"EL CONSOLADOR… CONVENCERÁ AL MUNDO DE
PECADO, DE JUSTICIA Y DE JUICIO."
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60)
Pregunta: ¿Cuál es el significado de Juan
16: 7-11, y especialmente el del versículo 8: "El Consolador... convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio."?
Respuesta: La presencia del Espíritu Santo en el mundo tiene como objeto
el de redargüirle, o mejor dicho convencerle (RVR1960) de pecado, de justicia, y de juicio. "Convencerá al mundo,
de pecado." No se trata aquí de la acción del Espíritu sobre la conciencia de un hombre para demostrarle su culpabilidad,
su estado de pecado, sino de un testimonio del estado del mundo, por la misma presencia del Espíritu. El pecado se
había manifestado desde largo tiempo en el mundo; pero ahora Dios mismo había venido en gracia. Todas Sus
perfecciones, Su bondad y Su poder, obrando para liberar al hombre de los efectos del pecado, habían sido manifestados en
este mundo, en gracia para con los hombres, y con una paciencia perfecta, pero el hombre HA RECHAZADO a Dios. "Dios
estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados." (2ª. Corintios 5:19).
Pero el hombre no quiso saber nada. Esto fue el pecado: no la convicción de las concupiscencias carnales, o las transgresiones
contra la ley de Dios, sino el rechazamiento definitivo y formal de Dios mismo. Si Dios no hubiera sido rechazado el
Espíritu Santo no hubiera sido enviado. Por eso dice el Señor "por cuanto no creen en mí". (Juan 16:9).
"De justicia, por cuanto voy al Padre" (Juan 16:10). La justicia no existe en este mundo; ella es inseparable de Cristo; Él es la única justicia
ante Dios para un alma. La justicia está pues arriba, en el cielo. Cristo había padecido y glorificado a Dios en todo lo que
Él es: justicia contra el pecado, amor, majestad, verdad. Por eso se entregó. La justicia se halla pues en el hecho de
que Aquel que se dio a Sí mismo para glorificar a Dios está sobre el trono del Padre, sentado a la diestra de Dios: "Ahora
es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará
en sí mismo" (Juan 13: 31, 32: compárese con Juan 17: 4-5). La presencia del Espíritu Santo sobre la tierra es la prueba,
el testimonio de que Cristo ha subido a Su Padre y ha sido glorificado: "mas si me fuere, os lo enviaré" (Juan 16:7). Pero,
la terrible consecuencia es que este mundo ya no se Le verá como Salvador, en gracia y bondad: "veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo" (Marcos 14:62), pero será para el juicio.
Por eso dijo el Señor (Juan 16:10): "Y no me veréis más". ¡Qué declaración más solemne!
"De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido
ya juzgado" (Juan 16:11). Como hemos dicho, Cristo fue rechazado;
la voluntad y las concupiscencias de los hombres, su odio hacia la luz y su enemistad contra Dios les hacen responsables de
este crimen. Pero ¿quién los dirigía y concentraba su enemistad contra Cristo? ¿Quién producía la indiferencia altiva y la
crueldad de un Pilato, cuando, informado y alarmado, se unió al odio inconcebible de los jefes del pueblo, llenos de celos,
y a los prejuicios de la multitud? ¿Quién unía a todos para que se solidarizaran con este crimen? Era el diablo;
él es el príncipe de este mundo, demostrado y declarado como tal por la muerte del Salvador por la mano del hombre, y es
juzgado por este mismo hecho. El mostró quien era en la condenación y muerte del Hijo de Dios venido en gracia. Antes
y después de esta muerte, podía y podrá excitar las pasiones, suscitar las guerras, proveer a los deseos corrompidos
de los corazones, pero todo esto era egoísta y parcial. Pero, cuando vino el Hijo, logró reunir a todos, ¡sí! a todos
aquellos que se odiaban y se despreciaban los unos a los otros, contra este solo objeto: Dios manifestado en bondad.
El momento no había llegado aún para el juicio de este mundo,
pero el juicio de este mundo ya era cosa segura, porque Aquél que le gobernaba completamente era el enemigo de Dios,
como lo mostraba la cruz de Jesús. Ahora bien, la presencia del Espíritu Santo era la prueba, no sólo de que Jesús
era reconocido por Dios como Su Hijo, sino que, como Hijo del Hombre, era glorificado a la diestra de Dios. Además,
es el testimonio de Pedro, es decir del Espíritu en Hechos 2. Sin esto, el Espíritu no hubiera venido al mundo y la glorificación
del Hijo del Hombre era la condenación del príncipe de este mundo. La ruptura entre el mundo y Dios era completa y definitiva:
verdad solemne en la cual no pensamos bastante. La pregunta que Dios le hace al mundo es: «¿Dónde está mi Hijo? ¿Qué has hecho
de El?»
J. N. Darby
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1964, No. 67.-
|