, en presencia de la opresión de los Gentiles, y de la iniquidad
de un pueblo que estaba madurando, o, más bien, ya había madurado en el mal, el remanente que confía en Dios no pierde aquello
que, como vimos en el capítulo precedente, pertenecía a Israel. En medio de la miseria de Israel, ellos tenían para su consolación
aquello que la promesa y la profecía habían declarado para la gloria de Israel.
La revelación
hecha a Simeón;
el carácter triple
de su alabanza
El Espíritu Santo había revelado a Simeón que no moriría hasta
que no hubiera visto al Señor Jesucristo. Esa fue la consolación, y fue grande. Estaba contenida en la Persona de Jesús el
Salvador, sin entrar mucho en detalles de la manera o del momento del cumplimiento de la liberación de Israel.
Simeón amaba a Israel; él podía partir en paz, puesto que Dios
le había bendecido conforme a los deseos de la fe. El gozo de la fe habita siempre sobre el Señor y sobre Su pueblo, pero
ve, en la relación que existe entre ellos, toda la magnitud de aquello que hace surgir este gozo. La salvación, la liberación
de Dios, vino en Cristo. Fue para revelación a los Gentiles, hasta entonces ocultos en las tinieblas de la ignorancia sin
ninguna revelación; y para la gloria de Israel, el pueblo de Dios. Éste es, verdaderamente, el fruto del gobierno de Dios
en Cristo, es decir, el milenio. Pero si el Espíritu reveló a este piadoso y fiel siervo del Dios de Israel el futuro que
dependía de la presencia del Hijo de Dios, Él le reveló que sostenía en sus brazos al Salvador mismo; dándole paz instantánea
y un sentido tal del favor de Dios, que la muerte perdió sus terrores. No fue un conocimiento de la obra de Jesús actuando
sobre una conciencia iluminada y convicta; pero fue el cumplimiento de las promesas a Israel, la posesión del Salvador, y
la prueba del favor de Dios, de manera que la paz que fluyó de allí llenaba su alma. Hubo las tres cosas: la profecía que
anunció la venida de Cristo, la posesión de Cristo, y el efecto de Su presencia en todo el mundo. Estamos aquí en relación
con el remanente de Israel, y, consecuentemente, no encontramos nada de la Iglesia
y de las cosas puramente celestiales. El rechazo
viene después. Aquí se trata de todo lo que pertenece al remanente, a modo de bendición, a través de la presencia de Jesús. Su obra no es el tema aquí.
El testimonio
de Simeón del Mesías en Israel
¡Qué hermosa escena y qué testimonio rendido a este niño, por la
manera en que, a través del poder del Espíritu Santo, Él llenó el corazón de este hombre santo al término de su carrera terrenal!
Observen también qué comunicaciones son hechas a este débil remanente, desconocido
en medio de las tinieblas que cubrían al pueblo. Pero el testimonio de este santo hombre de Dios (y cuán dulce es pensar cuántas
de estas almas, llenas de gracia y de comunión con el Señor, han brotado a la sombra, desconocidas para los hombres, pero
bien conocidas y amadas por Dios; unas almas que, cuando aparecen, saliendo de su retiro conforme a Su voluntad, en testimonio
a Cristo, rinden un testimonio tan bendito a una obra de Dios que sigue realizándose a pesar de todo lo que el hombre está
haciendo, y detrás de la escena dolorosa y amarga que se desarrolla en la tierra!),
el testimonio de Simeón aquí, fue más que la expresión de los pensamientos profundamente
interesantes que habían llenado su corazón en comunión entre él y Dios. Este conocimiento de Cristo y de los pensamientos
de Dios respecto a Él, que se desarrolla en secreto entre Dios y el alma, da la comprensión del efecto producido por la manifestación
al mundo de Aquel que es su objeto. El Espíritu habla de ello por boca de Simeón.
En sus palabras previas, recibimos la declaración del seguro cumplimiento
de los consejos de Dios en el Mesías, el gozo de su propio corazón. Lo que se describe ahora es, el efecto de la presentación
de Jesús, como Mesías, a Israel en la tierra. Cualquiera que pudiese haber sido el poder de Dios en Cristo para bendecir,
Él sometió el corazón del hombre a prueba. Él debe ser así - al revelar los pensamientos de muchos corazones (pues Él era
luz) y mucho más puesto que Él fue humillado en un mundo de orgullo, siendo una ocasión de caída para muchos, y el medio de
levantar a muchos de su condición caída y degradada. Y el alma de la propia María, aunque era la madre del Mesías, iba a ser
traspasada por una espada, pues su hijo iba a ser rechazado, la relación natural del Mesías con el pueblo iba a romperse y
a ser refutada. Esta contradicción de pecadores contra el Señor dejó al descubierto todos los corazones en cuanto a sus deseos,
sus esperanzas, y sus ambiciones, cualesquiera fuesen las formas de piedad que pudiesen ser asumidas.
Tal fue el testimonio rendido en Israel al Mesías, conforme a la
acción del Espíritu de Dios sobre el remanente, y en medio de la esclavitud y de la miseria de ese pueblo: el pleno cumplimiento
de los consejos de Dios hacia Israel, y hacia el mundo a través de Israel, para el gozo del corazón de los fieles que habían
confiado en estas promesas, pero como una prueba en ese momento para cada corazón por medio de un Mesías que era una señal
que era contradicha. Los consejos de Dios y el corazón del hombre fueron revelados en Él.
La profecía de
Malaquías del pueblo oculto de Dios;
Ana en el trono
de Dios
Malaquías había dicho que aquellos que temiesen al Señor en los
días malos, cuando los soberbios fuesen llamados bienaventurados, cada uno debía hablar a su compañero. (Malaquías 3:16).
Este tiempo había llegado en Israel. Desde Malaquías hasta el nacimiento de Jesús, sólo hubo la transición de Israel de su
miseria a su orgullo - un orgullo, además, que estaba despuntando incluso en tiempos del profeta. Aquello que él dijo del
remanente, también se estaba cumpliendo; ellos "hablan cada uno a su compañero." Vemos que se conocían el uno al otro, en
este hermoso cuadro del pueblo oculto de Dios: (Ella) "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Israel."
(Lucas 2:38). Ana, una viuda santa, que no se apartaba del templo, y la cual sentía profundamente la miseria de Israel, había
asediado el trono de Dios con un corazón viudo, para un pueblo del cual Dios no era ya más un esposo, sino que era realmente
viudo como ella, y ella da a conocer ahora a todos los que sopesaban juntos estas cosas, que el Señor había visitado Su templo.
Habían estado esperando la redención en Jerusalén; y ahora el Redentor - desconocido
para los hombres - estaba allí. ¡Qué tema de gozo para este pobre remanente! ¡Qué respuesta para su fe!
El regreso a Nazaret;
la perfección de la obediencia
del Señor como
niño y como hombre
Pero, después de todo, Jerusalén no era el lugar donde Dios visitó
al remanente de Su pueblo, sino el asiento del orgullo de aquellos que decían "el santuario del Señor." (Lucas 1:9). Y José
y María, habiendo llevado a cabo todo lo que la ley requería, regresaron con el niño Jesús a tomar su lugar junto con Él en el despreciado lugar (Nazaret) que debía darle Su nombre, y en aquellas regiones donde el remanente
despreciado, los pobres del rebaño, tenían su morada, y donde el testimonio de Dios había anunciado que aparecería la luz.
Allí transcurrieron Sus primeros años, creciendo física y mentalmente
en la verdadera humanidad que Él había asumido. ¡Simple y precioso testimonio! Pero Él no era menos consciente de que llegaría
el momento de hablar a los hombres, de Su verdadera relación con Su Padre. Las dos cosas están unidas en lo que se dice al
final del capítulo. En el desarrollo de Su humanidad, se manifiesta el Hijo de Dios en la tierra. José y María, quienes (al
tiempo que se maravillaban ante todo lo que le sucedía a Él) no acababan de conocer por la fe Su gloria, culpan al niño de
acuerdo a la posición en la que formalmente estaba ante ellos. Pero esto brinda la ocasión para que se manifieste en Jesús
otro carácter de perfección. Si Él era el Hijo de Dios y tenía plena conciencia de ello, Él era también era el hombre obediente, esencialmente y siempre perfecto y sin pecado - un niño obediente, cualquiera
fuese el sentido que tuviera también de otra relación disociada en sí misma del
sometimiento a padres humanos. La conciencia de lo uno, no dañaba Su perfección en lo otro. El hecho de ser Él el Hijo de
Dios, afianzaba Su perfección como un hombre y como un niño en la tierra.
La relación del
Señor con Su Padre
Pero hay otra cosa importante a observar aquí: y es, que esta posición
no tenía nada que ver con que Él fuese ungido con el Espíritu Santo. Él cumplió, no hay duda, el ministerio público en el
que más tarde entró conforme al poder y a la perfección de esa unción; pero Su relación con Su Padre pertenecía a Su misma
Persona. El vínculo existía entre Él y Su Padre. Él era plenamente consciente de ello,
cualesquiera fueran los medios o las formas de su manifestación pública, y también era consciente del poder de Su ministerio.
Él era todo lo que un niño debía ser; pero era el Hijo de Dios quien era de esta forma. Su relación con Su Padre le era tan
bien conocida, así como Su obediencia a José y a Su madre era hermosa, adecuada
y perfecta.
El curso único
e incomparable del divino Salvador,
el Hijo del Hombre
Aquí concluimos esta emotiva y divina historia del nacimiento y
de los tempranos días del Salvador divino, el Hijo del Hombre. Es imposible tener nada de más profundo interés. A partir de
ahora, es en Su ministerio y en Su vida pública que le hallaremos, rechazado por los hombres, pero cumpliendo los consejos
y la obra de Dios; separado de todo, a fin de hacer esto en el poder del Espíritu Santo, que le fue dado sin medida, para
llevar a cabo ese curso que no puede ser comparado con nada, con respecto al cual sería rebajar la verdad, si lo llamáramos
interesante. Es el centro y el medio, incluyendo Su muerte, Su ofrecimiento sin mancha a Dios - y los únicos medios posibles
- de toda relación entre nuestras almas y Dios; la perfección de la manifestación de Su gracia, y el fundamento de toda relación
entre cualquier criatura y Él.
Capítulo 3
Las circunstancias
que rodean el ejercicio del ministerio
de la Palabra
y la presentación del Señor en el mundo
En este capítulo hallamos el ejercicio del ministerio de la Palabra
hacia Israel, y eso para la presentación del Señor en este mundo. No se trata de las promesas a Israel y los privilegios asegurados
a ellos por Dios, ni del nacimiento de ese niño quien era heredero de todas las promesas; el imperio, un testimonio mismo
de la cautividad de Israel, era un instrumento para el cumplimiento de la Palabra con respecto al Señor. Los años se cuentan
aquí conforme al reinado de los Gentiles. Judea es una provincia en manos del imperio Gentil, y las otras partes de Canaán
están divididas bajo diferentes autoridades subordinadas al imperio.
No obstante, el sistema Judío continúa, y los sumos sacerdotes
estaban allí para llevar la cuenta de los años de su sometimiento a los Gentiles mediante sus nombres y, al mismo tiempo,
para preservar el orden, la doctrina, y las ceremonias de los Judíos, tanto como fuese posible hacerlo en sus circunstancias en ese período.
El mensaje de
Jehová a Su pueblo
acerca de que
Él mismo vendría
Ahora bien, la Palabra de Dios es siempre segura, y es cuando las
relaciones de Dios con Su pueblo fracasan en el aspecto de la fidelidad de ellos, que Dios mantiene soberanamente Su relación
por medio de comunicaciones a través de un profeta. Su Palabra soberana mantiene esta relación cuando no existen otros medios.
Pero en este caso, el mensaje de Jehová a Su pueblo tenía un carácter
peculiar, pues Israel estaba ya arruinado, al haber abandonado al Señor. La bondad de Dios había dejado aún a Su pueblo exteriormente
en su tierra, pero el trono del mundo fue transferido a los Gentiles. Israel era ahora llamado al arrepentimiento, a ser perdonado,
y a tomar un nuevo lugar por medio de la venida del Mesías.
Por consiguiente, el testimonio de Dios no está relacionado con
Sus ordenanzas en Jerusalén, aunque los justos se sometan a ellas. Ni tampoco el profeta los llama a que regresen a la antigua
fidelidad en el terreno sobre el cual ellos estaban. Se trata de Su voz en el desierto, enderezando sus sendas, a fin de que
Él pudiera venir, desde fuera, a aquellos que se arrepintieran y se preparasen para Su venida. Además, como era Jehová mismo
quien venía, Su gloria no debía ser confinada a los estrechos límites de Israel. Toda carne vería la salvación obrada por
Dios. La condición de la propia nación era aquella fuera de la cual Dios los llamaba a venir al arrepentimiento, proclamando
la ira que estaba a punto de caer sobre un pueblo rebelde. Además, si Dios venía, Él desearía realidades, los verdaderos frutos
de justicia, y no el mero nombre de un pueblo. Y Él vino en Su poder soberano, que es capaz de levantar de la nada aquello
que Él desearía tener ante Sí. Dios viene, y Él desearía justicia en cuanto a la responsabilidad del hombre, porque Él es
justo. Podía levantar simiente a Abraham por Su divino poder, y hacerlo de las mismas piedras, si así lo creía conveniente.
Es la presencia, la venida de Dios mismo, lo que caracteriza aquí todo.
La conciencia
de todos es advertida de que
el juicio es inminente
Ahora bien, el hacha ya estaba puesta a la raíz de los árboles,
y cada cual iba a ser juzgado según sus frutos. Era en vano alegar que ellos eran Judíos; si gozaban de este privilegio, ¿dónde
estaban los frutos de este privilegio? Pero Dios no aceptaba ningún fruto que fuese conforme a la valoración hecha por el
hombre acerca de la justicia y el privilegio, ni del orgulloso juicio que los justos ante sus propios ojos podían formarse
sobre los demás. Él se dirigió a la conciencia de todos.
Conforme a esto, los publicanos, objetos del odio de los Judíos,
como instrumentos de la opresión fiscal de los Gentiles, y los soldados, los cuales ejecutaban las órdenes arbitrarias de
los reyes, impuestas sobre el pueblo por voluntad de Roma, o la de los gobernantes paganos, eran exhortados a actuar de acuerdo
con aquello que el verdadero temor de Dios produciría, en contraste con la iniquidad practicada habitualmente de acuerdo a
la voluntad del hombre; la multitud era exhortada a que practicase la caridad, mientras las personas, consideradas como un
pueblo, eran tratadas como una generación de víboras, sobre quienes venía la ira de Dios. La gracia trató con ellos avisándolos
del juicio, pero el juicio era inminente.
Resumen de los
versículos 3 al 17 del capítulo 3
De este modo, desde el versículo 3 al 14, tenemos estas dos cosas:
- en los versículos
3-6, la posición de Juan hacia el pueblo como tal, en el pensamiento de que Dios mismo pronto aparecería;
- en los versículos
6-14, su apelación a la conciencia de los individuos; en los versículos 7-9,
les enseña que los privilegios formales del pueblo no proveerían ningún refugio en presencia del Dios santo y justo, y que
el ampararse en el privilegio nacional solamente era traer ira sobre ellos - pues la nación estaba bajo el juicio y expuesta
a la ira de Dios. En el versículo 10 él entra a los detalles. En los versículos 15-17 la pregunta acerca del Mesías es resuelta.
Dios mismo estaba
viniendo
Sin embargo, el gran asunto de este pasaje - la gran verdad que
el testimonio de Juan manifestó ante los ojos del pueblo - era que Dios mismo estaba viniendo. El hombre tenía que
arrepentirse. Los privilegios, concedidos entretanto como medios de bendición, no podían alegarse contra la naturaleza y justicia
de Aquel que venía, ni podían destruir el poder mediante el cual Él podía crear un pueblo según Su propio corazón. No obstante,
la puerta del arrepentimiento estaba abierta conforme a Su fidelidad hacia un pueblo que Él amaba.
La obra especial
del Mesías
Pero había una obra especial para el Mesías según los consejos, la sabiduría y la gracia de Dios. Él bautizaba con
el Espíritu Santo y con fuego. Es decir, Él introdujo el poder y el juicio que disipaba el mal, sea en santidad y en bendición,
o en destrucción.
Él bautiza con el Espíritu Santo. Esto no significa meramente una renovación de deseos, sino poder, en gracia, en medio
del mal.
Él bautiza con fuego. Esto es juicio que consume el mal.
Este juicio se aplica así a Israel, Su era. Él recogería Su trigo y lo aseguraría en otro lugar; la paja debía ser
quemada en el juicio.
El fin del testimonio de Juan; el principio de la
identificación del Señor con Su pueblo
Pero al fin, Juan es encerrado en la cárcel por la cabeza regia del pueblo. No significa que este suceso ocurriera
históricamente en ese momento; pero el Espíritu de Dios presentaba moralmente el fin de su testimonio, para
que comenzara la vida de Jesús, el Hijo del Hombre, pero nacido Hijo de Dios en este mundo.
Es en el versículo 21 donde esta historia comienza, y de una manera
a la vez maravillosa y llena de gracia. Dios, por medio de Juan el Bautista, había llamado a Su pueblo al arrepentimiento;
y aquellos en quienes Su Palabra produjo su efecto, acudieron para ser bautizados por Juan. Era la primera señal de vida y
de obediencia. Jesús, perfecto en vida y en obediencia, descendido en gracia para el
remanente de Su pueblo, va allá, tomando Su lugar con ellos, y es bautizado con el bautismo de Juan, al igual que ellos.
¡Emocionante y maravilloso testimonio! Él no ama a distancia, ni ama meramente concediendo el perdón; Él viene por gracia
al lugar mismo donde el pecado de Su pueblo los había llevado, conforme al sentido de ese pecado al que el poder conversivo
y vivificante de su Dios les había llevado. Él conduce allí a Su pueblo por gracia, pero los acompaña cuando ellos se van.
Toma Su lugar con ellos en todas las dificultades del camino, y va a enfrentar con ellos todos los obstáculos que se presentan; identificándose verdaderamente con el pobre remanente, aquellos íntegros
de la tierra, para quienes es toda Su complacencia, llama a Jehová Su Señor; y despojándose a Sí mismo, sin decir que Su bondad
se extendía a Dios, sin tomar Su eterno lugar con Dios, sino el lugar de la humillación; y, por esta misma razón, de perfección
en la posición a la cual Él se había humillado a Sí mismo, pero una perfección que reconocía la existencia del pecado, debido
a que, de hecho, había pecado, y esto hizo que el remanente necesitara ser consciente de ello al regresar a Dios. Ser conscientes de ello era el comienzo del bien. A partir de aquí, Él podía
ir con ellos. Pero en Cristo, no obstante lo humilde que la gracia pudiese ser, al tomar esta senda con ellos, se trataba
de la gracia que obraba en justicia; pues en Él era amor y obediencia, y el camino en el cual glorificaba a Su Padre. Él entró
por la puerta.
Con el remanente;
el cielo se abre sobre la gracia
y la perfección
de Jesús
Jesús, por lo tanto, al tomar este lugar de humillación que el
estado del pueblo amado requería, y al cual le llevó la gracia, se encontró en
el lugar del cumplimiento de la justicia, y de toda la buena voluntad del Padre, de la cual Él se convirtió así en su objeto,
en este lugar.
El Padre podía reconocerle como Aquel que satisfacía Su corazón
en el lugar donde se encontraban el pecado y, al mismo tiempo, los objetos de Su gracia, para poder dar libre curso a Su gracia.
La cruz fue el total cumplimiento de esto. Diremos una palabra sobre la diferencia cuando hablemos de la tentación del Señor;
pero es el mismo principio en cuanto a la amorosa voluntad y a la obediencia del Señor. Cristo estaba aquí con el remanente,
en vez de ser sustituido por ellos, y Él situado en el lugar de ellos para
expiar el pecado; pero el objeto del deleite del Padre había tomado, en gracia, Su lugar con el pueblo, contemplados como
confesando sus pecados [9] delante de Dios, y presentándose ellos a Dios tan interesado en ellos, mientras realmente esto
salía moralmente de ellos, y con corazón renovado para confesarlos, sin lo cual el Señor no podría haber estado en medio de
ellos, excepto como testigo para predicarles proféticamente la gracia.
[9] Él tomó este lugar en el remanente fiel
y con el remanente fiel, en el acto que los distinguía de aquellos que no se arrepentían, pero que era el lugar correcto del
pueblo, el primer acto de la vida espiritual. El remanente con Juan es el Judío verdadero que toma su verdadero lugar con
Dios. Cristo entra con ellos en esto.
Jesús, habiendo tomado esta posición y habiendo orado - apareciendo
como el hombre piadoso, dependiente de Dios y alzando Su corazón a Dios, así, también, la expresión de la perfección en esa
posición - el cielo es abierto a Él. Por el bautismo Él tomó Su lugar con el remanente; al orar - estando allí - exhibió la
perfección en Su propia relación con Dios. La dependencia, y el corazón que sube a Dios, como la primera cosa y como la expresión,
por decirlo así, de la existencia de esta dependencia, es la perfección del hombre aquí abajo; y, en este caso, del hombre
en circunstancias tales como éstas. Aquí, entonces, los cielos pueden abrirse. Y observen, no son los cielos abriéndose para
buscar a alguien alejado de Dios, ni es la gracia abriendo el corazón ante un sentimiento determinado; sino que fueron la
gracia y la perfección de Jesús las que causaron que los cielos se abrieran. Como está escrito: "Por eso me
ama el Padre, porque yo pongo mi vida." (Juan 10:17). Así también es la perfección positiva de Jesús [10] que es la razón
de que los cielos se abriesen. Observemos también aquí que, una vez presentado este principio de reconciliación, los cielos
y la tierra no están tan distantes el uno del otro. Es cierto que, hasta después de la muerte de Cristo, esta intimidad debe
centrarse en la Persona de Jesús y realizada por Él solo, pero eso incluía todo el resto. La proximidad se estableció, aunque
el grano de trigo tenía que quedar solo, hasta que 'cayese en tierra y fructificara.' No obstante, los ángeles, como hemos
visto, podían decir: "en la tierra paz, buena voluntad [de Dios] para con los hombres." Y vemos a los ángeles con los pastores,
y a las huestes celestiales, mirando y oyendo acerca de la tierra, alabando a Dios por lo que había tenido lugar; y aquí,
los cielos se abren sobre el hombre, y vemos el Espíritu Santo descendiendo visiblemente sobre Él.
[10] Observen aquí que Cristo no tiene ningún
objeto en el cielo donde fijar Su atención, como Esteban; Él es el objeto del cielo. Así lo fue para Esteban por el Espíritu
Santo, cuando los cielos fueron abiertos al santo. Su Persona siempre es claramente evidente, incluso cuando Él sitúa a Su
pueblo en el mismo lugar con Él, o cuando se relaciona con ellos. Vean acerca de esto en el comentario sobre el Evangelio
de Mateo.
Examinemos la importancia de este último caso. Cristo ha tomado
Su lugar con el remanente en su condición débil y humilde, pero cumpliendo toda justicia en ello. Todo el favor del Padre
reposa sobre Él, y el Espíritu Santo desciende para sellarle y ungirle con Su presencia y Su poder. Hijo de Dios, hombre en
la tierra, el cielo se abre a Él, y todo el afecto del cielo se centra sobre Él, y sobre Él asociado con los Suyos. [11] El
primer paso que hacen estas almas humilladas en la senda de la gracia y de la vida, es hallar a Jesús con ellos, y al estar
Él allí, encuentran el favor y el deleite del Padre, y la presencia del Espíritu Santo. Y recordemos siempre que es sobre
Él como hombre, al tiempo que Hijo de Dios.
[11] Yo no hablo aquí de la unión de la Iglesia
con Cristo en el cielo, sino que hablo de Él tomando Su lugar con el remanente, el cual acude a Dios por medio de la gracia,
conducido por la eficacia de Su Palabra, y por el poder del Espíritu. Ésta es la razón por la que entiendo que hallamos a
toda la gente bautizada, y entonces Jesús viene y se asocia con ellos.
Jesús como la
medida de la posición del hombre
acepto ante Dios
Tal es la posición del hombre aceptado delante de Dios. Jesús es
la medida, la expresión. Tiene estas dos cosas - el deleite del Padre, y el poder y el sello del Espíritu Santo; y ello en
este mundo, y conocido por aquel que lo disfruta. Existe ahora esta diferencia, ya hecha notar, y es que nosotros miramos
por el Espíritu Santo dentro del cielo donde Jesús está, pero tomamos Su lugar aquí abajo.
Contemplemos así al hombre en Cristo - los cielos abiertos - el
poder del Espíritu Santo sobre Él y en Él - el testimonio del Padre y la relación del Hijo con el Padre.
La genealogía
de Cristo en Lucas; el postrer Adán
Se observará que aquí se retrocede en el curso de la genealogía
de Cristo, no hasta Abraham y David, para que Él fuera el heredero de las promesas según la carne, sino hasta Adán, a fin
de mostrar al verdadero Hijo de Dios como hombre en la tierra, donde el primer Adán perdió su título, tal como sucedió. El
postrer Adán, el Hijo de Dios, estaba allí, aceptado por el Padre, y preparándose para hacer suyas las dificultades a las
cuales la caída del primer Adán había llevado a los de su raza que se acercaban a Dios bajo la influencia de Su gracia.
El enemigo, a través del pecado, estaba en posesión del primer
Adán; y Jesús debía obtener la victoria sobre Satanás si iba a liberar a los que estaban bajo su poder. Debía atar al hombre
fuerte. Conquistarle en forma práctica es la segunda parte de la vida Cristiana. El gozo en Dios, el conflicto con el enemigo,
forman la vida del redimido sellado con el Espíritu Santo y caminando mediante Su poder. En ambas de estas cosas el creyente
está con Jesús, y Jesús con él.
Capítulo 4
Probado por el
enemigo
El desconocido Hijo de Dios en la tierra, Jesús, es llevado al
desierto por el Espíritu Santo, con quien Él había sido sellado, para padecer la tentación del enemigo, bajo la cual Adán
cayó. Pero Jesús soportó esta tentación en las circunstancias en que nosotros estamos, no en aquellas en las que Adán estuvo,
es decir, que Él la sintió en todas las dificultades de la vida de fe, tentado en todos los puntos como lo somos nosotros,
sin excepción. Tengan en cuenta aquí que no se trata de la esclavitud del pecado, sino de conflicto. Cuando se trata de esclavitud,
es un asunto de liberación, no de conflicto. Fue en Canaán donde Israel luchó. Ellos fueron liberados de Egipto; no lucharon
allí.
El orden moral
de las tentaciones;
sencilla obediencia
a la Palabra de Dios
En Lucas, las tentaciones están ordenadas según su orden moral:
primero, aquellas que necesitaban las necesidades corporales; segundo, el mundo; tercero, la sutileza espiritual. En cada
una el Señor mantiene la posición de obediencia y de dependencia, dando a Dios y a Sus comunicaciones con el hombre - es decir,
Su Palabra - su verdadero lugar. Principio simple, que nos ampara en cada ataque, pero el cual también, pero su misma simplicidad,
¡es perfección! No obstante, recordemos que el caso es éste, porque elevarnos a nosotros mismos a alturas maravillosas no
es lo que se requiere de nosotros, sino que sigamos aquello que se aplica a nuestra condición humana como la regla normal
para su conducción. Es obediencia, dependencia - no haciendo nada excepto lo que Dios quiere, y teniendo confianza en Él.
Este andar incluye a la Palabra. Pero la Palabra es la expresión de la voluntad, la bondad y la autoridad de Dios, aplicables
a todas las circunstancias del hombre tal como es. Demuestra que Dios se interesa en todo lo que le concierne: entonces, ¿por
qué debería actuar el hombre por sí mismo sin mirar a Dios ni a Su Palabra? ¡Lamentablemente! hablando de los hombres en general,
¡ellos son voluntariosos! Someterse y ser dependientes es precisamente aquello que no harán. Tienen demasiada enemistad con
Dios como para confiar en Él. Fue esto, por lo tanto, lo que distinguió al Señor. Dios podía otorgar el poder para efectuar
un milagro sobre quien Él quisiera. Pero un hombre obediente, que no tenía voluntad para hacer nada con respecto a lo cual
la voluntad de Dios no fuera expresada, un hombre que vivía por la Palabra, un hombre que vivía en completa dependencia de
Dios y tenía una confianza perfecta, que no requería ninguna otra prueba de la fidelidad de Dios aparte de Su Palabra, ningún
otro medio de certeza de que Él intervendría aparte de Su promesa de hacerlo, y que esperaba esa intervención en el camino
de Su voluntad - aquí había algo más que poder. Ésta era la perfección del hombre, en el lugar donde el hombre estaba (no
simplemente inocencia, porque la inocencia no necesita confiar en Dios en medio de dificultades, y dolores, e interrogantes
originados por el pecado, y por el conocimiento del bien y del mal), y una perfección
que refugiaba a uno que la poseyera de cada ataque que Satanás pudiera lanzarle; porque, ¿qué podía hacer él contra uno que
no traspasaba nunca la voluntad de Dios, y para quien esa voluntad era el único el motivo para la acción? Además, el poder
del Espíritu de Dios estaba allí. Conforme a esto, vemos que la obediencia sencilla dirigida por la Palabra es la única arma
empleada por Jesús. Esta obediencia requiere dependencia de Dios, y confianza en Dios, para llevarla a cabo.
Él vive por la Palabra: esto es dependencia. No tentará (o sea,
no pondrá a Dios a prueba) ver si Él es fiel: esto es confianza.
Él actúa cuando Dios quiere, y porque Él quiere, y hace aquello
que Dios quiere. Deja todo lo demás en manos de Dios. Esto es obediencia; y, observen, la obediencia no como sumisión a la
voluntad de Dios donde hubiese un adversario, sino donde la voluntad de Dios fuese el único motivo para la acción. Somos santificados
para la obediencia de Cristo.
Satanás vencido
Satanás es vencido y carece de poder ante este postrer Adán, el
cual actúa conforme al poder del Espíritu, en la posición en la que se halla el hombre, por los medios que Dios le ha dado
al hombre, y en las circunstancias en que Satanás ejercita su poder. Pecado no había ninguno, o esto hubiera sido rendirse,
no conquistar. El pecado fue aislado por la obediencia.
Pero Satanás es vencido en las circunstancias de tentación en las que se halla el hombre. La necesidad corporal, que
se habría convertido en codicia si el yo hubiera entrado en ello, en lugar de la dependencia de la voluntad de Dios; el mundo
y toda su gloria, el cual, siendo el objeto de la codicia del hombre, es, de hecho, el reino de Satanás (y es a ese terreno al que Satanás intentó llevar a Jesús, y mostró que era Satanás mismo al hacerlo así); y, por último,
la propia exaltación de manera religiosa a través de las cosas que Dios nos ha dado - estos fueron los puntos del ataque del
enemigo. Pero Jesús nunca buscó nada para Sí mismo.
Con el remanente,
y solo
Hemos encontrado, entonces, en estas cosas que hemos estado contemplando,
a un hombre lleno del Espíritu Santo, y nacido del Espíritu Santo en la tierra, perfectamente agradable a Dios y el objeto
de Su afecto, Su Hijo amado, en la posición de dependencia; y un hombre, el conquistador de Satanás en medio de aquellas tentaciones
por las cuales él usualmente gana ventaja sobre el hombre - conquistador en el poder del Espíritu, y haciendo uso de la Palabra,
como dependiente, obediente, y confiando en Dios en las circunstancias ordinarias del hombre. En la primera posición, Jesús
permaneció con el remanente; en la segunda, estuvo solo - como en Getsemaní y en la cruz. No obstante, fue por nosotros; y, aceptados como Jesús, tenemos, en cierto sentido, un enemigo al cual vencer. Pero es un enemigo
conquistado al que resistimos en la fuerza del Espíritu Santo, quien nos es dado en virtud de la redención. Si le resistimos,
él huye; porque se ha enfrentado con su conquistador. La carne no
le resiste. Él encuentra a Cristo en nosotros. La resistencia en la carne no conduce a la victoria.
El primer Adán,
fracaso;
el postrer Adán,
el Conquistador de Satanás
Jesús conquistó al hombre fuerte y entonces saqueó sus bienes;
pero fue en tentación, obediencia, careciendo de voluntad excepto de la de Dios, dependencia, fue el uso de la Palabra, fue permaneciendo en sujeción a Dios, la forma en que Jesús obtuvo la victoria sobre él.
En todo esto fracasó el primer Adán. Después de la victoria de Cristo, nosotros también obtenemos victorias reales como siervos
de Cristo, o más bien los frutos de la victoria ya ganados en la presencia de Dios.
El Señor ha tomado ahora Su lugar, por así decirlo, para la obra
del postrer Adán - el Hombre en quien está el Espíritu sin medida, el Hijo de Dios en este mundo por Su nacimiento. Él ha
tomado este lugar como la simiente de la mujer (no obstante, concebido por el Espíritu Santo); Él ha tomado este lugar como
el Hijo de Dios perfectamente agradable a Dios en Su Persona como hombre aquí abajo; y lo ha tomado también como el conquistador
de Satanás. Reconocido como Hijo de Dios, y sellado con el Espíritu Santo por Su Padre, habiéndose abierto los cielos a Él
como hombre, se recorre el curso de Su genealogía hasta Adán; y, el descendiente de Adán, sin pecado, lleno del Espíritu Santo,
Él conquista a Satanás (como el hombre obediente, no teniendo otro motivo sino la voluntad de Dios), y se propone cumplir,
como hombre, la obra que Dios Su Padre le encomendó en este mundo, por el poder del Espíritu Santo.
El regreso a Galilea
en el poder del Espíritu
Él regresa, en el poder del Espíritu, a Galilea [12], y Su fama
se difunde por toda la región de alrededor.
[12] Y noten aquí que, como ungido con el Espíritu
Santo y conducido por Él, va para ser tentado, y regresa en su poder. Nada se perdió, y este poder se mostró, tanto en el
aparente resultado negativo de vencer, como en la manifestación milagrosa de poder más tarde sobre los hombres.
El anuncio del
cumplimiento de las promesas de Dios
en gracia y bendición
Él se presenta en este carácter: "El Espíritu del Señor está sobre
mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, ...
a predicar el año agradable del Señor." Aquí, Él se detiene. Lo que sigue en lo expresado por el profeta, respecto a la liberación
de Israel por el juicio que los venga de sus enemigos, es omitido por el Señor. Ahora, Jesús no anuncia promesas, sino Su
cumplimiento en gracia mediante Su propia presencia. El Espíritu está sobre este hombre, lleno de gracia; y el Dios de gracia
manifiesta Su bondad en Él. El tiempo de la liberación ha llegado; el instrumento de Su favor a Israel está allí en medio
de ellos.
El examen de la profecía hace que este testimonio sea mucho más
notable, en que el Espíritu, habiendo declarado el pecado del pueblo y su juicio, en los capítulos que preceden estas palabras,
habla (al presentar al Cristo, al Ungido) solamente de gracia y bendición a Israel: si hay venganza, debe ser ejecutada sobre
sus enemigos para la liberación de Israel.
La manifestación
perfecta de la gracia es rechazada;
el resultado
Pero aquí se trata de la gracia en Su Persona, este hombre, lleno
del Espíritu Santo, para proclamar la misericordia de un Dios que es fiel a Sus promesas, y para consolar y levantar a los
oprimidos y a los pobres en espíritu. La bendición estaba allí, presentándose delante de ellos. Podían no entenderla, pero
no reconocen al Hijo de Dios. "¿No es éste el hijo de José?" Tenemos aquí toda la historia de Cristo - la manifestación perfecta
de la gracia en medio de Israel, Su tierra, y Su pueblo; y ellos no le conocieron. "Ningún profeta es acepto en su propia
tierra."
Pero este rechazo abrió el camino a una gracia que traspasaba los
límites que un pueblo rebelde le establecería. La mujer de Sarepta, y Naamán, fueron testimonios de esta gracia.
La ira llena los corazones de aquellos que rechazan la gracia.
Incrédulos, e incapaces de discernir la bendición que los había visitado, no aceptarán que ésta vaya a lugares vecinos. El
orgullo que los hacía incapaces de apreciar la gracia no escucharía sus comunicaciones para los demás.
Ellos buscan destruir a Jesús, pero Él sigue Su camino. Aquí es
trazada toda la historia de Jesús entre el pueblo.
Los hechos y curaciones
que caracterizan el ministerio
de gracia del
Señor
Él siguió Su camino; y el Espíritu nos preserva los hechos y las
curaciones que caracterizan a Su ministerio en el aspecto de la eficacia de la gracia, y la extensión de ella a otros además
de Israel.
Había poder en Aquel cuya gracia fue rechazada. Reconocido por
los demonios, aunque no por Israel, Él los expulsa con una palabra. Él sana al enfermo. Todo el poder del enemigo, todos los
tristes efectos exteriores del pecado, desaparecen ante Él. Él sana, Él se retira; y cuando le ruegan que se quede (el efecto
de Sus obras que le procuraron ese honor del pueblo que Él no buscaba), se marcha para trabajar en otra parte en el testimonio
que le fue encomendado. Él busca cumplir Su obra, y no que le honren.
Él predica en todas partes entre el pueblo. Echa fuera al enemigo,
quita el sufrimiento y anuncia la bondad de Dios a los pobres.
Capítulo 5
Otros son llamados
a asociarse con Él en su obra gloriosa
Siendo hombre, Él vino para los hombres. Asociará a con otros con
Él en esta obra gloriosa, en este capítulo. Tiene derecho a hacerlo. Si, en gracia, Él es un Siervo, lo es conforme al pleno
poder del Espíritu Santo. Él obra un milagro bien adaptado para impresionar a aquellos que llamaría, y que les hizo sentir
que todo estaba a Su disposición, que todo dependía de Él, que donde el hombre no podía hacer nada, Él podía hacerlo todo.
Pedro, impresionado en la conciencia por la presencia del Señor, confiesa su
indignidad, pero atraído por la gracia va a Cristo. La gracia le levanta, y lo designa para hablar de ello a los demás - pescar
hombres. Ya no se trataba de un predicador de justicia entre el pueblo de Dios, sino de uno que capturó en Su red a los que
estaban lejos. Él atraía hacia Sí mismo, como la manifestación en la tierra del poder y del carácter de Dios. Era la gracia
la que estaba allí.
La obra de gracia
del Omnipotente
que no puede contaminarse
Él estaba allí con la voluntad y el poder para sanar aquello que
era una figura del pecado, e incurable a menos que Dios interviniera. Pero Dios había intervenido; y en gracia Él puede decir,
y dice, a uno que reconoció Su poder pero dudaba de Su voluntad: "Quiero, sé limpio." [13] Con todo, Él se sometió a las ordenanzas
Judías como uno que obedece a la ley. Jesús oró, como un hombre dependiente de Dios. Ésta era Su perfección como hombre nacido
bajo la ley. Además, le era necesario reconocer las ordenanzas de Dios, todavía no abrogadas por Su rechazo. Esta obediencia
como hombre llegó a ser un testimonio, pues el poder de Jehová solo podía sanar la lepra, y Él la había sanado, y los sacerdotes
tuvieron que reconocer aquello que se había hecho.
[13] Si un hombre tocaba a un leproso, él era
impuro. Pero aquí la gracia obra, y Jesús, quien no podía contaminarse, toca al leproso (Dios en gracia, que no se puede contaminar,
pero un hombre tocando lo contaminado para limpiarlo).
El Hijo del Hombre
ejercitando Su poder y derechos
como Jehová para
perdonar pecados
Pero Él trae perdón así como purificación. Él da prueba
de esto quitando toda enfermedad e impartiendo fortaleza a uno que no tenía ninguna. No se trataba de la doctrina de
que Dios podía perdonar. Ellos creyeron eso. Pero Dios había intervenido, y el
perdón estaba presente. Ya no tendrían que esperar que llegase el día postrero, ni esperar el día del juicio, para conocer
su condición. No se necesitaría un Natán que viniese y publicase este perdón de parte de un Dios que estaba en el cielo, mientras
Su pueblo estaba en la tierra. El perdón había venido, en la Persona del Hijo del Hombre que descendió a la tierra. En todo
esto, Jesús da pruebas del poder y de los derechos de Jehová. En este ejemplo fue el cumplimiento del Salmo 103:3; pero, al
mismo tiempo, Él da por cumplidas estas pruebas mediante el poder del Espíritu Santo, sin medida en el hombre, en Su propia
Persona, el verdadero Hijo de Dios. El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados: de hecho, Jehová
había venido, como un hombre en la tierra. El Hijo del Hombre estaba allí ante sus ojos,
en gracia, para ejercer ese poder - una prueba de que Dios los había visitado.
El poder de la
gracia exhibido en medio de Israel
En ambos de estos ejemplos [14], el Señor, mientras manifiesta
un poder apto para extenderse, y que se iba a extender, más allá de esta esfera, exhibe este poder en relación con Israel.
[14] El llamamiento de Pedro es más general
en este aspecto, en que está relacionado con la Persona de Cristo. No obstante, aunque era un pescador de hombres (una palabra
utilizada, evidentemente, en contraste con los peces con los que él estaba ocupado), él ejerció su ministerio más particularmente
con respecto a Israel. Pero era el poder en la Persona de Cristo que gobernaba su corazón; de manera que era fundamentalmente
la cosa nueva, pero hasta ahora en su relación con Israel, al tiempo que se extendía más allá de ellos. Es al final del capítulo
7 y en el capítulo 8 donde entramos en el terreno fuera de los estrechos límites de Israel.
La purificación era una prueba del poder de Jehová en medio de
Israel, y el perdón estaba relacionado con Su gobierno en Israel, y, por lo tanto, demostrado a través de la sanación perfecta
del hombre enfermo, conforme al Salmo 103:3, ya citado [15], Sin duda, estos derechos no se limitaban a Israel, pero en ese
momento eran ejercidos en relación con esta nación. Él limpió, en gracia, aquello que Jehová solo podía limpiar. Perdonó lo
que Jehová solo podía perdonar, llevándose toda la consecuencia de su pecado. Era, en este sentido, un perdón gubernamental;
el poder de Jehová presente, para restaurar y restablecer plenamente a Israel, dondequiera, por lo menos, que la fe obtuviera
beneficio de ello. Más tarde, veremos el perdón para la paz en el alma.
[15] Comparen con Job 33, Job 36 y Santiago
5:14-15: el primero, fuera de las dispensaciones, y Santiago, bajo el Cristianismo. En Israel, es el Señor mismo en gracia
soberana.
Gracia extendida
más allá de Israel
El llamamiento de Leví, y lo que sigue, demuestra que este poder
no sólo había de extenderse fuera de Israel, sino que el vaso viejo no era capaz de contenerlo. Debía formar un vaso nuevo
para sí.
La perseverancia
de la fe y el poder de Dios
Podemos observar aquí también, por otro lado, que la fe está caracterizada
por la perseverancia. Consciente del mal, un mal sin remedio, y en la convicción de que hay Uno allí que puede sanarlo, la
fe no se deja desanimar - no retarda el alivio de su necesidad. Ahora bien, el
poder de Dios estaba allí para satisfacer esta necesidad.
Esto finaliza esa parte de la narración que revela, de manera positiva,
el poder divino, visitando la tierra en gracia, en la Persona del Hijo de Dios, y ejercido en Israel, en la condición en que
este poder los halló.
El carácter distintivo
de la primera parte del ministerio
del Señor en poder
y gracia
Lo que viene a continuación caracteriza el ejercicio de esto en
contraste con el Judaísmo. Pero aquello que ya hemos examinado se divide en dos partes, teniendo distintos caracteres dignos
de mención. En primer lugar, desde el capítulo 4: 31-41, se trata del poder del Señor manifestándose de Su parte, triunfando
(sin ninguna relación particular con la mente del individuo) sobre todo el poder del enemigo, ya sea en enfermedad o en posesión.
El poder del enemigo está allí. Jesús le echa fuera y sana a aquellos que lo padecen. Pero, en segundo lugar, Su ocupación
es predicar. Y el reino no era solamente la manifestación de un poder que echa fuera todo aquel del enemigo, sino un poder
que traía también a las almas a la relación con Dios. Vemos esto en el capítulo 5: 1-26. Aquí, su condición delante de Dios
- el pecado, y la fe, están en consideración - en una palabra, todo lo que pertenecía
a la relación de ellos con Dios.
Aquí, por consiguiente, vemos la autoridad de la Palabra de Cristo
sobre el corazón, la manifestación de Su gloria (es reconocido como Señor), la convicción de pecado, el justo celo por Su
gloria, en el sentido de Su santidad que debía mantenerse intacta; el alma que se pone del lado de Dios contra sí misma, porque
ama la santidad y respeta la gloria de Dios, aun mientras siente la atracción de Su gracia; de
modo que, debido a esto, todo es olvidado - peces, red, bote, peligro: "una cosa" ya posee el alma. Entonces, la respuesta
del Señor disipa todo temor, y Él asocia el alma liberada consigo mismo en la gracia que había ejercido hacia ella, y en la
obra que Él llevó a cabo a favor de los hombres. Ya estaba moralmente liberada
de todo lo que le rodeaba; ahora, en el gozo pleno de la gracia, el alma es puesta en libertad por el poder de la gracia,
y entregada totalmente a Jesús. El Señor - la manifestación perfecta de Dios - al crear nuevos afectos mediante esta revelación
de Dios, separa el corazón de todo lo que le ata a este mundo, al orden del viejo hombre, a fin de ponerlo aparte para Sí
mismo - para Dios. Él se rodea de todo lo que es liberado, convirtiéndose en su centro; y, verdaderamente, Él libera por ser
este centro.
Él, entonces, limpia al leproso, algo que nadie excepto Jehová
podía hacer. Pero, no obstante, Él no se sale de Su posición bajo la ley; y por muy grande que sea Su fama, mantiene Su lugar
de perfecta dependencia como hombre ante Dios. El leproso, el inmundo, puede volver a Dios.
Seguidamente, Él perdona. El culpable ya no lo es más en presencia
de Dios: él es perdonado. A la vez, recibe fortaleza. En ambos casos, la fe busca al Señor, trayendo su necesidad ante Él.
El carácter de
la gracia
El Señor exhibe ahora el carácter de esta gracia en relación con
sus objetos. Siendo suprema, siendo de Dios, esta gracia actúa en virtud de sus derechos. Las circunstancias humanas no la
obstaculizan. Se adapta, por su misma naturaleza, a la necesidad humana, y no a los privilegios humanos. No está sujeta a
ordenanzas [16] y no entra a través de ellas. El poder de Dios por el Espíritu estaba allí, y actuaba por sí mismo, y producía
sus propios efectos, abrogando lo que era antiguo - aquello a lo que el hombre estaba atado [17], y en lo que el poder del
Espíritu no podía quedar confinado.
[16] Cristo, nacido bajo la ley, estaba sujeto
a ellas; pero eso es algo diferente. Aquí se trata de un poder divino que actúa en gracia.
[17] Pero aquí también el Señor, al presentar
las razones por las que los discípulos no seguían las ordenanzas y lo instituido por Juan y de los Fariseos, los relaciona
a ellos con los dos principios ya señalados - Su posición en medio de Israel, y el poder de la gracia que traspasaba sus límites.
El Mesías, Jehová mismo, estaba entre ellos, en esta gracia (a pesar de su fracaso bajo la ley, a pesar de su sometimiento
a los Gentiles), conforme a aquello que Jehová se denominó a Sí mismo: "Yo soy Jehová, tu sanador." (Éxodo 15:26). Cuando
menos, Él estaba allí para la fe, en la supremacía de la gracia. Por consiguiente, aquellos que entonces le reconocían como
el Mesías, el esposo de Israel, ¿podían ayunar mientras Él estuviese con ellos? Él los dejaría: sin duda que ese sería el
tiempo para que ellos ayunasen. Además, en segundo lugar, es siempre imposible. Él no podía adaptar la tela nueva del Cristianismo
al viejo vestido del Judaísmo, incapaz en su naturaleza de recibir su energía, o de adaptarse a la gracia, inutilizado, además,
como dispensación por el pecado, y bajo el cual, Israel estaba, en juicio, hecho súbdito de los Gentiles. Además, el poder
del Espíritu de Dios en gracia no podía ser restringido a las ordenanzas de la ley. Su misma fuerza los destruiría. El llamamiento
de Leví violó, y muy abiertamente, todos los prejuicios de los Judíos. Sus propios compatriotas eran los instrumentos de la
extorsión de sus amos, y les recordaba de la manera más dolorosa su sometimiento a los Gentiles. Pero el Señor estaba allí
en gracia buscando a los pecadores.
Lo que el Espíritu Santo pone ante nosotros
es la presencia del Señor y los derechos que están necesariamente unidos a Su Persona y a Su gracia soberana, que había venido
a Israel, pero que necesariamente traspasaba sus límites (derogando, por consiguiente, el sistema legal que no podía recibir
la cosa nueva). Ésta es la llave para todas estas narraciones. Así, también, en lo que sigue a continuación (capítulo 6) acerca
del día de reposo, un caso muestra la supremacía que Su gloriosa Persona le daba sobre aquello que era la señal del pacto;
y, el segundo, muestra que la bondad de Dios no puede abdicar a sus derechos y a su naturaleza. Él haría el bien incluso en
el día de reposo.
Oposición a la
gracia; el viejo orden de cosas
y el nuevo
Los escribas y los Fariseos no permitirían que el Señor se asociara
con los inicuos y los de mala reputación. Dios busca a aquellos que le necesitan - a los pecadores - en gracia. Cuando le
preguntan por qué Sus discípulos no observan las costumbres y las ordenanzas de Juan y de los Fariseos, mediante las cuales
ellos cuidaban la piedad legal de sus discípulos, se trata de que la cosa nueva no podía someterse a las formas que pertenecían
a aquello que era viejo, y que no podían sostener la fuerza y la energía de aquello que venía de Dios. Lo viejo eran las formas
del hombre según la carne; lo nuevo, la energía de Dios, según el Espíritu Santo. Además, no era el tiempo para una piedad
que tomaba la forma de auto-mortificación. ¿Qué más podía hacer el hombre? Pero el Esposo estaba allí.
Sin embargo, el hombre prefería lo antiguo, porque era del hombre,
y no el poder de Dios.
Capítulo 6
El Hijo del Hombre
manifestado como Señor
del día de reposo
Las circunstancias relatadas en el capítulo 6: 1-10 se refieren
a la misma verdad, y en un aspecto importante. El día de reposo era la señal del pacto entre Israel y Dios - el descanso después
de las obras acabadas. Los Fariseos culpan a los discípulos de Cristo porque arrancaban las espigas con las manos. Ahora bien, un David rechazado saltó por encima de la barrera de la ley cuando su necesidad lo requirió.
Porque cuando el Ungido de Dios fue rechazado y expulsado, todo llegó a ser de una común manera. El Hijo del Hombre (Hijo
de David, rechazado al igual que el hijo de Isaí, el rey escogido y ungido) era Señor del día de reposo; Dios, quien estableció
las ordenanzas, estaba sobre las ordenanzas que Él había establecido, y presenta en gracia la obligación del hombre rendido
a la soberanía de Dios; y el Hijo del Hombre estaba allí con los derechos y el poder de Dios. ¡Maravilloso hecho! Además,
el poder de Dios presente en gracia no permitió que existiera miseria, porque era el día de gracia. Esto fue la abrogación
del Judaísmo. Ésa era la obligación del hombre para con Dios, Cristo era la manifestación de Dios en gracia para con los hombres
[18].
[18] Éste es un punto importante. Una parte
en el reposo de Dios es el privilegio único de los santos - del pueblo de Dios. El hombre no lo obtuvo en la caída. Aun así,
el reposo de Dios siguió siendo la porción especial de Su pueblo. El hombre no lo obtuvo bajo la ley. Pero cada diferente
institución bajo la ley, es acompañada de una aplicación del día de reposo, la expresión formal del reposo del primer Adán,
y esto Israel lo disfrutará al final de esta historia del mundo. Hasta entonces, como el Señor dijo de manera tan bendita:
"Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo." (Juan 5:17). Para nosotros, el día de reposo no es el séptimo día, el final
de la semana de este mundo; sino el primer día, el día después del día de reposo, el principio de una nueva semana, una nueva
creación, el día de la resurrección de Cristo, el comienzo de un nuevo estado para el hombre, para el cumplimiento de aquello
que toda la creación que nos rodea espera, sólo que nosotros estamos ante Dios en Espíritu como Cristo lo está. De ahí que
el día de reposo, el séptimo día, el reposo de la primera creación sobre el terreno humano y legal, es siempre tratado con
rechazo en el Nuevo Testamento, aunque no abrogado hasta que viniera el juicio, pero como una ordenanza, esta murió con Cristo
en la tumba, en donde Él pasó este día - sólo fue hecho para el hombre como una misericordia. El día del Señor es nuestro
día, y las benditas arras exteriores del reposo celestial.
Valiéndose de los derechos de bondad suprema, y exhibiendo un poder
que autorizaba Su pretensión de defender esos derechos, Él sana, en una sinagoga repleta, al hombre de la mano seca. Ellos
se llenan de furor ante esta manifestación de poder, la cual desborda y se lleva los diques de su orgullo y justicia propia.
Podemos observar que todas estas circunstancias están reunidas bajo un orden y relación mutuos que son perfectos [19].
[19] Podría señalar aquí que, en el lugar donde
se sigue un orden cronológico en Lucas, es del mismo modo que en Marcos, y, en el de los sucesos, no es como en Mateo, quien
reúne estos sucesos para presentar el objeto del Evangelio; sólo que él introduce ocasionalmente una circunstancia que puede
haber sucedido en otro tiempo como una manera de ilustrar el asunto históricamente relatado. Pero en el capítulo 9, Lucas
llega al último viaje a Jerusalén (vers. 51), y de allí en adelante, una serie de enseñanzas morales continúan hasta el capítulo
18:31, principalmente, si acaso no todas, durante el período de este viaje, pero que en la mayoría de sus partes tiene poco
que decir respecto a las fechas.
Dios manifestado
en una forma nueva;
el Enviado envía
a Sus mensajeros
El Señor había mostrado que esta gracia - que había visitado Israel,
según todo lo que podía esperarse del Señor Todopoderoso, fiel a Sus promesas - no podía, sin embargo, quedar confinada a
los estrechos límites de ese pueblo, ni adaptarse a las ordenanzas de la ley; había mostrado que los hombres deseaban las
cosas viejas, pero que el poder de Dios actuaba de acuerdo a su propia naturaleza. Él había mostrado que la señal más sagrada,
la más obligatoria, del antiguo pacto, debía inclinarse ante Su título que era superior a todas las ordenanzas, y dar lugar
a los derechos de Su amor divino, el cual estaba actuando. Pero la cosa vieja fue juzgada de este modo, y al pasar. Él se
había mostrado en todo - especialmente en el llamamiento de Pedro - como el nuevo centro en torno al cual deben reunirse todos
aquellos que buscaban a Dios y buscaban bendiciones; porque Él era la manifestación viva de Dios y de la bendición en los
hombres. Dios fue manifestado así, el viejo orden de cosas ya no era útil y era incapaz de contener esta gracia, y el remanente
fue separado - alrededor del Señor - de un mundo que no vio ninguna belleza en Él para que pudiera desearle. Él actuaba ahora
sobre esta base; y si la fe le buscaba en Israel, este poder de la gracia manifestaba a Dios de un modo nuevo. Dios se rodea
de hombres, como el centro de bendición en Cristo como hombre. Pero Él es amor, y en la actividad de ese amor Él busca al
perdido. Nadie excepto uno, y uno que era Dios y que le reveló, podía rodearse de Sus seguidores. Ningún profeta lo hizo jamás
(véase Juan 1). Ninguno podía enviar con la autoridad y el poder de un mensaje divino, sino Dios. Cristo había sido enviado;
y ahora Él es quien envía. El nombre de 'apóstol' (enviado), pues así los llama Él, contiene esta profunda y maravillosa verdad
- Dios está actuando en gracia. Él se rodea de bienaventurados. Él busca a miserables pecadores. Si Cristo, el verdadero centro
de la gracia y la felicidad, se rodea de seguidores, con todo, Él envía también a Sus escogidos para dar testimonio del amor
que Él vino a manifestar. Dios se ha manifestado en el hombre. En el hombre, Él busca
pecadores. El hombre participa de la manifestación más inmediata de la naturaleza divina en ambas maneras. Él está
con Cristo como hombre; y es enviado por Cristo. Cristo mismo hace esto como hombre. Es el hombre lleno del Espíritu Santo.
De este modo, le vemos nuevamente manifestado en dependencia de Su Padre antes de escoger a los discípulos: Él se retiró a
orar, Él pasa la noche en oración.
El nuevo centro;
el remanente separado para
recibir bendición
Y ahora Él va más allá de Su manifestación, personalmente lleno
del Espíritu Santo, para introducir el conocimiento de Dios entre los hombres. Él llega a ser el centro, alrededor del cual
deben venir todos los que buscaban a Dios, y una fuente de misión para la consumación de Su amor - el centro de la manifestación
del poder divino en gracia. Y, por consiguiente, llamó en torno a Él al remanente que iba a ser salvo. Su posición, en cada
aspecto, se resume en aquello que se dice después de que Él desciende del monte. Él desciende con los apóstoles, desde Su
comunión con Dios. En el lugar llano [20] Él es rodeado por la compañía de Sus discípulos, y después por una gran multitud,
atraída por Su Palabra y obras. Allí estaba la atracción de la Palabra de Dios, y Él sanó las enfermedades de los hombres
y expulsó el poder de Satanás. Este poder habitaba en Su Persona; la virtud que salía de Él daba estos testimonios exteriores
al poder de Dios presente en gracia. La atención del pueblo fue atraída hacia Él por este medio. No obstante, hemos visto
que las cosas viejas, a las que la multitud estaba atada, estaban pasando. Él se rodeaba de corazones fieles a Dios, de los
llamados por Su gracia. Aquí, por consiguiente, Él no anuncia estrictamente, como en Mateo, el carácter del reino para mostrar
aquello de la dispensación que estaba cerca, diciendo: "Bienaventurados los pobres en espíritu", etc., sino que, distinguiendo
al remanente, por su apego a Él, declara a los discípulos que le seguían que ellos eran estos bienaventurados. Ellos eran
pobres y despreciados, pero eran bienaventurados. Ellos iban a poseer el reino. Esto es importante porque separa el remanente,
y los pone en relación con Él para recibir la bendición. Él describe, de una manera notable, el carácter de aquellos que fueron
bendecidos de este modo por Dios.
[20] En realidad 'un lugar plano, a nivel' sobre
el monte (gr.: topou pedinou).
Las divisiones
y asuntos del discurso del Señor
El discurso del Señor se divide en diversas ramas:
Versículos 20-26:
El contraste entre el remanente, manifestado como Sus discípulos, y la multitud que estaba satisfecha con el mundo, añadiendo
una advertencia a los que permanecían en el lugar de discípulos, y, al estar en este lugar, se ganaban el favor del mundo.
¡Ay de los tales! Observen también aquí, que no es un asunto de persecución por causa de la justicia, como en Mateo, sino
solamente por causa de Su nombre. Todo era señalado por el apego a Su Persona.
Versículos 27-36:
El carácter de Dios el Padre de ellos en la manifestación de gracia en Cristo, el cual ellos debían imitar. Él revela, noten
esto, el nombre del Padre y los coloca en el lugar de hijos.
Versículos 37,
38: Este carácter desarrollado particularmente en la posición de Cristo, como Él estaba en la tierra en ese tiempo, Cristo
cumpliendo este servicio en la tierra. Esto implicaba gobierno y recompensa de parte de Dios, como fue el caso con respecto
a Cristo mismo.
Versículo 39:
La condición de los líderes en Israel, y la relación entre ellos y la multitud.
Versículo 40:
La condición de los discípulos en relación con Cristo.
Versículos 41-42:
El modo de lograrlo, y de ver claramente en medio del mal, es quitando el mal de uno mismo.
Después, en general, su propio fruto caracterizaba a cada
árbol. Viniendo alrededor de Cristo para escucharle no era la cuestión, sino que Él debía ser tan precioso para sus corazones
como para que ellos apartaran todo obstáculo y le obedecieran en forma práctica.
Resumen de los
capítulos 4 al 6
Resumamos estas cosas que hemos estado considerando. Él actúa en
un poder que dispersa el mal, porque lo halla allí, y Él es bueno; y Dios solo es bueno. Él alcanza la conciencia y llama
a las almas a Sí mismo. Él actúa en relación con la esperanza de Israel y el poder de Dios para limpiar, perdonar y darles fortaleza. Pero es una gracia que todos necesitamos; y la bondad de Dios, la energía de Su amor,
no se confinaba a ese pueblo. Su ejercicio no estaba de acuerdo con las formas en que vivían los Judíos (o, más bien, en las
que no podían vivir); y el vino nuevo debía ser echado en odres nuevos. El asunto del día de reposo zanjó la cuestión acerca
de la introducción de este poder, la señal del pacto que dio paso a ello: Aquel que lo ejercía era Señor del día de reposo.
La misericordia del Dios del día de reposo no era estática, como si tuviera Sus manos atadas por aquello que Él había establecido
en relación con el pacto. Jesús, entonces, congrega
los vasos de Su gracia y poder, de acuerdo a la voluntad de Dios, alrededor de Él. Ellos eran los bienaventurados, los herederos
del reino. El Señor describe el carácter de ellos. No eran la indiferencia ni el orgullo que surgieron a partir de la ignorancia
de Dios, justamente alejados de Israel, quienes habían pecado contra Él, y habían despreciado la manifestación gloriosa de
Su gracia en Cristo. Ellos comparten la angustia y el dolor que una condición tal del pueblo de Dios debía causar en aquellos
que poseían la mente de Dios. Odiados, proscritos,
avergonzados por causa del Hijo del Hombre, que había venido para llevar sus sufrimientos, ésta fue su gloria. Debían compartir
Su gloria cuando la naturaleza de Dios fuese glorificada al hacerse todas las cosas según Su propia voluntad. Ellos no serían
avergonzados en el cielo; iban a recibir allí su galardón, no en Israel. "Así hacían sus padres con los profetas." (Lucas
6:23). ¡Ay de aquellos que vivían tranquilos en Sión durante la condición pecaminosa de Israel, y su rechazo y maltrato del
Mesías! Es el contraste entre el carácter del verdadero remanente y el de los orgullosos de entre el pueblo.
Hallamos, entonces, la conducta que es apropiada a la conducta
anterior, la cual, para expresarlo en una palabra, comprende en sus elementos esenciales, el carácter de Dios en gracia, manifestado
en Jesús en la tierra. Pero Jesús tenía Su propio carácter de servicio como Hijo del Hombre; la aplicación de esto a sus circunstancias
particulares es añadida en los versículos 37-38. En el 39, nos son presentados los líderes de Israel, y en el versículo 40
la parte de los discípulos. Rechazados como Él, ellos deberían tener Su parte; pero, asumiendo que le siguiesen perfectamente,
ellos la obtendrían en bendición, en gracia, en carácter y también en posición. ¡Qué favor! [21] Además, el juicio del yo,
y no el de mi hermano, era el medio de obtener una visión moral clara. Si el árbol era bueno, el fruto sería bueno. El juicio
propio se aplica a los árboles. Esto es siempre cierto. En el juicio de uno mismo, no es solamente el fruto lo que es corregido;
es uno mismo. Y el árbol se conoce por su fruto - no sólo por el buen fruto, sino por el suyo propio. El Cristiano lleva el
fruto de la naturaleza de Cristo. También están considerados el corazón mismo y la verdadera obediencia práctica.
Aquí, entonces, los grandes principios de la nueva vida, en su
pleno desarrollo práctico en Cristo, nos son presentados. Es la cosa moralmente nueva, el sabor y el carácter del vino nuevo
- el remanente hecho semejante a Cristo, a quien seguían, a Cristo el nuevo centro del movimiento del Espíritu de Dios, y
del llamamiento de Su gracia. Cristo ha salido del patio amurallado del Judaísmo
en el poder de una vida nueva, y por la autoridad del Altísimo, quien había traído la bendición a este ámbito, ámbito que
era incapaz de reconocer. Él había salido de este patio, conforme a los principios de la vida que Él anunciaba; históricamente,
Él estaba todavía en él.
[21] Esto, no obstante, no se refiere intrínsecamente
a la naturaleza, pues en Cristo no había pecado. Tampoco la palabra que se emplea para 'perfecto' tiene ese sentido. Se trata
de uno completamente instruido a fondo, formado por la enseñanza de su maestro. Una persona tal será como su maestro, en todo
lo que fue formado por él. Cristo era la perfección; nosotros crecemos en todo en Él a la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo (ver Colosenses 1:28).
Capítulo 7
Fuera del patio
amurallado del Judaísmo;
fe en el corazón
de un Gentil
Por eso, después
de esto, hallamos al Espíritu Santo actuando en el corazón de un Gentil. Ese corazón manifestó más fe que cualquiera entre
los hijos de Israel. De corazón humilde, y amando al pueblo de Dios, como tal, a causa de Dios, cuyo pueblo ellos eran, y
elevado así él en sus afectos sobre el miserable estado en que ellos estaban en la práctica, este Gentil puede ver en Jesús
a Uno que tenía autoridad sobre todas las cosas, incluso como la que él tenía sobre sus soldados y siervos. No sabía nada
acerca del Mesías, pero reconoció en Jesús
[22] el poder de Dios. Esto no era una mera idea: era fe. No había una fe como ésta en Israel.
[22] Hemos visto que éste es precisamente el
asunto del Espíritu Santo en nuestro Evangelio.
Poder ejercido
para levantar a los muertos;
todas las cosas
nuevas
El Señor, entonces,
actúa con un poder que iba a ser la fuente de aquello que es nuevo para el hombre. Él resucita a los muertos. Esto
era, de hecho, ir más allá del límite la conducta apropiada a las ordenanzas de la ley. Él tiene compasión en la aflicción
y la miseria del hombre. La muerte era para el hombre una carga: Jesús le libra de ella. No se trata solamente de limpiar
a un Israelita leproso, ni de perdonar y sanar a los creyentes de entre Su pueblo; Él restaura la vida a uno que la había
perdido. Israel, no hay duda, se beneficiará de ello; pero el poder necesario para el cumplimiento de esta obra es aquel que
hace todas las cosas nuevas, dondequiera que sea.
Las posiciones
familiares de Juan el Bautista y Cristo;
el testimonio
del Señor acerca de Juan
El cambio del
cual estamos hablando, y que estos dos ejemplos ilustran tan notablemente, es presentado al tratar acerca de la conexión entre
Cristo y Juan el Bautista, quien envía a averiguar de propios labios del Señor, quién es él. Juan había oído de Sus milagros,
y envía a sus discípulos a averiguar quién era el que los hacía. Naturalmente el Mesías, en el ejercicio de Su poder, le habría
librado de la prisión. ¿Era Él el Mesías? ¿o tenía Juan que esperar a otro? Él tenía fe suficiente para depender de la respuesta
de Uno que obraba estos milagros; pero, encerrado en prisión, su mente deseaba algo más positivo. Esta circunstancia, ocasionada
por Dios, da lugar a una explicación respetando la posición familiar de Juan y Jesús. El Señor no recibe aquí testimonio de
Juan. Juan tenía que recibir a Cristo sobre el testimonio que Él daba de Sí mismo; y ello, habiendo tomado una posición que
haría tropezar a los que juzgaban según ideas Judías y carnales - una posición que requería fe en un testimonio divino, y,
consecuentemente, se rodeaba de aquellos en los cuales un cambio moral les capacitaba para apreciar este testimonio. El Señor,
en respuesta a los mensajeros de Juan, realiza milagros que demuestran el poder de Dios presente en gracia, y el servicio
rendido a los pobres; y declara que bienaventurado es aquel que no halla tropiezo en la humilde posición que Él había tomado
a fin de llevarlos a cabo. Pero Él da testimonio de Juan, aunque no vaya a recibir ninguno de él. Juan había atraído la atención
del pueblo, y con razón; él era más que un profeta - había preparado el camino al Señor mismo. No obstante, si él preparó
el camino, el completo e inmenso cambio que iba a ser llevado a cabo aún no se
había cumplido. El ministerio de Juan, por su misma naturaleza, le situó fuera del efecto de este cambio. Él fue delante de
este cambio para anunciar a Aquel que iba a cumplirlo, cuya presencia introduciría su poder en la tierra. Por consiguiente,
el más pequeño en el reino era mayor que él.
La recepción del
pueblo para con Juan y para con el Señor
El pueblo, que
había recibido con humildad la palabra enviada por Juan el Bautista, dio testimonio
en sus corazones a los caminos y a la sabiduría de Dios. Aquellos que confiaron en sí mismos, rechazaron los consejos
de Dios cumplidos en Cristo. El Señor, ante esto, manifiesta claramente cuál era su condición. Rechazaron por igual las advertencias
y la gracia de Dios. Los hijos de la sabiduría (aquellos en los que obraba la sabiduría de Dios) la reconocieron y le dieron
gloria en sus caminos. Ésta es la historia del recibimiento, tanto de Juan como de Jesús. La sabiduría del hombre condenaba
los caminos de Dios. La justa severidad de Su testimonio contra el mal, contra la condición de Su pueblo, mostró a la mirada
del hombre la influencia de un demonio. La perfección de Su gracia, condescendiendo con los pobres pecadores, y presentándose
a ellos allí donde estuvieran, fue tomada como un acto de revolcarse en el pecado y como si uno se diera a conocer por sus
propios asociados. La orgullosa justicia propia no podía soportar ninguna de las dos cosas. La sabiduría de Dios sería reconocida
por aquellos que eran enseñados por ella, y por aquellos solos.
Los modos de Dios
hacia los pecadores
en contraste con
el espíritu farisaico
Luego, estos modos
de Dios hacia los pecadores más miserables, y el efecto de ellos, en contraste con este espíritu farisaico, son mostrados
en la historia de la mujer que era una pecadora en casa del Fariseo; y un perdón es revelado, no en referencia al gobierno
de Dios en la tierra a favor de Su pueblo (un gobierno con el cual la sanación de un Israelita bajo la disciplina de Dios
estaba relacionada), sino que un perdón absoluto, involucrando paz para el alma, es otorgado al más miserable de los pecadores.
No se trata aquí meramente de si era profeta. La justicia propia del Fariseo no podía discernir ni siquiera eso.
La hija de la
sabiduría
Tenemos un alma que ama a Dios, y mucho, porque Dios es amor -
un alma que ha aprendido esto con respecto a, y por medio de, sus propios pecados, aunque no conociendo aún el perdón, al
ver a Jesús. Esto es gracia. Nada más emotivo que la manera en que Jesús muestra la presencia de aquellas cualidades que hicieron
a esta mujer verdaderamente honorable - cualidades relacionadas con el discernimiento de Su Persona por la fe. En ella se
halló un entendimiento divino de la Persona de Cristo no razonado mediante doctrina sino sentido en su efecto en su corazón,
una profunda conciencia de su propio pecado, humildad, amor por aquello que era bueno, fidelidad a Aquel que era bueno. Todo
esto mostraba un corazón en el cual reinaban sentimientos apropiados a la relación con Dios - sentimientos que fluían de Su
presencia revelada en el corazón, porque Él se había dado a conocer. Éste, sin embargo, no es lugar para considerarlos; pero
es importante observar aquello que tiene un gran valor moral, cuando se trata de explicar lo que es en realidad el perdón
gratuito, y que el ejercicio de la gracia de parte de Dios crea (cuando es recibida en el corazón) sentimientos que corresponden
a sí misma, y que no pueden ser producidos por nada más; y que estos sentimientos están en relación con esa gracia, y con
la conciencia de pecado que ésta produce. La gracia da una profunda conciencia de pecado, pero es en relación con el sentido
de la bondad de Dios; y los dos sentimientos aumentan en proporción mutua. La
cosa nueva, la gracia soberana sola, puede producir estas cualidades que responden a la naturaleza de Dios mismo, cuyo verdadero
carácter el corazón ha aprehendido, y con quien está en comunión; y eso, mientras juzga el pecado como lo merece en la presencia
de un Dios tal.
Los corazones
de los Fariseos, el del pecador
y el de Dios manifestado
en gracia
Se observará que esto se relaciona con el conocimiento de Cristo
mismo, quien es la manifestación de este carácter; la verdadera fuente por gracia del sentimiento de este corazón quebrantado;
y también que el conocimiento de su perdón viene después [23].
[23] Para explicar la expresión "sus muchos
pecados le son perdonados, porque amó mucho", debemos distinguir entre la gracia revelada en la Persona de Jesús, y el perdón
que anunció a aquellos a los cuales la gracia había alcanzado. El Señor es capaz de dar a conocer este perdón. Él lo revela
a la pobre mujer. Pero se trataba de aquello que ella vio en Jesús mismo, lo cual, por gracia, derritió su corazón y produjo
el amor que ella tenía para Él - el hecho de ver lo que Él era para los pecadores como ella. Ella sólo piensa en Él: Él se
ha apoderado de su corazón como para aislarlo de otras influencias. Al oír que Él está allí, entra en la casa de este hombre
orgulloso sin pensar en otra cosa sino en el hecho de que Jesús está allí. Su presencia respondía a, o evitaba, toda pregunta.
Ella vio lo que Él era para un pecador, y que el más miserable y desgraciado hallaba un recurso en Él; ella sintió sus pecados
de la manera en que esta gracia perfecta, que abre el corazón y gana confianza, hace que sean sentidos; y ella amó mucho.
La gracia en Cristo había producido su efecto. Ella amó debido a Su amor. Ésta es la razón por la que el Señor dice: "sus
muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho." No fue que su amor tenía méritos para esto, sino que el Señor reveló
el glorioso hecho de que los pecados - fueran éstos numerosos y abominables - de alguien cuyo corazón volvió a Dios, quedaron
totalmente perdonados. Existen muchos cuyos corazones vuelven a Dios, y que aman a Jesús, que no saben esto. Jesús se pronuncia
con autoridad sobre el caso de ellos - los despide en paz. Es una revelación - y una respuesta - a las necesidades y afectos
producidos en el corazón hecho penitente mediante la gracia revelada en la Persona de Cristo.
Si Dios se manifiesta en este mundo, y con un
amor tal, Él debe necesariamente apartar del corazón cualquier otra consideración. Y así, sin ser consciente de ello, esta
pobre mujer fue la única que actuó apropiadamente ante tales circunstancias, pues apreció toda la importancia de Aquel que
estaba allí. Estando presente un Dios Salvador, ¿qué importancia tenían Simón y su casa? Jesús hizo que todo lo demás fuese
olvidado. Recordemos esto.
El comienzo de la caída del hombre fue la pérdida
de confianza en Dios, mediante la seductora sugerencia de Satanás de que Dios no les había dicho aquello que haría que el
hombre fuese como Dios. Perdida esta confianza, el hombre intenta, ejercitando su propia voluntad, hacerse él mismo feliz:
lo que vino a continuación es la codicia, el pecado, la transgresión. Cristo es Dios en amor infinito, recobrando la confianza
del corazón del hombre en Dios. La remoción de la culpa, y el poder de vivir para Dios, son otra cosa, y se encuentran en
su propio lugar a través de Cristo, así como el perdón entra en su lugar aquí. Pero la pobre mujer, por gracia, había sentido
que había un corazón en el que podía confiar, aparte de cualquier otro; pero ese era el de Dios.
"Dios es luz" y "Dios es amor." Éstos son los
dos nombres esenciales de Dios, y ambos se hallan en cada caso real de conversión. En la cruz ellos se encuentran; el pecado
es sacado plenamente a la luz, pero en aquello mediante lo cual el amor es plenamente conocido. Así que en el corazón la luz
revela el pecado, es decir, Dios como la luz lo hace, pero la luz está allí por el perfecto amor. El Dios que muestra los
pecados está allí en amor perfecto para hacerlo. Cristo era esto en este mundo. Al revelarse a Sí mismo, Él debe ser ambas
cosas: así que Cristo era amor en el mundo, pero luz de él. Lo mismo sucede con el corazón. El amor a través de la gracia
da confianza, y así la luz es dejada entrar con gozo, y en la confianza en el amor, y viendo al yo en la luz, el corazón ha
encontrado plenamente el corazón de Dios: así fue con esta pobre mujer. Aquí es donde el corazón del hombre y Dios siempre
y únicamente se encuentran. El Fariseo no tenía ninguna de las dos cosas. Ni el amor, ni la luz, estaban allí, sólo densa
oscuridad. Él tenía a Dios manifestado en carne en su casa y no vio nada - sólo afirmó que Él no era un profeta. Es una escena
maravillosa ver estos tres corazones. El del hombre, como tal, descansando en la falsa justicia humana, el de Dios, y el de
la pobre pecadora - satisfaciendo plenamente al de Dios, así como el Suyo satisfizo el de ella. ¿Quién era la hija de la sabiduría?
Pues esto es un comentario sobre esa expresión.
Y noten, aunque Cristo no había dicho nada al
respecto, sino que pasó por alto el desaire, con todo, Él no fue insensible al descuido de no haber sido recibido con las
comunes cortesías de la vida. Para Simón, Él era un pobre predicador, de cuyas pretensiones él podía juzgar y deducir que
ciertamente no era un profeta; para la pobre mujer, era Dios en amor, y llevando su corazón a estar al unísono con el Suyo
en cuanto a los pecados de ella y respecto a sí misma, porque se tuvo confianza en el amor. Noten, también, que en esta actitud
de asirse de Jesús es donde se halla la verdadera luz: aquí, la revelación fructífera del Evangelio; para María Magdalena,
en cuanto al privilegio más alto de los santos.
Es la gracia - es Jesús mismo - Su Persona - que atrae a esta mujer
y produce el efecto moral. Ella se marcha en paz al comprender la extensión de la gracia en el perdón que Él pronuncia. Y
el perdón mismo tiene su eficacia en su mente, en que Jesús era todo para ella. Si Él perdonó, ella estaba satisfecha. Sin
atribuirse esto a ella misma, fue Dios revelado a su corazón; no fue la propia aprobación, ni el juicio que otros podrían
formarse del cambio obrado en ella. La gracia había tomado posesión de su corazón de tal manera - gracia personificada en
Jesús - Dios se manifestó a ella de tal forma, que Su aprobación en gracia, Su perdón, se llevó todo lo demás con ello. Si
Él estaba satisfecho, ella también. Ella lo tuvo todo al conceder esta importancia a Cristo. La gracia se deleita en bendecir,
y el alma que concede la suficiente importancia a Cristo se satisface con la bendición que es otorgada. ¡Cuán sorprendente
es la firmeza con la que la gracia se afirma, y no teme soportar el juicio del hombre
que la desprecia! Toma sin vacilar la parte del pobre pecador a quien ella ha tocado. El juicio del hombre sólo demuestra
que ni conoce ni aprecia a Dios en la más perfecta manifestación de Su naturaleza. Para el hombre, con toda su sabiduría,
no es más que un pobre predicador, quien se engaña a sí mismo al hacerse pasar por un profeta, y a quien no valía la pena
darle un poco de agua para sus pies. Para el creyente es amor perfecto y divino, es paz perfecta si él tiene fe en Cristo.
Sus frutos no están todavía ante el hombre; ellos están ante Dios, si Cristo es apreciado. Y aquel que le aprecia no piensa
en sí mismo ni en sus frutos (a excepción de los frutos malos), sino en Aquel que fue el testimonio de la gracia para su corazón
cuando no era nada más que un pecador.
Ésta es la cosa nueva - la gracia, e incluso sus frutos en la perfección
de ellos: el corazón de Dios manifestado en gracia, y el corazón del hombre - un pecador -respondiendo a ello por gracia,
habiendo asido, o mejor dicho, habiendo sido asido por la perfecta manifestación de aquella gracia en Cristo.
Capítulo 8
El significado
y el efecto del ministerio del Señor
a pesar de la
incredulidad
En el capítulo 8 el Señor explica el significado y el efecto de
Su ministerio, y especialmente, no lo dudo, su efecto entre los Judíos. Por grande que fuese la incredulidad, Jesús continúa
con Su obra hasta el final, y los frutos de Su obra aparecen. Él va a predicar las buenas nuevas del reino. Sus discípulos
(el fruto, y los testigos por gracia, en la medida de ellos, de la misma manera que Él, de Su poderosa Palabra) le acompañaban;
y otros frutos de esta misma Palabra, testigos también por su propia liberación del poder del enemigo, y del afecto y fidelidad
fluyendo desde allí por gracia - una gracia que actuó también en ellos conforme al amor y a la fidelidad que une a Jesús.
Aquí las mujeres ocupan un buen lugar [24]. La obra se fortaleció y se consolidó, y se caracterizó por sus resultados.
[24] Es sumamente interesante ver el lugar distinto
que ocupan los discípulos y las mujeres. Tampoco, como dije arriba, tienen las mujeres un lugar malo. Nosotros las encontramos
nuevamente en la cruz y en el sepulcro cuando - en cualquier caso, excepto Juan - los discípulos habían huido, o, aun cuando
son llamados por las mujeres al sepulcro, cuando ellos vieron que Él había resucitado, ¡se fueron a casa!
El Sembrador;
la semilla sembrada para producir fruto;
los discípulos
diferenciados de la multitud
El Señor explica la verdadera naturaleza de esta obra. Él no tomó
posesión del reino, Él no buscó fruto; Él sembró el testimonio de Dios a fin de producir fruto. Esto, de manera sorprendente,
es la cosa totalmente nueva. La Palabra era su semilla. Además, fue solamente a los discípulos - quienes habían seguido y
se habían adherido a Su Persona, por gracia y en virtud de la manifestación del poder y de la gracia de Dios en Su persona
- a quienes les fue dado comprender los misterios, los pensamientos de Dios, revelados en Cristo, de este reino que no se
estaba estableciendo abiertamente mediante poder. Aquí el remanente es claramente diferenciado de la nación. "A los otros"
fue por parábolas, para que no pudieran entender. Porque para entender, el Señor debía ser recibido moralmente. Aquí esta
parábola no va acompañada de otras. Sola señala la posición. Se añade la advertencia
que consideramos en Marcos. Finalmente, la luz de Dios no fue manifestada para ser escondida. Además, todo iba a ser manifestado.
Por consiguiente, ellos debían tener cuidado de cómo oían (Lucas 8:18), porque, si retenían lo que escuchaban, recibirían
más: de otro modo, incluso lo que tenían les sería quitado.
El lugar y el
efecto de la Palabra
El Señor pone un sello sobre este testimonio, a saber, que la cosa
en cuestión era la Palabra, la cual atraía hacia Él y hacia Dios a aquellos que tenían que disfrutar de la bendición; y que
la Palabra era la base de toda relación con Él mismo, declarando, cuando ellos le hablaron de Su madre y hermanos, mediante
los cuales estaba emparentado en Israel según la carne, que Él no reconocía como tales a nadie más que los que oían y obedecían
la Palabra de Dios.
Cristo en poder
en la tempestad con Sus discípulos
Además del evidente poder manifestado en Sus milagros, los relatos
que vienen a continuación - hasta el final del capítulo 8 - presentan diferentes aspectos de la obra de Cristo, y de Su recibimiento,
y de sus consecuencias.
Primero, el Señor - aunque, aparentemente, Él no pone atención
- se asocia con los discípulos en las dificultades y tempestades que les rodean, pues ellos se habían embarcado a Su servicio.
Hemos visto que Él reunió a los discípulos a Su alrededor: ellos están consagrados a Su servicio. Con respecto a la pregunta
de hasta dónde llegaba el poder humano para evitarlo, ellos estaban en peligro inminente. Las olas están listas para tragarlos.
Jesús, a ojos de ellos, no se preocupa en lo más mínimo por esto; pero Dios ha permitido este ejercicio de la fe. Ellos están
allí a causa de Cristo, y con Él. Cristo está con ellos; y el poder de Cristo, a causa del cual se encuentran en medio de
la tempestad, está allí para protegerlos. Ellos están juntos con Él en la misma barca. Si, por lo que a ellos respecta podrían
perecer, ellos están asociados en los consejos de Dios con Jesús, y Su presencia era su salvaguarda. Él permite la tempestad, pero Él mismo está en la barca. Cuando Él se despierte y se manifieste a ellos, todo será
bonanza.
El endemoniado
sanado como un testigo de
la gracia y el
poder del Señor
En la sanación del endemoniado, en la región de los Gadarenos,
tenemos un vivo retrato de lo que estaba sucediendo.
En cuanto a Israel, el remanente - no obstante el gran poder del
enemigo - es liberado. El mundo ruega a Jesús que se marche, deseando su propia
tranquilidad, que es más perturbada por la presencia y el poder de Dios que por una legión de demonios. Él se va. El hombre
que fue sanado - el remanente - le agradaría estar con Él; pero el Señor le envía de regreso (al mundo al que Él mismo había
renunciado), para ser un testigo de la gracia y del poder de los que él había sido el sujeto. El hato de cerdos, no dudo,
nos presenta la carrera de Israel hacia su destrucción, después del rechazo del Señor. El mundo se acostumbra al poder de
Satanás - por doloroso que sea verlo actuar en ciertos casos - nunca al poder
de Dios.
El efecto de la
fe; poder sanador en la Persona de Cristo
Las dos historias siguientes presentan el efecto de la fe, y la
necesidad real con la que tiene que ver la gracia que la satisface. La fe del remanente busca a Jesús para conservar la vida
de aquello que estaba listo para perecer. El Señor le responde presentándose Él mismo para tal fin. En el camino (es allí donde Él estaba, y, en cuanto a la liberación final, Él todavía está allí), en medio
de la multitud que le rodeaba, la fe le toca. La pobre mujer tenía una enfermedad que ningún medio a disposición del hombre
podía sanar. Pero se encuentra poder en el Hombre, Cristo, y sale de Él para la sanación del hombre, dondequiera que exista
fe, mientras espera el cumplimiento final de Su misión en la tierra. Ella es sanada, y confiesa ante Cristo su condición y
todo lo que le había sucedido: y de esta manera, mediante el efecto de la fe, se rinde un testimonio a Cristo. El remanente
es manifestado, la fe los diferencia de la multitud; siendo su condición el fruto del poder divino en Cristo.
Este principio se aplica a la sanación de cada creyente, y, consecuentemente,
a la de los Gentiles, como arguye el apóstol. El poder sanador está en la Persona de Cristo; la fe - por gracia y por la atracción
de Cristo - se beneficia de este poder. No depende de la relación del Judío, aunque, en cuanto a su posición, él era el primero
en beneficiarse de él. Se trataba de lo que hay en la Persona de Cristo, y de la fe en el individuo. Si hay fe en el individuo,
este poder actúa; él se marcha en paz, sanado por el poder de Dios mismo.
La hija de Jairo:
poder divino para resucitar
de los muertos
ejercido en gracia
Pero, de hecho, si consideramos la condición del hombre en pleno,
no era meramente la enfermedad lo que estaba en cuestión, sino la muerte. Cristo, antes de la plena manifestación del estado
del hombre, se enfrentó con ella, por decirlo así, en el camino; pero, como en el caso de Lázaro, la manifestación fue permitida;
y para la fe esta manifestación tuvo lugar en la muerte de Jesús. Así, aquí, se permite que la hija de Jairo muera antes de
la llegada de Cristo; pero la gracia vino para levantarla de los muertos con el poder divino que solo podía llevar a cabo
esto; y Jesús, al consolar al pobre padre, le ruega que no tema, sino que crea solamente, y su hija se restablecería. La fe
que obtiene gozo y libertad es la fe en Su Persona, en el poder divino en Él, en la gracia que viene a ejercerlo. Jesús no
busca aquí a la multitud; la manifestación de este poder es sólo para el consuelo de aquellos que sienten la necesidad del
mismo, y para la fe de los que están verdaderamente unidos a Él. La multitud
sabe, en realidad, que la niña está muerta; hacen lamentación por ella, y no comprenden el poder de Dios que puede resucitarla.
Jesús devuelve a sus padres a la niña cuya vida Él había restaurado. Así será con los Judíos al final, en medio de la incredulidad
de muchos. Mientras tanto, por la fe nos anticipamos a este gozo, convencidos de que es nuestro estado por medio de la gracia;
nosotros vivimos: solamente que para nosotros es en relación con Cristo en el cielo, las primicias de una nueva creación.
Con respecto a Su ministerio, Jesús tendrá esto oculto. Debía ser
recibido conforme al testimonio que Él daba a la conciencia y al corazón. Este testimonio no fue completamente terminado en
el camino. Veremos Sus últimos esfuerzos con el corazón incrédulo del hombre
en los capítulos sucesivos.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-