ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

3.- LA COMISIÓN DE MOISÉS (Éxodo 3 Y 4)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

 

LA COMISIÓN DE MOISÉS

 

 

Éxodo 3 y 4

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

 

Moisés estuvo nada menos que cuarenta años en el desierto, aprendiendo las lecciones que necesitaba para su obra futura, y para ser calificado para actuar para Dios como el libertador de Su pueblo. ¡Qué contraste con su vida anterior en la corte de Faraón! Él estuvo rodeado allí con todo el lujo y refinamiento de su época; aquí es simplemente un pastor, apacentando el rebaño de Jetro, su suegro. Cuarenta es el número del período de prueba, como se ve, por ejemplo, en los cuarenta años en el desierto de los hijos de Israel; igualmente en la tentación de cuarenta días de nuestro bendito Señor. Fue, por tanto, un tiempo de prueba – probando lo que Moisés era, así como también un período para que él probara lo que Dios era; y estas dos cosas deben ser aprendidas siempre antes que seamos cualificados para el servicio. Por eso Dios envía siempre a Sus siervos al desierto antes de comenzar a emplearlos para el cumplimiento de Sus propósitos. En ninguna otra parte podemos ser llevados tan plenamente a la presencia de Dios. Es allí, estando solos con Él, donde descubrimos la vanidad absoluta de los recursos humanos, y nuestra entera dependencia de Él. Y es muy bienaventurado ser retirado de los ocupados lugares predilectos de los hombres, y ser recluido, por así decirlo, con Dios, para aprender Sus propios pensamientos con respecto a nosotros en comunión con Él, con respecto a Sus intereses y servicio. Es, de hecho, una necesidad continua para todo siervo verdadero estar mucho tiempo a solas con Dios; y allí donde esto se olvida, Dios siempre la produce, en la ternura de Su corazón, mediante los tratos disciplinarios de Su mano.

 

Llega finalmente el tiempo cuando Dios puede comenzar a interferir para Su pueblo. Pero recordemos la conexión. En el capítulo primero de Éxodo, el pueblo es visto en su servidumbre; en el segundo, nace Moisés, y es introducido en la casa de Faraón. Luego él comparte su suerte con el pueblo de Dios y, en la calidez de su afecto, procura remediar sus males; pero, rechazado, huye al desierto. Después de cuarenta años, siendo ya de ochenta años de edad, va a ser enviado de regreso a Egipto. Los capítulos 3 y 4 contienen el relato de su misión de parte de Dios, y de su indisposición a ser empleado así. Pero antes que esto se alcance, hay un corto prefacio al final del capítulo 2 – el cual pertenece realmente al tercero en cuanto a su conexión – el cual revela el terreno sobre el que Dios estaba actuando para la redención de Su pueblo. En primer lugar, la Escritura nos dice que el rey de Egipto murió, pero su muerte no trajo alivio alguno a la condición de los hijos de Israel. Por otra parte, ellos "clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre." Fueron reducidos así al más bajo rigor. Pero Dios no era insensible, ya que Él "oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios." (Éxodo 2: 23 al 25). La condición de ellos tocó el corazón de Dios, produjo como respuesta Sus misericordias compasivas, pero el terreno sobre el cual Él actuó fue Su gracia soberana, tal como se expresa en el pacto que Él había hecho con sus padres. Fue esta misma misericordia, y Su fidelidad a Su palabra, que tanto María como Zacarías celebraron en sus cánticos de alabanza en conexión con el nacimiento del Salvador, y de su precursor Juan. "Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre." Y otra vez, Él "ha levantado para nosotros un cuerno de salvación … para hacer misericordia con nuestros padres y para acordarse de su santo pacto. Este es el juramento que juró a Abraham nuestro padre," etc. (Lucas 1: 54, 55 y 68 al 73; RVA). Es imposible que Dios olvide Su palabra, y si Él retrasa su cumplimiento, es solamente para la exhibición más resplandeciente de Su gracia y amor inmutables.

 

Habiendo, entonces, puesto el fundamento en estas pocas palabras, la escena siguiente trae ante nosotros los tratos de Dios con Moisés.

 

"Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía." (Éxodo 3: 1 y 2).

 

Es muy interesante seguir el rastro de las apariciones de Dios a Su pueblo, y notar de qué manera el modo de cada una de ellas está relacionado con las circunstancias especiales del caso (Véase Génesis capítulos 12, 18 y 32; Josué 5, etc.). Aquí es sorprendentemente significativa como estando relacionada con la misión a la cual Moisés estaba a punto de ser enviado. Hay tres partes en esta visión así concedida – el Señor, la llama de fuego, y la zarza. Observen, primeramente, que se dice que el ángel del Señor se apareció a Moisés (versículo 2); y luego Jehová vio que Moisés fue a ver, y Dios le llamó de en medio de la zarza (versículos 3 y 4 – Compárese con Génesis 22: 15 y 16). El ángel del Señor es identificado así con Jehová, sí, con Dios mismo; y no hay duda que en todas estas apariciones del ángel del Señor en las Escrituras del Antiguo Testamento, contemplamos proyectada la sombra de la encarnación venidera del Hijo de Dios, y por eso es que, en todos estos casos, es la Segunda Persona de la Bendita Trinidad – Dios el Hijo. La llama de fuego es un símbolo de la santidad de Dios. Esto es mostrado de varias maneras, especialmente, en el fuego sobre el altar, el cual consumía los sacrificios; y en la epístola a los Hebreos tenemos la declaración expresa de que "nuestro Dios es fuego consumidor" (Hebreos 12:29); es decir, que prueba todas las cosas según Su santidad, y, de este modo, consume todas las cosas que no responden a las demandas de esta santidad. La zarza tenía por objeto ser una figura de Israel. No hay nada que sea consumido más fácilmente por el fuego que una zarza; y ella fue escogida por esta misma causa para representar a la nación de Israel – la nación de Israel en el horno de Egipto – el fuego ardiendo furiosamente alrededor de ella, y no obstante, no destruyéndola. Fue, por tanto, una certeza consoladora para el corazón de Moisés – si él lo podía interpretar bien – el hecho de que su nación sería preservada por muy violentamente que el fuego pudiese arder. En el lenguaje de otro, «ello tuvo la intención de ser una imagen de lo que fue presentado al espíritu de Moisés – una zarza en un desierto, ardiendo, pero no consumida. Era de este modo, sin duda, que Dios estaba a punto de obrar en medio de Israel. Moisés y ellos deben saberlo. Ellos también serían el vaso escogido de Su poder en la debilidad de ellos, y esto para siempre en Su misericordia. El Dios de ellos, así como el nuestro, demostraría ser, Él mismo, un fuego consumidor. ¡Solemne, pero infinito favor! Ya que, por una parte, tan ciertamente como Él es un fuego consumidor, de igual modo, por la otra, la zarza, débil como es, y pronta para desvanecerse, no obstante permanece para demostrar que, independientemente de cuáles puedan ser los zarandeos y los tratos judiciales de Dios, no obstante las pruebas y las disquisiciones del hombre, aun así donde Él se revela a Sí mismo en compasión, así como en poder (y eso fue aquí ciertamente) , Él sostiene al objeto, y usa la prueba para nada más que lo bueno, para Su propia gloria, sin duda, pero por consiguiente, para los mejores intereses mismos de los que son Suyos.»

 

Moisés fue atraído, así como podría haberlo sido, mediante "esta grande visión", y fue a ver (versículo 4). Fue entonces que Dios le llamó de en medio de la zarza, y le llamó por su nombre. Pero se le debe recordar acerca de la santidad de la presencia divina. "No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (versículo 5. Compárese con Números 5: 1 al 3; Josué 5:15, etc.). Esta es la primera lección que deben aprender todos los que se acercan a Dios – el reconocimiento de Su santidad. Es cierto que Él es Dios de gracia, de misericordia, y que Él es también amor; pero Él es todo esto porque Él es un Dios santo, y Él jamás se habría podido manifestar en estos caracteres bienaventurados, si no hubiera sido que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo la gracia y la verdad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron. Pero a menos que nuestros pies estén descalzos – recordando la santidad de Aquel con quien tenemos que ver – jamás podemos recibir las comunicaciones de gracia de Su mente y voluntad. De ahí que la siguiente cosa misma que encontramos aquí es que Él se revela a Moisés como el "Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob" (versículo 6). Esta revelación fue concebida para actuar sobre el alma de Moisés, y lo hace – ya que él tenía su corazón postrado delante de aquel que hablaba – y "cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios" (versículo 6; ver 1 Reyes 19:13). Acto seguido,  Jehová anuncia el propósito de Su manifestación a Moisés.

 

"Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel." (versículos 7 al 10).

 

El orden de esta comunicación es muy instructivo:

 

1. Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob. Su propio carácter es el fundamento de todas Sus actuaciones. Es extremadamente fortalecedor para el alma aprender esta lección – que Dios encuentra siempre Su motivo dentro de Él mismo. Es sobre el terreno de lo que Él es, y no sobre el terreno de lo que nosotros somos. (Compárese con Efesios 1: 3 al 6; 2 Timoteo 1: 9 y 10).

 

2. La ocasión de Su acción fue la condición de Su pueblo. "Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias," etc. (Éxodo 3: 7 y siguientes). ¡Qué ternura infinita! No hay ni una palabra que muestre que los hijos de Israel habían clamado al Señor. Ellos habían suspirado y clamado con motivo de su servidumbre, pero no parece que sus corazones se habían vuelto al Señor. Pero la miseria de ellos había tocado Su corazón, Él conoció sus angustias y había descendido para librarlos. De igual manera, "Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Romanos 5:8).

 

3. Su propósito fue librarlos de Egipto, "y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo." (Éxodo 3:8). No hay nada aquí entre Egipto y Canaán. El desierto no aparece. De igual manera, leemos en Romanos, "a los que justificó, a éstos también glorificó." (Romanos 8:30). Aprendemos así, como se ha hecho notar a menudo, que el desierto no es parte del propósito de Dios. El desierto pertenece a Sus modos de obrar y no a Sus propósitos; ya que es en el desierto donde la carne es probada, donde aprendemos lo que somos, así como lo que Dios es. (Véase Deuteronomio 8). Pero en lo que se refiere a los propósitos de Dios, no existe nada entre la redención y la gloria. Así que en el hecho real, había sólo once días de viaje desde Horeb a Cades-barnea (Deuteronomio 1:2), pero los hijos de Israel cubrieron la distancia en cuarenta años a través de su incredulidad.

 

4. Moisés es comisionado, acto seguido, como el libertador de ellos. El Señor había oído el clamor del pueblo, aunque no dirigido a Él mismo, y había visto su opresión, y por consiguiente, Él enviará a Moisés a Faraón para que pueda sacarlos de Egipto (Éxodo 3: 9, 10).

 

Llegamos ahora a una exhibición muy triste de fracaso por parte de Moisés. Cuando estuvo en Egipto él corrió antes de ser enviado; pensó que, en la energía de su voluntad propia, podía emancipar a sus hermanos, o, a lo menos, reparar sus agravios. Pero ahora, después de cuarenta años pasados en 'las soledades amortiguadoras de la carne' del desierto, él no sólo no está dispuesto a ser empleado en la magnífica misión que el Señor le confiaría, sino que esgrime objeción tras objeción hasta que cansa las tiernas paciencia y larga espera de Jehová, y Su ira se encendió contra Moisés ("Entonces se encendió la ira de Jehová contra Moisés…" - Éxodo 4:14). Pero cada nuevo fracaso de Moisés demuestra ser la ocasión para la exhibición de mayor gracia – aunque en el acontecimiento Moisés tuvo que sufrir a través de toda su vida a causa de su reticencia en obedecer la voz del Señor. ¡Miserable historia de la carne! Ora es demasiado osada, y ora es demasiado reticente. Hay sólo Uno que fue hallado siempre igual a toda voluntad de Dios – el cual hizo siempre las cosas que Le agradaban – y que fue el siervo perfecto, el Señor Jesucristo.

 

Demos una mirada a esta serie de dificultades que Moisés esgrime.

 

"Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?" (Éxodo 3:11).

 

"¿Quién soy yo?" Es perfectamente correcto que seamos conscientes de nuestra absoluta insignificancia; ya que ciertamente no somos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos (2 Corintios 3:5). Pero también es correcto que pensemos mucho de Dios. Ya que cuando Él envía no se trata de lo que nosotros somos, sino de lo que Él es – y no es poca cosa el hecho de ser investido con Su autoridad y poder. David había aprendido esta lección cuando avanzó contra Goliat; ya que, en respuesta a sus burlas, dijo, "¡… voy contra ti en el nombre de Jehová de los Ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado!" (1 Samuel 17:45 – VM). Esta objeción de Moisés fue, por tanto, nada más que desconfianza. Esto se muestra claramente en la respuesta que recibió, "CIERTAMENTE YO ESTARÉ CONTIGO, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte." (Éxodo 3:12 – LBLA). La presencia del Señor iba a ser tanto la autorización para su misión como la fuente de su fortaleza. Como el Señor dijo en días posteriores a Josué, "no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente" (Josué 1: 5, 6). El Señor conoce la necesidad de Su siervo, y provee para su debilidad dándole una señal que le daría seguridad – en caso que la sutileza de su corazón le llevara a la duda, de modo que él pudiera decir, «Ahora tengo una prueba de mi misión divina.» Esto fue suficiente, ciertamente, para dispersar su vacilación y temor. Oigan esta respuesta:

 

"Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?" (Éxodo 3:13).

 

Dios se había revelado ya a Moisés como el Dios de sus padres – y esto podría haber sido suficiente, pero nada puede satisfacer jamás las dudas y temores. Y que mirada incidental se da así de la condición de Israel, ¡como para hacer posible la suposición de que ellos podrían no conocer el nombre del Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob! Dios soporta en gracia a este siervo débil, vacilante, y responde, "YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros." (versículo 14). Esta es la expresión de la existencia esencial de Dios – Su nombre como el Único que existe por Sí mismo; y de tal modo ello Él afirma Su existencia eternal. Fue este nombre que el Señor Jesús reclamó cuando dijo a los Judíos incrédulos, "Antes que Abraham fuese, YO SOY." (Juan 8:58). Pero esto no es todo. Habiéndose revelado Él mismo en cuanto a Su existencia esencial, Él añade, "Así dirás a los hijos de Israel: JEHOVÁ, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, y este es mi memorial de siglo en siglo" (versículo 15 – VM). Esto es gracia pura de parte de Dios. «YO SOY, es Su nombre esencial; pero con respecto a Su gobierno de la tierra, y Su relación con ella, Su nombre – aquel por el cual Él ha de ser recordado para todas las generaciones – es el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob. Esto dio a Israel, visitado ahora y tomado como posesión por Dios bajo Su nombre, un lugar muy peculiar.» Ello apunta, de hecho, a la elección de Israel por la gracia soberana de Dios, y al hecho de ser amados a causa de sus padres; y, a la vez, revela el hecho de que este pueblo será para siempre el centro de los modos de obrar de Dios, y la llave a Sus propósitos en la tierra. De ahí que, mientras Israel está bajo juicio, esparcido a través de todo el mundo, el período de bendiciones terrenales esté aún postergado.

 

Fue, por tanto, en este nombre que Dios descendió a liberar; ya que tan pronto como Él asume esta tarea, Él permite amablemente que el pueblo, a quienes Él trajo así a estar en relación con Él mismo, reivindique Su misericordia y compasión. De ahí las instrucciones detalladas que son dadas ahora a Moisés (versículos 16 al 22), en las que es presentada toda la historia de la controversia de Dios con Faraón, con su punto final en la redención de Su pueblo. Primeramente, a Moisés se le ordena reunir a los ancianos de Israel, para que pueda anunciarles que Jehová, el Dios de sus padres, se apareció a él, y le había comunicado los propósitos de Su gracia hacia ellos, de sacarles de la aflicción de Egipto a una tierra que fluye leche y miel (versículos 16 y 17). Se le predice que ellos oirían su voz, y que él y ellos debían ir juntos a Faraón, a pedir permiso para ir en un viaje de tres días al desierto, para que pudiesen ofrecer sacrificios a Jehová, Dios de ellos (versículo 18). A continuación, él es advertido con anticipación de la oposición obstinada de Faraón; pero se le dice igualmente que Dios mismo trataría con el rey Egipcio, y le obligaría a dejarlos ir; y, además, que cuando ellos saliesen no irían con las manos vacías, sino que despojarían a los Egipcios (versículos 19 al 22). [*]

 

[*] Debido a que ha existido alguna controversia acerca de esta declaración, aquí y en el versículo 2, de que a los Israelitas se les ordenó pedir los cosas de valor de los Egipcios en vísperas de su éxodo, sería bueno señalar que la palabra ha sido traducida erróneamente en algunas versiones de la Biblia. No existe la idea de "demandar". Dicha palabra significa sencillamente "pedir". El contexto muestra que reconociendo la interposición manifiesta de Dios, los hijos de Israel tendrían "gracia en los ojos de los egipcios"; y haciéndoles sentir que habían sido maltratados en manos de ellos, los mismos darían gustosamente cualquier cosa que ellos desearan – puede ser como un tipo de propiciación – con el pleno conocimiento de que jamás volverían a ver a los Israelitas. Lo que ellos dieron fue, por lo tanto, un don incondicional.

 

Estas instrucciones son importantes para todo tiempo; ya que establecen, más allá de toda duda, la presciencia de Dios. Él sabía con quién tenía que tratar, conocía la resistencia con que se iba a encontrar, y de qué manera iba a ser vencida. Él vio todas las cosas desde el principio hasta el final. ¡Qué consolador es esto para nuestros débiles corazones! ¡Ni una dificultad o prueba nos puede sobrevenir que no haya sido prevista por nuestro Dios, y para la cual no se haya hecho provisión en Su gracia! Todo ha sido predispuesto en la perspectiva de nuestro triunfo final, y de nuestra salida victoriosa de esta escena, a través de la exhibición de Su poder redentor, ¡para estar para siempre con el Señor! Ciertamente Moisés podría haber estado satisfecho ahora.

 

"Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová." (Éxodo 4:1).

 

¿Podía la incredulidad ser más presuntuosa? Jehová había dicho, "oirán tu voz" (Éxodo 3:18). Moisés responde, "ellos no me creerán." ¿Causaría asombro que Jehová hubiese rechazado completamente a Su siervo cuando él se atrevió a contradecirle en Su propia presencia? Pero Él es lento para la ira y grande e misericordia; y esta escena está, verdaderamente, llena de belleza al revelar las profundidades de la ternura y la larga espera de Su paciente corazón. Él, por consiguiente, será paciente con Su siervo, condescenderá aún más, y dará incluso signos milagrosos para fortalecerle en su debilidad, y para disipar su incredulidad. "Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano. Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob." (Éxodo 4: 2 al 5). Aun dos señales más son añadidas. Su mano, al meterla en su seno y sacarla, se volvió "leprosa como la nieve"; y al repetir el acto "he aquí que se había vuelto como la otra carne." (versículos 6 y 7). Después, en caso que ellos no prestasen atención a la primera, o a la segunda señal, se añadió una tercera. Él debía tomar agua del río, y derramarla en tierra seca, y se haría sangre sobre la tierra seca (versículo 9). Estas señales son significativas, y especialmente así, se debe observar, en relación con el asunto que estamos considerando. Una vara en la Escritura es el símbolo de autoridad – de poder. Echada en tierra, se convirtió en una culebra. Una culebra (serpiente) es el emblema bien conocido de Satanás; y de ahí que fuese poder convertido en poder Satánico, y esto era exactamente lo que se veía en Egipto en la opresión de los hijos de Israel. Pero Moisés extiende su mano, conforme a la palabra de Jehová, y toma la serpiente por la cola, y vuelve otra vez a ser una vara. El poder que ha llegado a ser Satánico de este modo, reasumido por Dios, se convierte en una vara de castigo o juicio.

 

De ahí que esta vara, en manos de Moisés, se convierte, desde aquel momento, en la vara de la autoridad y del poder judicial de Dios. La lepra es figura del pecado en su contaminación, del pecado en la carne que brota y profana, con sus contaminaciones, al hombre completo. La segunda señal, por consiguiente, nos presenta el pecado y su sanación, llevada a efecto, como sabemos, sólo por la muerte de Cristo. La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, limpia de todo pecado. El agua representa aquello que refresca – fuente de vida y refrigerio como viniendo de Dios; pero, una vez derramada en la tierra, se convierte en juicio y muerte. Armado con tales señales, Moisés podría ciertamente volver y convencer al escéptico más endurecido. No, él aún no está convencido; y por eso él responde ahora,

 

 "¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua" (versículo 10).

 

Esta objeción muestra de manera muy concluyente que el 'yo' era la viga en su ojo que obstruía la visión de la fe. Ya que ¿era su elocuencia o el poder del Señor lo que llevaría a efecto la emancipación de Israel? Él habla como si todo dependiera de palabras persuasivas de humana sabiduría, ¡como si su llamamiento iba a ser hecho al hombre natural mediante destreza humana! ¡Qué común es este error, incluso en la Iglesia de Dios! Por eso es que la elocuencia es lo que desean incluso los Cristianos – dándole un lugar que trasciende al poder de Dios. Los púlpitos de la Cristiandad están, de este modo, llenos de hombres que no son tardos en el habla, y aun los santos que, en teoría, conocen la verdad, son cautivados y atraídos por los dones espléndidos, y encuentran placer en el ejercicio de ellos aparte de la verdad comunicada. ¡Cuán diferente era el pensamiento de Pablo! "Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría." Y otra vez, "ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder" (1 Corintios 2: 1, 4). Esta es la razón por la cual Dios usa a menudo los 'tardos en el habla' mucho más que a los que son elocuentes; porque en tales casos no existe la tentación de apoyarse en la sabiduría de los hombres, al contemplar todos que se trata del poder de Dios. Esta es la lección – una lección que contiene, a la vez, una reprimenda fulminante – que Jehová enseña ahora a Moisés. "¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar." (Éxodo 4: 11 y 12). El siervo no necesitaba más; pero el peligro yace en el olvido de que el modo en que el Señor puede emplearnos puede no traernos honor. Por el contrario, podemos ser considerados como el apóstol lo fue, como débil en presencia corporal, y menospreciable en palabra (2 Corintios 10:109; pero ¿qué importancia tiene esto si somos hechos vehículos del poder de Dios? El siervo debe aprender a ser nada para que sólo el Señor sea exaltado. Pero Moisés deseaba, evidentemente, ser algo, y abrumado ante la perspectiva, y puede ser también, oprimido por el sentido de su incompetencia, a pesar de toda la gracia y la condescendencia del Señor, desea que se le exima de una tan difícil misión. Por tanto él dice,

 

"¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar" (versículo 13).

 

Es decir, «Envía a cualquiera, pero no a mí.» Cinco veces él planteó objeciones al mandato del Señor, dando por supuestas Su paciencia y longanimidad. Pero ahora, "se encendió la ira de Jehová contra Moisés, y le dijo: ¿No es Aarón levita, hermano tuyo? Yo sé que él puede hablar bien; además, he aquí que sale a recibirte, y al verte, se regocijará en su corazón. Tú pues le hablarás a él, y pondrás las palabras en su boca; y yo estaré con tu boca y con su boca, y os enseñaré lo que habéis de hacer. De manera que él hablará por ti al pueblo; y sucederá que él te será a ti en lugar de boca, y tú le serás la él en lugar de Dios. También tomarás esta vara en tu mano, porque con ella has de hacer las señales" (versículos 14 al 17 – VM). La vacilación de Moisés fue vencida de este modo, pero no hasta que la ira de Jehová se encendiera contra él a causa de su renuencia a obedecer Su palabra; pero él perdió mucho. Aarón iba a estar asociado, en lo sucesivo, con él, y de hecho iba a tener el lugar más prominente delante de los hombres; ya que iba a ser el vocero de su hermano. En tierna gracia, no obstante, el Señor reserva a Su siervo Moisés el lugar principal delante de Él, dándole el honor y el privilegio de ser el medio de comunicación entre Él mismo y Aarón. Aarón iba a ser una "boca" para Moisés; Moisés iba a ser para Aarón "en lugar de Dios"; es decir, él iba a impartir a Aarón el mensaje que debía ser entregado. Los propósitos de Dios no pueden ser frustrados; pero podemos sufrir a causa de nuestra obstinación y desobediencia. Así fue con Moisés. ¡Cuántas veces después, durante la travesía de cuarenta años en el desierto, debe haber lamentado la incredulidad que le condujo a rechazar la confianza que el Señor deseaba encomendar sólo a sus manos! Finalmente, la vara de autoridad es dada a Moisés – la vara con la cual iba a mostrar el poder de Dios en señales milagrosas como confirmación de su misión. Esta vara desempeña una parte muy importante a todo lo largo de la carrera de Moisés, y es muy instructivo seguir el rastro de las ocasiones de su aparición y uso. Se convierte aquí, por decirlo así, en el sello de su misión, así como también en la señal de su cargo; porque, a decir verdad, él fue investido con la autoridad de Dios para sacar a su pueblo de la tierra de Egipto.

 

Moisés regresa ahora a procurar el permiso de Jetro para volver a Egipto. Dios había preparado el camino, y por eso Jetro consiente, diciendo a Moisés, "Vé en paz" (versículo 18). El Señor vela sobre Su siervo, tiene en cuenta los sentimientos de su corazón, e incluso anticipa sus temores al decir, "Vé y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte." (Compárese con Mateo 2:20). "Entonces Moisés tomó su mujer y sus hijos, y los puso sobre un asno, y volvió a tierra de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano." (Éxodo 4: 19, 20). Acto seguido, el Señor le instruye adicionalmente, e incluso le revela el carácter del juicio final por medio del cual Él obligaría a Faraón a dejar ir a Su pueblo. Aún más: Él le enseña ahora la relación verdadera en que Él había tomado, por gracia, a Israel. Esta revelación se hace por vez primera. "Israel es mi hijo, mi primogénito"; y es esto lo que decide el carácter del golpe que había de caer sobre Egipto. "Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito" (versículos 22, 23; compárese con Números 8: 14 al 18).

 

Queda ahora solamente una cosa para que Moisés esté calificado para su misión. Debe haber fidelidad dentro del círculo de su propia responsabilidad antes de que él pueda ser hecho el canal del poder divino. La obediencia en el hogar debe preceder a la exhibición de poder al mundo. Esto explica el siguiente incidente: "Y aconteció en el camino, en una posada, que Jehová le salió al encuentro, y procuró matarle. Tomando entonces Zípora un pedernal afilado, cortó el prepucio a su hijo, y lo arrojó a sus pies, diciendo: Ciertamente me eres un esposo sangriento. Y Jehová le soltó: entonces fué cuando ella dijo: Esposo sangriento; con motivo de la circuncisión" (Éxodo 4: 24 al 26 – VM). Moisés había descuidado, no sabemos por qué causa – quizás por influencia de su mujer – la circuncisión de su hijo; y de ahí que Jehová tuviera una controversia personal con él, que debía ser zanjada antes de que él pudiese aparecer ante Faraón con autoridad divina. De este modo, Jehová le derribó, trató con él, trajo su fracaso a la memoria para que él pudiera juzgarlo, y regresar a la senda de obediencia. Tomando prestado el lenguaje de otro: «Dios iba a poner honra sobre Moisés; pero ya había una deshonra hacia Él en el hogar de Moisés. ¿Cómo llegó a suceder que los hijos de Moisés no hubiesen sido circuncidados? ¿Cómo llegó a suceder que faltase allí aquello que tipifica la mortificación de la carne en los más cercanos a Moisés? ¿Cómo sucedió que la gloria de Dios fue olvidada en aquello que debía haber sido prominente en el corazón de un padre? Parece que la esposa tuvo algo que ver con el asunto….. De hecho, ella al final fue obligada a hacer lo que más aborrecía, tal como ella misma dijo en el caso de su hijo. Pero más que esto, ello puso en peligro a Moisés; ya que Dios tuvo la controversia con él, no con su mujer. Moisés era la persona responsable, y Dios se atuvo a Su orden.» Las palabras que nos hemos atrevido a escribir en cursiva comunican un principio muy importante, y explican plenamente el terreno de trato de Dios con Moisés. Pero él recibió gracia para inclinarse ante Su mano punitiva; y es muy bienaventurada la situación cuando somos capaces de reconocer como Pablo, "dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos" (2 Corintios 1:9 – LBLA). Las dos partes de la calificación de Moisés, entonces, eran autoridad divina y condición personal; y estas dos jamás debían disociarse. Para todos los que hablen en nombre del Señor, o sean empleados por Él en cualquier servicio que sea, es de importancia extrema que recuerden esto. Nada puede compensar la falta de condición de alma. Aquí yace, en efecto, el secreto de nuestra debilidad en el servicio. Si nuestros modos de obrar, o, como en el caso de Moisés, nuestros hogares, no son juzgados, el Espíritu de Dios es contristado, y como consecuencia, no somos usados para bendición. No es suficiente, por tanto, tener las palabras de Dios en nuestra boca; sino que debemos estar andando con el poder de ellas en nuestras almas, si es que hemos de hablar con la demostración del Espíritu y de poder.

 

Todo está dispuesto ahora; y, por consiguiente, tenemos una escena hermosa al final del capítulo – una escena que debe haber alegrado el corazón de Moisés, y que, con la bendición de Dios, le dio aliento para la ardua senda en la cual él había entrado. En primer lugar, no obstante, Jehová envía a Aarón "al encuentro de Moisés en el desierto. Y él fue y le salió al encuentro en el monte de Dios, y lo besó. Y contó Moisés a Aarón todas las palabras del SEÑOR con las cuales le enviaba, y todas las señales que le había mandado hacer" (Éxodo 4: 27, 28 – LBLA). El lugar de su encuentro es muy significativo. Fue en el monte de Dios (Éxodo 3:1), es decir, Horeb, donde Jehová apareció a Moisés; aquí le encuentra Aarón ahora; y fue en el mismo lugar donde Moisés recibió después las dos tablas de piedra, con los Diez Mandamientos escritos con el dedo de Dios. Dejando esto, no obstante, se puede comentar, ahora – ya que contiene una lección muy práctica – que es siempre muy bienaventurado cuando parientes pueden encontrarse en el monte de Dios. Entonces, como con Moisés y Aarón, la conversación será sobre "las palabras de Jehová", y el encuentro resultará en bendición. Si, por otra parte, descendemos a un nivel inferior, como es demasiado a menudo el caso, nuestras comunicaciones serán más bien concernientes a nosotros mismos y a lo que hacemos, y esto no resultará ni para la gloria de Dios ni de provecho para nosotros mismos.

 

Observen, asimismo, que es desde el monte de Dios que ellos prosiguen con su misión. Bienaventurados los siervos que van directamente de la presencia de Dios a sus labores. Al llegar a Egipto, "fueron Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel; y les refirió Aarón todas las palabras que había dicho Jehová a Moisés, e hizo las señales a vista del pueblo. Y creyó el pueblo; y oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había mirado su aflicción, inclinaron la cabeza y adoraron" (Éxodo 4: 29 al 31 – VM). La palabra de Jehová se cumplió así. Moisés había dicho, "He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz." (Éxodo 4:1). Pero el pueblo creyó, conforme a la palabra de Jehová; y tocado por Su gracia, cuando oyeron de qué manera Él los había visitado, y había mirado su aflicción, ellos inclinaron sus corazones y adoraron. Es cierto que después, cuando las dificultades aumentaron, ellos murmuraron en su incredulidad; pero esto no puede disminuir la belleza del cuadro ante nosotros, en el que vemos la palabra de Jehová, en todo su frescor y poder, alcanzando los corazones de los ancianos, y haciéndolos inclinar en adoración en Su presencia.

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Enero 2012.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Commission of Moses (Exodus 3, 4), by Edward Dennett
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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