ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

31.- LA FUENTE (Éxodo 30:17-21)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

 

LA FUENTE

 

 

Éxodo 30: 17-21

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

        

La fuente es el último de los enseres sagrados enumerados. Junto con esto, el Tabernáculo y sus distribuciones están completos. Estaba situada afuera, en el atrio del Tabernáculo, entre el tabernáculo de reunión y el altar; es decir, entre el altar de bronce que estaba en el interior de la entrada al atrio, y la entrada al lugar santo. De este modo, una vez rebasado el altar del holocausto —en su camino al Tabernáculo— los sacerdotes encontrarían la fuente en el recorrido. La razón de esto se mostrará mientras avanzamos.

 

"Habló más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones." (Éxodo 30: 17-21).

 

Se observará que nada se dice en cuanto a la forma de la fuente. Todas las ilustraciones de ella que son presentadas en las obras acerca del Tabernáculo carecen de autoridad —de hecho, son puramente imaginarias. Existe, sin duda, una razón divina para el ocultamiento tanto de la forma como del tamaño, ya que es más bien la cosa tipificada y no el utensilio mismo al cual el Espíritu de Dios dirigiría nuestras mentes. El silencio de la Escritura es tan instructivo como su lenguaje, y es el feliz privilegio del creyente inclinarse ante lo uno al igual que ante lo otro. "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley." (Deuteronomio 29:29).

 

Estaba hecha enteramente de bronce —tanto la fuente como su base. La significancia de este material ha sido explicada frecuentemente, pero puede ser recordada nuevamente. Se trata de la justicia divina probando al hombre en responsabilidad, y, por consiguiente, probando al hombre en el lugar en que está. El bronce, por esta causa, se halla siempre fuera del Tabernáculo, mientras el oro, que es la justicia divina como conviene a la naturaleza de Dios, se lo halla adentro—en el lugar santo, así como también en el lugar santísimo. Pero el hecho de que el hombre sea probado le condena necesariamente, debido a que es un pecador; por eso se encontrará asociado a ello un cierto aspecto judicial. Hay otro elemento que debe ser especificado. La fuente fue hecha de un carácter especial de bronce, obtenido de los espejos de bronce usados por las mujeres que velaban a la puerta del Tabernáculo de reunión (Éxodo 38:8) —es decir, de los artículos mismos que revelaban, en figura, su condición natural, y mostraban, mediante eso, su necesidad de limpieza. [*]  Por tanto, si el bronce revelaba y juzgaba la condición de aquellos a los cuales probaba, el agua estaba allí para limpiar y purificar. Porque el agua es un símbolo de la Palabra. Es usada así en Juan 3:5, en comparación con Santiago 1:18 y 1ª. Pedro 1: 23-25. Se la encuentra también en Efesios 5:26 —en el sentido especial del agua de la fuente.

 

[*] Véase, para una ilustración instructiva de esta verdad, Santiago 1: 24, 25.

 

Pero esto se verá más plenamente mientras consideramos el uso de la fuente. Dicha fuente era para que Aarón y sus hijos lavaran allí sus manos y pies. "Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran", etc. (Éxodo 30:20). Lavarse las manos y los pies en las ocasiones especificadas era una obligación indispensable y perpetua impuesta a los sacerdotes. Ahora bien, antes de explicar el carácter de este lavamiento, hacer unos comentarios preliminares despejará el camino, y ayudará al lector. Observe entonces, en primer lugar, que el lavamiento de los cuerpos de los sacerdotes, tal como en su consagración, no se repite jamás. Son sólo las manos y los pies los que deben ser lavados repetidamente en la fuente. La razón de esto es obvia. Lavar todo el cuerpo es una figura de haber nacido de nuevo, y esto no se puede repetir. Nuestro Señor enseñó esta verdad en Juan 13. En respuesta a Pedro, Él dijo, "El que está lavado" (literalmente "bañado"; es decir, a la persona entera – Strong G3068) "no necesita sino lavarse" (aquí se usa otra palabra Griega que habla más bien de mojar sólo una parte – Strong G3538) "los pies, pues está todo limpio" (Juan 13:10). Los pies, o, como en el caso de los sacerdotes, las manos y los pies, se pueden contaminar y necesitan ser limpiados una y otra vez, pero el cuerpo jamás, ya que fue limpiado una vez y para siempre en el agua al nacer de nuevo. Observen, en segundo lugar, que es agua y no sangre lo que hay en la fuente. Se ha tratado, a menudo, de deducir de esta ordenanza para los sacerdotes, que el creyente necesita la aplicación repetida de la sangre de Cristo. Un pensamiento semejante no sólo es extraño a la enseñanza completa de la Escritura, sino que tiende también a socavar la eficacia del sacrificio único de Cristo. En efecto, dicho pensamiento impugna la consumación de la expiación y, por consiguiente, impugna el derecho de Cristo a un asiento permanente a la diestra de Dios. La sangre de Cristo tiene que ver con la culpa, y en el momento que un pecador se coloca bajo su valor delante de Dios, él es limpiado para siempre; porque "con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que son santificados." (Hebreos 10:14 – VM). El único objetivo del Espíritu de Dios en Hebreos 9 y 10 es insistir en esta preciosa y trascendental verdad. Es muy cierto el hecho de que esta verdad se ha perdido de vista en toda la Cristiandad; pero la guía del creyente no se ha de encontrar en las enseñanzas actuales de los hombres, sino en la inmutable Palabra de Dios. Por tanto, todo aquel que lee los dos capítulos indicados —y los lee con un sincero deseo de entender su enseñanza— percibirá de inmediato que no se trata jamás de la imputación de culpa al creyente, sino de que él tiene derecho a regocijarse por el hecho de no tener más conciencia de pecado, si ha sido una vez limpiado por la sangre de Cristo.

 

¿Cuál era entonces, se puede preguntar claramente, la naturaleza de la limpieza en la fuente? Se limitaba, como se ha indicado, a las manos y los pies. Se observará una diferencia al comparar esto con Juan 13. En el caso de los discípulos, sólo los pies fueron lavados; en el caso de Aarón y sus hijos, fueron sus manos y sus pies. La diferencia surge del carácter de las dispensaciones. Para los sacerdotes se indican las manos así como también los pies, debido a que con respecto a ellos se consideraba la obra: estaban bajo la ley. Pero con los discípulos sólo los pies son lavados —debido a que fue, aunque esto se llevó a cabo antes de que el Señor les hubiese dejado, una acción típica de la posición actual de los creyentes— con respecto a los cuales no es una cuestión acerca de la obra, sino del andar. Que se reitere el hecho de que a los sacerdotes jamás se los volvió a lavar, y nunca se los roció nuevamente con sangre. Pero a partir de entonces se origina la cuestión de la contaminación en su servicio y andar. Ahora bien, si no hubiese existido ninguna provisión para estos, habrían sido excluidos de sus funciones sacerdotales en el santuario; puesto que, ¿cómo hubiesen podido entrar a estar delante de Dios con manos y pies contaminados —a la presencia de Aquel de quien se dice, "La santidad conviene a tu casa" (Salmo 93:5)? De ahí la provisión de gracia del agua —símbolo de la Palabra— para que, antes de que entrasen en el lugar santo, pudieran limpiar sus manos y pies de las contaminaciones que habían contraído.

 

Teniendo en cuenta, entonces, la diferencia de las dispensaciones (mostrada en la inclusión de las manos), la enseñanza de la fuente se corresponde enteramente con la de Juan 13. Es decir, se trata de la limpieza de las contaminaciones. Encontramos así al Señor sentado con Sus discípulos, y se dice, "como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin." (Juan 13:1). Esta declaración es significativa por dos razones; en primer lugar, por mostrar que se trataba de un trato con aquellos que Le pertenecían; y, en segundo lugar, por revelar el motivo del ministerio que Él estaba a punto de llevar a cabo, que emanó, en efecto, de Su inmutable corazón de amor. "Y durante la cena" (no 'terminada la cena' como traducen al Español algunas versiones), "como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó." (Juan 13: 2-4; LBLA). El significado de esta acción fue que como Él no podía continuar más tiempo con ellos, porque volvía a Dios, les mostraría de qué manera podían tener parte con Él en el lugar al que iba. Habían sido lavados (Juan 13:10); pero al pasar ellos por el mundo sus pies se contaminarían, y por ello, como en el caso de los sacerdotes, a menos que se hiciera provisión para su limpieza, no podrían tener parte con Él (Juan 13:8) —estarían incapacitados para disfrutar de la comunión con el Padre, o con Su Hijo Jesucristo. Por eso Él les revela, mediante este hecho simbólico de lavar sus pies, de qué manera Él, por Su ministerio a favor de ellos, quitaría las contaminaciones que pudiesen contraer. Hay tres puntos en el hecho que hay observar. Primero, habiéndose quitado Su manto —acción emblemática de Su partida de este mundo— tomó una toalla y se la ciñó —una acción expresiva de Su servicio a favor de los Suyos. Luego, en segundo lugar, puso agua en un lebrillo (vasija). El agua es aquí también un símbolo de la Palabra. Por último, Él comenzó a lavar los pies de Sus discípulos —es decir, a aplicar la Palabra de manera de efectuar su limpieza. Teniendo esto en cuenta, entenderemos fácilmente qué es lo que responde a esto en el ministerio actual de Cristo para Su pueblo —la verdad expuesta verdaderamente por la fuente. El apóstol Juan dice, "si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." 1ª. Juan 2:1). El contexto muestra que esto se declara acerca de quienes tienen vida eterna y son llevados a la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Es evidente, asimismo, que no hay ninguna necesidad que los tales pequen. "Estas cosas os escribo para que no pequéis"; y luego añade, "si alguno hubiere pecado." La abogacía de Cristo con el Padre es, por tanto, para los creyentes —y una provisión para el pecado después de la conversión— el medio de Dios para quitar las contaminaciones en las que así se incurren. Entonces, si un creyente peca (nunca se trata de una cuestión acerca de imputación de la culpa, sino que) su comunión se interrumpe; y nunca más se puede disfrutar de esta hasta que el pecado es quitado —perdonado. Tan pronto como él peca, Cristo como Abogado se hace cargo de su caso, intercede por él. Una ilustración de esto se halla en Lucas. "Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos." (Lucas 22: 32, 32). Así es ahora —tan pronto como se comete el pecado, no antes, Cristo intercede; y la respuesta a Su intercesión es la aplicación de la Palabra por el Espíritu Santo, más tarde o más temprano, a la conciencia. Una ilustración de esto se halla también en el mismo evangelio. Después que Pedro hubo negado a Su Señor, tal como se le había predicho, no tuvo conciencia alguna de su pecado, ni siquiera cuando oyó el canto del gallo, hasta que vuelto el Señor, le miró. (Lucas 22:61). Esto alcanzó su conciencia, quebrantó su corazón, como podemos decir, de modo que salió y lloró amargamente. De igual manera, cuando el creyente cae en pecado, no se arrepentiría jamás si no fuera por la intercesión del Abogado; y, de hecho, no se arrepiente hasta que, en respuesta a la oración del Abogado, la Palabra, al igual que la acto de mirar a Pedro, usada por el Espíritu Santo, alcanza la conciencia y deja al descubierto el carácter de su pecado delante de Dios. Entonces el pecador se  inclina en el lugar del juicio propio, y confiesa su pecado. Esto conduce a la siguiente y última etapa. Al confesar su pecado, se encuentra con que Dios "es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1ª. Juan 1:9); y, restaurada su alma, puede entrar una vez más en el tabernáculo, o, en otras palabras, a disfrutar de nuevo de la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo.

 

Esta verdad —la que es realmente la verdad de la fuente— es de suma importancia para el creyente. Es esencial, en primer lugar, para saber que somos limpiados una vez y para siempre en cuanto a la culpa. Pero aprender esto es igualmente esencial para comprender que si los pecados después de la conversión no son confesados o juzgados, somos excluidos de la comunión con Dios, descalificados para el servicio sacerdotal y para la adoración; y no solo eso, sino que si permanecemos en este estado, más temprano o más tarde Dios tratará con nosotros, en respuesta a la intercesión de Cristo, para hacernos recordar nuestros pecados. La abogacía de Cristo, por tanto, suple la necesidad del creyente —siendo, como lo es, la provisión de gracia de Dios para nuestros pecados—para la remoción de nuestras contaminaciones, de modo que podamos tener libertad de entrada, sin obstáculo o impedimento, a Su presencia inmediata para adorar y alabar. Aarón y sus hijos debían lavarse siempre en la fuente cuando entraban en el tabernáculo. Esto nos puede enseñar nuestra necesidad de juicio propio continuo. Cuán a menudo nos vemos impedidos en cuanto a la oración, la adoración, y el servicio, por descuidar esto. Ha existido algún fracaso, y no lo hemos recordado, o no lo hemos llevado a la presencia de Dios para confesión y humillación; y por ello, incluso involuntariamente, hemos estado entrando en el tabernáculo con pies contaminados. Como consecuencia, se nos ha llevado a percatarnos de nuestra frialdad y limitación, nuestra inhabilidad para ocupar nuestra posición sacerdotal. Por lo tanto, ¡que jamás podamos olvidar el uso de la fuente —es decir, nuestra necesidad constante de que nuestros pies sean lavados por el ministerio amoroso de nuestro Abogado para con el Padre!

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2013.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Laver (Exodus 30: 17-21) ,
by Edward Dennett
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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