ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

6.- EL CORDERO PASCUAL (Éxodo 12)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

 

EL CORDERO PASCUAL

 

 

Éxodo 12

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

 

Se puede recordar dos cosas que contiene el capítulo once. Primero, el anuncio del juicio sobre los primogénitos; y, en segundo lugar, la diferencia hecha "entre los egipcios y los israelitas." (Éxodo 11: 4 al 7). Es en el cordero pascual donde yace la reconciliación de estas dos cosas. Porque Dios plantea ahora la cuestión del pecado, y de este modo, Él mismo se presenta, necesariamente, en el carácter de Juez. Pero en el momento que Él hace esto, tanto los Egipcios como los Israelitas son igualmente aborrecibles a Su juicio, en la medida que ambos son pecadores ante Sus ojos. Es cierto que Su propósito fue redimir a Israel de Egipto, y es también muy cierto que en el ejercicio de Sus propios derechos soberanos Él puede hacer una diferencia entre el uno y el otro. Pero Dios nunca puede dejar de ser Dios, y todas Sus acciones deben ser la expresión de lo que Él es en algún aspecto o carácter; y de ahí que si Él perdona a Israel – siendo ellos igualmente culpables junto con los Egipcios, ambos igualmente pecadores – mientras Él destruye Egipto, Él puede hacerlo sólo en armonía con Su propia naturaleza. En otras palabras, Su justicia debe ser mostrada tanto en la salvación del uno como en la destrucción del otro. Y es de una importancia inmensa percibir que la gracia misma sólo puede reinar a través de la justicia. (Romanos 5:21). Ahora bien, este es exactamente el problema resuelto en este capítulo – de qué manera Dios pudo perdonar de manera justa a Israel mientras Él destruía a los primogénitos de Egipto. Él aparece a ambos como Juez; y se verá que el único terreno de diferencia hecho, no yace en alguna superioridad moral de Israel sobre Egipto, SINO COMPLETA Y SOLAMENTE EN LA SANGRE DEL CORDERO PASCUAL. Fue gracia lo que hizo el pacto con Abraham, Isaac, y Jacob; fue gracia también la que proveyó el cordero; pero la sangre de aquel cordero – tipo como fue del Cordero de Dios, Cristo nuestra Pascua (1ª. Corintios 5:7) – satisfizo cada demanda que Dios tenía sobre Israel debido a sus pecados, y de ahí que Él pudo protegerlos de manera justa mientras el destructor traía muerte en cada familia de los Egipcios. Fue en la sangre del Cordero donde la misericordia y la verdad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron. Esto se verá plenamente mientras seguimos los detalles del capítulo.

 

"Habló Jehová a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los meses del año." (Éxodo 12: 1 y 2).

 

Delante de Dios, el tiempo no vale para nada mientras el pecador está en sus pecados. No es sino hasta el momento en que estamos protegidos bajo la sangre de Cristo que hemos comenzado a vivir ante Sus ojos. Podemos haber vivido treinta, cuarenta o cincuenta años; pero si no hemos nacido de nuevo, todo es una pérdida de tiempo. ¿Perder el tiempo? Perderlo por lo que a Dios se refiere; pero, ¡oh, cuán lleno de resultados para la eternidad si continuamos en esa condición! Cada día de aquel período ha añadido a nuestra culpa, al número de nuestros pecados, todos los cuales están registrados en el libro que será abierto en el juicio del gran trono blanco, si es que pasamos a la eternidad sin haber sido salvos. ¡Qué veredicto sobre los afanes y las actividades del mundo, sobre las esperanzas y ambiciones de los hombres! Ellos nos cuentan acerca de la nobleza de la vida, hablan de hechos de gloria y fama, y procuran inspirar a nuestra juventud con los deseos de emular las hazañas de aquellos cuyos nombres están inscritos en la página histórica. Dios habla, y mediante una palabra disipa la ilusión, proclamando que los tales no han comenzado aún a vivir. Sin vida hacía Él, independientemente de lo grande que puedan aparecer ante los ojos de los hombres, ellos están muertos, su verdadera historia no ha comenzado aún. De igual modo con los Israelitas. Ellos han sido, hasta ahora, siervos de Faraón, esclavos de Satanás; no habían comenzado aún a servir a Jehová, y de ahí que el mes de su redención había de ser el primer mes del año para ellos. Desde este punto, comienza la verdadera historia de la vida de ellos.

 

"Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia. Mas si la familia fuere tan pequeña que no baste para comer el cordero, entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre, haréis la cuenta sobre el cordero. El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas. Ninguna cosa dejaréis de él hasta la mañana; y lo que quedare hasta la mañana, lo quemaréis en el fuego."

"Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová. Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto. Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis. Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis que no haya levadura en vuestras casas; porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, será cortado de Israel. El primer día habrá santa convocación, y asimismo en el séptimo día tendréis una santa convocación; ninguna obra se hará en ellos, excepto solamente que preparéis lo que cada cual haya de comer. Y guardaréis la fiesta de los panes sin levadura, porque en este mismo día saqué vuestras huestes de la tierra de Egipto; por tanto, guardaréis este mandamiento en vuestras generaciones por costumbre perpetua."

"En el mes primero comeréis los panes sin levadura, desde el día catorce del mes por la tarde hasta el veintiuno del mes por la tarde. Por siete días no se hallará levadura en vuestras casas; porque cualquiera que comiere leudado, así extranjero como natural del país, será cortado de la congregación de Israel. Ninguna cosa leudada comeréis; en todas vuestras habitaciones comeréis panes sin levadura." (Éxodo 12: 3 al 20).

 

En medio del juicio Dios recuerda la misericordia. Si Él herirá a los Egipcios, y si Él no puede (no puede, consistentemente con los atributos de Su carácter) perdonar a Israel, a menos que Sus demandas sobre ellos sean completa y adecuadamente satisfechas, Él mismo, actuando desde Su propio corazón, en el ejercicio de Sus derechos soberanos, según las riquezas de Su gracia, proporcionará el cordero cuya sangre iba a formar el fundamento sobre el cual Él podía eximir justamente del golpe a Su pueblo, y sacarles de la casa de su servidumbre. Observen bien, que en el asunto de nuestra salvación, tal como en la redención de Israel, la cuestión no es lo que nosotros somos, sino lo que Dios es. Nuestra salvación está fundamentada, por tanto, sobre la base inmutable de Su propio carácter; y de ahí que tan pronto como la expiación ha sido hecha (tal como veremos en el progreso de esta historia) todo lo que Dios es, está comprometido para nuestra seguridad.

 

Hay muchos rasgos en esta Escritura que requieren una atención distintiva y separada. En primer lugar, el cordero. Como ya se  ha señalado, el valor completo de este cordero pascual brota del hecho de que es un tipo de Cristo. Pablo dice así, "Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado. Por tanto, celebremos la fiesta." (1ª. Corintios 5: 7 y 8 – LBLA). Estamos autorizados, por tanto, por autoridad divina, a ver al Cordero de Dios bajo la sombra de este interesante tipo; y  es a causa de esto que cada detalle de este capítulo llega a estar investido con tal interés superior. En el décimo día del mes, se debía tomar el cordero – un macho de un año, sin defecto – y debía ser guardado hasta el día catorce del mismo mes. Se ha enseñado, generalmente, que esto corresponde a la puesta aparte del cordero en los consejos de Dios; es decir, en el día diez, y el sacrificio real en el día catorce. Pero se ha hecho otra sugerencia que es presentada y recomendada al juicio del lector. El día diez, conforme a esto, corresponderá con la entrada de Cristo en Su ministerio público, cuando Él fue destacado por Juan el Bautista, de manera muy sorprendente, como "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29). Entonces, si el ministerio del Señor abarcó el término de tres años, compuesto de dos años completos y partes de dos años más, esto sería, según el cálculo Judío, cuatro años, y el tiempo de Su muerte correspondería, por consiguiente, al día catorce. Pero, ¿por qué, se puede preguntar, se toma el número diez para la puesta aparte del cordero? Porque es el número de la responsabilidad para con Dios, y enseña mediante ello que antes que nuestro bendito Señor fuera reconocido públicamente como el Cordero de Dios, Él había satisfecho toda responsabilidad delante de Dios, y se demostró así que era sin defecto, cualificado por lo que Él era en Sí mismo, para ser el sacrificio por el pecado. Él era el Cordero de Dios, y es algo pleno de bienaventurada consolación que el cordero era la provisión de Dios. El hombre jamás habría sabido qué sacrificio habría sido aceptable. Israel habría permanecido en servidumbre hasta el día de hoy, si se le hubiese dejado concebir un medio de satisfacer las demandas de Dios a causa de sus pecados. Por eso Dios, en Su misericordia y gracia, proporcionó un Cordero cuya sangre sería suficiente para quitar el pecado del mundo. Jamás puede haber, por tanto, ningún otro método de limpiarse del pecado, ningún otro medio de protegerse del justo juicio de Dios: la sangre de Cristo, en vista de que es proporcionada por Dios, excluye todo otro método.

 

El cordero debía ser inmolado el día catorce del mes. "toda la asamblea de la congregación de Israel lo matará al anochecer." (Éxodo 12:6 – LBLA). Todos se deben identificar con el cordero inmolado. Toda la asamblea debía inmolarlo. De hecho, cada familia tenía su cordero, ya que cada familia debía estar, específicamente, bajo su protección; por otra parte, "la asamblea de la congregación" es considerada como un todo. Estas dos unidades siempre fueron preservadas en la economía Judía – la de la asamblea, y la de la familia. La de la familia corre a través de la edad patriarcal; y ahora que Dios está llamando a un pueblo a salir de Egipto para Sí mismo, mientras él establece la unidad del todo, la de la familia aún es preservada. Ellas se combinan en la ordenanza de la pascua – las familias aparte, y la congregación como un todo.

 

Luego se ordena la aspersión de la sangre. El cordero muerto no habría asegurado la protección de una sola familia. Si el pueblo hubiese descansado en el hecho de que el cordero había sido muerto, el destructor no habría encontrado ningún impedimento a su entrada en sus casas. No habría habido una sola casa en todas sus tribus sin su muerto, al igual que las de los Egipcios. No; no fue la muerte del cordero, sino la aspersión de la sangre lo que garantizó la seguridad de ellos. (versículos 7, 13, 23). Que el lector pondere bien esto. ¿Acaso no existe el peligro de que él descanse en el hecho de la muerte de Cristo para protección – sin un momento de preocupación acerca de si acaso él está bajo su eficacia bienaventurada delante de Dios? La muerte de Cristo no salvará ni una sola alma (no hablamos de los infantes) aparte de la fe en Él. Es muy cierto que Él ha hecho propiciación por el pecado – una propiciación que ha glorificado a Dios en cada atributo de Su carácter, sobre el terreno del cual Él puede, de manera justa, otorgar una salvación plena, completa, y eterna a todo pecador que se acerca a Él a través de la fe en su valor. Porque Dios ha propuesto públicamente a Cristo "como sacrificio expiatorio por su sangre a través de la fe, como evidencia de su justicia, a causa de haber pasado por alto, Dios en su paciencia, los pecados pasados, para demostrar en este tiempo su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús." (Romanos 3: 25, 26 – BTX). Pero debe existir la identificación personal con la sangre derramada a través de la fe, o ella habrá sido, por lo que se refiere a un tal, derramada en vano. ¿De qué manera entonces, permitamos que se pregunte, llegó a estar el Israelita bajo su protección y valor? Ello fue sencilla y solamente a través de la obediencia de la fe. Se les ordenó 'tomar la sangre, y ponerla en los dos postes y en el dintel de las casas', 'tomar un manojo de hisopo, y mojarlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untar el dintel y los dos postes con la sangre que estará en el lebrillo; y que ninguno de ellos saliera de las puertas de su casa hasta la mañana'. (Éxodo 12: 7 y 22). De este modo,  ellos no tuvieron que hacer absolutamente nada excepto creer y obedecer. No les correspondía discutir el método proporcionado, su sensatez o lo contrario, o su probable valor. Todo dependió de la atención que prestaron a la Palabra de Dios. Del mismo modo Dios no demanda nada del pecador sino fe – fe en Su testimonio acerca de su condición y culpabilidad que le expone a juicio, y fe en la provisión hecha para su necesidad a través de la muerte de Cristo. Si un Israelita, a partir de cualquier pretexto, hubiese hecho caso omiso del mandato divino, no habría podido escapar del golpe del destructor. De igual modo, si un pecador rechaza ahora, por cualquier motivo, inclinarse ante la Palabra de Dios con respecto a su condición, y también con respecto a Cristo, nada puede evitar el golpe del juicio eterno. Pero en el momento que el Israelita, en obediencia sencilla, asperjaba la sangre sobre su vivienda, él estaba inviolablemente seguro a través de esa noche de terror y muerte. Asimismo, en el momento que un pecador cree en Cristo, él es eternamente salvo, ya que está protegido por todo el valor inefable de Su sangre preciosa. Entonces él puede cantar con exultante confianza:

 

"Aunque el incansable enemigo acusa,

Enumerando pecados como una inundación;

Toda acusación Dios rechaza;

Cristo ha respondido con Su Sangre." [*]

 

[*] Traducción libre de la cita del autor de este escrito. Se trata de la tercera estrofa del himno "Many sons to glory bringing" escrito por Mary Bowley (1813-1856). (http://www.stempublishing.com/hymns/ss/16) (N. del T.).

 

Observen, asimismo, para enfatizar aún más esta verdad, que la seguridad del pueblo no dependía en grado alguno de su propio estado moral, ni tampoco sobre sus propios pensamientos, sentimientos, o experiencias. El único asunto era si la sangre era o no era asperjada como se había indicado. Si lo era, ellos estaban a salvo; si no lo era, estaban expuestos al juicio que recorría en ese entonces la tierra de Egipto. Podían haber sido tímidos, temerosos, y desanimados; podían haber pasado toda la noche en cuestionamientos; pero con todo, si la sangre estaba sobre sus viviendas, ellos estaban protegidos efectivamente del golpe del destructor. Fue el valor de la sangre, y sólo eso, lo que les proporcionó protección. Nuevamente, si hubiesen sido el mejor pueblo del mundo, como dicen los hombres, habrían perecido igualmente con los más viles de los Egipcios, si es que estaban sin la sangre rociada. El fundamento de su seguridad, sea ello reiterado, yace sólo en la sangre del cordero Pascual. Es lo mismo ahora con todos los que están esta tierra. Juicios muy cercanos, que trascienden con mucho los de Egipto, descenderán sobre este mundo, y estos no serán más que los precursores del juicio final de todos ante el gran trono blanco, cuyo tópico cierto es la muerte segunda (Apocalipsis 20), y nadie escapará de estos juicios a menos que esté protegido por la sangre de Cristo. ¿Puede el lector, entonces, ponderar si se le enfatiza el asunto con fervor, no, incluso con afectuosa vehemencia: Está usted seguro a través de la sangre de Cristo? No se permita usted ningún reposo, día y noche, hasta que esta pregunta sea resuelta, hasta que sepa, sobre el fundamento de la Palabra inmutable de Dios, que usted está tan a salvo como lo estaban lo Israelitas en sus viviendas asperjadas, en esta oscura y terrible noche.

 

Se debe comentar, además, que la sangre asperjada era para los ojos de Dios. Como otro ha observado, «No se dice, 'Cuándo ustedes la vean', sino, 'Cuando Yo la vea'. El alma de una persona que ha despertado reposa, a menudo, no en su propia justicia, sino en la manera en que ve la sangre. Ahora bien, si bien es muy precioso tener el corazón profundamente impresionado con ella, este no es el terreno de la paz. La paz se fundamenta en la visión que Dios tiene de ella. Él no puede dejar de estimarla en su pleno y perfecto valor quitando el pecado. Es Él quien aborrece y ha sido ofendido por el pecado; Él ve el valor de la sangre quitándolo. Se puede decir, '¿Pero acaso no debo tener fe en su valor?' Esto es fe en su valor, el hecho de ver que Dios la considera como quitando el pecado; el valor que usted le da a ella la considera como un asunto de la medida de sus sentimientos. La fe considera los pensamientos de Dios.» Si se recordase este punto, ello evitaría, a las personas ansiosas, muchos días y noches extenuantes de perplejidad y angustia. No hay nada más allá de aceptar el propio testimonio de Dios en cuanto al valor de la sangre. "Cuando yo vea la sangre pasaré sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá sobre vosotros para destruiros cuando yo hiera la tierra de Egipto." (Éxodo 12:13 – LBLA). Todo lo que Dios es, es contra el pecado y, por consiguiente, todo lo que Él es se satisface con la sangre de Cristo, de otro modo Él aún debe castigar al pecado. Su declaración, por tanto, de que Él perdonará cuando Él ve la sangre, es un testimonio claro al hecho de que ella ha hecho una plena y perfecta expiación por el pecado. Entonces, si Él está satisfecho con la sangre de Cristo, ¿acaso no puede el pecador estar satisfecho también? Y recuerde que la indignidad del pecador no puede ser esgrimida como un impedimento a su eficacia. Si se pudiese, entonces la sangre por sí sola no sería suficiente. En el momento que los ojos de Dios reposan en la sangre, toda Su naturaleza moral es satisfecha; y Él perdona de manera tan justa a quienes están bajo su protección y valor, como Él lo hace golpeando a los Egipcios.

 

La pregunta, no obstante, puede ser preferible de este modo, '¿De qué manera podemos ser llevados bajo la eficacia de la sangre de Cristo?' Los Israelitas fueron llevados bajo el refugio de la sangre del cordero pascual por medio de la fe. Ellos recibieron el mensaje, creyeron en su importancia, asperjaron la sangre según a las instrucciones dadas, y se aseguraron así contra el golpe judicial. Ahora es más sencillo. Las buenas nuevas de redención por medio de la sangre de Cristo son proclamadas, el mensaje es recibido; e inmediatamente que es recibido, la mirada de Dios contempla al alma bajo toda su eficacia y valor. Por tanto, todo aquel que cree en el Señor Jesucristo es librado de la ira venidera. La paz con Dios se fundamenta así en la sangre de Cristo, Ya que «la sangre significó el juicio moral de Dios, y la plena y entera satisfacción de todo lo que había en Su ser. Dios, tal como Él era, en Su justicia, Su santidad, y Su verdad, no podía tocar a quienes eran protegidos por esa sangre. ¿Había allí pecado? Su amor hacia Su pueblo había hallado el medio de satisfacer las demandas de Su justicia; y ante la visión de aquella sangre, la cual respondía a todo lo que era perfecto en Su ser, Él pasaba de largo de manera consistente con Su justicia, y aun con Su verdad.» La paz con Dios, por lo tanto, repetimos, se basa en la sangre de Cristo.

 

Hay aún otra cosa. El cordero pascual, cuya sangre había sido asperjada sobre las viviendas de Israel, debía ser comida, y comida de una manera especial con sus acompañamientos, y en una actitud determinada. Cada uno de estos puntos tiene su propio interés y su propia enseñanza. "Y aquella noche comerán la carne asada al fuego." (versículo 8). No se debía comer "cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas." (versículo 9). El fuego es un símbolo de la santidad de Dios aplicada en juicio; y de ahí que el cordero del que ellos se alimentaron hablaba, en figura, de que Otro había soportado el fuego del juicio, había pasado a través de él, a favor de ellos. "Asada al fuego" habla así de Cristo quien cargó con nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero, y por nosotros fue hecho pecado, cuando Él fue expuesto a la acción plena, implacable, y penetrante del fuego – el juicio de Dios contra el pecado. Si, por tanto, Él perdonó a Su pueblo, fue sólo sobre el terreno de Otro cargando con lo que ellos justamente merecían. ¡Qué amor fue expresado, entonces, al entregar a Su propio Hijo a semejante muerte! Bien pudo el Espíritu de Dios decir, Él no perdonó a Su propio Hijo, cuando Le consagró para recibir el golpe del juicio del pecador.

 

"A nosotros, nuestro Dios Su amor encomienda,

Cuando por nuestros pecados estábamos perdidos;

Para que Él pudiese perdonar a sus enemigos,

Él no perdonaría a Su Hijo." [**]

 

[**] Traducción libre de la cita del autor de este escrito. Se trata de la primera estrofa del himno traducido por Volbrecht Nagel (#239). (N. del T.)

 

Y cuan agradecidamente los hijos de Israel se deben haber alimentado de este cordero asado al fuego. Si sus ojos estaban abiertos, ellos dirían ciertamente, «La sangre de esta víctima nos está amparando del terrible juicio que está cayendo sobre los Egipcios; la carne que estamos comiendo ha pasado por el fuego, al cual, de lo contrario, habríamos estado expuestos.» Y el pensamiento, mientras lo expresaban, no podía dejar de mover sus corazones a la acción de gracias y a la alabanza a Aquel que había, en Su gracia, proporcionado un modo semejante de escape y seguridad.

 

Dos cosas debían acompañar el hecho de comer el cordero – pan sin levadura y hierbas amargas. La levadura es un tipo del mal, y por eso el pan sin levadura habla, así como por una parte de la ausencia del mal, así por la otra de pureza y santidad. El apóstol Pablo habla del pan sin levadura de sinceridad y verdad. Se podrá examinar más plenamente esto cuando hablemos más extensamente de la fiesta de los panes sin levadura asociada con la pascua. (versículo 14 al 20). Bastará ahora con haber señalado su carácter. "Hierbas amargas" representa el resultado de entrar en los sufrimientos de Cristo a favor nuestro; arrepentimiento, juicio propio en la presencia de Dios. Estas dos cosas retratan, por tanto, el único estado de alma en que podemos alimentarnos verdaderamente del cordero asado al fuego. Y es hermoso notar de qué manera Aquel que ha cargado con el justo juicio de Dios contra sus pecados se convierte ahora en el alimento de Su pueblo. Observen, asimismo, que nada debía ser dejado hasta la mañana. Si hubiese habido algún sobrante debía ser quemado en el fuego. (versículo 10). La misma instrucción fue dada después para la mayoría de los sacrificios que debían ser comidos. (Véase Levítico 7:15). Esta fue, indudablemente, una provisión contra el peligro de que fuese consumida como alimento común. Sólo podía ser comido en asociación con el juicio a través del cual había pasado. "La carne" de Cristo no puede ser comida excepto en la comprensión de Su muerte. Igualmente aquí, en la noche de la pascua, junto con la mañana, cuando el juicio había pasado, ellos podían olvidar la importancia del cordero asado al fuego; pero la instrucción de quemar lo que sobrara recordaría su carácter, así como también evitaría su degradación a alimento común. Solamente alrededor de la mesa pascual ellos podían alimentarse adecuadamente del cordero pascual.

 

La actitud de ellos debía estar en armonía con la posición a la que habían sido llevados. "Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová." (versículo 11). Todo da indicios del carácter que se debe asumir posteriormente a la redención de ellos – ya que estaban a punto de dejar Egipto para siempre, para marchar a través del desierto como peregrinos a su herencia prometida. Sus lomos se ceñían – en disposición para el servicio, desvinculados de la escena en que habían sido mantenidos cautivos por tanto tiempo, de modo que nada pudiese detenerlos o impedirles cuando se diera la señal para el viaje; su calzado en sus pies – preparados, calzados para la marcha; su bordón en su mano – la señal de su carácter peregrino, ya que estaban dejando lo que había sido su hogar, para convertirse en extranjeros en el desierto, y debían comer la pascua apresuradamente – porque no sabían en qué momento la orden podía ser dada, y de ahí que debían estar preparados – velando y preparados. Un retrato fiel de la actitud del creyente en este mundo. ¡Ojalá que todos nosotros respondiéramos más enteramente a ello! Una y otra vez somos exhortados a tener nuestros lomos ceñidos; y es necesario tener calzados nuestros pies con la alegre prontitud para propagar el evangelio de la paz (Efesios 6 - VM), si es que estamos vestidos de toda la armadura de Dios. Mantener el carácter peregrino pertenece, en efecto, a una de las primeras lecciones de nuestra vida Cristiana, viendo que este no es nuestro reposo; y estar en la actitud de esperar a Cristo pertenece a nuestra expectativa de Su regreso. Esto es cierto, pero otra cosa es preguntar si estas cosas caracterizan ahora a los creyentes como deberían. Lo que necesitamos es un sentido más profundo del carácter de la escena a través de la cual estamos pasando – de que es una escena de juicio, que Dios ya ha juzgado en la muerte de Cristo. "Ahora" dijo Él, "es el juicio de este mundo." (Juan 12:31). Teniendo conciencia de esto en nuestras almas, no tendremos ninguna tentación de quedarnos en él; sino que como verdaderos peregrinos, con nuestros lomos ceñidos, y nuestras lámparas ardiendo, nosotros mismos debemos ser como hombres que aguardan a su Señor. (Lucas 12: 35 y 36).

 

La fiesta de los panes sin levadura es designada en relación con la pascua (Éxodo 12: 14 al 20). No fue celebrada en la tierra de Egipto, ya que en la misma noche que Dios hirió al primogénito, los hijos de Israel comenzaron su travesía. Pero la relación es preservada para mostrar su significado típico verdadero. Es lo mismo en 1ª. Corintios 5: 7 y 8, "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad." La levadura, como explicamos anteriormente, es un tipo del mal – mal que se extiende y que la masa asimila, a través de la cual se extiende a su carácter propio. "Un poco de levadura leuda toda la masa." (1ª. Corintios 5:6). Comer pan sin levadura significará, por tanto, separación del mal – santidad práctica. Pongan atención, asimismo, que la fiesta debía durar siete días – es decir, un período completo de tiempo. La lección, entonces, en su interpretación, es que la santidad es pertinente a todos los que están protegidos por la sangre del cordero Pascual a lo largo del período entero de sus vidas en la tierra. Esta es la importancia de la relación de la fiesta con la pascua. Si somos salvos por la gracia de Dios por medio de la sangre rociada de Cristo, nuestros miserables corazones pueden razonar -- «¡Podríamos complacernos en el pecado para que la gracia abunde!» «¡No!» dice el Espíritu de Dios, «sino que tan pronto como usted está bajo el valor de la muerte de Cristo, usted está bajo la responsabilidad de separarse del mal.» Dios busca así una respuesta en nosotros, en nuestro andar y en nuestra manera de vivir, a lo que Él es, y a lo que Él ha hecho por nosotros. Fue para poner en observancia esta verdad que a los Israelitas se les mandó celebrar esta fiesta "por estatuto perpetuo." (Éxodo 12:14); primeramente, en efecto, para recordarles que Dios, en este mismo día, había sacado a sus huestes de la tierra de Egipto, y luego, para enseñarles las obligaciones bajo las cuales fueron llevados a mantener un andar en conformidad con su nueva posición. ¿Y no podemos agregar que los creyentes del día actual necesitan recordar esto en su mente? Una cosa en la que se debe insistir ahora sobre la conciencia de todos es la responsabilidad de celebrar esta fiesta de los panes sin levadura. Laxitud en el andar, malas asociaciones, y mundanalidad, están arruinando por todos lados el testimonio del pueblo de Dios. "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad." (Juan 17: 16 y 17). ¡Que esta oración de nuestro bendito Señor pueda ser respondida de manera más manifiesta en la separación y consagración cada vez mayores de Su pueblo!

 

Desde el versículo 21 hasta el 28, se presenta el relato de la reunión de los ancianos convocada por Moisés para recibir las instrucciones ya consideradas. El pueblo, al oír el mensaje, "se inclinó y adoró. Y los hijos de Israel fueron e hicieron puntualmente así, como Jehová había mandado a Moisés y a Aarón." (Éxodo 12: 27, 28). Se añade un detalle interesante. Se hace provisión para mantener a los hijos enseñados en cuanto al significado de la pascua (versículos 26 y 27); y así, de generación en generación, el relato debe ser transmitido acerca de la gracia liberadora y del poder de Jehová cuando Él hirió a los Egipcios.

 

El Señor, habiendo marginado así a Su pueblo en Su gracia, y asegurado su exención del juicio a través de la sangre esparcida, procede a golpear Egipto tal como Él había declarado.

 

"Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales. Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto.

E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí. Y los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra; porque decían: Todos somos muertos. Y llevó el pueblo su masa antes que se leudase, sus masas envueltas en sus sábanas sobre sus hombros. E hicieron los hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas de plata, y de oro, y vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios." (versículos 29 al 36).

 

El golpe, por largo tiempo amenazado, pero demorado en paciencia y misericordia, cayó al fin, y cayó con efecto devastador sobre toda la tierra; ya que "Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales." Los corazones de todos se retorcieron de angustia bajo este doloroso y amargo golpe, entenebreciendo cada hogar en la tierra, "y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto." El obstinado corazón de Faraón fue alcanzado, y, por el momento, se doblegó delante del juicio manifiesto de Dios. Él "se levantó aquella noche", "él y todos sus siervos, y todos los egipcios"; y haciendo llamar a Moisés y Aarón, les pidió que se marchasen. No puso condiciones ahora, sino que concedió todo lo que ellos le habían reclamado, e incluso procuró una bendición de parte de ellos. Su pueblo fue más allá, y se apresuraron a echar a los hijos de Israel; porque dijeron, "Todos somos muertos." Por eso, también, cuando se les pidió, ellos les dieron cualquier cosa y todo lo que ellos desearon, y así, según la Palabra del Señor, "despojaron a los egipcios."

 

"Partieron los hijos de Israel de Ramesés a Sucot, como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes, y ovejas, y muchísimo ganado. Y cocieron tortas sin levadura de la masa que habían sacado de Egipto, pues no había leudado, porque al echarlos fuera los egipcios, no habían tenido tiempo ni para prepararse comida.

El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años. Y pasados los cuatrocientos treinta años, en el mismo día todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto. Es noche de guardar para Jehová, por haberlos sacado en ella de la tierra de Egipto. Esta noche deben guardarla para Jehová todos los hijos de Israel en sus generaciones." (versículos 37 al 42).

 

Dios emancipó así a Su pueblo de la esclavitud de Egipto; y ellos recorrieron la primera etapa de su travesía desde Ramesés a Sucot, alrededor de seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Pero, ¡es lamentable!, no estaban solos. Iban acompañados por "una multitud mixta." (Éxodo 12:38 – VM). Esto ha sido la causa de la desgracia del pueblo de Dios en toda época; fuente de su debilidad, fracaso, y, a veces, de abierta apostasía. El apóstol Pablo advierte a los creyentes de su tiempo acerca de este peligro especial (1ª. Corintios 10); al igual que Pedro (2ª. Pedro 2) y Judas. La iglesia, en el momento actual, es afligida de la misma manera; no, no sería exagerado decir que la iglesia, en un aspecto, está compuesta de esta 'gran mezcla'. De ahí la importancia de las palabras del apóstol a Timoteo: "el fundamento de Dios se mantiene firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre de Cristo (N. del Autor: debería ser "Señor"). Empero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues se purificare alguno de éstos (N. del T.: "separándose de ellos", cita en Español de la Biblia traducida al Inglés por J. N. Darby), será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena." (2ª. Timoteo 2: 19 al 21 – VM). La partida de ellos fue de prisa, porque fueron echados de Egipto, y no podían tardar, y tampoco se habían preparado ellos mismos alguna vitualla. ¡No! se les hizo contar completamente con Dios. Él los había separado de los Egipcios, los había protegido mediante la sangre del Cordero, y ahora Él se cuidaba de conducirles y proporcionarles alimento por el camino. La levadura no debía ser llevada con ellos.

 

"Levántate, alma mía, tu Dios te dirige,

Manos extrañas no impiden ya más;

Pasa, Su mano te protege,

El poder que ha liberado al cautivo.

 

¿Está el desierto ante ti,

Tierras desiertas en las que mora la sequía?

Vertientes celestiales te restaurarán allí.

Frescas mareas inagotables de Dios." [***]

 

[***] Traducción libre de la cita del autor de este escrito. Se trata de la primera y la segunda estrofa del himno "Rise, my soul, thy God directs thee" escrito por J. N. Darby (1800-1882). (http://www.stempublishing.com/hymns/ss/76) (N. del T.).

 

Por siglos la mirada de Dios había estado sobre este momento (véase Génesis 15: 13 y 14); y en el día preciso – el día que Él había ordenado con anterioridad – Su pueblo salió. Ellos no habían cruzado aún el Mar Rojo; pero en la declaración de que "todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto" (Éxodo 12:41), el Espíritu de Dios anticipa su plena y perfecta liberación. La sangre que había protegido era el fundamento de su completa redención. No es de extrañar, por tanto, el hecho de que se añade que la noche de su éxodo debía ser de solemne observancia, de vigilia, para Jehová, y, de hecho, debía ser guardada en recuerdo perpetuo. Debía ser guardada, nótese, para Jehová, para traer continuamente a la mente de ellos la fuente de esa gracia y poder liberadores que los había sacado de Egipto. Igualmente ahora de otra manera. En la misma noche en que el Señor Jesús fue traicionado, Él tomó pan y dio gracias, instituyendo para Su pueblo el precioso memorial de Su muerte; para que todas la veces que comamos el pan, y bebamos la copa, podamos proclamar la muerte del Señor hasta que Él venga. A través de todo nuestro peregrinaje, Él quiere que Le recordemos – Le recordemos en aquella 'noche oscura, noche de traición', cuando, como nuestra Pascua, Él fue sacrificado por nosotros.

 

El capítulo concluye con "la ordenanza de la pascua", la cual contiene principalmente dos cosas. Primeramente, en cuanto a las personas que podían participar de ella: "ningún extranjero comerá de ella. Pero el siervo de todo hombre, comprado por dinero, después que lo circuncidéis, podrá entonces comer de ella. El extranjero y el jornalero no comerán de ella." Una vez más. "Toda la congregación de Israel la celebrará. Pero si un extranjero reside con vosotros y celebra la Pascua al SEÑOR, que sea circuncidado todo varón de su casa, y entonces que se acerque para celebrarla, pues será como un nativo del país; pero ninguna persona incircuncisa comerá de ella." (Éxodo 12: 43 al 45, 47 y 48 – LBLA). Había tres clases de persona, entonces, que podían celebrar la pascua.

1.- Los Israelitas,

2.- Sus siervos comprados con dinero, y

3.- El extranjero que residiese con ellos.

Pero la condición para todos estos por igual era la circuncisión. Ninguno de ellos podía tener un lugar en la mesa pascual a menos que hubiera sido circuncidado. Solamente así ellos podían ser traídos a estar dentro de los términos del pacto que Dios había hecho con Abraham (véase Génesis 17: 9 al 14), y sobre el terreno sobre el que Él estaba actuando al sacarles de Egipto, y tomarlos a Sí mismo como pueblo. La circuncisión es un tipo de muerte para la carne, y tiene su antitipo, en cuanto a la cosa significada, en la muerte de Cristo. Pablo escribe así a los Colosenses, "En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos." (Colosenses 2: 11 y 12). Por lo tanto, a menos que todas estas clases especificadas fueran traídas al terreno del pacto, ellas no podían disfrutar del privilegio de esta fiesta muy bienaventurada – una fiesta que obtenía todo su significado del derramamiento de la sangre del Cordero Pascual. Es sumamente interesante notar la provisión especial hecha para dos de estas clases. Los Israelitas, como tales, tenían derecho a la pascua, si estaban circuncidados. Pero había dos otras clases fuera de estos. Un jornalero no podía estar en la fiesta, pero un siervo comprado con dinero podía si era circuncidado. Debería recordarse que esta fiesta poseía esencialmente un carácter familiar. Por eso es que un siervo comprado con dinero llegaba a estar, por decirlo así, incorporado con la familia, una parte integral de ella, y por esta causa era incluido. Pero un siervo a jornal, o a sueldo, no tenía semejante lugar o posición, y, por consiguiente, era excluido. En el 'extranjero morando contigo' (Éxodo 12:48), podemos ver una promesa de gracia a los Gentiles, cuando la pared intermedia de separación sería derribada (Efesios 2:14), y el evangelio sería proclamado a todo el mundo.

 

Entonces, por último, hay una provisión en cuanto al cordero mismo. "Se comerá en una casa, y no llevarás de aquella carne fuera de ella, ni quebraréis hueso suyo." (Éxodo 12:46). Tanto el significado del tipo como la unidad de la familia, o de Israel, si se considera toda la congregación, se habría perdido si se hubiese vulnerado este mandato. La sangre estaba sobre la morada, y el cordero pascual era sólo para los que estaban bajo la protección de la sangre – para ningún otro, y, de este modo, no debía ser llevado fuera de la casa. La sangre asperjada es una condición indispensable para alimentarse del cordero asado con fuego. Tampoco se debía quebrar ni un hueso, porque era un tipo de Cristo. Por eso Juan dice, "estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo." (Juan 19:36). Es evidente, por tanto, que Cristo estaba delante de la mente del Espíritu en el cordero pascual; y es muy bienaventurado para nosotros, mientras leemos la narración, cuando tenemos comunión con Sus pensamientos y no discernimos ninguna otra cosa sino a Cristo. ¡Qué pueda Él ungir nuestros ojos siempre más plenamente, para que sólo Cristo pueda llenar la visión de nuestras almas cuando leemos Sus palabras!

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Marzo/Abril 2012.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Passover Lamb (Exodus 12) , by Edward Dennett
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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